14
Cápsula
Ante la holomesa del puente de mando, Concepción contemplaba uno de los MG cortando entre los restos de la nave italiana. Los mineros enviaban desde el exterior imágenes en directo al holoespacio que tenía delante. Todos los que trabajaban en el puente de mando estaban reunidos en torno a la capitana, los rostros tensos de preocupación. Por su parte, Concepción hacía cuanto podía para parecer tranquila y bajo control, aunque por dentro se sentía tensa e impotente. Remover los escombros con un láser era correr un riesgo increíble. Si el pecio se agitaba o rotaba de forma inesperada mientras estaban cortando, aunque solo fuera levemente, el láser podría cortar hasta el habitáculo donde esperaban los supervivientes, y entonces rompería las paredes herméticas y matarían a todos los que estaban dentro en cuestión de instantes.
Concepción se estremeció ante la idea. Sería una muerte cruel, todavía más horrible porque la gente atrapada en el interior creía ahora que iban a ser rescatados. Justo cuando llenamos sus corazones de esperanza, la cagamos y les producimos una muerte más terrible y traumática de la que habrían sufrido si no hubiéramos llegado a venir.
«Pero no, los restos no se moverían», se dijo. Los mineros tomaban todas las precauciones posibles. Habían establecido cables de sujeción y dos largos pilones que se extendían desde la Cavadora hasta el pecio, para sujetarlo e impedir que se perdiera en el espacio. Era un procedimiento precario, sí, pero estaban haciendo todo lo que podían para proteger a esa gente atrapada en el interior.
El láser terminó un corte, y la sección cortada se soltó y se perdió flotando. Hubo un audible suspiro de alivio por parte de la tripulación, y unos cuantos incluso aplaudieron y se abrazaron unos a otros. Concepción permaneció silenciosa e hierática. El trabajo distaba mucho de estar terminado, y había aprendido por triste experiencia a no celebrar nada prematuramente. Todavía no estaban fuera de peligro. Lo que le había hecho esto a los italianos seguía ahí fuera.
El rayo láser dejó de cortar. Los mineros conectaron los tornos y tiraron de los cables, haciendo girar el pecio hacia una posición diferente como preparativo para el segundo corte. Como el pecio era inestable y tenía cables de conexión vital conectados y gente dentro, los mineros no se apresuraron. Rotaron el pecio lentamente, cuidando de no sacudir ninguno de los cables. Concepción comprendió ahora lo largo y tedioso que sería el proceso: cortar y rotar y cortar y rotar hasta que hubieran reducido la figura lo suficiente para que cupiera por la compuerta.
Le aliviaba saber que Víctor, Segundo y Toron estaban ahí fuera continuando la búsqueda. El trabajo con la perforadora láser no había detenido las labores de rescate.
Naturalmente, enviarlos a los tres en la nave rápida no la tranquilizaba tampoco. En cualquier otra circunstancia no habría corrido ese riesgo, sobre todo con los dos únicos mecánicos de la tripulación. Si les sucedía algo, ¿quién mantendría la nave operativa? Mono no. Era demasiado joven, demasiado inexperto. Apenas había tenido tiempo de aprender lo fundamental, si acaso. «Tendría que haber tenido eso en cuenta antes de autorizar la misión», pensó. Había sido un acto de descuido. Pero ¿qué podría haber hecho? Solo Víctor sabía pilotar la nave rápida, y Segundo no le habría dejado ir sin acompañarlo.
El láser empezó a cortar de nuevo.
Concepción observó un instante, entonces su palmar vibró. Se lo llevó al oído y respondió.
La voz de Edimar sonó apresurada y llena de pánico.
—Viene de regreso —dijo—. La cápsula. Ya está cerca y se mueve rápido. Tenemos unos veintiocho minutos antes de que llegue a la nube de escombros.
Concepción saltó hacia la holomesa y pasó la mano a través del holoespacio. Las imágenes de vídeo desaparecieron.
—Muéstramelo —dijo.
La gente retrocedió, advirtiendo su alarma.
—¿Qué ocurre? —preguntó Selmo.
Una gráfica del sistema con puntos de luz apareció en el holoespacio. Una luz estaba marcada como «la Cavadora». Otros puntos de luz más pequeños alrededor de la nave representaban los escombros. Concepción los ignoró y se concentró en cambio en un punto lejano a un lado, solo en el espacio. Mientras lo observaba, una línea creada por el ordenador que representaba la trayectoria de la nave se extendió desde el punto a través del holoespacio y se posó directamente sobre la Cavadora.
La tripulación se quedó mirando en silencio. Todos sabían lo que significaba.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Selmo.
—Menos de veintiocho minutos —respondió Concepción.
—Todo el mundo a sus puestos —dijo Selmo—. ¡Moveos!
Selmo se quedó junto a Concepción mientras la tripulación corría a sus puestos. Dreo entró desde el pasillo y voló a la holomesa. Venía del nido del cuervo. Concepción habló por el palmar.
—Sigue el avance de la cápsula, Edimar. Si cambia de velocidad o trayectoria notifícamelo inmediatamente. —Finalizó la llamada y se volvió hacia Dreo y Selmo—. ¿Cuáles son nuestras opciones? —preguntó.
—Es difícil decirlo —contestó Selmo—. No sabemos contra qué nos enfrentamos. No sabemos casi nada de esta cápsula.
—Sabemos que destruyó a los italianos —dijo Dreo—, uno de los clanes mejor defendidos del Cinturón. Sabemos que la muerte de los italianos no fue un accidente. La cápsula destruyó cuatro naves, no solo una. No podemos interpretar que fue un error. Los aniquiló. Fue una matanza intencionada.
