5
Benyawe
Lem estaba en su oficina con las luces apagadas, viendo una simulación holográfica del asteroide 2002GJ166 al ser alcanzado por el gláser. Era una sencilla holosim. Solo duraba diez segundos. Pero los ingenieros que la habían preparado habían pasado tres días trabajando en ella. Cada detalle del asteroide había sido recreado meticulosamente. Los ingenieros incluso se habían tomado la molestia de recrear a conciencia el pozo que los mineros libres habían abierto en la roca. En todos los aspectos era idéntico al de verdad, aunque mil veces más pequeño. Al principio, no sucedía nada. Entonces, cuando el gláser lo alcanzaba, el asteroide explotaba, enviando miles de fragmentos de roca disparados en todas direcciones como una creciente esfera de gravilla. Pronto los pedazos se distanciaban tanto que la esfera perdía todo parecido de su forma y lo único que quedaba era el espacio vacío. La holosim se apagó. Lem se volvió hacia el doctor Dublin y la doctora Benyawe, que estaban de pie junto a su mesa, esperando pacientemente su reacción.
—Queda completamente destruido —dijo Lem—. ¿Cómo se supone que voy a explotar un asteroide destruido?
La Makarhu estaba a menos de un día del asteroide real. La aproximación «Luz Roja Luz Verde» de Chubs había funcionado a la perfección durante nueve días. La Cavadora no sabía nada. Los mineros libres no tenían modo de saber que otra nave se acercaba a su posición. No había mensajes de radio amenazantes, ni disparos de advertencia, nada. O bien eran excepcionalmente buenos haciéndose los tontos o les esperaba la sorpresa de su vida.
Sin embargo, los ingenieros le estaban diciendo ahora a Lem que no importaba de todas formas, porque el gláser iba a destruir el asteroide por completo y los iba a dejar con las manos vacías.
—Esto es inaceptable —dijo—. No va a quedar nada del asteroide.
—Nuestros cálculos podrían estar equivocados —respondió Dublin—. Nunca hemos disparado el gláser contra un objeto tan grande antes. Esta simulación solo ejecuta los datos que le suministramos, y no tenemos muchos. Gran parte de todo esto es conjetura.
—¿Entonces cuál es el sentido de hacer una simulación? —dijo Lem—. ¿Me están mostrando lo que podría suceder? Eso lo sé hacer yo. Tengo una imaginación bastante potable. Perdóneme por ser brusco, doctor Dublin, pero suponer no nos ayuda en nada. Necesito hechos. Lo que me está mostrando son medio hechos. Y para ser completamente sinceros, no los medio hechos que quiero ver. El gláser es una herramienta minera. Nuestro negocio es extraer minerales. Lo que me está mostrando es tiro al plato. No me importa si vuela el asteroide, pero enviar miles de piezas volando en todas direcciones no va a funcionar. Los mineros no pueden ir persiguiendo fragmentos de roca todo el día. Se supone que el gláser va a simplificar el proceso minero, no a complicarlo. Puedo tolerar esta reacción con guijarros, pero no con rocas grandes. No es eso lo que el consejo de dirección tenía en mente.
—Usted no quiere suposiciones, Lem —dijo Benyawe—, pero es casi lo único que tenemos. No hemos hecho suficientes pruebas de campo para predecir con un alto grado de precisión lo que va a suceder exactamente. Por eso la misión fue diseñada de esta forma, con nosotros realizando muchas pruebas usando gradualmente asteroides cada vez más grandes.
Lem sacudió la cabeza.
—El plan original ya no existe. Vamos con siete semanas de retraso. Ahora tenemos un nuevo plan, un plan que llevamos nueve días siguiendo. Estoy de acuerdo en que el plan ideal era el original, pero las circunstancias han cambiado.
—Entonces lo único que podemos mostrarle son posibilidades —dijo Benyawe—, nada definitivo. No lo sabremos hasta que disparemos al de verdad. Podemos intentar minimizar el campo de gravedad más, y eso podría reducir la explosión, pero no podemos predecir hasta dónde se extenderá el campo.
