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Cubo de datos
A estas alturas, Víctor estaba convencido de que todos en el centro de rehabilitación pensaban que estaba loco. Los enfermeros y celadores lo trataban con amabilidad, pero en el momento en que empezaba a hablar de hormigas y alienígenas y toda la interferencia en el espacio, todos adoptaban esa sonrisa falsa que decía «Sí, sí. Escucho todo lo que dices, Vico, y te creo». Lo cual era mentira. Si le creyeran, harían algo. Le devolverían sus pertenencias y lo enviarían a alguien que pudiera ayudar: un funcionario del gobierno, la prensa, el ejército, cualquiera que se lo tomara en serio y le ayudara a advertir a la Tierra. En cambio, el personal asentía y sonreía y lo trataba como si fuera un caso clínico mientras lo llevaban en silla de ruedas a sus diversas sesiones de fisioterapia y lo llenaban de inyecciones que supuestamente lo ayudarían a recuperar masa muscular.
Así que cuando le dijeron que alguien del Departamento Comercial Lunar venía a hablar con él sobre su caso, Víctor se permitió sentir esperanzas. «Por fin. Alguien con autoridad que puede ayudarme».
Entonces lo condujeron a una habitación donde lo esperaba una mujer, y todas las esperanzas de Víctor saltaron por la ventana. Era demasiado joven. No mucho mayor que él, probablemente. Una interina o recién salida de la facultad. Una don nadie en el sentido profesional.
—Hola, Víctor. Soy Imala Bootstamp.
—¿Quién es su jefe? —preguntó Víctor.
La pregunta la pilló desprevenida.
—¿Mi jefe?
—La persona a quien da cuentas. Su superior. Es una pregunta sencilla.
—¿Por qué es relevante eso?
—Es absolutamente relevante porque esa es la persona con quien necesito hablar. De hecho, necesito hablar con el jefe del jefe del jefe de su jefe. Pero como probablemente no tendrá usted acceso a esa persona, empezaré por su jefe e iremos subiendo.
Ella sonrió, se acomodó en su silla, y miró alrededor.
—Estas instalaciones parecen buenas. ¿Cuidan bien de ti?
—La cama es cómoda, pero estoy prisionero. Las dos cosas se anulan la una a la otra.
Ella asintió.
—Parece limpio al menos.
Estaban sentados a solas en una habitación completamente blanca con una pared y un techo de cristal que les permitía ver la ciudad y el tráfico de naves en lo alto.
—¿Ha estado aquí antes? —preguntó Víctor—. Trabaja con el DCL. Es trabajadora social. Todos los inmigrantes heridos vienen aquí. ¿Me está diciendo que nunca ha hecho este trabajo antes?
—Digamos que soy nueva —respondió ella.
Víctor notó que la estaba irritando. No le importó.
—Por cierto, ¿sabe quién es su jefe? —dijo—. Porque parecía bastante insegura cuando lo pregunté hace un segundo.
—Creía que era yo quien iba a hacer las preguntas.
—¿Tampoco está segura de eso?
Ella forzó una sonrisa.
—Muy bien, Víctor. Si vamos a ser completamente sinceros el uno con el otro, no, no sé quién es mi jefe. Recibí este encargo hace veinte minutos por parte de alguien que ni siquiera trabaja en Aduanas. Así que técnicamente no es mi jefe. No siquiera he estado todavía en las oficinas de Aduanas. He venido directamente desde mi trabajo anterior. Así que ni siquiera tengo un terminal de ordenador ni una mesa ni una cuenta de correo todavía. Si la puerta estuviera cerrada, no podría entrar en el edificio porque no tengo todavía anillo de acceso. ¿Te parece justo? Es mi resumen.
—Guau —dijo Víctor—. No puedo decirle cuánta confianza provoca en mí saber que la trabajadora social que me han asignado, la persona responsable de sacarme de aquí, tiene tantísima experiencia en el tema. Chico, sí que voy a dormir bien esta noche.
—Puedes cursar una solicitud para que te atienda un nuevo trabajador social, pero deberías saber que hay un retraso de tres semanas. No esperes que una persona nueva entre por esa puerta mañana.
Él se inclinó hacia delante.
—Mire, señorita Bootstamp…
—Llámame Imala.
—Bien. Imala. Estoy segura de que es una persona agradable. Y normalmente no soy un capullo, pero no es usted la respuesta a mi problema. Está tan lejos de la respuesta a mi problema que ni siquiera tendríamos que estar hablando. Le deseo lo mejor en su nuevo trabajo, pero la mejor manera de ayudarme es averiguar quién es su jefe y llevarme ante esa persona. ¿Tiene sentido?
Ella guardó silencio un momento. Luego volvió a sonreír.
—Quebrantaste la ley, Víctor. Tal vez no te lo hayan explicado con la suficiente claridad, pero entraste en la gravedad lunar en una nave tripulada sin permiso ni autorización. Un delito bastante serio. También interrumpiste ilegalmente una frecuencia gubernamental de control de vuelo. Otro serio delito.
