Llevo un mes en Leifsbudir. Ahora que el recuerdo de nuestra peligrosa travesía se ha disipado, estoy complacido de que el Señor de los Cielos —a través de Leif Eriksson— me trajera aquí. La tierra en sí misma no es impresionante; aunque llana, tiene la misma crudeza que Groenlandia, como si Nuestro Creador la hubiera creado la última, sin tiempo para hacer lomas cubiertas de hierba y playas de fina arena blanca. Pero en otros sentidos, el lugar es satisfactorio, pues tiene gran cantidad de madera y pescado. Desde nuestra llegada he estado preparando madera de abeto para el barco de los groenlandeses. Como el tiempo ha sido bueno, hemos conseguido hacer la quilla. El tintero, que Hauk Ljome llama la anciana, ya tiene forma. Hauk buscó un árbol con una raíz suficientemente ancha como para sostener el mástil. Tardó dos días en encontrar el árbol adecuado, un gran alerce. Hauk dice que buscar un árbol mereció la pena, pues encontrar la madera adecuada es la mitad del trabajo. He aprendido mucho del constructor noruego. Usa un sistema de abrazaderas y postes de apoyo muy útil. Amontona grandes piedras sobre las tracas más bajas después de que hayan sido calafateadas para que se mantengan bien unidas. El calafateo se hace con hilo de lana retorcido empapado en brea. Nagli, el herrero, sabe cómo hacer brea con turba. El hilo se mete entre las ranuras en la parte de abajo de las tracas.
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Ulfar dejó de escribir; no quería malgastar tinta describiendo cada detalle del barco. Por otra parte, nunca había trabajado en un navío marino desde el principio y quería registrar los pasos.
Ulfar estaba escribiendo dentro del refugio que había construido con una combinación de tablas y de maderos traídos por el mar sobre la playa que estaba al oeste de las casas donde la tierra se elevaba en un largo risco que iba de norte a sur. Ulfar había decidido vivir apartado de las casas. Era de naturaleza hermética y después de todo el día trabajando con los carpinteros con los que, por otra parte, tenía muy poco en común, ansiaba más la soledad que la comida. A veces ni se preocupaba de comer las comidas que Freydis y las mujeres preparaban, sino que asaba salmón que hubiera pescado ese día. Había tanto salmón en la bahía que podía pescarse desde las rocas. Helgi Egilsson había invitado a Ulfar a comer con los islandeses cuando quisiera. Ulfar había ido una vez a casa de los islandeses, pero no deseaba volver, ya que la comida no se había preparado como a él le gustaba.
El refugio de Ulfar parecía una caja con una apertura a un lado y un agujero para que saliera el humo encima. Dentro dormía sobre ramas de abeto que prefería a una plataforma de madera. Se había hecho él mismo una mesa y un banco para usarlos cuando escribía. Debajo había una caja de madera donde guardaba su material de escribir y la ampolla con agua bendita.
Ulfar pretendía enseñarle un día su manuscrito a Geirmund y trataba de incluir asuntos que pudieran interesar al sacerdote, como su lucha diaria por la redención.
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He tenido dos encuentros con una mujer llamada Groa que es esclava de Freydis y es cristiana. Pudimos rezar juntos en la playa. La siguiente vez que nos vimos para rezar, Groa trajo a la esclava llamada Mairi que, como nosotros, es de las Hébridas. Aunque poco más que una niña, el marido de Freydis la usa como concubina. Esto me perturba mucho, pues no puedo evitar considerarla sucia. Rezo a diario a Cristo para que me ayude a superar este punto flaco. Teniendo en cuenta lo pecaminoso de mi origen, puede ser que el Señor de los Cielos vea más limpia a Mairi que a mí. Groa nunca habla de sí misma, pero me ha contado algo de Mairi.
Mairi es de la isla de Mull, que está a poca distancia por agua de Iona. Era la hija de un pescador. Estaba ayudando a su padre a vaciar nasas cuando atacaron los vikingos. Asesinaron a su padre cuando quiso evitar que se la llevaran. Mairi fue llevada a Bergen, donde la vendieron a Helgi Egilsson. Aunque Groa no lo dijo, no dudo de que los hombres de Helgi y el propio Helgi abusaron de Mairi. Pero no insistiré en los abusos a la chica, pues sólo me recuerdan a cómo abusaron de mí. En lugar de ello, pediré al Señor que tenga a bien vigilarla.
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Aunque Thorvard se llevaba a Mairi a su cama todas las noches, no le servía de gran cosa por el día. Ahora que conocía mejor el bosque, él y otros iban cada día a los bosques a cazar. Thorvard estaba aprendiendo a localizar huellas y excrementos en el suelo del bosque. Una vez vio excrementos de oso, pero no pudo encontrar al oso. Tuvo mejor suerte con los caribúes, pues encontró las huellas de varias hembras, y las siguió. Usando hachas y lanzas, él y sus hombres consiguieron abatir a dos. Las hembras eran muy parecidas al ciervo que había cazado en Hrensey, aunque algo más grandes. Había señales de que los lobos habían matado a las demás hembras. La presencia de lobos indicó a Thorvard que había una gran manada de caribúes en alguna parte, probablemente migrando más hacia el sur. Thorvard y sus hombres solían volver a Leifsbudir al final del día con faisanes y perdices a los que mataban con flechas, y liebres que cazaban con trampas.
