Lo que más había disfrutado Freydis de su traslado de Dyrnes a Brattahlid habían sido los frecuentes paseos a caballo con su hermanastro Thorstein. La mayoría de los días durante el verano, ella y Thorstein cabalgaban juntos. Thorstein decía que les estaban haciendo un favor a los caballos, pues Sterkur y Svartur preferían que los cabalgasen juntos. Normalmente Freydis y Thorstein cabalgaban hasta otras granjas o junto al fiordo. Recogían bayas en los pastos altos o vadeaban un arroyo. Thorstein era enérgico y hacía aquellas cosas de manera natural, no a la manera de alguien que quisiera complacer a una niña. Thorstein era ágil y rápido con las manos. Una tarde le tejió a Freydis un cesto de hierbas del litoral y lo llenó de conchas que había encontrado en la playa. Otro día, cuando cabalgaban por una marisma, cortó juncos huecos de diferentes largos y los unió con un tendón. Le dio los juncos a Freydis y le dijo que tocara una canción. Cuando Freydis probó la flauta de juncos, Thorstein dijo que parecía un toro en celo. Se puso a reír con los brazos en jarras y se cayó al suelo. Después se llevó la flauta a los labios y le tocó una melodía tan dulce como la canción de la alondra que llegaba a Groenlandia en verano.
Un día, cuando habían desmontado en un pasto en las alturas, Thorstein empezó a recoger ruda y campánulas, que tejió en una corona de flores. Le puso la corona a Freydis en la cabeza y agitó la mano como si estuviera dirigiendo a una muchedumbre. «¡Mirad a la reina de Groenlandia!», dijo, e hizo una reverencia. Freydis ya tenía más de once años cuando aquello ocurrió. Era una niña torpe de pecho plano que a veces se sentía abrumada por la timidez, sobre todo si pensaba como ahora, que alguien había adivinado sus pensamientos. Tenía la idea de que Thorstein sabía que había empezado a pensar en convertirse en la clase de mujer que él querría que un día que se convirtiera en su esposa.
Cuando Freydis tenía doce años, la llevaron a vivir a la casa grande. Por entonces Thjodhild había admitido que si la hija de Erik tenía que ser una buena tejedora, tendría que pasar más tiempo trabajando cada día en un telar de alto lizo. A juzgar por la velocidad con la que la niña había aprendido a hilar y a tejer en plano, con el tiempo estaba destinada a dominar el telar de suelo. Thjodhild también opinaba que había muchas tareas del hogar que la niña debía aprender. Tal como estaban las cosas, Freydis sabía sólo lo que su madre adoptiva le había enseñado sobre los productos de la lechería, y le gustaba correr a su aire. Aunque Erik a menudo cedía ante su hija, en este asunto de su educación en el hogar estaba firmemente de acuerdo con su mujer.
El día que Erik subió a los páramos a recoger a su hija, pudo haberse esperado una rabieta. Más de una vez había visto a Freydis dando patadas en el suelo o marchándose si algo no le gustaba. Podía haberse visto agradablemente sorprendido cuando Freydis no hizo ni lo uno ni lo otro, sino que recogió sus cosas y dejó la granja de Halla sin una mirada atrás. Freydis sabía que echaría de menos a su madre adoptiva, pero pensaba que tendría más oportunidades con Thorstein si vivía bajo el mismo techo que él. Y no iba a estar tan lejos de Halla como para no poder visitarla de vez en cuando. Con anterioridad Thorstein le había dicho a Freydis que había oído a sus padres hablar de trasladarla a la casa grande. Esto había dado tiempo a Freydis para pensar lo que le gustaría. Cuando Erik fue a recogerla, ya había decidido que, teniendo en cuenta todo, estaría mejor viviendo en casa de su padre.
Tardó un tiempo en acostumbrarse al cambio. Thjodhild tenía muchas reglas que esperaba que Freydis siguiera. Freydis tenía que lavarse antes y después de las comidas. Tenía que tener en el regazo un trapito durante las comidas para limpiarse la boca y las manos. Dos veces al día, antes de comer, tenía que arrodillarse y rezar al dios cristiano, pidiéndole que bendijera la comida antes de llevársela a los labios. A veces el sacerdote comía con ellos. En semejantes ocasiones, los tenía de rodillas tanto tiempo que la comida se enfriaba. El padre de Freydis se negaba a comer cuando estaba presente Geirmund Gunnfard; Erik decía que no se arrodillaría por nadie, ni hombre ni dios.
Thjodhild opinaba que una mujer debía trabajar tanto como sus esclavos, y mantenía siempre ocupada a Freydis. Ella tenía que aprender a hacer sopas y guisados, a asar carne y pescados. Tenía que aprender a servir esa comida sin derramarla. Después de cada comida, Freydis debía ayudar a los esclavos de la casa a limpiar las tablas y los vasos para saber de primera mano cómo se hacía cada tarea doméstica. Tenía que ayudar a recoger las mesas de caballetes y a sacudir los manteles de lino fuera antes de doblarlos y recogerlos en arcones. No podía abandonar la habitación sin permiso, ni siquiera para ir al retrete.
Thjodhild acostumbraba a no alzar nunca la voz ni gritar, ni siquiera a los esclavos. Al mismo tiempo, rara vez dejaba de dar su opinión sobre esto o sobre lo otro. Thjodhild le dijo a Freydis que era su deber cristiano educar a la hija de su marido para que más tarde se pudiera arreglar un matrimonio conveniente para ella. Además de las tareas del hogar, enseñaría a Freydis a hacer manteles, mantas, túnicas y el tipo de colgaduras que adornaban las paredes de la casa de Erik.