—De acuerdo —coincidió Selmo—. Pero no sabemos si nos consideran a nosotros una amenaza también.
—Viene derecha hacia nosotros —dijo Dreo—. No viene a jugar una partida de cartas. Probablemente piensa que somos parte de los italianos. Y por algún motivo consideró que los italianos eran una amenaza. No sabemos por qué, pero probablemente sea sensato asumir que los italianos no la provocaron. Sería una tontería. Los italianos no se pondrían en peligro. Actuarían con cautela. Lo cual sugiere que esta cosa los mató indiscriminadamente. Pero creo que esa no es ni siquiera la pregunta que tenemos que responder. El «por qué» es ahora irrelevante. Necesitamos saber el «cómo». ¿Cómo los aniquiló? ¿Cuáles son sus capacidades armamentísticas? Mirad los restos. Las piezas no están cortadas limpiamente. Los filos no son rectos. No parece obra de un láser. Parecen explosiones, como si algo hubiera reventado las naves. ¿Cómo hizo eso? Y, lo más importante, ¿cómo nos defendemos contra ello?
—Tal vez no podamos —respondió Selmo—. A menos que la cápsula atacara y destruyera a los italianos increíblemente rápido, los italianos habrían respondido al fuego. Les habrían lanzado a la cápsula todo lo que tenían. Sin embargo sus armas, que son mucho más potentes que las nuestras, al parecer tuvieron poco efecto o ninguno sobre esta cosa. ¿Qué nos hace pensar que podríamos vencerla cuando los italianos no pudieron?
—¿Entonces qué sugieres? —preguntó Dreo—. No podemos huir. La cápsula es demasiado rápida. Nos alcanzaría fácilmente. Además, huir solo dificultará nuestra defensa o alcanzarla con los láseres.
—Si la cápsula cree que estamos con los italianos, si somos enemigos por asociación —dijo Selmo—, entonces tal vez deberíamos salir de la nube de escombros. Si nos distanciamos de este lugar, la cápsula podría dejar de relacionarnos con los italianos y dejarnos en paz.
—Si salimos de la nube, quedaremos expuestos —dijo Concepción—. Los escombros son ahora mismo la mejor defensa que tenemos. Nos proporcionan cobertura y es probable que despisten a los sensores de la cápsula.
—Si es que tiene sensores —comentó Dreo.
—Ahí llevas razón —dijo Concepción—. Necesitamos información sobre esa cápsula, y los únicos que pueden proporcionárnosla son los supervivientes que están dentro del pecio.
Marcó una orden en su palmar y llamó a Bahzím, que supervisaba los trabajos en el exterior. Cuando respondió, le contó la situación y le preguntó si había algún modo de hablar con los supervivientes.
—La única forma de comunicarnos con ellos es por medio de la pizarra de luz —dijo Bahzím—. Nosotros escribimos y ellos nos dan respuestas sencillas, asintiendo con la cabeza o escribiendo palabras en el cristal de la escotilla, letra a letra.
—No tenemos tiempo para eso —dijo Dreo—. Mira, estos supervivientes lastran nuestra capacidad de maniobra. No podremos movernos con rapidez por el campo de escombros si estamos atracados a un enorme resto de naufragio. Son un albatros. Odio ser quien lo diga, pero tenemos que pensar en soltarlos.
—En modo alguno —dijo Concepción.
—Podríamos volver y recogerlos cuando se haya terminado —propuso Dreo.
—No pueden sobrevivir sin nosotros —dijo Selmo—. Les estamos suministrando oxígeno.
—Pensad —dijo Dreo—. Son nueve perfectos desconocidos. ¿Estamos dispuestos a ponernos en peligro y arriesgarlo todo por gente que no conocemos?
—No son desconocidos —respondió Concepción—. En el momento en que empezamos a ayudarlos se convirtieron en parte de esta tripulación. Fin de la discusión. Selmo, que los mineros retiren los pilones y acerquen el pecio con los cables. Eso nos dará más movilidad. Dreo, contacta con la nave rápida. Que Víctor, Segundo y Toron vuelvan aquí de inmediato.
Dreo vaciló, como si quisiera seguir discutiendo, pero luego se dirigió a su puesto.
Concepción se volvió hacia Selmo.
—Necesitamos una posición defensiva mejor. Nos quiero detrás de un gran trozo de pecio si hay alguno. Luego pon a nuestros mejores hombres en nuestros cinco mataguijarros.
—Puede que no sea suficiente —dijo Selmo.
—Tendrá que serlo —contestó Concepción.
Víctor flotaba en la nave rápida, contemplando el gran y retorcido resto de naufragio que tenía al lado. Había pasado una hora desde que su padre y Toron habían entrado en aquella escotilla, y estaba a punto de volar hasta el pecio para investigar. Justo cuando empezaba a desenrollar cable para improvisar una línea de seguridad, un voz chisporroteó en la radio.
—Nave rápida, aquí la Cavadora. Si podéis oírnos, responded. Repito. Víctor, Toron, Segundo, si podéis oírnos, responded.
Víctor soltó el cable. La Cavadora estaba utilizando la radio, lo que significaba una de dos cosas. O bien la nave había determinado que la radio no era lo que había atraído a la cápsula, o la cápsula ya no suponía una amenaza. Una voz diferente sonó en el casco de Víctor.
—Cavadora, aquí Segundo, copiamos. Cambio.
Víctor se relajó. Era su padre. No parecía herido.
