OCHO

Tres meses después de Yule, el tiempo cambió de tal modo que los vientos trajeron más lluvia que nieve a Leifsbudir. Después de la lluvia, el viento se volvía gélido. La cresta de nieve se había convertido en islas de hielo gris que yacían sobre la explanada como montones de peces congelados. A veces una tormenta reluciente plateaba las piedras y la hierba. Los groenlandeses discutían, no sobre quién debía palear la nieve, sino sobre quién abriría senderos a través del hielo y retiraría la escarcha plateada que recubría la leña. Ahora la oscuridad se estaba acortando y los lobos dejaron de acudir por las noches. Aún así, el invierno había agotado a los groenlandeses hasta tal punto que algunos no salían de la cama por las mañanas sino que se quedaban todo el día en los sacos de dormir. Esto provocaba resentimientos, ya que significaba que una y otra vez eran los mismos hombres los que salían bajo la lluvia y el aguanieve a hacer las tareas necesarias. Incluso Thorvard, conocido por su aguante y su paciencia, estaba deprimido.

Thorvard Einarsson era un hombre que podía estar tumbado bajo una piel de ciervo durante todo el día hasta que un halcón bajase a cazar a un ratón de campo vivo a su trampa. Del mismo modo, podía esperar que una perdiz nival se acercara a su cepo. Los hombres que cazaban con Thorvard decían que, cuando le convenía, podía convertirse en piedra. El húmedo invierno de Leifsbudir no le sentó bien a Thorvard; estaba acostumbrado a los inviernos secos de Gardar. Es más, su mujer cada vez estaba de peor humor, y su concubina le decepcionaba. Para quitarse estos problemas de la cabeza, Thorvard talló arpones de doble filo hechos de asta de ciervo y diversas puntas de flecha pequeñas. Afiló sus cuchillos para cazar focas. Talló un gran número de mazas de madera y mangos de lanza. Hizo juguetes y esquíes para sus hijos.

Con anterioridad Thorvard había tallado un poste calendario. Desde Yule había tallado más de noventa muescas. Según esto, las focas debían llegar en cualquier momento a la costa; los bloques de hielo ya se estaban hundiendo. Lo primero que hacía Thorvard por las mañanas era salir a ver si oía a las focas.

Finalmente una mañana despertó y oyó gemir a las crías. Eran crías a las que sus madres habían dejado para ir a pescar. Cuando Thorvard miró, vio focas tumbadas sobre el hielo hasta donde le alcanzaba la vista. No perdió tiempo y fue rápidamente a la casa del medio a despertar a sus cazadores. Les dijo que se vistieran rápidamente y se llevaran sus cosas al hielo; cada cazador tenía un arpón, una maza, un cuchillo y un rollo de cuerda listos, así como calzoncillos largos y botas forradas de lana. Thorvard mandó a Avang, a Flosi y a Lodholt a la casa de los islandeses a despertarlos; no había señales de que los islandeses hubieran oído a las focas. Era importante que salieran al hielo antes de que un viento cambiante se llevara el bloque de hielo a la deriva.

Juntos, diez groenlandeses salieron a través del hielo. Al principio era fácil caminar, pues el hielo de la costa era liso y plano. Cuando los groenlandeses pasaron la primera isla, llegaron a crestas donde el hielo se había acumulado y después congelado. De vez en cuando un hombre resbalaba en esos montículos, pero en general el hielo era sólido, sin grietas.

Las focas estaban al doble de distancia de la costa de la segunda isla, repartidas sobre bloques de hielo que flotaban entre el hielo de la costa y el bloque polar. Ahora caminar resultaba más complicado. Había lugares donde el hielo viejo había llegado al nuevo, creando montones serrados y pináculos difíciles de cruzar, ya que a veces había una grieta o un agujero al otro lado. Los hombres, que sabían que un paso en falso podía hacerlos caer en el agua helada, disminuyeron la velocidad de sus pasos. Al aproximarse a las focas, Thorvard se alegró al ver que no eran leones marinos, que era lo que solían cazar en Groenlandia, sino focas comunes. Eso significaba que la caza produciría mejores resultados, ya que las focas comunes tenían cachorros de piel blanca, muy apreciada por los noruegos para hacer capas y botas. Thrand y Teit caminaron más rápido; era la primera vez que iban a cazar focas. Thrand se deslizó por una grieta y Thorvard lo sacó antes de que desapareciera bajo el hielo.

Thorvard había matado a focas apareándose que flotaban felices sobre la superficie del mar. Había nadado junto a una ballena jorobada a la que más tarde había arponeado. En los lejanos días en que Thorvard había empezado a cazar, una vaca marina lo había confundido con su cría cuando Thorvard se había caído por la borda. La vaca marina le rodeó el cuello con las aletas y se lo llevó al fondo del mar antes de soltarlo. Después de que lo sacaran del agua, Thorvard mató a la vaca marina con un hacha.

Thorvard era un excelente cazador de focas. Cuando estaba en el hielo, nunca alteraba sus movimientos excepto cuando era necesario, y avanzaba a un paso lento y constante. No se sabía que Thorvard hubiera dado nunca un paso en falso mientras cazaba. Los hombres lo siguieron de buena gana mientras saltaba con seguridad sobre el agua hacia los bloques de hielo donde estaban las focas.

Primero mataron a las crías lactantes. Eran demasiado jóvenes para escapar y les golpeaban fácilmente en la cabeza. Las hembras eran más difíciles de matar, ya que eran más grandes y ágiles. Algunas se echaron al agua enseguida, donde ya estaban los machos, pero la mayoría de las hembras pateaban entre las pieles blancas, tratando de protegerlas con sus cuerpos o empujándolas hacia el agua. Los cazadores se metieron entre las hembras con arpones que funcionaban mejor que las lanzas, pues si una hembra escapaba, podías recuperarla con mayor facilidad. Al cabo de poco tiempo los bloques de hielo estaban cubiertos de sangre y más de treinta focas, sin contar a las crías, yacían sobre el hielo. Los cazadores habían tardado menos en matar las focas que en llegar al lugar de la matanza.

—Esto es lo que llamo una buena mañana de trabajo —dijo Thorvard—. Ahora, carguemos estas focas hasta tierra. —Los hombres empezaron a hacer agujeros en los cuellos de las focas para meter cuerdas; los cuerpos se arrastrarían por el hielo.

Oddmar miró hacia una manada de focas que estaba un poco más allá y dijo que pensaba que debían dejar a las focas muertas donde estaban mientras iban a buscar otras.

—Es mejor meternos comida en el estómago antes. Cazar focas es un trabajo duro y nos exige toda nuestra fuerza. Además, esas focas no están tan cerca como crees.

Los demás hombres estuvieron de acuerdo con Thorvard y pronto se encontraron tirando de los cuerpos de las focas hacia la costa. Thorvard miró hacia la explanada esperando ver a los islandeses disponiéndose a cazar, pero seguía sin haber señales de movimiento. A Thorvard aquello le pareció raro. Sin duda los islandeses no iban a dejar pasar un tiempo perfecto para cazar focas. Prácticamente no había viento. Hacía frío, pero no tanto como para tener que preocuparse por la congelación. El cielo estaba ligeramente cubierto, cosa preferible a la luz brillante, cuando el sol se reflejaba en el hielo y cegaba. Cuando llegaron a la costa, Thorvard vio que los islandeses estaban detrás de su casa en la explanada, preparando su material. Vio a Avang, a Flosi y a Lodholt dentro del cobertizo de los barcos haciendo mazas de madera. Al parecer los islandeses estaban tan mal preparados que no habían pensado en hacer mazas. El invierno había cambiado mucho a los islandeses. Estaban más delgados que en Yule y más lentos en reaccionar. Sin duda era el resultado de las raciones escasas, pues no se habían preparado bien.

Cuando Thorvard volvió a su casa, vio que Freydis había hecho una gran cantidad de guiso de pescado. Los cazadores no perdieron el tiempo en lavarse y se comieron la comida con manos ensangrentadas, cosa que a Freydis le disgustaría, pensó Thorvard. A ella le preocupaban mucho esas cosas y había sacado cubos de agua para lavarse. Thorvard también ignoró el agua. Con esos pequeños desafíos, trataba de demostrar a Freydis que no se iba a salir siempre con la suya. Cuando se había enfrentado a la disyuntiva de tener que elegir entre complacer a su mujer o a sus cazadores, Thorvard siempre escogía a sus cazadores. Prefería no hacer nada que lo apartara de sus compañeros. Thorvard opinaba que Freydis no entendía la camaradería fácil de los hombres. Las mujeres rara vez lo hacían. Ellas no cazaban ni pescaban juntas; no sabían nada de la especial amistad entre los hombres. Trabajando como trabajaba en casa, Freydis no podía saber cómo se unían los hombres para ayudarse unos a otros. ¿Cómo podía explicar un hombre a su mujer que se sentía más satisfecho en compañía de hombres que con ella? Esto era más cierto aún en el caso de un hombre casado con una mujer como Freydis, que a menudo era presa de la rabia y de la envidia. Como único hijo de Einar Asvaldsson, Thorvard se había sentido agobiado por su madre y sus hermanas cuando era un niño. Por eso acabó escogiendo la caza antes que la agricultura, pues eso significaba estar lejos de las mujeres durante largos períodos de tiempo.

Poco después de que los cazadores acabaran de comer, volvieron al hielo. Esta vez salieron los islandeses. Thorvard acopló su ritmo al de ellos. Era evidente por sus movimientos que los islandeses estaban mucho más débiles que los groenlandeses y que necesitarían su ayuda cuando avanzaran más en el hielo. Así fue. Varios islandeses cayeron al agua y hubo que rescatarlos; una vez Solvi se hundió hasta el cuello y hubo que llevarlo de vuelta a la casa para calentarlo. Finalmente los cazadores llegaron hasta donde estaban las focas y empezaron la matanza. Esta vez los groenlandeses mataron menos focas. A menudo uno de los cazadores groenlandeses permitía que un islandés matara a su ejemplar, para que pudiera quedarse con la carne. Los islandeses podían pensar que eso se hacía para solventar viejas ofensas, pero no era el caso. En lo que respectaba a Thorvard y a los demás groenlandeses, los cazadores de focas siempre se ayudaban unos a otros en el hielo; en algunas situaciones, una mano era lo único que había entre la supervivencia y la muerte.