Lem se frotó los ojos, exhausto. No habían sido nueve días muy agradables. Y otra ronda de «charla de datos» con los ingenieros no ayudaba. Parte del problema eran las luces, o más bien, la falta de ellas. Siguiendo las indicaciones de Chubs, Lem había ordenado que la nave estuviera «a oscuras» cuando se dirigían hacia el asteroide. Esto significaba apagar toda las luces externas y la mayoría de las internas para permanecer invisibles al escáner celestial sensible a la luz de la Cavadora. Lem esperaba que esto fuera un desafío. Acostumbrarse a moverse por la nave en la oscuridad tardaría tiempo. Lo que no había previsto era cómo la falta de luz había puesto a todos de malhumor. Normalmente Lem podía moverse por los pasillos de la nave y oír risas y conversaciones amigables. Ahora los pasillos estaban silenciosos además de oscuros.
Aún más molesto eran las continuas paradas y arranques de la nave. Para avanzar sin ser detectada, la Makarhu permanecía inmóvil cuando quedaba expuesta al lado del asteroide donde estaba la Cavadora, y aceleraba cada vez que estaba en la cara oculta. Detenerse. Arrancar. Detenerse. Arrancar. Era casi imposible dormir, y Lem se sentía ansioso y fatigado por eso.
—Tienen razón —dijo—. Estoy pidiendo lo imposible. Les pido que me digan lo que sucederá sin permitirles recopilar datos para formular una respuesta. Eso no es justo. Me doy cuenta. Pero estamos en las últimas, y solo tenemos una posibilidad de disparo. Solo les pido que hagan todo lo posible para que ese disparo funcione.
Dublin empezó a recoger sus cosas.
—Veremos qué podemos hacer, señor Jukes.
—Tengo plena confianza en ustedes —dijo Lem.
Dublin se lanzó hacia la salida, pero Benyawe se quedó atrás.
—¿Podemos hablar un momento, Lem? —preguntó.
—Podemos hablar horas, doctora Benyawe. Así me mantendré despierto.
—He guardado silencio en este asunto desde que partimos hacia este asteroide —dijo Benyawe—, pero si no digo algo ahora, antes de que lleguemos allí, me sentiré decepcionada conmigo misma.
Lem sabía adónde iba a ir a parar. Como esperaba, la decisión de expulsar a los mineros libres no le hacía ninguna gracia a los ingenieros. Su mundo era blanco o negro. Un experimento fracasaba o no lo hacía. Los datos eran buenos o no. El prototipo funcionaba o no. La idea de una zona gris, donde era aceptable en determinadas circunstancias tomar un sitio por la fuerza, era difícil de tragar por un ingeniero. Todos sabían que Juke Limited estaba implicada en prácticas comerciales turbias, pero era mucho más fácil volver la cabeza desde las salas cómodas y seguras de tu laboratorio allá en Luna. Aquí, en lo profundo del espacio, la dura verdad te miraba a la cara.
Lem levantó una mano.
—Si va a decirme que piensa que expulsar a esos mineros libres es moralmente equivocado, ahórrese las palabras. Yo pienso lo mismo.
—¿Ah, sí?
—Absolutamente. Básicamente, es hacer trampas. Y acosar. Por no mencionar extremadamente peligroso.
—¿Entonces por qué lo hacemos?
—Porque la alternativa es un viaje de ocho meses. Si vamos tan lejos, agotaremos nuestras reservas de combustible. Además, no tenemos garantías de que el asteroide más lejano esté más vacío que este. ¿Quién dice que no hay toda una flota de mineros libres anclados en ese otro asteroide?
—Esas no son nuestras únicas opciones —dijo Benyawe—. Podríamos continuar con la misión tal como fue planeada. No es demasiado tarde para eso. Buscamos más guijarros de tamaño gradualmente más grande y ajustamos el gláser a medida que avanzamos. Los mineros libres no tocan los guijarros. Así no habría problemas.
—Tenemos que probar con un asteroide grande de todas formas —dijo Lem—. Todo lo que estamos haciendo es saltarnos pasos. Es una desgracia que tengamos que desahuciar a los mineros libres, pero así es el mundo en el que vivimos ahora. Chubs me asegura que podemos hacer esto con daños estructurales mínimos a su nave y sin dañar a ningún miembro de su tripulación.
