SEIS

Un mes después de la muerte de Gnup, catorce hombres hicieron el viaje hasta la Bahía de los Arces a bordo del barco de Leif Eriksson. Por parte de los islandeses iban Hauk, Helgi, Ulf, el de la Barba Ancha, Vemund, Olver, Jokul y Grimkel. Excepto Helgi, aquellos hombres habían trabajado como entabladores en el barco de los groenlandeses. Por parte de los groenlandeses iban Thorvard, Evyind, Teit, Hundi, Bodvar, Falgeir y Ulfar. Excepto Ulfar, ninguno de ellos tenía experiencia con la madera. Aunque Bolli hubiera sido útil para levantar troncos, Thorvard decidió no llevárselo. Se hablaba de que Bolli podía haber empujado a Gnup del acantilado para matarlo, aunque Ulfar había acallado el rumor al decir, cuando le preguntaron, que había visto caer a Gnup. Ulfar había visto romperse el árbol al que Gnup se estaba agarrando para sostenerse; él mismo había oído el crujido. A pesar de esta explicación, a Thorvard le pareció prudente dejar a Bolli en Leifsbudir. No quería que alguien que tuviera fama de pendenciero estuviera entre él y los islandeses. Y Freydis había dicho que quería que Bolli se quedara. Como Thorvard y sus hombres iban a estar fuera un tiempo, le parecía útil tener cerca un aliado con la fuerza de Bolli. Y se le había ocurrido una tarea que encomendarle.

El barco salió de la bahía que estaba delante de las casas y tomó rumbo hacia el oeste hasta que pasaron las islas y rodearon un cabo. Entonces tomaron rumbo sur, navegando por unas aguas que parecían las de un fiordo, pero eran, como les había dicho Leif, un mar interior con Markland hacia el oeste. Los hombres navegaron cerca de la costa este para evitar la corriente que fluía hacia el oeste. Al principio la tierra junto a la que pasaban era muy parecida a la que habían dejado, es decir, rústicas praderas con montañas bajas aquí y allá. En algunos lugares, la línea de costa era de arena basta, mientras que en otras estaba cubierta de piedras. Después de un tiempo llegaron a una ensenada donde un río se vertía en el mar. Las montañas bajas del interior se habían convertido en una cordillera que iba de norte a sur. La costa de Marklandia había desaparecido, lo que indicaba que las aguas abiertas se encontraban hacia el oeste. A última hora de la tarde el barco entró en un río que se parecía mucho al que habían pasado antes. Allí los hombres soltaron el ancla y pasaron la noche.

A la mañana siguiente, los hombres continuaron el viaje. El viento seguía siendo vivo, y después de que el barco sobrepasara la desembocadura del río, los hombres navegaron a buen ritmo. Cuanto más al sur iban, más atractiva se volvía la tierra. Cuando pasaron las bocas de varios fiordos, Helgi dijo que le parecía difícil no seguirlos hasta el final, pues normalmente la tierra más escogida se encontraba al fondo de ensenadas y bahías. A primera hora de la tarde, los hombres habían entrado en la Bahía de los Arces. Una vez sobrepasadas las islas de la boca del fiordo, los hombres vieron que las colinas a ambos lados estaban cubiertas de espesa vegetación hasta el mismo borde del agua. El fiordo brillaba verde oscuro y profundo como los fiordos de Noruega. Hauk señaló hacia los arces que habían empezado a aparecer en el bosque.

—La mejor época del año para recoger madera dura —dijo—, es cuando las hojas de los arces son tan brillantes como estandartes de reyes y pueden verse muy bien.

Ninguno de los groenlandeses había visto nunca hojas de arce ni estandartes de reyes. Aún así, lo que decía Hauk parecía ser cierto, pues cuando el barco se adentró más en el fiordo, los colores se volvieron más brillantes de un modo que a los hombres les resultaba difícil describirlos. Alimentados por el banquete carmesí y oro, su ansia por ver maravillas aumentó.

Al final del fiordo, cerca de la costa, había una isla baja y llana que tenía una mancha de carbón. Los hombres supusieron que la habría hecho la tripulación de Leif Eriksson. La mancha era una evidencia de la prudencia de Leif, pues al anclar en una isla, había puesto cierta distancia entre su barco y el bosque, sin duda como precaución contra los skraelings. Leif le había dicho tanto a Thorvard como a Helgi que no se había encontrado con skraelings allí, pero que había visto sus casas abandonadas en el bosque. Dijo que no había señales de que los dueños de las casas criaran ovejas o vacas, lo que significaba que probablemente serían nómadas, siguiendo a la caza de un lugar a otro.

Los escandinavos no olvidaron las palabras de Leif y, tras anclar junto a la isla, mandaron a cuatro hombres a que se quedaran en el barco mientras los otros diez iban a tierra en el bote. La tarea de los que iban a tierra consistía en localizar las casas que Leif había mencionado para comprobar si se habían usado recientemente. Armados con hachas y lanzas, los hombres se abrieron camino a través del sotobosque que llegaba hasta el ancho río que fluía hacia el lado norte del fiordo. Los hombres pasaron junto a tocones de árboles que los hombres de Leif habían talado catorce años antes, ahora cubiertos de helechos y musgo. Cuando llegaron al bosque, los hombres se extendieron en una línea y avanzaron lentamente. No habían avanzado todavía mucho cuando Bodvar y Falgeir, que eran los que estaban más cerca del río, llegaron a un claro en el bosque y gritaron que habían encontrado las casas abandonadas. Había tres casas juntas; de hecho, las viviendas parecían más haber sido tiendas que casas, pues eran depresiones hechas por el hombre en la tierra. El tamaño de los agujeros y su profundidad sugerían que los costados eran paredes sobre las que se habían puesto tiendas. No había señales de que los cubículos se hubieran usado recientemente. Un arce había enraizado en una de las depresiones.

—A menos que me equivoque —dijo Hauk—, estos agujeros llevan muchísimo tiempo sin usarse. Ese árbol tiene al menos treinta años.

Los agujeros abandonados se consideraron una prueba de que no había skraelings cerca. Por esta razón, los escandinavos no pusieron vigías y todos los hombres se pusieron a trabajar cortando y limpiando árboles. Los hombres no se atrevieron a dormir en la costa, sino que volvían al barco y se acostaban allí. El buen tiempo continuó durante muchos días, lo que significaba que los hombres pudieron recoger madera sin interrupción. Encontraron árboles deformes que Hauk llamó «mossur» a lo largo del río. Los mossur se parecían a los codos y las rodillas hinchadas de la gente afectada por dolores articulares. Los noruegos usaban esos bultos para hacer tazas y cuencos. Al otro lado del fiordo, enfrente de donde estaban anclados, encontraron una gran mancha de pinos. Además de recoger la madera que estaba a su disposición, los hombres no hicieron gran cosa aparte de comer y dormir.

Después de que los hombres hubieran estado veinte días en la Bahía de los Arces, Thorvard estaba cansado de comer raciones secas y pescado. Había trabajado duro cortando árboles y estaba ansioso por perseguir caribúes mientras siguiera el buen tiempo. Sabía, por los excrementos que había visto junto al río, que los caribúes estaban cerca. Por lo tanto propuso llevarse a tres hombres a cazar. Hauk y Helgi estuvieron de acuerdo con su propuesta. Aunque las hojas habían empezado a caer, el aire aún era agradablemente soleado. Mientras el buen tiempo continuara, se sentirían reacios a dejar de cortar árboles, pero agradecerían un banquete de carne de ciervo. Por lo tanto, se decidió que Thorvard y el groenlandés Bodvar irían a cazar caribúes con los islandeses Grimkel y Jokul. Ninguno de estos hombres tenía mucha experiencia cazando en el bosque. Grimkel y Jokul eran los que menos experiencia tenían, pero se ofrecieron a ir para llevar a los islandeses su parte de carne. En cuanto a los groenlandeses, eran muy buenos cazando focas y ballenas. Los caribúes que habían cazado en Groenlandia estaban en la isla sin árboles de Hrensey. Pero Thorvard confiaba en que después de tres meses de cazar con Bodvar y los demás en el bosque que había detrás de Leifsbudir, podrían arreglárselas bien en el bosque. Era cierto que Thorvard no había tenido en cuenta la inexperiencia de los islandeses. Si lo hubiera hecho, quizá no habría sugerido que los cazadores se separaran en el bosque. Al animar a los hombres a marchar por parejas había seguido los mismos métodos que seguía en Hrensey. ¿Cómo iba a saber él que había skraelings cerca? Más adelante, pensó que los skraelings habían estado observando a los leñadores durante todo el tiempo y habían estado esperando para atacar. Lo que pensaban Grimkel y Jokul del asunto nunca se supo, pues en cuanto los cazadores se separaron, ellos desaparecieron. Los groenlandeses tuvieron que explicar lo que había pasado. Su explicación, que en posteriores relatos se convirtió en La historia de los malvados invisibles, no satisfizo a los islandeses, pero sin Jokul ni Grimkel para demostrar que no era cierto, no tuvieron más remedio que aceptar su explicación.

Thorvard y Bodvar volvieron de la caza sin caribúes ni armas; volvieron por el agua, no a pie. Era por la noche y los leñadores estaban sentados alrededor de una hoguera en la isla, esperando que aparecieran los cazadores, cuando oyeron chapoteos y agarraron sus hachas, que tenían muy a mano. Entonces aparecieron Thorvard y Bodvar, nadando hacia ellos. En cuanto subieron a una roca a los cazadores, les preguntaron dónde estaban los otros.

—Se los llevaron los skraelings —dijo Thorvard, con el pecho subiéndole y bajándole; como Bodvar, no tenía aliento y temblaba—. Apagad el fuego y subamos al barco. Nos siguen malvados invisibles.

El fuego se apagó rápidamente y los hombres subieron a bordo. Thorvard y Bodvar se quitaron la ropa y se metieron en sacos de dormir. Había un poco de pescado asado que habían dejado para los cazadores cuando volvieran, pero nadie lo mencionó. No había luna. Con sólo la luz de las estrellas para iluminar la oscuridad, los hombres no eran más que formas borrosas unos para otros. Los hombres esperaron pacientemente a que el temblor de los cazadores cesara. Cuando Thorvard y Bodvar se hubieron calmado, Helgi los conminó a que explicaran lo que había sucedido y, lentamente, a sacudidas, Thorvard empezó a hablar.

