A través de un velo, luz y sonido.
La voz de R’li.
—¿Está muerto?
—¿Jack Cage? —dijo una voz masculina que Jack no pudo identificar.
—No. Su padre.
—Vivirá. Si lo desea.
—Oh Hablador al Alma, ¿siempre has de murmurar lo que aprendiste en los Ritos?
—Es cierto, ¿no?
—Pero obvio y aburrido —replicó la sirena—. Walt Cage deseará morir cuando descubra que ha sido arrastrado a una vivienda cadmo. Nos odia tanto…
Jack abrió los ojos. Estaba tendido sobre un montón de alguna sustancia blanda en una amplia habitación circular. Las paredes y el suelo estaban formados de la carne-vegetal parda y lustrosa. Una media luz brotaba de los grises racimos globulares que adornaban el techo y las paredes. Se incorporó y tocó los globos. Apartó los dedos, pero no porque los globos estuvieran calientes, ya que estaban fríos. El racimo se había retorcido ligeramente.
Miró a su alrededor. R’li y Polly O’Brien estaban contemplando al hombre que estaba al otro lado de la habitación. Su padre se hallaba tendido en una cama de la misma sustancia musgosa que él tenía debajo.
Yath, el hombre medicina del Wiyr local, estaba inclinado sobre Walt y ajustando vendajes. De cuando en cuando susurraba al oído del hombre. Jack no pudo suponer por qué, ya que su padre se hallaba inconsciente bajo los efectos de un intenso shock. Jack dijo:
—Yath, ¿qué le pasa a mi padre? R’li se apresuró a decir:
—No le interrumpas, Jack, por favor. En este preciso momento no tiene que hablar con nadie. Pero yo te lo diré. Tu padre tiene tres fracturas en el brazo derecho, dos costillas rotas, dos fracturas compuestas en la pierna izquierda, y posible hemorragia interna. Naturalmente, está en shock. Hacemos todo lo que podemos.
Jack palpó en sus bolsillos. R’li le ofreció un cigarrillo y lo encendió mientras él chupaba ansiosamente.
—Gracias. Ahora, dime, ¿qué diablos ha ocurrido? Lo último que recuerdo es que las paredes se estaban cerrando sobre mí.
R’li sonrió y tomó su mano.
—Si hubiésemos tenido tiempo de hablar de algo que no fuera nosotros mismos, sabrías lo que es una vivienda cadmo. Yo te hubiera dicho que es un ser viviente.
Al igual que el árbol totum, es medio vegetal, medio animal. Originalmente, era una enorme entidad parcialmente subterránea que vivía en simbiosis con osos o mandrágoras. O, de hecho, con cualquier cosa que le proporcionara carne o vegetación. A cambio de alimento, ofrecía refugio y protección contra los enemigos. No obstante, si se dejaba de pagar el alquiler, el moroso se convertía en enemigo e iba a parar al estómago vacío.
»Cuando digo que “ofrecía” refugio, no aludo a ningún sentido inteligente. No tiene cerebro; no como el que nosotros conocemos, en cualquier caso. Pero cuando nosotros estábamos construyendo nuestra nueva civilización, criamos esas cadmos para un tamaño mayor, para más “inteligencia”, para todas las cualidades que deseábamos. El resultado es la criatura en la que ahora te encuentras. La que nos proporciona aire puro, una temperatura constante y agradable, luz y seguridad. En realidad, nuestra morada subterránea es una colonia de doce de esos animales, cada uno de los cuales proyecta al exterior el cuerno casi indestructible que tú ves desde el prado.
—¿Es tan simple como eso? Entonces, ¿por qué el misterio todos esos siglos?
—La información ha estado siempre al alcance de cualquiera. Pero vuestros jefes os la ocultaron. Ellos sabían la verdad, pero preferían permitir que la gente considerase a las viviendas cadmo como cámaras de horrores y de magia diabólica.
Jack ignoró aquello.
—Pero ¿cómo la controláis? ¿Cómo sabía que nosotros éramos enemigos?
—Antes de poder establecer un «acuerdo» con una cadmo, tienes que ofrecerle cierta cantidad de comida en determinados orificios. Después de eso te reconoce por tu olor, peso y forma. Las paredes de una habitación se cierran sobre ti y toman las huellas de tu forma.
»Nosotros les enseñamos a reaccionar de tal y tal manera ante nosotros, y desde entonces somos sus dueños —o socios—, mientras llegue la comida. Pero está condicionada para capturar a la gente sin identificar y a retenerla hasta que nosotros le ordenamos que la suelte. O que la mate.
R’li acercó su mano a uno de los racimos luminosos.
—Mira.
A medida que la mano se aproximaba, los globos se hacían más brillantes. Cuando la mano retrocedió, la luz se amortiguó. Acariciado tres veces, el racimo aumentó su brillo y lo conservó incluso después de que R’li apartó los dedos.
—Conservarán esa intensidad hasta que sean acariciados dos veces. Es cuestión de establecer comunicación y de adiestramiento.
Jack no sabía qué deseaba descubrir a continuación. El ataque, Ed, Polly, los dragones, su padre, su actual situación…
Gimió.
R’li pareció alarmada. Jack se alegró de ello porque, en un sentido, aquello contestaba a la pregunta que le había asaltado súbitamente.
—¿Qué pensaste de mí cuando me encontraste entre los asaltantes?
Inclinándose sobre él, R’li le besó en los labios.
—Yo sabía todo lo que iba a pasar. Tenemos nuestras fuentes de información.
—Debí enfrentarme a ellos desde el primer momento. Debí enviarles al diablo.
—Sí, y terminar como el pobre Wuv —dijo R’li.
—¿Cuándo te enteraste de eso?
—Hace algún tiempo. A través de ciertos… ejem… canales.
—Entonces, ¿sabes lo de la HK?
—Absolutamente todo.
Yath, incorporándose, hizo un gesto.
R’li dijo:
—Le estamos molestando en su trabajo con tu padre.
Les llevó a otra celda. Cuando Polly hubo pasado, R’li acarició el iris tres veces, y éste se cerró.
A Jack le hubiera gustado quedarse donde estaban, ya que un cadmo estaba hablando en una gran caja de metal con saetas y esferas en la parte delantera. Una vez se interrumpió, y una voz masculina brotó de la caja. R’li les hizo salir y les condujo a otra habitación en la que O’Reg, su padre, estaba sentado delante de una mesa.
El Rey Ciego no se molestó en saludar.
—Siéntate, Jack, por favor. Deseo explicarte unas cuantas cosas acerca de tu futuro inmediato. En especial teniendo en cuenta que tu destino afecta al de mi hija.
Jack quiso preguntarle qué era lo que sabía acerca de R’li y de él, pero era obvio que O’Reg no deseaba ser interrumpido.
—En primer lugar, tu padre quedará muy trastornado por el hecho de que le llevaran a una vivienda cadmo sin su permiso. Pero había que escoger entre traerlo o dejarle morir mientras se esperaba la llegada de un médico humano.
»Tendrá que esperar hasta que se encuentre mucho mejor antes de poder tomar una decisión. Pero es vital que Polly y tú decidáis inmediatamente lo que queréis hacer. Nos han informado de que las noticias del ataque han llegado a Slashlark y que la totalidad de la guarnición se ha puesto en marcha para rodear la granja.
»Hace diez minutos, su vanguardia, montada en carruajes, cruzó el puente del Arroyo Escamoso. Les seguían soldados a pie. Eso significa que los primeros llegarán aquí dentro de una hora y media, aproximadamente.
»Su objetivo aparente es el de proteger al Wiyr contra unos ciudadanos sublevados. En realidad, pueden estar buscando un pretexto para invadir nuestras viviendas cadmo. Saben que hemos capturado a miembros de la HK. Pueden imaginarse que les hemos sonsacado sus secretos y que lo mejor será desencadenar el ataque contra los horstels antes de lo previsto.
»Sin embargo, confiemos en que no se atrevan a hacerlo sin recibir la orden de la capital. Ahora es de día; los heliógrafos del Gobierno han estado muy ocupados. Desde aquí a San Dionisio hay mil quinientos kilómetros, pasará algún tiempo antes de que Slashlark reciba un mensaje.
»Pero los soldados no tardarán en llegar. Están tan excitados como los ciudadanos por el asunto; no puede preverse lo que ocurrirá si se olvida la disciplina. De modo que es mejor que decidas ahora lo que quieres hacer, por si los soldados violan el asilo.
»Tienes dos caminos. Uno, arriesgarte a ser juzgado. Otro, huir a las Thrruk.
—No hay mucho que elegir —dijo Jack—. Lo primero equivale a una muerte segura en las minas.
A pesar de su concentración en el Rey Ciego, Jack observó que Polly O’Brien se había ido aproximando a él. Los enormes ojos de la muchacha estaban semicubiertos por los párpados; una mano se mantenía detrás de su larga falda como si ocultara algo en ella. Lo primero que se le ocurrió a Jack fue que Polly empuñaba un cuchillo. Resultó fácil para él pensarlo. Demasiadas personas habían intentado acabar con él en las últimas horas. Lo que pensó a continuación fue que Polly O’Brien no tenía ningún motivo para apuñalarle y que se estaba poniendo demasiado nervioso.
Un cadmo entró en la cámara y le habló a O’Reg en lenguaje adulto. O’Reg dijo en inglés:
—Regresaré en seguida.
Cuando se hubo marchado, Jack dijo:
—¿Tiene mi padre muchas posibilidades de salir de esto?
—No puedo garantizar nada —respondió R’li en lenguaje infantil—. Pero Yath es muy capaz. Tiene su oreja en el seno de la Gran Madre. Es uno de los mejores de la clase curativa.
En otro momento, Jack hubiera experimentado sorpresa y curiosidad ante aquella afirmación. No había sospechado que los Wiyr tuvieran clases de ningún tipo. Profesiones y comercios, sí, pero la palabra que ella había utilizado no podía ser traducida al inglés para que significara ninguna de aquellas dos cosas. Tenía una partícula enclítica: el «pang», que significaba que el sustantivo que modificaba poseía cualidades que estaban limitadas concretamente por determinadas restricciones. Así, en ciertos contextos, podía indicar que la persona restringida designada por el sustantivo había nacido en la situación y no podía ir más allá de aquellos límites.