Tres veces durante el primer año, Freydis se escapó. La tercera vez, Thorstein cabalgó hasta la granja de Halla y se la trajo de vuelta. Thorstein no llevó a Freydis a la casa grande directamente. En lugar de ello, los dos se fueron hasta la pradera donde dos veranos antes él la había coronado reina. Después de bajarse del caballo, Thorstein le dijo a Freydis que se sentara junto a él en la hierba y escuchara lo que tenía que decirle. Le dijo que se marcharía de Groenlandia en el primer barco que llegara al fiordo. Tenía la intención de viajar hasta Noruega. Pensaba ver esa parte del mundo antes de establecerse en Groenlandia. Cuando volviera al cabo de uno o dos años, esperaba encontrar que Freydis se había convertido en una mujer de provecho con la que cualquier hombre estaría encantado de casarse. Thorstein dijo esto ignorando la pasión que había inspirado. Sus palabras dejaron a Freydis soñando con él como marido y mujer. Se construirían juntos una bonita casa y criarían niños que cabalgarían con ellos por las praderas y los campos.
Durante los años que vivió en la casa grande de Brattahlid, Freydis aprendió todo lo que Thjodhild sabía acerca del tejido y el teñido de fibras. Su madrastra la llevó a diferentes lugares y le mostró la raíz de rubia y diversos musgos que se usaban para colorear, sobre todo amarillos y marrones. Le enseñó a añadir orina de vaca al liquen para convertirlo en rojo. Para el morado y el azul, Thjodhild confiaba en tintes comprados a mercaderes. Freydis aprendió a separar la lana interna de la externa, algo que Thjodhild prefería hacer a mano. Debido a su suavidad y finura, la lana interna —Thjodhild la llamaba pelo— se usaba para tejer camisas y paños para la casa. La lana externa se usaba para túnicas y capas, ya que era fuerte, rizada y, como estaba engrasada, resistente al frío.
Thjodhild recordaba a menudo a Freydis que una buena tejedora nunca debía estar sin su huso. Freydis aprendió cómo hacer girar el huso de manera que colgara alejado de su cuerpo, lo que le permitía hacer dos cosas a la vez. Como Thjodhild, podía hilar mientras se ocupaba de diversas ollas y calderos o caminaba. De tanto hilar y tejer, las manos de Freydis se volvieron fuertes y su piel suavizada por la grasa. Al mismo tiempo, se volvió más graciosa y su figura se llenó. Una de las esclavas de Thjodhild le peinaba el pelo cada día hasta que brillaba. Freydis se volvió tan atractiva y agradable que en el invierno de sus catorce años, Erik decidió que la llevaría al Althing, o asamblea general, al verano siguiente para que conociera a hombres casaderos. También le regaló un arca de madera labrada que había comprado a un comerciante noruego que se había llevado a Thorstein el verano anterior. Erik dijo que había comprado el arca especialmente para dársela a Freydis y que ella tuviera un lugar donde meter su dote. El interior del arca olía deliciosamente a tejo, por lo que Freydis sólo quiso meter en ella sus cosas más preciadas. Al arca fueron a parar las obras de Freydis: el primer corte de tela que había tejido en el telar de suelo, dos mantas grises bordeadas de azul y blanco, una colgadura de pared de rayas rojas y azules, un mantel blanco, un paño pequeño con un borde de encaje blanco que su madrastra les había comprado a los noruegos. Como no se podía confiar en que los barcos llegaran anualmente a Brattahlid, Thjodhild guardaba un almacén de mercancías que no se podían conseguir en Groenlandia. Además, Freydis tenía una capa, dos camisas y tres túnicas que había hecho Thjodhild.
Para el primer día en el Althing, Erik dijo a Freydis que se pusiera una túnica nueva escarlata. A Freydis le gustó aquello, pues le daba la oportunidad de lucir sus ropas. Tuvo especial cuidado con su pelo y le dijo a la esclava que lo trenzase con lana de colores. El Althing se celebraba en el prado que estaba debajo de la casa de Erik, donde se habían montado tiendas y puestos. Erik llevó a Freydis al puesto de Einar Grimolfsson, un recinto con paredes de piedra con un toldo como tejado. Había pieles en el suelo. En medio de la sala había un arcón de madera y alrededor dos o tres taburetes. Einar era un granjero acaudalado de Gardar que tenía un hijo llamado Thorvard en edad casadera. Al hijo no se lo veía por ninguna parte, pero su madre y sus hermanas miraron a Freydis de arriba abajo. El principal interés de Freydis por las mujeres era ver qué ropas y joyas poseían. La mujer de Einar llevaba un amuleto de plata colgado al cuello y un brazalete de plata en cada brazo. Una de las hijas llevaba broches de bronce en la túnica. Era una hija casada llamada Inga. Ninguna de esas mujeres fueron amables con Freydis. Eso no le preocupó en absoluto, pues no tenía intención alguna de casarse con Thorvard Einarsson, estuviera donde estuviese.
