Margot

«Cuando el verdugo me llama por teléfono, conversamos como cómplices. Las sesiones sadomasoquistas son para mí una misa. Necesito hablar de ellas, describir el escenario en que se desarrollan.

»Para vivir lo que mi imaginación ansia, necesito que el tiempo se detenga, y luego planear la puesta en escena, y buscar a un hombre desconocido, al que hay que saber rechazar cuando se le encuentra demasiado pronto. Necesito jugar con la espera; vivir lo que Baudelaire llama la “pereza creativa”. De buen grado asistiría a un cursillo en el que se impartiera masoquismo y escritura.

»Me gustaría llevar grilletes, hallarme a merced del verdugo, sufrir durante cuarenta y ocho horas. El verdugo tendría que dejarme poca comida, y mucha agua. Querría un reloj que hiciera ruido, una cuenta atrás y un programa delante de mí. No perdería la ocasión de desobedecer determinadas reglas, con lo que le daría al verdugo la oportunidad de borrar la cifra escrita en la pizarra para añadirle unos cuantos latigazos.

»Necesito puntos de referencia. Debo permanecer aislada, sin contactos de ningún tipo. El verdugo me presentará a un amo, que pretende convertirse en mi amo. Si el pretendiente a amo desfallece y no viene a verme cuando me halle prisionera, o si cede a mis súplicas y no soporta el espectáculo del suplicio que el verdugo me aplicará sin piedad, jamás podrá ser amo titular.

»En su condición de amo provisional, deberá, junto con el verdugo, tratar de llevarme al “marcaje”. Previamente deberán obtener mi consentimiento. Y utilizar las armas que le ofreceré: frustración sexual, participación en las historias que esbozo.

»—Dígame, Amo, ¿cómo es su vara?

»—Mi vara está ahí, te espera, castiga a las rameras de tu clase.

»—¿Por qué, Amo?

»—Porque mi placer se alimenta de tu dolor. Quiero leer en tus ojos el deleite de tu cuerpo cuando sufre, quiero oírte gemir y llorar. Nunca olvides que un día prescindiré de pedirte tu consentimiento. Entonces te mantendré encadenada para obtener un placer inefable que será mío, únicamente mío. Desde el preciso momento en que decida conservarte tu cuerpo vivirá bajo las puntas de mi látigo. Ya no haré caso de tus gritos. Llevarás permanentemente pinzas en los senos. Y, te lo advierto, no te soltaré. ¿Acaso no te gusta arrastrarte a los pies de los hombres? No tendré que obligarte, pues sé que lo harás por tu propia voluntad. Te olvidarás de mi sexo, ya lo verás, te rebajarás para suplicar que te flagele. Ya sabes lo que te espera.

»Así que llama, si eres una muchacha valiente. Ya sabes dónde encontrarme día y noche. Debo advertirte, no obstante, que jamás me desplazo en vano. Estoy decidido a hacerte pagar tu orgullo masoquista. Estoy decidido a devolverte al estado primitivo, ese que jamás debiste abandonar. ¿Te declaras insumisa? Muy bien, lo que no me ofrezcas en sumisión me lo ofrecerás en tu dolor. Quiero llevarte al límite de lo soportable, a las puertas del desvanecimiento. Y cuando corran tus lágrimas, cuando tu piel esté al rojo vivo, cuando tus senos ardan de dolor, te seguiré pegando, Margot, te pegaré por tu orgullo y tu insumisión.

»—Sus palabras y amenazas me trastornan, Amo. Caen sobre mí y me entregan a usted, ya estoy con usted. Pero quiero que sea usted sádico. Sé distinguir entre unas palabras y otras. Ya no quiero identidad. Quiero olvidar que existe el tiempo. Quiero depender de usted, de sus deseos. Maltráteme para satisfacer sus necesidades. Tortúreme para complacer sus sentidos. Ya sabe que ni su fuerza ni su poder me convertirán jamás en una geisha o en una sirvienta. Hágame pagar, pues, mi orgullo masoquista.

»Yo había bautizado al verdugo “Impresora Láser” a causa del contrato que me había propuesto: me regalaría una vieja impresora láser, de la que yo tenía una imperiosa necesidad, si salía airosa del látigo.

»Loco y extravagante, no acudió a la cita la noche en que yo debía saldar mi deuda. Me puse furiosa. Además, su impresora no era compatible con mi Macintosh. Le devolví su maldita máquina, decidida a no verle nunca más.

»Tiempo después, tras una aventura con un amo que carecía de firmeza, elegí a un verdugo y a otro amo. El verdugo y yo intercambiábamos mensajes con el fin de organizar una velada en la que participaríamos los tres. El que fuera amo en esos momentos, leía nuestros mensajes.

»Es evidente que el amo debe mantener cierta distancia con respecto a las proposiciones de un o de una masoquista. La experiencia del verdugo es ejemplar. En los diálogos lo acepta todo, llega incluso a pedir más. Pero, cuando pasa a lo real, conoce perfectamente la diferencia entre lo posible y lo imposible. En cambio, quien, sin estar iniciado, lea esos diálogos se sentirá con toda probabilidad asustado.

