11
Nave rápida
Víctor le enganchó de nuevo a Toron el cable de conexión vital antes de que los dos dejaran el pecio. Toron no puso objeciones ni se las dio de héroe. Comprendía que si los dos querían regresar a salvo a la cámara estanca tenían que compartir el cable. Toron asintió dándole las gracias, pero Víctor notó que su mente estaba en otra parte. Toda esperanza de encontrar a Janda con vida se había hecho pedazos, y el rostro de Toron solo mostraba desesperación.
Víctor casi se sintió aliviado por no poder comunicarse con Toron, ya que compartían el cable. ¿Qué podía decir? ¿Es culpa mía que Janda estuviera aquí? ¿Es culpa mía que pueda estar muerta? No sería mentira. Si no fuera por Víctor, el Consejo nunca habría enviado lejos Janda. Estaría en la Cavadora. Sana y salva.
Salió volando del pasillo del pecio, abriendo el camino, con Toron detrás. Como no podía pedir ayuda si la necesitaba, tenía sentido que fuera delante, donde Toron podía verlo. La mayoría de las protuberancias irregulares alrededor de la entrada del pasillo habían sido cortadas, pero a Víctor le sorprendió ver que quedaban muchas todavía. Había sido peligroso y temerario por su parte volar hasta allí tan rápidamente como lo había hecho. Pero entonces pensaba en Janda. Se aferraba a la esperanza de que estuviera aquí dentro, viva, lista para ser rescatada. Ahora sabía que no lo estaba.
Una mano lo agarró por el hombro. Era Toron, que conectaba el cable vital a su espalda. Parecía agitado. Se adelantó hacia la nave, y Víctor lo siguió. La charla en el casco de Víctor continuó.
—No tenemos otra elección, Toron —decía Bahzím.
—No soy Toron. Soy Víctor. Acaba de darme el cable. ¿Qué pasa?
—Se opone a suspender la búsqueda de más supervivientes para rescatar a la gente que está atrapada ahí dentro —dijo el padre de Víctor—. Dice que podría haber cien personas que necesitan ayuda.
—Tiene razón. Podría haberla.
—Es improbable —dijo Bahzím.
—Pero posible —dijo el padre de Víctor.
Toron aterrizó en la cámara estanca. Víctor lo hizo detrás. Su padre y Nando volvían también, compartiendo un cable de conexión vital entre ambos. La cámara estanca hervía de actividad. Un equipo de mineros trabajaba los grandes tornos, recogiendo los cables de atraque que ya habían anclado al pecio. La intención era acercar el pecio lo máximo posible a un MG para ser extremadamente precisos con los cortes.
Tenían un suministro limitado de cables de seguridad vital más largos, pero había varios cortos para trabajar en la cámara estanca. Toron cogió uno de la pared, lo conectó a su espalda, y se dirigió a Bahzím.
—Quiero volver ahí fuera —dijo—. No voy a quedarme aquí mientras liberamos a esa gente. Quiero seguir buscando. Aunque vaya solo.
—No puedes, Toron —dijo Bahzím—. No puedes salir de la nave sin un cable de conexión vital.
—Puedo enchufar en mi cable el regulador de emergencia y conectar contenedores de aire. Se ha hecho antes. Eso me proporcionará todo el aire que necesite.
—¿Y la calefacción? Morirás congelado.
—Llevaré uno de los packs de baterías. Eso me dará suficiente energía y calor para unas horas, al menos.
Bahzím sacudió la cabeza.
—No puedo dejarte hacer eso, Toron.
—Mi hija está ahí fuera, Bahzím. Muerta, probablemente, pero tal vez esté viva. Y mientras haya una posibilidad de encontrarla viva, mientras exista la más remota de las posibilidades, no me quedaré cruzado de brazos sin hacer nada. Si quieres quedarte a ayudar a esta gente, bien. Es tu decisión. Si por mí fuera, los dejaría ahora mismo y buscaría a Alejandra.
—No lo dices en serio.
—Y una mierda que no. Y si fuera tu hija, harías lo mismo.
El padre de Víctor intervino.
—Piensa, Toron. Aquí todos queremos a Alejandra. Todos nosotros queremos seguir buscando, pero tenemos que hacerlo con seguridad. Si sales ahí fuera a lo loco, hay muchas posibilidades de que mueras. Demasiadas cosas pueden salir mal, y lo sabes. Piensa en Lola. No puede perder a una hija y un marido.
