15
Avisos
Víctor se reunió con el Consejo en la fuga dos días más tarde después de que la búsqueda de más supervivientes resultara infructuosa. Quiso acompañar al grupo para buscar a Janda, pero Concepción le pidió a su padre y a él que rebuscaran entre los restos todo el material que pudiera ser útil. Era difícil, pero si podían encontrar suficientes repuestos para construir un transmisor de línea láser podrían restaurar las comunicaciones de largo alcance de la nave. Su padre dijo que encontrar lo que necesitaban sería como hallar una aguja en un pajar que hubiera sido hecho pedazos y esparcido por todo un condado, pero accedió a hacerlo de todas formas. Cuando Víctor y él regresaron con las manos vacías, Concepción convocó una reunión del Consejo.
Los nueve italianos supervivientes que habían quedado atrapados en el pecio asistieron también. Permanecían agrupados a un lado, el horror de su experiencia todavía era evidente en sus rostros. Ninguno había resultado herido de gravedad en el ataque de la cápsula, pero parecían de todas formas gente rota. Semanas antes, cuando los italianos atracaron con la Cavadora, estos estaban llenos de canciones y risas y vida. Ahora eran como fantasmas de las personas que fueron, silenciosos y solemnes y apesadumbrados. Durante los dos últimos días habían esperado pacientemente el regreso del grupo de búsqueda, desesperados por recibir noticias de sus seres queridos perdidos. Pero los dos días terminaron en decepción, y ahora la esperanza a la que pudieran aferrarse era fina como un papel.
—Voy a dar por terminada la búsqueda de supervivientes —dijo Concepción.
Jeppe, un italiano mayor que se había convertido en el portavoz de los supervivientes, se opuso.
—Tiene que haber sitios que no hayamos buscado —dijo.
—No los hay —contestó Concepción—. Por doloroso que esto es, y lo sé bien, todos debemos aceptar los hechos y pasar página.
—¿Y los cadáveres? —preguntó Jeppe—. No podemos dejarlos ahí fuera.
—Podemos y lo haremos —dijo Concepción—. Harían falta semanas para realizar con seguridad la recuperación, y ya nos hemos quedado aquí demasiado tiempo. En otras circunstancias estaría de acuerdo, pero estas no son circunstancias normales. Tenemos que ponernos en marcha. Os recuerdo que hay tres miembros de mi propia familia entre los muertos que no han sido recuperados. Todos estamos haciendo sacrificios.
Se refería a Toron, Faron y Janda. Los mineros no encontraron el cadáver de Janda en su búsqueda, y ahora que la habían dado por terminada, no lo haría nadie. Víctor sintió una punzada de culpa cuando vio a Toron en su mente, muriendo allí en la cápsula, suplicándole que encontrara a su hija.
Concepción continuó hablando.
—Nuestra principal misión ahora es advertir a la Tierra y Luna y a todos en los cinturones de que esa nave casi lumínica viene. La cápsula es una prueba indudable de que la nave es alienígena y que la especie que la pilota tiene intenciones aviesas. Si tuviéramos un transmisor de línea láser podríamos enviar un aviso de inmediato, pero, de momento, no tenemos ninguna comunicación de largo alcance fiable. La radio funciona, pero sin una línea láser dudo que podamos enviar un mensaje desde esta distancia con precisión. Sugiero que fijemos rumbo hacia la Estación de Pesaje Cuatro y tratemos de avisarlos cuando nos acerquemos. Entonces podremos utilizar su transmisor de línea láser para enviar un aviso desde allí.
—De acuerdo —dijo Dreo—. Pero enviar el mensaje vía línea láser no es seguro. No podemos contar con que nuestro mensaje llegue. Seguimos estando muy lejos de la Tierra. Cualquier mensaje que enviemos en esa dirección tendrá que pasar por varias manos y estaciones relé antes de que llegue a la Tierra. Si el mensaje no se transmite, si se detiene en algún lugar de la cadena, se muere ahí. Sucede continuamente. Ya sabéis cómo funcionan esas estaciones relé. Las corporaciones y las cuentas de pago reciben prioridad. Sus mensajes se transmiten primero. Los ordenadores lo hacen de manera automática. Nosotros somos mineros libres, los despojos del espacio, palurdos ignorantes. Los encargados de la estación apartan nuestros mensajes y solo los envían cuando el servidor tiene espacio disponible.
—Etiquetaremos el mensaje como emergencia —dijo Concepción—. Lo marcaremos como máxima prioridad.