»Todo estaba preparado para la sesión triangular. Llegado el día fijado, comienza la cuenta atrás. A las dos de la tarde, golpe de teatro clásico: el amo no podrá asistir a la cita, prevista para las nueve. Sin su presencia, la magia de la puesta en escena perdía uno de sus atractivos. Rechacé una cita a solas con el verdugo.

»El amo que busco debe ser el verdugo de la masoquista que yo soy, sin ser sádico. Debe permanecer en mi universo masoquista, pero las técnicas y la puesta en escena han de inspirarse en el sadismo, a fin de que el juego resulte más duro. Tengo ganas de masturbarme con el sádico y sentir miedo, pensar que ya no soy una “consentidora”. Soy un mal espectador: ni siquiera en el cine paso miedo; la única película que me impresionó de veras fue El resplandor, de Stanley Kubrick. En realidad, busco un hombre al que disfrazo de amo, de verdugo, incluso de sádico».

El vocabulario utilizado en este ámbito provoca muchas controversias. En la actualidad, la palabra sado, por ejemplo, aunque derivada de la palabra sádico, alude al «verdugo de masoquistas» en el universo masoquista. Los sádicos acuden al mundo masoquista para jugar. Llegan provistos de unas historias muy convencionales. Las mujeres masoquistas, que conocen todos sus mecanismos, huyen de ellos. Despechados, abandonan el minitel, lugar de iniciados, y prueban suerte en las puertas de las facultades, cuando no de los colegios. Es más fácil.

Para seducir, enamoran a su presa, y no tardan en utilizar los sentimientos para hacerle chantaje: «Si no aceptas esto, te abandonaré», «Si no aceptas lo otro, significa que no me quieres». Eligen la vía fácil: una adolescente afectada por un mal rollo muy reciente, una madre soltera necesitada de calor humano. Anuncian: «Contrato». Algunas mujeres enamoradas acaban por convencerse de que lo consienten, lo aceptan, cuando en realidad no han deseado ese estado. No han pasado por el sueño del masoquista. Y caen en manos de unos hombres ávidos de dominio absoluto que desean llevar a su compañera a un estado de víctima del sadismo. Cuando estas jóvenes han logrado transmutar su dolor en placer, si son abandonadas sufren una especie de síndrome de abstinencia y caen en la más absoluta desorientación.

Entonces, me preguntarán los lectores, ¿por qué los hombres sádicos no se contentan con mujeres masoquistas dispuestas a vivir el placer en el dolor?

Ni más ni menos porque el sádico busca una víctima que verdaderamente no acepte lo que les propone. A eso lo llama «iniciar». Lo que intenta imponer es su teatro personal: hacer sufrir. Dice Deleuze: «Jamás un auténtico sádico soportará a una víctima masoquista. Una de las víctimas de los frailes precisa en Justine: “Quieren estar seguros de que sus crímenes provocan lágrimas, despedirían a una joven que se entregara a ellos voluntariamente”».

El masoquista, a su vez, quiere que se haga realidad su fantasía, la que ha vivido en su imaginación: «Por otra parte, el héroe masoquista parece educado y formado por la mujer autoritaria, pero, yendo al fondo de las cosas, él es quien la forma y disfraza, y quien le sugiere las duras palabras que ella le dirige. La víctima habla por mediación de su verdugo».

Ahora bien, en el caso de Margot, es la mujer masoquista la que intenta configurar a su Verdugo. Deletize, al hablar de Wanda[22], dice que era a la vez «dócil, exigente y excedida». ¿Qué decir entonces del hombre que debe volverse a su vez «dócil, exigente y excedido»?

Ambos, el sádico y el masoquista, son dueños de sus fantasías respectivas. Por ese motivo no pueden completarse.

«El verdugo tiene un perfil de sádico amable. Se pliega a mis deseos, y eso lo hace fascinante. Al mismo tiempo, no quiere darme lo que espero de él. Dice que, cuando me ama, ya no puede azotarme. Desgraciadamente, cuando folla se ve obligado a amar, y por lo tanto nunca folla. Cuando conoce a una mujer muy masoquista, pone a un lado la sexualidad y la ternura, que para él son inseparables. ¿Es su manera de escapar? Mis amigas me dicen que el verdugo al azotar, se masturba con su propia feminidad * Sin embargo, tiene una polla preciosa y muy grande. Y una buena erección. Es un enigma.

»Yo pensé que mi verdugo era sádico el día en que decidió dejar de prepararme y de plegarse a mis deseos. Yo estaba atada, porque le tenía confianza. Le pedí que se detuviera inmediatamente. Mi tono tenía la suficiente firmeza para que entendiera que yo no entraba en ese juego. Sólo la amenaza de su propio castigo le frenó. En otro momento y lugar, habría continuado con voluptuosidad.