«Nalgas Coloradas» quería revivir los castigos que le habían impuesto en su infancia. Yo transformé el gabinete en un internado masculino dirigido por mujeres había dejado la puerta entornada.
Nalgas Coloradas llegó con una maletita en la mano, igual que un interno tradicional. Yo le aguardaba sentada en mi sillón, y al verle me bajé las gafas; llevaba un traje sastre de franela inglesa muy severo. Nalgas Coloradas se acercó.
—Bien, hijo mío, tu indisciplina te ha valido el ingreso en nuestra institución. Estás en un correccional especializado en la educación de muchachos desobedientes. Aquí las mujeres mandan, y lo hacen con el látigo.
»Imponemos una disciplina férrea. Hay que aprender a obedecer a las amas, so pena de castigos corporales. Los hay tan testarudos que se resisten a que unas mujeres les ordenen, riñan y castiguen. Y los hay que cometen graves faltas de disciplina y, pese a la prohibición, molestan a los alumnos del colegio más cercano».
Yo no le quitaba los ojos de encima, respetando escrupulosamente los tiempos de espera, los tiempos de silencio y el momento en que todo se precipita. Después me lancé a la palestra.
—Bájate el pantalón y ordena tus cosas.
Nalgas Coloradas pasó a la primera habitación y ordenó sus cosas.
—¿Te llaman también «el Arte del Azote[16]»?
—No, Ama, ya conoce mi pseudónimo.
—Da igual, el Arte del Azote ha intentado desafiar al ama Katherine en el curso de una discusión. Me han contado el incidente. Tu serás castigado en su lugar. Aquí nada nos obliga a ser justos. Además, Katherine está a punto de llegar. Y te impondremos un castigo muy severo: los azotes sobre las nalgas desnudas. Ama Gigi y ama Electra desempeñarán el papel de temibles amas de la disciplina. Ellas te adiestrarán con mi ayuda. Son belgas. Evidentemente, la famosísima ama Amazonia no cederá ni un ápice.
Silencio. Miré fijamente a Nalgas Coloradas. Imaginé, excitada, las perturbaciones que debía de acusar su calzoncillo.
—Ya verás, mocoso, acabas de llegar y ya estás física y moralmente dominado. Pagarás caro el haber desobedecido a las amas. Gigi y Electra practican la disciplina inglesa. Son frías, crueles, despiadadas. Ama Soraya, un auténtico vampiro, aplica con voluptuosidad el castigo psicológico. Tina Domina, la enfermera de guardia, es una implacable mamona. Bien, ya las conoces a todas. Ven aquí, voy a retorcerte las orejas para que te arrodilles. Las manos a la espalda, y ofrece las mejillas. Comenzarás por recibir un par de bofetadas para que aprendas quién manda aquí y a quién debes obedecer. —Le agarré de la oreja, retorciéndosela con todas mis fuerzas—. ¡De cara a la pared, y de rodillas, con las manos detrás de la cabeza! Así, quietecito, esperarás a los dos primeros castigos por haberles tocado el trasero a las chicas. ¡Extiende las manos!
Acababa de llegar Katherine.
—Katherine, le administrarás veinte varazos en la palma de cada mano… Ahora bájate el pantalón, pero no te lo quites. Bájate los calzoncillos, sin quitártelos[17]. Gigi, prepárate con la vara.
—¿Cuántos golpes debo asestarle, Françoise?
—Cinco, bien vibrantes, en plenas nalgas. Apoyará el pecho en la mesa; ha de estar con el pantalón bajado, las piernas bien rectas y ligeramente abiertas. No, no, no le quites el pantalón, quiero que se sienta muy humillado; el pantalón por encima de los tobillos. Ve a buscar a una chica del colegio vecino para que vea cómo tratamos a los chicos desobedientes. ¡Tú, Electra, te encargarás de la humillación! Yo me ocuparé de la azotaina y concluiré el castigo. ¡Te avergonzarás, jovencito! Tina, corre al colegio de al lado a buscar a unas chicas. ¡Quiero ver cómo se ríen de él!
—¿Has visto lo ridículo que está con el trasero al aire? —comentó Electra dirigiéndose a Gigi.
—¡Vamos, señoras! ¡Bajémosle los calzoncillos hasta la mitad de los muslos! Luego te inmovilizaré rodeándote la cintura con el brazo, así te tocaré el vientre y el sexo. Y después recibirás una merecida azotaina. Cachetes lentos y escocedores en plena nalga. ¿Qué os parece, amas?
