Helgi Egilsson creía en el paraíso aunque no como un lugar al que se iba después de morir. No creía que el paraíso estuviera encima del Árbol del Mundo o entre las estrellas; pensaba que era un lugar que podía encontrarse debajo del Árbol, en la tierra.
Al principio no había cielo ni tierra.
No había tierra ni mar. No había flores ni hierba, sólo un vacío negro llamado Ginnungagap.
Eso decían los escaldos.
El hielo formó el Norte; el fuego formó el Sur.
El calor se alzó y derritió el hielo de modo que el gigante Yimir salió. Luego Audhumla, la vaca, apareció. Yimir se alimentó de su leche. Audhumla lamió bloques de hielo con la lengua y salió Buri. Buri fue padre de Bor, que fue padre de los dioses que mataron a Yimir. De debajo del brazo de Yimir salieron el primer hombre y la primera mujer. De su sangre surgieron los lagos y los mares. Sus huesos se convirtieron en cadenas de montañas y su carne en el suelo.
Helgi disfrutaba oyendo las viejas historias, cuanto más fantásticas, mejor. Cuando las contaba él, solía adornarlas. Hacía que gigantes salieran de las cejas de Yimir y enanos de los recortes de sus uñas. Sus ojos se convirtieron en el sol y la luna. Aunque Helgi trataba con ligereza aquellas historias, de un modo u otro fueron dando forma a su manera de pensar. Había llegado a creer que el mundo era un lugar entre dos tierras: Ubygdir era el techo; Muspell el suelo. Ubygdir era inhabitable a causa del frío, Muspell por el calor. Entre estos dos extremos estaba el disco de la Tierra rodeado por el Océano Exterior. Todo marinero sabía que el disco estaba curvado. ¿Cómo explicar si no el modo en que la tierra aparecía a la vista y luego desaparecía? El Sol y la Luna también se curvaban, lo que explicaba que aparecieran y desapareciesen. Los vientos se curvaban con la forma de la Tierra. El Océano Exterior, un lugar de tumulto y caos, era donde nacían los vientos. Según los marineros que Helgi había conocido en sus viajes, el Océano Exterior era todo lo lejos que se podía ir. Helgi no creía esto. Cuanto más miraba a las estrellas, más pensaba que el mundo no se acababa nunca. Pensaba que el Océano Exterior podía no estar al final del mundo en absoluto, sino en el medio. Pensaba que si navegaba hacia el suroeste durante el tiempo suficiente, acabaría llegando al Paraíso.
Helgi quería hacerlo. Quería viajar tan lejos como lo llevara su imaginación. Para hacerlo, necesitaba encontrar Vinlandia. Había creído durante mucho tiempo que Vinlandia y el Paraíso eran lo mismo. Según Leif Eriksson, Vinlandia era un lugar de riquezas sin fin. Había uvas de vino y miel, frutas y nueces, madera de todas clases. Esas riquezas atraían a Helgi no sólo como mercancías, sino por el uso que podría él mismo darles. Helgi eran un hombre de grandes apetitos que esperaba que el Paraíso le pudiera satisfacer. Le gustaba el vino, el cuerpo de una mujer cálido y cómodo. Islandia estaba demasiado cerca de Ubygdir para su gusto.
De joven, rastrillando la hierba del campo de su padre en el norte del fiordo de Alfta, Helgi se había imaginado a menudo lugares cálidos donde resguardar su mente de las ráfagas heladas que bajaban de Vatnajokull. Los vientos del glaciar traían repentinas rachas de nieve y granizo que obligaban a remover con frecuencia el heno. A pesar de que lo removían, el frío y la humedad mantenían el heno en los campos durante tanto tiempo que nunca llegaban a meterlo en el interior y tenía que quedarse fuera todo el invierno. El cuerpo de Helgi no estaba hecho para tanto frío. Siempre había sido alto y delgado; ningún ropaje de lana y túnica forrada de piel le mantenían los miembros calientes para el trabajo en el campo. A menudo sufría de sabañones y de congelación. Su padre solía acusarlo de pereza cuando abandonaba el trabajo para sentarse sobre apestosa agua caliente hasta el cuello. Había un manantial de agua caliente que salía entre las rocas sobre el establo. Como vivía en una isla de glaciares donde había que arrebatar los campos a la lava y la ceniza, y los vientos fríos hacían cambiar constantemente el tiempo, la idea del Paraíso de Helgi Egilsson era la de un lugar de calor constante, un lugar donde el maíz y el trigo maduraban sin obligarlos, donde los dulces crecían en abundancia, donde la caza caía a los pies de uno. Helgi era un hombre joven cuando un mercader islandés le habló por primera vez del viaje de Leif Eriksson. El resultado de haber crecido con esa historia fue que Helgi creía que en algún lugar más allá del Océano Exterior estaba la legendaria isla de los bendecidos, donde la miel brotaba de robles huecos y el agua salpicaba alegremente desde una fuente.