Al día siguiente los dos grupos volvieron a salir. Esta vez los islandeses estaban mucho más fuertes por haber comido carne fresca. Estaban más vigorosos y necesitaron menos ayuda, lo que significaba que los groenlandeses pudieron volver con más focas que el día anterior. En la tercera salida, Thorvard pensó que los islandeses estaban lo bastante fortalecidos como para disfrutar de un concurso de caza. Incluso con el préstamo de Avang, Flosi y Lodholt, sólo tenían ocho hombres que pudieran considerarse cazadores. Dos groenlandeses más, Hrollaug y Bodman, fueron con los islandeses para igualar el número por ambas partes. Cada grupo marcó su montón de focas con un arpón atado con lana de color. Al final del día de caza, cada grupo contó sus focas. El grupo de Thorvard ganó fácilmente, lo que compensó que los groenlandeses hubieran perdido en Yule. Hubo muchas bromas y rivalidades entre los dos grupos. A los islandeses no parecía importarles perder el concurso, probablemente porque con ayuda de los groenlandeses tenían muchas más focas de las que habrían tenido sin ellos. Y Thorvard estaba complacido no sólo por haber reestablecido las relaciones con los islandeses, sino por haber matado a un gran número de hembras antes de que parieran. Sus fetos podían convertirse en almohadas que eran muy buscadas por las mujeres de los señores noruegos, que las usaban como calentadores de pies. Thorvard también había oído que entre las mujeres noruegas de alta cuna estaba de moda llevar almohadas de foca abiertas por los lados de modo que podían meter las manos dentro.

Ulfar no ayudó a la caza de focas. Ni Thorvard lo esperaba, pues sabía que a Ulfar se le daba mucho mejor fabricar cosas como cuencos y tazas que cazar. Durante todo el invierno Ulfar había estado haciendo esos objetos en un torno, en la habitación más alejada de la casa del medio. Mientras los groenlandeses cazaban focas, Ulfar tenía la habitación para él solo, lo que significaba que podía sacar su tinta y su pluma y seguir registrando su visión de los hechos en el momento que quisiera.

* * *

En este momento se están cazando focas. No puedo salir sin ver nieve y hielo ensangrentados. Esto me enferma, pues me recuerda la sangre culdense vertida en las blancas arenas de Iona durante mi concepción. Es más, cuando veo los cuerpos despellejados, recuerdo la historia que me contaron de niño sobre el hijo de un pescador que fue salvado por una «selkie». Por lo que a mí respecta, los escandinavos están matando selkies, lo que los convierte en salvajes, de los que se dice que se comen unos a otros. Prefiero pasar hambre antes que comer focas; como resultado, debo llenarme la barriga con agua y sopa.

Por fin ha pasado lo peor del invierno. El pescado pronto volverá a la bahía y puedo volver a vivir en mi refugio. Sigo rezando al Señor del Cielo para pedirle fuerza con la que aguantar la rudeza de estos granjeros. Se pasan la vida haciendo bromas vulgares sobre sus cuerpos y los cuerpos de las mujeres. Parecen tener poco más en la cabeza que lascivia y se niegan a escuchar las historias de Nuestro Señor que Geirmund me dijo que les contara. He intentado muchas veces convertir a los groenlandeses a las enseñanzas de Cristo pero he adelantado poco y no he conseguido más que burlas y bromas groseras sobre mí. Por esta razón, estaré mejor solo en mi refugio, donde puedo meditar sobre Nuestro Señor en paz. Cuando el tiempo mejore, podré rezar con Mairi. Mairi ha perdido una auténtica amiga en Groa. Sé que nunca mostraré la misma caridad hacia la chica como Groa, pero haré lo que pueda por ayudarla. Con todos nosotros confinados en estos edificios, no ha habido oportunidad de rezar juntos como hicimos en verano cuando Groa vivía. Rezando con Mairi, espero encontrar dentro de mí mismo el poder para perdonarla por ser usada por el marido de otra mujer. Cuando dé a luz el hijo que lleva, necesitará tener un amigo cristiano.

* * *

Aunque el contacto entre ellos se había reanudado, ni los groenlandeses ni los islandeses hablaron de compartir un banquete de carne de foca. Los cazadores de ambos grupos estaban cansados de haber estado todo el día fuera en el hielo y no querían más que una comida rápida y un sueño largo antes de volver a cazar.

Los cazadores pasaron un día más cazando focas. Más tarde, durante el último día, el viento vino del sur y se llevó el bloque de hielo. Los groenlandeses y los islandeses consiguieron llegar a salvo a tierra con las focas, que llevaron hasta las casas para quitarles la piel. Después de que los groenlandeses acabaran de despellejar y quitar las vísceras a los cuerpos, los amontonaron en el suelo delante de la cabaña de almacenaje. Por entonces las estanterías que había dentro de la cabaña, incluido el tablón donde había yacido Groa, estaban llenas de cuerpos de focas. El aire era aún lo bastante frío tanto dentro como fuera de la cabaña como para que la carne se conservara bien.

Al día siguiente tuvo lugar un incidente que a los groenlandeses les pareció tan extraño como cualquiera de las historias que habían oído hasta entonces. Hasta cierto punto, la historia tenía que ver con Thorvard, pero era sobre todo acerca de su mujer. El incidente, que sucedió por la mañana temprano, fue tan raro que por la noche del mismo día la historia ya ocupaba las mentes de todos los escandinavos. Durante varias noches seguidas, los groenlandeses se sentaron alrededor de las chimeneas y contaron su versión de lo que había sucedido. Los relatos variaban todos en cierto modo. Algunos hombres insistían en que Freydis no llevaba nada más que una camisa bajo la capa; otros decían que no llevaba camisa ni capa, sino una túnica y calzones. Algunos decían que Thorvard no había salido para aliviarse, sino que había oído gritar a su mujer y había acudido en su ayuda. Ésta era la versión que prefería Thorvard. Aunque los cuentistas cambiaban varios detalles de la historia, cuando se trataba de la valentía de Freydis Eriksdottir, ninguno de ellos podía discutir su coraje en modo alguno. La historia, que más tarde llegó a ser conocida como El cuento de Freydis y el skraeling, era más o menos la siguiente:

* * *

A primera hora de una mañana de invierno en Vinlandia, Thorvard Einarsson salió a aliviarse. Freydis Eriksdottir también estaba fuera, pero al principio, Thorvard no la vio. Estaba detrás de la esquina de la casa, orinando. Mientras se sacudía, oyó los gritos de Freydis. Levantó la vista y vio a su mujer.

Freydis estaba contra la puerta de la cabaña de almacenaje, sujetando un cubo. Hacia ella avanzaba una criatura roja y alta que llevaba una lanza. Cuando la criatura estuvo cerca, blandió la lanza y la dirigió hacia Freydis. Ella volvió a gritar y metió la mano en el cubo para coger su cuchillo. La criatura le colocó la lanza en la garganta. Freydis dejó caer el cubo, que cayó haciendo ruido al suelo. Entonces, ante los ojos de su marido, se metió la mano en la camisa, se sacó un pecho y lo golpeó tres veces con la mano. Ante esto, la criatura bajó la lanza y retrocedió.

Thorvard empezó a gritar y se acercó corriendo a su esposa. La criatura se echó una foca muerta al hombro y empezó a correr a través de la pradera. Thorvard la persiguió, pero luego recordó que no tenía armas. Se dio la vuelta para cogerlas.

Freydis también corría por allí, con el pecho colgando y gritando: «¡Skraeling, skraeling!».

«¡Cúbrete, mujer!», dijo Thorvard. Entró en la casa y despertó a los groenlandeses. Primero despertó a Thrand Ozursson, pues era el que tenía las piernas más veloces. Mientras Thrand y los demás se armaban, Thorvard cogió su lanza y su hacha grande y salió corriendo tras el skraeling.

El skraeling no había llegado muy lejos, pues el peso de la foca le hacía ir más despacio. Thorvard pensó que mientras el skraeling llevara la carne, sería posible atraparlo. Al menos podía no perderlo de vista hasta que llegaran Thrand y los demás. Thorvard salió disparado. Sabía por los gritos de los demás groenlandeses que venían detrás de él. La pradera estaba tupida de mimbres y laurel de montaña, sobre los que había caído la nieve. Por ello Thorvard avanzaba lentamente. También iba lento el skraeling. Cuando los corredores llegaron a tierra musgosa, su velocidad aumentó ligeramente, pues había placas de hielo escurridizo. Pronto Thrand alcanzó a Thorvard.

«Ve tras él todo lo deprisa que puedas», dijo Thorvard. «Mientras tenga la carne, ¡podemos cogerlo!».

Thrand salió disparado hacia delante, disminuyendo la distancia entre él y el skraeling.

El skraeling aún tenía que alcanzar el bosque. Si darse la vuelta, dejó caer la foca. Por entonces Thrand estaba a una distancia en que podía alcanzarlo y le arrojó el hacha. El golpe no fue suficiente para matarlo, pero alcanzó a la criatura, que cayó al suelo. Cuando llegó Thorvard, clavó su gran hacha en el cuello del skraeling, cortándole la cabeza. Pronto llegaron los demás groenlandeses. Los hombres miraron el cadáver. Nadie tocó a la criatura, ya que al tocarla, un hombre corría el riesgo de convertirse en ella. Los hombres se quedaron mirando el cadáver durante largo tiempo sin hablar.

Finalmente, Thorvard dijo: «Así que ésta es la clase de criatura que se llevó a dos islandeses y nos obligó a Bodvar y a mí a salir a rastras de los bosques. Debo decir que está mejor formado de lo que pensaba. Siempre pensé que los skraelings eran bajos y feos, pero éste está lejos de ser feo y es más o menos de nuestro tamaño».

* * *

El skraeling era alto y bien hecho como Thrand, aunque más delgado. Al igual que los escandinavos, el skraeling llevaba calzones de piel y una túnica. Estas prendas estaban cubiertas de algo rojo, así como su piel.