Más avanzado el verano, Leif salió en barco desde Brattahlid con treinta y cuatro hombres a buscar unas tierras por el oeste que el islandés Bjarney Herjolfsson había visto años antes, cuando se vio desviado de su curso de camino a Groenlandia. Antes de la partida de Leif, Freydis se había visto inmersa en los preparativos del viaje. Cada día iba a caballo hasta la lechería de Halla a ayudarla a hacer queso y mantequilla para las provisiones de Leif. Normalmente Halla encargaba a Freydis que batiera la mantequilla mientras hacía queso, escurriendo el suero de la cuajada y metiéndola en moldes de piedra de jabón. Freydis solía cabalgar el caballo de Thorstein, Svartur, para que hiciera ejercicio. Cabalgaba hasta las praderas a recoger grosellas y arándanos, que se secaban junto a la chimenea entes de guardarlos en sacos. Trabajaba junto a Thjodhild, haciendo tiras de pescado y carne seca. Freydis contemplaba la partida del barco con cierta satisfacción, complacida con el trabajo que había hecho para Leif.
El verano siguiente, Thorstein volvió a Groenlandia. Freydis, que había estado vigilando el fiordo, fue la primera de la familia que vio el barco noruego. Mientras Thjodhild, Erik y algunos otros bajaban hasta el fiordo, Freydis corrió dentro de la casa a bañarse y ponerse el vestido rojo que le marcaba la cintura.
Cuando Thorstein bajó a tierra llevando unas mallas verde brillante y un sombrero de cuero morado, Freydis pensó que nunca había visto a un hombre más guapo. Su antigua torpeza volvió; Freydis pensó que los demás se darían cuenta de lo que sentía. Estaba tan acostumbrada a mantener oculta su pasión por su hermanastro que no quería que se supiera hasta que la conociera Thorstein, que no parecía advertir su torpeza; cuando la vio de pie junto al fiordo, armó mucho jaleo, quitándose el sombrero y haciendo una reverencia hasta la cintura.
—¿Es ésta la hermana que dejé atrás?
—La misma.
—No es la misma. Ya veo que no eres una muchacha, sino una mujer.
Más tarde le dio a Freydis un collar de hermosas cuentas de cristal, que Freydis se tomó como prueba de que había estado pensando en ella cuando estaba fuera.
Thorstein habló sin cesar durante dos días. Hablaba del torbellino del que había escapado por poco el barco cuando cruzaban el Mar de Groenlandia. Habló de la tormenta que había obligado a la tripulación a bajar a tierra en Islandia para reparar el barco. Describió los manantiales calientes de Reikiavik, que eran tan numerosos que la gente los usaba para calentar sus casas. Había visto un géiser que surgía como una burbuja verdosa antes de esparcir agua hirviendo por el aire. Thjodhild y Erik habían visto esas cosas hacía mucho tiempo, cuando vivían en Islandia, pero el relato de Thorstein era tan vívido que dijeron que era como si lo estuvieran viendo todo otra vez. Thorstein siguió hablándole de las Hébridas y de la belleza de oscuros cabellos de las mujeres celtas que vivían allí. En Noruega las mujeres también eran hermosas, pero era el tipo de belleza a la que Thorstein estaba acostumbrado, así que no se había fijado tanto. Thorstein dijo que cada vez que conocía a noruegos que no habían viajado, ellos le preguntaban mucho por su país. Habían oído curiosas historias sobre Groenlandia y querían saber si eran ciertas. ¿Llevaban los groenlandeses pieles pegadas al cuerpo, como se decía que hacían los skraelings? ¿Adoptaba la piel de los groenlandeses el color verde del mar? ¿Concebían las mujeres cuando bebían el agua?
Cuando Thorstein acabó rendido de hablar de sus aventuras, Freydis y él volvieron a cabalgar de nuevo por sus senderos favoritos. Freydis esperaba poder hablar con Thorstein de sus planes. Pensaba que a Thorstein se le había podido ocurrir casarse con ella, pero que estaba esperando a que fuera lo bastante mayor. Quería asegurarle que ya era capaz de casarse, ya que era una mujer en todos los sentidos. Aunque reían y hacían carreras con sus caballos como antes, a Freydis le parecía que Thorstein había cambiado. Desde su vuelta estaba más contenido y menos despreocupado. Ella lo achacó a su falta de ganas de hablar de sus intenciones con ella. Empezó a buscar la oportunidad de asegurarle que estaba lista para casarse.
Un día, cuando cabalgaban por una pradera, Freydis desmontó y empezó a recoger ruda y campánulas. Thorstein no la ayudó, sino que, tras atar a los caballos, se sentó en la hierba y miró cómo Freydis tejía una corona. Cuando acabó, Freydis extendió la mano y le puso la corona en la cabeza. «¡Mirad al Rey de Groenlandia!», dijo, y puso los labios sobre los suyos. Se tumbaron y retozaron por la hierba, besándose y acariciándose. Freydis habría querido continuar, ya que era lo que deseaba, pero Thorstein se enderezó, se quitó la corona de la cabeza y la arrojó a un lado.
—Esto nunca ha ocurrido —dijo—. Recuerda que somos hermano y hermana.
—Hermanastra.
—El hecho es que somos parientes próximos, demasiado próximos para acostarnos o casarnos. Tenemos que quitarnos esos pensamientos de la cabeza. Nuestro padre nos mataría si supiera esto.
