Los Egilsson eran viajeros que recorrían el mundo. Habían estado muchas veces en Noruega. Habían estado en Irlanda y Gran Bretaña. Habían estado en Normandía, aunque sólo una vez. A los normandos no les gustaban los barcos procedentes del Norte si los gobernaban los vikingos; preferían olvidar que su antepasado Ragnar, el de los Pantalones Peludos había sido un vikingo. Los Egilsson no se consideraban vikingos; nunca habían hecho cautivos, no habían saqueado monasterios, no habían robado plata ni ovejas. Los bienes y esclavos que poseían los habían conseguido por medio del intercambio, por lo que no eran tan ricos como les hubiera gustado ser. Hasta entonces, los Egilsson habían sido intermediarios que trabajaban cerca de Kaupang, una ciudad con mercado en Noruega. Raramente tenían entre manos materias primas que eran las que producían los mayores beneficios. Los suecos controlaban el comercio de metal que llegaba por el Báltico; los frisos, la cerámica y el cristal; los moros, la seda y las especias. Cuando las mercancías acabadas llegaban a los Egilsson, habían cambiado de manos tres o cuatro veces y quedaba poco beneficio que sacar. Los Egilsson decidieron que sus beneficios se encontraban en dirección opuesta, en las materias primas que se encontraban más allá del Océano Exterior, sobre todo madera, marfil y cuerda. En Noruega, la demanda de esas mercancías era tan grande, que manejándose con cuidado los Egilsson esperaban hacerse ricos.
Como los groenlandeses, los islandeses habían ido a Leifsbudir en busca de madera, parte de la cual pretendían vender en Groenlandia a cambio de marfil y cuerda que después llevarían a Noruega. Si todo iba bien, esperaban llegar al puerto de Bergen al cabo de un año. Helgi también pretendía construir un segundo barco. Éste no había sido el plan original. Pero un día, más de un año antes, mientras se preparaban para abandonar Noruega y acudir a Groenlandia, Hauk Ljome pidió refugio a bordo de su barco. Lo perseguía Erling el Alto, un poderoso «jarl» [conde] que tenía aliados y espías en toda Noruega. Después de que Hauk les contara su historia, los Egilsson accedieron a esconderlo bajo el tablazón del Corcel de Sigurd, donde se quedó hasta que el barco estuvo en alta mar. Cuando los hermanos hablaron qué hacer con su polizón, Finnbogi dijo que debían dejarlo en las islas Feroe. Ya tenía una tripulación de treinta hombres y se habían decidido por ese número después de mucho pensar; un hombre más a bordo significaba que el barco estaría más repleto y habría menos raciones. Helgi estaba en contra de dejar a Hauk en tierra. Pensaba que tener un polizón que era constructor de barcos era un don de las mismísimas Hermanas. Según él lo veía, las Nornas les estaban proporcionando, y especialmente a él, una oportunidad de mejorar su suerte. Helgi le dijo a su hermano que un buen artesano podía pagar su traslado construyéndoles un barco en Vinlandia.
Finnbogi no quería llevar a Hauk a Leifsbudir. Sin carpinteros que lo ayudaran, el noruego no serviría de nada y podía distraerlos de lo que pretendían hacer. Dijo que la construcción de barcos requería más habilidad que la que su tripulación poseía. Es más, malgastarían tiempo que estaría mejor utilizado recogiendo madera para comerciar con ella. Recordó a Helgi que la madera para barcos no podía encontrarse en un solo lugar. Para encontrar la mejor madera para las diversas partes del barco, los constructores tenían que viajar aquí y allá, como era el caso en Noruega. Finnbogi dijo que no podrían reunir un cargamento si la tripulación andaba por ahí buscando madera para barcos. Helgi repuso que muchas de las personas de la tripulación eran experimentados leñadores, lo que significaba que estaban acostumbrados a trabajar con madera. Con los consejos de Hauk, sin duda podrían aprender a trabajar con madera para barcos. Y con respecto al cargamento, con un segundo barco podrían volver a Noruega con el doble de mercancías que las que podrían llevar en un solo barco, haciéndose por tanto el doble de ricos. Fue este último argumento el que convenció a Finnbogi de que él y Helgi deberían utilizar al fugitivo que escondían bajo cubierta.
Más tarde, en Groenlandia, Finnbogi consiguió ponerse de acuerdo con Helgi acerca de que, además de ellos mismos, Hauk era el miembro más útil de la tripulación, pues podían usarlo para reforzar su posición en el momento de negociar con los groenlandeses. Freydis Eriksdottir y su marido abandonarían el comercio de mercancías para obtener un barco. Durante el largo invierno groenlandés, parecía que los hermanos podían perder esa ventaja, pues más de una vez pareció probable que Hauk muriera de una extraña aflicción. Aquí de nuevo la suerte de los Egilsson se mantuvo, pues en lugar de Hauk, murieron de la enfermedad dos islandeses; Hauk sustituyó a uno de los hombres y un groenlandés llamado Gnup sustituyó al otro, con lo que la tripulación siguió estando formada por treinta hombres aptos.
Los Egilsson habían tenido suerte en otros aspectos. Desde su partida de Noruega se habían visto favorecidos con un tiempo excelente para navegar. El verano anterior, fuertes vientos y el buen tiempo les habían permitido llegar a salvo a Groenlandia. Y ese verano habían cruzado desde Gardar a Leifsbudir en trece días. Durante todo el viaje occidental, el tiempo había permanecido tan claro que habían podido evitar la niebla y el hielo. De hecho, incluso habían tenido la suerte suficiente como para descargar su barco y establecerse en las casas antes de que la tormenta que cayó sobre los groenlandeses alcanzara Leifsbudir.
Hubo algunas discusiones acerca de cuál de las tres casas ocuparían. La casa más grande había sido construida por Thorfinn Karlsefni, un islandés. Uno de los miembros de la tripulación sugirió que como ellos eran islandeses, era lógico que usaran aquella casa en particular.
—Me parece que la consulta de Thorfinn debe dejarse a Freydis Eriksdottir —dijo Helgi—, pues es la casa que más puede gustar a una mujer, ya que es la más grande y la más nueva de las tres, y tiene una habitación interior de almacenaje y una pared cubierta de madera.
—Cuando se trata de agradar, deberíamos pensar en nosotros mismos —repuso Finnbogi—. Yo preferiría ocupar las dos casas pequeñas antes que la grande, pues eso significa que tendríamos más sitio donde distribuirnos. Me quedaré con la casa junto al arroyo y tú puedes quedarte con la del medio. Así estarás entre Freydis Eriksdottir y yo.
Helgi estuvo de acuerdo. Pensó que Finnbogi quería que Freydis estuviera en la casa más grande pero que no admitiría, sobre todo a sí mismo, que le estaba cediendo la mejor. La casa del medio le gustaba a Helgi por otra razón, que era que, contrariamente a su hermano, estaba dispuesto a compartir parte de ella con los groenlandeses y la casa grande carecía de espacio suficiente para que durmieran todos. Como los groenlandeses y los islandeses tenían un número de tripulantes igual, necesitarían una cantidad igual de bancos para dormir. Al ocupar dos casas, los islandeses dejaban menos espacio a los groenlandeses. A Helgi le pareció prudente mostrar una disposición a compartir la casa con los groenlandeses si era necesario. Esto tenía más que ver con la obligación que con la generosidad; un hombre no puede esperar a recibir favores si se lo guarda todo para sí.
Helgi ya había sido amable con el marido de Freydis, Thorvard, al dejarle usar una de sus esclavas, un arreglo con el que estaba dispuesto a continuar allí. Finnbogi había criticado a Helgi por permitir este favor a Thorvard, ya que no había suficientes concubinas para satisfacer a la tripulación islandesa, pero Helgi le recordó a su hermano que la esclava, cuyo nombre era Mairi, era suya, y podía hacer con ella lo que quisiera. Helgi nunca usaba a Mairi, pero se servía de ella sobre todo para pagar deudas cuando perdía en el juego.
Antes de que los Egilsson llegaran a Leifsbudir, ya consideraban los edificios como un campamento de trabajo. Por el modo en que Leif les había descrito el emplazamiento y las características de Leifsbudir, los hermanos se habían formado una imagen de un lugar destinado principalmente a reunir y almacenar mercancías. Según Leif, había escogido el lugar porque estaba bien situado para albergar viajes en barco entre Groenlandia y Vinlandia. Al usar Leifsbudir como base, era posible explorar lugares más favorables hacia el sur y disponer de tiempo para regresar a Groenlandia en verano. Aunque los Egilsson hablaron con Leif en varias ocasiones, nunca lo habían oído hablar de establecerse allí, ni pensaban que fuera su idea. A los Egilsson, Leifsbudir no les parecía un sitio especialmente hermoso o para quedarse. El país no tenía rasgos especiales y era aburrido en comparación con el fuego y el hielo de Islandia; no había glaciares, volcanes ni manantiales de agua caliente; la tierra era abierta y llana. Por otra parte, el aire era pesado y húmedo y era agradable vivir al nivel del mar. En Islandia y Groenlandia, los Egilsson habían vivido en el extremo de fiordos, donde las granjas se escondían entre oscuros acantilados y páramos. No había montañas en Leifsbudir, sólo grandes cabos que bajaban hacia el mar, y las colinas que se elevaban a lo lejos. No había nada entre ellas y el bosque de abetos de detrás de la casa, más que una extensión de tosco prado. Por alguna razón, Leifsbudir mareaba a Helgi. Era el mismo mareo que sentía a veces en el mar. Pensaba que tenía que ver con la extensión del cielo, pues había mucho más allí que en el lugar de donde venía. O quizá fuera el resultado de estar tanto más cerca del lugar que más deseaba conocer, que era Vinlandia.
Después de que los islandeses se establecieran en las casas, algunos fueron al bosque de abetos a cortar madera para que se secase. Thorfinn Karlsefni había dejado algo de leña para el fuego, pero no era suficiente para mantener las chimeneas ardiendo del modo que querían. Después del invierno en Groenlandia, los islandeses mantenían fuegos encendidos menos por necesidad que por placer.
Hauk se puso a buscar un lugar por allí donde pudiera construir un barco. Encontró una cala para los barcos y así la llamó, cerca de un amplio bosque de abetos a poca distancia al sur del prado, y puso a los hombres que había escogido como constructores a hacer abrazaderas y soportes de madera de diversas clases. Eran tareas fáciles, destinadas a mejorar las habilidades de talla y corte de los hombres. Hauk se llevó a Ulf, el de la Barba Ancha y exploró el borde del bosque para ver qué clase de madera podía encontrarse. Había una cantidad sin fin de abetos, piceas y alerces. Con esas maderas podían construirse barcos, pero sería escasa para el barco que Helgi tenía en la cabeza. Cuando Hauk le dijo a Helgi que tendrían que viajar una cierta distancia para encontrar madera para barcos de buena calidad, Helgi le aconsejó que hiciera primero el barco de los groenlandeses, usando la madera que había disponible.
—Más tarde buscaremos mejor madera en el sur —dijo Helgi.
—Eso es de sentido común —accedió Hauk—. Cuando acabemos el barco de los groenlandeses, los hombres que me has dado para enseñarlos ya no estarán tan verdes y harán un trabajo mejor en tu barco. Como los groenlandeses no saben nada de árboles, no les importará que su barco esté hecho de una madera de calidad inferior.
Los islandeses no cuestionaron el retraso de los groenlandeses. Preferían tener Leifsbudir para ellos solos porque así les resultaba más fácil instalarse, y teniendo en cuenta la variación de los vientos marinos, unos cuantos días de diferencia entre su llegada y la de los groenlandeses era de esperar. Además, teniendo en cuenta la manera tan torpe que habían tenido de cargar el barco los groenlandeses en el fiordo de Einar, era probable que su partida se hubiera visto retrasada. El tercer día después de que los islandeses llegaran, el cielo se oscureció más temprano que los días anteriores. El viento roló a Noreste, lo que significaba que el mal tiempo se acercaba. El cuarto día el cielo estaba cubierto pero el tiempo no era lo bastante malo como para mantener dentro de las casas a los islandeses. Finnbogi hizo subir tierra el Corcel de Sigurd y lo aseguró con postes y estacas.