—Aquí Toron también —dijo Toron.
Víctor tragó saliva, recuperándose.
—Y Víctor. Estoy aquí también. Cambio.
—Volved a la nave inmediatamente —dijo Dreo—. La cápsula viene de regreso.
El alivio de Víctor al oír la voz de su padre desapareció en un instante. No estaban preparados para la cápsula: tenían cinco mataguijarros. Los italianos tenían unos veinticinco, y la cápsula los había barrido. Su padre empezó a hacer preguntas, y Dreo compartió lo que sabía.
—No podemos volver inmediatamente —dijo el padre de Víctor—. Toron y yo estamos todavía dentro de uno de los pecios. Vamos a regresar a la nave rápida, pero pasarán diez minutos antes de que la alcancemos. No volveremos con vosotros a tiempo. No nos esperéis. Si necesitáis huir o moveros a otra parte, hacedlo. Os alcanzaremos más tarde si podemos.
—A Concepción no le gustará eso —dijo Dreo.
—No tiene mucha elección —contestó Segundo.
La Cavadora desconectó. Víctor pulsó su interruptor: si la nave había abandonado el silencio radial, no había necesidad de que él lo cumpliera ahora.
—Padre, ¿qué ha ocurrido?
La voz de su padre sonó solemne.
—Encontramos a Faron poco después de entrar. Estaba muerto. Había un montón de gente aquí, Vico. Nadie sobrevivió. Tuvimos que abrirnos paso cortando entre unos escombros pesados en uno de los pasillos para llegar al fondo de los restos. Sabíamos que tardaríamos un rato, pero lo hicimos de todas formas. No hubo suerte.
Víctor no dijo nada. Faron. Muerto. Dentro de este pecio. Eso significaba que era la Vesubio, la nave de Janda; significaba que si iban a encontrarla, probablemente estaría aquí. Faron se habría quedado cerca de ella, la habría protegido. Sin embargo, su padre y Toron no la habían encontrado. Si lo hubiera hecho, su padre lo habría dicho.
Víctor comprendió que no iban a encontrarla. Nunca. Había sido improbable desde el principio, pero Víctor todavía se había aferrado a la esperanza. Ahora esa débil posibilidad había desaparecido. Alejandra estaba muerta. Nueve supervivientes era más milagro de lo que podrían haber esperado.
Su padre y Toron salieron por la escotilla. Desinflaron la burbuja y volaron de regreso a la nave rápida. Toron parecía abatido cuando volvió a la carlinga. Víctor lo miró y vio que había llegado a la misma conclusión que él: Janda había muerto.
La voz de Concepción sonó por la radio.
—Nos hemos movido a una posición más defensiva, pero no vengáis si tenéis suficiente aire. La cápsula casi está aquí, y puede que estéis más seguros donde os encontráis. Hemos conseguido hacer llegar una línea de comunicación a los supervivientes, y hemos aprendido más cosas de contra qué nos enfrentamos. Los supervivientes creen que el calor atrae a la cápsula. Se detuvo en su posición y permaneció allí durante horas sin hacer nada. Los italianos intentaron comunicarse con ella, pero la cápsula no respondió. Entonces, sin provocación, voló a la parte de popa de una de las naves, se aferró a ella con unos brazos de arpeo, y empezó a sondear los motores de la nave con perforadoras finas y largas, casi como agujas. Las perforadoras entraron «como un cuchillo a través de la mantequilla», dijeron, casi sin encontrar ninguna resistencia. La cápsula trabajó de manera sistemática, como si buscara algo. La primera nave reventó antes de que nadie supiera qué sucedía. Al principio los italianos pensaron que la cápsula había plantado un explosivo, pero parece que sondear los motores fue lo que causó la detonación. Por eso los escombros parecen reventados. Voló desde dentro. En cuanto a la cápsula, no mostró ningún daño visible. Ni siquiera las perforadoras aguja. Las otras naves dispararon sus láseres, pero la cápsula se movió rápidamente hacia los motores de la segunda nave y repitió el proceso. La nave recibió varios impactos directos, pero una vez más no hubo daños. O bien está protegida con escudos o su casco es impermeable a los láseres. Puede que no nos ataque, pero si lo hace, la destruiremos. Bahzím tiene un equipo de mineros fuera con herramientas de penetración. Si se posa sobre nuestros motores, la haremos pedazos.
—¿Tenía otras armas? —preguntó el padre de Víctor.
—Ninguna que los italianos pudieran detectar. Solo las perforadoras de aguja. También es mucho más pequeña de lo que pensábamos. Tal vez una cuarta parte del tamaño de la Cavadora. Los italianos cree que está diseñada para entrar y salir de la atmósfera, aunque probablemente no con una gravedad muy fuerte, a juzgar por sus motores y diseño. Podría aterrizar y partir de, digamos, la Tierra, pero podría tener problemas en Júpiter. Es pura conjetura, de todas formas, y no necesariamente valiosa.
—Cualquier cosa es valiosa —dijo el padre de Víctor. Dio rápidamente su propio informe y comunicó que habían encontrado el cadáver de Faron, pero ningún superviviente.
—Lamento oír eso —dijo Concepción—. Cuando destruyamos la cápsula y hagamos las reparaciones necesarias, si acaso, reemprenderemos la búsqueda. Mientras tanto, mantened la posición. Si no tenéis noticias después, venid a nosotros. Puede que no podamos contactar con vosotros, y probablemente os necesitemos para las reparaciones. —Hizo una pausa, y añadió—: Que Dios os proteja.
—Y a ustedes también —dijo el padre de Víctor.