Freydis no tenía ninguna intención de quitarse esos pensamientos de la cabeza. Cuando retozaban por la hierba, Thorstein lo había hecho de tan buena gana como ella, levantándole la camisa y poniéndole la mano entre las piernas. Y con respecto a su padre, dudaba que fuese a matarlos a ninguno de los dos. Freydis creía poder explicar la situación a su padre de tal modo que permitiría que Thorstein y ella se casaran. Freydis no se desanimó ante la reacción de Thorstein y pensó en su retozo en la pradera como algo que conduciría a cosas mejores más adelante.
Aquel verano Erik llevó de nuevo a Freydis al Althing. Esta vez, Thorvard Einarsson estaba esperando fuera del puesto de su padre. Freydis advirtió de inmediato su vulgaridad; no tenía la belleza de Thorstein pero tampoco era feo. Su aspecto era soso, comparado con el color y el empuje de Thorstein. Thorvard le pidió a Freydis que caminara junto a él hasta el fiordo. Cuando llegaron al agua, Thorvard miró hacia el fiordo de Erik y dijo:
—En Gardar tengo un halcón enjaulado. Cuando acabemos aquí, voy a cazar más halcones. He discurrido un sistema para hacerlos caer en una trampa que rara vez falla.
Freydis sabía que Thorvard estaba tratando de impresionarla; los halcones eran muy valorados como mercancía.
—¿Estás pensando en algún comerciante?
—Claro. Por mucho que me guste el halconeo, no me preocuparía por cazarlos a menos que sirvieran para un propósito. Los halcones alcanzan un alto precio entre los noruegos que, según se dice, se los venden a los moros.
Después de haber hablado, Thorvard esperó como si pensara que Freydis iba a hablar de lo que aportaría ella. Freydis no habló de su arca de bodas, que había situado en su mente junto a Thorstein. En cualquier caso, no creía que Thorvard Einarsson tuviera bienes suficientes para compensar su dote, que por entonces incluía la tierra de Dyrnes. Más tarde, su padre, después de haberla llevado a ver a los hijos de otros granjeros, expresó la misma idea:
—A algunos de esos granjeros les queda un largo camino que recorrer —dijo—, antes de ser lo bastante ricos como para casarse con la hija de Erik, el Rojo.
Cuando Leif Eriksson volvió a Groenlandia de Vinlandia a finales del verano siguiente, se trajo no sólo a su tripulación, sino también a ocho islandeses que habían naufragado y a los que había rescatado en un escollo en Lambeyarsund. Entre los supervivientes estaba Thorir el Oriental y Gudrid Thorbjornsdottir.
Desde el principio Erik armó mucho jaleo con Gudrid. Años antes, antes de la fundación de Groenlandia, el padre de Gudrid había apoyado a Erik contra su enemigo Thorgest justo antes de que Erik se exiliara de Islandia. Por esta razón, Erik había insistido en que Gudrid y Thorir se sentaran en las sillas altas que estaban frente a Thjodhild y él. Ordenó a sus hijos que extendieran los asientos apilando arcones y bancos a cada lado, de modo que sus hijos pudieran sentarse con él sobre la chimenea. Thorstein y Thorvald estuvieron encantados de hacerlo; ninguno quería perderse una palabra de las historias de Leif. Ambos decidieron hacer algún día el mismo viaje que su hermano. Freydis pensaba hacer el viaje con Thorstein. Escuchar las historias de Leif la convenció de que, si Erik no autorizaba su matrimonio en Groenlandia, ella y Thorstein podían trasladar a sus esclavos y sus caballos a Vinlandia, donde nadie se preocuparía de que hermano y hermana vivieran como marido y mujer.
La comida y los relatos que hubo tras el regreso de Leif continuaron mucho después de que hubiera acabado el verano y empezara el invierno. Leif había traído consigo tal cantidad de vino que noche tras noche la gente se reunía en la casa de Erik para vitorear al país que estaba más allá del Mar Occidental. Los más alborotadores eran los que sabían que nunca verían Vinlandia y dependían de Leif y de sus Cuentacuentos para trasportarlos allí.
Poco después de Yule, la bebida se acabó y las historias llegaron a su fin. La gente se contentaba con quedarse junto a sus propios fuegos por la noche. Estaba bien que lo hicieran, ya que una epidemia visitó la casa de Erik, el Rojo. Algunos dijeron que la enfermedad podía estar provocada por la falta de sueño y la gran cantidad de bebida que se consumió a la vuelta de los viajeros. Otros eran más francos y dijeron que los supervivientes islandeses habían traído la enfermedad a casa de Erik. Fuera cual fuese la razón, la epidemia llegó con una venganza. Era una enfermedad que provocaba el vómito y una sed rabiosa; los hombres afectados no podían guardar nada en el estómago, ni siquiera agua. Thorir el Oriental enfermó primero, y pronto fue seguido por cinco hombres de su tripulación. Cuando cayó enfermo Erik, el Rojo, Thjodhild envió fuera a sus hijos. Leif y Jorunn se llevaron a su hijo y cruzaron el fiordo para ir a casa de la hermana de Jorunn en Stokkanes. Thorvald ya estaba de visita en casa de una viuda en Vik. Thorstein se quedó en Solarfjoll con uno de los arrendatarios de Erik. Freydis volvió con Halla. Las instrucciones de Thjodhild eran que ninguno de los hijos de Erik debían volver hasta que ella hubiera mandado recado de que la epidemia había pasado. La epidemia duró mucho más de lo que nadie pensaba. Erik y Thorir fueron los primeros en morir. La tripulación tardó más. Como eran jóvenes, aguantaron hasta dos meses, pero acabaron muriendo por falta de aire. Después de que muriera cada hombre, se le clavaba una estaca en el pecho a instancias de Thjodhild y se le colocaba fuera en un cobertizo de almacenamiento que se había vaciado para hacer sitio a los cadáveres hasta que la tierra se deshelara. Allí los cadáveres congelados permanecían tan frescos como si los hombres acabaran de morir.