El quinto día el tiempo se había puesto tan malo que se vieron obligados a quedarse dentro. Los islandeses se sentaron alrededor de sus fuegos y se alegraron de haberse establecido en casas que eran cálidas y secas. Excepto por el murmullo de las voces, en el interior reinaba el silencio, y la tormenta se oía amortiguada por las gruesas paredes de musgo. Cada vez que se abría la puerta y alguien salía a coger agua o a orinar, el viento rugía desde el Noreste. Una vez, cuando Finnbogi entró, comentó que el viento era tan cambiante y brutal como cualquier viento de Groenlandia, aunque no tan frío.
—Si los groenlandeses están en medio de esta tormenta —dijo—, lo pasarán mal, pues los arrastrará hacia alta mar.
A medida que pasaban los días y la tormenta continuaba, los islandeses se convencieron de que los groenlandeses no llegarían nunca. Empezaron a hablar de lo que harían solos en Leifsbudir. La concubina de Finnbogi, Olina, dijo que pensaba que las mujeres deberían ocupar la casa de Thorfinn Karlsefni, pues con los hombres haciendo peticiones de todas clases, las mujeres necesitaban un lugar donde poder descansar y refrescarse. Finnbogi dijo que nunca le desearía mala suerte a un marinero, pero que si Freydis no aparecía, para él sería un alivio.
—Nos veremos en aprietos si los groenlandeses no vienen —dijo Helgi—, pues estaban dispuestos a proporcionarnos tela para las velas y cabos para el barco.
Cuando finalmente la tormenta se calmó, Helgi salió y caminó por la costa para ver qué había traído la marea. Había maderas en la playa, pero no restos de un naufragio. Varias veces al día fue hacia el este a lo largo de la costa, buscando alguna señal del barco. De todos los islandeses, Helgi era el que más tenía que perder si los groenlandeses no aparecían. Sin su barco, nunca tendría la oportunidad de viajar hacia el sur en busca de Vinlandia. Helgi ya había hablado con Finnbogi acerca de llevarse el Corcel de Sigurd a buscar mejor madera antes de que llegara el invierno. Finnbogi insistía en que el barco no iba a ir a ninguna parte hasta que lo hubieran limpiado y calafateado bien, una tarea que insistía en supervisar él mismo. Finnbogi ni siquiera permitía que su barco hiciera la corta travesía hasta Marklandia a buscar madera hasta que estuviera revisado. Sabiendo que Finnbogi no quería dejar que su barco fuera a ninguna parte si él no estaba al timón, Helgi había intentado convencer a los groenlandeses que le dejaran el Vinlandia para hacer expediciones hacia el sur. Sin los groenlandeses, Helgi se vería obligado a depender de su hermano más de lo que deseaba.
Fue Gudlaug el primero que vio el barco de los groenlandeses. Había estado pescando bacalao en la bahía y avistó al Vinlandia en cuanto éste rodeó el cabo. Gritó a los demás que estaban en la costa. Cuando los groenlandeses entraron en la cala, todos los islandeses estaban en la playa, excepto los hombres que estaban trabajando con Hauk.
Los islandeses, al ver acercarse al Vinlandia desde la playa, se dieron cuenta de que los groenlandeses habían padecido una mala travesía. Para empezar, el barco estaba demasiado bajo en el agua; además, tenía varias tracas dañadas.
—Me pregunto qué tal estará su vaca —dijo Helgi, aliviado—. Debe tener la leche cuajada ya.
Hasta Finnbogi se sintió afectado ante la visión.
—Esos pobres granjeros deben de haberlo pasado muy mal.
Pronto los islandeses estaban remando en sus botes hacia el Vinlandia para ayudar a desembarcar a los groenlandeses. Aunque el agua estaba fría, no era tan fría como los fiordos de casa. La mayoría de los groenlandeses saltaron al mar y vadearon hacia un pequeño arroyo que fluía por la playa hacia el mar. Cuando el Vinlandia estuvo anclado en la bahía, sólo Evyind, su hijo Teit, Freydis y su esclava y tres o cuatro más permanecieron a bordo. Helgi tuvo dificultades para distinguir a Freydis. Vestida con calzones y una túnica, parecía un hombre. La reconoció sobre todo por el modo en que se movía al bajar por la escala de cuerda al bote, y por el hecho de que una mujer la siguiera.
—A menos que me equivoque, los groenlandeses han traído hombres de más —dijo Finnbogi. Había estado observando los movimientos de su tripulación, contándolos a medida que llegaban a tierra.
—¿Estás seguro? —Helgi hablaba descuidadamente; estaba demasiado aliviado como para preocuparse en contar groenlandeses.
—Estoy seguro.
—¿Cómo puedes estar seguro, si los groenlandeses se están moviendo por aquí? Creo que deberías volver a contarlos más tarde.
Freydis llegó a tierra. En cuanto salió del bote, se arrodilló y se echó agua en la cara y en el pelo. Después se levantó y miró a su alrededor como si buscara a alguien, seguramente a su marido. Thorvard estaba con los groenlandeses que habían bajado a tierra andando y ahora se bañaban en la desembocadura del arroyo, donde el agua era lo bastante poco profunda como para que la calentara el sol. Freydis observó a los hombres durante un tiempo, pero no hizo esfuerzo alguno por unirse a ellos. Miró hacia los edificios de turba que estaban más allá de la playa. Fue entonces cuando advirtió a Finnbogi y a Helgi allí de pie. Helgi apenas podía creer que aquella fuera la misma mujer que había visto sentada en la hierba junto a Hauk en Gardar. Aquella mujer estaba demacrada y pálida, con el pelo cayéndole en nudos, la ropa manchada y sucia. Freydis sabía qué aspecto tenía.
—Como podéis ver por el estado de la tripulación y de mí misma, por no hablar del barco de mi hermano, hemos pasado por una tormenta —dijo cuando llegó junto a ellos.
—Y algo más.
—Un iceberg.
—Pasamos junto a hielo, pero conseguimos evitarlo —dijo Finnbogi.
Pidió a Freydis más detalles del viaje, que ella le proporcionó de buena gana. Después dijo que iba a ver las casas para decidir en cuál quería vivir.
—Dejamos la casa más grande y más nueva para vosotros —dijo Finnbogi—, la que construyó Thorfinn Karlsefni para su mujer.
—Dudo que escoja ésa para vivir. Prefiero evitar cualquier lugar en el que apoyó la cabeza su mujer, Gudrid Thorbjornsdottir —dijo Freydis—. Veré lo que hay y decidiré.
Cuando se fue a ver las casas, Helgi comentó que los islandeses debían prepararse para mover sus cosas. Después dijo:
—Parece que a Freydis no le gusta la mujer de Thorfinn Karlsefni.
—Eso no es de extrañar —dijo Finnbogi—. Por lo que he oído de la mujer de Thorfinn, ella y Freydis son como la noche y el día.
Las tres casas estaban repartidas sobre la explanada que iba de Este a Oeste sobre la playa. Ramas de aliso tejidas aguantaban los techos de turba; los tejados tenían aberturas para que saliera el humo que se alzaba de los hogares y estaban cubiertos de hierba y flores. Las paredes exteriores también estaban cubiertas de espesa hierba. Las casas que había construido Leif estaban muy juntas; la de Thorfinn Karlsefni estaba ligeramente apartada hacia el Norte. Freydis miró primero la casa que estaba más al Sur, que se encontraba junto al arroyo. Esta casa tenía dos pares de habitaciones unidas lado a lado, cada una con una entrada aparte y con bancos para dormir, de madera, contra las paredes. Había hogares de piedra en medio de cada habitación. Frente a las puertas había una cabaña y un cobertizo construidos del mismo modo que las casas, pero más pequeños. Cuando Leif describió aquellas construcciones en Groenlandia, Freydis había decidido que quería el cobertizo, que era una habitación grande con un largo banco de madera a un lado.
Freydis entró primero en el cobertizo. Aunque estaba vacío, se dio cuenta de que había estado ocupado por uno de los de la tripulación de los islandeses y su concubina. Una camisa y una túnica estaban tiradas sobre un arcón. La habitación estaba desordenada. El banco de dormir estaba cubierto de ropa de hombre, el suelo de herramientas y cuencos vacíos. Freydis cruzó el patio que llevaba a la casa larga y la revisó. Las habitaciones, más espaciosas que ninguna que hubiera conocido en Gardar, también estaban llenas de cosas de los islandeses. Freydis fue a la casa del centro, que tenía dos habitaciones grandes y una cabaña al lado. Los islandeses también se habían trasladado allí, dejando sus cosas por todas partes, sobre los bancos de dormir en ambas habitaciones y en el suelo. El suelo de tierra estaba cubierto de espinas de pescado, cenizas y otros restos. Freydis no miró dentro de la casa que había construido Thorfinn Karlsefni. Vio que era más grande que las de Leif y tenían un cobertizo abierto unido a ella, pero nunca viviría en una casa construida para Gudrid. En cualquier caso, no quería pasarse un año entero en una casa con treinta y cuatro groenlandeses si podía evitarlo. Su cabaña en Gardar no era gran cosa, pero al menos tenía privacidad, lo que era preferible a vivir con la familia de Thorvard. A Freydis le molestaban los islandeses. Al ocupar las casas de Leif, habían demostrado que eran tiránicos y egoístas. Habían cogido lo que habían querido, sin pensar en lo que podrían preferir los groenlandeses. Quizá pensaran que los groenlandeses habían perecido en el mar y habían dejado Leifsbudir para su uso exclusivo. Esto estaba lo bastante cerca de la verdad como para que Freydis se sintiera dolida. No le gustaba la idea de que los islandeses se aprovecharan de la mala suerte de los groenlandeses.
Freydis se fue en busca de los Egilsson. Finnbogi estaba en la playa viendo cómo los hombres se bañaban en la desembocadura del río. Hubiera preferido hablar con Helgi, pero no lo veía por ninguna parte. Freydis se acercó a Finnbogi, que la ignoró, mientras volvía a contar el número de hombres de Groenlandia.
—Tendréis que iros a la casa de Thorfinn Karlsefni —dijo Freydis en voz alta para llamar su atención—. Nosotros los groenlandeses vamos a ocupar las casas de mi hermano.
—Me parece que el primero que llega a Leifsbudir debe ser el primero que escoge —dijo Finnbogi para provocarla. Sabía tan bien como Helgi que los islandeses tendrían que trasladarse.
—Estoy de acuerdo en compartir Leifsbudir con vosotros —dijo Freydis—. Eso no os da el derecho a ocuparlo.
—¿Por qué íbamos a mover nuestras cosas cuando la mejor de las casas de Leifsbudir está vacía y esperándote?
—Porque no la quiero.
—Eso no es una buena razón.
—Escúchame, Finnbogi Egilsson —dijo Freydis—. Saca tus cosas de las casas de mi hermano inmediatamente o haré que mis hombres las arrojen fuera.
Finnbogi se volvió para mirar a Freydis a la cara. Qué mujer tan fea era, con su pelo enredado y la ropa sucia, apestando a vómito y pescado rancio.
—Y si me niego, ¿qué harás?
Antes de que Freydis pudiera amenazar a Finnbogi de nuevo, Helgi apareció. Se había dado cuenta de que estaban discutiendo y pensó que Freydis y su hermano ya habían descubierto lo peor de cada uno.
—¿Qué pasa aquí? —dijo.
—Tu hermano se niega a abandonar las casas de Leif —le dijo Freydis—. No quiero quedarme aquí discutiendo con alguien que ignora una petición razonable. Quiero bañarme y cambiarme de ropa.
—¿No quieres la casa vacía? —dijo Helgi.
—Prefiero tener más intimidad que la que esa casa proporciona.
—Por no hablar del espacio —dijo Finnbogi—, para los hombres que te has traído de más.
Freydis podía haber dicho: «Para los hombres de más que necesitaremos para poneros en vuestro sitio», pero permaneció en silencio.
—Sacaremos nuestras cosas ahora mismo. Por lo que a mí respecta, la elección de casas ha sido un asunto abierto. Nos establecimos donde lo hicimos de modo provisional, esperando hasta que llegaseis. Después de todo, el lugar pertenece a tu hermano —dijo Helgi. Como ya había habido una disputa, Helgi no sugirió que los groenlandeses y los islandeses compartieran la casa del centro.
—Cuanto antes, mejor —dijo Freydis—. Pretendo usar el cobertizo que está detrás de la casa de mi hermano para mí y quiero que metan las cosas enseguida, para que pueda quitarme esta ropa. —A partir de ese momento, Freydis iba a estar en compañía de hombres de mundo, uno de los cuales sería Hauk Ljome. No quería que el constructor de barcos noruego la viera en un estado tan lamentable. Podía vivir lejos de países donde las mujeres se vestían con sus mejores galas, pero con el cuidado suficiente, podía aparecer tan hermosa como ellas.