—Naturalmente —dijo Dreo—. Pero es lo que hace todo el mundo. Algunos clanes marcan sus mensajes como emergencia con la esperanza de que les den prioridad y los envíen rápidamente. Créeme, cuando trabajaba para las corporaciones tenía que tratar todo el tiempo con esas estaciones relé. Entre el setenta y el ochenta por ciento de las líneas láser que se envían cada día están etiquetadas como emergencia, aunque la mayoría no lo son. «Emergencia» no significa nada.
—Pero tenemos una abrumadora cantidad de pruebas —dijo el padre de Víctor—. Las imágenes de la cámara del casco demuestran que la cápsula tenía imágenes de la Tierra. El Ojo nos ha dado montañas de datos para sugerir que la nave se mueve en esa dirección. Tenemos testigos oculares de que la cápsula atacó sin provocación. Incluso tenemos imágenes de las mismas hormigas. Nadie puede refutar eso.
—Claro que no, pero nadie sabrá nada de eso hasta que abran el mensaje —repuso Dreo—. Cosa que esas estaciones relé no harán. E incluso en el remoto caso de que alguien abra el mensaje, podrían descartar la poca evidencia que vean como un engaño o simplemente como un error nuestro equipo. Y si piensan eso, harán algo más que no transmitirlo: lo borrarán.
—Haces que parezca inútil —dijo la madre de Víctor.
—Estoy siendo realista. Os estoy contando cómo funciona el sistema.
—Implicaremos a otros clanes y familias —dijo el padre de Víctor—. Les diremos dónde mirar en el espacio profundo, algo que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo. Haremos que todo el mundo repare en la nave alienígena. Quien tenga un escáner celestial tan bueno como nuestro Ojo detectará la nave y enviará un mensaje de aviso a la Tierra. Tal vez si construimos una red de avisos, si hacemos suficiente ruido, algo logre pasar.
—Tal vez —contestó Dreo—. Probablemente. Pero ¿de cuánto tiempo disponemos antes de que llegue al Cinturón de Kuiper? ¿Seis meses? ¿Un año?
—Le he pedido a Edimar que nos haga un informe —dijo Concepción—. Nos pondrá al día de la posición y trayectoria de la nave. ¿Edimar?
El grupo se hizo a un lado y Edimar avanzó. Era la primera vez que Víctor la veía desde la muerte de Toron. Parecía exhausta y pequeña. Víctor se compadeció de ella. Había perdido a su padre y su hermana en pocas semanas. Y ahora, sin Toron, tenía la abrumadora responsabilidad de ser la única oteadora de la familia. Su cara era inexpresiva, y Víctor supo que estaba haciendo lo que hacía siempre: enterrar su dolor, contenerlo todo, dejar a todo el mundo fuera.
—Como se ha mencionado —dijo—, ahora sabemos con cierto grado de certeza que la trayectoria de la nave la lleva a la Tierra. Podría cambiar se velocidad en cualquier momento, pero según su actual ritmo de deceleración, llegará a la Tierra dentro de poco más de un año.
Hubo un murmullo de preocupación entre el Consejo.
—Respecto a cuándo alcanzará el Cinturón de Kuiper —continuó Edimar—, obviamente tenemos mucho menos tiempo. He revisado los datos una y otra vez y parece que la nave estará relativamente cerca de nosotros dentro de menos de cuatro meses.
Todos empezaron a hablar al mismo tiempo, alarmados. Fue algo ruidoso y caótico y Concepción llamó al orden.
—Por favor. Silencio. Dejad que Edimar termine.
Las conversaciones remitieron.
—Ni siquiera podremos llegar a la Estación de Pesaje Cuatro a tiempo —dijo alguien al fondo.
—Probablemente tengas razón —contestó Edimar—. He hecho los cálculos. La nave estelar probablemente pasará junto a la Estación de Pesaje Cuatro antes de que lleguemos allí.
—¿Pasar junto a la estación? —dijo Dreo—. ¿Quieres decir que las dos estarán cerca?
—No chocarán —contestó Edimar—. Hay pocas posibilidades de eso. La Estación de Pesaje Cuatro estará a cien mil kilómetros de la trayectoria de la nave. Debería ser una distancia segura.
—En términos espaciales relativos, no es tanta distancia —dijo la madre de Víctor—. Es solo un cuarto de la distancia de la Tierra a la Luna. Demasiado cerca para sentirnos cómodos. Tenemos que actuar ya. Inmediatamente. Tenemos que avisar a la estación de pesaje lo antes posible.