Leifsbudir estaba muy lejos de ser el Paraíso. Como sitio para vivir no era mucho mejor que el norte del fiordo de Alfta; en algunos aspectos, era peor. Aunque Leifsbudir estaba lejos de los glaciares, carecía de cualquier tipo de agua caliente. Tampoco había praderas más exuberantes que los campos de su padre, llenas de alisos y piedras. Lejos de ser maravillosas, las islas de alrededor estaban azotadas por el viento y desnudas. Para Helgi, Leifsbudir sólo tenía dos ventajas: abundancia de leña y la cercanía a Vinlandia.
* * *
Helgi había pasado gran parte del invierno en Leifsbudir planeando su huida. Tal como lo veía, además del clima, había dos obstáculos que podían impedirle llegar a Vinlandia; uno era su hermano Finnbogi y el otro era el barco. Durante el tedioso invierno, Helgi había hablado a menudo con Hauk y Ulf, el de la Barba Ancha sobre el viaje a Vinlandia. Aunque Finnbogi nunca se unía a esas conversaciones, a menudo se quejaba de encontrar esa fantasiosa charla aburrida. Decía que podía disfrutar de una buena historia como el que más, pero que la historia de Leif Eriksson acerca de Vinlandia era tan disparatada que no se podía creer. Todas aquellas palabras sobre arena blanca y uvas eran las palabras insensatas de un soñador. Cualquiera con un poco de sentido sabía que Leif habría confundido grosellas con uvas, ya que no había estado en ninguno de los países donde crecían las uvas o donde se compraban a los francos o a los moros. Es más, incluso la arena gris como la que había en Leifsbudir brillaba blanca cuando el sol le daba de determinada manera. Finnbogi señaló que Thorfinn Karlsefni había estado en Leifsbudir más tiempo que Leif, y sin embargo nunca había hecho comentarios tan extravagantes. Según Finnbogi, Leif no podía hablar de Leifsbudir sin adornarlo. Finnbogi pensaba que Leif hablaba como si un escriba estuviera apuntando cada palabra que le venía a los labios, de modo que, más tarde, la gente ignorante pudiera creer cualquier cosa que dijera.
En Groenlandia, Helgi había hablado a Leif sobre Vinlandia en dos ocasiones. Para Helgi estaba claro que a Leif le parecía que Leifsbudir estaba en un extremo de Vinlandia. Le dijo claramente a Helgi que Vinlandia se extendía muy hacia el sur de allí, aunque se negó a decir hasta dónde. Helgi pensó que la negativa de Leif a establecer fronteras definidas era deliberada, para que sus hijos pudieran reclamar zonas más grandes de Vinlandia si alguna vez querían acudir allí. Aunque Finnbogi estaba presente durante estas conversaciones, se resistía más tarde a que Helgi sugiriese que se podía explorar Vinlandia. El hermano de Helgi se había abierto camino como comerciante siendo cauteloso e inflexible. No tenía intención alguna de correr lo que consideraba riesgos innecesarios.
Helgi admiraba a Leif Eriksson más que a su hermano. Admiraba el valor y la decisión de Leif. Admiraba a un hombre que podía ver más allá de lo que tenía delante, que pensaba en los sueños que albergaba en su interior. No servía de nada hablar de sueños con Finnbogi. Finnbogi era uno de esos hombres que decían que no soñaban nunca, ni despierto ni dormido. El verano anterior, durante la travesía, cuando navegaron bajo la estrella del Norte, Helgi a menudo se encontraba en cubierta junto a su hermano. Una vez, mirando hacia el vasto cielo salpicado de estrellas, preguntó a Finnbogi si alguna vez había pensado en que hubiera otros mundos más allá. «Si los hay», dijo Helgi, «quizá haya otra gente que nos esté mirando. Quizá el sol sea una estrella gigante. Quizá cada estrella de las que están ahí arriba sea un mundo». Finnbogi contestó que esos pensamientos eran peligrosos y engañosos, y se interponían en el buen juicio y sentido común de los hombres. Más adelante, durante el viaje, Helgi habló de estas ideas con Finna. Finna se tomaba esos pensamientos en serio y disfrutaba imaginando qué clase de gente podía vivir en los mundos de las estrellas, si es que existían. Finna decía que cuando era una niña, había oído decir a uno de los sacerdotes de Cristo que los ángeles de Dios vivían entre las estrellas, que no era todo frío y negro como pudiera pensar la gente, sino cálido y verde.
—A menudo he imaginado que las estrellas estaban habitadas por gente que vuela con alas, como pájaros gigantes —dijo Helgi. Le dijo a Finna que también podía imaginar un mundo en el que la gente vivía en el mar, con colas de sirena, y rara vez salía a tierra.