—Cuando nos fuimos de aquí a primera hora de esta mañana, seguimos el río en busca de un lugar por donde pudieran cruzar los caribúes. Finalmente, cuando el sol iluminó los árboles, llegamos a un claro donde pastaban un macho y siete hembras. Allí nos dividimos. Jokul y Grimkel fueron detrás de los caribúes para conducirlos hacia el río y Bodvar y yo nos quedamos cerca junto al agua para apartarlos de allí. Fuimos muy silenciosos y esperamos a que los islandeses atacaran. Durante largo tiempo estuvimos agazapados junto al agua, hasta que nos dimos cuenta de que los caribúes no se estaban moviendo hacia el río, sino más hacia el este. En lugar de desperdiciar nuestra oportunidad, nos arrastramos detrás de una hembra que estaba algo más atrás que los demás y la matamos con una lanza. El macho y las demás hembras escaparon. Cuando destripamos el cuerpo, lo dejamos y empezamos a buscar a Jokul y a Grimkel en el bosque. No había señales de ellos en ninguna parte y hacía mucho que no los veíamos. Nos detuvimos varias veces y dimos el grito del celo, pero no hubo respuesta, aunque habíamos acordado dar ese grito si nos perdíamos unos a otros o necesitábamos ayuda. Seguimos buscando.

Aquí, Bodvar reanudó el relato:

—En ese momento las sombras estaban empezando a alargarse y oímos cerca a los lobos. Empezamos a pensar que Jokul y Grimkel habrían vuelto al barco o se habrían perdido. Si se habían perdido, necesitábamos a más gente para explorar el terreno. Decidimos volver al barco. Con esa idea fuimos a recoger el cuerpo del caribú, para atarlo a unos palos y llevárnoslo. Para nuestro asombro, la hembra había desaparecido. En su lugar estaba un cinturón de cuero que reconocimos como el de Jokul. Había señales de lucha, ramas rotas y arbustos aplastados, que no habían sido hechas por la hembra, ya que ésta había caído fulminada, había muerto limpiamente y había sido arrastrada, no cargada. Había manchas de sangre en hojas altas que no tenían nada que ver con el destripamiento del cuerpo. Pudimos ver el zapato de Grimkel colgando de una rama. Al ver todo esto, nos dimos cuenta de que Jokul y Grimkel habían sido atacados.

Bodvar hizo una pausa, esperando que alguien hiciera un comentario. Cuando nadie dijo nada, Thorvard retomó la narración.

—Bodvar y yo estábamos a unos tres tiros de arco del barco. Por suerte cubrimos esa distancia sin ser atacados. Nos echamos boca arriba en el agua y nos dejamos llevar por la corriente. Estaba demasiado oscuro para ver moverse nada en el bosque, pero estoy seguro de que malvados invisibles que podían ver en la oscuridad nos estaban vigilando. No sé si serían skraelings u otras criaturas.

»El río era poco profundo y rápido, lo que significaba que nos llevó rápidamente. Cuando llegamos a la desembocadura, era noche cerrada, lo que nos permitió dejar las armas en la costa y nadar hasta vuestro fuego en la isla. Así pudimos llegar hasta vosotros sin que nos mataran.

Cuando Thorvard terminó su relato, dijo que había oído decir que si te adentrabas mucho en el bosque, podías encontrar trolls y criaturas invisibles de varias clases. Por eso se alegraba de vivir en Groenlandia, donde no había nada que impidiera a un hombre ver claramente qué y a quién tenía cerca.

Hauk se dio cuenta de que Thorvard y Bodvar estaban muy asustados, pero eso no evitó que dijera su opinión:

—Durante todos los años que he estado construyendo barcos en bosques —dijo—, ni una vez me he encontrado con un troll. No creo que haya trolls y sospecho de hombres que usan esas criaturas imaginarias para explicar sus propios crímenes odiosos.

Nadie trató de defender a Thorvard y a Bodvar, aunque algunos pensaron que el noruego había sido excesivamente duro con sus palabras. En lugar de ello, los hombres hablaron de su partida; por entonces todos estaban deseando marcharse. Habían recogido la madera que habían ido a buscar, y más aún. Nadie pudo dormir; los hombres dormitaron sobresaltados, con sus armas al lado.

Por la mañana, guardias armados, Thorvard y Bodvar entre ellos, vigilaron mientras se cargaba la madera en el barco. La carga les llevó casi todo el día. Durante ese tiempo no hubo señal alguna de skraelings, por lo que los islandeses cuestionaron la verdad de las palabras de Thorvard y Bodvar.

En el viaje de vuelta los groenlandeses se mantuvieron en la popa, donde Evyind guiaba el barco; los islandeses permanecieron en la proa, donde examinaron el relato de los groenlandeses de principio a fin. Olver dijo que le parecía raro que los skraelings secuestraran a dos hombres en el mismo lugar donde habían matado a un caribú. Vemund estuvo de acuerdo. Dijo que también era raro que los secuestradores se hubieran dejado un zapato y un cinturón. Ulf, el de la Barba Ancha dijo que no se podía creer que se llevaran a dos hombres y a una hembra de caribú bajo las narices de Thorvard y Bodvar, y luego añadió: «Quizá pueda esperarse de gente que es, como mucho, bastante lerda».

—Es raro que las dos veces que hemos llevado a groenlandeses a cortar madera, hayan sido nuestros hombres los que han perdido la vida —dijo Hauk—. A partir de ahora, sería más prudente que evitáramos participar en expediciones con los groenlandeses, ya que es nuestra suerte la que flojea, no la de ellos.

—No era así al principio —dijo Helgi—. Recuerda que la travesía de los groenlandeses fue menos afortunada que la nuestra.

Le preocupaba que la conversación se estuviera volviendo contra los groenlandeses. Por lo que sabía de Thorvard Einarsson, no le parecía que fuese la clase de hombre que asesinara a dos islandeses, si eso era lo que Hauk y los demás estaban sugiriendo. Tampoco creía que Hauk pensara eso, sino que estaba molesto por haber perdido a dos hombres que habían trabajado con él en el barco. Como los demás, Hauk probablemente estaba molesto por la explicación inverosímil de lo que les había sucedido a Jokul y a Grimkel y encontraba satisfactorio quejarse de los groenlandeses.

—Es inútil culpar a unos hombres porque hayan hecho lo que han podido por salvar el pellejo —dijo Helgi—. Si yo hubiera estado en el bosque, habría hecho lo mismo que los groenlandeses.

Helgi siguió hablando así hasta que los demás llegaron a pensar que la desaparición de Jokul y Grimkel no había sido culpa de los groenlandeses. Helgi sabía que era importante que las relaciones entre los islandeses y los groenlandeses no empeoraran. Pensó que podría llegar un momento en que deseara que Thorvard le concediera el beneficio de la duda.

Hauk entendió la reflexión de Helgi, o al menos pensó que así era. No le gustaba pensar que era un rencoroso, ya que los rencorosos no le gustaban.

—Una cosa puede decirse con seguridad —dijo—. O Thorvard y Bodvar son hábiles mentirosos, o han contado un cuento fantástico.

Antes de que el Vinlandia estuviera a medio camino de Leifsbudir, Hauk se acercó a Thorvard y le dijo lo mismo a la cara. Cuando el barco estuvo de nuevo anclado frente a las casas, los groenlandeses y los islandeses volvían a llevarse bien a bordo.

En cuanto llegaron a tierra, Thorvard buscó a Freydis y le contó lo que había pasado. No pensó en contarle la historia a Mairi; la chica apenas le hablaba, aunque él se esforzaba por ser amable. Freydis escuchó atentamente lo que dijo Thorvard. Le impresionaron diversos aspectos de la historia, en especial la valentía de Thorvard al adentrase en el bosque. A veces en Groenlandia, cuando después de llevar varios meses fuera, Thorvard volvía con halcones, piel de oso blanco, cuernos de narval e historias de lo que había tenido que hacer en Northsetur para conseguir esos bienes, Freydis se sentía tan impresionada por los recursos de su marido al conseguir lo que hacía que no perdía tiempo en llevárselo a la cama. Freydis no habló en ese momento de su admiración, pues pensaba que Thorvard podía interpretarlo como una invitación a que yacieran juntos. En vez de ello, dijo:

—Parece que los skraelings no son feroces, pues podrían haber matado a Jokul y a Grimkel y haberos capturado también a vosotros.

—Pueden estar muertos.

—Me parece que si los skraelings hubieran matado a los islandeses, los habrían dejado allí. ¿Por qué molestarse en llevarse los cuerpos a otro lado?

Thorvard admitió que él había pensado lo mismo. Dijo que lo que le preocupaba era que los islandeses y Hauk los miraban a él y a Bodvar con suspicacia.

—¿Por qué razón?

—Les parece que nuestra explicación es demasiado fantástica. Hauk cree que nos inventamos la historia para ocultar un crimen.

Freydis rió, divertida ante la idea de que Thorvard pudiera inventarse una historia fantástica. Nunca había visto señal alguna de imaginación en su marido y lo consideraba incapaz de inventarse una historia; las mentiras de Thorvard eran silenciosas, sobre todo lo que él decidía guardarse para sí.

—A Hauk y a los demás les ha molestado perder a dos hombres —dijo ella tranquilamente—. Lo superarán.

A Freydis le había fastidiado que Hauk se burlara de la idea de que hubiera gente invisible, sobre todo porque aquel país le era tan desconocido como lo era para su marido.

—Estoy pensando en celebrar una fiesta de Yule para suavizar nuestras relaciones —dijo Thorvard—. Y para devolver a Helgi el banquete que nos preparó cuando llegamos. Podríamos organizar concursos y juegos por la tarde antes de que empecemos a comer y a beber.

—¿A beber qué? No tenemos más que agua y leche.

—Hace un mes Helgi me dijo que estaba fermentando miel y agua para Yule. Ya debería estar lista.

—¿Qué más se han estado guardando para ellos?

—Les diré que ellos pongan el hidromiel y nosotros la comida —dijo Thorvard—. Podrías asar dos cabras y uno de tus cerdos.

—No traje ganado a Leifsbudir para alimentar a los islandeses, sino para mantenernos durante el invierno.

—Sabes tan bien como yo que habrá comida suficiente para todo el invierno. Después del banquete, podemos recitar versos y contar historias.

—¿Cuándo pretendes que tenga lugar la fiesta?

—Lo antes posible. Es un poco pronto para Yule, pero debemos aprovechar el tiempo despejado mientras dure. Propongo dentro de cuatro o cinco días. Eso nos dará el tiempo suficiente para hacer los preparativos.