—Pero tenemos que ser claros con el aviso —dijo Dreo—. Sabemos bastante de la cápsula, pero menos de la nave. Como, por ejemplo, su tamaño. ¿Sabemos siquiera qué tamaño tiene?
—No exactamente —dijo Edimar—. Se dirige hacia nosotros, así que no sabemos su longitud. Solo podemos detectar su proa. Pero incluso eso es grande. Al menos un kilómetro de diámetro.
Esta vez la reacción en la sala fue un silencio aturdido.
Víctor pensó que Edimar se había equivocado al dar la cifra. ¿Un kilómetro? Se refería a la anchura de la nave, no a su longitud. No podía ser correcto. ¿Qué podía ser tan grande?
—Todos podéis volver a comprobar mis cálculos —dijo Edimar—. Espero que podáis demostrar que estoy equivocada. Pero no será así. Yo misma no lo creí hasta que lo comprobé por quinta vez. Esta nave es grande.
«Y llena de criaturas como las que mataron a Janda y Toron y los italianos —pensó Víctor—. ¿Cuántas criaturas podían caber en una nave de ese tamaño? ¿Miles? ¿Decenas de miles? ¿Y qué había de las cápsulas y otras naves armadas? ¿Cuántas cápsulas podían caber en una nave de un kilómetro de anchura?».
Comprendió que enviar una línea láser no era suficiente. Dreo tenía razón. Un aviso podría pasar, pero no con la velocidad necesaria, en cualquier caso. Un montón de cosas podían salir mal, y entonces sorprenderían a la Tierra desprevenida. «Necesitamos un plan de contingencia —se dijo—. Necesitamos un modo de llevar las pruebas a la Tierra y ponerla en las manos adecuadas lo antes posible. Necesitamos que una persona en la Tierra presente las pruebas a la gente que importa, a los que toman las decisiones, a los líderes políticos, a las agencias gubernamentales». Era la única forma en que serían tomados en cuenta.
Entonces todo quedó claro para él. Comprendió en ese momento lo que tenía que hacer.
—Una nave rápida —dijo.
Todos se volvieron hacia él.
—Tenemos que enviar una nave rápida a Luna. La línea láser es un enfoque que debemos llevar a la práctica, pero no debería ser el único. Si Dreo tiene razón, hay demasiadas posibilidades de que el mensaje no pase. No podemos arriesgarnos. Hay demasiado en juego. Necesitamos un segundo modo de avisar a la Tierra.
—¿Qué estás sugiriendo? —preguntó Concepción—. ¿Que pongamos todas las pruebas en un cubo de datos y enviemos el cubo en una nave rápida a Luna?
—Si solo ponemos un cubo de datos en la nave, probablemente pasará desapercibido —dijo Víctor—. Todas las naves rápidas van directamente a los muelles mineros. No pasan por manos humanas. Y aunque alguien se fije en el cubo, no podemos estar seguros de que esa persona reconozca su significado y lo ponga en las manos adecuadas. Lo que estoy sugiriendo es que enviemos el cubo de datos con un escolta. Que alguien viaje en la nave rápida a Luna con todas las pruebas y luego consiga pasaje a la Tierra para entregarlas a la gente que tiene que verlas.
Hubo una pausa y todos se quedaron mirándolo.
—No puedes hablar en serio —dijo Selmo.
—Víctor —dijo Concepción—, pilotar una nave rápida en una misión de rescate con propulsión de atraque es una cosa. Hacerlo hasta Luna es otro cantar. La nave rápida no está diseñada para albergar a un pasajero.
—Puedo arreglarlo —respondió Víctor—. Puedo construir un asiento y cubrir la carlinga con escudos para bloquear los rayos cósmicos y la radiación solar. Puedo hacer que sea segura. La bodega de carga es bastante grande para albergar baterías y uno de los tanques de aire grandes. Y los trajes ya han sido diseñados para comer y eliminar residuos. Solo es cuestión de apilar los suministros necesarios.
—Ese viaje dura seis meses —dijo Selmo—. ¿Estás proponiendo que alguien viaje en una nave rápida durante seis meses?
—Una carga completa de mineral tarda seis meses —corrigió Víctor—. Una nave rápida con solo un pasajero y equipo tardará mucho más. No querrías acelerar y decelerar tan rápidamente con un humano dentro. Demasiada fuerza g. Siete meses o así es probablemente más preciso.