Cuando finalmente el hielo abandonó la tierra, se sacaron los cadáveres, se colocaron sobre la tierra y se desenvolvieron. Se retiraron las estacas para que el sacerdote pudiera verter agua bendita en los agujeros. Thjodhild había avisado del entierro de Erik. Quería que la gente del lugar, sobre todo los hijos de Erik, vieran el lugar donde descansaría para siempre. Mientras Geirmund Gunnfard rezaba una oración por él, Erik, el Rojo fue enterrado solo a cierta distancia de la parte delantera de la iglesia; los demás fueron enterrados juntos, a un lado, más o menos a la misma distancia. Al ver aquello desde la falda de la colina, Freydis pensó que su padre habría accedido a que lo enterraran allí en un delirio cuando estaba vivo. No le gustaban mucho los cristianos, y en su sano juicio había preferido ser enterrado en cualquier otro lugar que no fuera terreno de la iglesia. Después de los entierros, la cabaña donde habían estado los cadáveres durante el invierno fue quemada.
Nadie más murió de la epidemia por entonces, un hecho que se atribuyó al firme manejo del asunto por parte de Thjodhild. Las ropas de los hombres muertos, así como la ropa de cama, se quemaron. Gudrid también quemó su ropa por si trasportaba la enfermedad. Después de darse un baño de vapor en la cabaña de piedra de fuera, Thjodhild le dio nuevas ropas. Sólo después de que se hiciera esto y la casa fuera limpiada a fondo, aireada y bendecida, permitió Thjodhild que sus hijos y su hijastra volvieran.
Aquel verano, ninguno de los Eriksson acudió al Althing por respeto a Erik, excepto Leif, cuyo deber era ir, ya que era ahora godi en lugar de su padre.
Freydis pasó la mayor parte del verano cabalgando. A veces cabalgaba a Svartur en vez de Sterkur, ya que Thorstein parecía haber perdido interés en cabalgar con ella, pues estaba muy ocupado ayudando a su hermano Thorvald a aprovisionar su barco. A pesar de la muerte de Erik, Thorvald Eriksson pretendía ir a Vinlandia a finales del verano. Como antes, Freydis ayudó a Halla a hacer más quesos y mantequilla y después llevó al barco esas provisiones. Así, veía más a Thorstein que de otro modo. Thorstein se había vuelto distante con Freydis y se le veía mucho en compañía de la viuda de Thorir el Oriental, sobre todo después de la partida de Thorvald.
Desde el principio a Freydis no le gustó Gudrid Thorbjornsdottir y rechazó sus intentos de hacerse amiga suya. Le parecía que Gudrid era alguien que trataba de gustar a los demás para que los demás pensaran muy bien de ella. Freydis no tenía intención alguna de convertirse en admiradora de Gudrid, pero de todas formas la observaba para ver cómo conseguía salirse con la suya tan fácilmente ante los hombres. Gudrid tenía la costumbre de balancear su esbelto cuerpo como una flor al viento, de modo que los hombres corrían a su lado para evitar que se cayera. Freydis sabía que eso no era probable, pues debajo de su túnica Gudrid poseía un par de piernas mucho más robustas que las de Freydis. A Freydis le había acabado gustando lo de ser la hija en casa de su padre y pensaba que Gudrid estaba tratando de desplazarla. Aunque tenía seis años más que Freydis y se suponía que estaba de duelo, Gudrid solía estar alegre. Tenía el pelo oscuro y era infantil. No era difícil hacerla reír, lo que parecía gustar a Thorstein; él estaba más animado cuando ella estaba cerca. Se apresuraba a recogerle la capa o el huso como si estuviera indefensa y fuera incapaz de recogerlos ella misma. Empezó a acompañar a Gudrid a la iglesia de su madre.
Thorstein le regaló un brazalete de plata a cambio de una cruz de plata. El intercambio molestó especialmente a Freydis, ya que había regalado recientemente a Thorstein una banda de colores para el pelo que había tejido ella misma. Thorstein trató sin cuidado la banda, colgándola de un poste en lugar de ponérsela. No advirtió la amarga desilusión de Freydis; apenas hablaba ya con ella. Fue Leif el que se dio cuenta. Un día después de que hubiera advertido la mirada siniestra de Freydis mientras veía cómo Gudrid se reía de una broma que había hecho Thorstein, Leif se acercó a Freydis y dijo:
—Tenemos que encontrarte un marido en el próximo Althing. De otro modo puedes pasarte la vida perdiendo el tiempo, buscando en donde no debes algo que no está a tu alcance.
—Me parece que la que busca algo que no debe es Gudrid Thorbjornsdottir —contestó Freydis. Estaba convencida de que, si no fuera por Gudrid, Thorstein sería suyo.