—¿Nos? —dijo Freydis—. ¿Desde cuándo preparas tú comida para sesenta y pico de hombres?

—Hay más preparativos que el trabajo de las mujeres.

La amargura de Freydis no era muy sincera. La perspectiva de una fiesta en Yule de hecho le complacía. Mientras Thorvard y los demás estaban en la Bahía de los Arces, ella había trabajado incansablemente con la vela. Sin la distracción de las visitas de Hauk, había conseguido tejer tres largos más. Además, con menos bocas que alimentar, había podido mandar a Groa y a Mairi a la pradera a buscar las últimas bayas y secarlas para el ivierno. Kalf y Orn habían sido enviados todos los días a buscar virutas de madera para las chimeneas y forraje para el ganado. A Bolli lo había mantenido ocupado por allí cerca construyendo un muro de turba que iba desde la última casa, rodeaba la cabaña de almacenaje y llegaba al cobertizo. El muro serviría como cercado para el ganado y obligaría a Grelod y a Alof a caminar a cierta distancia de las casas de los groenlandeses cuando iban al arroyo. El muro serviría también como protección contra las inundaciones si el arroyo se desbordaba. En ese momento no parecía probable; de hecho el arroyo iba bajo por falta de lluvia. Pero Freydis ya había visto bastantes inundaciones repentinas en Gardar cuando el arroyo se desbordaba tras una lluvia torrencial como para querer tomar precauciones. Bolli, que había trabajado desde primera hora de la mañana hasta el anochecer, había acabado el muro sin ayuda. A Freydis le complacía esta mejora y estaba satisfecha, pues los groenlandeses se encontraban bien preparados para el invierno. Con una vela ya medio hecha, se alegraba de tener la oportunidad de vestir sus mejores ropas.

Resultó que la fiesta hubo de retrasarse hasta Yule. Un tiempo frío y ventoso hizo imposible celebrar concursos y juegos en el exterior. Por fin el tiempo mejoró y se volvió lo bastante claro y soleado como para que empezaran los preparativos.

A primera hora de la mañana del día de la fiesta, Freydis ordenó a Kalf y a Orn que mataran dos cabras y un cerdo, los espetaran y montaran tres hogueras en la explanada para asar la carne. Después, Groa, Mairi y ella guisaron pescado, así como liebre y faisán. Los guisos se condimentaron con algas, bayas de enebro y lo que quedaba de los tallos de angélica. Cuando todo esto estuvo hecho, Freydis mandó a Mairi y a Groa a calentar agua para poder bañarse y lavarse el pelo. Después de que el cabello de Freydis estuviera cepillado y seco, Groa se lo retiró con dos peinetas de marfil. Freydis se puso una camisa limpia de lino bordada de rojo y amarillo, su túnica azul, la faja roja y las cuentas de Thorstein.

Por entonces los hombres habían marcado una pequeña zona de la explanada para los concursos y juegos y habían colocado tablones a los lados para los espectadores. Freydis se sentó en el extremo de uno de los tablones con Groa y Mairi, bien lejos de las esclavas islandesas. Advirtió que Mairi no hacía intento alguno por hablar con las demás concubinas. Freydis pensó que la chica era tímida y callada para su edad. De vez en cuando la veía decirle algo a Groa y una vez la había visto hablar con Ulfar en la playa. Aparte de esto, la chica apenas hablaba y cuando lo hacía, sus palabras sonaban tan extrañas que Freydis no le encontraba sentido a lo que decía.

El aire era fresco y vivificante; soplaba una ligera brisa desde el agua. En Leifsbudir nunca dejaba de hacer viento. La apacibilidad del tiempo permitió a los hombres desnudarse de cintura para arriba para los juegos de lucha. Al principio había cinco parejas de luchadores de cada lado. La idea era descalificar a todos hasta que quedara un groenlandés y un islandés que lucharan el uno contra el otro en una pelea final. Un hombre luchaba hasta que era vencido; el ganador luchaba con el siguiente. De este modo, Thorvard luchó con Bolli, con el que perdió. Por el lado de los islandeses, Hauk peleó con Ulf, el de la Barba Ancha, y perdió. Eso significaba que a los groenlandeses los representaría Bolli y a los islandeses, Ulf. La pelea entre los hombres duró un tiempo, pues ambos eran especialmente fuertes. Finalmente, Ulf pudo engañar a Bolli de tal modo que lo tumbó de espaldas y lo sujetó en el suelo. Ulf, el de la Barba Ancha también ganó el concurso de tiro de troncos. Bolli fue el segundo. Los islandeses iban por delante. Los groenlandeses ganaron el juego de pelota, pues tenían a hombres como Thrand, con piernas más jóvenes, que podían superar fácilmente a los islandeses. Era un juego en el que seis hombres por cada lado tenían que dar patadas a un balón de cuero y meterlo en un agujero hecho en el suelo, para marcar. Cuando acabaron los juegos en el campo, quedaba uno antes de que terminaran del todo. Era la lucha en el agua y tenía lugar en el lago que estaba al sur de las casas y al oeste de los árboles. Eso significaba que los groenlandeses y los islandeses tenían que cruzar la pradera, tanto luchadores como espectadores. Cinco parejas por cada lado se desnudaron y entraron en las poco profundas aguas, donde trataron de mantener al contrario bajo el agua el mayor tiempo posible. El lago estaba frío, pero los hombres no pensaban estar dentro mucho tiempo. Thorvard también tomó parte en este juego y de nuevo consiguió ganar hasta que se encontró con Bolli, que lo dobló en dos y se sentó sobre su espalda durante tanto tiempo que tuvo que ser sacado por los demás. Thorvard tuvo cierta dificultad en recuperar el aliento y, después de que escupiera agua sobre la hierba, no volvió al combate, aunque podía haber acusado a Bolli de hacer trampas y haber conseguido otro turno. De nuevo la lucha quedó entre Ulf y Bolli. Después de un rato combatiendo en el agua, Ulf consiguió colocarse a horcajadas sobre Bolli y meterle la cabeza en el agua. Mantuvo la cabeza de Bolli sumergida durante más tiempo del que Bolli había mantenido a Thorvard. Finalmente, Bolli se desmayó y Ulf lo sacó a rastras del lago, arrojándolo a la hierba, donde Bolli vomitó agua y tosió. Cuando los groenlandeses e islandeses se preparaban para abandonar el lago, Bolli puso los ojos en blanco y empezó a golpear el aire, como si estuviera luchando con trolls. Los islandeses se divirtieron mucho con aquellas payasadas. Ingald comentó que Bolli Illugisson parecía haber perdido la cabeza.

Freydis no vio aquel juego, pues se había quedado atrás con sus esclavas para asegurarse de que la carne se vigilaba y las ollas se mantenían calientes. También había tablas y cuencos que colocar. Freydis había decidido usar el hogar que estaba en la casa del medio para cocinar. La casa del medio tenía una habitación larga que les sería muy útil cuando empezaran los relatos. La casa de los islandeses tenía la habitación más grande de todas, pero Freydis no pensaba usarla. La casa del medio también tenía la ventaja de estar más o menos a mitad de camino entre las casas del final, aunque no del todo, ya que estaba más cerca de la otra casa de los groenlandeses que de la de los islandeses.

Cuando los hombres volvieron del lago, empezaron a comer y a beber. Las puertas de las casas se dejaron abiertas para que la gente pudiera entrar y salir libremente. Freydis no llegó hasta el extremo de abrir la cabaña de almacenaje. No tenía intención de entregar más provisiones invernales de los groenlandeses de las que había suministrado ya. Mientras los luchadores se ponían ropa seca y otros metían los cuernos en el barril de hidromiel, Freydis empezó a explicar a la gente cómo iban a organizarse con la comida. Como nadie quería comer en un momento fijo, Freydis decidió que no serviría, sino que cada uno se sirviera cuando quisiera. Dijo a las esclavas que se fueran, y que las esperaba para limpiar a la mañana siguiente temprano. Hasta entonces, podían hacer lo que quisieran mientras no robaran la comida que estaba destinada a otros.

Era el día más corto del año. Dentro y fuera se encendieron lámparas de aceite y antorchas. Los islandeses habían llevado el barril de hidromiel a la explanada, delante de la casa del medio, de modo que todo el mundo pudiera compartir la bebida. Los escandinavos vagaban sin pensar a qué lado de la explanada estaban, sirviéndose comida y bebida. Al principio hubo muchas risas y bromas, sobre todo acerca de los concursos y juegos. Muchos hombres dejaron de pensar en sí mismos como islandeses o groenlandeses, y consideraron a sus compañeros de juerga escandinavos como ellos mismos. De hecho, hacía menos de cuarenta años que los antepasados de los groenlandeses habían sido islandeses. Mientras hablaban y bromeaban juntos, algunos granjeros y marineros descubrieron que tenían más cosas en común de lo que pensaban.

Por desgracia, algunos hombres no comieron bastante antes de empezar con el hidromiel y pronto estuvieron vomitando sobre la hierba. Podía decirse que los Egilsson habían sido muy generosos con su hidromiel y habían proporcionado más cantidad de bebida de la que era conveniente para gente que rara vez bebía, aparte de agua o leche. Freydis se sirvió una taza de hidromiel y el sabor le pareció agradable. Después se cortó una loncha de carne de cabra, que masticaba mientras caminaba por allí. Se aseguró de estar bien a la vista de Hauk por si él estaba mirando. Freydis sabía que estaba mejor hecha que las demás mujeres. Durante los juegos, se había dado cuenta de que la concubina de Helgi llevaba una túnica de seda roja que a Freydis le pareció totalmente fuera de lugar. La túnica tenía un escote demasiado bajo para el tiempo frío y la hacía parecer más delgada y vulgar. Freydis vio que la de Finnbogi llevaba la misma túnica verde que ella había llevado antes, a pesar de estar manchada con carbón y grasa. Es más, la camisa le apretaba, pues la concubina estaba en avanzado estado de buena esperanza.

Freydis no llevaba mucho tiempo dando vueltas por allí cuando se le acercó Hauk, junto a la chimenea de la casa del medio. Después del combate, se había puesto una túnica amarilla de seda, una faja bordada y un sombrero de cuero marrón. Llevaba un gran cuerno, que acercó a la boca de Freydis, usando después su faja para limpiarle los labios.