Thorvard vigilaba por si aparecían skraelings. Había visto a uno una vez cuando cazaba focas en Northsetur. Sólo había visto al skraeling a lo lejos, remando en aguas abiertas en un bote de cuero. Thorvard y los demás cazadores de focas estaban demasiado lejos para darle caza, sobre todo con tanta agua entre los bloques de hielo, pero habían visto lo bastante bien a la criatura como para saber que iba vestida de pieles y tenía la piel y el pelo oscuros. Thorvard no tenía ni idea del aspecto que tendría un skraeling que viviera por allí, pero sí parecía probable que la criatura fuera baja y robusta, como se dice que son los trolls, con dientes afilados y pelo enredado. Thorvard no conocía a nadie que hubiera visto un troll y se guiaba principalmente de lo que le habían dicho en los cuentos de los marineros que llegaban a Groenlandia procedentes de países con bosques. Leif le había dicho a Thorvard que no había skraelings en Leifsbudir que él supiera. Aún así, Thorvard y sus hombres entraban en el bosque armados no sólo con arcos, flechas y lanzas, sino con hachas y cuchillos de varias clases. Thorvard había oído a dos de los hombres de Thorfinn Karlsefni que habían encontrado skraelings allí, aunque no estaba claro dónde. Thorvard sabía que Thorfinn había encontrado skraelings en un lugar llamado Hop, y Leif solía decir que había visto señales de skraelings más al sur. Antes de abandonar Groenlandia, a Thorvard le hubiera gustado llevar el Vinlandia a Herjolfness y saber más de las experiencias de Thorfinn allí. Freydis no había querido usar el barco para visitar al islandés. Había comentado que un viaje a Herjolfness retrasaría muchos días a los groenlandeses. Tenía razón, ya que la partida de Groenlandia ya se había retrasado bastante.
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Hauk Ljome solía ir a visitar a Freydis a media tarde. En ese momento del día, el marido de Freydis estaba fuera, cazando, y Hauk y sus hombres habían acabado el trabajo de una larga mañana y necesitaban descanso y distracción. El Vinlandia ya llevaba mucho tiempo arreglado y lo habían vuelto a poner a flote en la bahía. El nuevo bote estaba acabado y en uso. El armazón del barco de los groenlandeses estaba medio montado, lo que quería decir que la quilla y la proa estaban hechas y las primeras tracas colocadas y calafateadas. Antes de que pudiera colocarse el tintero, había que encontrar madera adecuada para las cartelas. Ésta solía ser madera torcida, normalmente de abeto. Junto con dos baos, las cartelas mantendrían en su sitio a la «anciana», y por tanto al mástil. También se necesitaba madera de escuadras para aguantar el tablazón, que se colocaría después de que se hubieran hecho las tracas y las cuadernas. Al buscar madera, Hauk seguía el consejo de Arnjolt, que era que dejara a la naturaleza hacer el trabajo. Arnjolt mantenía que la fuerza y la flexibilidad de un barco se encontraban en usar la madera de un modo que aprovechara su forma natural. Por entonces los hombres que Helgi le había proporcionado a Hauk eran ya capaces de dar forma a las tracas de arriba, mientras Hauk estaba fuera buscando madera para escuadras. Hauk pensaba que cuando Freydis oyera que iba a marcharse unos días de Leifsbudir, podría permitirle meterse debajo de su camisa. De momento sólo le había permitido acariciarle los brazos y, una vez, los pechos.
Freydis estaba donde Hauk esperaba que estuviera, fuera, trabajando en su telar en la parte sur del cobertizo. El buen tiempo aguantaba tan bien que Freydis tejía fuera todos los días, vestida sólo con su camisa y su túnica. Ese día, cuando Hauk fue a verla, Freydis llevaba una capa marrón para protegerse de la brisa; un viento frío soplaba desde el agua y podía sentirse incluso allí, al abrigo del cobertizo. Pero el lado sur era más cálido que ningún otro, pues todo el día le daba el sol. El sol caía en ese momento sobre el pelo de Freydis, dándole el color del alambre de cobre. Hauk extendió la mano y le acarició el pelo, que sintió suave bajo la rugosidad de su mano. Ella se volvió y sonrió. Qué mujer más atractiva era, para ser una granjera groenlandesa.
—Estoy aquí para hablarte de la vela —dijo Hauk.
—No se me ocurre mejor motivo —contestó Freydis, y rió. La vela se había convertido en una especie de broma entre ellos.
Freydis dejó la lanzadera de hueso de ballena.
—Entra —dijo, y entró en el cobertizo.
Hauk se inclinó y entró.
Freydis mandó a su esclava de bigotes grises a buscar cuencos de leche agria. Siempre empezaban la visita con un cuenco de leche. La leche se había vuelto un lujo para Hauk, ya que los islandeses no tenían productos lácteos excepto los pocos quesos que estaban entre las provisiones que se habían traído con ellos de Groenlandia.
Hauk se sentó en un banco. Aunque la conocía bien, miró a su alrededor de la habitación, las colgaduras tejidas sobre las paredes, la ropa de dormir doblada sobre la plataforma, los juncos limpios extendidos sobre el suelo, el amuleto que llevaba Freydis, las cintas tejidas en su pelo, azules para hacer juego con su túnica. Pensó qué agradable y atractiva podía hacer una mujer incluso la habitación más pequeña, qué limpia y pulcra era su persona. No tenía idea de que esa pulcritud incluía llevar un cinturón de hierro bajo la camisa.
Cuando Groa volvió con la leche, Freydis la puso a trabajar sacudiendo el banco de dormir. Hauk advirtió que Freydis siempre le buscaba algo que hacer a la vieja esclava para mantenerla dentro del cobertizo mientras él estaba allí. Freydis se sentó en un taburete y cogió el huso y la lana. Mientras bebía la leche, Hauk la miró hilar. Le gustaba el modo grácil en que hacía girar el huso sobre la curva de su cadera y después sobre el muslo para enrollar el hilo.