Si alguien le hubiese interrogado antes de aquella conversación particular, Jack habría contestado que sólo tenía una vaga idea de cómo estaba organizada la sociedad cadmo. Apremiado, hubiera dicho que siempre había creído que los Wiyr vivían muy próximos a la anarquía.
Pero, en aquel momento, sólo podía pensar en su padre.
R’li continuó:
—Yath ha remendado ya los huesos rotos. Aparte del shock, del cual ya ha sido tratado, y de una posible hemorragia interna, Walt debería encontrarse en condiciones de levantarse ahora mismo.
Polly O’Brien profirió una exclamación de asombro Y dijo:
—¡Magia negra!
—No —replicó R’li—. Conocimiento de la Naturaleza. Yath ha situado los huesos en su sitio y luego ha inyectado un pegamento muy potente y de secado muy rápido que une los huesos más fuertemente de lo que estaban unidos antes de la fractura. También ha administrado varias drogas, cuyo efecto combinado combate el shock. Y ha colocado a tu padre en un «kipum». Traducido aproximadamente, un «kipum» es un trance en el cual el paciente es receptivo a las sugerencias psíquicas que capacitan al cuerpo para sanar con más rapidez y eficacia.
»No, no hay magia negra ni brujería en nuestros métodos. Si Yath explicara sus métodos, las técnicas de su profesión, los ingredientes y fórmulas de sus medicinas, veríais claramente que no hay involucrada ninguna magia. Pero él no os dirá más de lo que me ha dicho a mí: nada. Sus poderes son los secretos de su profesión. Éste es uno de los privilegios de su clase. Nunca podrá ser un rey, pero tiene derechos que deben ser respetados.
O’Reg regresó a la habitación. Dijo:
—Chuckswilly ha escapado de Mar-Kuk y Hay-Nun, los dragones. Ha establecido contacto con los soldados montados y ahora se dirige hacia aquí con ellos. Dentro de unos minutos sabremos lo que quiere.
Hizo una pausa, y luego continuó:
—Esperaba que exigiera que te entregásemos a ti, Jack. En realidad quiere a todos los humanos que ahora se encuentran en esta vivienda cadmo. Eso significa Polly, tu padre, Ed Wang y sus compañeros.
R’li, con una expresión de ansiedad en el rostro, miró a Jack.
—¿No comprendes lo que significa eso? Todos vosotros, no importa qué motivos os hayan traído aquí, seréis condenados. ¡Ya conoces vuestra ley! Si uno va a una vivienda cadmo, se hace reo de contaminación. Y es juzgado y sentenciado. La única duda será si morirá en la hoguera o trabajando en las minas…
—Lo sé —dijo Jack, alzándose de hombros—. Hasta cierto punto, es curioso lo de Ed. Su odio a los horstels y a los humanos amigos de ellos le ha llevado hasta aquí. Y ahora, le guste o no, tendrá que compartir su suerte.
O’Reg dijo:
—Ed Wang no lo encuentra divertido. Le dije lo que le espera, y casi se desmayó de rabia y de frustración. Y también, creo, de un miedo más que regular. Le dejé aullando obscenidades y amenazas. —Hizo una mueca de disgusto—. ¡Un ser vil!
—¿Qué vas a hacer? —le dijo R’li a Jack.
—Si me quedo aquí, ¿qué pasará? Y no es que quiera quedarme. No podría permanecer bajo tierra para siempre.
—Ni a nosotros nos gustaría estar encerrados dentro de nuestros hogares —dijo O’Reg—. Ya sabes lo mucho que amamos los cielos abiertos, los árboles, nuestros campos. Aunque estamos acostumbrados a descender a las viviendas cadmo para protegernos y para asuntos necesarios, nos volveríamos locos si estuviésemos obligados a permanecer durante largos períodos en esas celdas.
»Sin embargo, esa posibilidad no debe preocuparnos de momento. Os diré lo que está ocurriendo más allá de esas paredes. Tal como suponíais, el gobierno de Dyonisa se ha estado preparando para atacar a los horstels dentro de sus fronteras. Además, Dyonisa está aliada con Croatania y Farfrom. Los tres gobiernos planean exterminar a los Wiyr, matar a todos y cada uno de nosotros, hombre, mujer, niño.
»Lo sabemos desde hace algún tiempo. Pero hasta ahora no hemos sabido qué hacer. Estábamos dispuestos a ceder lo que fuera preciso para conservar la paz, pero no renunciaremos a nuestra independencia ni a nuestro sistema de vida. Sin embargo, los gobiernos humanos no desean mediación y reajuste. Quieren resolver el problema por completo, para siempre, y en seguida.
Jack dijo:
—Si sabéis que tenéis que luchar, ¿por qué no golpeáis los primeros? Sed realistas.
—Hemos hecho preparativos —dijo R’li—. Utilizaremos todas las fuerzas de Baibai, nuestra Madre.
Se refería a una deidad o a una fuerza, Jack no estaba seguro. Sospechaba que Baibai era una diosa de la tierra, una falsa deidad, un demonio aborrecible para todos los cristianos. Se decía que los horstels le sacrificaban sus niños, pero Jack no lo creía. Nadie que conociera a los horstels y la repugnancia que les inspiraba el derramamiento de sangre, los ritos protectores con los cuales se rodeaban incluso en el sacrificio de animales para comer, podría creerlo. Claro que existían otras maldades además del sacrificio de niños.
O’Reg sonrió torvamente y dijo:
—La Sociedad HK no era una organización oficial, pero estoy seguro de que el gobierno conocía su existencia e incluso situó agentes en ella para estimular sus planes. Sin embargo, tengo noticias para ti. La capital de Dyonisa está ardiendo.
—¿Está qué? —dijo Jack.
—Ardiendo. Estalló un incendio en los suburbios. Favorecido por un fuerte viento, se extendió a través de los distritos edificados a base de madera. Además, amenaza a las casas de los comerciantes y la nobleza. Los refugiados de los suburbios de Dyonisa se extienden hacia el interior de la ciudad lo mismo que hacia el campo. Sospecho que el gobierno tendrá otras cosas en qué pensar que no sean guerrear contra los Wiyr. De momento, al menos.
—¿Quién empezó el fuego? —preguntó Polly O’Brien.
O’Reg se alzó de hombros y dijo:
—¿Qué importa eso? Los suburbios han sido un polvorín desde hace mucho tiempo. Esto tenía que ocurrir. Pero podéis estar seguros de que, sea cual sea la causa, los horstels cargarán con la culpa.
Jack se preguntó cómo sabía O’Reg con tanta rapidez lo que ocurría en la capital, tan lejana. Luego recordó las cajas parlantes. ¡Pero 1200 kilómetros de distancia!
—Unos minutos más —dijo O’Reg— y tendréis que quedaros aquí. La salida quedará bloqueada por los soldados.
Entró un horstel macho y habló a O’Reg en lenguaje adulto. El Rey Ciego contestó; el mensajero se fue. O’Reg cambió al inglés.
—Ed Wang y sus compañeros se han marchado. Corren hacia los bosques, hacia las Thrruk, supongo.
R’li apoyó una mano sobre el hombro de Jack y dijo:
—¡No puedes entregarte a ellos! Si lo haces, te ejecutarás a ti mismo. ¡Morirás!
—Pero ¿y mi padre? —dijo Jack.
Ella respondió:
—Probablemente se pondrá bien, y pronto. Pero tiene que pasar al menos un día en cama.
—¡No le abandonaré! —dijo Jack. Apretó firmemente las mandíbulas y miró a los otros con aire decidido.
O’Reg dijo:
—¿Qué dices tú, Polly O’Brien?
El rostro en forma de corazón con los ojos enormes de la muchacha había perdido su belleza. Estaba muy pálida; la piel alrededor de los ojos tenía un color azul oscuro; los ojos tenían una expresión inquieta. Miró a Jack, luego a los horstels.
—Decide lo que quieres hacer —dijo Jack—. Yo voy a ver a mi padre.
Salió de la celda y descendió por el largo pasillo, apenas lo bastante ancho como para permitir el paso de dos personas. Las paredes eran de color gris-verdoso, lisas, sin granulación, y lustrosas. De trecho en trecho, racimos de globos colgaban de tallos de aspecto carnoso pegados al techo. La mayoría de ellos estaban iluminados. Pero la luz era crepuscular y no se oía más sonido que el de sus pies sobre el suelo ligeramente elástico y algo frío. A cada lado, cada seis o siete metros, había una hendidura, la marca de un iris cerrado.
En un momento determinado, a su derecha, pasó por delante de un iris medio abierto, y miró al interior. La celda era muy grande y mucho más brillante que todas las que había visto. Las paredes tenían un tono anaranjado mate veteado de verde claro. En el centro, cubierta de pieles de unicornio, cola de oso y otras desconocidas había una mesa redonda, muy amplia, muy baja, de una madera de color castaño claro y muy lustrosa. Alrededor de ella había más pieles amontonadas, al parecer para aquéllos que deseaban sentarse o tumbarse en ellas.
Contra la pared situada en frente de él había un iris abierto del todo, y a través del mismo Jack percibió la figura de una hembra, de unos cinco años de edad, con los ojos levantados hacia una sirena. Presumiblemente, la sirena era la madre de la niña. Luego la sirena apartó la mirada de la niña y vio a Jack Cage. Su reacción no fue la que él habría esperado. Sorpresa, turbación, una leve consternación, sí. Pero no el horror en su rostro. Incluso a aquella distancia Jack pudo verla palidecer, y la boca súbitamente abierta revelaba el asombro.
No esperó a ver más sino que echó a andar. Pero no pudo dejar de pensar que lo que ella había revelado en un momento de shock podía ser lo que ella y la mayoría de los de su especie sentían realmente hacia los seres humanos. Habitualmente se mostraban amables, o al menos corteses, en sus tratos con los hombres. Bajo aquel exterior amable o cortés, ¿ocultaban sentimientos hacia el hombre similares a los del hombre hacia ellos?
