Es de origen italiano, y había leído en Estados Unidos un artículo sobre mí. Viene a verme cada vez que está en París. Tiene treinta y cinco años, y la cara un poco estropeada. No es muy alto, gordito, con los músculos cubiertos de piel suave. Me gusta tocar su cuerpo. Tiene una polla preciosa, y él es sexy. Le torturo los pechos.
—Quiero que te fundas en mí. Lame mis grandes pechos. Mira qué cálidos, qué suaves, turgentes, auténticos… son senos de madre. Apoya tu cabeza sobre mis pechos. Te sentirás en paz, tranquilo. Yo voy a pinzarte los tuyos, a torturarlos hasta que llores como un niño.
—Yes, Mistress, quiero entrar en usted, en su carne, fundirme en usted y sufrir para usted.
—¿Quieres llorar?
—Yes, Mistress…
Está loco de placer.
—¿Quieres penetrar mis carnes? ¿Te follarías a tu madre, gilipollas?
—No, Mistress, pero deseo vivir en usted, alimentarme de usted. Déjeme poner la cara entre sus muslos, y luego apriéteme. Podrá exigir de mi cualquier clase de dolor.
Pegué su rostro a mi sexo. Mis muslos le oprimían el cuello. Estaba a punto de asfixiarse, y se lo veía cada vez más empalmado. Lo solté. Levitaba.
—Quiero tu dolor. Quiero que me penetres, que me des esa energía que me volverá cada vez más exigente.
—Mistress, las pinzas me provocan un dolor muy molesto. Hace más de cuarenta minutos que las llevo.
—Lo sé, y aún te pediré más. Quiero oírte gemir como un niño que se ha hecho mucho daño. Mira, voy a manosearte los pechos, tu dolor será aún más intenso.
Le obligo a conservar las pinzas en las tetillas hasta los límites de lo insoportable.
—Pego mis pechos desnudos a tus pechos pinzados. Apriétame, aplasta mis pechos contra los tuyos con todas tus fuerzas, tú mismo regularás tu dolor.
—Mistress, sus grandes pechos me ayudan. Son suaves, me calman.
La polla parece a punto de reventar. Me gusta, me complace su lado infantil. Me desnudo. Está tendido boca arriba en la cama, penetrado por un ano picket. ¡Paso mis piernas por el interior de sus muslos y meneo la grupa! El consolador, que se apoya en el colchón, a cada golpe le penetra más profundamente en el culo. Mis pechos golpean sus senos doloridos. Arde de placer.
De vez en cuando, su pene roza los labios calientes de mi sexo. Se muere de ganas de consumar el acto incestuoso, al igual que yo. Pero nada ocurre.
Me pertenece. Sólo yo poseo a la vez el aspecto físico y la intuición necesarias para entenderle y ofrecerle lo que viene a buscar en mi, como un cachorrillo.