Una noche de luna roja, MARIANNE conectó con el 3615 MISSM.
Cuenta MARIANNE:
«Tenía un aire auténtico y natural, un acento barriobajero. La situación me satisfacía de antemano. Vivía en un suburbio, en Gentilly. Allí me dirigí en busca de la dulce mezcla del riesgo, del placer en el dolor, del sexo y de la ternura.
»“Rocky”, desecho viril, me deseaba. Su calma me impresionaba. Era de los nuestros. Mostraba su pasión abiertamente. Se comportó con una prudencia casi molesta. No me sentí ni muy excitada ni hastiada por aquella sesión tibia. Pero sí sexualmente realizada.
»Rocky me escribió en varias ocasiones. Yo no tenía grandes dudas en aceptar un nuevo encuentro, pero las turbulencias de mi vida me obligaron a aplazarlo varias veces. Sus mensajes parecían traslucir mucha voluptuosidad y sinceridad. Este tipo, de treinta y dos años parecía cambiar constantemente de domicilio.
»Lo vi una noche, y después otra. Descubrí a Rocky. ¡Conmovedor Rocky!, Rocky, que había tirado por la borda diez años de trabajo por orgullo; Rocky, traicionado por la mujer que amaba. Estaba hecho papilla. Ocultaba, tras su acento vulgar, un alma tan frágil… ¿Cómo no desear a Rocky apasionadamente?
»Lo he guardado en el almacén de la noche de mis recuerdos, y regresará, junto con mis compañeros de sueños, cuando yo envejezca. El verdugo de la Place de Grève tendrá un rostro: el de Rocky. Será mi pirata preferido, me violará y fustigará antes de amarme. Aprender la sabiduría de lo efímero. Saber trampear la felicidad.
»Una noche, llegó Rocky. Me desnudó con una violencia poco común, me puso de rodillas, el pecho contra la cama. Armado con un látigo, me acarició lentamente la espalda, buscando en mi cuerpo la piel febril, la piel helada, descubriendo así la carne que espera, la carne que se niega. Ahora ya sabe detener el tiempo. Sabe colocarme en el filo de la navaja, ese frágil equilibrio entre el paroxismo del placer y el orgasmo. Allí donde el dolor se convierte en una voluptuosidad misteriosa a la mirada de los demás.
»Enjaezada, le seguí por la noche parisiense. Él había cogido el látigo, y lo llevaba en el coche. ¡Yo imaginaba que en cualquier momento podía detener el coche y flagelarme en plena calle, con el riesgo que eso suponía! Llegamos cerca de su lugar de trabajo. Nos metimos en un bar muy cutre, en la Rue de la Gaîté. Estaba lleno de Rockys que bebían y jugaban al póquer. El resto de la velada ha quedado grabado para siempre en mi memoria.
»Decidí ofrecérselo a FRANÇOISE. Françoise irá a la ciudad vestida con su más bello atuendo de dominadora. Con sus cuerdas, obligará a Rocky a ponerse de rodillas, vestido con medias y liguero. Él la llamará Ama y le besará los pies. Ella le atará sabiamente con el fuerte bondage que sabe hacer. Él estará desnudo, abierto a todo. Ella se aprovechará de su sexo, sin dejarle la más mínima esperanza de llegar al orgasmo. Él estará enjaezado, ella le meterá el consolador. A su vez, él será perra. Llevará hasta el día siguiente, avanzada la noche, un cinturón de castidad. Se verá constreñido y obligado a obedecer, sometido a su voluntad, a merced de la dominadora.
»FRANÇOISE le habrá dejado pinzas en los senos, para que regrese a mí retorciéndose de dolor. Entraré en la estancia, deslizándome suavemente, y le quitaré los instrumentos de su suplicio, de su ofrenda. Le acariciaré, le ofreceré ternura y gratitud. Después le liberaré del cinturón opresor. Sin duda nos quitaremos las máscaras. Haremos el amor con una intensidad inolvidable».