—¿Quieres atar a alguien entre dos cohetes de espacio profundo y lanzarlo como una bala a Luna? —dijo Selmo—. Es una locura. ¿Quién estaría tan chalado como para hacer un cosa así?
—Yo mismo —respondió Víctor.
La habitación quedó en silencio. Todos lo miraron. Ninguno se movió. Para sorpresa de Víctor, su madre no parecía alarmada. Su rostro, en vez de sorpresa o desacuerdo, mostró una aceptación dolorida, como si hubiera estado esperando este momento, como si hubiera sabido todo el tiempo que Víctor iba a proponer una cosa así, aunque la idea acababa de ocurrírsele. No le había dicho nada de su necesidad de marcharse, de cómo su amor por Janda le hacía imposible quedarse así. Pero por la expresión de su cara, su madre de algún modo lo sabía ya.
Le pediría disculpas más tarde en privado por sugerir marcharse sin consultarlo primero con ella y con su padre. Pero supo, incluso mientras lo consideraba, que si se le hubiera ocurrido la idea de antemano, no se la habría mencionado a ellos primero. No porque no los respetara o porque pensara que pondrían objeciones, sino porque significaría admitir ante su cara que los dejaba, cosa que sabía que les rompería el corazón.
Pero ¿no era más cruel hacerlo ahí, delante de todos, donde sus padres no podían contestar al asunto como lo harían en privado? No. Porque aquí podían dejar a un lado las emociones. Aquí, en presencia de todos, era más fácil pensar en la necesidad superior.
—Sé que es peligroso —dijo Víctor—. Sé que de hecho parece casi imposible. Pero si puede hacerse, ¿no estamos moralmente obligados a hacerlo? No podemos fiarnos de un único método de advertencia, sobre todo uno tan incierto como una línea láser dirigida a la Tierra. Necesitamos una reserva. Hay todo tipo de consideraciones, lo sé. No tendría grebas ni fuga ni gravedad simulada. Así que la atrofia muscular es una preocupación, igual que la densidad ósea, y el volumen sanguíneo. Pero si alguien va a intentar un viaje como ese y poner tanta tensión en un cuerpo debería ser yo. Soy joven. Estoy sano. Estoy en la flor de la vida. Además, nací en el espacio. Tengo ventaja sobre aquellos que sois mayores y nacisteis en la Tierra y cuyos cuerpos han tenido que ajustarse. Más importante, sé hacer reparaciones. Si le sucede algo a los cohetes o los escudos, puedo arreglarlos. Nadie conoce las naves rápidas mejor que yo.
—No podemos permitirnos dejar marchar a Vico —dijo Dreo—. Es un mecánico demasiado valioso.
—No podemos permitirnos no dejarme marchar —respondió Víctor—. Hasta ahora, todo lo que sabemos sobre esa nave sugiere que es una amenaza, tal vez para toda la raza humana. Esto es más grande que la Cavadora, más grande que todos nosotros. Mi padre sabe más que yo de esta nave. Si algo se rompe, él puede arreglarla. Y tenéis también a Mono. Es pequeño, pero increíblemente capaz. No podemos seguir pensando qué es lo mejor para nosotros. Ahora se trata de la Tierra, de nuestro hogar.
Nunca había llamado hogar a la Tierra antes, no en voz alta al menos. Nadie lo hacía, ni siquiera aquellos que habían nacido allí. La Cavadora era su hogar. El Cinturón de Kuiper lo era. Pero nadie le discutió. Todos estaban de acuerdo en su profunda lealtad para con la Tierra.
—Tiene razón —dijo Concepción—. Si Vico puede demostrar que es posible un vuelo con la nave rápida, por el bien de la Tierra deberíamos hacerlo. Sugiero que partamos de inmediato hacia la Estación de Pesaje Cuatro mientras Víctor prepara una de las naves rápidas. Cuando esté preparada, deceleraremos lo suficiente para lanzarlo y continuaremos hacia la estación. Si hay alguna objeción o alguna idea mejor, oigámoslas ahora.
La tripulación guardó silencio. La madre de Víctor permaneció callada, mirando a Concepción. Su padre le puso una mano en el hombro.
—Entonces en marcha —dijo Concepción.
