«Exhíbete para Françoise» alcanza el placer con la vergüenza que siente cuando se exhibe. Espía los ojos de la Mujer que tiene delante, para leerle el pensamiento.
Exhíbete para Françoise posee una preciosa polla. Me lo llevo a cenar a casa de mis amigos y lo instalo desnudo encima de la mesa, con los pantalones caídos hasta los tobillos para humillarlo aún más, las manos a la espalda y los faldones de la camisa subidos. Exhíbete para Françoise permanecería en erección una noche entera con tal de que una mujer no deje de contemplarle:
—¡Qué tío tan estúpido! ¿Y no le da vergüenza mostrarse en pelotas de ese modo? ¡No está mal la polla, pero por nada del mundo follaría con ese loco!
Cuando alguna se masturba delante de él, dejándole adivinar que piensa: «¡Mira, desgraciado, prefiero mis dedos a tu polla!», su placer alcanza el paroxismo.
La exhibición debe ser de buen gusto, como cuando con el Abogado abandonábamos el gabinete y salíamos a la calle. No se trata de organizar un escándalo, sino de provocar una discreta turbación. Es preciso que cada cual encuentre su placer respetando al otro. Asombrar es sutil, pero grosero y vulgar desagradar.
Otro exhibicionista, por ejemplo, hablaba con toda naturalidad con el dependiente de unos grandes almacenes y le pedía consejo: le explicaba que quería construir una jaula para que su ama le encerrara dentro. Los dependientes de la sección de bricolaje están más que acostumbrados a estas peticiones; de todos modos, las risas y sarcasmos humillan lo suficiente al exhibicionista para que se quede satisfecho.
Está también mi criatura virgen de veintiocho años, profesor de música en las provincias, que sale conmigo a la calle y se ruboriza cuando los hombres le miran el escote. «Ama», me dice, «tengo la impresión de que tiran de mí con una correa invisible».
Y aquel otro que disfruta de la vergüenza que siente cuando, apestando a pis, lo llevo al metro a las seis de la tarde. Quiere asegurarse de que los viajeros sienten asco. Y yo se lo confirmo con una mirada elocuente: «Claro que se han dado cuenta. ¡Todos se apartan de ti! ¡Realmente apestas, deberías avergonzarte!». Y me apeo a toda prisa del metro.