—Hace mucho que no hablamos —dijo, mirándola de cerca. Desde su vuelta de la Bahía de los Arces, había permanecido lejos del cobertizo. Estaba ocupado construyendo un cobertizo para el barco antes de que nevara. Durante ese trabajo, la ausencia de Jokul y Grimkel le había vuelto a preocupar y se sentía inclinado a apartarse de los groenlandeses, incluida Freydis. Pero ahora que los islandeses habían superado a los groenlandeses en la lucha y que él tenía la barriga caldeada con el hidromiel, Hauk recuperó el interés por Freydis. Observó detenidamente los detalles de su pelo y su vestido. Le preguntó qué tal le había ido últimamente.

Freydis agitó una mano hacia el hogar, donde borboteaban varios guisos, y donde se había colocado queso y mantequilla.

—He estado ocupada con esto.

—¿Cómo va la vela?

—Está más de la mitad terminada.

—Entonces es hora de que me invites al cobertizo para que pueda verla.

—No me parece mal que vengas al cobertizo, aunque no hay nada que esté más lejos de mi mente esta noche que el tejido de la vela —dijo Freydis, sabiendo que ése era el tipo de comentario que le gustaba hacer a Hauk. Después se alejó para ver a otras personas.

Durante la primera parte de la velada, Freydis se esforzó por hablar con groenlandeses e islandeses por igual. Habló durante un rato con Helgi, pero evitó a su hermano. Se negaba a darle a Finnbogi la satisfacción de poder rechazarla. Mientras hablaba con los demás, Freydis se dio cuenta de que Hauk nunca estaba lejos de su lado.

Cuando el barril de hidromiel estaba más vacío que lleno y la comida casi acabada, Helgi mandó a los enanos gemelos a anunciar que el espectáculo comenzaría, ya que la gente se había dispersado por diversos lugares, fuera y dentro. Cuando los versos y las historias estaban a punto de empezar, todo Leifsbudir estaba arremolinado en la casa del medio. Los hombres se sentaron en el suelo, se apoyaron contra postes, contra las paredes. Algunos hombres se sentaron como mujeres en los regazos de otros. Hauk se sentó en la plataforma de dormir, cerca de Freydis, tan próximo que ella pudo sentir su muslo contra el suyo. Como los demás, Asmund había bebido gran cantidad de hidromiel y había olvidado su timidez. Lo convencieron fácilmente de que repitiera los versos que había hecho hacía un rato. Cuando le pidieron que recitara un nuevo verso, Asmund dijo que sólo tenía un poema que ofrecer, una corta poesía que se le había ocurrido durante un sueño.

Los hombres del Valhalla beben rocío de elfo

Recogido en praderas y bosques.

Aquí los guerreros construyen caballos de viento;

Las Nornas nos convierten a todos en dioses.

Los hombres pensaron que este verso más parecía un acertijo que un poema y pidieron a Asmund que lo repitiera dos veces antes de pasar a otra cosa.

Helgi se levantó y anunció que Hauk los honraría contándoles historias noruegas. Hauk protestó inmediatamente diciendo que él no era un contador de cuentos y que prefería quedarse donde estaba, ya que aquellos días no solía sentarse a menudo junto a una bella mujer. Esto, por supuesto, provocó tantos gritos de ánimo y risas que Hauk, con elaborada mala gana, se puso de pie. Los islandeses ya habían oído las historias de Hauk, pero a los groenlandeses les apetecía oírlas. Les contaría la historia del rey Harald. Como la gente pobre de Noruega, los granjeros groenlandeses nunca se cansaban de oír hablar de reyes y reinas.

Hauk contó la historia de la reina Ragnhild, que tenía poderosos sueños. Una vez soñó que un enorme árbol sangraba sobre Noruega. Su marido, el rey Hvaldan, no podía soñar a menos que durmiera en una cochiquera, lo que a veces hacía. Entonces soñó que le crecían rizos de cabello multicolor que se extendían en todas direcciones. Los sabios interpretaron los sueños de Ragnhild y de Hvaldan como la premonición del nacimiento de Harald. En esto tenían razón. No mucho después de que tuvieran lugar estos sueños, la reina Ragnhild dio a luz a un hijo llamado Harald. Harald creció fuerte y se convirtió en un hombre valiente muy adecuado para ser rey. Poco después de que Harald alcanzara la mayoría de edad, el trineo de Hvaldan cruzó hielo quebradizo y él se ahogó. Hvaldan era tan amado, aunque no por su mujer, que su cadáver fue cortado en cuatro trozos y enterrado en diversas partes de Noruega.

—El rey Harald era tan apreciado como su padre, sobre todo después de que lo desembrujaran —dijo Hauk. Después contó la historia de cómo los finlandeses habían embrujado al rey Harald para que hiciera un matrimonio poco adecuado.

—El rey Harald estaba disfrutando de un banquete de Yule en Oppalandene cuando un finlandés llamado Svase mandó a un mensajero a pedirle a Harald que fuera a verlo al otro lado del arroyo, donde Svase tenía un campamento. Tan pronto como el rey cruzó el arroyo, salió a su encuentro Snaefrid, la hermosa hija de Svase, que le ofreció una copa de hidromiel. Cuando Snaefrid le pasó la copa a Harald, su mano tocó la de él y fue como si hubiera pasado fuego de ella a él. Supo entonces que tenía que conseguir a la hija de Svase. Poco después de este encuentro, Harald se casó con Snaefrid. A partir de entonces la amó tan estúpidamente que descuidó su reino para estar a su lado. Tuvo cuatro hijos de Snaefrid antes de que ella muriera. Harald se negó a permitir que enterraran a Snaefrid. Hizo que la colocaran en una cama donde la contemplaba día y noche con la esperanza de que volviera a la vida. Estuvo así durante tres inviernos. Durante todo ese tiempo la piel de Snaefrid no se decoloró, sino que se mantuvo tan rosada como cuando había vivido. Un día, un hombre llamado Thorleif el Sabio fue a ver a Harald y le dijo que el cuerpo de su mujer debía levantarse para que le pudieran cambiar las ropas. Snaefrid había yacido con las mismas ropas durante los tres años y se habían vuelto sucias y grises. Finalmente, el rey accedió. Tan pronto como Snaefrid fue alzada de la cama, desapareció, y surgió un olor tan horrible que los que allí estaban tuvieron que cubrirse la nariz. En el lugar de Snaefrid había gusanos, víboras y ranas. Ante esto, el rey recuperó su cordura y ordenó que se quemara todo aquello. A partir de aquel día gobernó su reino de manera tan sensata que recuperó el respeto de los hombres. A sus súbditos nunca les había gustado Snaefrid y siempre pensaron que debía haberla dejado con los finlandeses.

Al parecer, a la concubina de Finnbogi el final de la historia le había parecido insoportablemente triste, pues empezó a gimotear tan fuerte que Finnbogi se la llevó de la habitación. A Freydis la historia le pareció tonta. Harald tenía suerte de haber sobrevivido para ser un rey que se había comportado de manera tan insensata. La historia probablemente era falsa y se había inventado para apaciguar a los súbditos de Harald, que sin duda se sentían molestos porque él se hubiera buscado esposa fuera de su país. Al parecer Hauk pensaba lo mismo, ya que siguió diciendo que era evidente que el rey Harald había aprendido por las malas que a menudo la mujer que estaba más a mano era la que proporcionaba el placer más sólido, no la mujer que estaba más lejos. Mientras pronunciaba aquellas palabras, Hauk miró a Freydis con tanto descaro que ella decidió marcharse. Le pareció imprudente animar a Hauk delante de los demás. También estaba cansada de estar sentada en una habitación que apestaba a cuerpos sudorosos y a comida vomitada. La habitación estaba repleta de bandejas llenas de huesos y cartílagos mordisqueados. Freydis no se había molestado en preparar tanta comida y en vestirse con sus mejores ropas para pasar la noche en una casa sucia y repleta de gente. Había esperado que las festividades de Yule le hubieran proporcionado más placer que el que le habían dado hasta ese momento. Cuando Freydis se levantó para marcharse, se rompió su sarta de cuentas de cristal. Varias cuentas cayeron al suelo. Freydis se agachó para recogerlas, buscando entre los huesos y las tazas vacías. Fue un retraso que cambió el final de la jornada, o al menos eso le pareció más tarde a Freydis. Después de que hubiera terminado de recoger las cuentas, Freydis se levantó, vacilando levemente por lo repentino del movimiento y los efectos de la bebida. Después se dirigió a la entrada, con la intención de marcharse. Se detuvo junto a la puerta, esperando que Hauk diese alguna señal de que iba a ir con ella.

Las festividades de la noche se habían apoderado de tal modo de Freydis que le apetecía hacer algo desafiante y temerario. Desde su llegada a Leifsbudir, se había pasado los días tejiendo infinitos largos de estambre, vigilando a las esclavas, guardando comida para el invierno y preparando comidas para un grupo grande de hombres. Estaba cansada de cuidar del bienestar de los demás. Durante su aprendizaje con Thjodhild, su madrastra le había dicho muchas veces que la marca de una mujer de buena cuna era su capacidad para poner sus deseos a un lado para atender a los de los demás. Thjodhild reconocía que mientras los hombres podían relajarse de vez en cuando, las mujeres debían estar siempre alerta. Decía que las leyes reconocían esa diferencia entre hombres y mujeres. Por eso las leyes no ofrecían ninguna protección a una mujer si ésta decidía seguir sus deseos carnales. Eso era sólo lo que pensaba Thjodhild. A juzgar por algunas de las historias que había oído Freydis sobre otras mujeres de buena cuna, no todo el mundo compartía la severa opinión de su madrastra. En aquellas historias, más de una mujer casada encontraba placer más allá del que podía darle su marido. En cualquier caso, como había dicho Hauk, no había leyes en Leifsbudir aparte de las que la gente había decidido traerse consigo. Freydis pensaba que era un golpe de buena suerte que su sangrado menstrual estuviera a punto de empezar, porque eso significaba que podía yacer con Hauk sin quedarse embarazada. Si pretendía complacerse con él ése era el momento, por lo que había dejado el cinturón de hierro en su arcón. Freydis sabía que Hauk no era un hombre que perdiera la cabeza por una mujer. Nunca se sentaría en su lecho de muerte y le diría a su esposa que debería casarse con un hombre que tendría éxito donde él había fracasado. Hauk no era un hombre de devociones ciegas. Freydis lo prefería así, ya que eso significaba que podía cogerlo y dejarlo después.

Freydis siguió de pie en la puerta, sin perder de vista a Hauk. Vio que se había ido al otro lado de la chimenea y que estaba sentado entre Grelod y Alof. Esto retrasó la partida de Freydis. Si se iba en ese momento, Hauk podía olvidarse de ella, ya que, como los otros, estaba bastante borracho. Si volvía a la chimenea, tendría que sentarse frente a Grelod y a Alof. Esto no quería hacerlo, ni siquiera por Hauk. Mientras Freydis estaba allí de pie esperando al noruego, Thorvard abandonó su lugar junto a Mairi y se acercó al hogar.