Un momento después entró en la celda donde yacía su padre. Yath seguía agachado junto a Walt Cage y susurrando a su oído. Pero ahora, aunque Walt estaba inconsciente o sumido en un profundo sueño, su piel tenía un color sonrosado. Además, había una leve sonrisa en sus labios.
Yath dejó de susurrar y se incorporó.
—Dormirá un poco más, luego podrá comer y dar un pequeño paseo.
—¿Cuándo estará en condiciones de salir de aquí?
—Dentro de unas diez horas.
—¿Estará muy fuerte?
Yath se encogió de hombros y dijo:
—Depende de él. Tu padre es muy fuerte. Creo que será capaz de recorrer varios kilómetros… andando despacio. Si piensas llevártelo a las Thrruk muy pronto, no lo hagas. Pasarán varios días antes de que pueda soportar los rigores de la huida a través de aquella región.
—Me gustaría poder hablar con él —dijo Jack.
—Tendrás que esperar un poco —dijo Yath—. Para entonces, los prados encima de nosotros y los bosques que nos rodean estarán infestados de soldados. No, muchacho, no puedes pedirle a tu padre que te diga lo que tienes que hacer. Has de decidirlo por ti mismo, y pronto.
Una voz llegó a través del iris desde el pasillo exterior.
—¡Jack!
Reconociendo a Polly, Jack salió de la habitación. Ella le entregó un objeto vagamente cilíndrico, envuelto en un trapo blanco y sangrando por un extremo.
—Es el pulgar del dragón —dijo Polly—. R’li iba a tirarlo, pero yo lo recogí. Ella se rio de mí, aun a sabiendas que lo guardaba para ti.
—¿Por qué?
—¡Tonto! ¿No sabes que Mar-Kuk casi arrancó el cuerno de esta cadmo tratando de recuperar su pulgar? Fracasó, pero juró que te mataría si volvía a verte, y recobraría su valioso pulgar. Ignoro cómo, pero conoce tu nombre. Probablemente se lo dijeron los horstels en alguna ocasión, mientras robaba en nuestras granjas. De todos modos, ha dicho que la próxima vez que te vea acabará contigo. Y lo hará, a menos…
—¿A menos… qué?
—A menos de que tengas esto, una parte de su cuerpo. Lo sé. Mi madre se dedicaba a la química, ¿te acuerdas? Y trataba con huesos de dragón, los que encontraban los mineros o cazadores. Tenían un alto precio debido a que se suponía que constituían un excelente remedio para el corazón triturados y mezclados con vino. Y también un afrodisíaco.
»Mi madre me contó algunas cosas acerca de los dragones. Son muy supersticiosos. Creen que si una persona retiene una parte de su cuerpo, un diente, una garra, cualquier cosa, esa persona puede controlarlos. Desde luego, Mar-Kuk supone que tú ignoras eso, pero quiere matarte antes de que lo descubras. Además, un dragón cree que si muere faltándole una parte de su cuerpo, quedará condenado a vagar por su infierno como un fantasma contrahecho.
Jack contempló el pulgar y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta.
—¿Por qué lo necesitaría a menos de que pensara abandonar la vivienda cadmo ahora mismo? —dijo—. ¿Crees que iba a hacer eso?
—Desde luego. Lo mejor que podemos hacer es marcharnos lo antes posible y correr como almas que lleva el diablo. Los soldados empezarán a buscarnos, puedes apostar tu alma a que lo harán. Matarán a todo el mundo. ¡Estamos atrapados!
—No pienso marcharme —dijo Jack—. No puedo abandonar a mi padre.
—¡Ni dejar a esa sirena detrás! ¿Puedes estar realmente enamorado de ella? ¿O es cierto lo que dicen de las sirenas? ¿Las cosas que le hacen a un hombre para hechizarle?
Jack se ruborizó y dijo:
—Ella irá conmigo si se lo pido. E incluso sin pedírselo. No, no quiero abandonar a mi padre.
—Entonces, vas a realizar un gesto inútil. Sacrificarás a tu padre y te sacrificarás tú… ¡Yo me marcho!
Un sátiro alto y pelirrojo se estaba acercando a ellos. Portaba una pequeña bolsa de cuero.
—Será mejor que nos marchemos ahora —le dijo a Polly—. Los soldados están a punto de llegar.
Polly le dijo a Jack:
—No es demasiado tarde para que cambies de idea. Siyfiy nos guiará a través de las montañas.
Jack agitó la cabeza.
—¡Eres un tonto! —exclamó Polly.
Jack contempló cómo la pareja se alejaba rápidamente hasta que la curva ascendente de la sala se los tragó. Luego volvió a entrar en la habitación en la que yacía su padre. Unos minutos después llegaron R’li y el Rey Ciego.
—Los soldados acaban de rodear las viviendas cadmo —dijo O’Reg—. El capitán Gomes y Chuckswilly han exigido que entreguemos a todos los seres humanos. Yo voy a salir ahora a hablar con ellos.
Abrazó y besó a R’li y se marchó. Jack dijo:
—Os comportáis como si pensarais que no volveréis a veros nunca más.
—Siempre nos besamos, aunque sólo tengamos que estar separados un momento. ¿Quién sabe? En cualquier instante podemos separarnos para siempre en este mundo. Pero, en este caso, existe un gran peligro.
—Tal vez mi padre y yo deberíamos entregarnos —dijo Jack—. No hay ningún motivo que obligue a todo vuestro grupo a exponerse…
R’li le interrumpió en tono impaciente:
—No sigas hablando así, por favor. No podemos elegir. Esos «farrta» (una palabra horstel equivalente al recién llegados terráqueo) tienen tantas ganas de atacarnos a nosotros como a vosotros.
Jack paseó de un lado para otro. R’li se sentó en un montón de pieles y empezó a tararear y a peinar sus cabellos con su «pekita». Su absoluto dominio de sí misma y su aspecto relajado irritaron a Jack. En tono brusco, dijo:
—¿Sois realmente «humanos?». ¿Cómo puedes estar tan tranquila?
R’li sonrió y dijo:
—Porque es útil y necesario. ¿Qué beneficio obtendría mostrándome preocupada y nerviosa? Si pudiera hacer algo positivo, lo estaría haciendo. Pero no puedo. De modo que relego mis preocupaciones a un pequeño rincón de mi mente. Sé que están allí, pero están veladas.
Jack la miró con aire de incomprensión.
Ella dijo:
—Si hubieras pasado a través de los Ritos, querido, estarías en condiciones de hacer lo mismo. Y te sentirías muy feliz de poder hacerlo.
Entró una horstel hembra. Dijo:
—Jack Cage, O’Reg desea que te muestres a Gomes y Chuckswilly, los cuales pretenden que has sido asesinado. Amenazan con invadirnos a no ser que puedan verte. O’Reg dice que no tienes que salir si no quieres hacerlo.
—Ellos saben que Polly estaba aquí —dijo Jack—. ¿Qué pasa con ella?
—Polly está allí también. Los soldados llegaron demasiado aprisa; no pudo marcharse a tiempo.
R’li se puso en pie y dijo:
—Yo saldré contigo, Jack.
—No creo que debas acompañarme. Esta exigencia puede ser un simple ardid para apoderarse de Polly y de mí. Tal vez estén planeando matar también a los horstels que están arriba. No, es mejor que te quedes aquí.
—Iré contigo. No discutas, por favor.
Mientras avanzaban a lo largo de los pasillos, Jack le dijo a la hembra que había traído el mensaje:
—¿Qué han dicho de mi padre?
—Gomes quería verle también a él. O’Reg le explicó que estaba demasiado malherido para salir. Pero Gomes dijo que aceptaría tu palabra como garantía de que tu padre está a salvo.
—Me huelo una trampa —dijo Jack—. ¿Por qué están tan preocupados por nosotros? Hemos buscado asilo y nos hemos colocado con ello más allá de la ley de Dyonisa. ¿Qué les importa lo que pueda sucedemos?
—Dudo que les preocupe ni les importe —dijo R’li—. Pero están buscando un pretexto para atacarnos. Nosotros intentamos aplacarles en la medida de lo posible.
La otra sirena dijo:
—Si tratan de apoderarse de los «tarrta» o de atacarnos, no estaremos completamente indefensos. O’Reg tiene a cincuenta guerreros armados con él. Les estamos demostrando que no pueden manejarnos a su antojo.
Pasaron a través del iris a la cámara situada dentro del cuerno y de allí al prado. El sol se había levantado hacía casi una hora y el prado resplandecía. Cerca de la entrada de la vivienda cadmo se hallaban O’Reg y un grupo de sátiros con arcos, flechas y lanzas. Polly O’Brien estaba unos cuantos pasos detrás del Rey Ciego.
Dos hombres hablaban con O’Reg. Gomes, el capitán cíe la guarnición, era un hombre bajito y rechoncho con un ancho rostro y un tupido bigote amarillo. Llevaba el casco cónico de cuero, la coraza de cuero y la falda larga del soldado de Dyonisa. Su ancho cinturón de cuero sostenía una vaina y una funda para una pistola de chispa con un cañón de cristal. El estoque de cristal, en cambio, estaba en su mano. A su lado se encontraba Chuckswilly. Detrás de los dos, a una distancia de unos cincuenta metros aproximadamente, había varios centenares de soldados y unos cincuenta paisanos armados. Estaban formados en media luna, con los cuernos apuntando a la vivienda cadmo. La mayoría de ellos eran arqueros o lanceros, pero un pequeño grupo llevaba mosquetes de chispa con el cañón de cristal.
Gomes, al ver a Jack Cage, gritó:
—¿Le retienen a usted contra su voluntad? ¿Está vivo su padre?
Jack Cage abrió la boca para hablar osadamente pero descubrió que las palabras se pegaban a su garganta. Por primer vez, con los ojos de tantos seres humanos sobre él, la mayoría de los cuales representaban la autoridad de su país, se dio plena cuenta de lo que estaba haciendo. Era un traidor. Peor todavía, se había pasado a los enemigos del género humano y a seres sin alma que rechazaban a su Dios. Sería excomulgado, condenado para siempre, ardería eternamente. Su nombre sería una palabra maldita; todos los hombres le despreciarían y le odiarían.
R’li, que estaba de pie detrás de él, le tocó en el hombro.
