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Archivos

Lem examinaba los informes mineros en la bodega de carga, intentando parecer complacido. El nuevo jefe de cuadrilla estaba a su lado, sonriendo, esperando sus alabanzas. Por el aspecto de los informes, el hombre en efecto merecía montones de elogios. Las cifras eran impresionantes. Las recogedoras estaban trayendo tanto material de la nube de polvo que los hombres no podían fundirlas y darles forma de cilindro lo bastante rápido. Ferroníquel, cobalto, magnesio, todos los metales que producían buen dinero. Miles de toneladas ya. Era más de lo que Lem podía haber esperado. Sin embargo, su mente en este momento estaba tan preocupada por la Cavadora y los archivos que habían robado de los ordenadores de la nave que ni siquiera podía disfrutar de las buenas noticias.

—Es difícil de creer, ¿verdad? —dijo el jefe de cuadrilla—. Llevo en este negocio veinticuatro años, señor Jukes, y nunca he visto nada igual. Es la forma más rápida en que he extraído jamás los ferros.

Ferros, o metales ferromagnéticos, los minerales más valiosos extraídos en los asteroides.

—Las recogedoras funcionan bien, ¿entonces? —dijo Lem.

—Es como pescar con red, señor Jukes. Sacamos las recogedoras magnetizadas, movemos la nave adelante y atrás entre la nube de polvo, y cuando recuperamos las recogedoras, rebosan de ferropartículas. Toda mi carrera ha sido cavar y rascar y hacer estallar rocas para sacar el metal de las minas, pero este gláser le da la vuelta por completo a ese modelo. Ahora reducimos la roca a polvo, agitamos unos imanes en la nube, y los minerales vienen a nosotros. —Se rio y sacudió la cabeza—. Lo más puñetero que he visto jamás.

—Sí, sí. Todo esto es muy impresionante.

—Y además escogimos el asteroide adecuado —dijo el jefe de cuadrilla—. No me extraña que esos mineros libres estuvieran acampados aquí. Esta roca era la veta madre. Todo tipo de metales valiosísimos, y a tutiplén. La mayoría de los mineros ven una roca como esta una vez cada pocos años o así. Tengo que reconocérselo, señor Jukes, ha elegido una roca cojonuda para volarla.

Lem escuchaba solo a medias.

—Sí, maravilloso. Bien, continúen con el buen trabajo. ¿Hay algo que necesite?

—Más gente —dijo el jefe de cuadrilla—. Esta es una nave de investigación, así que andamos escasos de personal. Nuestros chicos funcionan ya en dos turnos fundiendo el polvo y haciendo cilindros.

—¿Cuántos necesita?

—Otros diez harían maravillas.

—Haré que Chubs los envíe.

—Gracias, señor Jukes. —Se quitó la gorra y se rascó la cabeza, vacilante—. ¿Seguro que no quiere que carguemos unas cuantas naves rápidas? —preguntó—. Tendremos un botín mucho más grande si enviamos algunos de esos cilindros directamente a Luna.

—No —respondió Lem—. No quiero enviar nada antes. Cuando carguemos las bodegas, nos marcharemos.

El jefe de cuadrilla se encogió de hombros.

—Parece una lástima dejar la nube cuando hay tanto metal que llevarse. Solo tenemos cuatro bodegas de carga en la nave, y las llenaremos fácilmente. Es una carga bastante grande, cierto. Pero usando naves rápidas podríamos doblarla. Vamos a dejar escapar de entre nuestros dedos un montón de dinero.

—Agradezco su dedicación a la filosofía de la compañía —dijo Lem—. En cualquier otra circunstancia, estaría de acuerdo con usted. Pero no quiero que mi padre ni el consejo de dirección sepan que tenemos una carga completa. Me gustaría sorprenderlos cuando lleguemos.

El jefe de cuadrilla hizo un guiño.

—Bien pensado, señor Jukes. Los trajeados se sorprenderán, sí. Probablemente nos darán una buena bonificación cuando todo esto se acabe.

Lem sabía lo que el hombre estaba dando a entender, y le siguió el juego.

—Si no nos dan una bonificación, yo mismo le daré una. Lo ha hecho usted excepcionalmente bien.