Como no estaban acostumbrados a la bebida fuerte, los groenlandeses no tenían una buena preparación para sus efectos y podían hacer cosas de las que se arrepentirían más tarde. Eso ocurrió con Thorvard. Como estaba borracho, había convencido a varios groenlandeses, contra su buen juicio, de que contasen la Historia de los malvados invisibles, de modo que los islandeses que no habían ido a la expedición pudieran enterarse de lo que había ocurrido de primera mano en la Bahía de los Arces.

Los groenlandeses no eran los únicos cuyo buen juicio estaba trastornado. El hidromiel había afectado a algunos islandeses de tal modo que se pusieron de mal humor. Revivieron pasados rencores y enemistades y se pusieron a pensar lúgubremente en los defectos del banquete. Se quejaron de que la comida que habían comido no estaba tan sabrosa o tan bien preparada como la que habían disfrutado en otros lugares. La carne de cabra estaba dura y el cerdo era demasiado pequeño, así que se habían quedado sin carne antes de que algunos hubieran comido su parte. La cantidad de queso que les habían ofrecido los groenlandeses era escasa y la mantequilla estaba rancia. Es más, algunos de los islandeses estaban molestos porque uno de los groenlandeses tenía una concubina, mientras que la mayoría de los islandeses, no. Al escuchar la historia de Thorvard, que la mayoría había oído desde el punto de vista de Hauk, los islandeses recordaron que gracias al modo en que habían tenido lugar los hechos, los groenlandeses tenían varios hombres más en Leifsbudir que ellos, lo que no era justo, pues se había acordado que los islandeses y los groenlandeses tendrían treinta hombres capaces por cada parte.

Thorvard había llegado a la parte de la historia en la que, tras matar a la hembra, Bodvar y él se habían puesto a buscar a Jokul y a Grimkel. Entonces fue cuando Vemund dio el grito de un macho en celo. Lo hizo bastante mal, pero todos supieron lo que era.

—¿Por qué no fuisteis a buscar a los islandeses en lugar de salir corriendo? —gritó Ulf.

—¡Os daba miedo la gente invisible! —chilló Grelod—. ¿Qué clase de hombre se asusta de gente invisible?

Hauk se levantó, ignorando a Thorvard que por entonces había dejado de hablar, y se dirigió a los demás.

—Me parece que desde que he venido a Leifsbudir —dijo Hauk—, he estado viviendo entre gente invisible y construyendo un barco invisible con árboles invisibles. ¡He venido a un lugar que no existe!

Thorvard se quedó delante de la chimenea, sin saber qué hacer a continuación. Aunque borracho, no estaba tan inconsciente como para no advertir la malicia en los gritos y las pullas.

Sin pensárselo dos veces, Freydis se acercó a la chimenea y, cogiendo a su marido de la mano, lo apartó de los demás. Tuvo que quitar de en medio a sus propias esclavas y a Ulfar para llegar a la puerta. Fuera, las antorchas habían ardido casi por completo hasta no dar más que un tenue brillo, pero la luna estaba alta y era lo bastante brillante como para iluminar un sendero hasta el cobertizo sin tropezar con tres o cuatro hombres borrachos que yacían sobre la explanada.

Groa no estaba en el cobertizo, lo que significaba que Thorvard no tendría que mandarla fuera, como hacía a veces en casa cuando él y Freydis querían yacer juntos; si en Gardar hacía calor suficiente, también se llevaba a los dos niños mayores fuera de la cabaña, volviéndolos a meter cuando Freydis y él habían terminado. Freydis y Thorvard entraron en el cobertizo y cerraron la puerta con llave. Después se quitaron la ropa y se tumbaron. El banco de dormir era tan estrecho que durante la noche se cayeron varias veces. Eso, que tenía más que ver con el deseo satisfecho que con la bebida fuerte, los divirtió mucho. Fue el ruidoso acoplamiento que Thorvard prefería y que nunca tenía con Mairi. Thorvard no pensó en Mairi excepto más tarde, en sus sueños. Puede que ésa fuera la razón por la que se despertó antes que Freydis.

Thorvard abandonó temprano el cobertizo. No podía recordar dónde estaba Mairi cuando había abandonado la casa del medio con Freydis la noche anterior. Parecía recordar que estaba sentada junto a él cuando se levantó a contar su historia y pensó que los islandeses podían habérsela llevado de nuevo con ellos. Lo que hacía que quisiera encontrarla era la dulzura de la chica. Quería estar seguro de que no la habían tratado mal. Antes de ponerse a buscar, Thorvard fue al arroyo y se echó agua en la cara. Le dolían tanto los ojos y la frente que los dejó un rato bajo el agua hasta que el frío sustituyó al dolor.

Freydis se despertó cuando Thorvard salía, pero siguió echada en la cama. Estaba tan satisfecha y contenta que no deseaba estropear la mañana mandando a esclavas desganadas que limpiaran el jaleo de la noche anterior. Sus esclavas sin duda habían aprovechado al máximo su libertad en Yule y sería difícil despertarlas. Freydis siguió tumbada, esperando a que Groa llegara de donde estuviera durmiendo para encender el fuego que calentara el agua del baño.

Poco después de salir, Thorvard volvió.

—Ven rápido. Tu hermano está tirado en el arroyo. Le han dado una buena paliza.

Freydis se levantó, se puso la camisa y la túnica y salió.

Bolli yacía de espaldas. Tenía las piernas muy separadas; uno de sus brazos estaba colocado de una manera tan extraña que Freydis se dio cuenta de que estaba roto. La nariz también lo estaba. Tenía toda la cara hinchada y golpeada. Freydis nunca había visto a un hombre tan apaleado. Había que zurrar a los esclavos de vez en cuando, pero a Freydis no se le ocurría por qué podían haber tratado tan mal a Bolli. La simpatía que sentía hacia su hermanastro quedó oculta tras la ira contra los que le habían dado semejante paliza. Mientras Freydis revisaba sus heridas, Bolli la miró con ojos semicerrados.

—¿Quién te pegó? —preguntó Freydis.

—Islandeses. —Cuando movió los labios, Freydis vio una fila de agujeros ensangrentados.

La propia Freydis cogió agua del arroyo y la puso a calentar mientras Thorvard cogía el hacha y hacía astillas. Después, Freydis y él colocaron el brazo roto sobre el tablón más ancho y lo ataron a unos palos con tiras de tela desgarrada. Thorvard despertó a Kalf y a Orn. Los tres llevaron dentro de la casa del fondo a Bolli y lo tumbaron sobre un banco de dormir.

—Tendremos que hablar del asunto con los Egilsson —le dijo Freydis a Thorvard—. No podemos dejar que esta paliza quede impune.

—Sugiero que vayamos más tarde, cuando hayan podido dormir la borrachera y su cabeza esté más despejada —dio Thorvard. Después se fue a buscar a Mairi.

Finalmente resultó que no hizo falta buscar a Mairi, pues ella y Groa ya estaban de camino a las casas, tras haber pasado la noche en el refugio de Ulfar. Ulfar no volvía con ellas; no tenía intención de limpiar lo que habían ensuciado los hombres borrachos. Tenía cosas mejores que hacer. Desenrolló un pergamino y cogió su pluma.

* * *

La pasada noche los groenlandeses y los islandeses celebraron un banquete alcohólico para festejar Yule. Los paganos habrían hecho mejor cayendo de rodillas y rezando a Nuestro Señor en vez de disfrutar de mujeres fáciles y bebida. La bebida despertó la lujuria de los hombres de tal modo que hubo una pelea por el uso de una concubina y un hombre llamado Ingald murió. Di cobijo a Groa y a Mairi para que no abusaran de ellas. Después de haber escondido a las mujeres, volví a la casa del medio. Aunque la embriaguez me enfermaba, pensé que las mujeres estarían más seguras si yo estaba a la vista de los hombres, ya que nadie tendría motivo para buscarme. Si algún escandinavo borracho hubiera venido a mi refugio mientras yo estaba de guardia fuera, habría sido incapaz de proteger contra el daño a las mujeres, ya que soy un hombre pequeño sin más armas que las herramientas que uso con la madera. Ayudar a las mujeres me proporcionó cierta esperanza, pues al cobijarlas demostré que, a mi modo, soy capaz de mejorar el destino de otra persona, si no el mío.

* * *

Los islandeses se ocuparon del asunto de Bolli antes de que los groenlandeses hicieran ningún movimiento. Los hermanos Egilsson fueron a ver a Thorvard cuando éste estaba en la playa recogiendo madera para el refugio contra la nieve que él y sus hombres pensaban construir para el Vinlandia. En el momento de la visita de los hermanos, Freydis estaba dentro de la casa del medio supervisando la limpieza. Por entonces las tablas, tazas y cuencos ya se habían sacado y lavado. Habían barrido la habitación y Groa y Mairi estaban acabando de recoger. Freydis no supo pues nada de la conversación de Thorvard con los Egilsson hasta que él se la contó más tarde.

—Helgi y Finnbogi acaban de decirme que anoche hubo una pelea entre Bolli y algunos de los islandeses por una mujer —dijo Thorvard. Freydis y él estaban de pie delante de la casa del medio—. Durante la pelea, Bolli agarró a Ingald Snorrisson y lo arrojó contra el dintel con tal fuerza que Ingald sangró por las orejas. Murió poco después. Los Egilsson piden el exilio de Bolli. Dicen que si no lo expulsamos nosotros, le abrirán la cabeza con un hacha.

—Hablan como jueces del Althing que han oído sólo a una de las partes —dijo Freydis—. Debemos encontrar a otros que nos cuenten su versión de lo que pasó para llegar a la verdad.

Thorvard dijo que tendrían que moverse rápido, pues los Egilsson sólo le habían dado hasta la mañana siguiente para deshacerse de Bolli.

—Estoy dispuesto a hablar con los demás de lo que pasó, pero no tengo dudas de que Bolli es culpable. Te he dicho ya antes que tu hermano es un pendenciero.

—Es pendenciero sólo cuando otros se burlan de él o lo tratan mal —dijo Freydis—. Voy contigo a hablar con los demás. —Como a Thorvard no le caía bien Bolli, ella no se fiaba de que fuera a tomar partido por él.