—Siento curiosidad por su piel —dijo Thorvard—. Puede que bajo esa cubierta roja, su piel sea semejante de color a la nuestra. —Usando el cuchillo, rascó la cubierta roja de la mano del hombre muerto y la olió—. A menos que me equivoque, esto no es más que tierra coloreada.

Excepto Thorvard, ninguno de los demás tocaría el cadáver, ni siquiera con un cuchillo, pero estuvieron mucho tiempo a una distancia prudencial antes de volver a las casas. Durante todo el día, grupos de cuatro y cinco groenlandeses e islandeses bien armados cruzaron la pradera para echar un vistazo al cadáver. Se habló mucho de lo que había que hacer con él, si enterrarlo o cubrirlo. Al final decidieron dejar el cuerpo donde estaba, principalmente porque nadie quería tocarlo. Aquella noche los escandinavos pusieron vigías en las puertas y ordenaron a todo el mundo que durmiera con las armas al lado, pero no aparecieron más skraelings por entonces.

Cualquier versión que se contara de aquella historia iba seguida de una discusión sobre cómo se había defendido Freydis a sí misma. Una y otra vez, los hombres le preguntaron por qué se había descubierto el pecho. Que una mujer hiciera eso cuando se veía arrinconada parecía muy extraño. Se sabía que algunas mujeres, cuando las atacaban, usaban hachas y mazas si las tenía a mano, o daban patadas y arañaban. La mayoría de las mujeres lloraban y rogaban por sus vidas. Sin duda los escandinavos no habían oído hablar nunca de una mujer que tuviera el mismo valor que Freydis, ni tampoco que se descubriera el pecho.

Al principio, Thorvard admiraba tanto como los demás el valor de su mujer, pero a medida que las conversaciones continuaban, se volvió un tanto gruñón y malhumorado. Le molestaba que los demás hombres hablaran con tanta despreocupación del pecho de su mujer. A Freydis no le importaba nada. Por el contrario, estaba encantada consigo misma.

—¿Qué esperabas que hiciera? —le dijo a Thorvard—. ¿Quedarme allí para que me matara?

Durante el trascurso de las discusiones, Nagli dijo que antes de salir de Groenlandia, había oído decir a uno de los hombres de Thorfinn Karlsefni que había visto que una mujer skraeling descubría su pecho en Hop durante una batalla para evitar que la atacasen.

—Eso es muy interesante —dijo Freydis—. Pero yo nunca había oído esa historia.

—De todos modos, podías haberle oído contar la historia a alguien y haberla olvidado —insistió Thorvard. Prefería creer que el descubrimiento del pecho de una mujer era una especie de costumbre de batalla. No quería que ninguno de sus hombres pensara que su mujer era lasciva ni ligera.

Freydis pensaba que haber descubierto su pecho debía tener algo que ver con ser la hija de Erik, el Rojo. Pensó que había en su interior una ferocidad que procedía de él, una voluntad de hacer algo arriesgado cuando era necesario. Freydis pensaba que Thorvard hubiera preferido que no mostrara el pecho para poder salvarla él. Pero su padre la habría animado a enfrentarse con el skraeling. Aunque Erik se adaptó a los refinamientos que Thjodhild le había enseñado, admiraba el valor de Freydis y le había dicho a menudo que se defendiera a sí misma.

Después de este incidente, los escandinavos se mantuvieron cerca de sus casas durante varios días por si volvían a atacar los skraelings. No tenían ni idea de cuántos skraelings podían estar acechando en el bosque. Nadie salió a la espesura a cazar, lo que irritaba a los hombres, pues el tiempo había mejorado mucho y era luminoso, soleado y no muy ventoso. Después de cuatro o cinco días durante los que pasó muy poca cosa, los hombres relajaron su vigilancia. Parecía inútil permanecer dentro de las casas armados hasta los dientes cuando no había ningún enemigo con el que luchar. Al final se decidió que el skraeling estaba solo o bien formaba parte de un pequeño grupo que se había asustado. Poco a poco, el miedo a un ataque de skraelings fue desapareciendo.

Una mañana, Thorvard se llevó a unos cuantos hombres al bosque a cortar leña. Cuando pasaron por el lugar donde había estado el cadáver, vieron que estaba vacío. No había huesos ni ropas tiradas por allí como habría habido si el cadáver lo hubieran devorado los lobos, sólo una mancha de sangre color óxido. Thorvard supuso que eso significaba que uno de los suyos se había llevado al skraeling.

* * *

Los groenlandeses mataron a una criatura a la que ellos llaman skraeling por haberse llevado una foca. Fui a ver el cadáver antes de que desapareciera. Era un hombre cubierto de tierra roja. Del encuentro con el skraeling se deduce que este país alberga a mucha gente que no conocemos y es sumamente grande, pues si la tierra fuera más pequeña, habríamos encontrado antes a más skraelings. Es más, a juzgar por la dureza del invierno, estamos muy al norte. Es por tanto lógico concluir que habríamos tenido que viajar mucho más al sur para encontrar grandes números de skraelings o llegar a una tierra tan cálida como la que se dice que disfrutan los moros.

No sé en qué parte del mundo estamos. Según el dibujo que me mostró el hermano Ambrosio del mundo de Solino, si después de salir de Groenlandia hubiéramos viajado lo bastante lejos hacia el sur y hacia el oeste, habríamos acabado llegando a África, pues ese país aparecía enfrente de Europa, separado de él por un río que fluía por debajo del mar. Puedo decir sin ninguna duda que ahora mismo estamos lejos de África, pues Leifsbudir no tiene ninguna de las características de ese país tal como lo describen los eruditos. El dibujo de Solino muestra al Paraíso situado entre África y Asia, aunque más hacia un lado. Quizá la tormenta con la que nos encontramos durante el viaje hacia aquí nos llevó a un país que está al norte del Paraíso.

* * *

Llegó un momento en que Thorvard se dispuso a perseguir a las morsas cuya piel necesitaba para hacer más cuerda. Había traído consigo algo de cuerda de piel de morsa, pero ahora necesitaba más para el barco de Helgi, así como cuerda para comerciar con ella. Thorvard ya había apartado cuerda para aparejar el nuevo barco de los groenlandeses y pensaba que podía cumplir su parte del acuerdo fácilmente. Helgi Egilsson aún tenía que ir a buscar madera de roble para su barco, por no hablar de empezar a montarlo. Cuando Helgi consiguiera la madera, Thorvard esperaba haber matado morsas suficientes no sólo para proveer el barco de los islandeses y proporcionar la cuerda y el marfil para comerciar que había prometido a cambio de Mairi, sino para proporcionarse a sí mismo y a Freydis cuerda y marfil para venderlo en Noruega.

Tan pronto como los bloques de hielo despejaron la bahía, Thorvard empezó a ir en bote de remos a las islas y los islotes. Vio algunas morsas en placas de hielo que iban a la deriva hacia la costa de Marklandia. Eso significaba que haría falta un barco, pues los botes sólo servían para cazar cerca. El barco en el que estaba pensando Thorvard no era el Vinlandia, sino el nuevo que habían construido Hauk y sus hombres. Thorvard esperaba encontrar morsas después de navegar un día o dos desde Leifsbudir y pensó que una expedición así sería una buena forma de estrenar el nuevo barco sin tener que ir muy lejos.

En los días de buen tiempo, Hauk y sus hombres volvieron a la cala a terminar el mástil y a hacer lo que el noruego llamó los últimos ajustes en el barco de los groenlandeses. Thorvard, cuando vio a los constructores que se iban a trabajar por las mañanas, los siguió a la cala para ver si podía acelerar el trabajo. Por lo que pudo ver, sólo faltaba por hacer el aparejo y la vela; Hauk había tallado el remo timón y varias piezas durante el invierno y sus hombres habían tallado los remos. Cuando Thorvard preguntó cuándo estaría listo el barco, Hauk contestó que muchos barcos fallaban por botarlos antes de que estuvieran listos y que no tenía la menor intención de cometer ese error.

Durante el invierno, Freydis había acabado de tejer los largos de tejido necesarios para la vela y los había cosido. Cuando la tierra estuvo lo bastante seca, la vela se extendería sobre la explanada y se cubriría con una mezcla de grasa y corteza hervida para hacerla impermeable. Freydis había visto hacer aquello a Thjodhild en Brattahlid, cuando su madrastra estaba haciendo la vela para el Vinlandia. Thorvard no quería esperar hasta que la tierra se secara y pidió a Freydis que lo hiciera dentro de la casa del medio, pero Freydis dijo que prefería hacerlo fuera.

—Es una tarea que produce mal olor —dijo—. Además, hasta que Hauk acabe el barco, no hay prisa. Cuando diga que nuestro barco está listo, engrasaré la vela fuera.

Desde que se había reanudado el trabajo en el barco nuevo, Freydis no había ido a la cala más que una vez para medir la longitud del mástil. Hauk apenas le había hablado. Ni había ido al cobertizo del telar, aunque Freydis volvía a estar allí trabajando durante el día. Por entonces el ganado había vuelto a la pradera, donde pastaba en hierba vieja que aparecía entre pegotes de nieve. El forraje en la pradera era escaso, ya que era demasiado pronto para que aparecieran nuevos brotes, pero era mejor que la mezcla de hojas y ramillas que los esclavos de Freydis habían conseguido recoger para que los animales pasaran el invierno. El cobertizo del telar se había limpiado y aireado a fondo. Ahora el humo de leña superaba al olor del estiércol. Freydis usaba el cobertizo sobre todo para tejer durante el día; había empezado la segunda vela. Por la noche prefería dormir en el compartimento de la última casa cerca de los demás, por si Groa caminara de noche o el skraeling volviera en forma de fantasma.

La principal razón de Freydis para no apresurarse en engrasar la vela era que esperaba que Hauk fuera al cobertizo, como había hecho antes de Yule. No tenía ninguna intención de entregar la vela, como había hecho Thorvard con la cuerda, antes de que se la pidieran. Había trabajado mucho en la vela y no quería que su valor disminuyera de manera alguna. Freydis había decidido hacía mucho tiempo ignorar la manera despreciativa en que Hauk había tratado a su marido en Yule, ya que, como los demás, el noruego estaba borracho. En su borrachera, podía haber considerado su repentina partida de la reunión de Yule como un desaire más que como una invitación. Pero aunque hubiera sido así, ¿por qué ahora Hauk evitaba el cobertizo? ¿No sabía que Hauk estaba fuera todo el día en el bote? Freydis confiaba que, como Thorvard urgía al noruego a que acabara el barco, antes o después Hauk aparecería en su puerta.