—Este pasado año he hilado tanta lana que estoy segura que lo hago hasta en sueños —dijo Freydis. Dejó a un lado el huso, apuró su cuenco y luego se limpió la leche de los labios con un paño que tenía cerca. Desde que Hauk había abandonado Noruega, no había visto a ninguna mujer hacer eso. Las mujeres de la granja de Skeggi Arnesson usaban el dorso de la mano para limpiarse la boca y las concubinas de los islandeses, el borde de la camisa.
—¿Cuántas pobres ovejas has convertido en estambre en tu telar? —preguntó.
—Cientos —dijo Freydis—. Más de las que puedo contar. ¿Cuándo cortaréis la madera para el mástil? —Eso ya lo había preguntado antes.
—Después de que consigamos madera de escuadras.
—Dime de nuevo cuántos largos necesitaré para la vela.
Él también le había dicho eso.
—Dieciséis.
Cada largo era de un «ell» de ancho y dieciséis «ells» de largo.
—Eso significa que tengo mucho que hacer antes de que termine la primera vela, ya que sólo tengo tejidos dos largos de momento. Ahora que los días se acortan, voy más lenta. Me resulta difícil tejer a la luz del fuego. A la caída de la noche, tengo los ojos demasiado cansados para trabajar.
—Lo que necesitas es una distracción —dijo Hauk.
—A veces mi trabajo es distraído.
—Seguro que no lo suficiente. —Extendió la mano para coger la suya y se la frotó. La parte de abajo de sus dedos eran firmes y brillantes de tanto manejar lana engrasada.
—Soy una mujer casada.
Él rió. Si hubiera sido un escriba, podría haber escrito lo que dirían a continuación: se había dicho muchísimas veces.
—Yo soy un hombre casado y eso no me ha detenido.
—Seguramente sabes que hay reglas diferentes para los hombres y las mujeres.
Hauk miró a su alrededor por la habitación, haciendo como que buscaba.
—¿Reglas? ¿Qué reglas? No hay reglas en Leifsbudir, excepto las que decidimos traernos de otras partes.
Se puso serio y solemne.
—Mañana me voy de Leifsbudir —dijo.
Freydis retiró la mano y volvió a coger el huso.
—¿A dónde vas?
—Hacia el sur, a lo largo de la costa, para buscar madera para escuadras.
—¿Te llevas a Ulfar?
—Pensé en dejarlo aquí para que supervisara a mis hombres, ya que es el trabajador más hábil. Pero tiene buen ojo y será útil que me lo lleve. Es más, es bajo, lo cual será una ventaja. Gnup, que es del mismo tamaño, irá. Ulf, el de la Barba Ancha y Bolli vienen también por su tamaño. Al ser tan grandes, pueden llevar el doble de carga que los demás hombres.
—Me agrada que nuestros hombres te sean útiles. —Freydis hizo girar el huso en su mano.
—Estaré fuera un tiempo —dijo Hauk.
—¿Cuánto tiempo?
—Tres o cuatro días.
—¿Eso es todo? Mi marido a veces está fuera durante meses.
—Si yo fuera tu marido, no te dejaría sola tanto tiempo.
Ella rió.
—Eso es porque soy la mujer de otro hombre.
—Quizá podrías darme un beso antes de que me vaya.
—Quizá.
Freydis mandó a Groa al arroyo a buscar agua. En cuanto la anciana salió fuera, Hauk puso los labios sobre los de Freydis y le dio un largo beso. Consiguió meter las dos manos dentro de su camisa y acariciarle los pechos. La boca de Freydis se ablandó de tal modo que Hauk pensó que iba a ceder. Hauk iba a sugerir que cerraran la puerta con llave y se tendieran cuando Freydis se puso de pie y se apartó. Se estiró la camisa y se alisó el pelo.
—Asegúrate de venir a verme cuando vuelvas —dijo, y salió a seguir tejiendo.
De mala gana, Hauk se puso de pie y la siguió fuera.
La visita no había sido muy diferente de las anteriores. A veces la conversación variaba. Freydis preguntaba a Hauk por Ulfar. O hacía que Hauk le hablara de lo que había hecho aquel día con respecto al trabajo en el barco. Contrariamente a la mayoría de las mujeres, Freydis nunca preguntaba por la mujer de Hauk ni por otras mujeres. Tampoco desvelaba mucho de sí misma. Hauk pensaba que la discreción de Freydis era en parte fingida, que no tenía tanto que ocultar como pretendía, que sabía que desvelar demasiado la convertiría en una persona aburrida. Si hubiera habido otra esposa en Leifsbudir la mitad de atractiva que Freydis, Hauk habría probado suerte con ella. Pero habría vuelto de vez en cuando a cortejar a Freydis, ya que cuando se trataba de llevarse a una mujer a la cama, rara vez admitía la derrota.
Hauk nunca había tomado a una mujer por la fuerza. Incluso su primera conquista, la hija de la hermana de su madre, había ido a él por voluntad propia. A Hauk no le gustaba forzar a una mujer, ya que eso lo colocaba bajo una luz desfavorable. Prefería pensar que le daba a una mujer lo que ella quería. En este aspecto, se encontraba con dificultades en el caso de Freydis. Era una mujer con exceso de orgullo y por tanto no era fácil ganársela con halagos. Es más, a medida que sus visitas al cobertizo continuaban, ella parecía disfrutar más de las bromas y las provocaciones que él. Invariablemente empezaba a hablarle de un modo vivaz y desafiante y no cedía fácilmente. Cada vez que él sugería que demostraran lo que se gustaban de un modo que los satisficiera mejor —tal como había señalado, ambos eran jóvenes y saludables—, Freydis cambiaba de conversación de tal modo que Hauk acababa hablando de otra cosa. Más de una vez Hauk había decidido dejar las visitas a Freydis y durante un tiempo evitaba el cobertizo. Pero estaba obsesionado con lo que no podía tener y, tras una corta ausencia, volvía. Al mismo tiempo, se esforzaba y empujaba a sus trabajadores para que trabajaran más duro y acabaran el barco. Hauk no había olvidado la sonrisa en los labios de Freydis que le decía que era el barco lo que más deseaba por encima de ninguna otra cosa. Hauk había visto esa sonrisa en los rostros de otras personas que habían querido que les construyera un barco. Pero habían sido hombres ricos dispuestos a darle a Hauk lo que quisiera a cambio, normalmente plata, aunque a veces una hija o una concubina. A pesar de sus pretensiones, Freydis era pobre, lo que significaba que antes de que tomara posesión del barco que Hauk estaba construyendo, tendría que darle lo que él quería a cambio.