—No está bien. Les vamos a quitar lo que es suyo.
—Técnicamente, doctora, no es suyo. No tienen ninguna escritura. Ningún derecho de propiedad. Esa roca es nuestra tanto como suya. Pregunte a la ASCE.
Lem no estaba exactamente seguro de tener razón. La Autoridad de Seguridad y Comercio Espacial, la organización internacional que supervisaba la industria minero-espacial, bien podría darle la razón a Benyawe en esto. Pero si Lem no conocía los detalles de esa política, estaba seguro de que Benyawe tampoco. Si parecía seguro de sí mismo, no discutiría.
—Pero ellos llegaron primero —dijo Benyawe—. Eso tiene que servir para algo.
—Ha servido para algo. Han enviado dos naves rápidas con metal. No los vamos a dejar en la pobreza, doctora. Considerando cuánto han extraído del pozo, probablemente ya están al final de la excavación. Solo los enviamos a casa prematuramente.
Ella sonrió con reproche.
—No sabemos si están al final de su excavación, Lem. Eso es una especulación sin fundamento solo para ayudarnos a dormir esta noche.
—Tiene razón. Pero eso no cambia nuestra situación. A menos que otro asteroide grande aparezca dentro de las próximas horas, vamos a seguir con esto.
—Entonces me gustaría que quedara registrado en los archivos oficiales de la nave que me opongo a esta acción.
Eso sorprendió a Lem.
—¿Tanto se opone?
—Tanto. Y no soy la única. Muchos de los ingenieros se sienten incómodos con esto, no solo porque les parece que es robar sino también porque temen por sus vidas. ¿Y si esos mineros libres están mejor defendidos y mejor equipados de lo que creemos? Somos científicos, Lem, no soldados.
—Le aseguro, doctora, que expulsar a un puñado de comedores de guijarros es lo más seguro del mundo.
—Por favor, no use es término. Lo encuentro ofensivo. Son seres humanos.
—Comedores de guijarros. Chupadores de rocas. Basura de ceniza. Perros cavadores. Ácaros de las minas. Carroñeros. Estas expresiones existen, doctora Benyawe, porque ese tipo de gente vive un estilo de vida que no llega a ser civilizado. Se casan con sus hermanas. Carecen por completo de educación. Sus piernas son solo hueso y tendón porque nunca las desarrollan. Es como si se estuvieran convirtiendo en una especie distinta.
—Habla de incidentes aislados. No todos son así. La mayoría son bastante innovadores.
—¿Ha visto a los expósitos, doctora? ¿Ha visto los documentales sobre esa gente? Es suficiente para que den ganas de vomitar.
—Sensacionalismo, Lem. Lo sabe. La inmensa mayoría de los mineros libres son familias inteligentes y trabajadoras que aman a sus hijos y obedecen la ley del espacio. Al asaltarlos vamos a quitarle a una familia su medio de vida.
—Y a asegurar el nuestro. Este es el mundo en el que vivimos ahora, doctora. Ya no estamos en un laboratorio ni en Luna. Esto es la frontera. Aquí no todo es perfectamente limpio. ¿Nos permitimos fracasar para que un grupo de mineros libres pueda vaciar un asteroide de todo lo que tiene? No, no podemos. Lo tomamos. ¿Me gusta esa opción? No, pero no es algo que estos mineros libres no hayan visto antes. Este es su mundo. Con toda probabilidad, ellos expulsarán también a naves. ¿Quién dice que no han echado a alguien de esa roca para quedársela ellos?
—Más especulaciones sin base ninguna.
—Estoy pintando un escenario, Benyawe. Le recuerdo que las reglas son diferentes aquí en lo Profundo. No me gusta más que a usted. Estos mineros libres tienen una obligación hacia su familia, sí, pero nosotros tenemos una obligación también.
Benyawe frunció el ceño.
—¿Al Consejo, quiere decir? ¿A nuestros accionistas? En serio, Lem. No puede comparar eso con una familia.
—Que esta gente tenga parentesco no hace que su causa sea más noble que la nuestra. Han sacado de esa roca dos naves rápidas llenas de metal. No tendrán problemas.