El hombre sonrió.

—Gracias, señor Jukes.

Pareció que el hombre iba a decir algo más, pero Lem no le dio la oportunidad. Se dio media vuelta y se marchó, de vuelta al tubo de impulsión. El Consejo se sorprendería, en efecto. Y cuando Lem les dijera que sus archivos habían quedado comprometidos y que los planos del gláser estaban probablemente en manos de los mineros libres, los mismos mineros libres que tenían un incriminador vídeo de una nave Juke matando a alguien, un vídeo que con toda seguridad provocaría un litigio de pesadilla, se sorprenderían mucho más.

Lem pudo ver al consejo de dirección. Buena misión, Lem. Bien hecho. Lástima que mataras a un hombre y nos hicieras perder miles de millones de crédito en I+D y el mismo futuro de esta compañía. Lástima que hayas quedado como un gilipollas. Aparte de esa pequeña cagada, diríamos que la misión ha sido un éxito aplastante. Nosotros estábamos calentándote el asiento aquí, en la mesa de dirección, pero verás, tenemos una política estricta contra los idiotas. Tendremos que dársela a ese cobarde hijo de puta universitario. Lo siento, estoy seguro de que lo entiendes.

Lem entró en el tubo y dio la orden para ir al puente de mando. Salió disparado.

«Esta gente me ha manchado —se dijo—. Esos malditos mineros libres me han manchado. Gracias, Concepción Querales. Gracias por coger los dos últimos años de mi vida y arrojarlos por el cagadero. No, no solo los dos últimos años, sino toda mi vida, todo por lo que he trabajado. Esto cancelará todos mis logros previos. Mi reputación quedará destruida». Y no solo eso, ahora que lo pensaba, sino también su fortuna. La compañía no solamente lo demandaría, sino que le quitaría todo lo que tenía, que no era poca cosa. Calificarían todo el asunto como negligencia supina y lo asarían vivo. Y su padre no haría nada por impedirlo. Se haría el sordo. Lo consideraría otra de las «lecciones vitales» de Lem. Tú te has metido solito en este lío, Lem. Puedes salir solo.

No, iba a corregir esto. El Consejo no lo sabría nunca. Para cuando llegaran a Luna, todo estaría resuelto. Los mineros libres podrían estar más allá de su alcance en este momento, pero estaba seguro de que había una solución, aunque en este momento no tenía ni idea de cuál podría ser.

Llegó al puente de mando y se llevó a Chubs a una de las salas de reunión. Chubs se quedó flotando cerca de la entrada, pero a Lem le apetecía caminar. Conectó sus grebas y avambrazos y anduvo de un lado a otro por delante de la ventana, más allá de la cual estaba la sucia nube de polvo y el negro salpicado del espacio.

—Tenemos un problema —dijo—. Un problema que preferiría mantener en silencio.

—Muy bien —respondió Chubs.

—Cuando empujamos a los mineros libres había tres hombres en el casco. Uno de ellos fue golpeado por uno de los sensores que cortamos.

—Lo recuerdo —dijo Chubs—. Tuvo fea pinta.

—Sí, bueno, decir que tuvo fea pinta es quedarse cortos. El hombre está muerto. Lo matamos. —Lem puso un poco de énfasis en la primera persona del plural, esperando con ello repartir la culpa.

Chubs frunció el ceño.

—¿Cómo sabe eso?

Lem le contó lo del mensaje de Concepción.

Chubs silbó.

—¿Podolski lo sabe?

—Lo llamé a mi habitación, y comprobó el sistema. ¿Estás preparado para la parte divertida? Nos descargaron. No solo nos hackearon y nos dejaron un bonito mensaje, sin que también se llevaron nuestros archivos. Todo.

Chubs maldijo entre dientes.

—¿Estamos seguros de eso? ¿Podolski lo confirmó?

—Emplearon un olfateador. Metieron aquí la nariz sin que lo supiéramos y nos pelaron. Podolski me mostró los archivos. Nos copiaron.

Chubs volvió a maldecir.

—No es nada bueno, Lem.

—No, nada bueno. Planos del gláser. Toda nuestra investigación. Los diarios de los ingenieros. Y mi parte favorita: el vídeo del empujón.