—Sé lo que debes sentir —susurró—. Ningún hombre podría separarse de los suyos sin dolor. Si no puedes hacerlo, lo comprenderé.
Más tarde, se descubrió a sí mismo preguntándose si R’li había sabido cómo precipitarle exactamente por el acantilado. ¿Era tan buena psicóloga que sabía cómo estimularle, qué componentes de su orgullo y de su amor por ella pulsar en el momento preciso?
En aquel momento, Jack no pensó en nada o no tuvo conciencia de ningún pensamiento. Se giró, colocó su brazo alrededor de la cintura de R’li, y se volvió para encararse con Gomes y con Chuckswilly. Entonces besó a R’li en los labios.
Un grito brotó de los soldados y paisanos. Gomes exclamó:
—¡Asqueroso hijo de perra!
O’Reg se sobresaltó. Se acercó a Jack y le dijo con voz ronca:
—¡Estúpido! ¿Tratas de iniciar una batalla aquí? ¿Quieres que nos maten a todos?
Retrocedió unos pasos y añadió:
—Bueno, el daño ya está hecho. Ahora no hay camino de vuelta para ti, Jack Cage. Ni para ninguno de nosotros.
—Te amo —dijo R’li.
Jack estaba abrumado por lo que había hecho y por la rapidez con que había ocurrido todo. Su corazón, que ya latía con fuerza antes, ahora retumbaba en su pecho.
La voz de O’Reg resonó por encima de las demás:
—¡Ya tenéis la respuesta! Jack Cage ha entrado voluntariamente y desea quedarse con nosotros. En cuanto a su padre, será soltado tan pronto como sea capaz de andar… si quiere regresar a vuestro lado.
Chuckswilly gritó:
—¡Habéis utilizado vuestra magia satánica para pervertir el alma de ese pobre muchacho! ¡No puedo creer que hiciera esto si estuviera en plena posesión de sus facultades! ¡Exijo que le entreguéis para que nuestros médicos y sacerdotes puedan examinarle!
O’Reg sonrió salvajemente.
—Y si descubrís que está en su sano juicio, ¿le permitiréis que vuelva con nosotros? ¿Tenemos vuestra promesa de que será así?
—Desde luego. Juraré sobre la Biblia que le dejaremos libre —dijo Chuckswilly.
—Nuestros padres tuvieron alguna experiencia con vuestros padres y sus juramentos sobre la Biblia cuando llegaron aquí —dijo O’Reg—. Vimos en cuanto valoráis el resentimiento de vuestra deidad contra los que quebrantan un juramento. No, gracias.
Gomes estaba tan rígido como una estatua, a excepción de su mano derecha, que atusaba nerviosamente su bigote. Era obvio que estaba meditando la decisión más conveniente.
Pero Chuckswilly no esperó a que hablara el capitán. Se giró hacia los soldados y bramó:
—¡Detened a los herejes y los brujos!
Algunos de los soldados avanzaron unos pasos, pero se detuvieron al comprobar la indecisión de los otros. Gomes despertó de su rigidez y gritó:
—¡Aquí mando yo! ¡Vuelvan a sus puestos!
Jack le dijo a O’Reg:
—A partir de ahora sobran las palabras: no ganaremos nada prolongando esta conversación. ¡Creo que debemos regresar a la vivienda cadmo! ¡Y aprisa!
—Tienes razón —asintió O’Reg—. Polly O’Brien y tú abriréis la marcha. Entretanto, nosotros protegeremos vuestra retirada. R’li, tú irás con Jack.
—¡Ni pensarlo! —exclamó Chuckswilly. Desenvainando su estoque, echó a correr hacia Jack. Pero O’Reg se interpuso, situándose delante de él y alzando el báculo del Rey Ciego para protegerse. El estoque pasó más allá del báculo y penetró en el plexo solar de O’Reg, el cual se encogió y cayó hacia atrás, arrastrando a Chuckswilly encima de él en su caída.
Jack empujó a R’li y aulló:
—¡Desapareced de aquí, Polly y tú! Sin pararse a comprobar si le obedecían, Jack dio media vuelta sobre sí mismo. El báculo de O’Reg estaba caído junto a su mano muerta, y su asesino se estaba incorporando. Jack saltó hacia adelante, se agachó, tomó el báculo y lo dejó caer con todas sus fuerzas contra el casco de cuero de Chuckswilly. El hombre gruñó y se desplomó, boca abajo, sobre el cadáver del Rey Ciego.
Se oyó un silbido y una flecha pasó rozando su oreja. Un horstel gritó detrás de Jack. Luego el aire se llenó de dardos emplumados. Unos cuantos revólveres dispararon. Jack se dejó caer junto a los dos cuerpos, pero se incorporó de un salto un segundo después. Una simple ojeada le reveló que el fuego de ambos bandos se había cobrado su peaje. Polly y R’li estaban tumbadas en el suelo, pero vivas e ilesas.
—¡Marchaos! —les gritó. Recogió el estoque de Chuckswilly y se encaró con la horda que corría hacia él a través del prado. Los soldados y paisanos que no habían sido alcanzados por la primera andanada habían abandonado toda disciplina y trataban de llegar a los horstels antes de que pudieran disparar por segunda vez. No lo consiguieron; los horstels, actuando bajo las órdenes ladradas por su oficial, dispararon de nuevo.
Los atacantes que iban en cabeza se desplomaron. Los que marchaban detrás de ellos saltaron por encima de sus cadáveres y se precipitaron contra los arqueros.
Gomes paró el golpe de lanza de un horstel y retrocedió. Jack, aullando, corrió hacia él y llevó la punta de su estoque al cuello del capitán. Gomes cayó hacia atrás, llevándose la hoja con él y arrancándola de la mano de Jack, el cual miró fijamente los ojos abiertos de Gomes y el estoque que atravesaba su cuello de parte a parte. Luego se vio atacado por un soldado que empuñaba una lanza muy corta.
Jack arrancó el estoque de la carne de Gomes y alzó la hoja a tiempo para desviar el golpe del soldado. Con la otra mano, agarró el mango de la lanza y atrajo al hombre hacia él. Entonces descargó la redonda hoja del estoque contra el lado del cuello del hombre. Mientras el soldado caía hacia adelante, Jack le propinó un rodillazo en la barbilla y saltó hacia atrás; el soldado se desplomó inconsciente sobre la hierba.
Más tarde no recordaría muchos detalles. Se componían principalmente de ataques y paradas y saltos y carreras. No creía haber herido ni matado a nadie después de aquello. En cuanto tuvo la oportunidad se retiró de alguien que le atacaba. Su preocupación primordial era R’li; en consecuencia, trató de regresar a la entrada de la vivienda cadmo.
Cuando lo consiguió, descubrió que la abertura estaba semibloqueada por cuerpos caídos y bloqueada del todo por una refriega de hombres y horstels. Luego vio a R’li y a Polly O’Brien que se alejaban corriendo. Había un espacio de unos veinte metros que formaba una avenida hasta el bosque por la orilla del prado, y las dos mujeres descendían por allí. Jack las llamó a gritos sin pensar que era improbable que le oyeran en medio del fragor de la batalla y de las ocasionales explosiones de armas de fuego.
Echó a correr detrás de ellas. Cuando estaba a medio camino de la avenida volvieron a rodearle. Tuvo que luchar y esquivar desesperadamente. Le derribaron dos veces, y en una ocasión notó un leve pinchazo en el costado. Pero cayó hacia atrás; la punta de la lanza no penetró; el hombre que la empuñaba se adelantó para volver a clavarla. Pero dejó caer el arma y se llevó la mano a la espalda para tratar de arrancar el cuchillo que le había clavado un horstel.
Jack se alejó sin darle las gracias a su salvador y empezó a arrastrarse. Extrañamente, o no tan extrañamente, aquel sistema de fuga se reveló como el más rápido y más seguro. Los que le veían, si alguien le prestaba atención, debían pensar que estaba demasiado malherido para que valiera la pena ocuparse de él.
R’li y Polly se habían ocultado detrás de unos arbustos. Jack se volvió a mirar al campo de batalla. En aquel momento los seres humanos estaban corriendo para salvar sus vidas. Habían salido más horstels por las otras aberturas de la vivienda cadmo y, en un abrir y cerrar de ojos, arrollaron a los soldados y paisanos. Podían haber alcanzado a los que corrían, pero por algún motivo ignorado prefirieron no hacerlo.
R’li estaba sollozando. Jack trató de consolarla, pero la sirena no cesó de gemir. Polly dijo:
—Deja que se desahogue llorando. ¡Oh, Dios mío!
Jack miró al lugar al que Polly señalaba y reprimió una maldición. Varios centenares de hombres de refuerzo, todos armados con mosquetes, estaban trotando a través del prado.
Los horstels, al verles, empezaron a recoger a sus muertos y heridos. Antes de que pudieran transportarlos a la vivienda cadmo, los soldados habían formado en dos hileras, extendidas a través del prado. Un oficial gritó una orden. Los soldados de la primera fila pusieron rodilla en tierra y apuntaron sus armas.
—¡Fuego!
Al menos treinta horstels cayeron al suelo. Los otros, asaltados por el pánico o sabiendo lo inútil de tratar de rescatar a sus bajas, corrieron hacia las entradas de la vivienda cadmo. En varias de ellas tuvieron dificultades para entrar en seguida. La segunda descarga alcanzó a muchos.
Jack tomó a R’li de la mano y dijo:
—Ahora no podemos retroceder. Nos han cortado el camino. Tenemos que correr hacia las Thrruk.
R’li no se movió; no pareció haberle oído. Jack la hizo girar lentamente de modo que no pudiera ver la matanza y tiró de ella. Ciegamente, tambaleándose, con las lágrimas descendiendo por su rostro y por su cuerpo, R’li se dejó llevar. Polly había desaparecido, y Jack confió en que no sería tan tonta como para creer que podría ponerse de nuevo a bien con Dyonisa.
Polly reapareció de detrás de un árbol. En una mano llevaba un arco y una correa de la cual colgaba un carcaj de flechas. En la otra un estilete de cristal ensangrentado. Tenía los ojos muy abiertos y un aspecto extraño.