Con respecto a Thorvard, a él le parecía que el barco estaba listo, y que las tareas que Hauk y sus hombres estaban haciendo eran tan menores que sería mucho mejor comprobar cómo entraba en el agua el barco por primera vez, para hacer luego los ajustes que fueran necesarios. Cuando Thorvard le dio su opinión al noruego, Hauk lo miró de arriba abajo y dijo que un cazador no podía conocer los detalles de la construcción de un barco y que él le diría a Thorvard cuándo estaba acabado el barco y no antes. Esta respuesta molestó a Thorvard, pues cada día que pasaba las morsas estaban más cerca de volver al norte; como las focas, las morsas seguían los bloques de hielo, aunque más lentamente, a lo largo de la costa. Thorvard decidió entonces probar suerte con los Egilsson.

Al cruzar la explanada vio a los hermanos sentados en un banco, en el lado sur de la casa. En aquel momento, el sol del invierno tardío brillaba lo bastante para que la gente se calentara fuera si encontraba un lugar protegido del viento. A pesar de que los groenlandeses habían ayudado a los islandeses a cazar focas, las relaciones no eran tan cordiales como habían sido antes de Yule. Ninguno de los dos Egilsson pidieron a Thorvard que se sentara. Thorvard no esperó que le ofrecieran ningún refrigerio, pues sabía que los islandeses tenían menos comida que los groenlandeses, pero esperaba que le hubieran ofrecido un asiento. Thorvard se quedó de pie a un lado mientras Helgi le preguntaba el motivo de su visita. Thorvard dijo a los hermanos que quería usar el nuevo barco para salir a una expedición de caza de morsas. Su mujer había terminado la vela y él había aportado la cuerda para el aparejo. En otras palabras, Freydis y él habían cumplido su parte del acuerdo y ahora quería que los islandeses cumplieran la suya. Thorvard dijo que quería que insistieran a Hauk para que botara el barco y así poder probarlo.

—Hasta un hombre paciente como yo se cansa de esperar.

Helgi le dijo a Thorvard que precisamente aquella mañana Hauk les había dicho que faltaba algo de tiempo para que el barco estuviera listo.

—En cualquier caso, es demasiado pronto para hacer una expedición así —continuó Helgi—. Puedes ver por ti mismo que el bloque de hielo sigue junto a la costa. Mientras esté ahí, es peligroso botar un barco, pues el viento puede empujar el hielo hacia el barco en cualquier momento.

Thorvard sabía por experiencia que cuando había hielo, había peligro. No necesitaba que Helgi se lo dijera. Era cierto que el bloque de hielo aún estaba cerca. Podía verlo tan bien como Helgi, por no hablar de las placas de hielo que flotaban por aquí y por allá en la bahía. Pero para un groenlandés, el agua que había alrededor de Leifsbudir parecía notablemente libre de hielo para esa época del año.

—En Groenlandia vamos a la caza de la morsa cuando hay mucho más hielo del que tenemos aquí —dijo Thorvard. Solía ir a Northsetur a bordo del barco de Arne Loftsson antes de ese tiempo. A veces también había ido Evyind—. Nosotros los groenlandeses sabemos cómo trabajar con el hielo. Si fuera de otra forma, vosotros los islandeses no tendríais cuerda ni marfil para el comercio con los francos.

—Es posible —dijo Helgi—. Cada hombre tiene su manera de ganarse la vida.

—Al hacerlo, algunos de nosotros corremos más riesgos que otros.

—Tus riesgos no nos preocupan —dijo Helgi—. En lo que a mí respecta, nosotros cumplimos nuestra parte del trato al construir el barco.

Durante esta conversación, Finnbogi había estado sentado con las piernas estiradas y los ojos cerrados hacia el sol. En ese momento se puso más alerta, bostezando y doblando las rodillas antes de hablar.

—Antes de que vayas a cazar morsas —dijo—, debes considerar la situación respecto a tu mujer.

—Mi mujer me deja a mí los asuntos de caza —dijo Thorvard.

—No estoy hablando de caza, al menos no de la clase de caza que hablas tú. ¿No lo has oído? —dijo Finnbogi—. Cuando un hombre vuelve la espalda, a su mujer la empujan a la cama.

Finnbogi guiñó un ojo a Thorvard, y luego le enseñó su diente ennegrecido.

—A menos que me equivoque, estás calumniando a mi mujer —dijo Thorvard.

Si el zapato se ajusta, póntelo —dijo Finnbogi—. Te lo digo de hombre a hombre: por razones que van más allá de mi comprensión, hay alguien entre nosotros a quien le gusta tu mujer.

Thorvard rara vez se encontraba con un hombre que no le gustara. Cuando le ocurría, podía considerarlo como un fallo propio. En ese momento, el disgusto que sentía hacia Finnbogi se convirtió en franco odio. Thorvard no era un hombre de mal carácter, pero se sintió tentado de desafiar a Finnbogi a una pelea o a tragarse su calumnia. Lo que disuadió a Thorvard de desafiarlo fue la posibilidad de que hubiera algo detrás de la insinuación de Finnbogi que él no hubiera advertido. Si así era, debería descubrir lo que ocurría. De otro modo, corría el riesgo de hacer el ridículo. Thorvard dejó a los Egilsson y fue en busca de su mujer.

Freydis estaba donde él esperaba encontrarla, en el cobertizo del telar.

Thorvard entró y dijo:

—Será mejor que te sientes. Tenemos que hablar de asuntos importantes.

Por una vez, Freydis hizo lo que su marido le decía. Dejó la lanzadera y se sentó a un lado de la chimenea, con Thorvard al otro lado.

Freydis miró a su marido.

—Está claro que algo te ha alterado mucho.

Cuando un hombre vuelve la espalda, a su mujer la empujan a la cama.

—¿Qué se supone que quiere decir eso? —preguntó Freydis.

—Finnbogi Egilsson me ha dicho que le gustas a uno de sus hombres.

—Eso no es nada raro —dijo Freydis—. En un lugar como éste, donde los hombres están lejos de sus mujeres, puede gustarles cualquier mujer que esté a mano.

—Sobre todo una mujer que se descubre el pecho.

—Ese comentario es tan insensato que será mejor que lo ignore. Te aconsejo que ignores también la insensatez de Finnbogi. Su comentario es una calumnia.

—No estoy dispuesto a pasar por alto la calumnia de otro hombre contra la reputación de mi mujer sin vengarla —dijo Thorvard.

—Como el comentario se hizo sobre mí, yo debería tener algo que decir sobre el asunto. Mi opinión es que te olvides de vengar el comentario. Si buscas satisfacción, le darás a Finnbogi lo que quiere. Está claro que desea crear problemas entre nosotros. Todo el mundo sabe que, cuando más débil es el enemigo, más fácil es aprovecharse de él.

—Nunca me ha importado mucho Finnbogi Egilsson, pero hasta ahora nunca lo había considerado un enemigo.

—Por lo que a mí respecta, Finnbogi Egilsson siempre ha sido un enemigo —dijo Freydis—. Si crees su falsa acusación, te estás poniendo en sus manos.

—Puede ser como dices, pero sigo teniendo que enfrentarme a la decisión de ir o no a cazar morsas, dejando sola a mi mujer con un grupo de islandeses cerca.

—Sabes mejor que nadie cuántas veces me he quedado sola —dijo Freydis—. Estoy segura de que puedo arreglármelas con los islandeses sin ti. La cuestión es: ¿cómo es que estuviste hablando con Finnbogi Egilsson?

—Fui a su casa a pedirles permiso para usar el nuevo barco para ir a cazar morsas.

Freydis rara vez dejaba pasar la oportunidad de sentirse ofendida.

—Una vez más has hablado con los Egilsson sin contar conmigo. Eres un insensato, Thorvard Einarsson, y mereces que te engañe.

—No he llegado a ningún acuerdo con los Egilsson. Sólo quería pedirles que le dijeran a Hauk que botara nuestro barco para poder llevármelo a cazar morsas.

—¿Y qué dijeron?

—Helgi dijo que el barco no está listo y que aunque lo estuviera, no dejaría que se usara para la expedición. No quiere que se bote mientras haya bloques de hielo junto a la costa.

—¿Les has recordado que no es su barco? Deberías haberme dicho a dónde ibas. Le habría dejado bien claro a Helgi quién puede hablar de lo que se puede hacer con nuestro barco. Cuando hay que hablar con gente tan altiva como los Egilsson, necesitas a alguien como yo que les ponga las cosas claras.

—Yo les dejé las cosas claras —dijo Thorvard—. En cualquier caso, ya está todo dicho. Está claro que tendré que coger el barco de tu hermano si quiero salir ya en busca de las morsas.

—Aunque nuestro barco estuviera en el agua, me parece más sensato coger un barco que Evyind está acostumbrado a manejar que uno que aún no se ha probado —dijo Freydis—. Habrá mucho tiempo para acostumbrarnos a nuestro nuevo barco después de que las focas se hayan ido y el verano ya esté aquí.

Poco después, Thorvard, Evyind y una tripulación de groenlandeses sacaron el Vinlandia de su cobertizo de invierno. La quilla se untó de grasa de oca y el barco fue arrastrado sobre rollos hasta el mar. Mientras Evyind se ocupaba de colocar el mástil y el aparejo, Thorvard empezó a decidir quién iría a la expedición. Teit tendría que ir, por supuesto, ya que Evyind siempre tenía a su hijo cerca. Además de Evyind y Teit, Thorvard escogió a otros diez: los gemelos de Gardar y dos de sus primos, así como Falgeir, Bodvar, Glam, Asmund, Hrollaug y Bodman, con lo que en tierra quedaban veinte groenlandeses, incluyendo a los esclavos. Después de cuatro días de preparativos durante los cuales Freydis reunió provisiones y los hombres dispusieron sus equipos, los cazadores estuvieron dispuestos a marchar.