Chubs empezó a frotarse los ojos y miró a Lem.

—Sí —confirmó Lem—. Tienen un vídeo de nosotros matando a uno de su tripulación. ¿Sabes lo que podría hacer la prensa con eso? ¿Lo que harían con eso los tribunales?

—Fue un accidente —dijo Chubs—. No apuntábamos al tipo. Ni siquiera sabíamos que estaba ahí fuera.

—A los fiscales no les importará —respondió Lem—. Además, no parece así en el vídeo. Lo he visto. A cámara lenta. Parece que le estábamos apuntando. Dirán que es una prueba irrefutable. Y cuando lo hagan, la corporación nos cortará por las rodillas. Nos demandarán también. Si no hacemos algo al respecto, tú y yo y todos a bordo de esta nave estamos fritos. Kaputt. Punto final.

—Nos robaron —dijo Chubs—. Eso tiene que contar algo. Robaron secretos corporativos.

—Eso no nos ganará ninguna simpatía. ¿Crees que la gente derramará una lágrima por la corporación más grande y más rica del mundo? Oh, qué lástima. Pobre Juke sociedad limitada. Esos gordos y avariciosos ejecutivos corporativos solo ganarán cien mil millones de créditos de beneficio anual en vez de ciento veinte mil. Qué pena. No. A nadie le importará. Los medios se lo pasarán de muerte con esto. La clase media y la baja danzarán por las calles. Comen de esto. No pueden ser felices a menos que todos los demás caigan a su nivel.

—Podremos arreglarlo —dijo Chubs.

—¿Cómo? No podemos rastrearlos. Ya le he preguntado al piloto. Se han ido hace tiempo. Podríamos ir a buscarlos, pero no hay ninguna garantía de que vayamos a encontrarlos. Probablemente no lo haríamos.

—No tenemos que buscarlos. Solo tenemos que saber adónde van y llegar allí primero, y esperar a que lleguen.

—No sabemos adónde van —dijo Lem—. Te lo he dicho. No dejaron exactamente una dirección de entrega.

—Pero sabemos dónde acabarán por ir. La Estación de Pesaje Cuatro es el único puesto de avanzada que hay tan lejos. Todas las familias y clanes van allí a por suministros. La Cavadora se lanzó a lo Profundo, así que obviamente no saben todavía qué hay en nuestros archivos. En cuanto descubran lo que tienen, correrán a la Estación de pesaje y tratarán de vender los planos en el mercado negro. Es el único lugar remotamente cercano donde pueden hacerlo.

—Podrían volver al interior del sistema —dijo Lem—. Tal vez no vayan a la Estación de Pesaje Cuatro. Tal vez piensen que conseguirán un precio mejor más cerca de casa.

Chubs negó con la cabeza.

—Las familias no. Tiene que saber cómo piensa esta gente. No corren ese tipo de riesgos. La mayoría vinieron a lo Profundo para escapar de los problemas. Cuando intenten vender, utilizarán una fuente fiable, alguien en quien confíen, alguien a quien empleen a menudo. Eso es más importante para ellos que conseguir un buen precio. No irán a Marte ni al Cinturón de Asteroides. A, está demasiado lejos, y B, querrán permanecer lo más apartados de las corporaciones como sea posible. Nos han quitado algo, y saben que querremos recuperarlo. Créame, jugarán sobre seguro. Irán a la Estación de Pesaje Cuatro.

—Bien. Pero ¿cómo recuperaremos los datos?

—Del mismo modo que nos los quitaron ellos. Hackearemos su nave y los volveremos a robar. Y tal vez borraremos sus servidores en el proceso, solo para asegurarnos.

—Podrían haber trasladado los datos a un aparato portátil, un disco externo o algo.

Chubs negó con la cabeza.

—Las familias usan palmares. Modelos antiguos. Si quieren transmitir la información, es lo que usan. Pero los palmares están conectados a los servidores principales de la nave. Cuando borremos los servidores, borraremos también los palmares.

—No es una medida infalible —dijo Lem—. Podrían tener almacenados los datos en otra parte.