En la bodega de carga, Víctor trabajó durante dos semanas en la nave rápida. Construir los escudos fue la parte más difícil. Como no iba a intentar ninguna entrada atmosférica, podía hacer los escudos tan gruesos como fuera necesario, lo cual era bueno. Le preocupaba que los rayos cósmicos penetraran los escudos e interactuaran con el metal para formar neutrones radiactivos, así que cuanto más gruesos mejor. Sin embargo, no se detuvo ahí. También instaló tanques de agua por todo el interior de la carlinga para crear otra capa de protección. Luego introdujo equipo de detección de radiaciones y placas blindadas adicionales por si necesitaba hacer ajustes en ruta.
Mono ayudó, naturalmente, haciendo soldaduras sencillas y trabajos de corte, mientras intentaba convencerlo de que debían permitir que lo acompañara.
—¿Y si resultas herido? —preguntó Mono una mañana—. ¿Y si le pasa algo a tu traje? Necesitas a alguien que te ayude.
—No se me ocurre nadie mejor que me acompañe, Mono. Pero no puedes venir. Es demasiado peligroso.
—¿Por qué es demasiado peligroso para mí pero no es demasiado peligroso para ti?
—Es peligroso para mí. Pero yo soy más grande. Mi cuerpo puede soportar más castigo.
—Soy duro —dijo Mono, ofendido—. Puedo soportar el castigo.
—No tiene nada que ver con la dureza —dijo Víctor—. Es más bien cosa del tamaño y la estructura del cuerpo. Solo tienes nueve años. Y, créeme, no es el tipo de viaje al que uno quiera ir de todas formas. Será enormemente aburrido. ¿Sabes lo que es estar castigado en tu habitación durante un día?
—Es un castigo cruel y poco habitual.
—Cierto. Intenta hacer eso durante doscientos veinte días. Nada de fiestas de cumpleaños. Ni Navidad. Ni jugar con los amigos. Ni tiempo para estar con tus padres. Ni reparaciones curiosas en la nave. Ni explorar. Ni postre ni galletas ni comilonas. Ni siquiera podré masticar mi comida. Tendré que sorber una papilla vitamínica a través de una pajita en mi casco.
Mono hizo una mueca.
—Qué asco. Odio esa bazofia.
—Tú y yo, los dos —dijo Víctor—. Y la comeré a diario durante siete meses. Sin aliño, sin untarla en pan para que sea tolerable, sin mezclarla con avena azucarada, solo papilla pelada y mondada. Además tengo que llevar un catéter y otro aparato tan repugnante que ni siquiera voy a explicarte qué es ni cómo funciona. Basta decir que no será cómodo. Luego está el castigo. Mis huesos se volverán más finos y susceptibles de romperse. Mis músculos se debilitarán. Mis vértebras se abrirán. Mis discos se llenarán de fluido y me producirán dolores de espalda. Posiblemente el volumen de mi sangre se reducirá; tal vez los depósitos de calcio de mis huesos se debilitarán, y probablemente se acumularán en mis riñones y acabarán formando piedras; fatiga; por no mencionar posible impotencia por exposición a la radiación.
—¿Qué es impotencia?
—Significa que no podré tener hijos. Pero espero que no sea el caso. Por eso tenemos los escudos y los tanques de agua. Lo que quiero decir es que no será una fiesta.
—Pero estarías conmigo —dijo Mono—. Al menos sería divertido.
Víctor sonrió.
—Créeme, Mono. Te hartarías de mí. Estoy seguro de que yo mismo me hartaré de mí.
Mono agachó la cabeza y empezó a llorar.
—No quiero que vayas, Vico. No quiero que te pongas enfermo.
Víctor soltó sus herramientas y se acercó flotando a Mono.
—Eh, sesos de mono. Voy a estar bien. Lo estoy exagerando todo. Isabella tiene todo tipo de píldoras para que me las vaya tomando por el camino y aliviarán gran parte de la incomodidad. No voy a enfermar. Puede que necesite pasar algún tiempo en el gimnasio cuando llegue para recuperar los músculos, pero estaré bien.
—Pero ¿y si te cogen las hormigas?
—Las hormigas no van a cogerme, Mono. No van a coger a ninguno de nosotros. Por eso corremos a avisar a todo el mundo, para que nadie resulte herido.
Víctor quiso decirle a Mono que regresaría pronto y que los dos volverían a ser un equipo cuando todo esto hubiera terminado. Mono continuaría siendo su aprendiz. Aprenderían juntos el resto de la nave. Inventarían cosas, construirían cosas, repararían cosas.