Gudrid no sabía montar a caballo, por lo que cada día Thorstein se dedicaba a enseñarle. Le regaló a Gudrid un caballo castaño llamado Bute que había sido de Erik. Dijo que lo había escogido precisamente porque hacía juego con el color de pelo de Gudrid, que era del color de las castañas que había visto en Noruega. Cuando oyó este comentario, Freydis entretejió la fusta de Gudrid con cardos, lo que provocó que Bute tirara a Gudrid, sin ninguna consecuencia, ya que Thorstein consiguió atraparla antes de que cayera al suelo. Otra vez Freydis hizo un nudo con la ropa interior de Gudrid, la empapó de agua y la achicharró en el fuego. Aquellas bromas tenían que ver más con el despecho que con ninguna otra cosa. La ropa quemada se atribuyó a una esclava que hacía la colada, pues la chica ya había sido vengativa antes, cuando se le pedía que lavara la ropa de Gudrid.
Una mañana temprano, hacia finales de verano, Freydis recurrió a una brujería. Se introdujo en el compartimento de dormir de Gudrid con las tijeras y cortó un rizo de Gudrid, con la intención de hacer un hechizo que apartaría a Thorstein de Gudrid. Se sabía que un hechizo llevado a cabo con pelo podía dar los resultados apetecidos. Antes de que Freydis pudiera hacer el hechizo, Thjodhild la descubrió con el pelo. Para no tener que molestar a otros, Thjodhild cogió a Freydis por el brazo y se la llevó fuera, donde podían hablar claramente. Cuando estuvieron bien lejos de la puerta, Thjodhild miró a Freydis, que no estaba en absoluto avergonzada por lo que había hecho y miraba a su madrastra de un modo desafiante.
—He hecho lo que he podido para enseñarte las habilidades femeninas que necesitabas —dijo Thjodhild—, pero no puedo hacer nada con los trucos de magia negra que has estado jugándole a nuestra invitada. Te resistes a todas las tentativas para que te vuelvas amable. Te voy a devolver a Halla Eldgrimsdottir. Tienes que marcharte enseguida y con las manos vacías. Te enviaré más tarde tus cosas, incluido el telar que he apartado para tu boda. Sé que estás empeñada en tener a tu hermanastro y de eso no puede salir nada bueno. Si permaneces apartada de Thorstein, lo que le has hecho a Gudrid seguirá siendo un secreto entre nosotras. Sé que Thorstein pensaría muy mal de ti si supiera las cosas que andas haciendo.
Freydis no se arrepintió de haber tratado de interponerse entre Gudrid y Thorstein; simplemente había seguido los consejos de su padre. Más de una vez le había recomendado que hiciera lo que pudiera para conseguir lo que quería. Lo que ella quería más que nada en el mundo era casarse con Thorstein. En cuanto a Thjodhild, a ella nunca le había gustado Freydis. Desde la muerte de Erik, su madrastra no había hecho más que buscar una excusa para echarla de casa.
No mucho después de que Freydis abandonara la casa de su madrastra, Thorstein Eriksson se casó con Gudrid Thorbjornsdottir en la iglesia a de Thjodhild. Freydis no fue a la boda, pero no pudo evitar oír hablar de ella, ya que se comentó durante mucho tiempo sobre las elaboradas fiestas que se llevaron a cabo.
El verano siguiente, Leif fue a ver a Freydis. Le dijo que el hermano de Bribrau había venido de Islandia a reclamar su herencia en Dyrnes. Como resultado, la dote de Freydis no sería tan grande como él había pensado. Leif dijo que le proporcionaría postes y vigas para la dote, así como un cuenco de bronce con el borde de oro batido si Freydis se casaba con Thorvard Einarsson. Einar estaba de acuerdo con el matrimonio y decía que les cedería un gran prado, una cabaña y tres o cuatro esclavos. Freydis le dijo a Leif que consideraría la oferta.
Un mes más tarde, Freydis fue a Gardar y se casó con Thorvard. No había habido mas ofertas y las perspectivas de mejorar su suerte eran escasas si, como Halla, permanecía soltera. Aunque Freydis quería a su madre adoptiva, no tenía deseo alguno de vivir como ella. Pensaba que Halla tampoco lo deseaba, ya que siempre se había pensado que Freydis estaba destinada a un futuro mejor.
El verano siguiente a su boda, cuando Freydis estaba embarazada de Thorlak, oyó la noticia de que la tripulación de Thorvald Eriksson había vuelto de Leifsbudir sin él. A Thorvald lo había matado una flecha de un skraeling en algún lugar de Vinlandia. Halla trajo la noticia cuando volvió de Gardar, a donde había ido a asistir al parto como comadrona. Halla también trajo la noticia de que Thorstein y Gudrid pensaban viajar a Vinlandia el verano siguiente. Gudrid no sólo había conseguido robarle a Freydis al hombre con el que se quería casar, sino que también le había robado sus sueños. Ése fue el momento en que Freydis empezó a vaciarse, no sólo del niño que llevaba dentro, sino de tiernos propósitos que había acariciado anteriormente, sustituyéndolos por otros más duros. Después de aquello tuvo cuidado de escoger sólo los sueños que pensaba que podría realizar, aunque tuvieran que empeorar sus relaciones con Thorvard. Desde el principio, el matrimonio de Freydis con Thorvard carecía de dulzura, pero no carecía del todo de sabor, y se parecía más al queso que a la miel. Durante el invierno, cuando la humillación y la incomodidad de vivir en una pobre cabaña en Gardar ocupaba sus pensamientos, dos cosas evitaron que Freydis cruzara la zona helada del fiordo de Einar hasta llegar al mar: una era el rencor que profesaba a Gudrid y otra la resolución que tenía de mejorar su suerte.