—No hables de Alejandra como si ya estuviera muerta —dijo Toron—. No lo sabemos.
—Muy bien. Dejemos a un lado a la familia y pensemos en esto de un modo práctico. No puedes llevar tanto equipo. Necesitarías al menos una docena de contenedores de aire. Más tanques de propulsión de repuesto. Más el pack de batería para la energía y el calor. Más el equipo de rescate. Separadores, cizallas, sierras, la burbuja. ¿Vas a cargar con todo eso?
—Si es preciso.
—No puedes. Es demasiado para una sola persona. Es demasiado para cinco. Pero aunque no fuera así, ¿qué harías si encontraras a alguien? No puedes traerlos a la nave.
—Podría mantenerlos con vida hasta que vinierais a por nosotros.
Bahzím suspiró.
—Ninguno de nosotros quiere retrasar la búsqueda, Toron. Pero no podemos abandonar aquí a esta gente. En cuanto soltemos los restos del pecio y los metamos aquí, podremos continuar.
—Harán falta de cinco a seis horas como mínimo —dijo Toron—. Esta gente está a pocos minutos de la muerte. Apenas hemos llegado a tiempo. Si hay más ahí fuera, no durarán cinco horas.
Bahzím y el padre de Víctor intercambiaron una mirada. No se podía discutir que la perspectiva de encontrar más supervivientes se hacía más pequeña a cada minuto que pasaba.
El padre de Víctor suspiró.
—No funcionaría, Toron. Mira todos esos escombros. Se extienden durante kilómetros en todas direcciones. No puedes cubrir tanto terreno con una mochila propulsora.
—Podría usar una de las naves rápidas —dijo Víctor.
Todos se volvieron hacia el muchacho, que permanecía a un lado, escuchando la conversación.
—Las naves rápidas son para carga, Vico —dijo Bahzím—. No están hechas para transportar personas.
—Eso no significa que una persona no pueda meterse dentro —respondió Víctor—. Y habría espacio de sobra para el equipo de rescate, los contenedores de aire y las baterías.
Bahzím sacudió la cabeza.
—No funcionaría. Las naves rápidas están programadas para ir directamente a Luna.
—Toda nave rápida tiene dos programas —dijo Víctor—. Nosotros solo usamos el que envía la nave a Luna, la que maneja los cohetes, la de los vuelos de largo alcance. El otro es el programa LUG, el que Luna Guía usa cuando la nave rápida lleva a Luna. Anula el primer programa y lleva suavemente la nave a puerto usando la batería y un equipo de propulsión ligera. No usa los cohetes. Nunca lo hemos empleado porque nunca hemos tenido necesidad de hacerlo.
—Nunca lo hemos utilizado porque no podemos acceder a él —dijo Bahzím.
—Yo sí puedo —replicó Víctor—. He hecho reparaciones en las naves rápidas antes. He toqueteado el sistema. Sé cómo llegar a él y cómo iniciarlo. Podemos pilotarla manualmente.
Bahzím volvió a negar con la cabeza.
—Esas baterías no tienen mucho combustible, Vico. Están hechas para hacer volar la nave durante una breve distancia hasta puerto, no para patrullar durante kilómetros y más kilómetros entre una nube de escombros. Acabarás perdiéndote en la nada. Además, Toron no tiene ni idea de cómo pilotar una de esas naves.
—No tiene que pilotarla —dijo Víctor—. Lo haré yo.
Todos se le quedaron mirando.
—No sería tan difícil —insistió el muchacho—. En realidad, es sencillo. Sabes que podría hacerlo, padre. Me has visto manipular el programa. Ni siquiera tendría que dejar la nave. Toron podría llevar un arnés anclado a la nave cuando salga para comprobar un pecio. De esa manera, no estaría por ahí flotando en la nada. Estaría anclado a alguien que podría devolverlo a la Cavadora si algo sale mal. Y la batería no es un problema. Sé cómo controlar el suministro de energía para asegurar que no agotemos toda la potencia sin dejarnos combustible para detenernos y regresar a la nave. Puedo hacerlo.
Los hombres se miraron unos a otros.
—No puedo dejarte salir ahí fuera, Vico —dijo por fin su padre—. Es demasiado peligroso. Si alguien va a pilotar esa nave soy yo.