La situación de Hauk no había pasado inadvertida a los islandeses. Se dieron cuenta de que en cuanto Hauk abandonaba el cobertizo de Freydis, iba a colocarse de inmediato entre las piernas de Grelod. Se convirtió en blanco de arteras bromas. Por muy apreciado que fuera Hauk, ningún noruego era tan respetado que escapara a las chanzas que se hacían a sus expensas. Resultaba que Surt, a quien se le daba bien componer versos, había hecho un pequeño poema sobre Hauk. Surt era el enano gemelo de Svart y como él, tenía un feroz rostro aplastado. Surt no se arriesgaba a decirle él mismo el poema a Hauk; a lo largo de los años había recibido bastantes patadas y golpes como para aprender que era mejor que otro los recitara por él. Cada vez que hacía nuevos versos o revisaba los antiguos, Surt se los recitaba en voz baja para sí, pero no lo bastante bajo como para que alguien que estuviera cerca no los oyera. De este modo, Vemund y Ulf recogieron el poema sobre Hauk y Freydis. Empezaron a recitar los versos a Hauk después de que volviera de casa de Freydis, lo que lo puso de mal humor e incómodo. El poema lo mostraba de un modo que estaba claro que no conseguía que sus esfuerzos dieran el fruto apetecido.
El semental galopa a través de olas secas,
Aplastándolas con sus cascos.
Se agota en el intento
De montar a una vaca groenlandesa.
La vaca se queda en su establo
Mientras su macho amante de esclavas
Sigue huellas de ciervo con sus cazadores
En el lugar de las lanzas enhiestas.
En su rincón la Norna araña teje
Una red con la que cazar un corcel hecho por otros.
En su sueño el semental del mar la cabalga.
Su herramienta nunca descansa.
Al día siguiente después de que Hauk se hubiera ido con cuatro hombres a buscar madera para escuadras, Freydis pidió a Thorvard que fuera con ella a la cala de los barcos. Cuando Freydis había ido allí con Kalf y Orn, había evitado el atajo por el bosque, caminando en vez de ello a lo largo de la costa, por donde se tardaba el doble que a través del bosque. Hasta entonces Freydis había estado demasiado ocupada para hacer aquello más de una vez. Además de la cocina, la lechería y las tareas de limpieza, dedicaba los días a tejer largos de tejido para velas.
Desde su llegada a Leifsbudir, Freydis y Thorvard no habían hablado mucho entre sí. Después de la comida de la mañana, Thorvard y sus hombres se iban a cazar durante la mayor parte del día, volviendo mucho después de la comida de mediodía, de modo que su ración se había apartado para ellos. Por la noche Thorvard se iba temprano a la cama con Mairi y rara vez se acercaba al cobertizo de Freydis. Su falta de conversación no preocupaba a Freydis; ella y Thorvard nunca habían tenido mucho que decirse. Pero a ella le parecía prudente intercambiar información sobre asuntos importantes para ambos. Ésa era la razón principal por la que había pedido a Thorvard que la acompañara a la cala.
—¿Qué tal te encuentras aquí? —dijo Freydis para darle conversación mientras cruzaban la pradera.
—Me gusta bastante.
—A mí también me gusta —dijo Freydis—. Aunque echo de menos a nuestros hijos.
—Eso es de esperar —le dijo Thorvard—. Nunca los habías dejado antes. —Él no los echaba de menos, pues estaba acostumbrado a dejarlos atrás.
—Me gusta vivir en una verdadera casa —dijo Freydis—. Será difícil volver a vivir en una cabaña.
Thorvard no dijo nada en voz alta pero pensó que, incluso allí, Freydis no podía olvidar la quema de los postes y vigas de Leif.
—Y me gusta tener a Mairi.
Eso era una sorpresa agradable, si lo decía en serio.
—Hace el doble de trabajo que Groa —continuó Freydis—, y aprende rápido.
Freydis quería que Thorvard supiera que no le guardaba rencor por haber tomado una concubina. La esclava era callada y muy trabajadora. Ahora era la que ordeñaba y lavaba a la vaca y a las cabras. De momento los animales no daban leche suficiente para hacer quesos, pero a veces había bastante para hacer mantequilla, que Mairi batía.
—En lo que a mí respecta, es más que satisfactoria —dijo Freydis. Al ver que Thorvard no contestaba a esto, Freydis continuó.
—Está embarazada. O eso sospecho.
Freydis lo sabía porque cada mañana la muchacha vomitaba en la hierba.
Thorvard no dudaba de la verdad de las palabras de Freydis. Las mujeres sabían esas cosas. Pero le sorprendió la noticia debido a la juventud de Mairi.
—Habrá que ver lo que Helgi Egilsson piensa de ese embarazo —comentó Freydis. No lo dijo para tener la última palabra sino para recordar a Thorvard que cuando llegara el momento de pensar en la cuestión, sería mejor que él recordara sus palabras.
Por entonces ya habían llegado al atajo a través del bosque. Con Thorvard a su lado, a Freydis no le daba tanto miedo el bosque como antes. Su marido era fuerte e iba bien armado. Freydis llevaba un hacha.