Hauk y sus carpinteros se perdieron la llegada de los groenlandeses, ya que nadie había mandado a un mensajero con la noticia. Cuando Hauk volvió de la cala del barco, descubrió que habían trasladado sus cosas del cobertizo donde había dormido a la casa de Thorfinn Karlsefni. Esto no le molestó en absoluto, ya que Grelod le había organizado una nueva zona para dormir junto a la pared cubierta de madera. Los islandeses le hablaron a Hauk de la llegada de los groenlandeses y de los daños que había sufrido su barco.
—Los vapuleó la tormenta durante días y días y pensaron en lo peor —dijo Finnbogi—. Tendrías que haber visto a esa bruja de Freydis. Apestaba como un cadáver putrefacto y era lo bastante monstruosa como para ser el mismísimo infierno.
Hauk dudó de que Freydis tuviera tan mal aspecto aún después de ser vapuleada por la tormenta en el mar. Suponía que Finnbogi estaba irritado porque los islandeses habían tenido que trasladarse a la casa de Thorfinn Karlsefni. Hauk sabía que Finnbogi era un hombre acostumbrado a hacer su voluntad. En muchas ocasiones, Hauk se había dado cuenta de que Finnbogi esperaba que los demás, incluso su hermano, lo obedecieran. No le importaba interrumpir conversaciones y juegos, o coger la comida de otro hombre, u ocupar su lugar. Una de las cosas que no cogía era la mujer de Helgi. Igual que Olina era sólo para uso de Finnbogi, Helgi era el único que utilizaba a Finna. Helgi poseía tres de las cinco concubinas: Finna, Grelod y Mairi. Finnbogi poseía a Olina y a Alof. Como parte del acuerdo que había hecho con Hauk para que le construyera un barco, Helgi le había dado a Grelod para su uso. Por suerte Grelod era una mujer grande y jovial que disfrutaba del sexo tanto como Hauk. Grelod a menudo iba a la cala del barco para que Hauk pudiera yacer con ella en el bosque durante el día. Él pretendía utilizar lo que quedaba del verano para ponerse al día, ya que había estado sin mujer durante el invierno anterior.
* * *
Hauk sólo llevaba dos meses en Groenlandia cuando cayó presa de una fiebre extraña que lo había dejado decaído y taciturno. Apenas podía comer la comida que le daban, normalmente carne de ballena y foca con mantequilla rancia. Lo que quería era un trozo de pan, pero la mayor parte de los groenlandeses no habían visto esa comida, y mucho menos la habían comido; carecían de las cosechas necesarias para hacer pan. Ni siquiera las celebraciones de Yule habían conseguido alegrar a Hauk. No podía beber la cerveza que los Egilsson habían traído de Noruega sin vomitar. No podía ponerse de pie sin vacilar. Como un anciano, tenían que acompañarlo a orinar fuera o a vaciar sus intestinos. No podía mirar la llama de la lámpara sin que le dolieran los ojos. Durante todo el invierno yació en la oscuridad de la cabaña del capataz como si estuviera enterrado vivo. Había pensado que se estaba muriendo. Se dijo a sí mismo que debería haber animado a Erling el Alto a que lo atravesara con su espada en Noruega. Cualquier cosa era mejor que apagarse en Groenlandia.
Había sido el peor invierno de la vida de Hauk. El frío era tan duro y el viento tan feroz que nunca tenía calor suficiente, por muchas pieles que apilaran sobre su cama. No sólo se sentía muy mal, sino que había perdido el interés por las mujeres. Y se sentía incómodo en un país donde no había bosques, nada de hecho que pudiera llamarse un árbol. Cada vez que se veía obligado a salir al desnudo paisaje groenlandés, Hauk pensaba que se había desterrado al fin del mundo. La granja donde estaba no tenía nada de particular, pues era poco más que piedra y hierba. La hierba era basta y dura. No había campos de trigo ni avena o cebada, sólo zonas de hierbas salvajes adecuadas nada más que para las ovejas y las cabras. Sorprendentemente, los groenlandeses cosechaban esa hierba y la llamaban heno de invierno. La pobreza del forraje explicaba el pequeño tamaño de los caballos groenlandeses. Las vacas también eran pequeñas.
Aunque hubiera estado lo bastante bien como para marcharse, Hauk no habría viajado por Groenlandia, ya que lo que había visto del país no lo había animado a ver más. A juzgar por la familia del capataz, Hauk pensaba que los groenlandeses eran francamente pobres, pues vestían estambre gris del más áspero y pieles que habían cosido entre sí de cualquier manera. Apenas había metal alguno en la cabaña. Habían unos cuantos cuchillos de hierro, pero estaban gastados de tanto afilarse y no cortaban mucho mejor que el hueso tallado. No había cucharas de metal. Los ganchos de las cazuelas, cacillos y platos estaban hechos de madera traída por el mar, sobre todo de pino ártico. Hasta donde pudo ver Hauk, los utensilios domésticos de los groenlandeses eran de piedra o de hueso. A cualquier lugar donde mirase, había cacharros de piedra de jabón de varias clases: lámparas, cuencos y cazuelas. La mujer y las hijas del capataz llevaban las túnicas muy arriba por los hombros, lo que hacía que pareciese que iban vestidas con sacos. La mujer del capataz tenía el hueso de un pene de morsa que colgaba de un gancho cerca del hogar donde colgaba otras cosas de valor, como un amuleto de hierro y un peine de marfil. Estaba muy orgullosa de ese hueso, que era enorme. Cuando uno de sus hijos pequeños metía los dedos en la lámpara de grasa de ballena o se metía en medio cuando estaba cocinando, bajaba el hueso del pene y lo usaba para pegarlos.
Cuando Hauk vio a Freydis Eriksdottir por primera vez en Groenlandia, había pensado que, comparada con la mujer y las hijas del capataz, era una mujer hermosa. Más tarde, cuando se recuperó, cambió de opinión. Decidió que, a su manera, Freydis era atractiva, pero comparada con las mujeres de Noruega, era un tanto vulgar. Cuando fue a verlo aquel día, Freydis llevaba una túnica azul bordeada de amarillo y su pelo cobrizo estaba bellamente trenzado. Tenía ojos sinceros que le gustaron y una forma atractiva aunque algo gruesa. Hauk sentía no haber estado mejor para impresionarla más. Freydis había ido a pedirle que le hiciera un barco en Leifsbudir.
Hauk había sabido que el viaje a Leifsbudir sería arriesgado. Pero estaba acostumbrado a correr riesgos y cualquier cosa era mejor que quedarse en Groenlandia. Como no podía depender de que lo rescataran de allí, Hauk decidió que, si sobrevivía al invierno, seguiría yendo hacia el oeste con los Egilsson, al lugar donde se decía que había ricos bosques. Cuando su enfermedad estaba en lo peor, Hauk había soñado con construir barcos en un país de madera virgen como modo de mantenerse caliente. Helgi había dicho que harían el viaje hacia el oeste a finales de verano. En Groenlandia, lo que llamaban verano era más bien un otoño en lugares más amables. En aquellas islas del Norte el tiempo era tan duro que la gente sólo conocía dos estaciones, el invierno y el verano.
Cuando Freydis ofreció a Hauk una cierta cantidad de cuerda y marfil como pago por construir un barco para ella, él había contestado que aunque estaba dispuesto a aceptar esas mercancías, le gustaría más tener relaciones cordiales con ella. Entendía que había pocas mujeres en Leifsbudir. Temía la idea de pasar todo el invierno sin la compañía de una mujer tan encantadora como ella. Era un hombre que disfrutaba de las mujeres hermosas, y pensó que Freydis podría suplir su carencia.
—Por supuesto —dijo—, puede que no sobreviva al invierno aquí.
—Sobrevivirás —dijo ella, y sonrió.
Hauk recordaba que Freydis tenía dientes que no estaban torcidos ni estropeados y eran blanquísimos. Freydis había dicho que le gustaría tener la oportunidad de conocerse mejor en Leifsbudir. Estaba deseosa de saber más cosas de Noruega, sobre todo porque —y volvió a sonreír— como iba a tener un barco, pensaba viajar hasta allí. Quizá él podría decirle lo que se iba a encontrar cuando llegara. Hauk contestó que le contaría más de lo que quería saber y le mostró sus propios dientes, que eran un tanto amarillos. Más tarde, después de que Freydis hubiera abandonado la cabaña, Hauk comió un gran cuenco de guiso de venado y se limpió los dientes.
* * *
Hauk había nacido en Mosvik, en el fiordo de Trondheim, en el oeste de Noruega. Su padre tenía allí una próspera granja. A Hauk no le gustaba el trabajo de la granja y se hizo aprendiz a temprana edad de Arnjolt el Barquero. Arnjolt, que construía barcos para ricos jarls[3] y reyes, tenía equipos de construcción en muchas partes de Noruega, en donde pudiera encontrarse una cantidad suficiente de madera para barcos. Cuando Hauk empezó a trabajar en los barcos, el suministro de madera de roble ya empezaba a escasear. A los propietarios de tierras, que querían tener tierras para sus cosechas y su ganado, no les importaba talar los robles. Cuando Arnjolt accedió a tomar a Hauk como aprendiz, le dijo que no podría estar mucho tiempo en Mosvik, ya que a partir de entonces tendrían que desplazarse. Eso convenía a Hauk, que era inquieto por naturaleza. Es más, después de que Hauk trabajara en un lugar durante un tiempo, solía tener que escapar. La mayor parte de los líos —tal como él los llamaba— de Hauk eran el resultado de su afición a las mujeres. Hauk no se consideraba codicioso. Nunca era él quien cogía primero un pernil de un plato o bebía de un cuerno. Tampoco ansiaba brazaletes de plata, túnicas de seda o tejido de oro. Lo que ansiaba eran mujeres, sobre todo las que estaban prometidas o casadas con otros hombres. Se habían roto dos o tres compromisos cuando se descubrió que la mujer en cuestión estaba embarazada antes de haberse acostado con su futuro marido. En cada caso en que el padre de la mujer fue a obligar a Hauk a que arreglara el entuerto, Hauk ya estaba de camino para empezar otro barco de Arnjolt. Aquellos barcos se construían donde había poca gente establecida y eso permitía a Hauk esconderse durante largos períodos de tiempo.
Hauk tenía una mujer llamada Sigrid con la que tenía un hijo. Vivían con la familia de Sigrid en Rindal, adonde Hauk iba pocas veces. Originalmente, había acudido allí a construir un skútur. Había estado en Rindal sólo unos meses después de que se acabara el barco. Por entonces ya se había cansado de Sigrid, que era una mujer agradable y culta pero demasiado suave para los gustos de Hauk. Hauk prefería a mujeres con carácter, difíciles; solía ser inquieto y se aburría fácilmente.
Seis meses después de que Hauk dejara Noruega, Arnjolt lo envió a los bosques cercanos a Bjorkdal a construir dos largos barcos para Erling el Alto, un jarl que quería ayudar a Olaf Digre a cristianizar Noruega. El rey Olaf, un hombre valiente y decidido, había vuelto a Noruega de Inglaterra y Francia hacía unos años. Recorría el país saqueando y quemando a la gente que se negaba a abandonar a los viejos dioses y seguía haciendo sacrificios de sangre de diversos tipos. El rey Olaf tenía varios jarls poderosos como Erling, que lo ayudaban a convertir a los noruegos a Cristo. Arnjolt envió a cinco carpinteros a trabajar con Hauk, que por entonces era un maestro carpintero.