—No sabía que era una frecuencia restringida. Intentaba…
—No he terminado —dijo ella—. Tampoco tienes pasaporte, ni certificado de nacimiento, ninguna prueba de identidad, ningún derecho a estar en esta luna. Puede que hayas quebrantado estas leyes por ignorancia, pero a la ley no le importa. Mi trabajo es revisar la ley contigo y escuchar tu caso para ver si tu situación merece una indulgencia legal basándose en circunstancias atenuantes más allá de tu control. Estas son definidas como pérdida potencial de la vida y potencial daño de propiedad de valor «significativo». Puede que no te guste el hecho de que sea nueva e inexperta. Pero soy la persona asignada a tu caso. Este es mi trabajo y voy a hacerlo. Obviamente, piensas que soy estúpida. Y al parecer no tienes habilidades sociales porque eres incapaz de ocultar el hecho de que piensas que soy estúpida. Pero ahí está el tema: no soy estúpida. Sé cómo funciona este mundo. Tú no. Conozco las leyes de comercio y aduanas. Tú no. Sé qué es necesario para ponerte en libertad. Tú no. Así que puedes hacer exigencias hasta que la cara se te ponga morada, pero nunca verás a nadie por encima de mí hasta que yo lo diga. Y ahora mismo no lo digo. Por lo que a mí respecta, tienes dos opciones: Puedes someterte a mis preguntas y posiblemente dejarme que te ayude. O puedes quedarte sentado en tu habitación hasta que expire tu período de gracia y el juez te meta en una lanzadera de vuelta adondequiera que fuese que viniste. Tú decides. Cuando vuelva mañana, puedes darme tu respuesta.
Se levantó. Y sin esperar a que él respondiera, salió por la puerta y se marchó.
«Magnífico —pensó Víctor—. No es suficiente que tenga a una don nadie. Tiene que ser una don nadie altanera». Suspiró. No estaba ayudando a la situación. Y ahora había desperdiciado otro día precioso.
La esperó al día siguiente en la misma habitación.
—Obviamente, no puedo pasar por encima de usted sin pasar por usted —dijo Víctor—. Así que hagámoslo a su manera. Y déjeme que empiece diciendo que todo lo que voy a contarle puede ser demostrado. Tengo pruebas. Todo está en mi cubo de datos, que el personal guardó con todas mis otras pertenencias cuando llegué aquí. Si quiere más pruebas, puedo decirle dónde mirar exactamente para verificar su veracidad con sus propios ojos. ¿Le parece justo?
—Por mí, bien —dijo Imala.
—¿Ha oído hablar de la interferencia en el espacio que impide todas las transmisiones?
—Todos los días en las noticias.
—Bueno, yo sé qué está causando esa interferencia. Y si puede conseguir mi cubo de datos, se lo demostraré.
Ella salió diez minutos. Cuando regresó traía una bolsa de plástico con todas las pertenencias de Víctor. Él sacó el cubo de datos, lo colocó sobre la mesa, y lo conectó, creando un holoespacio en el aire sobre el aparato.
—La interferencia la causa una astronave alienígena que viaja casi a la velocidad de la luz y viene en rumbo directo hacia la Tierra.
—¿Una nave alienígena?
—Eso es.
—¿Y viene hacia la Tierra?
—Es lo que he dicho.
—Comprendo.
—Sé que le parece una locura. Sé que cree que estoy loco. Pero mi familia me puso en una nave rápida en el Cinturón de Kuiper. A ocho mil millones de kilómetros de aquí. He pasado en esa nave casi ocho meses. Había muchas posibilidades de que no consiguiera llegar vivo a Luna. Y si sabe algo de las familias de mineros libres sabrá que simplemente no hacemos esas cosas. Protegemos a los nuestros. La familia es lo primero. Y si no sabe nada de los mineros libres, entonces ¿por qué tiene este trabajo?
—No he dicho que estuvieras loco.
—No hace falta. Está escrito en su cara. Y, sinceramente, no puedo permitirlo. Necesito que tenga una mentalidad abierta y mire estas pruebas sin haberlas descartado de antemano. No me importa lo que piense de mí. Solo me importa que la información que tengo llegue a todo el mundo en Luna y la Tierra. Eso no sucederá si hacemos esto sin que usted intente desaprobarlo.
—Te dije que escucharía, Víctor.
—Escuchar no es suficiente. Tiene que tener una mente abierta. Si juega a la burocracia y se preocupa de cómo afectará esto a su situación con ese nuevo jefe suyo, solo buscará excusas para enterrarlo.
—Recuerda, no soy estúpida —dijo Imala—. Mantendré una mente abierta. Simplemente, tendrás que confiar en mí.
Víctor no quería confiar en ella. Quería confiar en la persona que estuviera cinco o seis peldaños más arriba en el organigrama, pero qué otra opción tenía.
