12
Tecno
El capitán Wit O’Toole atravesaba el bosque bajo la cobertura de la noche. Sus pisadas eran suaves y silenciosas. Llevaba al hombro su fusil de asalto P87. Se mantenía levemente agachado, manteniendo un centro de gravedad bajo. Su casco no tenía visera ni rendijas para los ojos, sino que cubría por completo su rostro con metal resistente a los impactos. Su armadura corporal era liviana, con camuflaje para la oscuridad. Junto a él, seis POM con idéntico atuendo, llevando armas idénticas, mantenían su ritmo mientras ascendía por la pendiente del valle Parvati en el norte de la India, serpenteando entre pinos y abetos silencioso como el viento.
Dentro del casco de Wit, su VCA proyectaba una visión de ciento ochenta grados del terreno que tenía delante, tan brillante como si fuera de día, lo que le permitía ver todos los detalles del bosque. El ordenador le ayudaba indicando cualquier obstáculo que apareciera en su rumbo. Una raíz, una rama baja, un sendero irregular.
—Cien metros para el objetivo —dijo una voz informática femenina.
—Alto —dijo Wit.
Los seis POM detuvieron su avance y se colocaron en círculo, apoyándose en una rodilla de espaldas unos a otros, los fusiles en alto, cubriendo su posición desde todos los puntos. Era una sencilla maniobra táctica, pero la efectuaron rápidamente y en silencio, sin vacilación ni errores, con la fluidez de un baile ensayado.
—Estamos a cien metros del objetivo —dijo Wit—. ¿Ahora qué?
—Evaluación de la amenaza —dijo Bogdanovich.
—¿Cómo? —preguntó Wit.
—Información vía satélite —dijo Lobo—. Nos pondrá en antecedentes.
Una ventana apareció en el VCA de Wit, mostrando una visión cenital de sus posición tomada desde un satélite. Wit parpadeó una orden, y la imagen satélite cambió, alzándose hacia las copas de los árboles en la dirección a la que se encaminaba el equipo. La línea de árboles terminó, y un amplio prado apareció a la vista. Un edificio de hormigón de dos plantas, con aspecto casi de búnker, se alzaba en medio del prado. Los militares indios lo habían construido allí para realizar maniobras como esta. Varios guardias armados patrullaban el perímetro.
—Qué precioso hotelito en las montañas —dijo Pino.
—El folleto dice que cinco estrellas —comentó Lobo.
La misión de esta noche era una operación de rescate. Calinga hacía el papel de diplomático extranjero rehén de extremistas islámicos. Los extremistas eran compañeros POM y PC indios, ansiosos por hacer de malos por una vez.
Era el décimo ejercicio de campo en tantos días respectivos, y Wit no tenía ninguna intención de bajar la presión.
Había diseñado todo tipo de escenarios distintos: operaciones de rescate, protección de refugiados, guerrilla urbana, medidas de contrainsurgencia, cada una con sus propios enemigos, territorios y consideraciones culturales diferentes. Un día les decían que iban a ser lanzados a un valle montañoso en Tayikistán. Al siguiente los lanzaban a una playa en Nueva Guinea donde solo había jungla hasta donde alcanzaba la vista.
—Cuento cinco guardias alrededor del perímetro —dijo Chi-won—. Pero probablemente hay otros que no podemos ver con el satélite. Sugiero que pasemos a termal a partir de aquí.
Se refería a cambiar las cámaras de sus cascos para detectar firmas de calor.
—De acuerdo —dijo Wit—. ¿Qué más?
—Hay más enemigos dentro —informó Pino—. Necesitamos un plano de la casa.
—Ahí va —dijo Lobo.
Un esquema tridimensional de la estructura apareció en la pantalla de Wit.
—Si tuvierais rehenes prisioneros, ¿dónde los pondríais? —preguntó Wit.
—Lejos de las ventanas —respondió Chi-won—. Los terroristas prefieren mantener a los rehenes cerca, y les acojonan los francotiradores. Una habitación centralizada es lo mejor, probablemente en la primera planta ya que no hay sótano ni ático. Y la escalera puede defenderse fácilmente. Si fueran a esconder un rehén, yo diría que lo harían ahí.