La holopantalla de Lem trinó, y un mensaje de solicitud de aceptación apareció. Lem atravesó con la mano el holoespacio, y la cabeza de Chubs apareció.
—Tenemos un problema, Lem —dijo Chubs—. Expulsar a esta nave va a ser más difícil de lo que pensábamos. ¿Puede venir al puente de mando?
Lem salió de su oficina inmediatamente. No quería que Benyawe lo siguiera, pero ella o bien no captó las pistas de su lenguaje corporal o decidió ignorarlo por completo. Fuera como fuese, ella lo siguió por el pasillo hasta el tubo de impulsión. Antes de entrar, Lem se volvió hacia ella.
—Si escribe una objeción formal —dijo—, la firmaré y la archivaré en los ordenadores de la nave. Ahora, si me disculpa, tengo asuntos en el puente de mando.
—Me gustaría acompañarle.
Era una mala idea. Los ingenieros nunca iban al puente de mando, y este no era un buen momento para empezar, sobre todo sabiendo cómo se oponía a la embestida.
—Este no es asunto para los ingenieros —dijo Lem.
—No soy solo una ingeniero. Soy la directora de Operaciones Especiales, un nombramiento que usted me ha otorgado. Yo diría que embestir a una nave entra claramente en la categoría de operación especial.
Lem comprendió de pronto por qué su padre puso a un hombre como Dublin al mando de los ingenieros. Los Dublins del mundo nunca te cuestionaban. Si estaban en desacuerdo con tus superiores, cerraban la boca y acataban las órdenes. Eso no los convertía en mejores líderes per se, pero desde luego facilitaba el trabajo de Lem y su padre. Benyawe era de otra pasta. Quedarse callada no estaba en su ADN. Pero ¿no era por eso por lo que la había ascendido en primer lugar? Quería consejos sinceros.
—Puede venir —dijo Lem—. Pero no puedo permitir que discuta conmigo en el puente de mando.
—Yo no discuto —respondió Benyawe.
—Está discutiendo conmigo ahora.
—Estoy fuertemente en desacuerdo. Hay una diferencia.
—Bien. No esté fuertemente en desacuerdo conmigo entonces. Mi argumento es que en el puente de mando soy el oficial en jefe. Puede hacer preguntas. Puede hacer observaciones. Pero si tiene algo que discutir sobre lo que diga, guárdeselo para usted hasta que estemos a solas.
—Muy bien.
Chubs los estaba esperando ante la carta del sistema. El mapa había sido sustituido por un gran holo de la Cavadora. No se parecía en nada al holo original que Lem había visto de la nave: eso era una versión 3-D que el ordenador tenía archivada de la marca y modelo concretos de la nave. Esta era la de verdad. La Makarhu estaba ahora lo bastante cerca del asteroide para hacer escaneos de alta resolución de la nave de los miembros libres, y Lem no podía creer lo que estaba viendo.
—Parece un tanque —dijo.
—Llevamos haciendo escaneos con los ordenadores toda la mañana —respondió Chubs—. Nunca he visto nada igual, al menos en una nave de mineros libres. Tienen placas blindadas soldadas por toda la superficie. Además, nunca he visto tanta tecno original en una sola nave. Mire estas protuberancias aquí, aquí y aquí. Es tecno.
—¿Qué clase de tecno? —preguntó Lem.
—No lo sabemos. Esas cajas de aquí podrían ser mataguijarros. Nuestros ordenadores no pueden distinguir nada. La mayoría parece construido con parches. El ordenador reconoce piezas individuales de máquinas, pero como las piezas se combinan de forma rara, no tenemos ni idea de para qué es realmente la tecno. Sea quien sea esta gente, o están locos de remate o son innovadores geniales.
—Preferiría que fueran locos.
—Ya somos dos —dijo Chubs—. No me gusta que tengan máquinas que no podemos comprender. Me pone nervioso. Y eso no es lo peor. —Miró incómodo a Benyawe.
—No hay problema —dijo Lem—. Está aquí por invitación mía.