Pasaron dos años antes de que Freydis conociera el resultado de la expedición de Thorstein por Nagli Asgrimsson. Por entonces Thorlak ya andaba y Freydis volvía a estar embarazada, esta vez de Signy.
En el extremo del campo de Thorvard, donde se cortaba la turba, había una pequeña mina que codiciaba su hermana. Freydis quería que se usara la mina antes de que Inga y Guttorm discutieran un modo de hacerse con ella. Desde que Freydis se había casado con Thorvard, Guttorm e Inga rara vez perdían la oportunidad de comentar que se servirían ellos mismos de la mina si Thorvard y Freydis no la utilizaban. Freydis encargó a Nagli herramientas de hierro de la mina a cambio de comida y un lugar donde dormir. Durante varias noches seguidas, antes de acostarse al otro lado del hogar en el que se acostaban Thorvard y Freydis, Bagli se sentaba junto a su fuego y contaba sus historias. La primera que contó Nagli fue La historia de la muerte de Thorstein Eriksson. Esa historia se la había contado a Nagli un pariente por parte de madre, que la había oído de otro. Incluso así era verdad, o al menos eso decía Nagli.
—Según Adalric, que me contó esta historia, el intento de Thorstein Eriksson de llegar a Vinlandia estuvo maldito desde el principio. Thorstein, su mujer, Gudrid, y su tripulación, salieron al mar en el barco de Leif. Apenas habían perdido de vista la costa cuando el tiempo se volvió contra ellos. Horribles vientos los mantuvieron envueltos en niebla de modo que durante días no supieron dónde se encontraban. El mal tiempo siguió hasta que era casi invierno, lo que significaba que cuando la niebla se levantó, Thorstein y su tripulación se vieron obligados a bajar a tierra en el fiordo de Lysu, pues había pasado el tiempo en el que podría esperar llegar a salvo a Vinlandia. No tenían más posibilidades que dejar el viaje para otro año. Yo nunca he llegado hasta el fiordo de Lysu pero Adalric, que estaba cazando al norte, me contó que allí no vive mucha gente.
Aquí interrumpió Thorvard.
—Adalric tiene razón en eso. He pasado muchas veces por el fiordo de Lysu de camino a Northsetur. La mayor parte de la tierra es demasiado pobre para cultivarla.
A Nagli no le gustaba que lo interrumpieran en medio de una historia, pues eso interfería en el recuerdo de la historia tal como se la habían contado exactamente. Antes de que Thorvard pudiera decir algo más sobre el fiordo de Lysu de lo que fuera deseable, Nagli continuó la historia.
—Thorstein encontró acomodos para el invierno para sus hombres, pero no había ninguna para Gudrid y para él. Por tanto él y su mujer se enfrentaban a la perspectiva de pasar el invierno en una tienda a bordo del barco.
»Noticias de la situación de Thorstein llegaron a oídos de un granjero llamado Thorstein, el Negro que tenía una granja al final del fiordo de Lysu. Un día, Thorstein, el Negro cabalgó hasta el barco par ver a Thorstein y a Gudrid, que estaban durmiendo cuando llegó. Thorstein, el Negro decidió despertarlos y gritó el nombre de Thorstein Eriksson.
»Cuando Thorstein Eriksson se despertó y salió de la tienda, Thorstein, el Negro lo invitó a él y a Gudrid a pasar el invierno en su granja. Al advertir la cruz de plata que Thorstein tenía alrededor del cuello, Thorstein, el Negro le advirtió que su fe era otra. Dijo que el cristianismo todavía no había llegado al fiordo de Lysu, y que esperaba que el que no fuera cristiano no impidiera que se llevaran bien, pues a su mujer Gunnhild y a él les gustaban las cosas tal como eran y no deseaban que fanáticos de Cristo los convirtieran. Dijo que su granja estaba apartada y que Gunnhild y él se habían vuelto aburridos e insociables por no tener relación con otras personas. Thorstein, el Negro concluyó diciendo que si aceptaban su invitación, volvería al día siguiente con suficientes caballos para llevar a Thorstein, a su mujer y a sus cosas a la granja. Thorstein Eriksson contestó que consultaría con Gudrid y entró en la tienda. Gudrid dijo que aceptaría cualquier cosa que decidiese su marido. Thorstein Eriksson dijo por tanto a Thorstein, el Negro que Gudrid y él se sentirían encantados de trasladarse a su casa. Al día siguiente, Thorstein, el Negro volvió con los caballos como había prometido y tu hermano y Gudrid abandonaron el barco.
Thorvard empezó a roncar; le gustaban los cuentos cortos y se dormía si eran demasiado largos. Nagli no trató de despertarlo, sino que continuó con su cuento, hablándole a Freydis como si su marido no estuviera allí.