Un punto parpadeante en una habitación apareció en el plano de Wit.
—¿Otras ideas?
Los hombres discutieron brevemente otras posibilidades, pero todos estuvieron de acuerdo en que la evaluación de Chi-won era probablemente acertada.
—¿Y ahora qué? —preguntó Wit.
—Podríamos enviar un mirón y echarle un vistazo al interior —dijo Pino.
Los mirones eran pequeños drones flotantes casi silenciosos que llevaban un radar que atravesaba las paredes. Se hacía posar uno en un tejado o una pared y su procesador de señales podía detectar cualquier movimiento al otro lado.
Wit no puso ninguna objeción. Pino cogió un mirón de su mochila y lo hizo volar a través de los árboles usando su VCA. Todos contemplaron el vid que enviaba el mirón mientras volaba sobre el prado y se posaba sobre el tejado del edificio. Tres minutos más tarde, confirmaron la suposición de Chi-won: el rehén estaba en efecto en la primera planta, en la habitación central.
—Pino, tú vas en la punta —dijo Wit—. A partir de aquí, soy uno más. Estás al mando.
Pino respondió sin vacilación y dio órdenes a todos. Sus instrucciones fueron claras, concienzudas e inteligentes, como si hubiera estado planeando su estrategia durante meses.
Subieron rápidamente la pendiente, desplegándose, los fusiles preparados, acercándose al prado desde múltiples ángulos. Las imágenes termales revelaron tres guardias enemigos escondidos en el bosque, pero los POM los eliminaron fácilmente. Sus fusiles P87 dispararon casi silenciosamente, y los tres guardias enemigos cayeron, sus trajes amortiguadores tiesos.
Los POM se agazaparon en las sombras entre los últimos árboles. Los guardias del prado no habían advertido que sus compañeros habían caído y continuaron patrullando el perímetro sin ninguna señal de alarma. Uno de los guardias se acercó a pocos palmos de su posición, y Chi-won saltó de entre los matorrales y golpeó al hombre con un parche araña. El traje del hombre se endureció, y Chi-won lo arrastró hasta la oscuridad.
Cuatro menos.
—Hay demasiado terreno despejado entre nosotros y el edificio —dijo Pino—. Abatiremos al resto.
Extendieron los cañones de sus fusiles e hicieron ajustes a las armas para disparos de largo alcance. Wit se echó el rifle al hombro y parpadeó una orden en su VCA que hizo que los brazos, hombros y parte superior de la espalda de su armadura corporal se endurecieran. Esto minimizó los leves movimientos de sus manos e hizo que su cuerpo se volviera tan firme como un trípode, aumentando enormemente la precisión de sus disparos. El ordenador recalcó entonces cada uno de los objetivos en la pantalla de Wit. Siete guardias en total, uno para cada uno de ellos.
Wit vio en su pantalla cómo, uno a uno, los objetivos eran marcados con el nombre del POM que los había seleccionado para abatirlos. Wit eligió al último que quedaba por seleccionar.
Pino dio la orden. Todos los POM dispararon, y los siete guardias cayeron.
Después de eso fue cuestión de seguir las instrucciones de Pino. Se lanzaron hacia delante y asaltaron el edificio. Los combatientes enemigos estaban exactamente donde les había dicho el ordenador. El mirón, todavía pegado a un costado de la casa, les advertía cada vez que nuevas amenazas cargaban hacia ellos de cualquier lugar de la casa, dando a Wit y su equipo tiempo de sobra para buscar cobertura o colocarse en posición de neutralizar al enemigo.
Wit hizo que cada disparo contara, subió las escaleras detrás de los demás, pasó por encima de los enemigos que ya habían caído. Calinga los estaba esperando en la habitación. El último guardia enemigo, que se tomaba muy en serio su papel de terrorista, intentó usar a Calinga como escudo humano. Pero los POM avanzaron disparando al unísono, cinco balas arañas alcanzaron el casco del terrorista casi en el mismo punto. El traje del hombre se puso tieso. Soltó a Calinga. Ni siquiera se molestó en caer al suelo como era la regla del juego. Todo se había acabado ya.