—¿Dónde has conseguido eso? —inquirió Jack.
—Sabía que podíamos darnos por muertos si marchábamos a las Thrruk sin armas —respondió Polly—. Me deslicé hasta el borde del prado y recogí el arco y las flechas. Lo otro lo he tomado de un sacerdote.
—¿Tomado?
—Después de haberle apuñalado. El gordo hombre de Dios estaba de pie detrás de un árbol contemplando la matanza. Supongo que se proponía salir más tarde, bendecir a los supervivientes y proporcionar los últimos ritos a los muertos y moribundos. Pero yo le sorprendí por detrás, arranqué el cuchillo de su cinto y se lo clavé en el vientre cuando se volvió para ver quién era. ¡El muy cerdo! ¡Era uno de los que torturaron a mi madre hasta que murió!
Jack estaba impresionado, a pesar de que se alegraba de que Polly no fuera una mujer débil e indefensa. Para sobrevivir en las Thrruk, todos los del grupo tenía que ser duros y capaces. R’li estaría a la altura de las circunstancias en cuanto superara la primera explosión de dolor.
Anduvieron con la mayor rapidez posible a través del bosque. Jack no dejaba de mirar hacia atrás, pero no veía a ningún hombre. Por otra parte, o el fuego se había interrumpido o los árboles no dejaban llegar el ruido de los disparos.
Llegaron a un arroyo ancho pero poco profundo que descendía formando una serie de pequeñas cataratas. El agua era clara y muy fría. Bebieron abundantemente y luego lavaron sus cuerpos, que habían acumulado polvo, sudor y sangre. La herida en el costado de Jack había sangrado un poco, hasta que la sangre se había coagulado. Al verla, R’li dio la primera señal de que se recobraba de la impresión. Rebuscó entre las plantas que crecían a orillas del arroyo y no tardó en presentarse con una flor en forma de corazón y pétalos rojos y blancos.
Después de haber lavado la herida de Jack, colocó la flor contra la abertura.
—Consérvala ahí por espacio de una hora… La herida cicatrizará en seguida.
Besó a Jack ligeramente, se incorporó y miró hacia las montañas que se erguían al norte. Eran tan altas que parecían próximas. Sin embargo, los tres sabían que la más cercana se encontraba a tres días de distancia.
—Hace calor —dijo Polly. Se levantó, desabotonó la parte delantera de su largo vestido y se lo quitó. Debajo no llevaba la gruesa camiseta y las dos gruesas enaguas que Jack había esperado. No llevaba nada, salvo los borceguíes en sus pies.
—No pongas esa cara de asombro —dijo—. La desnudez de R’li no te impresiona.
—¡Pero… pero… tú eres humana!
—No opina lo mismo la Madre Iglesia. Ella parece creer que las brujas no forman parte de la humanidad.
Jack se había quedado sin habla a causa de la sorpresa y también del temor.
Polly se irguió delante de él y giró lentamente sobre sí misma hasta completar un círculo. A pesar de su trastorno, Jack observó que Polly tenía un cuerpo bello y deliciosamente redondeado.
Ella le sonrió y dijo:
—¿Creías que mi madre y yo éramos inocentes injustamente perseguidas por la Iglesia? No, nuestro denunciante estaba en lo cierto, aunque fuera por casualidad. Riley les dijo a los sacerdotes que mi madre era una bruja porque deseaba ser el dueño de la única droguería de Slashlark. Inconscientemente, dio en el blanco.
»Mi madre está muerta, y no tardará en llegar el día en que Riley también muera. Mi “coven” le habría matado hace tiempo, pero les hice esperar hasta que pudiera hacerlo por mí misma. Ahora parece que tendré que esperar un poco más, pero cuando le ponga las manos encima…
Se relamió los labios, tan llenos y jugosos que parecía que debían dedicarse exclusivamente a besar, y añadió:
—Tardará en morir un poco más incluso que mi madre.
R’li miró a Polly como si fuera un bicho venenoso. Polly dijo:
—No te hagas la remilgada, guapa. Tú tendrías que saber lo que yo siento; has recibido bastantes humillaciones e insultos de los Cristianos.
Jack dijo lentamente:
—¿De modo que es cierto que había brujas entre los terráqueos tomados por la Arra?
—Desde luego. Pero nosotras no adoramos al demonio macho como vosotros creéis. Él no es la deidad más alta; es el hijo y el amante de la Gran Diosa. Nosotras adoramos a la Madre Blanca, cuya religión es muchísimo más antigua que la de los Cristianos. Algún día ella triunfará. No sabéis la verdad acerca de nosotros. Lo único que habéis oído son las mentiras y las distorsiones que os han dado vuestros gordos sacerdotes. Polly enrolló sus ropas en un fardo. —Sólo las llevaré cuando haga más frío o si tenemos que pasar entre arbustos espinosos. Es maravilloso no tener que llevar nada encima, ser libre de nuevo.
—¿Es cierto que las brujas y los hechiceros poseéis poderes mágicos? —dijo Jack.
—Sabemos algunas cosas que los Cristianos ignoran —respondió Polly. Miró de reojo a R’li y añadió—: Pero muy pocas cosas que no sepan los Wiyr. Ellos son tan brujos como nosotros. Adoran a la Gran Madre, y…
—¡Pero no le sacrificamos nuestros niños! —dijo R’li. Polly se sobresaltó, pero se recobró inmediatamente de la sorpresa. Se echó a reír.
—¿Cómo sabes eso? ¿Tenéis espías entre nosotros? ¡Imposible! Tiene que habéroslo contado alguna bruja obligada a refugiarse en la cadmo. Bueno, ¿y qué si lo hacemos? No ocurre con mucha frecuencia, y el niño que tiene la suerte de ser sacrificado en honor de Ella tiene asegurada una vida eterna y extática en la Casa de la Propia Gran Madre.
»Además, tú no estás en condiciones de tirar piedras. Sólo a causa de la presencia de los terráqueos, a causa de su previsible reacción, los Wiyr dejasteis de ofrecer sacrificios humanos a vuestra Diosa. Confiésalo, ¿no es verdad?
—No —replicó R’li sin perder la calma—. Nosotros proscribimos ese horrible rito al menos cincuenta años antes de que la Arra nos trajera a vuestros antepasados.
—Esta discusión no nos llevará a ninguna parte —dijo Jack—. Nos necesitamos el uno al otro. R’li dice que hay cuatrocientos kilómetros hasta el valle de las Thrruk. Tenemos que escalar algunas montañas muy altas, atravesar regiones muy peligrosas. Hay «thrruks», mandrágoras, hombres lobo, forajidos humanos, colas de oso, y sólo Dios sabe qué otras cosas entre nosotros y nuestro objetivo.
—También hay patrullas socinianas —dijo R’li—. Estos últimos meses se han hecho muy activas.
Recogieron sus armas y echaron a andar a lo largo del arroyo. R’li iba en cabeza porque conocía la dirección que debían seguir. En primer lugar tenían que alcanzar el Valle Argulh. A partir de allí, ella podría guiarles con certeza. Sin embargo, hasta que llegaran allí, sólo podría orientarles. Lo único que tenían que hacer, les aseguró, era avanzar ascendiendo. Eventualmente, llegarían a un sendero que les conduciría al Idoh. Estaba al otro lado del pico más próximo, el Phul. Éste se «alzaba» en línea recta durante al menos doscientos metros, y luego se curvaba hacia afuera. Desde aquella distancia parecía una seta de sombrero pequeño o un garrote.
—Alrededor del otro lado hay un valle ancho y profundo —dijo R’li—. Cuando lo hayamos cruzado, tendremos que empezar a escalar la fachada del Macizo Piel. El Paso Idoh se encuentra en su extremo más lejano, en lo alto.
Jack se detuvo.
—No sé, R’li. Tal vez deberíamos quedarnos aquí algún tiempo. Al principio sólo pensé en escapar porque las cosas parecían presentar muy mal cariz. Pero vuestras viviendas cadmo podrían resistir perfectamente, en cuyo caso yo podría sacar a mi padre de allí alguna noche. Luego están mis hermanos y hermanas. ¿Qué será de ellos?
R’li le miró con una expresión en la que se mezclaban la admiración y el asombro.
—Jack —dijo suavemente—, ¿te das plena cuenta de lo que hiciste cuando me besaste delante de todos aquellos humanos? ¡Tú ya no tienes familia!
—Eso no significa que no pueda preocuparme por ellos.
—Lo sé. Pero ellos no desearán que te preocupes. Incluso es posible que intentaran matarte en el momento en que te vieran.
—Tengo hambre —dijo Polly—. ¿Por qué no dejáis de tratar de remendar cosas que están rotas para siempre y pensáis en nuestras necesidades? Si no llenamos nuestros estómagos y encontramos un lugar donde pasar la noche, moriremos. Pronto.
—De acuerdo. Dame el arco y las flechas —dijo Jack—. Iré a cazar.
—Ni hablar —dijo Polly en tono firme—. Son míos. Arriesgué mi vida por conseguirlos; voy a conservarlos.
Jack se enfureció.
—¡Si queremos salir de esto con vida necesitamos un jefe! ¡Yo soy el hombre aquí! ¡Yo debería tener las armas y decir lo que se ha de hacer!
—Tú no has demostrado que eres el hombre aquí —dijo Polly—. Además, apuesto cualquier cosa a que soy la que caza mejor. No me conoces bien.
—Polly tiene razón en lo de la caza —dijo R’li—. La he visto en el bosque en más de una ocasión.
Polly dirigió a la sirena una curiosa mirada, pero sonrió. Jack se alzó de hombros, aflojó los puños, y empezó a buscar a lo largo de la orilla del arroyo. Polly desapareció entre los árboles. Jack no tardó en encontrar varios trozos de pedernal que se habían desgajado de la montaña. Después de echar a perder algunos de ellos logró confeccionar una especie de cuchillo. Buscó y encontró un totum con una rama de un grosor adecuado. Utilizando el cuchillo, desgajó la rama. Una vez limpia de nudos y de corteza, afiló uno de los extremos. A cambio del cuchillo, ahora inservible, tenía una lanza.