—Adalric dijo que tu hermano y Gudrid no llevaban más de dos meses viviendo en casa de Thorstein, el Negro y Gunnhild cuando apareció la enfermedad en el fiordo de Lysu, empezando por varios miembros de la tripulación. Aparentemente esta enfermedad era muy parecida a la epidemia que mató a tu padre y al primer marido de Gudrid, pues iba acompañada de fiebres altas y sed rabiosa. Gunnhild cayó enferma antes que tu hermanastro. Era una mujer grande, más grande que muchos hombres. Incluso así, la enfermedad la hizo caer. Después cogió la enfermedad Thorstein, ambos estuvieron enfermos lado a lado. Gunnhild murió primero. Era costumbre en el fiordo de Lysu llevar el cadáver sobre una tabla. Aunque tenía muchos esclavos, para Thorstein, el Negro fue un orgullo llevar la tabla él mismo. Adalric dijo que cuando Thorstein, el Negro salió a buscar el tablero, Gudrid le ordenó que volviera pronto, pues no le gustaba quedarse en una habitación con un cadáver, aunque su marido estuviera aún vivo. Mientras Thorstein, el Negro estaba fuera, Gunnhild se levantó de la cama y empezó a buscar sus zapatos por el suelo. Cuando los encontró, su marido volvió y Gunnhild cayó sobre la plataforma de dormir y murió por segunda vez. Adalric dijo que Gunnhild era tan pesada que las vigas de la casa crujieron cuando cayó. Incluso así, su marido era lo bastante grande y potente como para colocar su cuerpo sobre la tabla y sacarlo de la casa sin ayuda de nadie.
»Tres días más tarde, tu hermano expiró. Gudrid estaba sentada en un taburete junto a su plataforma de dormir cuando murió. Advirtiendo su pena, Thorstein, el Negro se levantó de su lugar junto a la pared y recogió a Gudrid. Después se sentó frente a tu hermano muerto, sosteniendo a Gudrid en su regazo para consolarla. Le prometió que la llevaría a ella y a sus cosas de vuelta al fiordo de Erik tan pronto como mejorara el tiempo.
»”También llevaré a mis esclavos”, dijo, “para proporcionarte ciertas comodidades durante el viaje”.
»Según Adalric, en cuanto Thorstein, el Negro hizo esta promesa, el cadáver de tu hermano se incorporó y preguntó: “¿Dónde está Gudrid?”.
»Adalric dijo que tu hermano repitió la pregunta dos veces pero Gudrid se negó a contestar. Quizá no supiera cómo contestar a un cadáver, o quizá pensara que su marido se la llevaría con ella si lo hacía. La tercera vez que habló su marido, Gudrid preguntó a Thorstein, el Negro si debía hablar. Él le aconsejó que no respondiera. Después la alzó y la llevó junto a la plataforma donde yacía tu hermano. Thorstein, el Negro se sentó en un taburete sosteniendo a Gudrid sobre sus rodillas.
»”¿Qué quieres, Thorstein?”, dijo.
»”Quiero decirle a Gudrid su destino”, respondió tu hermano. “Quiero que sepa que ahora soy feliz en reposo. Quiero decirle también que se casará con un islandés y que tendrán una larga vida juntos. Sus hijos tendrán una salud excelente y prosperarán. Ella y su marido abandonarán Groenlandia y vivirán en Islandia. Conseguirán tener una gran reputación”.
»Eso fue lo que dijo tu hermano antes de caer por última vez.
Freydis estuvo sentada en silencio mientras duró la historia. Al final explotó:
—Gudrid Thorbjornsdottir volvió loco a Thorstein —dijo—. Al hacerle llevar esa absurda cruz, lo hizo débil de mente. Merecía casarse con alguien mejor que una bruja cobarde que se sentó en el regazo de otro hombre y pidió permiso para hablar con su marido. No me sorprendería que Gudrid lo hubiera infectado con la epidemia, como hizo con su primer marido y con mi padre. Cuanto antes vuelva a Islandia, mejor será para todos los de aquí.
—Dudo que no vuelvas a ver a Gudrid —dijo Nagli—. Thorstein, el Negro la trajo de vuelta a Brattahlid. La vi allí hace poco cuando estaba arreglando la cadena de un caldero para Thjodhild. También me contrató un mercader islandés llamado Thorfinn Karlsefni, que quería que hiciera remaches de hierro para su barco. Mientras estaba allí, no pude evitar darme cuenta de la atención que el mercader prestaba a la viuda de tu hermano. Puede que sea el islandés del que tu hermano habló antes de morir y que, a su debido tiempo, Gudrid y él se casen.
Una mañana temprano, poco después de que Nagli se hubiera marchado de Gardar y Thorvard estuviera fuera cazando en Vatnahverfi, Freydis cogió un hacha grande, un trozo de cuerda fuerte y una bolsa de piel de oveja y se fue andando por las colinas hasta el fiordo de Erik acompañada por sus esclavos más fuertes, Kalf y Orn, quiénes después la cruzaron el fiordo de Brattahlid y caminaron con ella hasta la granja de Halla. Aunque el caballo de Freydis no le servía de nada a Halla, Freydis aún lo guardaba allí. El prado de Thorvard era necesario para que las vacas de Freydis pastaran, y por eso prefería dejar a Sterkur en el prado de Halla, o al menos eso le dijo a ella.
Freydis ordenó a los esclavos que pusieran una venda en los ojos a Sterkur y que lo ataran. Después alzó el hacha y golpeó el cuello del caballo. Cuando hubo cortado la cabeza, los esclavos la metieron en la bolsa de piel de oveja y la llevaron al bote, dejando la carne de caballo para Halla. Cuando estaban en medio del fiordo, Freydis ordenó a Kalf y a Orn que arrojaran la bolsa por la borda. Freydis estuvo de vuelta en Gardar a tiempo para acostar a Thorlak. Se fue a la cama y durmió sin sueños, convencida de que se había deshecho de una pasión que le había proporcionado más dolor que placer.