Thorvard y sus hombres salieron a la luz del día. Con los fríos vientos del oeste esperaban ir deprisa aunque remolcaran dos botes. Mientras los groenlandeses observaban desde tierra, el Vinlandia salió de la bahía. Pronto los cazadores hubieron rodeado el cabo y estuvieron fuera de la vista de Leifsbudir, dirigiéndose hacia el sudoeste, alejándose del bloque de hielo. Excepto algunas placas de hielo que flotaban por aquí y por allá, el agua estaba tan clara como el cielo. El viento era vivo. A media tarde los cazadores habían llegado al lugar donde el agua se estrechaba en dirección a Marklandia. A veces pasaba una morsa flotando sobre una placa de hielo. Los groenlandeses no perdieron tiempo cazando esas morsas que pasaban; estaban buscando una manada en tierra. Se arrió la vela para que el barco pudiera cruzar a la orilla opuesta. Durante la travesía los cazadores vieron varias morsas nadando. Cuando llegaron a Marklandia, pudieron oír a los machos aullando desde las rocas. Por entonces ya estaba demasiado oscuro para cazar con seguridad. Los groenlandeses anclaron y se dispusieron a pasar la noche.

Por la mañana, los groenlandeses se despertaron y vieron una gran mancha marrón grisácea donde una gran manada de morsas se habían tumbado sobre las rocas. Evyind aconsejó no acercar demasiado el Vinlandia, pues entre el barco y la costa podía haber rocas y escollos. Por lo tanto, el barco se quedó donde estaba. Nadie se lo discutió; tenían la mente puesta en la caza. Y confiaban en el juicio de Evyind; después de todo, si habían sobrevivido a la difícil travesía había sido gracias a la habilidad del timonel. Los hombres reunieron rápidamente sus equipos de caza en los botes y remaron hacia la costa. Evyind se quedó a bordo del barco. Pero Teit bajó a tierra, ansioso por saber lo que se experimentaba cazando morsas.

Había más de cien morsas en la manada, de las cuales unas veinte eran machos. Los cazadores sabían que una vez que empezara la matanza, las morsas se lanzarían al agua. Thorvard dijo a sus hombres que remaran hacia ambos lados de la manada y tras subir los botes a tierra, que se acercaran de frente a las morsas. Al matar a las morsas más cerca del agua, las de detrás tendrían más difícil escapar hacia el mar. Era un trabajo peligroso; cuando se excitaban, los machos se volvían muy agresivos. A muchos cazadores les habían clavado los colmillos tras ser arrojados al suelo por un macho furioso. Dos hombres escogían una morsa y se quedaban junto a ella hasta que moría. Golpeaban a la morsa con una maza hasta atontarla antes de cortarle la cabeza con un hacha.

Los hombres abandonaron los botes y vadearon el agua. Empezó la matanza. Una por una las morsas fueron cayendo bajo las mazas y las hachas. Antes de que el sol estuviera en la mitad del cielo, los cazadores habían matado más de sesenta morsas. El resto había escapado al agua y se habían marchado nadando. La playa estaba cubierta de cuerpos ensangrentados y cachorros abandonados que los escandinavos no se preocuparon de matar; por entonces no les servían de nada. Las morsas fueron despellejadas allí mismo y sus pieles se arrojaron a un montón. El corazón y el hígado se cortaron y comieron en el mismo lugar; eran órganos tan grandes que había mucho más de lo que los cazadores podían comer. Por entonces las túnicas de los hombres estaban enrojecidas y grasientas; el agua poco profunda rebosaba de sangre y de grasa. Después de despellejar a las morsas, les cortaron los colmillos. El marfil y las pieles se cargaron inmediatamente en el barco. La grasa se dejó donde estaba; los groenlandeses ya tenían una gran cantidad de aceite de foca en Leifsbudir. Thorvard no deseaba llenar el barco y los botes con grasa de morsa cuando era mejor reservar el espacio para las pieles y el marfil. Con las muertes de la mañana, Thorvard supuso que podría haber cuerda suficiente para proporcionar la cantidad acordada con los Egilsson. A partir de ese momento, cualquier morsa que mataran podía usarse para sus propias transacciones o las de sus hombres. Los groenlandeses estaban satisfechos. Estaban tan cansados y doloridos por los esfuerzos que habían hecho por la mañana que en cuanto llegaron al barco, se metieron en sus sacos de piel de oveja y se durmieron.

Por la tarde, el viento seguía estando a su favor y el tiempo permanecía claro. Se alzó el ancla y el Vinlandia navegó más hacia el sur a lo largo de la costa de Marklandia. Los groenlandeses no habían llegado aún muy lejos cuando apareció otra manada de morsas en tierra. De nuevo se echó el ancla a cierta distancia de la costa para evitar escollos y los hombres fueron a tierra. Esta manada era mucho más pequeña que la primera, más o menos la mitad de pequeña. La caza no fue tan bien como la de la mañana, sobre todo porque la línea de la costa era demasiado pendiente para trabajar a pie, por lo que los hombres tuvieron que trabajar desde los botes. Otro inconveniente era que había aparecido una brisa ligera que iba hacia las morsas. Algunos machos sintieron el olor de los cazadores y escaparon antes de que empezara la caza. A pesar de todo esto, cuando acabó la matanza, los hombres tenían treinta morsas como premio de su esfuerzo. Después de haberles retirado la piel y los colmillos, los hombres cazaron las morsas repartidas por las placas de hielo. Para este tipo de caza Thorvard usaba arpones de doble filo con los que, después de haber atontado a las morsas con las mazas, arrastraban los cuerpos hasta la costa. De este modo los cazadores mataron a doce más. De nuevo los hombres comieron los corazones e hígados que quisieron y dejaron los cuerpos en tierra. Aquella noche los cazadores fueron a dormir sabiendo que habían matado más de cien morsas sin que ninguno de ellos tuviera ni un rasguño.

Durante la noche el viento cambió sus suertes. Al principio, el cambio del viento fue imperceptible. Aumentó tan lentamente que ninguno de los hombres se despertó. Estaban acostumbrados al balanceo rítmico del barco, al crujido del aparejo. Pero a medida que aumentaba el viento, agitando la vela y los estayes, Evyind se levantó y echó un vistazo. Después despertó a Thorvard.

—El viento es del Noreste —dijo Evyind—. Lo que significa que va a venir mal tiempo.

Por suerte la luna estaba llena y brillante, lo que permitió a los hombres tener una visión clara de lo que estaba pasando. Vieron que las placas de hielo se habían trasladado rápidamente hacia ellos desde el norte y se estaban acumulando alrededor del barco.

—No sé qué hacer —dijo Evyind—, si llevar el barco remando hasta cerca de la costa, o dejarlo donde está.

Thorvard dio una vuelta para mirar hacia el hielo en todas las direcciones. Por entonces quedaba muy poca agua libre. Thorvard pensó que al haber anclado tan lejos, la decisión ya se había tomado.

—Me parece que estamos atrapados —dijo.

—Aún hay cierta posibilidad de movimiento —dijo Evyind—, pero creo que debemos quedarnos donde estamos. Aunque podamos liberarnos del hielo, dudo que podamos acercar el barco a la costa sin arriesgarnos a golpear una roca y quedarnos sin quilla. Será mejor que esperemos a que el viento cambie y despeje el hielo. Mientras tanto podemos soltar los botes. Si el viento empeora, los botes tirarán más del barco.

Las pieles y el marfil de la última caza estaban aún en uno de los botes; los hombres estaban demasiado cansados la noche anterior para subirlos a bordo. Thorvard quería pasar la carga al Vinlandia, pero Evyind le aconsejó que no lo hiciera y le dijo que el bote permanecería más cerca del barco si tenía dentro una carga. Eso resultó ser el segundo error de Evyind. No había tenido en cuenta el modo en que la corriente estaba moviendo el hielo. Thorvard cortó los cabos y los botes se alejaron lentamente. Por entonces todos los demás ya estaban despiertos; juntos recogieron la vela y desmontaron el mástil. Después de eso ningún hombre trató de dormir, sabiendo el peligro en el que se encontraba el barco. En lugar de ello se quedaron sentados con las piernas metidas en los sacos de dormir, espalda contra espalda, bien envueltos en sus capas. El viejo barco ya no se balanceaba, sino que crujía y se quejaba a medida que el hielo iba atrapándolo. Cada vez que uno de los hombres se ponía de pie para mirar, veía que el barco estaba sólidamente incrustado en el hielo iluminado por la luna. Incluso las estrechas grietas se habían cerrado.

—Puede que tengamos que ir andando a tierra —comentó Thorvard tanto para sí mismo como para los demás. Los hombres ya sabían que tendrían que abandonar el Vinlandia; uno no se podía fiar de que un barco atrapado así en un bloque de hielo se mantuviera de una pieza.

Hacia el amanecer, cuando el viento se intensificó, resonando y chirriando, el barco empezó a estremecerse cuando las tracas cedieron a la presión del hielo. Thorvard aconsejó a sus hombres que se llevaran con ellos todo lo que pudieran acarrear, incluidos los arcones y los remos.

Los hombres se movieron tan rápido como pudieron, azotados por el viento, recogieron sus sacos de dormir y sus provisiones y ataron las pieles y el marfil de las morsas para llevárselos. Enrollaron la vela y soltaron los aparejos. No sabían si quitar o no el palo del mástil. Al final lo dejaron donde estaba. Pusieron los arcones sobre el hielo para recoger agua. Después de haber hecho todo esto, los hombres se pusieron en marcha, de espaldas al viento, cargando sus cosas. Detrás de ellos el viejo barco hacía fuertes ruidos, como los de un hacha cuando se clava profundamente en la madera. Los ruidos quedaban sofocados por el viento desgarrador y por las túnicas de los hombres, que les golpeaban las orejas. Cuando los hombres llegaron finalmente a tierra, se metieron en los sacos de dormir entre las rocas y se echaron la vela por encima. Hasta entonces había caído poca lluvia, sólo ráfagas de aguanieve de vez en cuando.