—Conozco el sistema mejor que tú, padre. No es culpa tuya. No tenías motivos para estudiar lo que no utilizamos. Yo sí lo estudié. Es mucho más seguro que yo pilote.
—Lo siento —dijo Bahzím—. No es que dude de tus habilidades, Vico. Pero nunca hemos practicado esto. Y ahora mismo mi trabajo es proteger a esta familia.
—Alejandra es familia —contestó Víctor—. Y también es Faron. Puede que se hayan marchado con los italianos, pero siguen siendo parte de nosotros.
Eso hizo vacilar a Bahzím. Miró al padre de Víctor, que seguía inseguro.
—Al menos dejadle intentarlo —dijo Toron—. Dejadle que demuestre que sabe pilotarla. O dejad que lo intente Segundo. No hay nada más que nosotros tres podamos hacer por los supervivientes que hemos encontrado. Ahora está en manos de los mineros. Si Víctor puede demostrar que es posible y seguro, no podéis negarme la posibilidad de salvar a mi hija.
—¿Has estado escuchando, Concepción? —preguntó Bahzím.
—Cada palabra —contestó Concepción, que todavía estaba en puente el mando con la tripulación—. No puedo desautorizar la decisión de Segundo. Si permite ir a Víctor es decisión suya. Pero si hay un modo de encontrar más supervivientes deberíamos intentarlo.
Hubo una larga pausa mientras el padre de Víctor se lo pensaba.
—Dos condiciones —dijo—. Demuéstrame que sabes pilotar esta cosa. Y yo voy con vosotros.
Las naves rápidas estaban atracadas en una bodega en la parte trasera de la nave. Víctor y Toron sacaron una y el muchacho se metió en el espacio que habría servido de carlinga. Conectó su palmar al ordenador de la nave y localizó el programa de Guía Lunar. Como la nave rápida era automática no había controles de vuelo que pudiera manejar. En cambio, diseñó un modo de introducir directamente las órdenes de vuelo en el programa tecleándolas en su palmar. Sería una forma lenta y precaria de manejar la nave, ya que solo podía introducirse una orden cada vez y no permitía reacciones rápidas: no podría esquivar dando bandazos ni zambullirse ni girar como hacía cuando volaba con una mochila propulsora. Sería más bien como pilotar un carguero: lento para virar y decelerar.
Incluso así, Víctor estaba convencido de que podía pilotarla con la suficiente precisión para llegar a las piezas más grandes del naufragio. Con más tiempo, habría instalado escudos contra la radiación solar además de asientos con arneses de seguridad. Pero no había tiempo, y en cuanto se ató a la estructura, soltó su cable de conexión vital y la sustituyó por un regulador de aire y un contenedor de oxígeno. Darle energía a su traje fue más difícil. Víctor cogió una de las baterías más pequeñas de su cinturón y la conectó directamente al traje. Las luces de su VCA se hicieron notablemente más débiles, pero tenía suficiente calor para ir tirando, y la radio funcionaba. Cuando Toron vio que Víctor estaba listo, volvió hacia la cámara estanca con el cable de conexión vital que el muchacho había soltado y se quedó mirando con los demás.
Fue entonces cuando Víctor advirtió lo solo que estaba. Se había soltado por completo de la Cavadora. Unos momentos antes había cortado su propio cable de conexión vital para rescatar a los supervivientes, pero eso no había sido un riesgo en realidad. Tenía a Toron detrás, un enlace y un ancla a la Cavadora estaban solo a la distancia de un brazo. Ahora, por primera vez en su vida, la Cavadora estaba más allá de su alcance inmediato.
Empezó a teclear la orden para volar hacia delante cuando se le ocurrió que el programa LUG se basaba en que la nave rápida tenía una carga entera de metal extraído, lo que significaba mucha más masa. Se detuvo. Advirtió que si hubiera tecleado la orden, podría haberse lanzado hacia el olvido. Brillante, Víctor. Sacudió la cabeza, molesto consigo mismo por ser tan descuidado, y entonces ajustó el programa y tecleó la primera orden. La propulsión lo hizo avanzar lentamente, para su alivio. Se alejó de la nave e hizo un amplio arco que lo llevó de vuelta a la cámara estanca, con lo que esperaba fuera una exhibición de eficacia como piloto.
