Elodie

Hombre en la vida, mujer en París, «Elodie» es un constructor que dirige una gran empresa.

—Si tus obreros te vieran, querida…

Cuando ha terminado con sus ocupaciones profesionales, cambia de hotel, se instala en Pigalle y pasa la tarde en el gabinete de una esteticista, quien le maquilla y le depila las piernas, la polla y el culo. Se convierte en la bella Elodie. Y acude al gabinete de su ama.

Lleva las piernas enfundadas en medias negras de la marca Chantal Thomass. Va siempre perfectamente conjuntado: accesorios, zapatos, bolsos, sombrero. De rojo de la cabeza a los pies, de rosa o verde almendra, a la americana como Joan Collins…

En su condición de mujer, Elodie sueña con vivir aquella fantasía maravillosamente descrita por Buñuel: convertirse en un objeto de sumisión, de obediencia y de vergüenza, ser una puta macho por una noche.

Me decidí a que Elodie hiciera la calle. Dirección: el Bois. Nos detuvimos junto a tres travestis. Les di unos cuantos billetes para animarles.

—¿Podríais encargaros un rato de esta puta? ¡No tiene ni idea y me gustaría que le enseñarais el oficio! ¡Es una inútil, no me trae ni un céntimo! Quedaos vosotras las ganancias, sólo es una aprendiza, y a una aprendiza no se le paga. ¡Os la confío!

La acogida fue frenética. Los clientes subían al coche; Elodie no paraba de chupar pollas enfundadas. El repertorio de los travestis era del más alto nivel e impresionaba a Elodie. Todo el mundo, hasta los clientes, se divertía iniciándola en el arte de las putas.

Aprovechando ese estado de sobreexcitacíón, llamé a Elodie:

—¡Sal del coche! ¡De rodillas! ¡Piernas abiertas! ¡El pecho en el suelo! Señoras, por favor, enseñadle bien el oficio del fulaneo. —Apoyé mi brillante zapato en su nuca. ¡Súbete la falda de putilla!

Elodie obedeció. Le vimos el culo y su orificio rebelde. La razón seguía obturando el ojete. Atenazando con ambas manos las nalgas, vencí su resistencia. Elodie no es más que un culo abierto. Un culo que ya no le pertenece.

Bajo mi mirada imperiosa, bajo la presión de mi tacón, ella se arquea y hunde los riñones.

Es la viva imagen de la vergüenza.

Las nalgas se separan.

El culo se abre.

El ojete está abierto.

Silencio.

Ahí está ella, al rojo vivo.

Las monedas repiquetean en los bolsos de nuestras educadoras. Resuenan en la mente de Elodie.

¡Qué comience la fiesta!

De madrugada, vi regresar a Elodie a su hotel de Pigalle. Caminaba dando tumbos, con las piernas arqueadas, borracha del placer que había acumulado y que guardaría consigo, para soñar, entre una obra y otra, al volante de su Peugeot Diesel.