—Tal vez —respondió Chubs—, pero lo dudo. Nunca estaremos seguros al cien por cien. Atacar sus servidores es lo más seguro que podemos estar.

Lem lo pensó un momento antes de encontrar una pega.

—No funcionará —dijo—. Si vamos a la Estación de Pesaje Cuatro, nos verán. Verán la nave. No es un puesto de avanzada muy grande. Sabrán que los estamos esperando. Se darán media vuelta y huirán.

—No nos verán, porque nuestra nave no estará allí. Para cuando la Cavadora llegue, nos estaremos dirigiendo a Luna.

—¿Entonces cómo vamos a borrar su sistema?

—Dejaremos a Podolski. Es el único que puede hacerlo, de todas formas. Lo dejamos en la Estación de Pesaje Cuatro y le decimos que se quede allí hasta que aparezca la Cavadora, cosa que, después de todo, podría tardar meses. No podemos quedarnos allí tanto tiempo sin despertar un montón de sospechas. Pero Podolski y unos cuantos tipos de seguridad podrán mezclarse. Incluso los vestiremos como mineros libres para que no llamen la atención. La Cavadora llega. Podolski los borra. Luego el equipo de seguridad y él suben al siguiente carguero con destino Luna. Simple.

—Podolski nunca lo aceptará —dijo Lem—. Básicamente lo estaremos desterrando a un vertedero. Se quejará a la corporación.

—No, no lo hará —repuso Chubs—. Todo lo que tenemos que hacer es convencerlo de que todo este asunto es completamente culpa suya. No nos estará haciendo un favor. Somos nosotros quienes se lo hacemos a él.

Llamaron a Podolski a la sala de reuniones y lo hicieron esperar al fondo de la holomesa. Lem puso cara grave y decepcionada mientras Chubs observaba desde una esquina, los brazos cruzados sobre el pecho, el ceño fruncido, haciendo de poli malo. La idea era inquietar a Podolski inmediatamente, y Lem pudo ver por la expresión del hombre que funcionaba.

—Acabo de informar a Chubs de nuestro dilema —dijo Lem—. He intentado mantener esto en secreto cuanto he podido por su bien, Podolski, pero no puedo ocultarlo eternamente. Tenemos que tratar este tema.

Podolski agitó los pies, incómodo.

—¿Tema, señor?

—No actúe como si no supiera de lo que estamos hablando —intervino Chubs—. La Cavadora robó nuestros archivos, que usted tenía bajo custodia. Se suponía que era el cortafuegos más seguro de todo el sistema solar, y un puñado de ignorantes chupadores de grava entró como si tal cosa y nos peló. Nos ha jodido, Podolski, y que me zurzan si voy a cargar con las culpas de su error.

Lem pensó que Chubs estaba exagerando un poco, señalando y gritando y casi volviéndose colorado de furia, cosa que le pareció particularmente impresionante: un hombre que podía hacer eso a voluntad pertenecía a los teatros. Pero parecía funcionar. Podolski retrocedió un paso y alzó las manos, las palmas hacia afuera, en un gesto de rendición.

—Espere. Un momento. No pueden echarme este muerto encima.

—¿No podemos? —dijo Chubs—. ¿Entonces quién es responsable? ¿Los cocineros? ¿El servicio? O tal vez piense usted que la culpa es del señor Jukes. ¿Es eso lo que está diciendo?

—No, no, por supuesto que no —dijo Podolski.

—El cortafuegos es su territorio —dijo Chubs—. Para eso le paga esta compañía. Su trabajo es mantener esta nave tan prieta como un tambor. Tal vez se ha olvidado de lo que transportamos. Tal vez se le ha pasado que los planos y notas y la investigación sobre el láser de gravedad, el prototipo más caro de cualquier tecnología que esta compañía haya desarrollado jamás, está en nuestros servidores. ¿Se ha olvidado de eso, Podolski?

—No, señor.

—¿No? —dijo Chubs, fingiendo sorpresa—. Vaya, qué sorpresa. Me deja de una pieza. Porque no soy capaz de imaginar por qué nadie permitiría que un grupo de mineros libres incultos nos robe esa información, sabiendo lo valiosa que es.