Su padre, Bahzím y Toron volaron hacia la nave rápida, llevando baterías más grandes y equipo de rescate. Eso significaba que habían aceptado intentarlo. Su padre conectó un cable de audio de su casco al de Víctor, mientras Bahzím anclaba el equipo en la bodega de carga. Víctor entonces conectó los suministros portátiles de energía a los trajes de Toron y su padre, y pronto todos estuvieron preparados.
—No es el mejor vuelo que he visto, Vico —dijo Bahzím—, pero debería ser lo suficientemente bueno para nuestros propósitos. —Puso una mano sobre uno de los contenedores de aire de repuesto—. Tenéis unas ocho horas de aire, pero quiero que estéis de vuelta dentro de tres —dijo—. Cuanto menos tiempo estéis ahí fuera, mejor. Los restos son inestables y van a la deriva. Esta nave es pequeña. No puede soportar una colisión. Dad un rodeo amplio vayáis donde vayáis. En cuanto a las comunicaciones, Concepción nos tiene todavía en silencio radial por si la cápsula puede detectar la radio. Usad los cables de audio de casco a casco para hablar entre vosotros, pero conservad la radio por si acaso. Por encima de todo, la seguridad. No corráis riesgos. Si no estáis todos de acuerdo en que algo es seguro, no lo hagáis. Ni siquiera para salvar a otro superviviente. Vuestra primera prioridad es vuestra propia seguridad. Volved con vida.
Bahzím hizo una última inspección rápida de todos los cables, contenedores y equipo, y luego les deseó suerte y volvió volando a la cámara estanca.
Toron miró a Víctor y a su padre.
—Gracias —dijo—. Por hacer esto, por venir conmigo.
—Tal vez no encontremos a nadie —dijo el padre de Víctor.
—Lo habremos intentado —replicó Toron—. No podría vivir conmigo mismo si al menos no hiciera eso.
—Llévanos ahí fuera, Vico —dijo su padre—. Despacito y bien.
Víctor introdujo la orden, y la nave empezó a moverse, dirigiéndose a la dirección a la que apuntaba la Cavadora. Después de patrullar durante un rato, Toron divisó un gran trozo de pecio a pocos kilómetros más abajo y ante ellos. Víctor lo vio e introdujo lo que esperaba que fueran las órdenes adecuadas para maniobrar la nave rápida y colocarla al lado de los restos. Sin embargo, tuvo que calcular a ojo la distancia y el ángulo de aproximación, y su primer intento quedó desviado, mucho más lejos del alcance de sus cables de seguridad. Pidió disculpas, trazó un círculo amplio, e intentó aproximarse de nuevo. Esta vez disparó los retros demasiado tarde y se pasó de largo.
—Creí que habías dicho que sabías pilotar esto —dijo Toron.
—Lo está haciendo lo mejor que puede —repuso su padre—. Nadie ha hecho esto antes.
Víctor introdujo otra serie de órdenes y esta vez calculó bien y se detuvo junto al pecio a diez metros de una escotilla accesible.
—Toron y yo comprobaremos —dijo su padre—. Tú quédate a la espera y cuidado con las colisiones. No dejes que nada golpee la nave rápida, o tendremos problemas.
Segundo soltó el cable de audio que lo conectaba a Víctor y luego voló hasta el pecio, llevando un puñado de aparatos. Toron lo siguió, y cuando aterrizaron, extendieron la burbuja sobre la escotilla, soltaron sus cables de seguridad, se metieron bajo la burbuja con los aparatos, y luego tiraron del cordón de apertura. La burbuja se infló y se selló, y la escotilla se abrió con facilidad. Segundo y Toron volaron al interior y desaparecieron de la vista.
Pasaron cinco minutos. Luego diez. A los quince minutos, Víctor empezó a preocuparse. A los veinticinco, casi estaba al borde del pánico. Algo había salido mal. No deberían estar tardando tanto.
Víctor pensó en llamar a su padre por la radio, aunque eso sería desobedecer las órdenes y posiblemente poner a toda la familia en peligro, pero entonces se lo pensó mejor. Su padre le había pedido que esperara, y eso haría. Esperar y rezar.
Edimar estaba en el nido del cuervo de la Cavadora, intentando no echarse a llorar. Los datos que llegaban a sus gafas desde el Ojo eran tan constantes y de tal volumen que Edimar estaba más que abrumada. Columna tras columna de dígitos sin parar, todos exigiendo ser analizados inmediatamente y marcados como enormemente urgentes.