Erling, el Alto tenía una mujer joven, una belleza de ojos oscuros llamada Gunnhild, a la que le gustaba cabalgar todos los días por el bosque con su sirviente y observar a los constructores de barcos. Al parecer le divertía estar sentada en su montura, vestida con hermosas ropas y joyas, y observar el trabajo de los hombres medio desnudos. Hauk y sus hombres solían desnudarse hasta la cintura cuando talaban y limpiaban de ramas los árboles. Daba gusto observar a Hauk, que se movía con gracia natural. Era un hombre esbelto, de hombros anchos y caderas estrechas. Su rostro era quizá demasiado largo, pero tenía los rasgos regulares y bien formados. Cuando supo que estaba siendo observado por una mujer, Hauk se daba la vuelta y miraba fijamente a la observadora, para después fingir indiferencia y mirar hacia otro lado. Esta ambivalencia animó a la mujer a insistir, pensando que la verdadera naturaleza de Hauk se le revelaría. Hauk siguió ignorando a Gunnhild, de modo que ella pudiera saber que, para despertar su interés, tendría que merecérselo. Una tarde, Gunnhild envió a su sirviente a decirle a Hauk que volvería al día siguiente con provisiones para hacer un banquete en los bosques. La respuesta de Hauk fue que él y sus hombres estarían muy ocupados durante los días siguientes, pero que al cabo de dos días a partir del día siguiente, aceptarían de buena gana un banquete a mediodía. A los tres días, llegaron los sirvientes de Gunnhild con un gran toldo y una mesa, que colocaron en el bosque. La mesa estaba cargada de pasteles de miel y maíz, venado frío y salmón, así como manzanas, por no hablar de la cerveza. Gunnhild también trajo a dos criadas que, aunque no eran tan hermosas como ella, eran lo bastante agradables como para interesar a los otros dos carpinteros. El banquete se prolongó hasta el anochecer. Al día siguiente hubo otra comida semejante a la primera, con la única diferencia de que, después de la celebración, Hauk acompañó a Gunnhild de vuelta a la casa de Erling. El viejo estaba de viaje con Olaf Digre, arrasando pueblos en el norte, y estaría fuera durante mucho tiempo. O, por lo menos, eso le habían dicho a Gunnhild.
Unos días más tarde, cuando Hauk estaba a horcajadas sobre Gunnhild, su doncella entró corriendo en la habitación con la noticia de que se veía acercarse el barco del amo. Gracias a esta advertencia, Hauk pudo desmontar a Gunnhild y largarse antes de que el jarl entrara en la casa. Hauk se metió en un barco de pesca que lo llevó a la embocadura del fiordo de Sogne, donde subió a bordo de un barco mercante que se dirigía a Bergen. Poco después de volver a su casa, Erling preguntó por el paradero de su maestro carpintero y Hallad Bjerk le dijo que Hauk había huido para salvar la vida. Durante muchos años Hallad había trabajado como entablador para Hauk sin perspectivas de mejorar su situación, y ahora esperaba hacerlo contándole a Erling lo que había ocurrido durante su ausencia, con la esperanza de poder sustituir a Hauk como maestro carpintero. Erling encerró a su mujer en una habitación y envió exploradores a buscar a Hauk y traerlo de vuelta. Prefería vengarse matando a los adúlteros juntos. Cuando a Hauk le llegó la noticia de que los hombres de Erling lo perseguían, subió a bordo del Corcel de Sigurd, que pronto abandonaría Bergen.
Hauk no sabía que el Corcel de Sigurd se dirigía a Groenlandia, con el propósito posterior de cruzar el Mar Occidental. Sólo después de que el barco pasase junto a las Shetland, los hermanos le dijeron a dónde iban. Helgi dijo que si Hauk trabajaba en un barco para ellos en Leifsbudir, le merecería la pena el viaje. Después de que Hauk se diera cuenta de que no tenía más remedio que ir hasta Groenlandia, contó a los Egilsson los detalles de su huida por los pelos. La historia de Hauk y la mujer de Erling el Alto tuvo mucho éxito. No era frecuente que los islandeses oyeran la historia de alguien que se hubiera burlado de un jarl noruego, y menos aún de uno que estaba ayudando al rey. Unos años antes, el rey Olaf había enviado a sus jarls a cristianizar Islandia, y al hacerlo había ofendido a la gente, pues una vez se hubo llevado a cabo la cristianización a satisfacción del rey, éste había enviado a sus hombres a recoger los tributos para que se lo pagasen con tejidos caseros. Esto no sentó bien a los islandeses. Una de las razones por las que los islandeses se habían ido de Noruega en primer lugar era para no pagar impuestos al rey. Querían usar el tejido que pagaban como impuesto para comprar mercancías de las que carecían en su tierra.
Erling, el Alto era un hombre poderoso con espías por todo el país. Pasarían años antes de que Hauk pudiera vivir a salvo en Noruega o en cualquiera de las islas cercanas. Ahora que había llegado hasta Groenlandia, pensaba que tenía más que ganar si seguía con los islandeses. El Corcel de Sigurd era un barco bien hecho, capaz de aguantar en el viaje hacia el oeste. Incluso aunque Leif Eriksson fuera un mentiroso tan grande como Thorolf Mantequilla, que una vez dijo que la mantequilla salía de cada hoja de hierba en Islandia, Leifsbudir no podía ser peor que Groenlandia. También estaba la perspectiva de Vinlandia, que Helgi estaba decidido a encontrar a pesar de la resistencia de su hermano. Helgi le dijo a Hauk que sería bien recompensado si hacía el viaje con ellos, pues esperaban regresar con una gran cantidad de madera y de objetos de madera que alcanzarían un alto precio en Islandia.
Hauk sabía tan bien como cualquiera que un hombre corría el riesgo de decepcionarse si esperaba más de lo que seguramente podía conseguir. No había esperado gran cosa de Leifsbudir, por lo que no se decepcionó cuando vio el lugar por primera vez. En realidad, Leifsbudir gustó a Hauk. Las casas le parecieron más grandes y cálidas que las que había visto en Groenlandia. Le gustaba vivir donde hubiera abundancia de madera y la gente viviera a nivel del mar, como en Trondheim. La madera y lo baja que era la tierra lo convertía en un lugar conveniente para construir barcos. Hauk envió a Vemund, a Bersi, a Olver y a Ulf, el de la Barba Ancha a hacer un bote de madera de abeto en la cala de los barcos. Los islandeses habían traído un bote con ellos, pero les venía bien tener otro. Hauk consideró la construcción del bote como un modo de mejorar la habilidad de los hombres que trabajarían como entabladores. Hauk pensó que Helgi usaba alegremente esta palabra, ya que algunos de los hombres no distinguían entre un cincel y un cepillo.
Tras la llegada de los groenlandeses a Leifsbudir, Grelod fue la primera persona que le habló a Hauk de los nuevos arreglos para dormir. Tan pronto como entró en la casa de los islandeses, se acercó a él y dijo:
—La zorra groenlandesa ha ocupado nuestras casas. No ha podido esperar a que sacara nuestras cosas del cobertizo, sino que lo tiró todo a la hierba.
Para ser una esclava, Grelod era muy suelta de lengua. Si su dueño hubiera sido una persona de alta cuna en Noruega, ya tendría la lengua cortada. Los dueños de esclavos eran muy rápidos castigando el descaro antes de que se les fuera de las manos. Pero estaba a salvo entre comerciantes y marinos. Como ellos, Hauk a menudo la animaba a decir cosas ofensivas y rudas. Esa vez habló con ella con dureza, diciéndole que Freydis tenía derecho a reclamar lo que era de su hermano.
Aquella noche, los islandeses se sentaron junto a la chimenea en los bancos de dormir que se encontraban a lo largo de la habitación a cada lado de la sala principal de Karlsefni, escuchando la disputa de los Egilsson con los groenlandeses. Helgi pensaba que los islandeses y los groenlandeses debían cenar juntos la noche siguiente. Los islandeses, dijo, habían cogido gran número de langostas que debían comerse antes de que se estropearan. Había mucho bacalao, así como toda clase de bayas. ¿Por qué no dar un banquete a los groenlandeses? Después de su difícil travesía, agradecerían una comida preparada por otros.
Finnbogi estaba en contra.
—Freydis ya se ha salido con la suya con lo de las casas —dijo—. ¿Por qué vamos a compartir nada con ella?
—Porque somos vecinos —repuso Helgi—. Durante este año habrá ocasiones en las que necesitaremos la ayuda de los islandeses.
—Es difícil ser vecino de gente que ignora un acuerdo y trae hombres de más.
—Si ser un buen vecino fuera una cosa fácil, no tendríamos que estar intentándolo —dijo Helgi con firmeza—. El hecho es que podemos encontrarnos en una situación en la que los groenlandeses pueden llegar a sernos de utilidad. Si nos vemos superados en número por skraelings, por ejemplo, necesitaremos que ellos, los groenlandeses, estén de nuestro lado.
Finnbogi contestó que prefería la compañía de skraelings a la de Freydis.
Cada vez que los Egilsson peleaban entre sí, Hauk solía prestar atención a otra cosa. Esa vez, se oyó decir a sí mismo:
—A juzgar por las veces que su nombre le pasa a Finnbogi por los labios, está deseando llevarse a Freydis a la cama.
—Lo dirás por ti —contestó Finnbogi—. Por muy fea que sea una mujer, no hay ninguna en el mundo que no quieras llevarte a la cama si pudieras.
Quizá el comentario de Hauk debilitara la resistencia de Finnbogi a la sugerencia de Helgi. Quizá Finnbogi pensara que fuera necesario demostrar su indiferencia hacia Freydis. Fuera cual fuera el caso, finalmente accedió a que los islandeses hicieran un banquete para los groenlandeses.
El banquete tuvo lugar a última hora del día siguiente en la playa cercana a las casas. Era una estrecha extensión de arena gruesa alrededor de la que se curvaba la explanada. Troncos, bancos y mesas de tablas se colocaron aquí y allá. En las mesas se pusieron bandejas de bacalao frito junto con moluscos cocidos en mantequilla y cuencos de puré de arándanos recogidos en la pradera. Las mujeres esclavas se habían pasado el día preparando aquella comida. Mucha gente ya había llenado sus tablas de comida y estaban sentados en troncos y bancos, comiendo con la comida sobre las rodillas o el regazo. En la mayor parte de los casos, las tablas no eran más que trozos de madera. Ninguno estaba muy limpio, pero sujetaban bien la comida. Mientras se sirvieron y comieron, los groenlandeses y los islandeses se mezclaron libremente, lo que complacía a Helgi, que miraba a menudo a su alrededor y sonreía mientras comía. Freydis se llevó su comida a un lugar vacío junto a Helgi. Finnbogi estaba sentado en el mismo tronco, pero más alejado. Freydis lo ignoraba. Freydis no mencionó el asunto de las casas. De momento tenía lo que quería y se contentaba con responder a las preguntas de Helgi sobre el viaje. Hauk observaba a Freydis desde su lugar, en un banco junto a Grelod. Era la primera vez que veía a Freydis desde que se había ido de Groenlandia. Freydis llevaba una túnica azul con una faja roja alrededor de la cintura y parecía igual que como la recordaba. Cuando Hauk vio levantarse a Freydis, dio una palmada a Grelod en el trasero y le dijo que trajera más comida. Al mismo tiempo Freydis tendió sus utensilios a Groa para que los lavara y, cruzando la arena, se sentó donde había estado Grelod.
—Veo que has recuperado el apetito —dijo Freydis—. Cuando te vi en Groenlandia, estabas en la cama con alguna enfermedad.
—Hasta que te conocí. Entonces me recuperé rápidamente.
Freydis sabía que estaba hablando con la clase de hombre al que las mujeres se preocupaban por impresionar; por eso iba cuidadosamente vestida. Pero sólo una mujer imprudente perdería la cordura por semejante hombre, ya que era evidente que tenía práctica en halagar a las mujeres. Freydis le siguió la corriente a Hauk, no sólo por su propio placer, sino porque quería que él le construyera un barco. Le sonrió y dijo:
—¿Estás diciendo que te ayudé a recuperar la salud?
—Eso digo.
—Me alegra oírlo, porque eso quiere decir que te parecerá difícil negarme algo que pueda mejorar mi salud.
—¿Tu petición tiene algo que ver con el hecho de que hayas olvidado ponerte tu redecilla?
—No me he olvidado. No pienso llevar redecilla en Leifsbudir.
—¿Eso significa que aquí no te consideras casada?
—Significa que estoy poniendo la comodidad por encima de la costumbre. Sólo llevo redecilla en Groenlandia para proteger la reputación de mis hijos por si hay gente que no sabe que soy la mujer de Thorvard Einarsson.
—Pero tus hijos no están en Leifsbudir, así que si vas sin redecilla aquí, alguien como yo puede interpretar que eso tiene otro significado.
—¿Y cuál sería?
—Podría significar que un hombre saludable como yo podría probar suerte contigo en la cama.