—Ya era hora de que llegarais —dijo Calinga—. No tiene gracia hacer de rehén. No tengo arma, y ni siquiera me ofrecieron nada para leer.
Cuando salieron, Wit dio por terminado el ejercicio. Parpadeó la orden para descongelar los trajes de todo el mundo y los reunió a todos en el prado para una reunión de evaluación, con POM y terroristas por igual. Los hombres se sentaron en un amplio círculo en torno a él, a la luz de la luna.
—¿Qué hemos aprendido? —preguntó Wit.
—Que Calinga es un rehén terrible —dijo Deen, que había hecho de terrorista—. No dejaba de quejarse. Casi tuvimos que dispararle para hacerlo callar.
Los hombres se echaron a reír.
—Casi me pego un tiro —dijo Calinga—. Qué gente tan aburrida.
Los hombres volvieron a reírse.
—Esto es lo que yo he aprendido —dijo Wit—. Siete POM prevalecieron contra veinticuatro comandos igualmente entrenados. ¿Por qué? ¿Porque somos mejores soldados? ¿Porque somos más listos? ¿Más rápidos? No. Ganamos por dos motivos: Uno, los malos fuisteis descuidados. No adoptasteis la cobertura adecuada. Os quitamos de en medio demasiado fácilmente.
—Queríamos ser de verdad —dijo Deen—. Los terroristas son siempre descuidados.
—No quiero que seáis terroristas de verdad. Quiero que seáis vosotros, los soldados mejor entrenados y más inteligentes que conozco. Sed implacables. No quiero realismo. Quiero más que ese realismo. Quiero cien veces más dificultad que el realismo. Haced todo lo que esté en vuestra mano para aniquilarnos. De esa forma, cuando las balas sean reales, cuando nuestras vidas estén en peligro, cumpliremos con nuestro deber con exactitud. Nunca perderemos. No debería haber visto nada cuando nos acercamos a este complejo. Tendríais que haber sido completamente invisibles para mí y para el satélite. Tendríais que habernos matado antes de que saliéramos de los árboles. ¿Por qué no lo hicisteis?
—Estaba usted con los nuevos —dijo Deen—. Pensamos en ponérselo un poco más fácil.
—¿Crees que necesitan una manita? —preguntó Wit—. ¿Creéis que solo porque son nuevos en esta unidad no son lo bastante buenos ni tienen la suficiente experiencia para acabar con vosotros a placer? Si es así, os espera la sorpresa de vuestra vida mañana cuando volvamos a repetirlo. A partir de aquí, nada de guantes de seda. Si perdéis es porque la habéis cagado y os han superado, no porque hayáis dejado ganar a nadie.
—Yo lo intenté —dijo uno de los guardias—. Chi-won salió de los matorrales tan rápido que casi me meo encima.
Los hombres se echaron a reír.
—Bien —dijo Wit—. Me alegra que solo «casi» te mearas encima. Si lo hubieras hecho tu traje podría haberse cortocircuitado y te habría dado una buena descarga.
—Salchicha ahumada —dijo Deen, provocando otra ronda de risas.
—A partir de aquí, actuaréis como si vuestra vida estuviera en juego. Se acabó ir de tranquilos. Se acabó pretender que el enemigo es inferior o menos inteligente que vosotros —dijo Wit—. Eso me lleva al segundo motivo por el que habéis fallado. Los POM teníamos mejor tecnología. El enemigo tenía fusiles más antiguos, no contaba con ayuda informática, ni satélites, ni mirones, ni visión termal. Esto era una guerra tecno, y ganamos gracias a nuestro equipo. Pino, si te hubiera despojado de todos tus arreos, ¿podrías haber llegado al rehén?
—No lo creo, señor.
—¿Por qué?
—Estaría desarmado.