—Esta noche endureceré su punta al fuego —le dijo a R’li—. Busca algunas piedras adecuadas para lanzar. Si puedo matar a un animal con ellas, utilizaré su piel para hacer una honda.
Los dos cazaron a través de los árboles por espacio de tres horas. Durante ese tiempo sólo vieron un zorro sin pelo. Jack lo alcanzó en el costado con una piedra y lo derribó. Pero, cuando se disponía a cogerlo, el pelado roedor se levantó de un salto y corrió a ocultarse entre la maleza. Regresaron en busca de Polly.
Polly les estaba esperando, despellejando un perro salvaje colgado de una rama.
—Felicidades —dijo R’li—. Durante los próximos tres días, al menos, comeremos bien.
Jack Cage hizo una mueca de desagrado.
—No iréis a comer un «perro…». No esperéis que lo coma yo, desde luego.
Polly giró un rostro alegre hacia él.
—Yo comeré cualquier cosa que pueda mantenerme con vida. En cualquier caso, no me importa. De hecho, me gusta la carne de perro. Mi madre solía capturar perros y guisarlos para nosotros. No quería que yo creciera con los prejuicios dietéticos de los Cristianos. Y, desde luego, el «coven» siempre tenía perros durante las fiestas de la luna.
—No se trata de un animal doméstico —dijo R’li—. Es una fiera salvaje y peligrosa.
—¡No! —dijo Jack.
—Pero —continuó R’li—, vosotros utilizáis a los unicornios y otros animales en tareas domésticas y luego os los coméis. Lo he presenciado en tu granja más de una vez.
—¡No!
—Muérete de hambre, entonces —dijo Polly.
—¡Comedoras de perros! —murmuró él, alejándose. Dos horas más tarde no había encontrado nada. Finalmente se decidió por las bolas de un totum silvestre, una comida insatisfactoria. Al contrario de sus primos domésticos, sus frutos tenían una carne dura con sabor a leche ácida. Pero llenaron su estómago.
A su regreso encontró a las dos mujeres comiendo una carne que había sido asada en un fuego pequeño y prácticamente sin humo. En silencio, Polly le tendió un trozo de carne. Jack lo olfateó: el olor era atractivo. Pero su estómago lo rechazó.
—Tal vez mañana encontremos alguna otra cosa —dijo R’li.
Ella, al menos, se mostraba compasiva, pero Polly se reía de él como si pensara que era un tonto.
Pasaron tres días y tres noches. Jack rechazó la carne que le era ofrecida tres veces al día por R’li. Comió bolas de totum y, a cada día que pasaba, buscaba más desesperadamente zorros sin pelo, unicornios monteses o patos salvajes. Varias veces avistó miembros de cada especie, pero le eludieron. Estaba cada vez más débil, y los frutos del totum le producían ardores de estómago.
Al atardecer del tercer día, agachado junto a la fogata de la cena, se cortó un trozo de carne. La expresión de R’li no cambió. Polly sonrió, pero algo en la mirada de Jack le advirtió que sería preferible no decir nada. Jack devoró la carne, y era tanta el hambre que tenía que le supo mejor que todo lo que había comido hasta entonces. Sin embargo, al cabo de unos instantes estaba vomitando entre los arbustos.
Aquella noche se levantó y fue en busca de la enagua en la que Polly guardaba la carne asada. Se la comió, luchó unos instantes con su estómago y le derrotó. Aquella noche tuvo pesadillas y despertó malhumorado y con mal sabor de boca. Pero cuando Polly mató otro perro aquel mismo día, comió ávidamente.
—Ahora eres un hombre —dijo Polly. Y añadió—: Un hombre más completo, en cualquier caso.
Al día siguiente estuvo de suerte en su cacería. Alanceó a un unicornio hembra mientras trotaba por un sendero del bosque con dos crías detrás de ella. Jack tenía el viento a favor, y el animal parecía tener mucha prisa en llegar a algún lugar. Lo cierto es que no se comportaba con la cautela habitual en un animal salvaje. La lanza se hundió en su costado, y se revolvió con tanta fuerza que arrancó el mango de la mano de Jack, que tuvo que saltar sobre su lomo y apuñalarla en el costado hasta que la bestia cayó al suelo. Por desgracia, cayó sobre la pierna de Jack. No le fracturó ningún hueso, pero cojeó durante varios días.
Además de la carne, el unicornio proporcionó tripas con las cuales confeccionar cuerdas de arco. Jack arrancó el afilado cuerno y lo unió a una rama con el propósito de hacer una lanza. Pasaron varios días confeccionando flechas, puntas de flecha, arcos y carcajes. Tardaron seis días en curar la piel para los carcajes y las tripas para las cuerdas. R’li no ocultó que estaba impaciente por emprender la marcha, pero admitió que necesitarían las armas.
La carne fue cortada a tiras y ahumada. Esto significaba necesariamente mucho olor y mucho humo, y se presentaron los animales de rapiña. En dos ocasiones distintas unos colas de oso se acercaron al campamento. Jack y las dos mujeres soltaron algunas de sus preciosas flechas. Aunque las fieras resultaron alcanzadas, no murieron. Una, después de una breve embestida, cambió de idea y huyó. Las otras abandonaron la vecindad en cuanto sintieron en ellas las primeras flechas.
Los perros salvajes eran más peligrosos. Llegaban en manadas de seis a veinte. Se sentaban fuera del alcance de las flechas y contemplaban con ojos hambrientos el campamento, la carne colgada de las ramas de los árboles, el hombre y las mujeres. Jack avanzó hacia ellos. Algunos retrocedieron, en tanto que otros daban un rodeo para situarse detrás de él. Luego R’li y Polly se acercaron lo suficiente para disparar contra varios. Los otros perros se llevaron a los muertos y heridos para devorarlos.
—Espero que no nos sorprendan nunca a campo abierto —dijo R’li—. Son muy rápidos y muy listos.
—No creo que sean de temer comparados con las mandrágoras y los hombres lobo —dijo Polly—. Ésos son medio humanos y mucho más inteligentes que los perros.
—Sin mencionar a los dragones —dijo Jack—. Vamos a ocuparnos de ellos por riguroso turno, por favor.
Levantaron el campamento y volvieron a faldear la mitad inferior del Phul. El terreno se hizo más empinado, pero aún estaba muy poblado de árboles. Sólo andando por el mismo arroyo podían evitar la espesa maleza. Este sistema sólo podía ser aplicado a cortos trechos debido a que sus pies y sus piernas no tardaban en notar los efectos de las heladas aguas. Además, al cabo de dos días las pequeñas cascadas se hicieron más frecuentes y más altas.
—Será mejor que abandonemos el arroyo, de todas maneras —dijo Jack—. Si alguien nos sorprendiera mientras andamos por él, podría liquidarnos desde la orilla.
R’li no discutió. Había llegado el momento de abandonar el arroyo. Para llegar al Valle Argulh tenían que dejar de trepar. Debían rodear la montaña a este nivel.
Un poco más tarde, Jack observó que el sendero que seguían era singularmente liso.
—Hay una carretera de los Arra enterrada debajo del suelo del bosque —dijo R’li—. Sigue la ladera de la montaña durante bastante trecho y se curva a su alrededor hasta que termina allí —señaló un enorme saliente, a unos doscientos metros por encima de ellos—. Allí hay una gran meseta, y en ella las ruinas de una ciudad de los Arra.
—Me gustaría verla —dijo Jack—. No nos demoraría mucho dar un pequeño rodeo, ¿verdad?
R’li vaciló, y luego dijo:
—Es algo que merece la pena ver. Nadie debería perdérselo. Pero ya hay peligros suficientes en los kilómetros que tenemos que recorrer para que me guste la idea de añadir otros.
—Siempre he oído hablar de los Arra y de sus grandes ciudades —dijo Jack—. Y siempre he deseado ver una de ellas. Si hubiese sabido que había una allí, habría subido hace mucho tiempo.
—No es una región prohibida para los humanos por ningún motivo —dijo R’li—. Muy bien, si es lo que deseas. En realidad, también a mí me gustará verla otra vez. Pero debemos tener mucho cuidado.
Polly O’Brien no formuló ninguna objeción. En realidad, parecía tan interesada como el propio Jack, el cual le preguntó por qué brillaban sus ojos ante la idea de visitar aquella ciudad.
—Dicen que las ciudades de los Arra tienen muchos secretos enterrados. Si pudiera encontrar algo así…
—No te entusiasmes demasiado —dijo R’li—. Esas ruinas han sido registradas muchas veces.
El «sendero» que estaban siguiendo se curvaba lentamente alrededor de la montaña y luego, bruscamente, el giro se hacía menos suave. Ahora avanzaban en dirección contraria y a unos treinta metros más de altura que cuando habían decidido quedarse en él. Aunque habían estado hablando, nunca permitieron que sus voces se elevaran por encima de un audible susurro. Y mantenían sus ojos abiertos y sus arcos tensos en una mano.
R’li fue la primera en detectar el rostro detrás de las hojas de un arbusto a unos veinte metros a su izquierda. Un segundo más tarde, Jack también lo vio.
—Sigue andando como si no hubieras visto nada —dijo—. Pero vigila. Creo que esa cara pertenece a Gilí White, uno de los muchachos de Ed Wang.
Unos segundos después dijo con voz ronca:
—¡Cuerpo a tierra! —Y se dejó caer al suelo, con las dos mujeres imitándole sólo una fracción de segundo más tarde. Algo vibró en el tronco de un árbol a su derecha: una flecha.
Resonó un aullido un poco por detrás y encima de ellos. Aparecieron hombres de detrás de los árboles y arbustos. Seis hombres, entre los cuales se hallaba Ed Wang.
Jack se incorporó, con una flecha preparada en su arco, y la dejó volar. Tres de los hombres se habían agachado, pero los otros tres continuaron empuñando sus arcos. Jack había vuelto a dejarse caer al suelo inmediatamente después de disparar. No había visto clavarse su flecha, pero oyó el agónico aullido de uno de los arqueros.
Las dos mujeres se levantaron tan pronto como las tres flechas del grupo de Wang silbaron por encima de sus cabezas, y dispararon. Ninguna de las dos dio en el blanco, pero los hombres se pusieron nerviosos y se ocultaron detrás de los árboles. Al parecer, no habían esperado encontrar resistencia efectiva más que en Jack.