—No sé cómo sucedió —respondió Podolski—. Nadie nos había craqueado antes. Somos impenetrables.

—¿Ve? —dijo Chubs, volviéndose hacia Lem—. Escúchelo. «Somos impenetrables». Ni siquiera admite que ha sucedido. Lo niega. No va a hacer nada al respecto. Tendremos que acudir a su padre, Lem. Ukko tiene que enterarse personalmente de esto. Y el Consejo también. Podolski no va a arreglarlo.

Lem se acercó a Chubs y empezó a hablar con él en voz baja, a un tono lo bastante alto para que Podolski lo oyera.

—No podemos acudir a mi padre —dijo—. Tiene tolerancia cero con errores como este. Sobre todo cuando hay por medio tanto dinero y recursos de la compañía. Lincharía a Podolski. Lo destrozaría. Tal vez incluso lo demande. Podolski no puede soportar eso.

—No tenemos otra opción —dijo Chubs.

—Esperen —dijo Podolski—. No soy el único que escribió las medidas de seguridad, ¿saben? Ayudé, sí, pero hay más de doscientos codificadores en Luna escribiendo este material. No puedo ser el pardillo aquí. Esto no ha sido culpa mía.

Chubs lo miró con desdén.

—Sí, Podolski, le diremos eso a Ukko Jukes. Le explicaremos que el hombre al control no puede ser responsable. Es inocente. ¿Se dio cuenta siquiera de que el ataque tenía lugar? No, tuvo que esperar a que alguien se lo señalara. ¿Hizo algo después para rectificar la situación? No, se rascó la barriga. Estoy seguro de que el señor Ukko Jukes se contentará con ese argumento y le absolverá de toda culpa.

Podolski reflexionó al respecto.

—Muy bien. No hay ninguna necesidad de acudir a Ukko. Puedo arreglar esto. De verdad. Por favor. Denme una oportunidad.

—¿Qué podría hacer? —preguntó Lem.

—Acérquenme a la Cavadora y los hackearé. Sería fácil. La seguridad de los mineros libres es un chiste. Podría entrar y borrar sus sistemas sin que sepan siquiera que estuve allí.

Lem, visiblemente relajado, sonriente, se volvió hacia Chubs.

—Ya está. ¿Satisfecho? Le dije que Podolski daría la cara. Problema resuelto.

—No es tan fácil —dijo Chubs, sacudiendo la cabeza—. No sabemos dónde está la Cavadora. No podemos localizarlos.

Lem frunció el ceño, desvanecida toda esperanza.

—Ya. Eso es un problema, sí —suspiró—. Entonces no hay nada que hacer.

Podolski parecía desesperado.

—Tal vez podríamos preguntar, contactar con algunas de las otras familias y clanes en busca de información. Alguien tiene que saber dónde están.

Chubs parecía dolorosamente divertido.

—¿Cree que los mineros libres van a darle ese tipo de información a los corporativos? Nos odian. Nunca venderían a uno de los suyos. ¿Y a quién podríamos preguntar de todas formas? No hay nadie cerca.

Lem sonrió, como si acabara de ocurrírsele la idea.

—Estación de Pesaje Cuatro. La Cavadora necesitará suministros. Iremos allí y los esperaremos.

—Verían la nave —dijo Chubs—. No se detendrían. No funcionaría.

—Déjenme allí —se ofreció Podolski—. Dejen que me quede allí, mientras ustedes continúan viaje. Limpiaré su sistema, ellos se marchan, los llamo, vuelven a recogerme.

Chubs negó con la cabeza.

—Naves como la suya tienen increíbles escáneres celestiales. Nos verían desde lejos. La única forma de que funcione es que la Cavadora crea que volvemos a Luna.

Podolski vaciló, contemplando la holomesa, el rostro tenso. Finalmente, alzó la cabeza.

—Entonces haremos lo siguiente: ustedes me dejan en la Estación de Pesaje Cuatro con equipo y dinero. Luego vuelven a Luna. Yo los espero, limpio sus sistemas, compro pasaje en un carguero.

Lem y Chubs se miraron el uno al otro.

—¿Sabe? —dijo Chubs—. Esto podría funcionar.