—¿Entonces solo eres un soldado efectivo si te armo? ¿Solo eres bueno si te doy un equipo mejor?
Pino vaciló.
—No, señor. Solo es más difícil. Si hubiera estado desarmado habría abatido a uno de los guardias y le habría confiscado su arma. Entonces podría haber eliminado a los demás.
—¿Y si no supieras cómo hacer funcionar el arma del enemigo? ¿Y si fuera una tecno que nunca hubieras visto antes?
—Entonces estaría metido en un brete, señor.
—¿Así que te habrías rendido?
—No, señor. Solo me habría resultado más difícil. Tendría que idear un modo de derrotar a mi enemigo usando los pocos recursos que hubiera a mi disposición.
—¿Como cuáles?
—El bosque podría suministrarme lanzas, por ejemplo.
Deen se echó a reír.
—¿Lanzas? ¿Contra veinticuatro hombres armados detentando una posición defensiva?
—¿Te parece improbable, Deen? —preguntó Wit.
Deen vio que nadie más se reía.
—Perdóneme, señor, pero eso parece un poco imposible, ¿no le parece?
Wit lo miró durante diez largos segundos.
—¿Eres un POM, Deen?
—Sí, señor. Hasta las trancas, señor. Absolutamente.
—Entonces espero que abatas a veinticuatro hombres, usando solo una lanza. Espero que abatas a mil hombres con un palillo de dientes. No somos soldados hasta que sabemos cómo ir en pelotas contra un enemigo plenamente armado y matarlo.
Deen asintió, humillado.
—Sí, señor.
Wit se volvió hacia los demás.
—Confiamos demasiado en nuestra tecnología. ¿Quién dice que vayamos a tener siempre la misma ventaja tecnológica? ¿Y si hubiera un enemigo con capacidades y armas muy superiores a las nuestras? ¿Nos rendimos? —Esperó una respuesta—. He dicho: ¿Nos rendimos?
—¡No, señor! —gritaron los hombres al unísono.
—Eso es inevitable, caballeros. Tarde o temprano nos enfrentaremos a una amenaza cuya tecnología supere a la nuestra. O nos enfrentaremos a un enemigo que sepa cómo neutralizar por completo nuestra tecno. Armas, comunicación, GPS, drones, fusiles, explosivos, todo. Descubramos cómo luchar contra ellos no importa lo que hagan ni lo difícil que sea. —Hizo una pausa, y tomó una decisión—. A partir de ahora, también nos entrenaremos para misiones sin tecnología —dijo—. Cero. Luego nos entrenaremos para misiones sin armas de fuego. Luego nos entrenaremos para misiones en las que el enemigo pueda vernos siempre. Sea cual sea la situación, estaremos siempre en clara desventaja. Es hora de que nos recordemos qué nos convierte en PC y en POM. No son los chips de nuestros fusiles. Es la materia gris entre nuestras orejas. El enemigo puede superarnos en armamento, pero nunca serán más listos que nosotros.
Se volvió hacia los seis POM con quienes había tomado el complejo.
—Caballeros, dejen aquí sus fusiles y tecnología. Lleven solo una bolsa de parches araña. Servirán de lanza. Lleven solo sus trajes amortiguadores. Nada de cascos. Diríjanse a las colinas, no más de tres kilómetros. Dentro de dos horas, veinticuatro soldados equipados con toda la tecno que poseemos irán a cazarlos y matarlos a menos que los maten ustedes primero.
Los seis POM se levantaron y empezaron a quitarse el equipo.
—Y, Deen —dijo Wit, volviéndose hacia el hombre—. Me gustaría que fueras con ellos. Puede que dudes de tus propias habilidades, pero yo no. Iré a por ti personalmente. Elimíname antes de que te encuentre.
Deen se levantó y sonrió, encantado de tener una posibilidad de redimirse.
—Gracias, señor.
Los POM se alejaron corriendo hacia el bosque. Deen corrió tras ellos, saltó sobre los matorrales en la linde y desapareció bajo la cobertura de los árboles.