—¡Corred! —dijo Jack, dando ejemplo. Mientras corría no perdía de vista las orillas del sendero, ya que Ed podía haber situado allí a otros hombres para una emboscada. No parecía probable. Que él recordara, a Ed sólo le acompañaban cinco hombres cuando se alejó de la vivienda cadmo.
El sendero dio otra vuelta repentina y se encontraron andando en dirección contraria y por una ladera más empinada. R’li, detrás de él, dijo:
—Las ruinas se encuentran a unos doscientos metros de distancia. Allí hay numerosos lugares para ocultarse. Conozco el sitio perfectamente.
Jack, corriendo a lo largo de la orilla del sendero, pudo mirar hacia abajo a través de los árboles. Había hombres allí, escalando penosamente la ladera de la montaña. Trataban de acortar camino para interceptarles a los tres, pero habría sido mejor para ellos seguir en la carretera. Jack miró detrás de él, no vio a nadie, y aminoró algo el paso. No ganaría nada quemando sus energías y quedándose sin aliento.
R’li se había parado.
—¿Dónde está Polly?
—No sé dónde está la pequeña zorra. ¡Maldita sea! ¿Qué se le habrá ocurrido ahora?
—Creo que se ha quedado atrás para disparar al azar —dijo R’li—. Al margen de lo que pueda ser, es valiente. Aunque considero que está un poco loca.
—Quiere vengarse de Ed Wang —dijo Jack—. Pero no creo que se arriesgue a hacerse matar por ello.
Decidió no retroceder en su busca. Había cometido una imprudencia, y Jack no iba a poner en peligro la vida de R’li por culpa de ella.
—¡Maldita sea! Si la cogen viva, la violarán hasta que muera. ¡Sé lo que Ed planeaba para ella!
Giraron otra vez, y se encontraron en la meseta. Las ruinas estaban delante de ellos. Y encima de ellos.
Incluso en su preocupación por el peligro que corrían, Jack quedó asombrado. Antes de que algún cataclismo la derruyera, debió de ser una metrópoli ciclópea. Quedaban varios edificios medio en pie, y se erguían a varias docenas de metros de altura. Estaban construidos con enormes bloques de granito y basalto, un cubo de doce metros cada uno de ellos. Las fachadas debieron estar cubiertas en otro tiempo con una delgada capa de yeso u otro material semejante. En los lugares que lo conservaban, el material en cuestión lucía brillantes colores. Seguramente habían existido murales pintados, ya que podían verse fragmentos de escenas. Lo que más abundaba eran criaturas que parecían ursocentauros, como el que Kliz había pintado en su cuadro. Había también hombres —horstels mejor— sirviendo a los Arra. Y había otros seres semihumanos, criaturas que parecían hombres pero con rostros bestiales y cuerpos cubiertos de pelo.
R’li dijo:
—Los Arra transportaron a otros aquí como esclavos suyos. Sus descendientes volvieron a un completo salvajismo o a una condición todavía más baja después de la catástrofe. Son los seres que vosotros llamáis mandrágoras y hombres lobo. Ten cuidado, algunos pueden estar viviendo en esas ruinas.
—¿Dónde diablos está Polly? —dijo Jack, y quedó en silencio mientras resonaban unos aullidos procedentes de los árboles más próximos de la ladera.
La desnuda figura de la muchacha surgió del bosque, corriendo hacia el camino. Un momento después aparecieron cuatro hombres a un centenar de metros detrás de ella.
—Parece que ha alcanzado a uno —dijo Jack—. Pero no le ha dado a Ed.
Le dijo a R’li que se situara detrás de uno de los enormes bloques caídos en el suelo. Él se situó detrás de otro y esperó. Si los hombres eran lo bastante estúpidos como para seguir a Polly hasta la meseta, podrían liquidarles con unos cuantos disparos. Confió en que lo fueran.
Pero Polly trotó hacia ellos, ocupó un sitio junto a Jack, y esperaron en vano. Ed Wang no iba a dejarse atrapar.
Polly había recobrado ya el aliento. Dijo:
—Deben de estar subiendo por la ladera. Se deslizarán entre las ruinas en algún lugar más lejano.
Jack no deseaba tenerles detrás de él. Llamó a R’li y los tres trotaron a las ruinas. Se deslizaron entre las caídas estructuras, a veces obligados a dar grandes rodeos alrededor de enormes montones de escombros. Para evitar el siluetearse si trepaban sobre los bloques, se mantenían al nivel del suelo.
Durante una de sus paradas para observar y escuchar, R’li dijo:
—¡Silencio! Creo… —Se tumbó en el suelo y pegó su oído a él.
Jack notó que los pelos de su nuca se erizaban y una extraña frialdad inundaba su piel. El lugar era tan silencioso… Ni siquiera hacía viento; los chillidos de las alondras cuchillo, siempre presentes, no se oían. Pero, si no recordaba mal, se habían oído sólo un minuto antes.
R’li se incorporó. Dijo, en lenguaje infantil:
—«Thrruk».
—¿Más de uno? —inquirió Jack.
—Creo que sólo uno. Podría estar simplemente cruzando el lugar. O podría ser Mar-Kuk buscando al humano que tiene su pulgar.
—Si eso tiene que hacerla feliz, se lo devolveré —dijo Jack—. Sin rencor por ninguna de las dos partes.
—No se lo devuelvas —dijo Polly—. Si Mar-Kuk se deja ver, amenázala con destruir el pulgar. Ella no sabrá cómo podrás hacer eso, pero no correrá el riesgo.
—Polly tiene razón —dijo R’li.
Sugirió que el mejor plan sería dirigirse a la parte posterior de las ruinas. Podían bordear la meseta y luego descender al Valle Argulh. El camino descendente no era el que ella tomaría si pudiera elegir. Pero sería más seguro que tratar de volver al camino original.
La ciudad era inmensa. Faltaban aproximadamente dos horas para que oscureciera cuando llegaron a sus límites septentrionales. Bruscamente, el último de los bloques caídos dejó paso a una llanura sin árboles ni vegetación, exceptuando una hierba que alcanzaba la altura de la rodilla, y que se extendía por espacio de medio kilómetro. Luego se interrumpía. El Valle Argulh se extendía debajo, pero ellos sólo podían ver el lado opuesto. Encima de erguía la fachada de seiscientos metros de altura del Macizo Piel.
Durante casi media hora anduvieron a lo largo de los bloques. Jack se mostraba reacio a cruzar la llanura mientras aún era de día. R’li se detuvo y dijo:
—El camino empieza allí, junto a aquel peñasco en forma de cono que se yergue sobre el borde del barranco.
—Falta una hora y media para que se ponga el sol —dijo Jack—. Descansaremos.
—He dicho camino por llamarlo de algún modo —dijo la sirena—. Ya es bastante malo cuando se dispone de luz para verlo. De noche… No sé. Podríamos caer fácilmente. Pero si podemos descender un poco mientras hay claridad, podríamos descansar durante la noche en una cornisa. Además, la cornisa puede defenderse fácilmente.
Jack suspiró y dijo:
—De acuerdo. Pero vamos a cruzar corriendo el medio kilómetro que nos separa del barranco.
Conservaron los arcos en sus manos mientras iniciaban la carrera. Apenas habían dado unos cuantos pasos oyeron un grito detrás de ellos. Jack se giró y vio a Ed Wang y a sus tres seguidores saliendo de detrás de un bloque de piedra.
R’li gimió:
—¡Tenemos que pararnos junto al barranco! ¡Si empezamos a descender ahora, pueden dejar caer piedras o disparar contra nosotros! ¡Estaríamos indefensos!
Jack no dijo nada, pero siguió corriendo. Fue detenido por un gran resoplido que sólo podía haber brotado de la garganta de un dragón. Las dos mujeres también se pararon y se volvieron a mirar. El animal era Mar-Kuk, ya que le faltaba un pulgar.
Ahora los perseguidores eran perseguidos. Corrían frenéticamente hacia los tres que hasta entonces habían sido su presa. Ed agitó su arco y gritó. Aunque no pudieron oír lo que estaba diciendo a causa de los rugidos del animal que avanzaba detrás de él, intuyeron el sentido. Quería unir sus fuerzas con las de ellos y formar un frente común contra el dragón.
—Dejemos que se unan a nosotros —dijo Jack—. Puede ser nuestra única posibilidad.
Uno de los hombres de Ed, Al Merrimoth, había caído detrás de los otros. Mar-Kuk le dio alcance. Merrimoth giró sobre sí mismo para encararse con el monstruo, se tapó el rostro con las manos, y así no vio el enorme pie que cayó sobre él y le aplastó, matándole.
Gracias a la pausa que se tomó Mar-Kuk para dar cuenta de su camarada, Ed Wang y sus amigos alcanzaron su objetivo. Estaban sin aliento, pero se giraron y se alinearon al lado de Jack y de las dos mujeres. R’li dijo:
—Dejadme primero que intente hablar con Mar-Kuk.
Avanzó unos pasos y gritó en lenguaje infantil:
—¡Mar-Kuk! ¡Invoco el parlamento de la gente de la vivienda cadmo! ¡Que tu madre y tus abuelas hasta el principio del Gran Huevo te maldigan y te rechacen si no haces honor a él!
Mar-Kuk interrumpió su carrera, con las patas rígidas y el cuerpo y la cola inclinados hacia atrás para no caer de cara. Sus enormes pies se deslizaron sobre la hierba varios metros antes de que consiguiera frenar.
—Hago honor a la tregua para parlamentar —dijo, con voz increíblemente profunda—. Pero sólo por el tiempo asignado.
—¿Qué es lo que quieres? —dijo R’li, aunque lo sabía perfectamente, y el dragón sabía que ella lo sabía.
—¿Qué es lo que quiero? —La voz de Mar-Kuk subió de tono hasta convertirse casi en un chillido de soprano—. ¡Por el Huevo Sagrado, quiero mi pulgar! ¡Y quiero el cadáver del hombre que me ha mutilado cortándolo y conservándolo junto a su maligna carne masculina!