—Puedo decirte ahora mismo que no irás a ninguna parte conmigo a menos que respetes mi reputación. —Freydis habló con viveza. Le ofendía que el constructor de barcos noruego pensara que era una mujer fácil. Sólo porque su marido fuera un granjero groenlandés y ella fuera sin redecilla, eso no significaba que Hauk la mirara como a una concubina. Ni por un momento había dudado de que Hauk hacía uso de las concubinas que los islandeses habían traído. Mientras hablaban, la mujer que Hauk había mandado irse estaba sentada enfrente, sujetando una tabla con comida. Freydis se apartó un poco de Hauk en el tronco y dijo:
—Mi hermano me prestó un esclavo llamado Ulfar a quien se le da bien trabajar la madera. A mi marido y a mí nos vendría bien que Ulfar se uniese a vuestro equipo de carpinteros. Leif me asegura que Ulfar tiene cierta experiencia como entablador y nos haría falta que reparara el Vinlandia y nos construyera un barco. También, si estás buscando a alguien que pueda levantar tablones pesados y cosas así, Bolli Illugisson te vendría bien. Es grande e inusualmente fuerte.
Freydis habló rápidamente y con firmeza. Quería tratar con el noruego de manera que siguieran en términos amistosos pero sin que los avances de Hauk se le fueran de las manos. Durante el próximo año, más de sesenta hombres estarían viviendo en un lugar casi sin mujeres y ella no tenía la menor intención de cubrir esa carencia. Después de haber hablado, Freydis se fue a los troncos donde estaban sentados Thorvard y un grupo de sus cazadores. Antes de que pudiera sentarse junto a Thorvard, él se fue a hablar con Helgi. Freydis se sentó junto a Asmund Gautsson, el escaldo cuyo verso había oído en el barco. Al parecer, Asmund había hecho otro poema sobre el viaje y los hombres de Thorvard estaban tratando de convencerlo de que lo recitase en ese momento. Asmund no quería ofrecer un poema en compañía de islandeses, pues se sabía que los islandeses tenían los mejores escaldos. De hecho, se decía que el rey Olaf prefería el verso escaldo hecho por los islandeses, y decía que era muy superior al de cualquier cosa que pudieran ofrecer los poetas noruegos.
—Con más razón debes decir el poema ahora —le dijo Freydis—. Me parece que los islandeses olvidan muy fácilmente que los groenlandeses tienen los mismos antepasados que ellos. De vez en cuando necesitan que les recordemos que somos sus iguales. Tu poema se lo demostrará.
—Diré mi poema más tarde —dijo Asmund—. Después de que haya pensado un poco más en él.
Freydis se negaba a aceptar un no por respuesta. Aunque no le interesaban mucho los poemas, no quería perderse una oportunidad de impresionar a los islandeses. Se levantó y dio unas palmadas. Cuando la gente se volvió a mirar lo que quería Freydis, gritó:
—Nosotros los groenlandeses hemos traído un escaldo a Leifsbudir. Ha hecho unos versos sobre nuestro viaje y ahora nos los va a recitar.
Asmund se levantó de mala gana; no le gustaba ofrecer sus versos antes de que estuvieran listos. Pero era un hombre tímido que sabía que cuanto antes recitara el poema, antes la atención se desplazaría a otro. Asmund medio recitó, medio cantó con dulce voz:
Cuando las lamparillas de grasa de foca
Cruzaron los sollozantes campos de Njord,
Eran impotentes contra
El malvado aliento del troll del mar que soplaba
Desde Hafgeringar sobre ellos
Ginnungagap bostezaba delante.
Después llegaron las brumas de Hel.
Sus brazos silenciosos se tendieron
Para abrazar al noble corcel,
Mientras bajo sus faldas
Cuchillos y hachas de hielo
Cortaban el estremecido flanco.
Valientes eran los jinetes nocturnos:
Cuando Hel se sentó en su trono helado,
Golpearon con sus remos
Con fuerza en su reluciente buche.
Hel cayó al Inframundo.
Su trono se fue a la deriva.
Este poema fue tan bien recibido, incluso por los islandeses, que convencieron a Asmund que lo recitara de nuevo, así como el poema que había hecho sobre la primera parte del viaje. A los groenlandeses les gustó especialmente el poema de Asmund. No les habría gustado oírlo durante la peor parte del viaje, pero ahora que estaban a salvo, a los groenlandeses les parecía que las dificultades a las que se habían enfrentado durante la travesía habían aumentado en tamaño e importancia y se habían crecido. Como la mayor parte de la gente, los groenlandeses daban la bienvenida a los versos que ennoblecían sus vidas. Nagli dijo que el poema de Asmund estaba destinado a repetirse tan a menudo que incluso aquellos que nunca hubieran abandonado tierra firme conocerían los riesgos que los valientes aventureros corrían en el mar. A ese respecto, dijo, el poema tenía más valor que cualquier objeto que pudiera ser cambiado por oro.
Por entonces la noche estaba empezando a caer, como ocurría en verano tan al sur. La gente empezó a retirarse a sus lugares de dormir. Freydis no se quedó en la playa. No sólo había llegado exhausta a Leifsbudir, sino que estaba levantada desde el amanecer, deshaciendo el equipaje y poniendo en orden las raciones y los enseres de los groenlandeses.
El siguiente movimiento de Hauk fue acercarse a Freydis por la mañana. Llegó al cobertizo temprano para enterarse de si su marido había dormido con ella. La esclava de Freydis contestó cuando él llamó a la puerta y le dijo que esperara fuera mientras despertaba a Freydis. Freydis salió a la puerta llevando una capa que se había echado sobre una camisa de lino.
—¿Qué quieres? —Hablaba de mal humor, molesta por tener a alguien a la puerta tan temprano.
—He venido a pedirte que me mandes al esclavo al que llamas Ulfar a la cala donde construimos el barco. Estaré allí y lo pondré a trabajar de manera que te convenga.
Si a Freydis le complacieron las palabras de Hauk, lo disimuló muy bien. Se limitó a decir:
—Ulfar ha decidido dormir a cierta distancia de los demás, pero puedo mandar a alguien a recogerlo. ¿Dónde es la cala?
Hauk señaló hacia el bosque que había más allá de la pradera.
—No está lejos. Dile que siga el sendero que atraviesa el bosque. —Miró descaradamente la silueta de los senos que veían bajo el lino, donde la capa se había caído—. Tú también puedes venir si quieres. Si te vistes deprisa, te llevaré yo mismo. Puedes ver dónde construiré vuestro barco y repararé el Vinlandia.
Esto hizo surgir la sonrisa que Hauk esperaba. Sabía que el barco era importante para Freydis, aunque no como lo sería para él.
Tras haber conseguido esa ventaja, Hauk miró por encima del hombro de Freydis y preguntó si iban a despertar a su marido.
—No está aquí.
—Probablemente esté con una de nuestras concubinas —dijo Hauk—. Sé que se ha puesto de acuerdo con Helgi para usar a Mairi.
Más de una de las conquistas de Hauk habían sido mujeres cuyos maridos tenían a una concubina en casa. Hauk observó de cerca de Freydis, preparado para consolarla si era necesario. Más pronto o más tarde, las mujeres en la posición de Freydis necesitaban a alguien como él para que les proporcionara atenciones, a menos que sus coños estuvieran hechos de hielo, en cuyo caso no serviría de nada ningún tipo de deshielo.
Freydis no mostró signo alguno de estar molesta, aunque un rubor le subió por el cuello.
—Si esperas aquí —dijo—, puedo vestirme rápidamente.
Entró, dejando a Hauk muy contento de sí mismo. El sol apenas había salido y ya había encontrado un modo de hacer su vida más entretenida en Leifsbudir.
Antes de ir a la cala de los barcos, Freydis mandó a Oddi el Canalla con un mensaje para Ulfar. Después, Groa y ella cruzaron la pradera con Hauk.
Freydis no quería entrar en el bosque. Aunque vivía en un país sin bosques, había oído historias acerca de los peligros que ocultaban. Pero siguió a Hauk por un sendero que cruzaba el bosque, apresurándose para mantenerse a su altura mientras Groa se iba quedando atrás. Los árboles del lado este eran bajos, alisos y canijos abetos. Pero los árboles que estaban al oeste eran gruesos y se cernían sobre sus cabezas. Aquellos árboles estaban tan cerca del sendero que las ramas tocaban el cuerpo de Freydis a medida que pasaba. Freydis mantenía la cabeza baja por si veía moverse algo en las ramas. Se decía que vivía gente escondida en los árboles, y que podían ser skraelings. Leif había dicho que no había skraelings en Leifsbudir, que estaban mucho más al sur. Pero los dos hombres de la expedición de Karlsefni que habían llegado a Gardar habían dicho que los habían visto allí. Los hombres dijeron a Freydis que los skraelings se desplazaban y podían aparecer en cualquier momento. Freydis no habló de esto a Hauk; ya sabía que era el tipo de hombre que buscaba el punto más débil en una mujer. Le preguntó si se podía llegar fácilmente a la cala de los barcos caminando por la costa. Hauk contestó que había un sendero por la playa, pero que él prefería ir por el atajo por el que iban. ¿Acaso no le gustaba?
—Me gusta bastante —dijo Freydis—, pero prefiero caminar por la costa.
Finalmente, llegaron a la cala. Aunque no habían caminado mucho, a Freydis le pareció lejos. La cala estaba al final de un brazo de mar torcido como un dedo hacia el interior de la tierra, lo que hacía que estuviera bien protegida. El bosque estaba en la cabeza de la cala y la tierra de ambos lados del brazo de mar era abierta y estaba cubierta de hierba. Había olor a abetos en el aire.
La quilla del bote estaba en el suelo, apoyada en palos y abrazaderas de madera.
—Hoy talaremos árboles para hacer rodillos y bases para la quilla y traeremos el Vinlandia a tierra para arreglarlo —dijo Hauk.
—¿Cuánto tiempo se tardará?
—Unos días. Tenemos que hacer que el Vinlandia pueda navegar lo antes posible para ir a recoger pinos si podemos encontrarlos para vuestro mástil principal. La madera para la quilla la podemos encontrar aquí. Pretendo usar abeto. También hay alerces que se pueden utilizar. Con respecto a la madera para las cartelas, no creo que sea muy difícil encontrar madera de abeto en esta zona que sirva. Co suerte, vuestro barco debería estar acabado en Yule, excepto el tablazón y los remos. Haré el remo timón durante el invierno.
—Parece que tendré que empezar a hacer tejido para velas si quiero ir a tu ritmo.
—Hace falta algo más que un tejido para ir a mi ritmo.
Hauk rodeó a Freydis con el brazo para saber en qué punto se encontraba.
Freydis se apartó, pero no mucho. Estaba esperando que llegara Ulfar. Si la habilidad de Ulfar era tan buena como decía su reputación, Freydis quería asegurarse de que lo ponían a trabajar en el barco, no perdiendo el tiempo en tareas menores.
Hauk no conocía a Ulfar. La noche anterior, Ulfar se había ido a su refugio poco después de cenar para trabajar en un manuscrito. Hauk estaba intrigado, pues había oído que el esclavo de Leif Eriksson era un escriba de las Hébridas que estaba escribiendo un relato del viaje.
Hauk había conocido antes a esclavos que eran más listos en muchos sentidos que sus amos. Era una situación que le hacía preguntarse por lo justo que era capturar esclavos. Hauk no pensó mucho tiempo sobre la injusticia. Todos los hombres sabían que los Hados controlaban la suerte de un hombre y que uno no tenía poder para cambiarlo. Lo único que podía hacer un esclavo con mala suerte era dejar que siguiera su curso, como Hauk había hecho en Groenlandia.
Cuando llegó Ulfar a la cala, Hauk vio inmediatamente que allí había un hombre que se negaba a aceptar su infortunio, pues ni se inclinó ni se acobardó, y su mandíbula denotaba determinación. Sus ojos eran cautelosos y observadores, de un modo que sugería que en todo momento estaba preparado para lo peor. En un rápido movimiento, Ulfar arrojó su bolsa de cuero con sus herramientas al suelo. El hecho de que llevara herramientas impresionó a Hauk. El esclavo debía ser habilidoso si Leif le permitía llevar sus propias herramientas; los esclavos no solían poseer esos bienes. Para Hauk era una suerte que Leif hubiera proporcionado herramientas a un carpintero, pues los islandeses andaban cortos de ellas. Las herramientas eran prueba de la sabiduría de Leif; sabía que un trabajador hábil debía disponer de los medios para hacer lo que mejor sabía hacer.
—Precisamente el hombre al que quería ver —dijo Hauk, como si hubiera sido idea suya y no de Freydis que Ulfar trabajara con él—. Ayer subí a bordo del Vinlandia para evaluar los daños. A menos que esté equivocado, necesitamos tres nuevas tracas. Mientras esperamos a los demás, podemos buscar nosotros mismos un abeto que sirva para nuestros fines.