Cuando hablaron con los groenlandeses, quedó claro que la mayoría de ellos habían pasado la noche dentro de la habitación de la casa del medio y estaban demasiado borrachos y torpes como para ser conscientes de lo que había pasado fuera.

—Parece bastante probable que la pelea tuviera lugar fuera —dijo Freydis—, lo que explicaría que nadie parece haberla visto u oído.

Freydis y Thorvard no pudieron encontrar ni un groenlandés que admitiera haber sido testigo de la pelea. Todos decían que se habían emborrachado tanto que se habían quedado profundamente dormidos.

Freydis recordaba haber apartado a Ulfar la noche antes, cuando ella y Thorvard salían de la casa del medio. Por poco que confiara en él, Freydis le dijo a Thorvard que pensaba que podían preguntar a Ulfar lo que había visto.

—Es demasiado piadoso para tomar bebidas fuertes y puede haber visto más que los demás.

—Merece la pena probar —dijo Thorvard—. Contrariamente a la mayoría de los esclavos, Ulfar parece honrar la verdad.

Freydis y Thorvard vieron que del refugio de Ulfar salía una fina columna de humo gris, por lo que supieron que estaba allí. Freydis nunca había visitado aquel cobertizo; tenía demasiado trabajo como para preocuparse por lo que parecía no ser más que una caja de madera. Cuando Thorvard y ella se acercaron, vieron a Ulfar a través de la abertura que hacía las veces de puerta. Él estaba inclinado sobre una de sus pieles de oveja, que había colocado en una especie de mesa.

—Me parece que estamos perdiendo el tiempo al venir aquí —dijo Freydis—. Cualquiera que rasque marcas negras en una piel de oveja con una pluma de pájaro no puede estar en sus cabales y no se puede confiar en que diga nada sensato.

Thorvard dijo que, ya que habían ido hasta allí, podían escuchar lo que Ulfar tenía que decir.

Al principio Ulfar no quería hablar de lo que había ocurrido la noche anterior. Freydis supuso que su desgana se debía al aspecto sombrío de su naturaleza. Cuando Thorvard habló de la exigencia de los Egilsson, según la cual Bolli tenía que ser exilado, Ulfar dijo:

—El exilio es demasiado bueno para alguien tan malvado como Bolli Illugisson.

—Es mejor no hacer esos comentarios cuando yo esté cerca —dijo Freydis—. Como sabes, Bolli es mi hermanastro. Un día, el esclavo de Leif se tragará sus juicios tan hipócritas.

—Estamos aquí para hablar de lo que pasó anoche —dijo Thorvard—. Después de que mi mujer y yo nos fuéramos a la cama.

—Si esperas que hable libremente, entonces debes decir a tu mujer que se retire —dijo Ulfar.

Freydis tuvo que recordarse a sí misma por qué habían venido a ver a Ulfar antes de acceder a marcharse para que los dos hombres pudieran hablar solos. Mientras esperaba, Freydis pensó de mal humor en la insolencia de Ulfar. Como Grelod, la impudicia y el descaro de Ulfar demostraba lo que les ocurría a los esclavos a los que se les daba libertad para hacer lo que querían. Freydis pensaba que si el destino hubiera convertido a Ulfar en dueño de esclavos como ella, habría sido tan despótico como Olaf Digre obligando a la gente a aceptar a Cristo.

Más tarde, cuando volvían a las casas, Thorvard le contó a Freydis la versión de Ulfar de lo que había ocurrido.

—Ulfar dice que abandonó la casa del medio poco después que nosotros, pero volvió de nuevo y se quedó mientras los relatos y los poemas continuaron. Cuando los hombres empezaron a hacer rimas obscenas, Ulfar se levantó y salió, encontrándose con Ingald y Bolli que peleaban por una concubina. Alof se agarraba a Ingald mientras Bolli trataba de llevársela. Bolli se echó a Alof sobre el hombro y se la estaba llevando cuando Ingald empezó a llamarlo montador de ovejas y otros nombres groseros. Bolli dejó a Alof, agarró a Ingald y lo arrojó contra el dintel de la casa del medio. Ulfar dijo que había oído partirse la cabeza de Ingald. Alof empezó a gritar, lo que alertó a varios islandeses, entre ellos Ulf, el de la Barba Ancha. Por entonces ya había bastante luz como para ver a Bolli llevándose a Alof a través de la explanada. Los islandeses saltaron sobre Bolli, lo arrastraron hasta la alta hierba que había junto al arroyo y empezaron a pegarle. Ulfar dijo que por mucho que le desagradara Bolli Illugisson, no encontraba placer alguno en ver a hombres luchando por una mujer, y se fue. —Thorvard terminó el relato de Ulfar diciendo que estaba claro que el que había tenido la culpa había sido Bolli. Thorvard opinaba que el peor enemigo de Bolli era él mismo.

—Cuanto antes nos lo llevemos, mejor —dijo—, ya que no queremos que los islandeses vengan a por él.

—Bolli no está en condiciones de ser llevado a ninguna parte —contestó Freydis, y después añadió que, en su opinión, los islandeses tenían que responder a algo—. Después de todo, fueron ellos los que proporcionaron las mujeres fáciles y la bebida.

—No se puede culpar a los islandeses porque compartieran con nosotros su bebida —señaló Thorvard—. Serías la primera en reprochárselo si se la hubieran guardado para ellos. De cualquier modo, las cosas han ido demasiado lejos ya como para perder el tiempo en culpar a nadie. La única manera de arreglar las cosas entre los islandeses y nosotros es desterrando a Bolli. Será mejor que organices las provisiones. Por mucho que me disguste ese hombre, no lo expulsaría nunca con las manos vacías. También necesito provisiones para tres días, para los que nos llevemos. Saldremos mañana por la mañana temprano.

A Bolli le dieron un saco de dormir, provisiones para tres meses de pescado y carne secos, un queso pequeño y una bolsa de bayas. También le dieron un brasero y un puñado de armas para cazar. Como era por la mañana temprano, nadie vio irse a Bolli y a los demás.

Cuando Freydis se levantó aquella mañana más tarde, empezó a trabajar inmediatamente en la vela para quitarse a Bolli de la cabeza. Le preocupaba que lo hubieran expulsado, pues le parecía que, teniendo en cuenta todo lo que había pasado, había sido injustamente juzgado. Por otra parte, era cierto que el peor enemigo de Bolli era él mismo. Era igualmente cierto que al haber traído mujeres solteras a Leifsbudir, los islandeses estaban buscando problemas. También habían sido poco previsores al ofrecer demasiado hidromiel; habría sido mucho más prudente guardar bajo llave la mitad hasta más adelante.

El mismo día en que se llevaron a Bolli, el cadáver de Ingald fue enterrado a cierta distancia de la casa de los islandeses, en la parte trasera. Cuando estaban cavando el agujero, empezó a nevar. La primera nieve llegó en ráfagas que se derretían nada más tocar el suelo. Poco a poco la nieve se fue espesando, cayendo con tal fuerza que los islandeses que estaban enterrando a Ingald quedaron cubiertos de blanco.

Al día siguiente seguía nevando. Por entonces un viento del Noreste se había trasladado tierra adentro y estaba haciendo que se acumulara la nieve en una cresta sobre la explanada; otros lugares estaban casi limpios. Vestida con una capa, mallas y zapatos rellenos de lana, Freydis fue a la pradera con Mairi a ver cómo iba el ganado. Los animales parecían estar bastante bien, pero Freydis pensó que si el viento seguía llevando la nieve del mismo modo, iba a ser difícil ocuparse de ellos. La hierba de la pradera estaba bastante limpia como para que pudieran pastar, pero si la cresta de nieve que corría junto a las casas se hacía más alta, no podrían ordeñar a la vaca y a las cabras ni atender a los cerdos y ovejas. Poco después de que Freydis y Mairi volvieran a las casas, dejó de nevar. Se puso a llover. La lluvia siguió cayendo durante la mayor parte de la noche. A la mañana siguiente, la nieve había desaparecido dejando detrás largas crestas de hielo.

Thorvard y sus hombres siguieron fuera dos días más, ya que habían tenido que quedarse junto a la costa para esperar a que pasara la tormenta. Se habían llevado a Bolli a una distancia de más de diez días a pie por tierra, lo que significaba que habían tenido un agotador viaje de vuelta, remando contra corriente todo el camino.

El día después de la vuelta de Thorvard, los hermanos Egilsson fueron a la puerta de la casa del fondo en el momento en que Freydis, Thorvard y otros más se disponían a sentarse para comer. Thorvard los invitó a pasar. Para fastidio de Freydis, pues había poca leche, les ofreció un cuenco a cada uno. Ellos la rechazaron. Thorvard preguntó la razón de la visita de los hermanos. Finnbogi empezó diciendo que le agradaba que Thorvard se hubiera deshecho de Bollo Illugisson, evitando así un segundo asesinato. Siguió diciendo que había otro asunto que tenían que arreglar si quería que las relaciones entre islandeses y groenlandeses siguieran siendo cordiales. Dijo que los islandeses habían seguido hablando del asunto de la muerte de Ingald Snorrisson.

—Nuestro punto de vista —dijo Finnbogi— es que deberíamos ser compensados por esa pérdida.

—Ingald era un valioso carpintero. Creemos que es justo que nos deis un trabajador igual de hábil como compensación —dijo Helgi. Aunque se había esforzado porque las relaciones con los groenlandeses fueran buenas, Helgi también era lo bastante astuto como para tratar de obligarlos a hacer concesiones.

—Como sabes, hemos perdido cuatro hombres aquí —continuó Finnbogi—, mientras que vosotros sólo habéis perdido a uno. Es más, llegasteis con hombres de más, lo que quiere decir que podéis cedernos fácilmente uno a nosotros.

—¿Cómo podéis hacer esa petición? —dijo Freydis—. Sabéis que entre nosotros no hay entabladores.

—Está Ulfar —dijo Helgi—. Es más hábil que cualquiera de nuestros carpinteros con excepción de Hauk. —Helgi sabía que esa petición era un reto, pero merecía la pena intentarlo. Al menos los groenlandeses recordarían que les debían un favor a los islandeses.

—Me sorprendes, Helgi Egilsson —dijo Freydis—. Sabes que Ulfar es esclavo de mi hermano. Creo que a Leif no le gustaría saber que además del uso de su casa, esperas el préstamo de un esclavo que me proporcionó a mí. Puedes estar seguro de que si insistes en esto, mi hermano acabará por enterarse.

