Uno de mis amigos dominadores se mantenía en contacto, a través del minitel, con una joven. Era una sumisa, decía él. El diálogo duraba desde hacía varios meses. Mi amigo, el amo, andaba como un perro detrás de una perra en celo. Le interrogué, para contestar a sus confidencias:
—¿Has hablado con ella por teléfono?
—No, nunca, pero es una mujer, estoy seguro.
Yo tenía dudas. Un día me llamó a la tienda:
—¡Ven enseguida! Estaba con la bella esclava. Buena chica, nos fuimos al gabinete. Se llamaba Florence. Demasiado guapa, la tal Florence, y demasiado obediente para engañarme. Pertenecía a la raza de las masoquistas insatisfechas. En aquel momento yo ignoraba que Florence era también muy inteligente.
Después de un numerito exhibicionista en el que estuvo perfecta, el amo se marchó con su perra atada.
Dos años después, una madrugada, antes de dormirme, conocí, por el 3615 MISSM, a «Hefaistos». Me confesó que era amigo de Florence. Entendí de inmediato que había sido el corresponsal anónimo del amo, y que había vivido una sesión como hembra, en mi gabinete, gracias a la complicidad de Florence. Ella le había contado su paso por la jaula. Durante dos años, Hefaistos había soñado que el amo y Françoise le habían encerrado allí.
Cuando vino a verme, hizo realidad por fin las escenas que durante dos años había tenido fijas y retenidas en su mente. Gracias a esos años de espera, su relación conmigo se mantuvo en las cimas del orgasmo.
El masoquista siempre aplazará el momento de pasar a la acción. Necesitará escribir, programar e imaginar las escenas que va a vivir.
El masoquista es aquel que vive la espera en estado puro. (…) Las escenas masoquistas necesitan fijarse como esculturas y cuadros, acompañarse ellas mismas de esculturas y de cuadros, desdoblarse en un espejo o un reflejo[15].
Hefaistos era más masoquista que dominador. Pero alguna vez satisfacía el masoquismo de Florence; para Hefaistos, esa era otra manera de vivir su masoquismo. Ambos se hallaban en perfecta comunión intelectual.
Yo pasé momentos etéreos con él. Era a la vez brillante, sencillo, tierno, conmovedor, y terriblemente perverso, Decía: «El masoquismo es un alimento, algo que se vive con el espíritu y el cuerpo, y en el que lo más importante es sobrevivir».
Estas palabras hallaban eco en mi, pues reflejaban fielmente mi experiencia. Mi hijo había muerto.