Helgi y Finnbogi siempre habían visto el mundo de manera diferente. Los hermanos, que habían crecido en el norte del fiordo de Alfta, compartían una cosa: ninguno de los dos quería convertirse en pescador ni en granjero. Juntos conspiraron para abandonar el norte del fiordo de Alfta tan pronto como pudieran organizarlo. Cada hermano creía por su parte que encontraría algo en otro lado que le convendría más. Finnbogi y Helgi tuvieron la suerte de tener cuatro hermanos más jóvenes que, cuando fueran lo bastante mayores, podrían ayudar un día a su padre, Egil Bjornsson, lo que les permitiría marcharse de la granja. Esta liberación tardó algún tiempo. Durante los años que Finnbogi y Helgi trabajaron en la granja, Finnbogi se casó con Ragna Skjoldolfsdottir, de Heydales, con la que tuvo dos hijas. A pesar de este estorbo, Finnbogi consiguió reunir una gran cantidad de mercancías. Cada vez que Egil tenía una cosecha especialmente próspera, entregaba valiosas mercancías a sus hijos mayores. Solían ser herramientas forjadas y armas. Egil tenía un esclavo irlandés que era un hábil herrero y hacía más objetos de los que Egil necesitaba.
A veces Egil regalaba a sus hijos equipamiento para montar como recompensa; tenía grandes rebaños de vacas y caballos y le gustaba mantener a sus hijos bien equipados con bridas y látigos. Helgi siempre cambiaba estos objetos por algo que le apetecía más: una jarra o dos de vino, un sombrero de cuero, una veleta de cobre con forma de ballena: los mercaderes siempre tenían algo que Helgi quería. Finnbogi nunca se desprendía de nada de buena gana; prefería acumular sus bienes bajo llave. Aunque Ragna lo animaba a hacer un intercambio que les permitiera tener una casa propia, pues vivían con la familia de Ragna, Finnbogi aguantó hasta que consiguió comprarse un pequeño barco que la viuda de Halvard Onundsson ya no quería, pues prefería tener más útiles para la granja. ¿De qué le servía un barco a una viuda con hijas pequeñas? Finnbogi y Helgi utilizaron ese barco, que se llamaba el Enemigo de Fafnir, para comerciar en las Faroe y en las Hébridas. De este modo Finnbogi acabó consiguiendo un barco más grande, el Corcel de Sigurd, así como varios esclavos. Dos los dejó al servicio de Ragna y una, Olina, se la quedó como concubina. Finnbogi consiguió hacer todo esto sin ceder su parte de los campos de su padre. Finnbogi quería conservar esa parte, ya que pretendía volver a la granja un día, cuando fuera lo bastante rico como para contratar a un capataz que le llevara el trabajo.
Aunque Helgi había acompañado a Finnbogi en aquellos viajes, nunca había conseguido ganar su mitad del barco, ya que muchas cosas aparte de Finna le llamaban la atención. Pagó demasiado a los moros por un rico cargamento de especias y sedas, que más tarde malvendió a los daneses y suecos. En otra ocasión compró una gran cantidad de jarras de Rhineland, para venderlas en Groenlandia. Cuando el Corcel de Sigurd llegó allí, la cerámica estaba hecha trizas. Resultó que de todos modos los groenlandeses no habrían dado gran cosa por las jarras, ya que preferían objetos más duraderos, como la piedra de jabón y el hierro. Aunque Finnbogi pensaba que el comercio en Groenlandia era más efectivo si se llevaba madera, hierro, lino, cebada, sal, miel y pequeñas cantidades de joyas y plata. Finnbogi nunca aconsejó a su hermano más joven que no llevara a cabo aquellas transacciones tan extravagantes. Ni le ofreció compartir las mercancías que compraba a precio de ganga para que Helgi también pudiera hacer beneficios vendiéndolas a un precio superior. Finalmente Helgi concluyó que Finnbogi no quería que ganara su mitad del Corcel de Sigurd. Al poseer la totalidad del barco, Finnbogi siempre tenía la última palabra. Helgi sabía que podía hablar hasta hartarse que su hermano nunca le permitiría llevarse el Corcel de Sigurd para traer mercancías exóticas de Vinlandia. Incluso así, el día después de que Thorvard Einarsson abandonara Leifsbudir para cazar morsas y Helgi y Finnbogi estaban solos en el secadero, Helgi volvió a intentar que su hermano le prestara el barco. Dijo que en cuanto el hielo se alejara por el horizonte, pensaba ir a buscar madera de roble.
—¿Por qué quieres ir a buscar madera de roble? ¿Por qué no recoger abeto en Marklandia o más cerca? —dijo Finnbogi—. De ese modo tu barco se acabará antes.
—Me parece que si un barco de madera de roble es bueno para ti, también lo es para mí —dijo Helgi. Confiaba en la lealtad de su hermano hacia su estirpe para superar sus reticencias. Finnbogi había acudido muchas veces al rescate de Helgi cuando necesitaba que lo sacara de apuros por pérdidas en el juego. Para Finnbogi era una cuestión de honor que un hijo de Egil Bjornsson pagara sus deudas. Aunque Finnbogi podía burlarse de la valía de Helgi, cuando se trataba de enfrentarse con otros, siempre protegería la reputación de los Egilsson.
—No puedo depender siempre de tu buena voluntad para ir hacia delante —dijo Helgi—. He esperado mucho tiempo a tener un barco propio para mejorar mis oportunidades. Sabes tan bien como yo que nunca podré ganar lo suficiente para tener uno. Seguramente ahora que estoy tan cerca de tener un barco de roble, no me lo vas a negar.