El viento siguió soplando todo aquel día y el siguiente sin cambiar. A través del cielo muy nublado, los hombres podían ver la blanca bola borrosa del sol. De ese modo podían saber el paso de los días. A mitad de la segunda tarde, Thorvard se llevó a Bodvar, a Hrollaug, a Oddmar y a Gisli y recuperaron las mercancías del hielo. Cuando pasaron junto al Vinlandia de camino hacia los arcones, los hombres vieron el viejo barco escorado hacia un lado, con el tajamar de proa apuntando hacia arriba y las tracas aplastadas como un cinturón de madera astillada. Pero la quilla permanecía firme; era la madera original cortada en los bosques de Noruega en los días en que había cantidad de grandes robles. Thorvard lamentaba no haber quitando antes el palo del mástil. Ahora era demasiado arriesgado subir a bordo.

Thorvard trató de no pensar en lo que dirían Leif o Freydis cuando oyeran la mala noticia. Había estado en suficientes situaciones complicadas como para saber que pensar con demasiada antelación, sobre todo acerca de algo que no se puede cambiar, nublaba tu entendimiento e impedía pensar en lo más inmediato. Lo que importaba ahora era tener a su tripulación y el cargamento en tierra. Oteó el hielo en busca de los botes. No había señales del bote que contenía las pieles y el marfil de la segunda partida de caza. Al parecer se había hundido por su propio peso. El bote vacío permanecía en el hielo, no muy lejos del barco, tan ligero como una cesta tejida de hierba. Thorvard llamó a los demás para que lo ayudaran a recoger el bote y los arcones. Cuando hubieron hecho esto, los groenlandeses llevaron el resto de sus materiales a la costa de Marklandia y colocaron el bote y los arcones en un círculo para protegerse del viento. Durante los tres días siguientes la galerna continuó. La cubierta de nubes se espesó, escondiendo el sol de modo que los cazadores no sabían si la noche estaba cerca o no. Sin el sol, Thorvard no podía saber cuántas muescas hacer en su calendario de palo. Los hombres estaban tan helados y atontados cuando se amodorraban que para ellos el tiempo podía haberse detenido. Thorvard los animó a cortar grasa y carne de los cuerpos helados. Dos veces los groenlandeses salieron a cazar todas las crías de morsa que pudieron. Antes de cortarles el corazón y el hígado, los hombres se calentaban las manos manteniéndolas dentro del cuerpo. Habían traído con ellos un brasero, pero hacía demasiado viento para que pudieran encender un fuego.

Luego llegó la lluvia. Durante tres días, sobre los groenlandeses cayó una lluvia helada que los atacaba desde todas partes, de modo que ninguno podía permanecer seco ni caliente. De un modo u otro la lluvia encontraba cualquier abertura en su ropa, cualquier fragmento de piel no cubierta. Las fuertes lluvias impidieron que Teit alimentara el brasero con grasa de morsa. Como resultado, los rescoldos se apagaron. Aunque los hombres sintieron quedarse sin fuego, nadie culpó a Teit. Aunque hubiera conseguido alimentar el fuego, la lluvia habría acabado por extinguirlo. Los hombres permanecían por turnos debajo del bote. Diez hombres apretujados podían yacer debajo con la vela extendida encima, lo que significaba que tres hombres se quedaban a descubierto. Expuestos como estaban, el cabello y la barba de los hombres se heló, así como las cejas y los pelos de la nariz. Sus capas congeladas se volvieron tan rígidas como tiendas de campaña, por lo que los hombres parecían más grandes de lo que eran, y cuando se movían, daban la impresión de ser un desfile de gigantes de hielo, esas criaturas mitológicas que habitaban la tierra cuando se creó el mundo.

Nueve días después de que los hombres partieran de Leifsbudir, la tormenta cesó. El décimo día, Thorvard se despertó temprano. Le había tocado pasar la noche fuera del bote, lo que significaba que apenas había dormido y se dio cuenta de que el tiempo cambiaba. El cese del viento también alertó a Evyind y a Falgeir, que estaban fuera del refugio formado por el bote y la vela. Cuando Thorvard, Evyind y Falgeir se pusieron de pie, sus túnicas crujieron, pues les había llovido encima y por la noche se habían congelado. La lluvia cesó. Mientras su orina echaba vapor en el aire helado, los hombres contemplaron el cielo hacia el este; amanecía y el sol todavía no había salido del todo. Cuando miraron hacia el hielo, los hombres vieron el Vinlandia completamente congelado. Tanto el tajamar de proa como el de popa eran visibles, atrapados en el hielo. Esto era una buena señal; a pesar de las fuertes lluvias, el hielo no se estaba deshaciendo y se podía cruzar con seguridad.

Ahora que la tormenta había pasado, los groenlandeses se enfrentaban a la decisión de permanecer en la costa rocosa de Marklandia o caminar por el hielo hasta Vinlandia. Bodman, Hrollaug y Glam querían permanecer donde estaban. Creían que sería una locura arriesgarse a cruzar el hielo. Era mucho más prudente quedarse donde estaban hasta que el bloque de hielo se desplazara hacia el norte. Los demás cazadores no estaban de acuerdo. Señalaron que el bloque de hielo podía no moverse en mucho tiempo. ¿Por qué iban a permanecer en un lugar inhóspito cuando se estaba mucho mejor en la orilla opuesta? Thorvard les recordó que ésa era la época en que los osos blancos iban hacia el sur por el hielo. Con el número de cuerpos de morsas que tenían allí, era cuestión de tiempo que un oso blanco que buscara carne se abriera paso hasta aquella costa. Aunque Thorvard había matado osos blancos en Northsetur, siempre había usado trampas. De todos los animales que había cazado Thorvard, el oso blanco era el único al que temía.

—Si nos encuentra un oso blanco —dijo—, acabará con varios de nosotros antes de que podamos abatirlo.

—Es un riesgo que tendremos que correr —dijo Glam—. Creo que debemos quedarnos aquí donde estamos y seguir cazando focas. Así podremos recuperar las pieles y el marfil perdidos en la tormenta.

—Aunque vengan por aquí más morsas después de que se abra el hielo, sólo tenemos un bote —dijo Falgeir—. Si nos metemos trece, además de nuestras cosas en el barco, tendremos que dejar las pieles y el marfil que consigamos.

—Podemos hacer el viaje varias veces hasta que lo recojamos todo —dijo Glam.

Esta posibilidad fue inmediatamente rechazada pues la costa opuesta estaba lo bastante lejos como para que remar hasta ella fuera agotador. Nadie quería cruzar más de una vez después de que el hielo desapareciese.

—Como las morsas no pueden cazarse cuando el agua esté libre, no veo ninguna razón para quedarnos donde estamos —dijo Thorvard—. Creo que será mejor que carguemos nuestro marfil y equipo en el bote y lo remolquemos por el hielo. Podemos atar las pieles con cuerdas y tirar de ellas. —Thorvard miró hacia la costa opuesta—. Sin remolcar nada, podemos llegar a la costa opuesta en un día, dos como mucho. Con cargamento, probablemente tardemos tres o cuatro. Una vez estemos al otro lado, podemos llegar tranquilamente hasta Leifsbudir abriéndonos paso a lo largo de la costa a medida que el hielo se vaya derritiendo.

Thorvard no dijo nada más de momento. No quería obligar a sus hombres a hacer nada en contra de su voluntad, pues sabía que los peligros a los que se enfrentaban los convertía en iguales en el hielo. Cada hombre dio su opinión antes de que los cazadores acordaran que la mejor manera de actuar era la que había aconsejado Thorvard.

Los groenlandeses comieron más carne de morsa y se prepararon. Thorvard dijo que debían hacer cuatro arneses con el aparejo que habían traído a tierra y atarlos al bote. De ese modo podrían tirar del barco más fácilmente por el hielo. Remolcar el bote requeriría un esfuerzo ímprobo. No era cosa de dejar atrás el bote. Ninguno estaba dispuesto a abandonar algo tan valioso, pues a ningún escandinavo le gusta no tener alguna nave al alcance de la mano. Mientras se hacían los arneses, llevaron el bote hasta el hielo, cargado con el marfil y el equipo y cubierto con la vela. Gran parte del equipo restante se puso en los arcones, que se ataron para poder arrastrarlos. Se cortaron agujeros en las pieles para poder tirar de ellas con cuerdas. Las pieles y los remos del barco arrastrarían a los que no estaban tirando del bote o empujándolo. Thorvard escogió a los hombres más fuertes para que se pusieran los arneses: Falgeir, Hrollaug, Bodman y Glam. Evyind y Teit empujarían desde atrás. Los cuatro hombres fueron atados al bote. Gruñendo a causa del esfuerzo, se doblaron hacia delante y trataron de tirar de la carga a través del hielo irregular. Después de mucho tirar y empujar, el bote llegó a una extensión de hielo más liso, donde era más fácil avanzar, aunque no por mucho tiempo. El hielo volvió a ser irregular y los hombres fueron más despacio. Los que tiraban empezaron a tropezar por el cansancio que les provocaba hacer avanzar el bote sobre jorobas de hielo. Fueron sustituidos por otros cuatro, Thorvard entre ellos. Los sustitutos consiguieron superar unas cuantas jorobas y llegar a hielo más liso. En cuanto lo cruzaron, los que tiraban llegaron a una gran cresta de hielo. Allí fue necesaria la ayuda de todos los hombres para hacer pasar el bote por encima. Después de aquello, los escandinavos se detuvieron para descansar.

—No creo que esto funcione —dijo Evyind. Como era el mayor, no se había atado para tirar del bote, sino que empujaba desde atrás con Teit—. Es demasiado duro para los que tiran, por no hablar del bote. Sería mejor que descargáramos la mitad del equipo y volviéramos más tarde a por él, ya que si seguimos como hasta ahora, acabaremos rompiendo las tracas.

Thorvard no quería hacer eso, pues a medida que avanzaba el día, el sol debilitaría el hielo hasta el punto de que sería peligroso volver a por una segunda carga. Pero aceptó las opiniones de los que estaban de acuerdo con lo que había dicho Evyind. Se dejaron los arcones sobre el hielo, así como los remos del barco. Algunas de las morsas heladas que habían traído como comida también se apartaron. Una vez más los hombres que tiraban emprendieron la marcha. Ahora que el bote era la mitad de pesado que antes, los hombres tiraron mucho mejor, ya que el bote podía levantarse sobre hielo desigual con mucha mayor facilidad. Pero a medida que los hombres avanzaban, el número de crestas de hielo aumentó y había menos extensiones de hielo plano en medio. A principios del invierno, durante la congelación, las placas de hielo chocaban y los bordes se forzaban en ángulos sobre los que había nevado muchas veces. Como resultado, Thorvard y sus hombres se veían rodeados de un paisaje de crestas y huecos. Grandes bloques de hielo estaban repartidos por todas partes.