Varios groenlandeses estaban ya en la cala cuando llegaron Thorvard y Freydis. Eran los leñadores que Thorvard había organizado antes con el fin de proporcionar leña para quemar en las casas. Cada mañana, después de comer, los hombres se dedicaban a cortar postes que se arrastraban hasta la explanada y se colocaban de pie en un círculo para que se secasen. Antes de empezar este trabajo, los leñadores se detenían invariablemente en la cala de los barcos a ver el navío. De hecho, todos los groenlandeses encontraban algún motivo para ir a la cala en algún momento. Admirar el barco se había convertido en uno de sus placeres. Cada traca era inspeccionada en busca de alguna imperfección; cada clavo y remache que procedía de la forja de Nagli era examinado. Los palos del tajamar se acariciaban y palmeaban como si fueran caballos alabados por su esbeltez y fuerza.
Durante un rato, Thorvard y Freydis estuvieron mirando a los islandeses que Hauk había dejado trabajando en el barco. Aquellos hombres estaban ocupados cortando y dando forma a las tracas superiores, excepto Vemund, que estaba encargado de la tarea de cortar la piel de caribú que les había llevado Thorvard. La piel, que se usaría para unir las cuadernas al tablazón, se estaba cortando transversalmente, lo que interesó a Thorvard, pues era el mismo modo en que él cortaba la piel de morsa para dar fuerza a los cabos.
De vuelta a las casas con Thorvard, Freydis se encontró un grupo de arándanos tardíos en la pradera que los recolectadores no habían visto. Cuando llegaron a las casas, Freydis se puso la capa, cogió un cubo y volvió a la pradera. Para ella eso era una distracción, ya que normalmente eran sus esclavas las que cogían las bayas. Pero como había dicho Hauk, necesitaba distraerse. Por supuesto, él pensaba en una distracción completamente distinta. Freydis sonrió. El día anterior había estado tentada de acceder al deseo de Hauk, por no hablar del suyo, que era por lo que se había puesto el cinturón de hierro antes de la visita.
La pradera era tan grande y abierta que nadie podía aparecer al lado de Freydis sin que ella lo viera mucho antes. La amplitud de los lugares era un aspecto de Leifsbudir que gustaba mucho a Freydis. Allí fuera, en la pradera, se sentía grácil y ligera. La ligereza no procedía de la frescura del aire, como ocurría en Groenlandia, pues incluso en días como ése, el aire en Leifsbudir era pesado y húmedo, de modo que las voces quedaban sofocadas. Además, la brisa que soplaba constantemente desde el mar robaba las palabras de las bocas de los que hablaban y se las llevaba. Freydis pensaba que Njord se llevaba las palabras para que la gente pudiera escuchar atentamente a las olas lamiendo la playa y el grito de las aves marinas. La voz de Njord recordaba a Freydis que no estaba tan lejos de Groenlandia como pudiera parecer, que sus hijos estaban allí mismo, al otro lado del agua, detrás del viento.
Freydis se arrodilló y empezó a recoger la ahumada fruta. Se metió un puñado en la boca para probarla. Las bayas eran ácidas. Quizá deberían dejarse hasta que el hielo las endulzara. Pero no; si las dejaba, los islandeses las recogerían seguro; había visto a las esclavas de los islandeses llamadas Grelod y Alof recogiendo bayas de cuando en cuando. Eran las mismas mujeres que a menudo se acercaban al arroyo que estaba junto al cobertizo de Freydis para lavar y recoger agua. Mientras recogía bayas, Freydis pensó que antes de que llegara el invierno debería mandar a sus esclavos a buscar forraje para el ganado. Leif había dicho que el invierno que había pasado él en Leifsbudir había sido suave, pero a Freydis le pareció prudente estar preparada para lo peor. El ganado de Freydis pastaba en varios corrales, no lejos de donde ella estaba recogiendo bayas. Las vallas se habían construido de tal modo que se podían mover a un lugar más adecuado para pastar. El redil de las ovejas ya se había trasladado una vez después de que el pasto de la zona se agotara. Este arreglo significaba que el estiércol no tenía que extenderse, sino que se podía dejar para que mejorara los pastos del verano siguiente.
De vez en cuando Freydis echaba un vistazo a su alrededor para asegurarse de que estaba sola. Después de haber llenado el cubo, Freydis extendió su capa en el suelo, se recogió la camisa y la túnica debajo de las rodillas y se sentó. Qué agradable era ver cómo engordaba cada día su ganado, qué satisfactorio ver el humo rizándose desde los orificios de los tejados; podía oler el humo desde allí; qué tranquilizador ver la leña secándose fuera. Esto no era un sueño. El Vinlandia estaba recién reparado, anclado delante de las casas, y detrás de ella, en la cala, se estaba fabricando un barco de su propiedad.
Al día siguiente, cuando Freydis salió a la cabaña de almacenaje con Mairi a recoger provisiones para la comida de la mañana, se dio cuenta de que faltaba uno de los quesos más pequeños. El día anterior había seis quesos en el estante, y ahora había cinco. El robo dejó perpleja a Freydis. La puerta estaba cerrada con llave antes de que ella la abriera y la llave colgaba con las demás de la cuerda trenzada que llevaba alrededor del cuello. Había un agujero para el humo en el techo de la cabaña, pero era demasiado pequeño para que entrara algo mayor que un ratón de campo. Si el queso se lo hubiesen comido animalillos, habría excrementos esparcidos por allí. El queso se había desvanecido sin dejar huella. Freydis mandó a Mairi a buscar a Nagli a la herrería.
Después de probar el cerrojo varias veces, Nagli le dijo a Freydis que no veía que le pasara nada.
—Entonces el ladrón ha debido robar el queso cuando la puerta estaba abierta —dijo Freydis.