Lem le sonrió a Benyawe, dándoselas de tranquilo, aunque en realidad sentía algo de pánico. La Cavadora parecía más dura de lo que había previsto. No tendría que haber traído a Benyawe.
Chubs se volvió hacia la carta del sistema y pulsó una orden. Una docena de cables que se extendían desde la Cavadora hasta la superficie del asteroide brillaron de pronto en amarillo.
—Esta es la mala noticia. Tienen doce líneas de atraque que los anclan al asteroide. Es el triple de lo normal.
—¿Y eso qué significa? ¿Que nos han visto? ¿Añaden más cables para hacerse fuertes?
—Nada de eso —respondió Chubs—. Nadie lleva tanto cable por si acaso. Tienen que anclar así todo el tiempo.
—Tal vez los hayan empujado antes —dijo Benyawe—. Y ahora tienden más cables para disuadir cualquier intento de repetirlo.
—Es lo que yo pienso —coincidió Chubs—. Por el aspecto de la nave y el número de cables de atraque, diría que esta gente ha visto lo suyo de piratas y de expulsiones.
—Y de corporaciones —dijo Benyawe.
Lem la fulminó con la mirada, pero ella estaba observando el holo y no le vio los ojos.
—La otra cosa que me molesta es la actividad que hemos detectado fuera de su nave —dijo Chubs.
—¿Qué clase de actividad?
—Paseos espaciales. Y montones de ellos. Algunos para colocar más blindaje en el casco. Algunos para trabajar en su sistema de evitación de colisiones. Han estado muy, muy activos. No hemos visto más de tres o cuatro tipos juntos. Pero es como si supieran que se avecina una guerra.
—Obviamente nos han detectado —dijo Lem—. Están construyendo defensas para nuestro ataque.
—No estoy tan seguro. Solo hay tres o cuatro tipos ahí fuera. Si estuvieran en modo pánico prebatalla, tendrían una cuadrilla entera. Pondrían todos los hombres disponibles tras un esfuerzo como ese.
—Tal vez esos sean todos los hombres disponibles —dijo Benyawe—. Tal vez solo quedan tres o cuatro personas. Tal vez han tenido una fuga o algo. Ha sucedido con los mineros libres antes.
—Pero sí que tienen más gente —dijo Chubs—. Los hemos visto. Mientras esos tres tipos están reforzando la nave tienen treinta tíos trabajando en la mina. Básicamente es la vida como de costumbre.
Lem se encogió de hombros.
—No es tan extraño si se piensa. Nos han visto venir, y intentan extraer tanto mineral como puedan antes de que lleguemos allí. Es lo que yo haría.
—La otra posibilidad —dijo Benyawe— es que no sepan que venimos, y reforzar la nave es simplemente lo que hacen esos tres o cuatro tipos. Es su trabajo. Simplemente hacen lo que deben. Podríamos comentar que el estado de la nave favorece esa idea. Está bien defendida. No se consigue una cosa así de la noche a la mañana. Se ven abolladuras y marcas de quemaduras por todo el blindaje, lo que sugiere que lleva allí mucho tiempo.
—Tal vez —dijo Chubs—. También podría significar que las placas del blindaje se quemaron cuando las aplicaron.
—No es probable —repuso Benyawe—. Algunas de estas marcas y abolladuras se extienden por múltiples placas. Esta es una nave que ha visto acción, lo cual nos presenta otra posibilidad. Tal vez no se estén preparando para la guerra contra nosotros. Tal vez tienen una disputa con otra familia, o hay una nave de ladrones en la zona.
—No hay nadie más en la zona —dijo Chubs.
Benyawe se encogió de hombros.
—Entonces tal vez se estén preparando para partir a un viaje de seis meses donde esperan encontrar a su enemigo. ¿Quién sabe?
—Ya he tenido suficientes suposiciones por un día —dijo Lem—. Quiero respuestas. ¿Cómo afecta esto al empujón? ¿Vamos a hacerlo o no?
—Los cables de atraque son el mayor problema —respondió Chubs—. Son un montón de cables. No podemos empujar la nave a menos que todos y cada uno de esos cables sean cortados. Podríamos hacerlo con los láseres, pero sería un trabajo tedioso. Tardaría demasiado. Los empujones tienen que ser rápidos. Dos minutos como máximo. Darles la mínima posibilidad de contraatacar. Sugiero cortar los cables de una forma distinta.