Satisfecha de que Ulfar fuera a empezar a trabajar estrechamente con Hauk, Freydis le dijo al constructor que volvía a las casas.
—Te acompañaré por el bosque —dijo Hauk. Más de una vez miró por encima de su hombro y vio las miradas furtivas que ella había echado a los árboles mientras iban de camino hacia la cala. Le divertía ver lo cautelosa que era la gente de las islas del norte cuando estaban en el bosque, lo suspicaces que los volvían los árboles.
—Prefiero ir por la costa —dijo Freydis.
Hauk se quedó mirando a Freydis mientras ella se alejaba, con Groa corriendo tras ella. Trató de imaginarse las piernas de Freydis. A menudo se entretenía apostando con otros hombres sobre las piernas de las mujeres. Los pechos y los brazos los podía ver bajo la camisa y la túnica. También podía imaginar el ancho de las caderas de una mujer por el modo en que se movía. Pero las piernas de las mujeres estaban demasiado bien escondidas como para verlas, y los tobillos eran engañosos. Hasta que las veía, no podía juzgar todas sus curvas y formas o su longitud con relación a la cintura. Y era difícil calcular la cintura de una mujer, ya que nunca llevaban las túnicas con cinturón, sino sueltas. Algunas mujeres tenían la cintura corta y las piernas largas mientras que otras eran al revés. Hauk prefería las cinturas cortas, aunque no demasiado, y las piernas largas. Pensaba que esas proporciones eran más agradables a la vista.
Hauk Ljome miraba el cuerpo de una mujer del mismo modo que miraba al bosque. No podía mirar hacia una floresta sin ver un largo barco, o un storfembøring o un skútur tomando forma. Cuando se encontraba en un bosque noruego, veían un keelson en un joven roble de rápido crecimiento. Sus ojos calculaban la validez del tronco de un árbol contando cuántas tracas podían cortarse de él. Veía cartelas y cuadernas en las extensas ramas de anchas hojas de un roble retorcido. Veía el kerling, el tintero del palo en la base engrosada donde el árbol se convertía en raíz y calculaba el tamaño del palo que podría aguantar.
La noche después de su primer paseo por el bosque, Freydis soñó que la atacaban tres gigantes con largas barbas y miembros que se enroscaban alrededor de su presa. Esos gigantes tenían varias veces la altura del cobertizo. Tenían los dedos tan finos que podían meterse por las chimeneas del tejado y escurrirse bajo las puertas, que abrían desde dentro. Así era como uno de ellos entraba en el cobertizo donde dormía Freydis. Sus largos brazos se extendían a través de la puerta abierta y avanzaban hacia la cama de Freydis. Ella se mantenía rígida para que las manos no la reconocieran como a una persona y pasaran por encima de su cuerpo como si fuera un montón de sábanas sobre el banco de dormir. Las manos eran ásperas y le rascaban la piel cuando le exploraban la cara, le metían los dedos en la nariz y trataban de abrirle la boca. Los dedos se movían por el pelo, que retorcían y tironeaban. Freydis pedía ayuda, pero de su boca no salía sonido alguno, pues tenía los labios cerrados para evitar que los dedos del árbol entraran entre ellos. El gigante la sacaba a rastras de la cama, tiraba de ella por el suelo y se la llevaba a la pradera y al bosque que estaba más allá. Ahora se encontraba bajo tierra, donde las enredadas raíces del árbol se convertían en jaulas que encerraban a gente capturada. Metían a Freydis en una jaula donde dedos de raíces le exploraban cada abertura de su cuerpo hasta que no quedaba parte alguna intacta. La obligaban a abrir los dientes y la metían en la boca gusanos y otras criaturas horribles. Freydis se atragantaba y se ahogaba, y finalmente gritó. Fue el grito lo que la despertó.
Si Thorvard hubiera estado allí, podría haberla salvado, pero estaba durmiendo en otra parte. Groa estaba dormida en el suelo del cobertizo, pero dormía como un muerto. Freydis se levantó y fue hasta la pequeña chimenea donde los carbones relucían en el cajón de las ascuas. Alzando la tapa de piedra y las pinzas de hierro, Freydis sacó tres o cuatro carbones y los colocó en el hogar. Luego añadió virutas y cortezas. Cuando las llamas brillaron, Freydis se sentó en un taburete y se echó una túnica sobre la camisa para calentarse. Le consolaba ver arder la madera de árbol, sabiendo que podía destruir a tres gigantes prendiéndolos fuego. A partir de ese momento se aseguraría de que un pequeño fuego ardía durante toda la noche para mantener alejado al bosque.
Ese sueño era como el que tanto asustaba a Freydis de niña. Después de que su madre desapareciera y Freydis viviera aún en Dyrnes, soñaba con gigantes helados con largas barbas y dedos de hielo que salían del mar y la arrastraban a la fría oscuridad del Reino de Hel, donde la metían en una cueva marina junto a una mujer que podía haber sido su madre. Era difícil saberlo, ya que la mujer tenía miembros negros y pelo blanco, y los ojos eran verdes, mientras que los de su madre habían sido azules. El cadáver no hacía más que levantar los brazos para acariciar el pelo de Freydis. No tenía manos sino muñones que chorreaban un limo amarillo. Este sueño sólo lo tuvo una o dos veces antes de que Freydis se imaginara otra madre para sí misma y la situara en el cielo con una cabra.
* * *
Después de la muerte de la madre de Freydis, Erik, el Rojo no apareció en Dyrnes durante dos años. Por entonces Freydis tenía siete años y vivía con Halla Eldgrimsdottir. Halla era una mujer fuerte y robusta que había pasado la edad de casarse, pero que era lo suficientemente joven como para llevar una lechería. Cuando Halla era más joven, su padre le había arreglado un matrimonio antes de morir, pero el hombre cambió de opinión cuando vio que Halla bizqueaba. Halla vivía en una pequeña granja cerca de la de Bribrau Reistsdottir. Como había conocido a Freydis desde que nació y le gustaba la niña, la consideraba de su familia. Después de la muerte de Illugi y de Bribrau, Halla estuvo dispuesta a cuidar de Freydis. Halla se trasladó de su pequeña cabaña a la casa de dos habitaciones de Bribrau. Los padres de Bribrau, Vigdis y Reist, aceptaron ese arreglo; ninguno de los dos quería quedarse con Freydis. Reist nunca se recuperó de la muerte de Bribrau. Al cabo de un año de su muerte, se cayó cuando iba al retrete y nunca se levantó. Al año siguiente, el corazón de Vigdis cedió. La gente de Dyrnes dijo que Erik, el Rojo había esperado hasta que Reist y Vigdis murieran antes de volver a Dyrnes para no tener dificultades para reclamar a su hija. Alguna gente dijo que Erik estaba más interesado en reclamar la tierra que le había dado a Reist que en su hija. Por entonces no había nadie en Groenlandia que pudiera reclamarla con derecho. Otros decían que Erik reclamaba la tierra para su hija a fin de que los parientes de Bolli no pudieran pensar que podían hacerse con ella. Halla no había querido recoger a Bolli, diciendo que el niño tenía un carácter demasiado malo para que ella lo pudiera manejar. Bolli se fue a vivir con la hermana de su padre, dos granjas más allá de la de Bribrau. La hermana de Illugi estaba casada con un hombre llamado Rodrek, que usaba un látigo para mantener controlado a Bolli.
Como siempre hacía cuando un extraño venía a la puerta, Freydis se escondió detrás de uno de los apoyos del tejado, de modo que pudo ver al hombre grande, de pelo rojo, antes que él la viera a ella. Nunca había visto a nadie llenar la puerta como Erik hizo, pues los visitantes de la cabaña de Halla eran pocos y venían muy de vez en cuando. Erik ignoró el temor de Freydis y la sacó de detrás del poste. Freydis le golpeó el pecho con los puños. No le gustaba tener cerca de la suya una cara áspera y peluda. Erik rió y la dejó en el suelo.
—Una muchachita vivaz —dijo—. Y saludable. En algunos aspectos se parece a su madre, aunque tiene los ojos más claros y el pelo se parece al mío.
El extraño se sentó sobre la plataforma para dormir y empezó a hacerle a Halla preguntas sobre Freydis. Al cabo de un rato, Halla dijo:
—Ve a la lechería a buscar un cuenco de leche agria para tu padre.
Así se enteró Freydis de que su padre no era Grettir Gromsson, como creía, sino aquel extraño.
Cuando Erik se levantó para marcharse, acarició el pelo de Freydis y dijo que a partir de entonces se verían más.
Freydis se tomó aquello más como una amenaza que como una promesa. Las palabras de su padre le dejaron adivinar que las cosas iban a cambiar. Freydis era demasiado joven para querer eso; le gustaba vivir con Halla, ya que era mejor que lo que había conocido antes. El humor de Halla no cambiaba nunca. Podía fiarse una de lo que decía. Cada mañana sin falta Halla se levantaba y encendía el fuego, y luego iba a ordeñar a las vacas, volviendo más tarde con cuencos de leche para Freydis y para ella. Después se lavaban con agua fría y se vestían. Cuando las dos habitaciones estaban barridas y la plataforma de dormir recogida, se iban a la cabaña de la lechería y se ponían a trabajar, Halla colando y removiendo la leche, y Freydis lavando al ganado con musgo húmedo. Freydis hablaba a las vacas y a las cabras mientras las limpiaba. Halla le había explicado la importancia de caer bien a los animales si querías que te dieran leche. No era necesario alabar a los cerdos y a las ovejas, ya que, contrariamente a las vacas, no tenían nada que negar. Después de que el ganado estuviera limpio, Freydis podía hacer lo que quisiera, lo que en verano significaba irse a correr por los campos con Bolli y sus amigos. Montaban en ponys que se habían vuelto salvajes y que había que perseguir primero. Eran caballos a los que habían soltado para que pacieran.
Cuando Freydis tenía nueve años, Erik convenció a Halla de que se hiciera con una granja en Brattahlid, para así poder tener más cerca a su hija. Era una explotación pequeña que había pertenecido a Orm Magnusson, que había sido uno de los arrendatarios de Erik antes de su muerte. La granja contenía un rebaño de ovejas y cabras, una lechería y una casa de dos habitaciones. Erik le dijo a Halla que la granja era una recompensa por haber cuidado de su hija. Erik puso la tierra de Reist y Bribrau en manos de granjeros arrendatarios con los que estaba en buenas relaciones. Les hizo saber que podrían habitarla hasta que Freydis fuera lo bastante mayor como para hacerse cargo de ella. Erik sabía que Reist había dejado tras de sí un hijo en Islandia, pero ni él ni nadie en Dyrnes esperaba que fuese a disputar a Freydis sus derechos sobre la tierra.
Antes de que Halla se trasladara a la casa de Brattahlid, mató una cabra, y mojando brotes de enebro en su sangre, manchó las rocas y paredes de piedra que marcaban los límites. De este modo, los viejos dioses sabrían que la granja le pertenecía a ella. Colgó los brotes sobre la puerta de la casa y la lechería para mantener apartado a Orm Magnusson por si le daba por convertirse en caminante nocturno y trataba de reclamar su casa.
En Brattahlid la vida de Halla continuó como antes, pero la de Freydis cambió. Ya no ayudaba en la lechería ni corría con los chicos. En lugar de ello, aprendió a tejer con su madrastra, Thjodhild.
Aunque mucha gente en Brattahlid sabía de la hija que Erik había tenido en Dyrnes fuera del matrimonio, Thjodhild no se enteró hasta que Freydis llegó a Brattahlid, o al menos eso se supuso. Como Thjodhild estaba muy bien considerada, nadie le había hablado de Freydis. Tener hijos con esclavas era una cosa, pero tenerlos con una mujer de buena cuna, esposa de otro hombre, podía atraer la desgracia. Los hijos de Erik sabían de la existencia de Freydis porque recorrían el país más que su madre y habían oído los rumores. Podían no haberle hablado a Thjodhild de la hija de Erik para que hubiera paz entre sus padres. Como su madre se había vuelto cristiana, sus padres tenían más por lo que pelear que antes. Erik rara vez perdía una oportunidad para expresar su desaprobación hacia la nueva religión, que consideraba sobre todo para débiles y para mujeres. Thjodhild no se tomaba bien aquellos comentarios y señalaba que Leif, el hijo de Erik, había adoptado el camino de Cristo y sin embargo no era más débil que su padre.