La radio guardó silencio, y nadie habló durante un momento.
—Concepción no cree que vayan a sobrevivir al ataque, ¿verdad? —preguntó Víctor.
—Creo que no —respondió su padre—. Y tiene todos los motivos para pensar así. Los italianos intentaron detener la cápsula y no pudieron. Eliminó a sus cuatro naves, y todos lucharon desesperadamente hasta el final.
—La Cavadora no tiene ninguna posibilidad —dijo Toron—. Esa cápsula recibió fuego láser. Impactos directos. No podemos dejar que alcance la nave.
—¿Qué sugieres? —preguntó Segundo.
—Bahzím tiene un equipo fuera con herramientas perforadoras. Nosotros tenemos las mismas herramientas aquí. Separadores, cizallas, rociadores de frío. Estamos más cerca de la cápsula que ellos. Vendrá desde esta dirección. Cuando pase, nos colocamos detrás y la atacamos desde popa. Tendremos que hacerlo ligeramente desde un lado para evitar sus impulsores, pero golpeamos su casco, salimos, nos anclamos a lo que podamos, y destruimos con las herramientas todo lo que se mueva. Tal vez podamos desmantelar esos brazos prensores o las perforadoras aguja. Si la lisiamos lo suficiente, no podrá infligir ningún daño.
—Va a ser movidito —dijo el padre de Víctor—. Si nos desviamos al acercarnos, aunque sea un poco, la perderemos por completo. —Se volvió hacia Víctor—. Acabas de aprender a pilotar esta cosa, Vico. ¿Puedes hacerlo? ¿Podemos alcanzarla?
Víctor parpadeó. Iban a atacar a la cápsula. Solos. Con equipo de rescate.
—Tendría que hacer algunos ajustes al programa para tener más impulsión: no podremos alcanzarla con nuestra velocidad actual. Tendremos que ir mucho más rápido. Pero incluso así, no tendré sistema de guía. Será como disparar con un arco, siendo nosotros la flecha. Si apunto bien, y juzgo bien nuestra velocidad, podría funcionar. Pero será mayormente a ojo. El desafío será asegurarnos al casco cuando la alcancemos. ¿Cómo nos anclamos? Tendremos que aferrarnos al casco el tiempo suficiente para salir de la nave con las herramientas.
—Déjame eso a mí —dijo su padre—. Tú preocúpate por colocarnos en posición de atacar —conectó la radio—. Cavadora, aquí Segundo. Dadme la localización exacta, trayectoria y velocidad de la cápsula basándoos en nuestra posición actual.
—¿Qué estáis planeando? —preguntó Concepción.
—Un poco de sabotaje —respondió el padre de Víctor—. Podríamos causar algunos daños antes de que os alcance. Y no discutas con nosotros. Sabes que tiene sentido táctico, y vamos a hacerlo lo apruebes o no. Simplemente tendremos más posibilidad de éxito si nos ayudáis.
Concepción respondió después de una pausa.
—Selmo os dará las coordenadas. Tened cuidado, Segundo. Necesito con vida a mis dos mejores mecánicos y mi oteador.
—Necesitas con vida a todos a bordo de la Cavadora —respondió Segundo.
Selmo les dio las coordenadas. Los números significaban poco para Víctor. Pero para Toron, que era oteador, las coordenadas eran un segundo lenguaje que hablaba con fluidez. Incluso sin instrumentos, usando solo la posición de las estrellas alrededor, Toron sabía exactamente de dónde vendría la cápsula. Le dio direcciones a Víctor, que hizo girar la nave rápida y los internó entre los escombros, serpenteando a un lado y a otro hasta que Toron estuvo seguro de su posición. Víctor disparó los retros y se posó en una zona de sombra tras un gran pedazo de naufragio.
—Vendrá de aquí —dijo Toron, haciendo un gesto con el brazo para indicar la trayectoria que esperaba.
Víctor rotó la nave rápida para que apuntara en la dirección para interceptar la cápsula en cuanto pasara. Toron escrutó con su visera ampliada al máximo, estudiando el cielo para localizar la cápsula, a la espera. El padre de Víctor trabajaba furiosamente tras él, haciendo garfios para los cables. Usando las cizallas, cortó barras de las paredes de la nave rápida y las dobló con otra herramienta hidráulica, improvisando un garfio.
Unos minutos después Toron la vio.
—Allí —dijo, señalando.
Víctor entornó los ojos y amplió su visera. Al principio no vio nada. Los restos nublaban su visión, y la luz del sol a través de los escombros era tenue y cargada con largas sombras que mantenían sus inmediaciones sumergidas en la oscuridad.
Entonces la vio. O al menos vio un atisbo, allí a lo lejos, tras un puñado de escombros, avanzando hacia ellos.
Entonces los escombros menguaron, y la cápsula entera apareció a la vista. El corazón de Víctor se encogió. Era una nave, sí, pero con sus garfios y sus perforadoras aguja ya extendidos parecía más bien un insecto de liso caparazón. Lo que la estuviera pilotando desde dentro no podía ser humano. Su forma no era para los humanos. Parecía demasiado estrecha de cuerpo. ¿Y qué era eso que tenía en el morro? ¿Un impulsor? Por primera vez en su memoria, Víctor se sintió mecánicamente inútil. Siempre había podido mirar otras naves y saber solo por su forma y la colocación de sus sensores y motores cómo volaba y funcionaba. Incluso naves de las que no había leído nada y cuyos diseños eran completamente extraños para él, incluso esas las podía entender si las miraba lo suficiente.