Al final, Finnbogi fijo:
—¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—No más de un mes.
—¿Cuántos hombres te llevarás?
—Seis, sin contarnos a Hauk y a mí.
—Eso hace que quedemos dieciocho, y treinta y tres groenlandeses, sin contar a las mujeres.
Helgi señaló que, ahora que los cazadores de morsas estaban fuera, el número de unos y de otros era casi igual, ya que los groenlandeses ahora eran sólo veinte.
—Tengo la intención de llevarme el Corcel de Sigurd —dijo Helgi.
—No te estorbaré si quieres conseguir madera de roble —dijo Finnbogi—. Pero no te quiero prestar mi barco. Si estás decidido a ir a buscar madera al sur, tendrás que usar el barco que ha construido Hauk para los groenlandeses.
Durante todo el tiempo Helgi sabía que iban a llegar a eso, pero no quería que lo culparan a él por coger el barco de los groenlandeses. Tal como él lo veía, al negarse a prestarle el Corcel de Sigurd, Finnbogi lo liberaba de la responsabilidad. Si cogía el barco, las cosas se iban a poner más difíciles entre ellos y los groenlandeses. Así se lo dijo a su hermano.
—Me importan poco los groenlandeses. Desde el principio han sido malos vecinos —contestó Finnbogi.
—Pueden armar jaleo después de que nos vayamos. Tú mismo dijiste que quedarían dieciocho de los nuestros y treinta y tres de los suyos.
—El número sólo me preocupa porque Freydis Eriksdottir no cumplió nuestro acuerdo y trajo hombres de más. Freydis es una manipuladora y una alborotadora, pero es lo bastante lista como para no hacer nada que arruine sus posibilidades de conseguir un barco. Aunque cuando descubra que lo has cogido para recoger madera, el resto de nosotros hará mejor en esconderse. Te aconsejo que te guardes tus intenciones para ti y la tripulación. Algunos de nuestros esclavos no son de fiar y puede que hablen de lo que oyen. Si Freydis se entera de tus planes, puede negarse a entregar la vela.
—Pretendo mantener el viaje entre nosotros y la tripulación —dijo Helgi.
—Una última cosa. Al acceder a que se haga esta expedición, ¿cómo sé que no te vas a ir a hacer una búsqueda insensata de Vinlandia?
—Tienes mi palabra —dijo Helgi con sinceridad, ya que esperaba que Vinlandia y el lugar donde encontrara roble fueran lo mismo.
El día después de la conversación de Helgi con su hermano, una ballena pequeña quedó varada delante de las casas de los groenlandeses. Éstos la izaron a tierra y la despedazaron. Freydis estaba de tan buen humor ante la perspectiva de poseer un barco al fin que ofreció la mitad de la carne de ballena a Helgi para que la utilizaran los islandeses. Helgi aceptó la carne y mandó a los gemelos enanos a recoger la parte de los islandeses y a ponerla a hervir. Aquella noche, después de comer carne de ballena, varios islandeses tenían calambres en la barriga y cagaban agua marrón. Por la mañana no estaban mejor. Gruñendo por el malestar, se quedaron sentados en la habitación principal comentando el motivo de sus males. Tenían buena salud antes de comer la ballena. Para empeorar las cosas, había vuelto el mal tiempo. Un viento del Noreste azotaba Leifsbudir, con nieve y granizo. El tiempo no mejoró el humor de los islandeses. Después de todo un invierno encerrados en habitaciones repletas y oscuras salas fétidas, pocos podían enfrentarse a más de lo mismo sin ponerse de peor humor. Cuando los enanos gemelos volvieron de recoger agua, trajeron la noticia —trasmitida por Orn y Kalf— de que ninguno de los groenlandeses había enfermado por comer carne de ballena.
—Eso no me sorprende —dijo Grelod—. Freydis Eriksdottir es de esas mujeres que se guardarían la carne buena para sí y nos daría la estropeada.
A esto Olina respondió que no se podía esperar otra cosa de una mujer que negaba una taza de leche de vaca a un recién nacido. Aunque volvía a estar embarazada, la pérdida del niño le pesaba y encontraba cierto consuelo culpando a Freydis. Dijo que aquella mujer era una bruja, que había colgado una muñeca llena de alfileres en su puerta y echaba mal de ojo a todo el que pasaba junto a su casa. Su hijo se había puesto enfermo por culpa de la muñeca embrujada.
Helgi no se unió a estas conversaciones, pero su hermano sí. A Finnbogi le disgustaba tanto Freydis que nunca perdía la oportunidad de difamarla; como Olina, culpaba a Freydis por la muerte del niño. Pero Finna le había dicho a Helgi que creía que Freydis había dicho la verdad cuando dijo que la vaca y la cabra estaban secas, señalando que había otras personas en la habitación cuando Freydis no quiso darles la leche, que podían haberle llevado la contraria y no lo hicieron. Si Freydis no hubiera querido darles la leche, ¿por qué iba a ofrecerles el queso? Finna dijo que creía que Olina debía haberle dado el queso al niño, como había sugerido Freydis, en lugar de comérselo ella.
