20. LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ

Lo sé; digamos que, para terminar, no se me ha ocurrido nada más original, pero es que, en efecto, es un título muy aprovechable ¿o no? Me trae a la memoria aquellos tiempos ya lejanos en los que, con un pequeño velero de 23 pies, afrontábamos la atrevida aventura de cruzar a la isla de Ibiza desde la costa levantina, sin teléfono móvil —no había—, lancha salvavidas —no cabía—, ni GPS —¿Qué diablos es éso?—. Allá dentro, en el Canal de Ibiza, no sabías lo que te ibas a encontrar y te encontrabas mucho: pesqueros a tutiplén, iluminados ferrys surcando la noche, delfines, ¡ballenas!, manadas de atunes y ¿cómo no?, algún otro velero. Pero también, inevitablemente, estaban ellos: los que el viento se había llevado. Poco aficionados a la pesca, lo único que sacábamos de aquellas travesías eran curiosos objetos, el balón hinchable, la colchoneta, el neumático, el cocodrilo, con los que la gente se divierte en la playa, ignorantes de que el viento terral hace presa en ellos y se los lleva mar adentro a nada que te descuides.

¡Las millas que pueden llegar a hacer estos ligerísimos artefactos! No sé cuántos de ellos, a cuál más extravagante, rescatamos en nuestras travesías de Ibiza a la Península. Una vez regalada la familia cercana, sobrinos y amigos, ya no quedó nadie sin su correspondiente cacharro infiable. Con mi siguiente barco, sucedió igual; la cosecha de objetos que el viento se llevó proseguía imparable y llegó un momento que ya no supe qué hacer con ellos. Se amontonaban, desinflados y algo desmoralizados, en el garaje o el tambucho de popa, esperando un nuevo dueño que nunca había de llegar. Si sus legítimos propietarios se hubieran molestado en atarles una cartulina plastificada, con un teléfono o una referencia, esta historia podría haber sido distinta. Pero ¿quién se preocupa de identificar un vulgar objeto hinchable playero? Se suele preferir, con mucho, las románticas botellas con un mensaje dentro, que, a media travesía transatlántica, nos hacen soñar con tierras lejanas, y nos gusta fantasear convirtiéndolas en mensajeros que un día habrán de regresar con una respuesta de lejanas tierras; dos veces lo hicimos nosotros y aún estamos esperando la respuesta. Sin embargo, esos humildes mensajeros que, involuntariamente, nos enviaba la sencilla gente de la playa, llegaban hasta nosotros sin inconveniente alguno.

Puede que la diferencia esté en la naturaleza de la empresa consignataria: en el caso de la botella, aunque la mar tenga muchos partidarios e innumerables enamorados, en realidad resulta ciertamente voluble cuando de mensajería se trata. El viento parece tener, no obstante, otra sutil idiosincrasia: mientras no le cambies la dirección y pueda con el mensaje, llegará indefectiblemente. Nunca oí que las armadas y ejércitos del pasado se comunicaran con botellas; las palomas mensajeras, sin embargo, han sido el medio de comunicación más seguro hasta que el señor Marconi se marcó el revolucionario invento de la radio. Por cierto, las velas marconi ¿quién las inventó?

Lo que el viento se ha llevado. Echando una nostálgica mirada a sotavento, es mucho lo que por allí ha ido a parar directamente a la nave del pasado. Los largos años del descubrimiento y la revelación de la vela ligera, las regatas, las planeadas y el surf. Aquellos ingenios que montábamos en la playa, unas veces como simples apaños de fontanería apuntalados con fibra de vidrio, otras con planos y proyectos serios e ideas revolucionarias, que navegaron pero no alcanzaron el buen puerto de una razonable difusión. Las primeras regatas serias y atroces, en aquella clase ya desaparecida que se llamó Micro-Ton. Y, luego, el 23 pies, con las disparatadas y algo inconscientes aventuras en Baleares, en las que lo único seguro era que mañana, o puede que esta misma noche, sucederá algo estremecedor. ¿Quién te devuelve aquellos días del pasado, cómo revivir lo que quedó atrás en nuestra memoria? No puede volver. La nave del adiós tal vez pudiera retornárnoslo, pero… olvidamos poner la cartulina. Los recuerdos, las vivencias, como la espuma de la estela en la mar, se quedaron por la popa y ya nunca volverán.

Henos aquí, pues, viejos marinos destartalados, rumiando nuestras desgracias e invocando, como el acabado replicante de Blade Runner, todas aquellas cosas que vimos e hicimos: la luna de Agosto camino de Ibiza, los delfines en el silencio del cabo Favaritx, la rissaga de Agosto del 99 en Ciutadella, la salida por la bocana de Rota para la Cádiz-La Habana, el templo de Poseidón en el cabo Sunión del mar Egeo, el cruce con spí de la bahía de Cartago, la llegada a Horta para vencer en la Ceuta-Azores 2007. Todos esos momentos, puede que un poco inflables —o inflados por la imaginación—, pero no por ello menos ciertos, se perderán para siempre, pues la vida, incansable, tiene que descargarse de peso de lo hecho para continuar haciendo; al menos, mientras se pueda.

Lo que el viento se llevó; amigos, tal vez lo mejor sea no dejarse llevar por la melancolía y aferramos al presente. Es lo único que tenemos. Así pues, propongo izar el spí y que lo que el viento se lleve, de una vez y para siempre, sea a nuestro barco feliz de su rumbo. Y no olviden la cartulina, o, como le ha sucedido a un amigo mío, que la perdió allá por el archipiélago de San Blas, no podrán regresar nunca jamás.