A mediodía los hombres seguían aún muy lejos de su destino. Se habían alejado tanto de Marklandia que no era cuestión de volver atrás. El sol estaba alto y pegaba con fuerza. Cuando los hombres se detuvieron para comer, tenían tanto calor que se quitaron las capas. Cortaron tiras de los bordes inferiores de las capas y se las ataron sobre los ojos como precaución para no cegarse con la nieve. Algunos tenían ya los ojos rojos por culpa del brillo del sol sobre la nieve. El lugar donde los escandinavos se detuvieron a descansar estaba coronado con placas de hielo poco fiable. Thorvard, que estaba sentado debajo de una de esas placas sobre un banco de nieve sintió una gota de hielo derretido en el brazo. Aquella era una señal amenazadora. Thorvard dijo a los hombres que se apresuraran a ponerse de nuevo en pie. Otra vez Falgeir, Hrollaug, Bodman y Glam cogieron sus arneses. Mientras tiraban del bote, Balki y Gisli exploraron el terreno por delante, clavando los arpones en la nieve, buscando grietas en el hielo. Como tenían los ojos parcialmente cubiertos, los que tiraban del bote no podían ver tan bien como antes y no siguieron el sendero que los exploradores habían marcado con arpones. Bodman y Hrollaug se metieron en un agujero y desaparecieron; el bote osciló levemente, arrastrado hacia abajo por el peso de sus cuerpos. Por suerte Falgeir y Glam se mantuvieron en pie. Cortando los arneses, se tumbaron en el hielo y tiraron de las cuerdas de los hombres que se ahogaban. Tras un buen rato de lucha, Bodman y Hrollaug, atragantándose y con los rostros azules, fueron subidos hasta el hielo. Tosieron agua y vomitaron la carne de morsa que se acababan de comer. Después los ayudaron a ponerse de pie y los hicieron caminar un poco mientras los demás enderezaban el bote.

Una vez más los cazadores se vieron obligados a pensar si sería prudente arrastrar tantas cosas. Parecía que, si seguían así, no conseguirían llegar a tierra tan pronto como habían pensado. Bodman y Hrollaug morirían si seguían mucho tiempo en el hielo; sin calor corporal, su ropa se congelaría. Thorvard no quería dejar el bote y las pieles de morsa atrás, ya que tanto les había costado conseguirlas. Sin el Vinlandia, era esencial que Thorvard llegara a Leifsbudir con cuerda suficiente para satisfacer las demandas de los islandeses; era difícil saber lo que los Egilsson harían con el nuevo barco si no conseguía darles lo que les había prometido a cambio de Mairi. Si el tiempo cálido continuaba, el hielo se rompería en placas y la corriente se llevaría el bote lejos de su alcance. Thorvard dijo a los hombres que el mejor plan consistía en dividirse en dos grupos; Evyind, Teit, Balki, Gisli y Glam se llevarían a tierra a Bodman y a Hrollaug, llevando con ellos la caja de yesca, los equipos de caza, los sacos de dormir, la comida seca y la grasa; los otros seis se quedarían con el bote. Los cazadores enseguida estuvieron de acuerdo con esto, ya que la alternativa era peor para Bodman y Hrollaug. En cuanto los equipos estuvieron listos, el grupo que se iba a tierra se puso en marcha, sosteniendo a los supervivientes. Después de un rato desaparecieron tras las jorobas y las crestas de hielo. Thorvard y los demás volvieron a tirar del bote, esta vez sin la vela, que habían decidido que era demasiado pesada. A Thorvard le hubiera gustado conservar la vela; quería devolver a Leif parte del Vinlandia. También le gustaba la idea de usar la vela roja y gris de Thjodhild en el nuevo barco de los groenlandeses; la vela de Freydis podía usarse para el barco de Helgi. Cuando Thorvard le dijo esto a los hombres, Falgeir respondió que era mucho mejor sustituir la vela que seguir tirando de ella.

—Tu mujer puede hacer otra —dijo Bodvar.

Hogni y Oddmar estuvieron de acuerdo. Sólo Asmund se puso del lado de Thorvard.

—Creo que Leif Eriksson apreciaría tener la vela de su madre —dijo—, ya que hemos perdido su barco.

—Un recuerdo es una baratija comparada con nuestras vidas —dijo Hogni—. No perdamos más tiempo discutiendo; dejemos la vela aquí y sigamos.

Esta vez los hombres no usaron arneses, sino que tiraron y empujaron del bote hacia la costa. Aunque era más segura, esta forma de avanzar era más lenta. Más tarde los hombres llegaron a una explanada de grueso hielo duro y decidieron dormir allí. Llevaron trozos de hielo a la explanada y los colocaron alrededor del bote para mantenerlo nivelado. Después comieron morsa congelada y nieve. Posteriormente extendieron sus sacos de dormir sobre el hielo junto al bote y se durmieron. Thorvard hizo la primera guardia para vigilar el tiempo que hacía. Cuando cayó la oscuridad, se alzó un viento desde el Sur, trayendo consigo un aire suave y perfumado. Thorvard despertó a Falgeir. Estaba empezando a sentirse soñoliento y pensó que sería mejor que vigilaran ambos el hielo. Sobre sus cabezas, pequeñas nubes se movían por delante de la luna. A su alrededor, Thorvard y Falgeir oyeron cómo el hielo crujía y se movía a medida que el viento empujaba el bloque de hielo en dirección opuesta a la costa. A medianoche, se abrió una fisura junto al bote y apareció una tira de agua oscura. Inmediatamente despertaron a los demás y les dijeron que pusieran sus sacos de dormir en el bote para mantenerlo derecho. Los hombres se colocaron alrededor del bote, haciéndolo oscilar de manera que si la fisura crecía, el bote no volcara. Pronto el agua se había ensanchado lo suficiente como para contener el bote. Por entonces las placas de hielo sobre las que se encontraban los hombres estaban en parte bajo el agua y ellos tenían los pies mojados. Los hombres subieron al bote, se quitaron las botas, se metieron en los sacos de piel de oveja y se dispusieron a dormir, satisfechos de estar tan a salvo como podían estarlo. Al amanecer los hombres despertaron y se encontraron en un estanque de agua rodeado de hielo. El viento seguía soplando con fuerza del Sur, lo que significaba que la acción más prudente que podían emprender era esperar hasta que el agua se abriera un poco más y ellos pudieran remar hasta la costa.

Los hombres permanecieron en el estanque de agua oscura durante dos días más. Durante este tiempo el viento no dejó de cambiar. Cuando soplaba del Oeste, el estanque se estrechaba cuando el hielo empujaba hacia la costa. Cuando soplaba del Sur, el hielo se movía hacia el Norte y el estanque volvía a abrirse. Cada vez que el estanque se abría, era más grande que antes, lo que significaba que la situación iba mejorando poco a poco. Una vez apareció una foca gris en el estanque, pero desapareció antes de que ninguno de los hombres pudiera matarla. Esto no supuso una gran pérdida, ya que los hombres tenían carne de morsa suficiente como para no pasar hambre. Su mayor incomodidad procedía de tener que estar tanto tiempo tumbados en sus sacos de dormir. En el sexto día el agua se había abierto lo suficiente como para que los hombres pudieran remar entre las placas de hielo flotante. De este modo, fueron acercándose poco a poco a la costa.

Los cazadores tenían la vista agudizada de tanto otear el agua y la tierra; Thorvard y sus hombres vieron a sus compañeros mucho antes de llegar a la costa. El grupo de Evyind había acampado en una playa de piedras al pie de un terraplén donde la línea del agua era recta, sin calas ni ensenadas. A medida que se acercaban, Thorvard vio humo que salía rizándose de un refugio de madera en la playa. Sobre el terraplén, la tierra era llana y con hierba hasta que empezaba el bosque. En cuanto Thorvard y sus hombres llegaron a tierra, Evyind les contó que Bodman y Hrollaug habían muerto.

—A pesar de nuestras advertencias, se tumbaron en el hielo y se negaron a levantarse. Tuvimos que llevarlos el resto del camino. El caso fue que murieron mucho antes de lo que hubieran muerto de otra forma, ya que nos costó mucho más llevarlos a tierra. Enterramos los cuerpos juntos en el extremo de la playa, bajo un montón de piedras.

»Arreglamos la tumba de madera para que pareciera un barco —continuó Evyind—, que era lo que Bodman y Hrollaug hubieran querido. Los dos habían dicho muchas veces que estaban orgullosos de navegar en el Vinlandia y que no se lo habrían perdido por nada del mundo.

Los groenlandeses decidieron quedarse donde estaban hasta que el hielo hubiera desaparecido totalmente. Había leña para el fuego a mano y abundancia de caza en el bosque. El viaje de vuelta sería arduo y largo. No sólo la corriente iría en su contra, sino que remar en un bote sobrecargado haría que el avance fuera lento.

Los hombres acamparon bajo el terraplén seis días más. Ahora que el peligro había pasado, Thorvard y sus hombres lamentaron la pérdida del Vinlandia. Cuando los hombres miraron hacia Marklandia, no había señal alguna del barco; se había hundido bajo el hielo. Thorvard a menudo caminaba a lo largo de la playa para ver si alguno de los arcones o remos abandonados en el hielo había llegado allí a la deriva. Ya había observado dónde la corriente iba a favor de la costa y cada día iba a aquella zona de la playa. De ese modo encontró tres remos, que llevó de vuelta al campamento. Además del aparejo que habían cortado, los remos eran todo lo que quedaba del barco de Leif.

Una noche, cuando los hombres yacían lado a lado en sus sacos de dormir, Asmund Gautsson les ofreció este poema:

Hecho con reyes del bosque,

Agitador de vientos y azote de olas

Cabalgaba las suaves praderas de Njord

Como un semental valioso.

