Dos días después, MARIANNE conoció al «Quebrantador». Tenía un aspecto muy trivial. Buscaba una esclava para una relación prolongada.
El Quebrantador se había presentado a través de una pareja muy simpática, descubierta en el minitel. MARIANNE se entregó a él con los ojos cerrados.
Jamás se había tropezado con tanta falta de sensualidad, tanta frialdad, tanta torpeza obscena. MARIANNE se dejó atar.
Ni por un solo instante el Quebrantador la tuvo en cuenta. La ató a la barra de la cortina con unos cordeles cortantes, y muy tirantes, que la obligaban a permanecer de puntillas. Le colocó unas pinzas dolorosas en los senos, «pinzas cocodrilo», llamadas así por sus bordes dentados, en lugar de ser de caucho.
Sólo se utilizan cuando la sesión llega a su paroxismo, cuando se conoce perfectamente a la pareja y se sabe que puede soportarlas, y que él, o ella, no caerá en el sufrimiento psíquico[7].
Al final, MARIANNE, que había soñado con el látigo en los riñones y la espalda, recibió golpes a diestro y siniestro. Incluso su rostro fue castigado por los azotes. Un consolador anal colocado brutalmente, sin la menor preparación, le desgarraba las venas. Y, de repente, lo que habría podido resultar sublime se convirtió simplemente en algo grotesco.
El amo piensa exclusivamente en su placer personal. No sabe distinguir entre los gritos de dolor y los gritos de placer… El que no entiende esto, y no sabe escuchar un cuerpo, una respiración, confunde intelectualismo con recetas.
Si bien las mezclas dolor-placer son embriagadoras, el sufrimiento nada tiene que ver con esta clase de relaciones. El sufrimiento sobreviene cuando la progresiva excitación se quiebra debido a un dolor demasiado agudo, mal dirigido.
En ocasiones la concentración del amo permite esa atención, esa escucha indispensable. Algunos amos proponen unas consignas para que se pronuncien cuando se desee no seguir adelante; aunque sean una señal evidente de falta de intelectualismo, por lo menos sirven para evitar el quebranto.
MARIANNE salió quebrantada de esta relación y se hizo una promesa: se acabó el masoquismo.