Un mes después de que Freydis y Halla se trasladaran a la granja de Orm Magnusson, Freydis conoció al primero de sus hermanastros, Thorstein. Él había ido cabalgando hasta los páramos con su padre. Erik, el Rojo era lo bastante rico como para poseer caballos; la mayoría de los groenlandeses no los tenían. Con diecinueve años, Thorstein era el menor de los hijos de Erik. Abrumado por su belleza y su brillante juventud, Freydis olvidó esconderse cuando lo vio. Cuando Thorstein desmontó de su caballo y se acercó a ella andando, Freydis lo miró fijamente. Tenía rizos dorados, brillantes ojos azules y una pequeña barba roja. No era tan robusto como su padre; por esa razón, estaba mejor hecho. Llevaba una banda bordada en la cabeza con una pluma de águila en un lado. La pluma le encantó a Freydis.
Thorstein se acercó a ella y sonrió. Tenía los dientes blancos y le olía bien el aliento, a diferencia de su padre.
—Tu hermano te enseñará a cabalgar bien —dijo Erik. Se volvió hacia Thorstein—. Hasta ahora no ha montado más que ponys salvajes.
Thorstein le preguntó si eso le gustaría. Freydis le dijo que sí.
—Entonces nos llevaremos bien.
Se llevaron demasiado bien para ser hermano y hermana. Thorstein llevó a Freydis un caballito oscuro llamado Sterkur. Le dijo que era un regalo de Erik y que ella lo tenía que cuidar. Thorstein dijo que mientras no tuviera nada mejor que hacer, cabalgaría con Freydis por las tardes. Le gustaba estar en compañía de una muchacha tan agradable. No llevaban más de un mes cabalgando juntos cuando Halla entretejió el cabello de Freydis con cintas y le dijo que se pusiera la ropa que le había regalado su padre. Era una camisa de lino y una túnica escarlata bordeada de piel, con una capa a juego. Halla dijo que en lugar de ir a cabalgar con Thorstein, Freydis iría a conocer a su madrastra, Thjodhild, y a sus demás hermanastros, Thorvald y Leif.
Erik y Thjodhild vivían en una casa grande que dominaba el fiordo de Erik. El dormitorio principal estaba cubierto de colgaduras de colores y amueblado con bancos, taburetes y arcones, muchos de ellos decorados, así como los postes y las vigas. En el centro de la habitación había cuatro altos pilares para sentarse, y entre ellos, dos bancos labrados uno enfrente al otro junto a la chimenea. Esos postes y altos asientos estaban tan bien engrasados y pulidos que brillaban a la luz del fuego. Había varios orificios en el tejado encima del hogar, lo que significaba que la habitación olía a fresco y no a humo. Las plataformas para dormir estaban cubiertas de pieles blancas. En algunos lugares, como debajo del telar colocado junto al muro, había pieles blancas en el suelo. Por todas partes se habían extendido juncos. Había incluso un pequeño arroyo interior que corría a través de la casa por un estrecho canal excavado cerca de una de las paredes. El canal estaba bordeado y cubierto con piedras planas para mantener el agua limpia. Al ver esto, Freydis pensó que su padre debía de ser un rey. Halla le había contado historias de reyes que vivían en Noruega, describiendo riquezas como las que allí había. Halla decía que los reyes y reinas eran altos y nobles de aspecto, con lo que se refería a que iban vestidos con joyas y sedas. Thjodhild era alta, aunque no tan alta como Erik, y de figura llena sin ser gorda. Llevaba una camisa de lino y una túnica morada sujeta con dos broches de plata. Lucía un añillo de oro en un dedo.
—Veo que está bien hecha —dijo Thjodhild a Erik y luego añadió—, y no se siente intimidada por sus superiores.
Freydis siguió mirándola fijamente, ya que había aspectos en la mujer de su padre que le hacían querer insistir: la cruz de plata que llevaba al cuello, las pulseras de plata, el cabello plateado.
—Tendrá que aprender a bajar la mirada —comentó Thjodhild—. Hay gente a la que no le gustan las miradas tan directas.
—Habrá tiempo para que adquiera modales cuando sea mayor —dijo Erik—. Mientras tanto, estoy seguro de que le gustará ver el lugar.
Thjodhild no hizo ademán alguno de coger a Freydis de la mano o tocarla como tan a menudo hacía Erik, pero la condujo a cada habitación antes de quedarse de pie a un lado mientras Freydis miraba a su alrededor. Había varios compartimentos para dormir, dos habitaciones con fuego para cocinar, dos cuartos de almacenamiento, un taller y un retrete interior por donde el arroyo fluía hacia fuera.
—Puedes ver que estamos tan cómodamente instalados que durante lo peor del invierno no necesitamos salir para nada —dijo Thjodhild. Cuando Thjodhild y Freydis volvieron a la habitación principal, Leif, su mujer, Jorunn, y su hijo estaban allí. Thorvald, el siguiente de los hermanos, estaba allí también. Thorvald tenía el pelo oscuro y era bajo, mientras que Leif era alto y rubio. Leif fue amable con Freydis desde el principio, pero Thorvald la ignoró. La familia se sentó alrededor del hogar mientras les traían manjares delicados: pastel de cebada y miel de Noruega, que Freydis no había probado nunca. Después de comer, Freydis vagó por la habitación observando las bonitas colgaduras, las lámparas de hierro, los jarrones de bronce llenos de flores secas. Estaba esperando a Thorstein. Cuando fue hora de irse, un esclavo de la casa le trajo a Freydis su capa y ella y su padre volvieron a la casa de Halla. Antes de que desmontaran, Erik preguntó a Freydis si le gustaría trasladarse a la casa grande y le prometió un cuarto para dormir para ella sola. Freydis le dijo que prefería quedarse donde estaba. Después hizo la pregunta que le había estado preocupando durante toda la visita: ¿dónde estaba Thorstein? Erik respondió que Thorstein se había ido a los manantiales calientes del fiordo de Siglu. Se había lastimado el hombro en una caída el año anterior y el agua caliente le aliviaba. Erik dijo que, mientras Thorstein estuviese fuera, la llevaría él a cabalgar.
Lo que su padre quería decir con cabalgar era llevársela aquí y allá a conocer a diversas personas. Una tarde sí y una no, Erik se llevaba a Freydis a la casa, donde Thjodhild le daba lecciones de tejido. Thjodhild empezó enseñándole cómo limpiar el vellón. A veces llevaban los vellones al gran arroyo que había fuera y los lavaban allí; más a menudo, los lavaban en una artesa de madera delante de la casa. Thjodhild le enseñó a Freydis cómo cardar la lana con cardadores de hierro. Le mostró los diversos telares que usaba y cómo se montaban. Thjodhild tenía tres telares de distintos tamaños: el más grande se usaba para tejer tela para velamen y colgaduras de pared; el mediano, para túnicas y camisas; el más pequeño hacía telas de diversos tipos. Thjodhild le dio a Freydis un huso tallado en madera de cerezo, y le dijo que procedía de la tierra de los francos, donde crecían árboles frutales. También le dio a Freydis un juego de tabletas de marfil. Esos pequeños cuadrados se enhebraban con lana de colores y se usaban para tejer bordes y remates. Freydis era ágil de dedos y pronto aprendió a hilar y tejer, sobre todo cuando le permitían llevarse el trabajo a casa y practicar. Freydis remató la capa y la camisa de Halla con cintas tejidas por ella. Remató los paños de lavar y las colchas de estambre que usaban para protegerse del frío. Halla gruñía que aquello era un desperdicio de lana buena. Decía que el remate de sus ropas se decoloraría con las salpicaduras de leche y sangre pero, de todos modos, se sentía complacida.
* * *
Freydis llevaba cinco días en Leifsbudir, pero ya había montado su telar. Antes de poder empezar a tejer tela para velamen, tenía que acabar de organizar el acomodo de los groenlandeses. Hizo que pusieran cerraduras en las puertas del cobertizo y de la cabaña de almacenaje. Leif había hecho montar cerrojos en el interior de todas las puertas de Leifsbudir, pero eso no era suficiente para Freydis. Con tanta gente vagando libremente por allí, quería estar segura de que sus bienes y provisiones podían cerrase por fuera con una cerradura y una llave. Hizo que el herrero Nagli montara dos cerraduras que había traído con ella de Gardar. Una vez hecho esto, Freydis puso las llaves en el cordón de lana que llevaba alrededor del cuello. Allí era donde guardaba las demás llaves, como así también un par de tijeras.
Freydis se dedicó entonces a las mesas y las estanterías. Con tanta madera sin labrar amontonada por allí en la explanada no había necesidad de usar piedras. Por fortuna había otros además de Ulfar que, si se les daba la oportunidad, trabajaban hábilmente con un hacha. Entre ellos estaban Ozur, Thrand, el hijo de Ozur, y la propia Freydis. En Groenlandia Freydis usaba el hacha sobre todo para cortar pescado y carne. Ahora empezó a probar su hacha con la madera. Junto con Ozur y Thrand, dio forma a suficientes tablones como para hacer estantes para la cabaña y también una especie de mesa, que le serviría muchísimo para la elaboración de quesos. Cuando colocaron los estantes, Freydis sacó los quesos y la mantequilla que había traído de Gardar y raciones que habían quedado del viaje. Éstas eran sobre todo carne de ciervo, pues la mayor parte del pescado seco había caído en el agua de la sentina y se había estropeado. Ozur hizo estantes para el cobertizo de Freydis, de modo que ella pudiera almacenar allí objetos por encima del suelo de barro, donde a los ratones les costaría más encontrarlos. Freydis había dejado su arcón de bodas en Groenlandia. Pero se había traído un arca pequeña de cobre batido que su padre le había regalado para que guardase su anillo de bronce, sus cuentas de cristal, sus broches y su peine. Freydis también guardaba el cinturón de hierro que le había hecho Hafgrim dentro de esa arca.
Ozur y Thrand hicieron una mesa y un banco para el cobertizo de Freydis. Cuando los muebles estuvieron en su lugar y todo recogido, el cobertizo era mucho más agradable que la cabaña que Freydis había dejado atrás en Groenlandia. Para añadir más comodidad, Freydis colgó estambre a la pared, detrás del banco de dormir, así como alrededor del retrete. Esas mejoras añadieron un toque de lujo del que no había disfrutado desde su boda. Mientras arreglaba el cobertizo, Freydis pensaba a veces en sus hijos. Aunque los echaba de menos, no sentía haberlos dejado, ya que al estar en otra parte, había menos cosas que distrajeran su atención de lo que había venido a hacer allí.
Cuando Freydis acabó de organizar los edificios exteriores, dirigió su atención a las casas de los groenlandeses. Las habitaciones de la última casa habían sido ocupadas principalmente por Thorvard y sus hombres.
El resto de la tripulación ocupaba la casa del centro. A Freydis no le importaba dónde dormían los groenlandeses, excepto Thorvard. Aunque había decidido no dormir con él en el cobertizo, quería saber dónde dormía, por si lo necesitaba. Freydis mandó a Groa a barrer los suelos de la casa y a limpiar. En Gardar, la anciana acababa esas tareas con premura, pero en Leifsbudir había siete veces más personas y sus cosas. Groa tardó tanto en limpiar que después de un tiempo Freydis tuvo que enviar a Oddi el Canalla a ayudarla. No podía dejar que las casas de su hermano quedasen como si hubieran vivido cerdos en ellas.
Además de vigilar las tareas de limpieza, Freydis tenía que ocuparse del ganado. Desde la llegada de los groenlandeses, la vaca y las cabras estaban atadas en la explanada y las ovejas y los cerdos encerrados en jaulas. Mientras se mantuvo el tiempo fresco y soleado, Freydis hizo que Bolli llevara a Kalf y a Orn a un bosquecillo de alisos a cortar mimbres para hacer una valla. Esta tarea requería varios días de trabajo, ya que Freydis quería construir grandes recintos en el extremo del prado, detrás de la última casa de los groenlandeses, donde los animales pudieran ser vistos fácilmente. Esta zona estaba junto al arroyo, lo que permitía que los animales bebieran. Una de las ventajas del arroyo era que avanzaba entre piedras, de modo que se formaban charcos de agua aquí y allá. Más lejos había un estanque donde se podía lavar la ropa y los cubos de leche. Esta disposición era mucho mejor que la que Freydis tenía en Groenlandia, donde su cabaña estaba a una buena caminata del estanque adonde la gente de Gardar iba a buscar su agua.