—O abrió el cerrojo con una ganzúa y volvió a cerrar después. —Nagli cogió una pequeña ganzúa de la bolsa que llevaba a la cintura y la metió en el ojo de la cerradura. Movió a un lado y a otro la ganzúa y la cerradura se abrió.
—Nunca había visto hacer eso antes.
—Ésa puede ser tu respuesta. Como puedes ver, cualquiera con una ganzúa y la paciencia suficiente puede haber abierto tu cerradura.
—Dudo que fuera «cualquiera» —dijo Freydis—. Sospecho que una de las esclavas islandesas robó el queso. Grelod y Alof siempre andan por aquí.
—Si fuera tú, me olvidaría del asunto —dijo Nagli—. Sería difícil probar algo contra los islandeses, y hacer una acusación en falso sólo podrá acarrear problemas. —Como Nagli había empezado a trabajar con Hauk y los demás constructores, había llegado a considerar a los islandeses como amigos. Estaba en contra de que hubiera problemas entre un groenlandés como él y los islandeses, sobre todo algo tan poco importante como la desaparición de un queso.
Freydis era demasiado lista como para acusar a nadie. Una vez se había hecho una acusación, había que llevarla al Althing, y allí no había ningún Althing. En cualquier caso, un hurto pequeño como el de un queso sería rechazado por el «lagman» del Althing, que tenía asuntos más importantes que atender como los asesinatos o el robo de ganado y tierras. Por esta razón, la gente tenía otras maneras de manejar los pequeños robos. Sabían que permitir que los pequeños hurtos quedasen impunes no era prudente porque eso abría la puerta a otros delitos. Freydis no quería ponerse a mal con los islandeses ni con Hauk Ljome hablando del queso, pero tampoco pensaba olvidar el robo.
De todos los edificios que había en Leifsbudir, la cabaña de almacenaje era la que estaba más cerca del arroyo. De hecho, los edificios del fondo que ella le había quitado a Finnbogi Egilsson eran los que mejor colocados estaban en Leifsbudir, ya que su emplazamiento permitía coger agua de la manera más fácil. Los islandeses tenían que recorrer más trecho. Los enanos gemelos Svart y Surt llevaban la mayor parte del agua de los islandeses. Usaban el sendero de la playa, manteniendo una distancia segura entre ellos y la casa de los groenlandeses. No así Grelod y Alof. Grelod era una mujer robusta cuyos anchos flancos demostraban que a menudo llevaba a su tabla de comer más de lo que le correspondía. Alof era tripuda y culona pero más baja. Alof era demasiado simple para ser astuta y hacía lo que le decía Grelod. Grelod era taimada y mañosa. Provocaba a los groenlandeses que estaban trabajando fuera cortando leña o arreglando sus herramientas hasta que los hombres se alborotaban y se ponían obscenos. De camino al río, Grelod y Alof solían entretenerse junto a las casas de los groenlandeses, gritando de manera ordinaria a los hombres.
La tarde después de que robaran el queso, Freydis se puso la capa y se rellenó los zapatos con lana, pues el suelo se había vuelto frío, y salió fuera a tejer. Apenas había empezado cuando Grelod y Alof pasaron junto a ella de camino al arroyo.
—Sin su lana, las ovejas groenlandesas deben sufrir el frío —dijo Grelod—, pues son mucho más delgadas que las mujeres groenlandesas.
Grelod estaba lo bastante cerca como para que Freydis oyera esa ofensa, pero fuera de su alcance.
Cuando volvieron más tarde llevando dos cubos, Grelod pasó más cerca de Freydis y canturreó:
—«Cuando la trama está torcida, la urdimbre queda floja».
Freydis inmediatamente la golpeó con la lanzadera de hueso de ballena. Por el sonido del golpe, Freydis supo que le había dado fuerte. Grelod dejó caer uno de los cubos, pero no se quejó ni gimió. Alof siguió andando, pero Grelod se detuvo, recogió el cubo caído y lanzó una mirada furiosa a Freydis. Freydis hizo ademán de volver a golpearla pero Grelod escapó fuera de su alcance y escupió.
Aquella noche a Freydis le dolía demasiado el brazo como para usarlo. Cuando se quitó la camisa, vio una marca azulada sobre el codo del brazo derecho. La marca estaba hinchada y dolía al tocarla. Estaba en el mismo lugar donde había pegado a Grelod. Freydis supo que Grelod le había mandado un golpe a su brazo como venganza.
Pasaron dos días y el brazo de Freydis no mejoraba. No podía tejer ni hilar. Incluso hacer girar una llave en una cerradura le resultaba doloroso. Freydis salió y buscó una piedra lisa y redonda. Cubrió la piedra con tela para hacer una cabeza de muñeca mágica. Después dibujó la cara de Grelod, usando un palo afilado manchado con carbón. Rellenó el cuerpo con musgo. Como a Freydis le dolía el brazo para coser, la muñeca no estaba tan bien hecha como la que había hecho para Asny, pero para el fin que pretendía, era suficiente. Después de que las piernas y los brazos estuvieran en su sitio, Freydis clavó una aguja afilada en el brazo derecho. Aquella noche Freydis se sentó junto a la chimenea hasta que estuvo segura de que los islandeses estaban dormidos. A Freydis ni se le ocurrió despertar a Groa y mandarla a colgar la muñeca. Era bien sabido por quien usaba una muñeca mágica que su poder se debilitaba si alguien que no fuera el que hacía el hechizo colocaba la muñeca. Las mujeres groenlandesas a menudo hablaban de esas cosas alrededor de los hogares. Como las mujeres no podían participar en el Althing, encontraban otras maneras de luchar contra las malas obras.