Ahora la conversación de las mujeres se centró en la concubina de Thorvard. Grelod comentó que Freydis sin duda abandonaría al hijo de Mairi una vez que éste naciera. Miró de reojo a Hauk y se palmeó el vientre que llevaba el hijo de él.
—Como niño de verano, éste saldrá adelante.
Sus palabras cayeron en oídos sordos. Hauk estaba tumbado sobre su saco de dormir con los ojos cerrados y las rodillas contra el pecho. Era uno de los que había comido carne mala. De las cuatro mujeres presentes, dos no estaban embarazadas. Alof había abortado antes de Yule y no había vuelto a concebir. Finna era estéril.
Finna era la concubina de Helgi desde hacía cuatro años. Se la había comprado a un vikingo de Orkney llamado Thorgeir Andersson, que se la había entregado con moretones en los brazos y las piernas. Cuando Helgi le preguntó por aquellas marcas, Thorgeir le dijo que castigaba a Finna porque nunca cedía a sus necesidades sin arañarlo y agredirlo. Estaba harto de tanta pelea y quería deshacerse de ella, a pesar de que era tan buena cocinera que podía hacer sopa con piedras. Helgi no había comprado a Finna para acostarse con ella. Tenía otra mujer, Vilgerd, por entonces. No sabía muy bien por qué había comprado a Finna. No era porque su hermano y él necesitaran una cocinera. Puede que fuera por los moretones; Helgi siempre se compadecía de los esclavos maltratados.
Vilgerd fue la que provocó que Helgi la mirara de otra manera. Como Thorgeir ya no la maltrataba, Finna perdió su aspecto lúgubre. Incluso sonreía de vez en cuando. Tenía buenos dientes, mejores que Vilgerd, y larga melena castaña que brillaba cuando se la lavaba. Tenía el cuerpo pequeño y bien hecho. Cuando no corría o se agachaba, se movía con gracia. Vilgerd se dedicó a mostrar a Finna bajo una luz desfavorable, lo que hizo que Helgi se fijara más en ella. Vilgerd sacaba un pie cuando Finna traía la sopa, para que tropezara de modo que Helgi tenía que sujetarla. Vilgerd se quejaba de la sopa, diciendo que la nueva esclava habría escupido en ella, lo que significaba que a Helgi le apetecía ponerla por las nubes. Vilgerd decía que, bajo la camisa, Finna era fea y estaba mal hecha, y Helgi quería averiguar si eso era verdad. Un día, cuando Finna y él estaban solos bajo el toldo del barco, Helgi le pidió a Finna que se quitara la ropa para poder mirar sus cicatrices. Como resultado de lo que siguió, Helgi se convenció de que tenía que deshacerse de Vilgerd, ya que ahora quería a Finna en su cama. Con la plata que Vilgerd le había proporcionado —Vilgerd era fuerte, guapa y pudo venderla a buen precio— Helgi le compró a Finna un vestido de seda roja con broches de plata y zapatos del más fino reno. También le compró un pequeño arcón de palo de rosa con bisagras de bronce. Dentro del arcón había una argolla de plata con una llave. Finna iba a todas partes con esa llave. Aunque hubiera trabajos duros que hacer, llevaba la argolla con la llave como colgante.
A Helgi le parecía una suerte que Finna no hubiera concebido nunca. No deseaba verse agobiado con descendencia. Una vez tuviera barco propio, su idea era viajar por el Océano Occidental y para ello quería a Finna a su lado, eso mejor que unos niños por los que preocuparse en tierra. Nunca habían hablado de ello. Finna era discreta. No solía charlar con otras esclavas, sino que hacía su trabajo en silencio. A veces las demás mujeres comentaban que Finna era muy suya, pero ella seguía haciendo lo que tenía que hacer como si no las hubiera oído. El carácter silencioso de Finna hizo que a ninguno de los hombres le importara llevarla en el viaje hacia el Sur. No así Grelod. Helgi no quería incluir a Grelod que, además de estar embarazada, podía ser suelta de lengua y problemática cuando le daba por ahí. Hauk insistía en llevarse a Grelod. Como Finna iba con ellos, Helgi no podía negarse a que fuera Grelod. No era cosa de dejar atrás a Hauk, ya que era necesario para escoger la madera para el barco.
La nieve y el granizo azotaron Leifsbudir durante cuatro días más. Después llovió durante varios días. Helgi aprovechó el mal tiempo para perfilar los planes de viaje. Una noche, después de que la mayoría de los islandeses se hubieran ido a dormir, quedó frente a la habitación del fuego con los siete hombres que pensaba llevarse al sur. Era la habitación donde las mujeres cocinaban por el día y Helgi y Finna dormían por la noche. A veces Finnbogi y Olina dormían también allí, pero aquella noche habían decidido dormir en la habitación del fondo de la casa. La habitación del fuego estaba apartada de la parte principal de la casa y tenía su propia puerta. Los hombres que reunió Helgi eran Hauk, Ulf, el de la Barba Ancha, Atli, Bjolf, Vemund, Bersi y Olver.