El problema eran los escombros. Había miles de piezas de restos alrededor de la nave, y como todos ellos vagaban por el espacio y estaban relativamente cerca, el Ojo había etiquetado equívocamente cada pieza, por pequeña que fuera, como una posible amenaza de colisión. Y una vez clasificado como tal un objeto, la programación del Ojo insistía en seguir sus movimientos. Esto implicaba que el Ojo estaba ahora siguiendo miles de objetos a la vez y enviando todos esos datos en un diluvio de información directamente a las gafas de Edimar.
Era demasiado. Y aún peor, era impreciso. De los miles de objetos que el Ojo consideraba una amenaza ahora mismo, solo un puñado eran verdaderamente peligrosos. Significaba que las amenazas auténticas, los objetos que Edimar debería estar controlando, se perdían en un mar de alertas innecesarias.
Parpadeó para abrir una línea con Concepción en el puente.
—No puedo hacerlo —dijo—. Necesito ayuda.
—¿Qué ocurre? —preguntó Concepción.
—Es demasiado. No puedo procesar todos los datos que me está enviando el Ojo. Tienes que traerme a mi padre. No puedo digerir tanta información con la rapidez que él puede hacerlo. Soy demasiado lenta.
—Tu padre partió en una nave rápida en busca de más supervivientes.
—¿Una nave rápida? No sabía que pudiéramos pilotarlas.
—Al parecer Víctor puede. Dime qué necesitas.
—Cuatro clones de mi padre.
Edimar explicó tan rápidamente como pudo cómo el Ojo le estaba suministrando demasiada información y dejándola ciega a las amenazas inmediatas.
—Voy a enviarte a Dreo —dijo Concepción—. Tal vez pueda cambiar la programación del Ojo. Rena y Mono irán también y te ayudarán en lo que necesites. Mientras tanto, pondré localizadores en cada ventana para buscar escombros a la deriva. No te preocupes. Resolveremos esto.
—Gracias —dijo Edimar, y puso fin a la llamada.
Se sintió tan aliviada que ya no pudo contener las lágrimas. Se quitó las gafas, se cubrió el rostro con las manos, y sollozó. Algunas lágrimas eran por el Ojo y toda la estúpida frustración acumulada que había causado, pero la mayoría eran por Alejandra. Su hermana. Jandita. Su mejor amiga. La única persona con quien había podido hablar sobre el temperamento de su padre o de llevar sujetador o de cómo sería ser meneada un día, cosas que nunca podría discutir con su madre. Y ahora Alejandra estaba ahí fuera. Muerta, tal vez. Y Edimar nunca volvería a hablar con ella.
Hubo un ruido en el tubo que conducía al nido del cuervo, y Edimar rápidamente se controló, se secó las lágrimas e inspiró profundamente para calmarse.
Tres personas entraron flotando en la habitación, y verlos hizo que Edimar se sintiera más tranquila.
—Dame un par de gafas —dijo Dreo—. Quiero ver el código de esta cosa.
Edimar le tendió un par.
—Está etiquetando cada pieza de los escombros como una amenaza de colisión. Necesito crear perímetros que aíslen solo a esos objetos que estén en efecto demasiado cerca. Pero no sé cómo hacerlo.
Dreo se puso las gafas.
—Todo lo que hace falta es escribir un script sencillo. ¿Toron no te enseñó a hacerlo?
—Estoy segura de que él sabe hacerlo, pero no quiere que yo tontee con el programa.
—Entonces no debería dejarte sola —dijo Dreo—. Es irresponsable y nos pone a todos en peligro. ¿Qué edad tienes, de todas formas?
Rena le pasó a Edimar un brazo por los hombros.
—Sí, sí, Dreo. ¿Por qué no te ocupas del Ojo y dejas que Mono y yo atendamos a Edimar?
—No le deis todo el chile —dijo Dreo.
Rena llevaba un contenedor con una olla caliente.
—Me vendría bien un poco de eso también, ¿sabes? —dijo Dreo—. No hemos comido en el puente de mando desde hace horas.
—Arregla este Ojo, Dreo, sin echarle la culpa a Toron ni a Edimar —dijo Rena—, y te haré tu propia olla.
Eso puso una sonrisa en el rostro de Dreo.
—Me quedaré tan callado como el espacio.
Rena cogió a Edimar de la mano, y las dos volaron con Mono al otro extremo de la habitación.