Desde su llegada a Leifsbudir, Freydis y Thorvard apenas se habían visto. Thorvard había estado ocupado llevando el Vinlandia a la cala de los barcos, una tarea que le llevaba la mayor parte del día; había que mover el barco con remos rodeando el cabo y pasando varias ensenadas antes de llegar a la cala. Thorvard y sus hombres también cazaron piezas pequeñas en los bordes del bosque con cierto éxito, volviendo con cierta cantidad de liebres y faisanes. Se agradecía esta comida después de toda la sopa de pescado que habían tomado desde su llegada. Por fortuna allí había abundancia de bacalao, al menos durante el verano. Freydis hizo estofados con la caza, cocinando la carne con tallos de angélica que crecían junto al arroyo. Aquellas comidas se servían a media mañana y luego de nuevo a última hora de la tarde. Se cocinaban en la chimenea de la última casa. Los hombres se alineaban con sus cuencos mientras Freydis iba sirviendo una ración. Los esclavos comían lo que quedaba, lo que rara vez era suficiente.
El sexto día en Leifsbudir, Freydis fue a la última casa a preparar la comida y se encontró a Thorvard en la cama con la concubina a la que Hauk había llamado Mairi. Estaban en el compartimento de detrás de la puerta. No había cortina delante, de modo que cualquiera podía haber visto el acoplamiento si hubiera pasado por allí. Freydis le gritó a Groa que trajera un cubo de agua; pensaba echar agua fría sobre la pareja. Pero la anciana se movía tan despacio que Thorvard había acabado antes de que Groa volviera con el cubo medio lleno. Thorvard entró en la habitación principal, atándose los calzones. Se acercó a la chimenea donde Freydis estaba sentada en un taburete, añadiendo trozos de bacalao que Gisli y Balki habían pescado aquella mañana a una cazuela con agua.
—Hoy pienso cazar más hacia el interior del bosque —dijo Thorvard—. Quizá tenga suerte y vuelva con un ciervo.
Freydis se dio la vuelta y vio que la esclava la observaba desde la puerta. Freydis miró a su marido.
—¿Se supone que tengo que dar de comer a esa chica? ¿O volverá con los islandeses ahora que has acabado con ella?
—He llegado a un acuerdo con Helgi Egilsson para que se quede a vivir conmigo.
—Entonces antes de que vayas a cazar será mejor que vengas al cobertizo y hablemos de la situación, esto es, si quieres evitar un divorcio —dijo Freydis—. Mientras tanto, puedes mandarla a buscar agua para lavar luego.
Cuando Thorvard fue al cobertizo, Freydis le preguntó qué había pagado a cambio de la concubina.
—Cabo de morsa.
—¿Además de lo que ya prometimos a cambio del barco?
Thorvard sabía que no podía ocultarle a Freydis lo que le iba a dar a Helgi. Era mejor decirlo ya. Si Freydis ponía objeciones a que él se buscase una concubina, no podía culpar a nadie sino a sí misma.
—Helgi no me vendió a Mairi —siguió diciendo Thorvard—. No es más que un préstamo.
—¿De qué más te deshiciste?
—De marfil.
—¿Eso es todo lo que diste?
—Voy a dejar que los islandeses usen a Flosi, a Lodholt y a Avang para la caza invernal.
—¡Son tres de nuestros mejores cazadores!
—No servía de nada darles los peores —dijo Thorvard—. No van a vivir con los islandeses, sólo los ayudarán cuando lleguen las focas. —Miró de cerca de Freydis, tratando de calibrar su enfado por la forma de su boca. Tenía el labio de abajo caído, lo que era buena señal. Continuó—: Resulta que los Egilsson están molestos porque en nuestra tripulación había hombres de más. Como sabes, yo no quería traer más hombres. Al dejarles a tres de los nuestros, arreglé las cosas entre nosotros. —Cuando había estado hablando con Helgi, a Thorvard le resultó útil mencionar que él se había opuesto a la idea y había dejado enteramente la cuestión en manos de su mujer y de Evyind Hrodmundsson.
—Esos hombres de más se trajeron no sólo para nuestra protección sino para ayudarnos a conseguir carga —dijo Freydis—. Me parece que en tu ansia por conseguir una concubina, cediste ventajas que no nos podemos permitir perder. Como resultado, nos has hecho más pobres.
—No mucho más pobres. Tenemos más hombres que los islandeses y mejores cazadores. También tenemos ganado. Teniendo todo eso en cuenta, tenemos tantas ventajas de nuestro lado como los islandeses del suyo.
—Eres un insensato, Thorvard, si crees que proporcionando mercancías y cazadores a los islandeses vas a compensar nuestra falta de un constructor de barcos —dijo Freydis, bastante calmada, al menos por lo que podía ver Thorvard.
—Tenemos a Ulfar.
—Ningún esclavo equivale a un hombre libre como Hauk Ljome —dijo Freydis. Ahora no le importaba ocultar su desprecio—. Hay algo más que tienes que tener en cuenta. Los Egilsson no se tomarán bien que dejes embarazada a su esclava, ya que una vez que vuelva con ellos, tendrán otra boca que alimentar.
—Dudo que una boca más que alimentar preocupe a los islandeses —dijo Thorvard—. En cualquier caso, no todas las mujeres se quedan embarazadas con tanta facilidad como tú. Mairi es joven. Puede no concebir.
—¿Qué edad tiene?
—Quince años.
—Así que te has rebajado a yacer con una doncella.
—No es una doncella, anciana.
Freydis le echó a Thorvard una de sus miradas siniestras. Después cambió de táctica.
—Como me has traicionado llegando a un acuerdo con Helgi Egilsson a mis espaldas, me debes algo como compensación —dijo Freydis.
Thorvard era un hombre que prefería llevarse bien con todo el mundo, incluida su mujer, si eso no le suponía grandes inconvenientes. Le preguntó a Freydis qué creía que se merecía.
—Quiero que me traigas a Mairi para que pueda servirme durante un día. Groa no da abasto con todo lo que hay que hacer. Preparar dos comidas al día para una tripulación de hombres hambrientos me ha ocupado la mayor parte del tiempo. A menos que consiga más ayuda, no sé cómo puedo hacer comidas, llevar la lechería y el ganado y tejer tela de velamen para dos barcos. Me vendría bien tener otra esclava que me ayudara.
Thorvard se sintió aliviado al saber que eso era todo lo que Freydis quería, que no había ido tras él con la lanzadera como solía hacer cuando se ponía furiosa. También le aliviaba que no hubiera amenazado con ir a Helgi Egilsson a insistir que volviera a quedarse con Mairi.
—Lo que dices es un buen acuerdo —dijo Thorvard—. También me conviene a mí, ya que espero estar lejos de Leifsbudir cazando de vez en cuando. —A Thorvard le pareció prudente advertir a Freydis que no fuera demasiado dura con su concubina, como a veces era con los esclavos. Mairi era amable y tímida como un cervatillo. Thorvard no quería que le pegaran y golpearan. Sabía que era mejor no amenazar a su mujer, pero pensó que ella podría maltratar a Mairi para obligarla a volver con los islandeses.
—Helgi no pega a sus esclavos —le dijo Thorvard a Freydis—. Si nosotros la pegáramos, podría pedir que se la devolviéramos.
—Creo que estoy en mejor posición que tú para decidir la mejor manera de manejar a los esclavos —dijo Freydis—. Te aseguro que no haré nada que nos haga quedar mal a ojos de los islandeses. Ya nos miran bastante por encima del hombro.
Thorvard no compartía la opinión de Freydis, pero lo dejó estar. Su mujer había aceptado a su concubina mejor de lo que había esperado. Era mejor dejarla ahora que habían llegado a un acuerdo.
Freydis tenía la última palabra.
—A partir de ahora —dijo—, será mejor que hables conmigo antes de llegar a más acuerdos con los islandeses. Mientras seamos marido y mujer, debemos consultarnos antes de tomar decisiones que tengan que ver con nuestro modo de vida.
Cuando Thorvard se fue a cazar, Freydis llamó al cobertizo a su concubina. Cuando Mairi entró, Freydis cerró la puerta con cerrojo. La chica se quedó allí, con la cabeza baja. Mairi tenía largo cabello oscuro, muy enredado. El pelo le caía sobre la cara tan desarreglado que era difícil verle los ojos. Tenía la túnica desgarrada y sucia, y la piel llena de manchas de suciedad.
—Quítate la túnica —dijo Freydis.
Mairi no se movió.
—Si haces lo que te digo, no te haré daño —le dijo Freydis, pensando que pudiera estar asustada—, pero apestas y tienes que lavarte. No quiero tener cerca a una esclava que no pueda mantenerse limpia y pulcra. —Freydis consideró el hecho de que Thorvard no hubiera insistido en la limpieza de la esclava como indicación de que no esperaba gran cosa de Mairi.
Mairi se quitó la túnica y se quedó allí de pie agarrándose los codos. Freydis contempló su desnudez. La chica era demasiado delgada y de pecho plano para ser hermosa, huesuda y plana como un palo. Tenía una mata de pelo negro entre las piernas, áspera como la de un hombre. La desgarbada apariencia de la chica proporcionó cierta satisfacción a Freydis. Si la concubina de Thorvard hubiera sido excepcional, podría haber dado problemas si tenía que renunciar a ella más tarde.
—Escucha con cuidado —dijo Freydis—. Vas a llevar agua al compartimento donde duerme mi marido y te vas a bañar entera, pelo y todo. Mandaré a Groa a que te lo peine y lo trence. Después tienes que lavarte esa túnica sucia y ponerla a secar. Te daré otra túnica para que la lleves mientras tanto.
Freydis cogió una túnica remendada y se la dio a la chica. Mairi se volvió a poner su túnica sucia y Freydis abrió la puerta.
—Cuando acabes de limpiarte, Groa y tú id a buscar arándanos a la pradera. Si no los cosechamos pronto, los islandeses se los llevarán todos.
Cuando Mairi se fue, Freydis empezó a montar su telar, apoyándolo en la pared del sur, protegido del viento, mientras al mismo tiempo podía echar un ojo a la pradera y al ganado. Había decidido trabajar fuera mientras el tiempo lo permitiese, para aprovechar la luz. Mientras trabajaba, sopesó los pros y contras de que la concubina de Thorvard viviera bajo su techo. Pensaba que a los hombres de Thorvard les podía parecer mal que él tomara una concubina cuando ellos no tenían ninguna. Leif había advertido a Freydis y a Thorvard en contra de llevar mujeres no casadas en el viaje; Leif no había llevado mujeres, previendo que la tripulación se pelearía por su uso. Si los groenlandeses empezaban a pelearse por Mairi, Freydis se la devolvería de inmediato a Helgi Egilsson. Mientras tanto, aprovecharía al máximo que la chica estuviera por allí. Le vendría bien otra esclava en la lechería, la cocina y las tareas de limpieza. Freydis se dijo a sí misma que no le preocupaba en absoluto que Thorvard tuviera una concubina. No era infrecuente que los hombres yacieran con otras mujeres además de las suyas; ella misma era el resultado de ese hecho. Si Mairi hubiera sido una mujer de alta cuna, inteligente y bella, Freydis habría sentido de otro modo. Tal como eran las cosas, lo que sentía sobre todo era alivio, pues al usar a Mairi, Thorvard olvidaría sus derechos como marido y la dejaría en paz. Con lo que Freydis no estaba de acuerdo era con el mal negocio que había hecho Thorvard con Helgi. Freydis usó un juego de pesas de bronce para medir las raciones de queso y mantequilla; pensaba que los acuerdos entre los groenlandeses y los islandeses debían medirse como los productos de la lechería. Si se hacían algunos favores, debían pesarse de un modo que a los groenlandeses les correspondiera más.
Aquellas pesas no se aplicaban al matrimonio de Freydis. Desde el principio había sabido que el matrimonio estaría desequilibrado a favor de Thorvard Einarsson, pues por entonces se había enterado de que el hermano de su madre no se había quedado en Islandia como se esperaba, sino que se había trasladado a Dyrnes y había reclamado la granja de Reist y la de Bribrau. Como resultado, las cosas entre Thorvard y ella nunca estarían equilibradas. Qué diferente habría sido si hubiera tenido la tierra de su madre y su abuelo como dote. Podría haberse casado con un granjero próspero de Dyrnes y haberse establecido allí. O podía haberse casado con su hermanastro. Si Thorstein se hubiera casado con ella en lugar de con Gudrid Thorbjornsdottir, a Freydis no le habría importado que las cosas fueran equilibradas entre marido y mujer. O eso pensaba. Pensaba que, si le hubieran dado la oportunidad, su pasión hacia Thorstein habría superado todo lo demás; que, a su modo, se habrían convertido en el rey y la reina de Groenlandia.