Excepto esta. No se parecía a nada que hubiera visto antes. Si no estuviera volando por el espacio delante de él, si hubiera visto solo una imagen en las redes, no habría creído que fuera una nave. No habría creído que existiera siquiera.
«La Cavadora no puede detenerla —comprendió—. Concepción no está preparada para esto. Nada lo está».
—¿Qué demonios es eso? —dijo Toron.
—No importa —dijo Segundo—. No tenemos que comprenderla. Solo tenemos que detenerla. Comprobad vuestros arneses de seguridad. Cercioraos de que vuestros cables son seguros. Si no estáis anclados y resbaláis, se acabó. Esta nave estará en movimiento. Usad los imanes de manos y botas. Colocaos un par de imanes más en las rodillas. Permaneced lo más planos posible. Arrastraos, no caminéis. Toron, cuando nos posemos, saca las herramientas. Atacaremos primero las perforadoras aguja y los brazos prensores. —Segundo alzó la mano y conectó la cámara de su casco. Iba a grabarlo todo—. Puedes lograrlo, Vico. Espera a que la cápsula pase. Luego colócate al lado y pósate en su superficie.
«Sí —pensó Víctor—. Posarme en su superficie. Qué sencillo». Solo posar una nave rápida (que no había sido pensada para tener piloto, ni para albergar gente, y operaba con rudimentarios controles de vuelo) en un objetivo alienígena móvil. Fácil.
Víctor vio a la cápsula acercarse. Deceleró mientras se hundía en la nube de escombros, aunque seguía moviéndose más rápido de lo que a Víctor le parecía seguro para un campo de escombros. Debía ser increíblemente ágil, pensó. Debía de poder cambiar de dirección rápidamente. Y mientras lo consideraba, sucedió. La cápsula cabrioló y giró para evitar un trozo de residuo y luego regresó a su trayectoria previa con agilidad inhumana. De nuevo, como un insecto volador, zigzagueando a un lado y atrás con facilidad. ¿Cómo iba a posarse en algo que podía cambiar de dirección tan rápido?
Pasaron diez segundos. La cápsula se acercó más, haciéndose más grande. Durante un acuciante momento, Víctor pensó que venía directamente hacia ellos, que los había visto moverse entre los escombros y había decidido atacarlos. Pero no, reducía velocidad para virar a un lado. Estaban junto a su trayectoria, no en ella.
Finalmente, pasó de largo, a menos de cien metros de su posición, estilizada y escurridiza y veloz.
Víctor pasó el dedo por la pantalla de su palmar, y la nave rápida salió disparada hacia delante. Antes había diseñado un dial para aumentar la propulsión deslizando simplemente el dedo sobre la pantalla, pero en cuanto la nave arrancó, supo que había calculado mal: aceleraban demasiado rápido. Había pretendido empezar lento y acelerar al final, pero ahora era demasiado tarde para eso. Tendría que confiar en los retros para frenar en los momentos finales antes del impacto.
La nave rápida aceleró, sin apuntar a la cápsula, sino al espacio por delante, donde Víctor esperaba que las dos naves se encontraran. Sabía que tenía que alcanzarla en el momento justo. Si llegaba tarde, podían toparse con los impulsores traseros de la cápsula, y se quemarían con el calor o la radiación que se emitiera allí. Demasiado pronto y se pondrían directamente delante de camino de la cápsula, para ser aplastados por la subsiguiente colisión. Era el centro de la cápsula o nada. Y un ángulo no demasiado brusco o simplemente rebotarían o, peor, chocarían con tanta fuerza que se matarían instantáneamente.
Víctor mantuvo la mirada fija en el punto de intercepción. La cápsula estaba a su derecha, ligeramente por delante de ellos. Iban demasiado rápido, advirtió. Iba a pasarse de largo.
—Vamos a toda pastilla —dijo—. Agarraos a algo.
Disparó los retros a un cuarto de potencia. Las correas alrededor de su pecho se tensaron mientras sentía que su cuerpo era lanzado hacia delante con la súbita deceleración. Entonces justo cuando pensaba que habían frenado lo suficiente, liberó los retros, golpeó la propulsión, y se lanzaron de nuevo hacia delante. Víctor esperó un momento más y entonces apagó la propulsión. Ahora iban en una rápida deriva, cerniéndose sobre la nave.
Tres segundos más. Luego dos. Uno.
El impacto fue duro, y el cuerpo de Víctor se sacudió de nuevo contra las correas. Inició de nuevo la propulsión para impedir rebotar, pero pudo sentir que la nave se desviaba ya. Vio pasar volando el cuerpo de su padre, y por un instante pensó que había sido expulsado de la nave. Pero no, su padre se había lanzado hacia delante, usando la velocidad y la fuerza del impacto para librarse de la nave rápida, y se abalanzó hacia la nave rápida. Dos cables se desenrollaron tras él, y su padre alzó el garfio que tenía en la mano. Golpeó la superficie de la cápsula y enganchó el garfio alrededor de la base de uno de los largos brazos prensores. Su cuerpo se agitó, todavía lleno de impulso: habría salido despedido al espacio de no ser por el cable sujeto a su arnés de seguridad, que se tensó y lo llevó de vuelta a la superficie de la cápsula.
El cable sujeto al garfio se tensó a continuación, y la nave rápida volvió hacia la cápsula como un péndulo, golpeando con fuerza contra el costado de la otra nave. Durante un instante, Víctor se sintió mareado y desorientado, luego tiró de sus correas, liberándose, y salió a rastras. Puso las botas magnéticas en el casco y se alivió al sentir que quedaban sujetas al metal. Toron lo siguió, con parches magnéticos en las manos, arrastrándose hacia la cápsula con dos cizallas hidráulicas atadas a la espalda.