—¡Propongo que alternemos las sesiones de azotainas, correcciones y penitencias con la espera angustiosa del castigo siguiente! —exclamó Katherine.
—Nuestro internado debe ser un modelo en su género. Los golpes deben asestarse con lentitud, al estilo inglés, para permitir que mientras tanto los amenacemos y los riñamos. ¿Y por qué no pedir el refuerzo de Mistress Mir, de Nueva York, la más exigente, la más terrible y la más célebre de las dominadoras negras norteamericanas?
Nalgas Coloradas no perdía ripio; el ceremonial llevaba progresivamente su placer al paroxismo. Comencé a aplicar el castigo prometido. Lo agarré, le bajé los calzoncillos sin miramientos y dije:
—¡Vamos! Estricta observancia de la postura: tu trasero tiene que estar levantado y ofrecido a tu ama. Abre los muslos, sí, así, todo lo que puedas. No te muevas, gilipollas, las manos sobre la cabeza, en espera del castigo impuesto. Levántate y échate sobre el taburete o sobre el respaldo de la silla, con los muslos bien abiertos. Ahora apoya el pecho en la mesa. ¡El pantalón a la altura de los calcetines! ¡Los calzoncillos en las rodillas! ¡Mira las disciplinas y la vara de bambú! Voy a meterte un consolador en el culo y a traer a las chicas del internado vecino. ¡Les has tocado el trasero! Se reirán de ti, y tú te avergonzarás…
Un día decidí hacer diabluras. Había notado que Nalgas Coloradas estaba dispuesto a más.
Vestida de cuero, altiva y distante, le ordené:
—Por favor, déme, con el debido respeto, su libreta de notas: quiero ver qué opina de usted la directora del colegio al que le envié con mis recomendaciones… —Cuando alcé la cabeza, mis ojos echaban chispas—. Señor, su comportamiento de joven estúpido merece cien golpes de vara. ¡Le mando a una institución elegante, la directora es una mujer magnífica, y ella le expulsa por indisciplinado! ¡Ha molestado a los restantes alumnos! Le dejo reflexionar sobre el castigo, que no perdonaré bajo ningún concepto. Pero le advierto que esta vez será azotado hasta que sangre. Le doy, sin embargo, la libertad de escribir a sus padres y rechazar el castigo.
—Señora, acepto su sentencia.
—Tienes que saber que los golpes lloverán sobre tu culo y que no sentiré la menor piedad. Repite que te das por enterado y que lo aceptas. Repite conmigo: «Tendré el culo bañado en sangre, recibiré cien golpes de vara de bambú».
—Tendré el culo bañado en sangre, de acuerdo, Ama.
—Te pondré en un potro, fuertemente atado. Una vez sujeto, ya no podrás echarte atrás. Firma, al pie de esta hoja, que aceptas este castigo, que sabes que tu culo ensangrentado será expuesto a las miradas de las chicas del colegio vecino, que se burlarán y se reirán de ti. Te verás humillado.
—Lo acepto.
—Bien. Colócate en el potro. Katherine, amordázale, no quiero oír ningún grito. Este castigo especialmente duro requiere ataduras muy fuertes; debe quedarse totalmente inmovilizado.
—Tengo miedo, Ama.
—¡No te faltan motivos! Katherine, toma la vara. Comienza con fuerza, pero espacia los golpes para que el dolor vaya remitiendo. No me gustaría que perdiera el conocimiento.
—¡Françoise! Se le ve crispado y asustado.
—¡No te compadezcas de este gilipollas!
Comenzaban a aparecerle marcas coloradas en la piel del culo. Y después unas hinchazones azules en las nalgas. Se ahogaba.
—¡Bien! Descansaremos cinco minutos. ¿Cuántos varazos has recibido?
—¡Veinte, Ama!
—¡Menudo inútil, no sabes ni contar! ¡Has recibido veintidós! Como castigo, volveremos a empezar de cero.
—¡Pero, Ama…!
—¡Cállate, imbécil! —La injusticia que acababa de cometer me ponía a cien—. El castigo corporal será aplicado en su totalidad. Y a cada falta que cometas, si te mueves demasiado, si oigo una sola queja, empezaré de cero. Los únicos ruidos que permitiré, porque me parecen indispensables, son los del silbido y el estallido de la vara. Por última vez, ¿quieres volver a casa de tus padres?
—¡No, Ama!
Cuando Nalgas Coloradas abandonó el lugar, tenía el culo estriado y cubierto de sangre.