Se lo enseñó todo: las cartas, la trayectoria, los restos de los italianos, vídeos de su padre y Toron y él atacando la cápsula, las hormigas contraatacando ferozmente, la muerte de Toron, entrevistas con los italianos supervivientes que contaban el ataque de la cápsula a sus naves. Incluso había imágenes de Víctor modificando la nave rápida y lanzándola hacia Luna. Tardaron casi dos horas en verlo todo, y Imala permaneció en silencio todo el tiempo. Cuando Víctor terminó, permaneció en silencio unos instantes.
—Vuelve a poner la parte en que vemos a los alienígenas —dijo.
Víctor encontró el punto y lo reprodujo.
—Para ahí —dijo Imala.
Víctor congeló la imagen en el rostro de la hormiga.
Imala la contempló durante dos minutos enteros. Finalmente, miró a Víctor.
—¿Esto es una broma?
—Sí, es un gran bromazo elaborado, Imala. Fui e inventé una nave casi hiperlumínica solo para poder quedarme con usted.
—Lo pregunto, Víctor, porque me parece completamente real. No solo el alienígena, sino todo. Todos los datos. Los cálculos. Los escáneres estelares. Parece auténtico, y lo creo.
—¿Lo cree?
—Por completo. Pero si es un engaño entonces necesito saberlo ahora porque estoy dispuesta a ayudarte tanto como pueda. Y si te ayudo, y esto resulta no ser real, perderé mi trabajo, y tú y yo iremos a prisión durante mucho tiempo.
—Es real. Si puede conseguir acceso a un telescopio lo bastante potente para ver hasta tan lejos, podrá verlo con sus propios ojos.
Ella negó con la cabeza.
—Eso tardará demasiado tiempo. Los únicos telescopios de esa potencia en Luna pertenecen a Ukko Jukes. Y, créeme, no nos ayudará.
—¿Entonces llevará esto a su jefe?
—Pues claro que se lo llevaré a mi jefe. Tengo que hacerlo. Es mi trabajo. Pero no el cubo de datos original. Quiero que eso se quede contigo. Le llevaré una copia. Hoy. Justo después de salir de aquí. Pero eso no puede ser todo lo que hagamos, Víctor. No voy a poner el destino del mundo en manos de unos cuantos burócratas de Aduanas Lunares. No conozco a esta gente, y aunque los conociera no les confiaría algo así. Tristes experiencias recientes me han enseñado a no fiarme nunca de mis superiores. Así que seguiremos los canales adecuados, sí. Empezaremos a hacer rodar la pelota de esa forma. Pero también lo haremos a nuestro modo. Difundiremos la noticia a nuestra manera. Ahora. Inmediatamente.
—¿Cómo? ¿Acudimos a la prensa?
—No. No será lo bastante rápido. El mundo no ve las noticias lunares. Quiero decir ahora mismo, Víctor. Subiremos este vídeo del alienígena a las redes. Ahora mismo. Conseguiremos que la gente de todo el mundo vea este vídeo en menos de una hora.
—¿Cómo vamos a hacer eso?
Ella sacó su holopad del bolso, lo colocó sobre la mesa, y copió el vídeo del cubo de datos de Víctor a su propio holoespacio. Usando su punzón, seleccionó una parte del vídeo donde aparecía el alienígena atacando a Víctor, su padre y Toron en la cápsula y lo hizo a un lado. Luego seleccionó otros trozos de vídeo. El interior de la cápsula fórmica. Los restos de las naves italianas. Relatos seleccionados y aterradores de los supervivientes italianos. Entonces creó varios marcos con información adicional, incluyendo coordenadas, trayectoria, y otros datos de Edimar. Cuando terminó, lo reprodujo todo. Tenía poco más de cinco minutos de extensión.
—No podemos hacerlo demasiado largo —dijo—. O la gente no lo verá.
—Es bueno —repuso Víctor—. Tiene la longitud justa.
Ella empezó a mover el punzón en el holoespacio, recuperando varias ventanas diferentes.
—Hay unos veinte sitios importantes donde podemos subirlo. Todos tienen un montón de tráfico. Otros sitios lo verán y lo recogerá. Se convertirá en viral.
—¿Con qué rapidez?
—No lo sé decir. Supongo que muy rápido. Cuando coja impulso, estallará. ¿Quieres decirle al mundo entero que vienen los alienígenas? Esta es tu oportunidad. —Le tendió el punzón. Las ventanas en el holoespacio estaban todas seleccionadas. Veinte sitios de vídeos en las redes. Un gran botón verde en el centro del holo estaba marcado como «enviar». Todo lo que tenía que hacer era tocarlo.
Víctor pensó en su padre y en su madre y en Concepción y en Mono y en todos los de la Cavadora rezando para que llegara este momento. Para esto había venido y casi había muerto. Para esto había muerto Toron. Pensó en Janda. Pensó en su mano sobre la suya, sujetando también el punzón. Pensó en los dos mil millones de personas de la Tierra que iban a recibir la llamada de alerta de sus vidas.
—Será mejor que esto funcione —dijo Víctor. Y entonces extendió la mano y pulsó el botón.