Víctor agarró el extractor de calor, y avanzó arrastrándose. Toron se situó a su lado. Los escombros volaban por encima. Llegaron junto a Segundo. Toron le tendió una de las cizallas, y el padre de Víctor se puso a trabajar y conectó las hidráulicas. Habían apuntado a los perforadores, pero Segundo estaba agarrado a un brazo prensor, y se puso a trabajar allí primero. Los dientes de la sierra mordieron el metal, pero no calaron. Lo intentó de nuevo, probando un ángulo distinto, pero una vez más no hubo ningún efecto.
—No puedo atravesarlo —dijo—. El metal es impermeable.
—¿Qué hacemos? —dijo Toron.
—Vico, pon el extractor de calor en la base de este brazo. Absorberemos su calor. La congelación la volverá quebradiza.
Víctor actuó con rapidez, sujetando la garra del extractor de calor en torno al estrecho brazo prensor. Entonces controló el medidor mientras el calor del brazo bajaba rápidamente.
—Ya vale —dijo su padre después de diez segundos—. Suéltalo.
Víctor soltó la garra y retiró el extractor. Su padre atacó al instante el punto congelado con las cizallas. Esta vez las cizallas mordieron, pero en vez de rasgarse, el metal se agrietó, se astilló y luego se quebró. Todo el brazo prensor se soltó y se quedó flotando un momento en el espacio antes de que su padre lo retirara de la nave.
«Un brazo menos. Quedan tres. Y las perforadoras».
—Ese otro —dijo su padre, indicando el brazo prensor que se encontraba a dos metros a su derecha. Víctor empezó a arrastrase hacia allí, siguiendo a su padre, deslizando los imanes de su rodillas por la lisa superficie, manteniéndose agachado y asegurado sobre la cápsula. Un atisbo de movimiento en su visión periférica lo detuvo. Se volvió hacia el morro de la cápsula y vio abrirse una escotilla. Emergió una figura con un traje de presión y un casco. No era humana. Tenía tres cuartas partes el tamaño de un ser humano, con un doble grupo de brazos y un par de piernas. Los seis apéndices se pegaron a la superficie mientras la criatura se arrastraba con increíble velocidad, corriendo hacia ellos, con una manguera de aire detrás.
Víctor no pudo moverse. Todo su cuerpo estaba rígido de miedo.
La criatura se detuvo, alzó la cabeza, y los miró. Víctor vio entonces su cara. No era exactamente un insecto: había piel y pelaje y musculatura. Pero parecía una hormiga. Grandes ojos negros. Boca pequeña, con pinzas y protuberancias como dientes. Dos antenas superciliares que se inclinaban hacia delante sobre su rostro.
—Son hormigas —dijo Toron.
La criatura movió la cabeza, mirando su equipo. Entonces, al ver que Víctor tenía la pieza más grande y quizá más amenazante, el extractor de calor, la hormiga se lanzó hacia Víctor con el primer grupo de brazos levantado.
Víctor gritó. Y justo antes de que los brazos lo agarraran, el extremo romo de un par de cizallas golpeó a la hormiga en un lado de la cabeza, derribándola a un lado. Era Toron.
—¡Ayuda a tu padre! ¡Yo la contendré!
La criatura se deslizó y cayó de la nave, girando en el espacio. Sin embargo, su manguera de aire se tensó y aguantó con firmeza, y pronto la hormiga se recuperó y subió por la manguera como si fuera un poste y volvió a la superficie de la cápsula. Toron corrió a la manguera y la cortó con un rápido movimiento de cizalla. El aire brotó de la manguera, y la criatura se lanzó contra Toron, clavándolo a la superficie.
Víctor se movió para intervenir, pero su padre fue más rápido, se le adelantó arrastrándose y se abalanzó contra la criatura.
—Coloca el extractor en ese brazo prensor —gritó el padre—. ¡Ahora!
Víctor se dirigió al brazo y cortó la garra de la base. Puso la potencia al máximo y absorbió tanto calor como pudo. Miró a su padre y Toron y vio que la criatura había desaparecido, expulsada de la nave por uno de ellos. Toron estaba de espaldas, los imanes de sus rodillas vueltos, sujetando la parte inferior de su cuerpo contra el casco. El padre de Víctor estaba arrodillado sobre él, agarrando el estómago del traje de Toron.
—Víctor. Ayúdame —dijo.
Víctor corrió y vio de inmediato que Toron estaba malherido. La parte delantera de su traje, sobre el abdomen, estaba rasgada y ensangrentada. Segundo intentaba desesperadamente mantener cerrado el traje. Toron tosía sangre en el casco, y sus ojos no enfocaban.
—¿Qué hago? —preguntó Víctor.
—Tenemos que sellar el traje. Deprisa.
Víctor abrió la bolsa que llevaba para buscar la cinta.
Todos los trajes tenían un sistema de seguridad interno en caso de rotura: unas correas se cerraban y anillos de gomaespuma estanca se inflaban dentro del traje para sellar la zona pinchada e impedir una fuga de oxígeno. Sin estos selladores de emergencia, se perdía rápidamente toda la presión del aire y morías entre quince y treinta segundos. El problema era que los sellos no eran nunca perfectos. El aire siempre se escapaba, a veces rápidamente, a veces despacio, pero siempre encontraba un modo de hacerlo. En todo caso, los selladores están diseñados para darte unos cuantos minutos extra para poder entrar en la nave antes de asfixiarte o tus fluidos corporales empezaban a hervir. La cinta podía sellar el pinchazo si el agujero era lo bastante pequeño, pero no era una solución óptima, sobre todo en un pinchazo tan grande como el de Toron.