Helgi dijo a sus hombres que quería marcharse pronto en cuanto mejorara el tiempo.
—Quiero que nuestro equipo y las provisiones estén listos para salir rápidamente —dijo—. Nos resultará imposible que hagamos equipajes, pero podemos reparar y afilar nuestras herramientas sin levantar sospechas.
Helgi hizo una lista de lo que necesitarían. Tenía la intención de viajar ligero para tener espacio para las mercancías que quería traer de Vinlandia en el viaje de vuelta.
—Mi plan es que llevemos nuestros equipos a la cala del barco cuando anochezca y salgamos remando de la bahía por la noche —dijo Helgi—. Quiero izar la vela a primera hora de la mañana, antes de que los groenlandeses estén levantados.
Se habló más acerca de cuándo botar el barco.
—Yo no aconsejo que se haga a la mar por la noche —dijo Hauk—. Sobre todo, porque hay muchas rocas en la cala.
Ulf, el de la Barba Ancha dijo que si botaban el barco durante el día, los groenlandeses protestarían.
—He pensado en eso —dijo Hauk—. Sugiero que lo botemos y los llevemos a navegar antes de marcharnos.
—Entonces tendremos que anclar cerca de aquí —dijo Helgi—. Si volvemos a la cala con el barco, los groenlandeses sospecharán que tramamos algo.
—Pues anclemos aquí. Así no tenemos que ir tan lejos remando o a vela.
No todos los hombres estaban convencidos de que llevarse el barco bajo las narices de los groenlandeses fuera prudente.
—Si alguno saliese durante la noche, podría vernos y despertar a los demás —dijo Atli.
—Tienes parte de razón —dijo Hauk—. Pero hay menos riesgos si anclamos el barco en la cala que en botar el barco por la noche.
—Podemos poner un vigía —dijo Ulf—. Si aparece algún groenlandés, podemos encontrar el modo de hacerlo callar hasta la mañana.
Al final se decidió que el barco se hiciera a la mar durante el día y darle una vuelta por la bahía ante la vista de los groenlandeses.
Por entonces el barco estaba listo excepto el aparejo y la vela. Freydis aún tenía la vela. Helgi no quería pedir la vela pues se había puesto a Freydis en su contra cuando le había pedido que Ulfar trabajara para él.
—Tú tienes que conseguir la vela —le dijo a Hauk—. Si alguien puede conseguir algo de Freydis, ése eres tú.
—Yo he pensado lo mismo —dijo Hauk.
La tarde siguiente, Hauk fue hasta el cobertizo de Freydis bajo la lluvia y el granizo. Podía ver el humo saliendo a través del agujero del tejado antes de ser tragado por el viento. La explanada estaba empapada, con hielo derretido que era todo lo que quedaba de las rachas del invierno. Hauk no sabía muy bien cómo tratar con Freydis. Con anterioridad había pensado que cuando el barco estuviera acabado, sería fácil llevarse a Freydis a la cama, ya que retendría el barco hasta conseguir lo que quería. Más tarde le pareció que Freydis retenía a su vez la vela, ya que él esperaba que se la entregase en la cala de los barcos hacía tiempo. Antes de que Hauk saliera de la casa de los islandeses, Helgi le había dicho que si ocurría lo peor, sus hombres simplemente entrarían en el cobertizo de Freydis y se llevarían la vela.
—Pero prefiero no hacerlo así, ya que Freydis es lo bastante taimada como para adivinar nuestra intención de utilizar el barco.
Hauk llamó con ligereza a la puerta del cobertizo.
Oyó la voz de Freydis.
—¿Quién es?
—Tu constructor de barcos.
—Entra.
Hauk abrió la puerta y entró, esperando ver a Freydis trabajando en su telar. Lo que vio sin embargo fue a Freydis sentada, con las rodillas alzadas en una bañera de madera, dándose un baño. Estaba sola.
—Cierra la puerta —dijo Freydis—. Hay corriente.
Hauk hizo lo que le ordenaban sin quitar la vista de los miembros desnudos de Freydis.
—He mandado a Mairi a buscar más agua y madera —le dijo—. Estoy harta de esta tormenta y pienso estar sentada en esta bañera todo el día.
Freydis no hizo intención alguna de cubrirse los hombros ni los senos, que Hauk vio colgantes con grandes pezones marrones.
—¿Por qué no te sientas? —dio Freydis tranquilamente, como si estuviera acostumbrada a pasar el día desnuda en una bañera. Señaló un taburete que estaba en la parte más alejada de la habitación.
—Prefiero estar a tu lado.
Hauk se arrodilló y la besó en el cuello y en la garganta. Alzó el pelo rizado y se pasó las puntas húmedas por sus mejillas. Después le puso una mano en la barbilla y le llevó los labios a los suyos. Su boca era más suave de lo que recordaba, y cálida.
