Escribir un libro

Hoy he decidido que mi libro, este libro «ligeramente sangriento[27]», está terminado. Un libro es un amo, un esclavo, un amante. Las palabras que alineamos, unas a continuación de otras, son otras tantas alegrías, dolores, orgasmos y latigazos.

En él he mostrado mi corazón y mi cuerpo al desnudo, a pelo. Me he entregado al lector, el gran verdugo. No lo he escrito buscando el éxito, sino para sobrevivir. He aprendido a aceptar lo inaceptable de la vida, de esa vida, la mía, hecha sólo de sufrimientos y voluptuosidades. Me han pedido que hable más extensamente de los episodios dolorosos de mi existencia: la muerte de los míos, la de mi hijo.

Si miro hacia atrás, dejo de ser FRANÇOISE y me veo como la chiquilla de doce años que, a la muerte de su padre, ve cómo el mundo se desploma a su alrededor. Vuelvo a ser también la joven que recorre los hospitales infantiles y llora en un taxi porque lo ha entendido todo.

Me acuerdo de la playa de Saint-Tropez, y de Rudy durmiendo sobre la arena. La gente se detenía para verlo, asombrada por su belleza. Con el sol, sus cabellos se habían puesto rubios, su tez oscura; una auténtica ciruelita dorada. Un niño que salta, que ríe, que llora, nunca se broncea a los rayos de la vida tanto como un niño dormido. Yo me metí en el juego de la mamá y del niño-rey. Intentaba convencerme de que sólo se trataba de una pesadilla.

Recuerdo todo eso y no puedo contener las lágrimas. Al llegar al hospital, me entero de que la enfermera le ha roto el brazo al ponerle el pijama. Pesaba veintidós kilos. Tenía catorce años.

El día en que su vida se apagó, el 14 de julio de 1991, supe que ese drama me acompañaría hasta mi muerte. Sin embargo, esos niños viven y mueren sin llorar. Su aliento es tan débil que intentan hacerse olvidar.

He declarado la guerra a todos los tabúes, pero cuando me entero por los periódicos de que existe el tráfico de niños, no puedo admitirlo, ni siquiera concebirlo. Los sacrifican para trasplantar sus órganos a aquellos que pagan por sus muertes. ¡Algunos de estos niños viven sin los ojos que les han comprado! ¡Piedad por los niños mutilados! ¡Piedad por los niños prostituidos de Tailandia!

«Es perfectamente concebible que el esplendor de la vida se halle siempre junto a cada ser, a punto y siempre en su plenitud, pero que aparezca velado, sumido en las profundidades, invisible, lejano. Sin embargo ahí está, ni hostil, ni malévolo, ni sordo; si se le invoca con la palabra justa, por su nombre preciso, acude. En eso reside la esencia de la magia». (Kafka, Diario, 1921)

Cariñosos saludos sadomasoquistas,

Françoise