Pero no dijo nada de eso porque sabía que no era cierto. No volvería. Probablemente nunca.
—La Cavadora te necesita aquí, Mono. Mi padre te necesita. Cuando me marche tendréis que hacer más reparaciones por aquí. Él contará contigo para las pequeñas chapuzas. No puede hacerlo todo. Escúchalo. Es el mejor mecánico del Cinturón. Te enseñará mucho más sobre esta nave que yo.
—No quiero que nadie más me enseñe sobre la nave. Quiero ser tu aprendiz. —Mono rodeó con sus brazos el cuello de Víctor y lloró en su hombro.
A lo largo de los días siguientes su padre ignoró su trabajo en otras partes de la nave y se pasó el tiempo en la bodega de carga ayudando a Víctor y Mono a hacer los preparativos finales de la nave. Su madre puso excusas para estar aquí también, haciendo trabajitos en la nave rápida para que fuera lo más cómoda posible. Su padre inspeccionó el trabajo de Víctor y amablemente señaló unos cuantos fallos. Los dos seleccionaron entonces las herramientas adecuadas y se pusieron a trabajar juntos. Aquello recordó a Víctor todos los años que había pasado como aprendiz de su padre, siguiendo sus instrucciones por toda la nave y tendiéndole herramientas cada vez que su padre las necesitaba. Su padre era entonces indestructible en lo que a Víctor atañía. No había máquina en el universo que no pudiera reparar. E incluso ahora que Víctor era mayor y todas las debilidades de su padre resultaban absolutamente obvias, Víctor seguía sintiendo hacia su padre el mismo asombro, aunque ahora el respeto de Víctor no nacía de la capacidad de Segundo para arreglar cosas, sino de su capacidad para amar, su disposición para hacer cualquier sacrificio por Víctor y su madre y la familia. Podía verlo ahora. Sus padres estaban haciendo el mayor sacrificio de sus vidas. Por doloroso que fuera para ellos verlo marchar, de algún modo sabían que sería más doloroso para él si se quedaba.
Víctor se marchó a la mañana siguiente. Casi toda la familia vino a despedirlo. La nave rápida estaba preparada en la cámara estanca, tras haber pasado la meticulosa inspección de Segundo. Todos los suministros fueron subidos a bordo y asegurados. El traje modificado de Víctor, que varias de las mujeres habían preparado siguiendo las instrucciones de Isabella y Concepción, le quedaba mejor de lo que podría haber esperado. Advirtió el catéter y los otros artilugios incómodos que tenía que llevar, pero le pareció que eran más manejables de lo que esperaba.
Isabella lo abrazó y le hizo prometer que tomaría sus píldoras y seguiría la dieta que había esbozado. Víctor llevaba el casco bajo el brazo, y Bahzím y los otros mineros le dieron golpecitos para desearle buena suerte.
Edimar lo abrazó.
—Llega a salvo a la Tierra, Vico. Cuando los humanos maten a todas las hormigas, quiero saber que fuiste tú quien los avisó.
A continuación vino Concepción.
—El cubo de datos está en la nave —dijo—. No dejes que nadie te ignore porque eres joven. Aunque llevas pruebas abrumadoras, va a ser difícil encontrar a alguien que te escuche. Eres un minero libre. Has nacido en el espacio. Son dos pegas que encontrarás en Luna. No te rindas. Busca alguien en quien puedas confiar y sigue tus instintos.
—Haré todo lo que esté en mi mano —respondió Víctor.
Su madre lo abrazó y le dio una pequeña tarjeta de datos para su palmar.
—Esto es de parte de tu padre y mía. No lo veas hasta dentro de un mes.
Víctor no la cuestionó.
—Lo prometo.
—Te quiero, Vico. Si no fueras tan listo y lleno de recursos como eres estaría muerta de miedo. Pero si alguien puede lograrlo, eres tú.
—Yo también te quiero, madre.
Su padre lo envolvió en sus largos y gruesos brazos.
—Estoy orgulloso de ti. No corras riesgos. Tu objetivo es llegar vivo a la Tierra. Sé listo. Cada vez que tengas que tomar una decisión pregúntate qué haría tu madre y luego hazlo. Que yo sepa, no ha cometido un error todavía.
Su madre sonrió.
Unos bracitos rodearon la cintura de Víctor, y Mono lo miró.
—Te estaré esperando, Vico. Cuando vuelvas, conoceré esta nave mejor que tú.