—¿Cómo?
Chubs tecleó más órdenes en la carta del sistema, y el holo de la Cavadora desapareció. Un holo del asteroide ocupó su lugar, con la Cavadora convertido ahora en una nave pequeña anclada a la superficie.
—Aterrizaremos aquí —dijo Chubs—. En el lado ciego.
Lem contempló el holograma donde la Makarhu se acercaba a la cara oculta del asteroide y aterrizaba en un punto justo por debajo de lo que sería la línea del horizonte de la Cavadora, ocultándose de la vista pero manteniéndose a distancia de tiro.
—Todavía no nos han visto —dijo Chubs—. Esperaremos aquí hasta que lleven cuatro horas de ciclo de sueño, cuando todo el mundo está pillando moscas. Entonces enviaremos doce rompedores.
Los bots rompedores eran pequeños drones explosivos en forma de disco. Las corporaciones los usaban para extraer mineral, enviándolos a pozos estrechos para que rompieran grandes trozos de roca.
—Aquí hay una cordillera —dijo Chubs, iluminando el accidente en el asteroide—. Se extiende desde nuestro lugar de aterrizaje a cien metros de la Cavadora. Podemos seguir la cordillera en lanzadera sin que nos vean. La lanzadera se detiene aquí, en la linde del terreno descubierto. Lanzamos los rompedores desde aquí. Nuestro piloto envía cada uno a una línea de atraque distinta. Los bots atacan los cables, luego los detonamos todas a la vez. Ahí es cuando empieza el ataque. Cuando los cables estén cortados, avanzamos con la nave y eliminamos con nuestros láseres sus mataguijarros y su potencia. Ya se habrá acabado a esas alturas. Podremos empujarlos fácilmente. Noventa segundos máximo.
Lem miró el holo un momento.
—¿Lanzar los rompedores? ¿Puede enviarlos tan lejos con tanta precisión?
—Los rompedores tienen minicámaras. Tenemos un piloto muy bueno. Puede dirigirlas hacia donde quiera.
—¿No detectará el movimiento la Cavadora? —preguntó Lem—. ¿No verán venir a los rompedores?
—Su sistema de evitación de colisiones no monitoriza la superficie del asteroide. No puede. Tienen mineros caminando por la superficie todo el día. Créame, es el último sitio de donde esperarían un ataque.
A Lem no le gustaba. Se suponía que esto iba a ser una operación limpia. Llegarían, colocarían unos cuantos artilugios en el casco, empujarían la nave a un lado, y se habría terminado. Sencillo. Nada de rompedores. Nada de explosiones. Nada de acercarse subrepticiamente en lanzadera. Esto tenía muchas más variables de las que Lem pretendía.
Uno de los tripulantes se lanzó desde su puesto de trabajo y aterrizó cerca de Lem.
—Están rotando, señor —informó—. Podemos acelerar en cuanto estén preparados.
Este sería el último salto. Ya estaban cerca. Aterrizarían en la roca en cuestión de horas. Lem se volvió hacia Benyawe. Su rostro era una máscara. Parecía tranquila, pero él sabía que estaba furiosa. Odiaba esta nueva situación más que él.
—¿Cuál es la expresión, Lem? —dijo Chubs—. Podemos cortar la carnada ahora y largarnos si quiere. Si no, hay que actuar. Tenemos una ventana muy breve.
Nueve días. Habían viajado hasta allí en nueve días. Tenían la roca justo delante. «¿Qué harías tú, padre? ¿Dar media vuelta y dispararle a unos cuantos guijarros? ¿Volar durante ocho meses hasta un asteroide diferente? ¿O expulsar a estos chupadores de grava de la roca?». Lem casi podía sentir a su padre junto a él, mirando por encima de su hombro, sacudiendo la cabeza con disgusto, rezumando decepción. «¿Por qué se te ha tenido que ocurrir esto, Lem?», diría. «¿Eres un Jukes o eres un niño?».
Lem se volvió hacia Chubs.
—Llévenos a la roca.