—Cierra la puerta con llave —dijo Freydis.
En cuanto Hauk lo hizo, Mairi llamó.
—Vuelve más tarde —gritó Freydis—. Ahora estoy ocupada. —Echó hacia atrás la cabeza y rió.
Hauk se volvió a arrodillar y le besó los pechos. Freydis se estremeció, más de excitación que de frío.
—Te estás helando —dijo él, y la alzó para que pudiera sentir la dureza que tenía entre las piernas.
Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. A Hauk le gustó que Freydis fuera ancha de caderas y piernas, pues eso significaba que podría levantarlo y sujetarlo mientras él empujaba. Después yacieron uno al lado del otro, mirando ambos hacia el mismo lado sobre el estrecho banco de dormir, tapados con las mantas.
Cuando finalmente hablaron, no fue sobre el banquete de Yule, sobre el modo en que se habían evitado el uno al otro, sino sobre el barco.
—¿Cuándo podré tener mi barco? —dijo Freydis.
—En cuanto aparejemos la vela.
—La vela tiene que engrasarse. Con este mal tiempo, no he podido extenderla fuera sobre el suelo.
—Si el tiempo no mejora pronto, tendremos que hacerlo dentro de una de las casas —sugirió Hauk. Por satisfactorio que hubiera sido su acoplamiento, Helgi lo había contagiado con su idea de que en Vinlandia habría mayores satisfacciones—. Estoy deseando ver la vela en su sitio.
Al día siguiente Hauk y Freydis tuvieron la misma conversación mientras estaban tumbados en la cama de ella. El tercer día, cuando fue a visitar a Freydis, después de volver a la casa de los islandeses con las manos vacías, Helgi le preguntó si estaba teniendo suerte con lo de la vela.
—Ten paciencia, ten paciencia —dijo Hauk—. Freydis es una mujer difícil de convencer.
De hecho Hauk se lo estaba pasando tan bien que no tenía ninguna prisa en volver con la vela. Con el mal tiempo, no tenía ningún sentido trasladar la vela de un lado a otro hasta que hubiera pasado la tormenta. Ahora que tenía a Freydis boca arriba, era como si la vela ya fuese suya. Freydis lo había interrogado exhaustivamente acerca de los huecos para los remos y el calafateado. Quería saber todo lo que se le había hecho al barco desde que lo habían sacado del cobertizo invernal. Hauk inventó las mismas dificultades e inconvenientes que había usado para evitar que Thorvard y sus cazadores de morsas se lo llevaran. Al seguir con el engaño, Hauk pensaba que podía evitar que Freydis adivinara el plan de Helgi de usar el barco antes de entregárselo a ella.
Después de unos cuantos días más de mal tiempo, el viento viró al Suroeste y apareció el sol. Uno o dos días más tarde, se vio bacalao en la bahía. Helgi mandó a los islandeses a pescar. Se encendieron fuegos fuera para poder secar el bacalao para el viaje. Finna cortó estrechas tiras de carne de foca y las envolvió en bolsas de cuero. Las únicas provisiones que iban a llevarse de viaje los islandeses eran carne y pescado secos, pues pensaban conseguir comida fresca por el camino. Hauk hizo llevar la vela desde el cobertizo hasta la cala de los barcos, donde se extendió en el suelo y se aceitó dos veces. Freydis mandó a Kalf y a Orn a trabajar aplicando la mezcla de grasa y corteza; era un trabajo sucio, que se hacía de rodillas. Ninguno de los carpinteros habló abiertamente de su viaje hacia el Sur, ya que trabajaban junto a Ulfar. Es más, siempre había groenlandeses cerca de la cala de los barcos, estorbando. Los groenlandeses se ofrecieron a llevar herramientas y a sujetar brazas y estays. Ahora que el barco estaba casi terminado, querían decir más tarde que habían echado una mano en la construcción. Hauk puso a aquellos hombres a cortar troncos para usarlos como rodillos.
Siguió el tiempo soleado y el viento se mantuvo de Suroeste, lo que significaba que el bloque de hielo se movía sin cesar hacia el Norte. Al fin Helgi Egilsson se despertó un día y no vio más que una extensión de azul vacío más allá de la bahía. Por entonces ya habían pasado trece días desde que se acabara la tormenta. Helgi comunicó a los otros que le barco saldría aquella mañana. La noticia se extendió rápidamente. Nagli se lo oyó decir a Ulf, el de la Barba Ancha cuando Ulf fue a buscar la cadena para el ancla. Nagli se apresuró a decírselo a los demás groenlandeses. Todo el mundo en Leifsbudir, hasta los esclavos, dejaron lo que estaban haciendo para ir a la cala a ver la botadura del barco. No hubo escasez de hombres para colocar el barco sobre rodillos y empujarlo hasta el mar; el peligro estaba en que había demasiada gente tratando de ayudar. Un groenlandés llamado Hundi se deslizó sobre los rodillos húmedos y se rompió la pierna contra la quilla. Cuando el barco estuvo en el agua, los hombres subieron a bordo para hacer el viaje hasta Leifsbudir. Había más de cuarenta escandinavos, excepto los esclavos y el herido Hundi, que intentaban subir a bordo. Helgi dijo que no permitiría que subiera nadie más que los entabladores al barco hasta que se hubiera probado, y ordenó a los demás que abandonaran el barco. Los entabladores remaron para salir de la cala, izaron la vela de Freydis y se dirigieron a Leifsbudir. La distancia hasta las casas era mucho mayor por agua que por tierra; cuando el barco llegó a Leifsbudir, los groenlandeses y los islandeses llenaban la costa. Todos menos Finnbogi y un pequeño grupo de hombres que estaban ocupados echando al agua el Corcel de Sigurd.