—Tu hermano me parece un hombre sumamente justo —contestó amablemente Helgi—. Por lo tanto es muy probable que entienda que ya que el marido de su hermanastra está utilizando a una de nuestras esclavas, nosotros podremos esperar lo mismo de uno de los suyos.

—Una vez más me sorprendes —dijo Freydis—. Pues a pesar de tu afabilidad, puedes ser tan cazurro como tu hermano.

Thorvard interrumpió.

—Desde mi punto de vista, habría que preguntarle a Ulfar qué le parece. Como Leif tiene en tanta estima al carpintero que le prometió la manumisión, deberíamos respetar lo suficiente la voluntad de Leif como para tener en cuenta los deseos de Ulfar.

Los Egilsson dijeron que estaban más que dispuestos a oír lo que tenía que decir Ulfar. Enviaron a Kalf a buscarlo a la casa del medio, donde estaba comiendo. Ahora que la pesca había acabado, él hacía sus comidas con los groenlandeses. Freydis estaba tan enfadada con Thorvard y los islandeses que no quería hablar porque no sabía si empeoraría las cosas, sobre todo porque Ulfar podía volver a negarse a dar su opinión si ella estaba delante. Por tanto, se retiró al dormitorio y esperó a ver qué pasaba a continuación.

Cuando llegó Ulfar, Thorvard le explicó la situación en pocas palabras y le dijo que era cosa suya si quería irse o no con los islandeses.

Ulfar miró a los Egilsson.

—No deseo irme con vosotros, los islandeses, pues me parecéis tan paganos como todos los demás. Un cristiano al que respeto me convenció de que viniera a Leifsbudir para mejorar mis perspectivas. Si necesitáis de mis habilidades para ayudaros a construir vuestro barco para el verano que viene, las compartiré con vosotros, pues he aprendido mucho de Hauk Ljome. Hasta entonces tengo tareas suficientes de carpintería como para mantenerme ocupado aquí.

—Sé que duermes solo en un cobertizo más allá de la explanada. ¿Dónde vivirás si el tiempo empeora? Te helarás si duermes allí —dijo Finnbogi.

Freydis, que escuchaba desde el dormitorio, no creía que esos comentarios se hicieran porque estaban preocupados por el bienestar de Ulfar. Le parecía más probable que Finnbogi estuviera tratando de ocultar su humillación al ser rechazado por el esclavo de otro.

—Estoy acostumbrado a las privaciones —dijo Ulfar—. Si el tiempo me impide seguir estando solo, llevaré mis cosas a la casa del medio, pues es allí donde prefiero estar.

—Recuerda, si estos groenlandeses te tratan mal —dijo Finnbogi—, siempre puedes cruzar la explanada y venir con nosotros.

Freydis sabía que Finnbogi era un hombre que no aceptaba un no por respuesta y buscaría otros modos para hacerse con Ulfar. Helgi era no era mucho mejor y se había mostrado tan arrogante como su hermano. Sin duda Thorvard podía ver ahora que los acuerdos a los que había llegado con los Egilsson tendrían como resultado que los groenlandeses se llevarían la peor parte.

Después de que los islandeses se hubieran marchado y los platos y cuencos se hubieran recogido, Freydis se llevó a Thorvard a un lado y le montó un escándalo. Estaba furiosa porque su marido se había arriesgado al pedir a Ulfar su opinión, porque los acuerdos con los Egilsson dependieran de lo que pudiera decir un esclavo. Pero estaba más furiosa con los hermanos y, como no podía tomarla con ellos, culpó a su marido de las dificultades que había provocado.

—Parece que me he casado con alguien que está ansioso por cambiar más por menos.

—Di lo que quieras —contestó Thorvard—. Pero no tengo intención de dejar a Mairi, sobre todo después de lo que los Egilsson nos han hecho pasar.

—Estoy de acuerdo con eso —dijo Freydis—. Mairi es tan útil para mí como para ti, sobre todo desde que los achaques de Groa han empeorado últimamente. —La humedad de Leifsbudir había afectado tanto a las articulaciones de la anciana que a menudo dejaba caer platos de comida y volcaba el cubo de la leche. Freydis ya no confiaba en ella para que llevara la comida. Algunos días Groa tenía las manos tan torpes que Freydis le ordenaba a Mairi que la peinara ella. La chica era hábil y rápida. A pesar de su embarazo, hacía el trabajo de Groa, además del suyo.

El día después de la visita de los Egilsson, una segunda tormenta azotó Leifsbudir durante la noche. Esta vez la nieve no se amontonó, pero fue mucho más abundante y el aire era de un frío cortante. Por las mañanas los groenlandeses caminaban con la nieve casi hasta las rodillas. Con palas y cubos hicieron un camino entre sus casas. Esa tarea les llevó más tiempo de lo que pensaban. Los groenlandeses estaban muy acostumbrados a la nieve, pero a nieve ligera y seca, no pesada y húmeda. Cuando terminaron el camino, los hombres limpiaron el recinto que estaba entre la casa del fondo y los edificios anexos. Esa tarea era más fácil, pues la nieve se había amontonado fuera del muro que había construido Bolli. Aunque había menos nieve en la pradera que alrededor de las casas, Freydis decidió trasladar al ganado al recinto vallado para poder atenderlos sin tener que caminar mucho. Nagli y Ulfar metieron en el interior sus cosas de dormir, Nagli en la casa del fondo y Ulfar en la del medio.

Esos arreglos se hicieron justo a tiempo, pues dos días más tarde una tercera tormenta barrió Leifsbudir. Fue la peor de todas las tormentas. Hubo cinco veces más viento que antes y diez veces más nieve. La combinación de viento y nieve significaba que la mayoría de la nieve se amontonó sobre las casas. Era imposible trabajar fuera. Durante la primera parte de la tormenta, cuando estaba claro que los animales perecerían si se quedaban donde estaban, Freydis hizo que trasladaran sus cosas del cobertizo a la casa del fondo de modo que el cobertizo pudiera usarse como establo. Freydis no tenía intención alguna de compartir una plataforma de dormir con su marido y Mairi. Por lo tanto Thorvard llevó sus cosas a la habitación principal, donde Evyind y Ozur dormían con sus hijos, y Freydis y Groa tomaron posesión del compartimento del fondo. Freydis no estaba más contenta con ese arreglo que Thorvard, pues eso significaba que se quedaba sin privacidad.

Cuando la tormenta acabó cuatro días después, toda relación entre islandeses y groenlandeses había cesado. Las casas de cada lado de la explanada se habían quedado totalmente aisladas unas de otras. De hecho la nieve cubría los edificios de Leif tan completamente que, excepto por el humo, cualquiera que observase el asentamiento desde lejos no sabría que estaba allí. Con gran esfuerzo, los groenlandeses consiguieron mantener limpios los senderos entre sus edificios quitando la nieve con palas. Los muros de ambos lados de los senderos eran altos acantilados blancos que superaban con mucho la cabeza de los hombres más altos. Esos senderos tenían que limpiarse varias veces al día, ya que no dejaban de acumular nieve. Además, los hombres tenían que subirse por turnos a los tejados de las casas para limpiar los agujeros de las chimeneas, que a menudo se tupían, con lo que las casas se llenaban demasiado de humo. Antes los groenlandeses habían metido una gran cantidad de leña y la habían acumulado contra las paredes. La leña limitaba el espacio para dormir, pero los groenlandeses tenían más de lo necesario para empezar, de modo que nadie se vio obligado a dormir en el suelo.

El compartimento donde dormían Freydis y Groa estaba dentro de la puerta de la casa del fondo. Aunque era más pequeño que el cobertizo, tenía bancos en tres de los lados. Freydis dobló varios largos de tejido de vela y los colocó en el banco más ancho bajo su saco de dormir. Colgó un largo de estambre sobre la puerta y otro en el rincón, delante del cubo que hacía de retrete. También colgó estambre sobre las paredes, para protegerse del hielo. El telar de Freydis se colocó en la habitación grande junto al fuego, bajo un agujero para el humo, de modo que pudiera aprovechar al máximo la luz invernal. Por débil que fuera, había mucha más luz en invierno en Leifsbudir que en Gardar donde, en esa época del año, la oscuridad imperaba todo el día. Incluso así, el aire dentro de la casa tenía a menudo demasiado humo como para poder tejer. No sólo los agujeros del tejado estaban tupidos con la nieve, sino que había que convivir con el humo de la forja de Nagli. El herrero había construido una pequeña forja en el extremo de la habitación donde había hecho un surtido de remaches, bisagras y ganchos para pasar el tiempo. Por fortuna la mayor parte de los hombres hacían trabajos más limpios, como remendar armas y herramientas. Algunos de los mejores talladores hacían peines y cucharas de asta de ciervo y mangos de hacha de madera y piezas de juego para mantenerse ocupados. Las piezas de juego solían usarse cuando los groenlandeses se sentaban alrededor del fuego.

* * *

Aunque los groenlandeses tuvieran más tiempo libre que el que necesitaban y había un continuo ir y venir entre sus casas, nunca abrieron un túnel a través del muro de nieve hasta la casa de los islandeses. Éstos no tenían razón alguna para acercarse al arroyo, que estaba helado. Como los groenlandeses, bebían nieve derretida. De vez en cuando un groenlandés hacía un comentario de pasada sobre un islandés o sobre una de las concubinas, pero ninguno de ellos trató de ponerse en contacto con el otro lado. Aunque a los groenlandeses no les gustaba Bolli Illugisson, a algunos les parecía que haberlo desterrado en invierno era demasiado duro, ya que cualquiera de ellos podría haber matado accidentalmente a otro como resultado de haber bebido mucho. A otros les parecía justo el exilio de Bolli, pero pensaban que los islandeses se habían excedido al pedirles además a Ulfar. Freydis fomentaba estos puntos de vista. Más de una vez recordó a los groenlandeses que los islandeses estaban ocupando un lugar que pertenecía a su hermano. Como era así, habría esperado que los islandeses mantuvieran el contacto con sus anfitriones, al menos por consideración, si no era por respeto. Dijo que los islandeses no habían hecho un sendero a través de la nieve y se habían mantenido apartados porque se consideraban superiores. Mientras hablaba, Freydis sabía que estaba mintiendo. El hecho es que no deseaba ver a los islandeses, ya que era más que probable que semejante contacto trajera consigo más problemas. Creía que los islandeses iban a exigirle más cosas, sobre todo comida. Pensaba que, teniendo en cuenta la mala voluntad que había por las dos partes, era mejor que los groenlandeses y los islandeses se mantuvieran separados en dos campos durante el invierno. De momento, los groenlandeses estaban de muy mal humor por tener que permanecer dentro de casa.