No había nadie por allí cuando Freydis colgó la muñeca, por suerte, ya que la luna brillaba y la habrían visto perfectamente si hubiera habido alguien fuera. A la mañana siguiente el brazo de Freydis había mejorado lo bastante como para poder seguir tejiendo. Pero el tiempo se había vuelto ventoso y frío, de modo que hubo que llevar el telar al interior del cobertizo. Por eso Freydis no vio pasar a Grelod y a Alof junto al cobertizo de camino a recoger agua. Ni oyó la cancioncilla que Grelod canturreó cuando pasaba junto al cobertizo: «¿Qué bruja revuelve el pozo de la mierda clavando agujas en una muñeca?».
* * *
Por entonces Hauk Ljome estaba llegando al final del viaje de medio día en bote hasta la cala de los barcos. Con él iban los hombres que había escogido: Gnup y Ulfar; Ulf y Bolli. Hauk necesitaba a los hombres más pequeños para cortar la madera para escuadras. Al norte crecían abetos retorcidos, en lo alto de aristas y acantilados donde el viento y la nieve los doblaba. Era difícil alcanzar esos lugares, sobre todo para alguien de gran tamaño, pues los leñadores tenían que retorcerse por estrechas aberturas y arrastrarse a cuatro patas hasta lugares donde la tierra era casi vertical. Ulf y Bolli harían el trabajo más duro, que incluía remar. Ninguno de los otros levantó un remo. Como escribiría Ulfar más tarde, cuando miró a Ulf y a Bolli a los remos, era difícil no sentirse embargado por el pecado de orgullo. No podía dejar de pensar que desde sus años como esclavo en galeras, su posición en el mundo había mejorado.
Arrastraban un segundo bote cargado con toldos, sacos de dormir de cuero y provisiones para varios días. Este segundo bote contendría la madera para las escuadras. Los hombres no dormirían en la playa, sino que anclarían junto a la costa y se tumbarían en el fondo de los botes bajo los toldos. Esto era una precaución contra los ataques. Si aparecían skraelings, a los leñadores les resultaría fácil huir remando.
Los leñadores anclaron frente a una playa rocosa bajo una arista también rocosa que se alzaba vertical sobre el mar, en el lado norte de una bahía. A lo largo de la arista había un grupo de abetos retorcidos. Poco después de su llegada, los hombres hicieron un sendero por la parte de atrás de la arista hacia lo alto, lo que les daba la libertad de subir y bajar. El desbroce del sendero les llevó hasta el anochecer del primer día. No había señales de skraelings. Los únicos excrementos que se veían en el bosque eran de animales de diversos tipos. Los hombres no creyeron que fueran a encontrar skraelings en un lugar así, ya que el bosque era tan espeso que no había lugar para colocar casas o tiendas a menos que se hicieran claros. No había señal alguna de que, aparte de los rayos o el viento, nadie hubiera tocado el bosque.
El segundo día, los hombres empezaron a recoger madera. El trabajo estaba organizado de la siguiente manera: los hombres trepaban por el sendero hasta lo alto, todos menos Hauk que permanecía en la playa, bajo la arista. Gnup y Ulfar trepaban por el sotobosque hasta lo alto del acantilado y Hauk señalaba la madera que le interesaba. Después de encontrar un árbol al que agarrarse, un leñador cortaba el abeto que quería Hauk, con cuidado de no dañar el codo por donde el viento había doblado el árbol. Una vez cortado, le pasaban el codo a Ulf y a Bolli, que le quitaban las ramas y apilaban la madera en lo alto del sendero para llevársela más tarde. Al dividir así el trabajo, cada hombre hacía aquello para lo que mejor servía. Los hombres parecían saberlo, pues no había palabras duras ni animosidad, al menos no al principio. Al final del segundo día había un gran montón de madera en la costa.
Ocurrió que Gnup era la clase de hombre que atraía la atención sobre sí burlándose de los otros. Era vivaz y rápido, y a menudo imitaba a un hombre a sus espaldas de tal modo que los demás se reían de él. Durante un tiempo había estado haciéndolo con Bolli Illugisson. Bolli tenía la costumbre de rascarse la cabeza y abrir la boca cuando estaba perplejo y eso le hacía parecer más estúpido de lo que era. El segundo día, cuando estaban alargando el sendero por todo lo alto de la arista, Bolli, que iba por delante de los demás, llegó a una maraña de matorrales que pareció desconcertarlo. Se detuvo a rascarse la cabeza mientras decidía por dónde empezaba a atacar con el hacha. Cuando Bolli se giró bruscamente y vio a Gnup burlándose de él, alzó el hacha por encima de la cabeza del más bajo.
—¡Baja el hacha! —gritó Hauk. Iba justo detrás de Gnup. Seguramente el zoquete sabía que Gnup estaba bromeando.
Bolli dudó, aunque no durante mucho tiempo. Bajó su hacha y siguió trabajando.
Aquella noche, cuando estaban sentados en la playa alrededor del fuego, Hauk les dijo a los hombres que al día siguiente, con suerte, podrían cortar toda la madera que quería por la mañana y estar de vuelta en Leifsbudir por la noche.
A mitad de la mañana del día siguiente, había un segundo montón de madera para varengas en la playa y parecía que los hombres acabarían el trabajo a mediodía. Los hombres siguieron como antes, con Gnup y Ulfar cerca del borde del acantilado y Hauk en la playa para señalar los codos que deseaba que cortasen. En ese momento la recogida se volvió más peligrosa, porque los leñadores tenían que trabajar en el extremo del acantilado, donde la tierra estaba suelta. Ulf y Bolli siguieron limpiando las ramas y bajando la madera por el sendero hasta la playa.
Hauk no sabía en qué momento exacto había desaparecido Bolli. Estaba ocupado dando instrucciones a sus leñadores y no advirtió su ausencia. Fue Ulf el que comentó que Bolli llevaba un rato sin bajar ninguna carga de madera.