—Veo que pasaremos el resto del día navegando por la bahía —comentó Helgi.
Así fue. Un grupo tras otro salió a navegar. La propia Freydis fue dos veces. Más tarde le dijo a Helgi que pensaba matar su última cabra para dar un banquete aquella noche, para festejar la ocasión. Freydis tenía los mismos modales despreocupados que Helgi había advertido antes de que partieran de Groenlandia y pensó que era lo bastante tranquila como para no sospechar si él le daba una excusa. Le dijo que sus hombres estaban demasiado cansados por los esfuerzos del día como para celebrar un banquete.
—Podemos celebrarlo más tarde —dijo Helgi—, después de que vuelva tu marido y decidamos un nombre.
—Ya he decidido un nombre —dijo Freydis.
—El Caballo de Hauk —dijo astutamente Helgi. Advirtió que Freydis se ruborizaba un poco.
—El Mercader groenlandés —repuso Freydis.
Helgi no le dijo que ya había decidido llamarlo el Buscador del Paraíso.
—Estoy seguro de que el Mercader groenlandés te servirá muy bien —dijo Helgi—, cuando estés de vuelta en Gardar.
Al final del día, el barco estaba anclado a cierta distancia en la bahía poco profunda. Debido a las rocas, tuvo que anclarse más cerca de las casas de los groenlandeses que de las de los islandeses.
Aquella noche Helgi, las dos mujeres y la tripulación llevaron sus cosas hasta un bote en la oscuridad, remaron hasta el barco y subieron a bordo. Esto se hizo con mucha cautela y sigilo. Lo único que se oía era un crujido de vez en cuando y los remos entrando y saliendo del agua. Cuando la tripulación hubo trepado por la escalerilla, Helgi ató el bote al barco para remolcarlo y subió a bordo. Los remos del barco se introdujeron en sus huecos y se bajaron hasta el mar. Pronto el barco avanzaba a través de la oscuridad hacia el cabo, siguiendo el brillo de la luna en forma de hoz sobre el agua. Cuando el barco pasó el cabo, soltaron el ancla. La tripulación se acostó en cubierta y se durmió. Cuando amaneció, Helgi despertó a los hombres para que cogieran los remos. Levaron el ancla y el barco salió de la cala. Izaron la vela y un viento vivo los llevó a través de una bahía mucho más ancha que la que acababan de atravesar. Navegaban en aguas abiertas antes de que en las casas nadie se hubiera despertado para salir al exterior. Los islandeses se sintieron contentos de haber logrado marcharse de Leifsbudir con tanta discreción.
A medida que avanzaban hacia el Sur, Helgi se mantenía vigilante por si veía a los cazadores de morsas, a los que quería evitar. El día antes de que se marcharan los islandeses, los groenlandeses habían abandonado su campamento en la costa y habían remado hacia el Norte, hasta una bahía protegida. Allí, al abrigo de un promontorio, acamparon para pasar la noche. Por la mañana, más o menos al mismo tiempo que los islandeses pasaban por el promontorio, Thorvard, Falgeir y los gemelos de Gardar habían entrado en el bosque en busca de caza. Aún no habían vuelto. Evyind y los demás descansaban en la playa detrás del promontorio que se curvaba alrededor de la bahía y les ocultaba la visión de cualquier barco que pasara.
Si los islandeses hubieran visto a los groenlandeses, habrían advertido la ausencia del Vinlandia. Se habrían dado cuenta de que los groenlandeses habían tenido problemas y estaban abandonados, sin un barco. Esto habría supuesto un dilema para los islandeses: ¿debían rescatar a los groenlandeses, o debían continuar? Si escogían lo primero, se habrían visto obligados a dejar lo segundo. Una cosa era utilizar el nuevo barco de los groenlandeses si ellos tenían otro. Pero era muy distinto llevarse el barco de los groenlandeses cuando ellos no tenían ninguno.
Debido a la disposición de la tierra y a la decisión de Helgi de navegar lejos de la costa, nada de esto ocurrió. Después se pudo decir que habría sido mucho mejor que los que iban a bordo del Buscador del Paraíso hubieran visto a los groenlandeses. Aunque es cierto que los sueños pueden mostrar el camino a los aventureros, la gente sabia dice que la suerte cambia cuando los sueños se llevan demasiado lejos.