Un mes después de Yule, tuvieron lugar tres acontecimientos que a Freydis le parecieron desafortunados. El primero fue que la cabra y la vaca se secaron. Los animales estaban dando menos leche cada día, debido al frío y el poco forraje. Freydis ordenó a Mairi que mantuviera un fuego ardiendo en el cobertizo y les diera doble ración. Incluso así, el suministro de leche disminuyó y al final se acabó.

Otro inconveniente fue la aparición de la concubina de Helgi Egilsson en la puerta de los groenlandeses. Finna llegó por la nieve un día acompañada de dos islandeses con palas. Habían evitado lo peor del muro de nieve caminando por la playa y paleando la nieve hasta que llegaron a la casa de los groenlandeses. Freydis sólo los conocía de vista. Thorvard los conocía. Se dirigió a ellos como Karl y Solvi y los invitó a pasar y a sentarse junto al fuego. Los hombres no quisieron entrar. Ni al principio entró Finna. Dijo que estaba cubierta con demasiada nieve, lo que era bastante cierto. Hasta las cejas y el pelo los tenía blancos. Aunque Freydis no deseaba ver a los islandeses cerca, pensó que su negativa a entrar era poco amistosa. Más tarde hablaría de esa falta de cordialidad muchas veces con los groenlandeses. Finna se quedó en la puerta bien envuelta por la capa, y el frío cortante colándose en el interior.

—He venido a buscar leche de vaca —dijo—. Olina tiene un niño que se está muriendo de hambre.

Así que la concubina de Finnbogi había sobrevivido al parto sólo para descubrir que no tenía leche.

—No hay leche de vaca aquí —dijo Freydis.

—Tenéis una vaca.

—Está seca —dijo Freydis—. Y la cabra, igual.

Finna se quedó mirando fijamente a Freydis como si mirándola pudiera averiguar la verdad. Ella le devolvió la mirada pensando lo altiva que parecía Finna; sin duda Helgi podría haberse buscado una concubina mejor.

—¿Tenéis queso? —preguntó Freydis.

—No —dijo Finna—. Hace mucho que se terminó.

—Yo tengo un poco que estaría dispuesta a cambiar con vosotros —dijo Freydis.

La propuesta pareció confundir a Finna. No dijo nada, pero siguió contemplando a Freydis con suspicacia.

—El queso puede ablandarse con agua caliente —explicó Freydis—, y alimentar al niño.

—Le preguntaré a Olina —dijo Finna—. Si lo desea, volveré a por el queso.

—Como quieras.

Finna le preguntó a Freydis qué quería a cambio del queso.

—Eso podemos decidirlo luego. Me parece que lo principal es que el niño esté bien. —Freydis pensaba que Finna era una imprudente al rechazar el queso, sobre todo después de haber hecho todo el camino a través de la nieve. Freydis quería que Finna se lo llevara. Quería que el niño viviera. No le tenía ninguna antipatía aunque fuera de Finnbogi. También se le ocurrió que hacer lo posible para ayudar al niño podría resultar útil, pues los islandeses recordarían más tarde que los había ayudado.

—He dado queso ablandado a mis propios hijos con buenos resultados —dijo Freydis—. Si el niño se toma el queso, estoy seguro de que a nosotros, los groenlandeses, no nos importará reducir nuestras raciones. Todos nosotros sabemos la importancia de unos buenos vecinos, sobre todo en un sitio como éste.

Mientras hablaba, Freydis observaba a Finna. Le pareció que la concubina de Helgi la miraba con suspicacia.

—Prefiero no aceptarte nada hasta que hable con la madre del niño —dijo Finna—. No sirve de nada aceptar comida que el niño puede rechazar.

—Te daré un trozo —dijo Freydis—, ya que, si no, no sabrás si el niño lo quiere antes de intentar dárselo.

Finalmente, Finna accedió. También la convencieron de que se acercara al fuego. Freydis se puso la capa y se fue a la cabaña de almacenaje a cortar una gran loncha de queso. Cuando regresó, envolvió la loncha en un trapo limpio y se la dio a Finna.

Fue la última vez que Freydis vio a Finna. Nunca volvió, de lo que Freydis dedujo que el niño había rechazado el queso.

El día después de la visita de Finna, Mairi fue al cobertizo como de costumbre a alimentar al ganado. Volvió pronto con la noticia de que la vaca estaba tumbada de lado y se negaba a ponerse de pie. Freydis salió al cobertizo para verlo por sí misma. Tanto el morro como las ubres de la vaca estaban calientes.

No serviría de nada pero Freydis hizo que llevaran la vaca a la casa y la colocaran junto al fuego. Freydis estaba convencida de que una de las concubinas de los islandeses, probablemente Olina, había maldecido a la vaca para que no pudiera dar leche. Freydis estaba decidida a resistirse al hechizo con todos los medios que pudiera. A pesar de las protestas de los que se quejaban de que aquella habitación ya apestaba bastante, Freydis mantuvo a la vaca dentro de la casa. Una vez una de las vacas de Halla había sido hechizada por contaminar el arroyo de un vecino. Halla había deshecho el hechizo atando pelo trenzado alrededor de cada ubre y colocando un cuchillo afilado bajo la cola. Freydis usó varias hebras de su propio pelo para hacer el encantamiento. Después colocó el cuchillo tal como lo había hecho Halla.

Las medidas de Halla tardaron cinco días en funcionar. Una mañana, Freydis despertó y vio a la vaca de pie junto a la chimenea.

—Al menos mi suerte ha mejorado —dijo Freydis.

Estaba equivocada. Varios días después de que la vaca se recuperara, Groa cayó enferma.

La anciana estaba llevando tablas para comida a un barril de nieve derretida para lavarlas. Iba arrastrándose, con un pie vuelto hacia dentro. Respiraba pesadamente, pero eso no era nada nuevo. Cuando pasó junto a Freydis, que estaba tejiendo junto al fuego, una de las tablas cayó a los pies de Freydis. Freydis lanzó la mano para darle un sopapo a Groa por su torpeza, pero no encontró mas que aire. Groa se había caído al suelo, arrastrando consigo todas las tablas. Se agarraba el pecho y gemía. Freydis estaba acostumbrada a ver a la anciana detenerse para recuperar el aliento, pero nunca la había visto gemir así.

—Llevadla al banco —le dijo Freydis a los demás. Había varios hombres en la habitación, Ulfar entre ellos.

Groa fue colocada en el banco y envuelta en una capa. Mairi enrolló una estera de piel y se la colocó a Groa bajo la cabeza. La anciana se quedó allí acostada con los ojos cerrados y la boca abierta. Durante un tiempo los groenlandeses permanecieron de pie observándola, pero cuando vieron que no se estaba muriendo, se volvieron a sentar, sacaron sus tableros de juego o se afanaron con sus tareas de corte y tallado de madera. Mairi recogió las tablas.

—Quiero un entierro cristiano —dijo Groa alto y claro. Con lo cerca que estaba de la muerte, no tenía nada que perder diciendo las cosas claras.

Freydis no dio señales de haberla oído, y siguió tejiendo. Nunca había visto a Groa hacer la señal de la cruz, pero supuso que la anciana era seguidora de Cristo. La mayor parte de los esclavos lo eran. Qué insensatos eran al pensar que a su Cristo le importaba que vivieran o murieran.

—¿Me haréis un entierro cristiano? —gritó Groa. Freydis la miró fijamente. La anciana tenía un aspecto extraño, con los ojos saltones.

—Si significa tanto para ti que te hace gritar, puedes tenerlo —dijo Freydis enfadada. ¿Por qué iba a querer nadie ser enterrado en nombre de un dios que carecía del poder de evitar que lo clavaran a un árbol?—. Aunque me parece que te falta mucho para morirte.

—No te equivoques, me estoy muriendo —dijo Groa—. Y quiero que se bendiga mi cuerpo con agua bendita y que mis huesos se entierren en el cementerio de Thjodhild. —Alzó la cabeza y miró a su alrededor—. A menos que me equivoque, hay alguien aquí que puede hacer lo que pido.

—Sin duda lo hay —dijo Freydis, consciente de que Ulfar estaba aún en la habitación esperando a que Nagli acabara una bisagra para un banco plegable que había hecho él. Freydis no había olvidado que el sacerdote había dado a Ulfar la ampolla de agua bendita delante de Leif. Le pareció prudente acceder a la petición de Gora para evitar posteriores problemas con Leif. Freydis también sabía que los cristianos a veces se convertían en vengativos fantasmas si su entierro no era de su agrado.

—Si mueres, te prometo enterrarte como has pedido —dijo Freydis—. Ahora será mejor que descanses.

Poco después, Freydis se arrepintió de su promesa.

Groa murió la noche siguiente durante otra tormenta de nieve. A los groenlandeses se les planteó el problema de qué hacer con su cuerpo. El cadáver no podía permanecer cerca del fuego sin pudrirse. No lo podían sacar por culpa de los lobos, que habían empezado a aullar por la noche. No podía hervirse dentro por el mal olor ni fuera por el tiempo. No había más remedio que poner el cuerpo en la cabaña de almacenaje hasta que el tiempo mejorara. Se clavó una estaca en el cuerpo de Groa para que más tarde se pudiera verter dentro agua bendita. El cuerpo se metió en un saco y se colocó con las provisiones. Aunque el cuerpo estaba cubierto y colocado sobre tablones por encima de los alimentos, a Freydis no le gustó el arreglo. Cuidaba de no entrar nunca en la cabaña después del anochecer por si Groa resultaba ser una caminante nocturna. Freydis siempre se llevaba a alguien, normalmente a Mairi, con ella a la cabaña.

Más tarde, aquel invierno, murió el segundo cerdo. Aunque el animal estaba demasiado delgado para ser una buena comida, Freydis lo usó para hacer un estofado. Mientras los groenlandeses se sentaban alrededor del fuego chupando los huesos hasta la médula, Thrand, que se consideraba una especie de bufón, se limpió la grasa en los calzones y comentó que no sabía que el hueso de una vieja supiera tan bien.

Freydis regañó a Thrand por un comentario tan desafortunado.

—Ya hemos tenido bastante mala suerte este invierno sin tener que toparnos con un fantasma —dijo—. Estoy segura de que hablo por todos cuando digo que ninguno de nosotros quiere que lo visite en su cama el fantasma del cuerpo insepulto de Groa. ¿Quién sabe qué resentimientos puede haberse llevado consigo la anciana a su muerte?