Víctor sonrió y le revolvió el pelo.
—No lo dudo, sesos de mono.
No se entretuvo después. Entró en la cámara estanca y se metió en la carlinga. Dos mineros con trajes especiales retiraron los arneses de anclaje, abrieron la compuerta, y lo empujaron al exterior.
Todo quedó en silencio. Antes de amarrarse, Víctor se permitió una última mirada hacia la Cavadora. La compuerta ya estaba cerrada. Mientras seguía mirando, la nave inició su lenta aceleración hacia la Estación de Pesaje Cuatro.
Estaba solo. Miró la tarjeta de datos que su madre le había dado y la introdujo en la rendija situada a un lado de su palmar. En la pantalla apareció el icono, pero no lo pulsó. Comprobó y volvió a comprobar sus mangueras y accesorios. Hizo un barrido con el contador Geiger y no encontró signos de radiación, aunque no lo esperaba, no tan pronto en el viaje. Apartó el artilugio y se amarró. El relleno de gel del asiento era denso y maleable. Cuando los cohetes se encendieran, se apretaría contra él como un puño en una masa de pan. Fue revisando su palmar y encontró el programa de lanzamiento hacia Luna. Había visto a los mineros iniciar el programa incontables veces antes, cuando enviaban los cilindros. Los cohetes aceleraban rápidamente, mucho más rápido de lo que podía soportar un humano. Víctor ya había investigado los niveles de tolerancia humana y había alterado el programa para menguar la aceleración y reducir las ges. Pero cuando su dedo flotó sobre el botón de lanzamiento, se preguntó si había reducido los cohetes lo suficiente. Necesitaba acumular velocidad tan rápidamente como pudiera, pero también debía de tener cuidado. No se había entrenado para esto. Su cuerpo no estaba preparado. Redujo un poco más los parámetros de la aceleración, solo para asegurarse, y luego pulsó el botón.
El programa se inició. Los cohetes se encendieron. La nave avanzó, lentamente al principio. Entonces los cohetes aumentaron su potencia y la nave rápida despegó. Víctor se sintió aplastado contra el asiento y supo inmediatamente que había calculado mal. Debería haber reducido más los parámetros. El rostro se le aflojó. Sintió el cuerpo pesado. Quiso coger el palmar pero la mano no le obedecía. Empezó a experimentar visión de túnel. Notó la laringe constreñida. Iba a morir. Dos minutos de viaje e iba a morir. Pensó en Janda y se preguntó si la vería después de esta vida. Su madre creía en estas cosas, pero Víctor no estaba tan seguro. Esperaba que fuera cierto, naturalmente. No quería otra cosa sino ver a Janda de nuevo. Peo no ahora. Todavía no.
Su mente quedó en blanco.
Luego todo se volvió negro.
Despertó algún tiempo después, el cuerpo ingrávido. La nave se movía a una velocidad increíble, pero ya no aceleraba. No más ges: esta era una velocidad de crucero. Víctor sacudió la cabeza y parpadeó, sintiéndose como un idiota por su error. No era un buen augurio para el éxito del viaje. «Casi me mato desde el principio. Magnífico».
Parpadeó de nuevo. Ya no parecía que sus ojos se le estuvieran clavando en el fondo del cráneo. Notaba la garganta despejada y libre. Sentía todo el cuerpo entumecido, como si todos sus músculos estuvieran dormidos por falta de circulación, como probablemente fuera el caso. Le dolía la cabeza. Se sentía mareado y desorientado.
Necesito un seguro, comprendió. Si tengo que decelerar y acelerar, no puedo arriesgarme a desmayarme y perder de nuevo el control. Pensó en los sensores biométricos que tenía repartidos por todo el cuerpo monitorizando sus constantes vitales y se preguntó por qué nunca se le había ocurrido conectarlos a las operaciones de la nave. Había sido una estúpida falta de previsión. Esbozó rápidamente un sencillo programa en su palmar que le dijera a la nave que decelerara si su ritmo cardíaco o tensión sanguínea caían por debajo de ciertos niveles. A continuación diseñó un programa que le hiciera preguntas de forma periódica, para que identificara un número tal vez o volviera a teclear una palabra. Si no podía hacerlo, si había perdido sus facultades mentales por algún motivo, la nave deceleraría hasta que se recuperase.