—Y no lo he visto en el sendero —dijo Ulf.
Hauk se alejó del acantilado para pedirle a Ulf que repitiera lo que había dicho. Ulf repitió su comentario y Hauk le dijo que fuera a buscar a Bolli. Cuando Hauk volvió al acantilado, Gnup ya había perdido pie y estaba cayendo. Hauk oyó un crujir de huesos cuando Gnup golpeó las rocas.
Cuando Hauk y Ulf treparon por las rocas y llegaron al cuerpo, Bolli había vuelto a aparecer. Ulfar, que estaba en el extremo más alejado de la arista, tardó más en llegar abajo. El cadáver fue colocado en un saco de dormir y cargado en el bote junto con la madera. Como tenían que remar contra corriente y arrastraban una pesada carga, los hombres no llegaron a la cala de los barcos hasta la noche. El cadáver de Gnup fue enterrado al día siguiente en un montículo de tierra al final de la playa.
Los islandeses se quedaron desconcertados con el accidente, ya que les habían dicho que Gnup Glamsson, al que habían conocido en Groenlandia, era un hombre muy seguro. Cuando se habló del incidente alrededor del fuego de los islandeses, Hauk dijo que había visto a Bolli amenazar a Gnup con un hacha el segundo día de su viaje. Recordaba que Bolli no estaba en la playa en el momento de la caída. Ulf dijo que aunque no le caía bien Bolli Illugisson, no creía que hubiera empujado a Gnup para matarlo y que hubiera aparecido en la playa tan pronto. Ulf dijo que había preguntado por qué había desaparecido durante tanto tiempo. Bolli contestó que había estado aliviándose en el bosque.
—Le dije que debía de tener un tapón en el culo —dijo Ulf.
Al final se decidió que la muerte de Gnup era el tipo de accidente que los escandinavos tenían que esperar si querían hacer algo más que sobrevivir. Se recordaron a sí mismos que aunque nunca hubieran abandonado el lugar donde habían nacido, se habrían encontrado con algún tipo de peligro, ya que la supervivencia en los países escandinavos dependía de correr riesgos.
Durante el mes siguiente, los hombres redoblaron sus esfuerzos en el barco. Hauk quería que el barco estuviera terminado antes de que fuera cubierto con un cobertizo para el invierno. Ahora había escarcha en la hierba por las mañanas en lugar de rocío. Las heladas noches habían vuelto rojas y anaranjadas las hojas que había a lo largo del arroyo. En el bosque, los alerces estaban amarillos. Éstos no crecían en Noruega, por lo que Hauk disfrutaba trabajando con ellos. El árbol era más duro que el abeto, aunque no tanto como el arce o el roble, pero flexible y fuerte. Hauk estaba contento con la nueva madera que había usado para hacer baos para el barco. Funcionaban tan bien que había cortado más de aquellos árboles de finas agujas y los había usado para hacer cuadernas. Hauk pensaba que cuando volviese a Noruega, su reputación se vería muy mejorada por sus conocimientos de maderas extranjeras. En Noruega, los carpinteros de barcos estaban tan acostumbrados a trabajar con roble que dudaban que se pudiera hacer un navío sólido de otra madera. Con la disminución del suministro de roble, los noruegos valorarían a un carpintero que supiera trabajar con diferentes maderas.
Después de un mes de trabajo, todas las tracas estaban unidas por remaches y calafateadas. La anciana estaba fija en su sitio. Las cuadernas estaban en su lugar, así como las escuadras y los baos. Los groenlandeses y los islandeses estaban impresionados; los groenlandeses, porque era su barco; los islandeses, porque eran ellos los que habían traído al constructor de barcos a Leifsbudir. Hauk estaba más impresionado que ninguno de ellos. Había llegado a un país extranjero y, trabajando con hombres inexpertos, había conseguido construir un barco en tres meses. El barco estaba lejos de ser el mejor que hubiera hecho nunca, pero era marinero de todos modos y serviría bastante bien a los groenlandeses. Por supuesto, aún quedaba trabajo por hacer. Había que tallar el remo timón, así como pasadores, barriles y remos, pero todo eso podía hacerse durante el invierno. Lo único que quedaba por hacer antes de que llegara la nieve era conseguir madera de pino para el mástil. Arnjolt había dicho a menudo que el pino no tenía sustituto. El pino era la única madera que era ligera pero lo bastante fuerte como para soportar impetuosas galernas. Cuando Hauk habló con los Egilsson de ir a buscar madera para el mástil, Finnbogi dijo que él no iba. Aunque el Corcel de Sigurd había sido limpiado y calafateado hacía tiempo, Finnbogi no tenía ninguna intención de sacarlo de su cobertizo de invierno para ir a buscar madera para el mástil.
—Utiliza el Vinlandia. Al fin y al cabo, el barco que estás construyendo es para los groenlandeses —dijo Finnbogi—. Te deben un favor por reparar el barco de Leif.
Thorvard y Freydis accedieron inmediatamente a dejar que el Vinlandia viajara hacia el sur antes del invierno. De hecho, Thorvard dijo que prefería llevar el barco de Leif, pues pensaba cazar caribúes en alguna parte de camino. Estaba seguro de que si navegaban un día o dos hacia el sur, encontraría la manada principal. Hauk, por su parte, sabía que Leif Eriksson había hablado a Helgi de un lugar llamado la Bahía de los Arces, que estaba a dos días de navegación de Leifsbudir. Leif le había dicho a Helgi que allí crecía pino y abedul, como así también arce.
—Esperemos que Leif no nos haya mandado en una dirección equivocada —dijo Hauk—. Y volveremos de la expedición con la madera que necesitamos.