Víctor encontró la cinta y pulsó el mecanismo lateral para eyectar una tira de adhesivo de un palmo.
—Ponla aquí —dijo su padre—, donde tengo los dedos. Deprisa.
El traje estaba húmedo y rojo, y la cinta no se adhería debido al fluido.
—Primero tenemos que detener la hemorragia —dijo Víctor—. Tenemos que aplicar presión a la herida.
—Está perdiendo ahora.
—Morirá desangrado si sellamos el traje —dijo Víctor.
Una mano agarró el brazo de Víctor. Era Toron.
—Encuentra a mi hija. Sigue buscando. Asegúrate de que no muera en vano.
—No vas a morir. Vamos a llevarte de regreso —dijo Víctor, aunque sabía que no era cierto.
Toron trató de sonreír.
—No lo creo.
—Pon la mano en la herida y sujeta —le dijo su padre a Víctor—. Intentaré sellar tu mano dentro del traje.
Toron volvió la cabeza hacia Segundo.
—Siempre intentando arreglar las cosas, ¿eh, primo? Esto está incluso por encima de tus habilidades. —Tosió de nuevo, y dio un respingo, y luego jadeó de dolor. Segundo le sostuvo la mano. El dolor pasó, y cuando Toron volvió a hablar, su voz era forzada y débil—. Salva a la nave —dijo—. Salva a Lola y Edimar. Prométeme eso.
—Lo prometo —dijo el padre de Víctor.
—Fui duro con Edimar. Fui un mal padre.
—Deja de hablar —dijo Segundo suavemente.
Toron volvió a dar un respingo.
Su padre le tendió a Víctor las cizallas.
—Corta el brazo prensor.
Víctor vaciló. No quería dejar a Toron.
—Hazlo ahora, Vico.
Víctor se puso en movimiento, arrastrándose por la superficie. Soltó la garra del extractor de calor. El metal estaba resquebrajado y quebradizo. Conectó las cizallas, y el segundo brazo prensor se rompió.
—No te pares —dijo su padre—. Elimina una de las perforadoras de aguja a continuación. No importa lo que pase, sigue. Rompe todo lo que puedas.
Una segunda figura surgió de la escotilla. El padre de Víctor tenía en otro par de cizallas en la mano. Se abalanzó contra la criatura, agachado, embistiendo con las cizallas. Víctor llegó a la perforadora. Era más estrecha que el brazo prensor. La rodeó con la garra y esperó a que el extractor de calor hiciera su trabajo. Miró hacia el lado y vio a su padre luchando contra la criatura: seguía atacando con la cizalla, pero la criatura esquivaba fácilmente los ataques. Si Víctor no ayudaba, la criatura pronto vencería.
Víctor miró de nuevo el extractor. Había terminado. Quitó rápidamente la garra y empleó la cizalla. La perforadora se soltó y Víctor la hizo a un lado antes de volverse a mirar a su padre. La criatura estaba fuera de la nave, colgando en el espacio del extremo de su manguera, inmóvil, el cuerpo destrozado por la cizalla. Su padre avanzó arrastrándose y cortó la manguera, aislando a la criatura de la nave.
—¿Estás herido? —le preguntó Víctor.
Su padre parecía sin aliento.
—No. Continúa.
Víctor se dirigió a la siguiente perforadora. La congeló. La cortó. La alejó de un empujón.
Se acercaban a la Cavadora. Víctor pudo verla a lo lejos. Su padre estaba en la escotilla, mirando hacia el interior. Era un agujero pequeño, demasiado estrecho para sus hombros.
—Hay otro dentro —dijo.
Segundo introdujo la cizalla. Hubo un forcejeo. Sus brazos se agitaron a izquierda y derecha. La criatura tenía una fuerza increíble, y por un momento Víctor temió que los imanes que anclaban a su padre a la superficie de la nave cedieran y Segundo fuera arrojado al espacio.
Pero los imanes aguantaron, y Segundo continuó abalanzándose hacia delante, feroz y rápido.
Finalmente, la lucha cesó. El padre de Víctor resopló y tosió. Parecía exhausto.
—Está muerto —dijo. Iluminó con una linterna el agujero—. Creo que esto es la carlinga. No veo otra forma de entrar en este habitáculo excepto a través de esta escotilla. No hay puertas. Ni puntos de acceso. Creo que estos tres eran la única tripulación.
Víctor se arrastró hacia él.
—Tenemos que detener la cápsula si podemos. ¿Ves algún control?
—Veo un montón de diales y palancas. Y unas cuantas pantallas, pero solo muestran imágenes. No hay datos. No hay texto escrito, ni símbolos, ni instrucciones, nada que sugiera medidas o coordinadas o direcciones. No hay marcas de lenguaje ni símbolos. Nada. Yo no sabría cómo detenerla.
Víctor lo alcanzó y se asomó al interior. La criatura estaba cortada por la mitad y flotaba en el aire, flácida y rezumando líquido. Víctor evitó sus ojos, sintiendo de pronto una oleada de náusea. Apuntó con su linterna la consola de vuelo, que era un anillo alrededor de la ventana frontal, llena de docenas de palancas e interruptores.
—Tenemos que ensanchar este agujero —dijo—. Lo congelaré con el extractor de calor. Corta detrás de mí mientras yo hago un círculo.
