¡Ah, los adioses! ¿Qué hacer, Dios mío, para guardar en estos trances la compostura necesaria? ¿Cómo desatar, en suma, estos nudos tanto más difíciles de quebrar, cuanto que su peso se soporta con placer? Prisiones muy acariciadas.
No obstante, es preciso decidirse. La grava del camino piafa como un caballo y brilla con todos sus prestigios.
La condesa y Sonia abren la marcha, estrechamente enlazadas por la cintura —difíciles amores—, y detrás de ellas Alexei y el abate avanzan con paso mesurado, dedicándose mutuas cortesías. Nicolás trota en la retaguardia, los ojos fijos en los volantes de un vestido blanco. De su mano izquierda pende una cinta. La cinta brilla y flamea como un estandarte.
Ya se oye el coche. A Sonia el camino se le figura un nacimiento, un parto difícil por el que hubiera atravesado como un dulce animal sometido a torturas que no entiende. ¡Y he ahí el instante temido, y la mañana, con sus bestiales esplendores, no oculta cosa alguna!
Sonia, enmudecida, se volvió hacia la condesa, que la besó con una sonrisa mortalmente bella.
—La veré en el invierno, ¿no es verdad? —le dijo, rozando su mejilla con una mano firme.
Asintió Sonia, volviendo hacia el abate la carita redonda y embellecida por el insomnio.
Condescendiente y algo emocionado, Sebastián rozó con sus labios el hombro de la señorita, que sintió contra la boca la seda fugaz de su pelo.
Sonia aceptó con sonrisa distraída los complicados saludos del Capitán, que había perdido su fanfarronería en alguna parte. ¡Adiós, adiós! Se levanta el látigo del cochero y echa a rodar el gorro de Nicolás, que un criado de la condesa se obstina en restituir corriendo a la par del coche, sudoroso y solemne.
Y es en esta confusión de la partida cuando Sebastián desliza sus pretensiones en el oído de la condesa.
—Tu permiso, señora, y esta misma tarde voy al seminario —dijo el abate sin mirarla.
Luisa se apoyó pesadamente en su brazo.
—¿Lo quieres absolutamente? —preguntó, con la mirada fija en el coche que se alejaba.
—Sí.
—Harás lo que decidas —dijo ella entonces, volviéndose, bruscamente sin fuerzas, y echando a andar en dirección a la casa.