La Escena internacional

Nos disponíamos a pasar la velada entre amigos. Estaba Victoria, Hefaistos, «Nick» —un inglés— y «Diane». Suena el teléfono: una voz de mujer, grave, ronca, estadounidense. Era ella, «la Reina» incontestable e incontestada de la Escena norteamericana.

—¿Françoise?

—Si, soy yo.

—«Lady Constance» me ha dado su número. Somos un grupo de Los Ángeles, y nos gustaría verla.

Les invité a compartir nuestra cena.

Quince minutos después, abrí la puerta a dos jóvenes soberbias y a un hombre, un realizador que yo ya había conocido en Nueva York.

Presencia inmediata e impactante, acento estadounidense, subrayados por sonrisas de estrella de cine y risas provocativas, Hefaistos se pone nervioso no bien los ve; más tarde comentará: «Es ese tipo de gente al que prefieres ver sólo en imagen. Su presencia es dolorosa, como la de unos dioses venidos a corromperse con unos simples mortales».

La Reina es morena, tipo pantera culturista, de mirada inquisidora; la aristócrata californiana es elegante, reservada, la encarnación perfecta de la joven heredera. El hombre posee una seguridad incuestionable.

Proyecto acto seguido la película que Hefaistos filmó en mi casa con François y Justine. Al célebre realizador le encanta. Me siento orgullosa de Hefaistos, y a él le embarga la emoción.

La Reina se ha echado en una butaca, con las piernas abiertas, provocadora. Yo observo. Hefaistos desvía la mirada, pero sus pupilas arden como dos brasas. Ella susurra: I love your film. Let’s go to the dungeon, let me try this[18], señalando a Justine colgada de los pies, en la pantalla. Hefaistos está contento, podrá reafirmentar su histeria y sobre todo imaginar con absoluta tranquilidad; ya la adora.

Todo ocurre con mucha rapidez. La aristócrata está desnuda, y él la acaricia. La Reina, de rodillas, la rodea con los largos muslos, que se arquean. Las dos son bellas.

Coloco a la Reina delante de mí: está atada, con los miembros extendidos. La penetro violentamente. Tiene el cuerpo sujeto con cuerdas, y lanza intensas miradas. Hefaistos le pone la mano en los labios. Ella lame, él la amordaza. No se mueve, ofrecida. Grita de placer, emite una larga queja sofocada por la mordaza y por la mano de Hefaistos, al que un momento antes dominaba.

Escenas simultáneas: Diana atada, la Reina aprisionada entre mis brazos, Victoria azotada y embriagada por el Tannhüuser de Wagner. La Reina nos dice: You are so sensual[19]