Extendió el brazo y pinchó el anillo interior de la escotilla con la garra del extractor de calor y luego la deslizó lentamente. Su padre lo siguió con la cizalla, cortando y resquebrajando el metal. Trabajaron con rapidez, y cuando terminaron, la amplitud del agujero era más que suficiente para que ambos pudieran entrar. Víctor apartó a la criatura con la garra del extractor de calor y voló hacia la consola. Las palancas variaban de forma y tamaño, pero no había nada que indicara su función. Ninguna marca, ninguna palabra, ni número, nada. Algunas de las palancas sin duda serían para la perforadora y el brazo prensor mientras que otras debían de ser para los motores. Pero ¿cuáles? Víctor miró alrededor, buscando pistas. El habitáculo era grande y estaba lleno de equipo. Había largos tubos de gases brumosos y plantas de aspecto extraño. Las pantallas mostraban imágenes de la Vía Láctea, el sistema solar, y una imagen ligeramente borrosa de un planeta.
—Eso es la Tierra —dijo Segundo.
Víctor también pensó lo mismo.
—Sin embargo, no hay ningún dato —dijo—. Ninguna etiqueta, ninguna marca de ningún tipo. Solo imágenes. ¿Estás grabando todo esto?
Segundo escrutó el habitáculo.
—Lo intento.
Víctor concentró su atención en la consola, buscando cualquier símbolo o marca que sugiriera la función de alguna de las palancas. Comprendió que era inútil. No había nada que lo guiara.
—Problemas —señaló su padre.
Víctor siguió el dedo de su padre y miró por la ventana. La cápsula se dirigía hacia un gran resto del naufragio a un par de kilómetros más adelante.
—No sabemos cómo detenerla —dijo su padre—. Tenemos que salir de aquí.
—Dame un segundo —respondió Víctor, echando mano a una de las palancas. Tiró de ella, y uno de los brazos prensores se extendió ante ellos.
—No tenemos tiempo, Vico.
—Tenemos que salvar esta nave, padre. Podría haber información aquí.
Los escombros se acercaban. La nave entraría en colisión en cuestión de instantes. Víctor estudió las palancas. Había otras tres como la que había probado. Serían los brazos prensores. No era lo que quería.
—Tenemos que irnos ya.
Víctor probó otra palanca, y la nave aceleró levemente.
—Guau —dijo su padre.
Víctor tiró en la otra dirección, y la velocidad se redujo. Pero no lo suficiente.
—Tira más.
—Esto es el tope.
Ya casi estaban encima de los escombros, que tenían al menos cuatro veces el tamaño de la cápsula, con vigas retorcidas y acero destrozado sobresaliendo en todas direcciones y acercándose con rapidez. Su padre agarró la mano de Víctor.
—Muévete. ¡Ahora!
Víctor se lanzó por el agujero y salió arrastrándose al casco. Su padre lo siguió. La sombra de los restos cubría la cápsula. Faltaban segundos para el impacto.
—Tenemos que saltar. Suelta tu cable.
Víctor trató de asir la anilla de su arnés de seguridad. Sus dedos resbalaron. No pudo soltarla.
Un chasquido. Las cizallas de su padre cortaron el cable.
—¡Vamos!
Se lanzaron hacia arriba. Víctor se volvió a mirar. La cápsula se estrelló contra los escombros que tenían debajo. Las vigas del pecio perforaron la ventana de la carlinga. Los cristales se rompieron y chispearon al perderse en el espacio. La nave rápida siguió volando hacia delante, girando torpemente, todavía atada a la cápsula, y chocó contra los escombros, doblándose, rebotando, lastimada. Polvo y residuos diminutos se esparcieron en todas direcciones, nublando la colisión.
—Cavadora. Cavadora —decía el padre de Víctor—. ¿Me recibís? Cambio.
Los restos se hacían más pequeños bajo ellos. Seguían volando hacia arriba con la fuerza y velocidad de su impulso. No estaban atados a nada. No tenían nada a mano para detenerse. Segundo estaba a la derecha de Víctor, y la distancia entre ambos crecía a cada segundo. Se habían lanzado en ángulos levemente distintos, y ahora se separaban. A menos que la Cavadora los recuperara inmediatamente, seguirían volando eternamente en estas direcciones.
—Cavadora —repitió Segundo—. ¿Me recibís?
Hubo un chisporroteo en la conexión, y entonces la voz de Concepción dijo:
—Segundo. Te vemos. Vamos a por ti.
Víctor miró hacia atrás y vio a la Cavadora salir de detrás de una sección de escombros.
—Rescatad a Vico primero —dijo su padre.
—Vamos a rescataros a ambos —respondió Concepción.
Víctor volvió la cabeza hacia su padre, que estaba ahora a gran distancia, haciéndose más pequeños a cada momento.
—Toron no lo consiguió —dijo su padre.
—Lo sabemos —contestó Concepción.
La nave se acercó y se detuvo junto a Víctor. Un minero con un cable de conexión vital saltó de la nave y rodeó con sus brazos el pecho del muchacho, deteniendo su vuelo. Era Bahzím.
—Te tengo, Vico.
Víctor se agarró a él mientras Bahzím encendía su mochila propulsora y los llevaba a los dos hacia la Cavadora. Más allá del costado de la nave, a cierta distancia, otro minero agarraba también a su padre. Víctor se quedó mirando hasta asegurarse de que su padre estaba a salvo, luego volvió la cabeza y contempló los restos, ahora muy por debajo, donde Toron se había perdido entre el polvo y los escombros.