«Pero ¿y si no me recupero? —pensó—. ¿Y si estoy muerto? Si muero entonces la nave decelerará y se quedará aquí y no llegará nunca a Luna». Eso no serviría. Sería mejor llegar siendo un cadáver con un cubo de datos que no llegar nunca. Alteró el programa para que en el caso de que su monitor cardíaco indicara línea plana durante al menos veinticuatro horas, los cohetes aceleraran al máximo y llevaran su cadáver y, lo más importante, el cubo de datos a Luna lo más rápidamente posible.
A lo largo de las semanas siguientes, aceleró y deceleró de vez en cuando solo para entrenar su cuerpo para soportar las fuerzas, aumentando la velocidad de aceleración y deceleración un poco más cada vez. Se desmayaba a menudo, pero la nave respondía bien y deceleraba cada vez que eso sucedía, permitiéndole recuperarse con rapidez. Al cabo del tiempo pudo permanecer consciente durante dos horas de aceleración rápida. Luego tres. Luego cuatro.
En otras áreas no le iba tan bien. Comer se había convertido en un martirio. Víctor había asumido que acabaría por aceptar la papilla vitamínica, que comerla se volvería tolerable simplemente por costumbre. Pero no fue así. En cualquier caso, la papilla se volvía más repugnante con cada comida, y tuvo que obligarse a comer mientras contenía las ganas de vomitar.
Una de las ideas de su padre resultó de gran ayuda. Le había sugerido llevar una burbuja de escotilla para inflarla periódicamente en una superficie plana dentro de la nave rápida. Con Víctor dentro y con la burbuja llena de aire, Víctor podía salir brevemente de su traje para limpiarle los tubos y cepillarse los dientes y lavarse la piel y hacer todo lo que era necesario para mantenerse higiénico.
El mayor desafío del viaje, aún más terrible que la tensión física o la comida o el reducido espacio de la nave, era el absoluto aburrimiento. Había asumido que cargar su palmar de libros y grabaciones y juegos y puzles sería suficiente para estimular su mente durante siete meses, pero aquí también se equivocó. A medida que se acercaba al mes de viaje, su mente regresaba continuamente al mensaje que le había dejado su madre. Pensó en abrirlo antes de tiempo (¿qué diferencia habría, de todas formas?), pero siempre decidió en contra. Había hecho una promesa.
Estaba tan ansioso de algo diferente, tan desesperado por una pausa en la monotonía que le costó trabajo dormir la noche antes de abrir el mensaje. Al final se quedó dormido, y cuando despertó, pulsó el icono. Su padre había instalado un accesorio de holopad en el palmar, y la cabeza de su madre apareció en el holoespacio. Lo alzó y lo giró hacia él para que pareciera que ella lo miraba directamente. Incluso antes de que hablara, Víctor se sintió más solo y más aislado que en toda su vida. Todavía le faltaban seis meses y ya odiaba esta existencia.
—Llevas un mes de viaje, Vico —dijo su madre—. Y probablemente estarás ya deseando que se acabe. Aguanta, Viquito. Cada vez que te sientas solo, mira este mensaje. Sabes que tu padre y yo estamos pensando en ti y rezando por que llegues a salvo. Estamos orgullosos de ti, y sabemos que estarás bien.
La madre hizo una pausa para recuperarse. Su voz había empezado a quebrarse. Tragó saliva y volvió a hablar con su tono de siempre.
—Pero no hemos hecho este mensaje por eso. Eres mi hijo, Vico. Mi único hijo, la luz de mi vida, así que quiero que sepas que lo que voy a decir lo digo porque te amo y quiero lo mejor para ti. No vuelvas. No regreses a la Cavadora. Bajo tu asiento encontrarás un disco con códigos de acceso a una cuenta que tu padre y yo hemos preparado para ti. No es mucho, pero es todo lo que tenemos. Concepción ha donado también sus ahorros. Usa ese dinero para matricularte en una universidad en la Tierra después de dar el aviso. Tu mente es demasiado valiosa para malgastarla en el Cinturón, Vico. Puedes hacer grandes cosas, pero no aquí, no con nosotros. —Su madre lloraba ahora—. Siempre te querré. Haz que estemos orgullosos.
El mensaje terminó. Su madre desapareció. Lo estaban liberando. Le daban un modo de seguir adelante. Se había preguntado qué haría y dónde iría después de haber dado el aviso, y ahora tenía su respuesta. La sensación de soledad lo abandonó. Se sintió renovado, decidido. Podría soportar seis meses más. Por sus padres y por la Tierra, podría soportarlo.