—¿De verdad que mi padre se ha ido en una nave rápida con Vico? —preguntó Edimar.
—Sí —contestó Rena—. Y con mi marido. Están buscando más supervivientes.
Edimar inclinó la cabeza.
—No encontrarán a ninguno. Ha pasado demasiado tiempo.
—Eso no lo sabemos —replicó Rena—. Cuando llegamos no esperábamos encontrar a nadie, y de momento hemos encontrado a nueve.
—Creedme —dijo Mono—, si alguien puede encontrar a más gente, es Vico. Puede que incluso encuentre a Alejandra.
Rena se tensó un poco ante estas palabras y miró incómoda a Edimar.
—Eso esperamos, Mono —dijo—. Todos rezamos por eso mismo.
Edimar quiso sentirse animada por el inocente optimismo del niño, pero sabía que no había esperanzas. Y podía ver que Rena también pensaba lo mismo y que solo fingía optimismo por su bien.
—Toma —dijo Rena, tendiéndole el recipiente de chile—. Debe estar ya lo bastante frío para poder comerlo. Tienes que estar hambrienta.
Quitó la tapa con la pajita y el aroma de las judías y la carne y el cilantro llegaron hasta Edimar, que de pronto advirtió lo hambrienta que estaba.
—Gracias —dijo.
—Yo también puedo olerlo, ¿sabéis? —dijo Dreo—. Me estáis poniendo difícil concentrarme.
Edimar sorbió un bocado. Estaba caliente y sabroso y era exactamente lo que necesitaba. Quiso llorar otra vez. Rena se parecía tanto a Alejandra en ese momento. Edimar sabía que era tonto incluso pensarlo (Rena era lo bastante mayor para ser la madre de Jandita), pero la forma en que se la había llevado a un lado y se había mostrado amable con ella era exactamente lo que Alejandra habría hecho.
—¿Qué clase de perímetros debería fijar en el programa? —preguntó Dreo.
—Ojalá estuviera aquí mi padre —respondió Edimar—. Él lo sabría mejor que yo.
—Bueno, pero no está. Tienes que decidirlo tú.
Edimar pensó un momento.
—Cancela todos los escombros que estén a más de doscientos metros de nuestra posición en diez kilómetros. Eso debería cancelar la mayoría de los objetos que el Ojo está siguiendo pero no suponen ninguna amenaza real. La única excepción debería ser la nave rápida. Deberíamos continuar siguiéndola.
—No sé cuál de esos objetos es la nave rápida —dijo Dreo—. No puedo aislarla.
Edimar se puso las gafas y encontró con facilidad la nave rápida.
—Esa —dijo, pasando el icono de la nave al monitor de Dreo.
—Muy bien —contestó Dreo—. La nave rápida está todavía en la lista de observación. ¿Qué más?
—Ahora estamos buscando principalmente escombros a doscientos metros de nosotros. Más lo que podamos ver más allá de la nube de residuos.
—Siguen siendo más de ochocientos objetos —dijo Dreo.
—Pero la mayoría simplemente van a la deriva, así que en realidad no tenemos que preocuparnos de los pequeños. No dañarán la nave. Son los grandes los que tenemos que controlar. Cancela todos los escombros que tengan menos de doscientos metros de largo. Eso debería eliminar todos los residuos pequeños y los cadáveres de la lista de observación.
Recordó que Mono estaba escuchando y se quitó las gafas lo suficiente para mirarlo.
—Sé lo que es un cadáver —dijo Mono—. No tenéis que hablar de forma distinta porque yo esté delante.
—Nos quedamos con cincuenta y tres objetos —dijo Dreo—. Muchos menos de los que empezaste.
—¿Puedes ponerlos en orden de prioridad basándote en su distancia de la nave? —preguntó Edimar.
—Hecho —respondió Dreo.
Edimar se ajustó las gafas y sonrió al ver la lista. Esto era mucho más manejable, incluso sin la ayuda de su padre. Empezó por arriba y fue escrutando hacia abajo. El último objeto de la lista le borró al instante la sonrisa de la cara. Estaba solo a unos pocos miles de kilómetros de distancia y se movía en su dirección a una velocidad increíble.
—¿Qué ocurre? —preguntó Rena—. ¿Qué va mal?
—Es la cápsula —dijo Edimar—. Viene de vuelta.