Las yeguas lo preferían

Por encima de los demás corceles.

De día blanca corona

Arrojaba sus túnicas invernales

Y galopaba hacia las móviles colinas,

Se convertía en combatiente del viento

Buscador de tierras y seguidor de estrellas.

Desafiando a la espuma de serpiente y la saliva del troll,

Buscaba el lugar

Donde reluce la vela del elfo.

Ahora cambia de forma y es fantasma del mar.

Cuando el silencio del día llega a los suaves páramos,

El semental del mar se alzará de su sueño acuático.

Entonces valientes esclavos de tierra que nunca lo cabalgaron

Honrarán su grandeza con palabras.

Un día o dos después de que les dijera ese poema, Asmund recitó otro. De hecho era el nuevo poema que había recitado en Yule, con un segundo verso añadido.

Los hombres del Valhalla beben rocío de elfo

Recogido en praderas y bosques.

Aquí los guerreros construyen caballos de viento;

Las Nornas nos convierten a todos en dioses.

En Vinlandia los campos de batalla son blancos.

Los guerreros avanzan con lanzas y arpones.

Caminan sobre el techo de nieve de la Sala de Hel,

Son más grandes que las historias

Que más tarde se contarán sobre ellos.

Cuando los hombres oyeron esta segunda estrofa, les pareció que comprendían la primera de un modo distinto. Aunque los hombres estuvieran sobrios cuando la habían oído esta vez, no pensaban en sí mismos como en dioses. Encontraban más consuelo mirando atrás, hacia aquellos hombres que habían superado dificultades en el pasado, que felicitándose por lo que hacían para seguir vivos. Sólo un loco se sentiría tan satisfecho consigo mismo como para situarse a sí mismo entre los dioses. Hasta Thor necesitaba un martillo mágico para engañar a gigantes que de otro modo se lo habrían comido vivo; Thor sabía que una vez se volviera complaciente y blando, dejaría de ser dios. Era posible que los dioses tampoco se vieran a sí mismos como dioses, pero ni Thorvard ni sus cazadores pensaban en eso, excepto Asmund.

Con tanto tiempo entre las manos, Thorvard pensaba en otro inconveniente, que era su concubina. Antes de llevarse a Mairi, Thorvard nunca se había acostado con ninguna mujer más que con la suya. Por ello se había sentido muy pobre, sobre todo cuando Freydis se negaba a yacer con él como a veces hacía. Es más, de las conversaciones con otros hombres a lo largo de los años, Thorvard había llegado a creer que una concubina era más excitante en la cama que una esposa, pues eran más libres y más abiertas en ese aspecto. Su experiencia con Mairi le había demostrado que era lo contrario. Aunque Mairi no ofrecía ninguna resistencia cuando Thorvard la llevaba a la cama, tampoco mostraba ningún interés por lo que hacía. Thorvard había sido amable con Mairi, pues pensaba que la habrían tratado mal. Pensaba que su paciencia al tratarla mejoraría el placer de ella y por tanto el de él. Cuando Mairi se quedó embarazada, Thorvard pensó que el embarazo la suavizaría como había hecho con Freydis. De hecho, el estado de Mairi había tenido el efecto opuesto. Mairi se había vuelto aún más distante e inabordable, lo que obligó a Thorvard a concluir que había ofrecido más mercancías por la concubina de lo que realmente valía. Helgi debía saber que la chica no era una buena concubina y por eso estuvo dispuesto a sacarle provecho prestándola. El hecho era que Thorvard había arriesgado su vida y perdido dos hombres para proporcionar cargamento para dos hombres que eran más ricos que él. Freydis le había advertido que iba a acabar mal en sus tratos con los Egilsson. A Thorvard le dolía admitir que Freydis tenía razón una vez más. Sabía que, como ella solía acertar, él tenía la tendencia a hacer lo contrario de lo que ella le decía.

No era fácil vivir con una mujer como Freydis. No sólo quería hacer siempre su voluntad, sino que era imposible de complacer en muchos sentidos. Durante los primeros días de su matrimonio, Thorvard volvía de caza con diversos regalos para complacer a su mujer: un halcón enjaulado, la piel de un oso blanco o un peine de marfil que había tallado él mismo. Aunque pretendía que Freydis guardase el halcón para su propio entretenimiento, ella se apresuró a cambiarlo por una pieza de lino blanco. Tampoco se quedó con la piel del oso blanco, que él había traído especialmente para su cama. La cambió por un anillo de bronce y después lo regañó por no haberlo hecho él mismo. Sin duda debía saber que a una mujer casada le gustaba tener un anillo, mejor si era de oro. En cuanto al peine, lo cambió en cuanto encontró otro mejor. Pensaba que el peine era demasiado basto para ella. Freydis le había dicho muchas veces a Thorvard que si no podía tener cosas mejores, prefería no tener nada y que no le trajera regalos.

En el asunto de la casa, que era una cuestión conflictiva entre ellos, si Freydis hubiera sido menos quisquillosa, podrían haber tenido ya una casa en Gardar. El verano después de que se quemaran los postes y las vigas, Thorvard había encontrado un tronco traído por el mar que, si se cortaba adecuadamente, habría proporcionado apoyo suficiente para una casa pequeña. Freydis rechazó el tronco. Estaba torcido de mala manera, dijo, y la madera agujereada y arañada. Le dijo a Thorvard que se estaba burlando de ella si creía que iba a vivir en una casa construida con madera de calidad inferior. Dijo que prefería esperar hasta que consiguieran maderos rectos en Vinlandia.

En los primeros tiempos de su matrimonio Freydis había empezado a hablar de emprender una expedición a Leifsbudir. Decía que Thorvard había entrado en una familia de viajeros y que debía aprovecharse de ello. Freydis parecía pensar que un viaje a Leifsbudir los haría ricos a los dos de tal modo que ellos y sus hijos podrían comprar su suerte. A Thorvard esto le parecía poco probable. Había estado en tantas situaciones en las que había escapado con vida por los pelos que estaba convencido de que la suerte no se podía comprar ni ganar. Y Thorvard creía que Freydis se equivocaba al pensar que una casa lujosa la haría feliz. Pensaba que, una vez tuviera la casa, encontraría algo que desearía más.

Aunque vivir con Freydis tenía sus inconvenientes, Thorvard no lamentaba aquel matrimonio. Sabía que su mujer tenía fuerzas de las que él carecía. Era buena trabajadora, tan buena llevando una casa como una granja. Era una astuta comerciante con las mercancías que él traía de Northsetur, manejándolas de tal forma que aumentaba su valor. Otro punto en su favor era el hecho de que había tenido niños saludables y era de aspecto pulcro y aseado. Cuando se empeñaba, Freydis era animada en la cama. Su ardor lo sorprendía, sobre todo cuando se reunían después de haber estado separados mucho tiempo. Eso le hizo pensar que quizá la calumnia de Finnbogi tuviera algo de cierto. También estaba la cuestión del encuentro de Freydis con el skraeling, el modo directo en que ella había descubierto su seno. A Thorvard le parecía que la clase de mujer que mostraría su pecho delante de hombres no tendría ningún inconveniente en engañar a su marido. Pero ¿con quién iba a acostarse? Freydis mostraba una franca hostilidad hacia los islandeses. No parecía probable que fuera a escoger a uno de ellos. Pero estaba en buenos términos con Hauk, de quien Thorvard sabía que había tenido que irse de Noruega porque se había acostado con la mujer de otro hombre. Hauk había hecho todo lo que había podido para halagar a Freydis en Yule; Thorvard no estaba tan borracho como para no haberse dado cuenta de la atención que Hauk le prestaba a su mujer. Por supuesto, no había sido Hauk el que se había acostado con Freydis en Yule, sino él mismo, aunque después Freydis le había dicho que no volvería a yacer pronto con él, ya que no deseaba verse estorbada por un embarazo. Este comentario hizo pensar a Thorvard que Freydis tenía razón cuando había dicho que Finnbogi había mancillado su reputación y que sus comentarios no eran ciertos, ya que ella no quería que nadie la dejara embarazada.

En cuanto Thorvard se convenció de que Freydis nunca se arriesgaría a cometer adulterio, de nuevo volvió a pensar que lo había engañado. Luego se recordaba que cualquier mujer que se procuraba un cinturón de hierro no era probable que yaciera con cualquier hombre. A Thorvard le había ofendido que Freydis llevara ese cinturón ya que nunca la había obligado a yacer con él. Ahora se le ocurrió que Freydis podía haber querido tener el cinturón a mano, no para mantenerlo apartado a él, sino para usarlo como precaución al vivir con un gran número de hombres capaces que habían dejado a sus mujeres en Groenlandia. Freydis no había expresado ese miedo, pero podía existir de todos modos. O quizá no. Ahora que se acercaba el verano y él estaba tan lejos, Freydis podía no estar llevando el cinturón. Al cabo de pocos meses volverían a Groenlandia, lo que podía significar que le preocupaba menos quedarse embarazada que antes. En ese momento Freydis podía estar yaciendo con un groenlandés. Thorvard no se imaginaba quién podía ser; hasta ese momento confiaba en todos. Reflexionó sobre qué groenlandés podía estar acostándose con su mujer. ¿Ozur, quizá? No, eso no era probable ya que Ozur dormía con su hijo cerca. Respecto a Ivar, nunca se había casado y no mostraba interés alguno hacia las mujeres. Nagli era una posibilidad, aunque Thorvard nunca había advertido que hubiera nada entre el herrero y su mujer. Los demás hombres eran varios años más jóvenes que Freydis, por lo que a Thorvard le parecía poco probable que a ella le interesara ninguno. Freydis defendía su reputación; si engañaba a Thorvard, trataría de hacerlo de modo que ésta permaneciera intacta. A medida que avanzaban los días, Thorvard se fue poniendo cada vez más descontento y contrariado. No sólo había perdido el barco de Leif y a dos de sus cazadores, sino que ya no confiaba en su mujer. Thorvard siguió torturándose acerca de la verdad de la acusación de Finnbogi hasta que su único placer consistió en contar las muescas del calendario de madera. Era consolador saber que cuantos más días contara desde su partida de Leifsbudir, menos quedarían para poder volver junto a su mujer.