—El te lo devolverá de modo que puedas purificarte ritualmente y retornar al útero de la Gran Madre cuando mueras. Pero sólo si juras marcharte y no causarle nunca ningún daño a él ni a aquéllos que veas con él. Debes jurarlo por el Insoportable Dolor de la Gran Madre cuando puso el Huevo de Ocho Esquinas del Primer Macho.
Mar-Kuk parpadeó, con la boca abierta. Se agarró las manos y las restregó una contra otra.
R’li le dijo a Jack en voz baja:
—No creo que lo haga. Si jura, no podrá lastimarte sin condenarse a sí misma a un infierno frío y sin madre. Ningún «Thrruk» ha quebrantado nunca ese juramento. Pero si jura, es posible que no llegue a lo que considera su paraíso. La purificación ritual, al menos en este caso, tardará años en consumarse. Y si por casualidad muriese antes de que los ritos se hubieran completado, se condenaría.
—Pero al menos tendría una posibilidad de salvarse…
—Confío en que ella llegue a la misma conclusión —dijo R’li. Bajó todavía más el tono de voz y le dijo a Jack lo que tenía que hacer. Jack asintió y echó a andar, con el paso más tranquilo que pudo adoptar en aquellas circunstancias, hacia el borde de la meseta. No volvió la cabeza para ver lo que ocurría detrás de él. Pero pudo imaginar a Mar-Kuk mirándole, y su indecisión. Cuando estaba a pocos metros del borde, oyó un fuerte grito. Girando sobre sí mismo, vio que el dragón había tomado una decisión. Estaba embistiendo hacia él.
R’li y Polly corrieron a un lado. Sus arcos eran mantenidos apartados de sus cuerpos, de modo que R’li debía decirle a Polly lo que iba a pasar. Sin embargo, Ed y sus dos hombres cometieron un error. Dispararon tres flechas contra el dragón, alcanzándolo con dos de ellas, que rebotaron contra el grueso pellejo.
Los hombres se giraron para echar a correr, pero dos de ellos fueron demasiado lentos. Mar-Kuk varió ligeramente su rumbo; su larga cola se disparó. Ed escapó, pero los otros dos cayeron al suelo. Sus huesos se partieron con un crujiente sonido.
Mar-Kuk era una criatura de aspecto aterrador, tan aterrador que Jack estuvo a punto de rajarse y de tratar de escapar por encima del borde del precipicio hacia el «camino». Pero R’li había insistido en que debía mantenerse firme. En caso contrario, sería la perdición para todos, ya que la rabia de Mar-Kuk la impulsaría a destruirlo todo.
Se paró en el mismo borde del precipicio y sostuvo el pulgar sobre el abismo extendiendo el brazo. Lo único que tenía que hacer era abrir la mano para que el pulgar cayera al fondo, a ciento cincuenta metros de profundidad.
De nuevo, Mar-Kuk se frenó a sí misma deslizándose sobre la hierba. Esta vez sólo logró pararse a unos cuantos palmos de Jack Cage.
Bramó:
—No lo hagas.
Jack agitó la cabeza y habló lenta y claramente en lenguaje infantil:
—Si me matas o me obligas a dejar caer esto, Mar-Kuk, tu pulgar se habrá perdido para siempre para ti. Dudo mucho que pudieras encontrarlo. Tardarías demasiado en llegar al fondo del valle. No puedes descender por este acantilado, eres demasiado grande. Y lo más probable es que los animales se lo hubieran comido antes de que tú pudieras llegar allí.
Mar-Kuk estalló en una serie de sílabas ininteligibles. Jack supuso que el dragón estaba jurando en el lenguaje original de los de su especie. R’li le había contado que el prestigio superior del lenguaje horstel había inducido a los dragones a adoptarlo en lugar del propio hacía muchísimo tiempo. Pero conservaban ciertas frases de la lengua perdida para los ritos y las maldiciones.
Jack trató de sonreír como si fuera el amo de la situación y le divirtiera la actitud de Mar-Kuk. Pero sólo logró fruncir ligeramente las comisuras de los labios. Sus rodillas temblaban y la mano que sostenía el pulgar se estremecía. R’li dijo:
—Te lo devolveremos cuando lleguemos al Paso Idoh. Con tal de que no intentes seguirnos después de la devolución. Y tienes que prometer que nos acompañarás y nos protegerás.
Mar-Kuk berreó su frustración y terminó diciendo:
—De acuerdo.
Jack continuó sosteniendo el pulgar hasta que R’li le arrancó al dragón un juramento formal. Luego, con el brazo fatigado, se acercó al lugar donde había dejado la bolsa de piel de unicornio e introdujo el pulgar dentro. Mar-Kuk no le perdió de vista ni un solo instante, pero no hizo ningún movimiento, ni entonces ni más tarde, para apoderarse del pulgar.
Jack y R’li arrastraron los cadáveres hasta el borde y los dejaron caer al barranco. Les hubiera gustado enterrarlos, pero carecían de herramientas para cavar.
Mar-Kuk se quejó de que estaba siendo privada de una carne fácil. Se calló cuando R’li le explicó que tenían que librarse de los cadáveres para no atraer a las mandrágoras. Jack se preguntó qué clase de bestias podían ser para que incluso la colosal Mar-Kuk deseara evitarlas.
Ed les contemplaba con ojos llameantes, con su arco y su cuchillo en el suelo, a sus pies, donde Polly le había ordenado que los dejara caer. Ella estaba a unos metros de distancia, con el arco a punto de disparar.
La voz de R’li llegó de detrás de Jack.
—Sería mejor que le mataras ahora.
Jack quedó asombrado.
—¡Eso no es propio de ti!
—No puedes soltarle con sus armas. Si lo hicieras, él intentaría apuñalarnos mientras dormimos. El «odia». Si le sueltas sin armas…
—Puede fabricarse otras nuevas, del mismo modo que ha hecho ésas…
—No tendrá la oportunidad. ¿No oíste lo que dijo Polly? Ella odia, también, y saldrá detrás de él. Morirá como nadie debiera morir, de la manera más agónica y más lenta. Conozco a esas brujas; conozco a Polly.
—Es una lástima que no le matara cuando nos perseguía —dijo Jack—. Pero ahora no puedo hacerlo, a sangre fría.
—En cierta ocasión mataste a un perro loco. Era tu animal preferido; lo querías. Tú no quieres a Ed.
—¡Estoy en el desierto con dos de las peores zorras que nunca han acosado a un hombre! —exclamó Jack. Se alejó, pero sabía que R’li decía la verdad, y que hablaba por humanidad. Además, Ed había intentado asesinarles a todos ellos y más de una vez.
R’li caminó lentamente hacia Polly y permaneció unos instantes junto a ella. Jack las contempló. ¿Qué tenían que decirse? No parecían hablar de nada serio. Polly se estaba riendo.
Súbitamente, R’li golpeó. Su puño alcanzó a Polly en la mandíbula, y la mujer se desplomó. Cayó sobre manos y rodillas y permaneció a cuatro patas durante unos segundos. Los que la sirena necesitaba. Recogió el arco y la flecha de Polly, colocó el dardo en la cuerda y apuntó a Ed.
Ed pareció despertar de su letargo, aulló y echó a correr. Sólo había un lugar en el que buscar un posible refugio, el borde del precipicio. La flecha de R’li le alcanzó en la espalda cuando empezaba a arrojarse al suelo para frenar su velocidad. Indudablemente pensaba continuar su avance con la esperanza de que el sendero, que les había oído mencionar a ellos, estaría directamente debajo. Pero se tambaleó hacia adelante, con la flecha surgiendo de su paletilla izquierda, y cayó al precipicio de cabeza. Su aullido flotó en el aire por algún tiempo. Luego, silencio.
Jack llegó corriendo. Polly se frotó la mandíbula, se incorporó y dijo:
—¡Zorra! ¡Me has engañado!
—Ahora está muerto —dijo R’li—. Olvídate de él.
—¡No me olvidaré de ti!
—Le diré a Mar-Kuk que no te pierda de vista —dijo R’li tranquilamente.
Los cuatro retrocedieron hacia las ruinas. Mar-Kuk, que iba en cabeza, profirió una exclamación y se paró. Jack siguió la dirección de su mano —la que carecía de pulgar— y vio los excrementos recientes de un gran animal.
—¡Mandrágora! —dijo el dragón.
—Los excrementos se enrollan de un modo característico y siempre tienen esa pequeña punta —le explicó R’li a Jack—. Bueno, tenemos que buscar un lugar seguro. ¡Aprisa! Está a punto de ponerse el sol.
—Aquí hay un buen agujero —dijo Mar-Kuk. Se paró olfateando delante de una entrada cuadrada formada por un montón de los grandes bloques. En el oscuro interior había espacio suficiente para todos ellos. A unas palabras de R’li, el dragón salió en busca de leña para encender una fogata. Los otros se acomodaron para pasar la noche. Un breve reconocimiento reveló que el camino por el que habían llegado era la única entrada.
Mar-Kuk regresó al cabo de un cuarto de hora con los brazos llenos de ramas y un tronco de buen tamaño. Lo colocó todo en el saledizo de roca, lo aplastó con su masa, y luego preparó la fogata disponiendo la leña. Con pedernal y virutas, Jack no tardó en encender el fuego. Tapaba por completo la entrada, y sólo ocasionalmente, cuando soplaba el viento hacia dentro, resultaba molesto a causa del humo. Asaron carne de unicornio y comieron. Mar-Kuk devoró la mayor parte de ella y dijo:
—No temáis, pequeños. Encontraré otro «el» (unicornio en lenguaje infantil) para vosotros mañana.
—¿Cómo podrá ir con nosotros? —le susurró Jack a R’li—. No podrá avanzar por aquel sendero.
—Iremos con ella dando un rodeo. Nos llevará más tiempo, pero será mucho más seguro. ¿Por qué hablas susurrando?
Jack señaló con la cabeza hacia el bulto detrás de ellos.
—Me pone nervioso.
R’li besó a Jack en la mejilla y palmeó su espalda. Polly dijo:
—Lamento que mi presencia os estorbe tanto. Pero no os preocupéis por mí. Actuad como si yo no estuviera. Disfruto mirando, e incluso podría pedir las sobras.
—¡Eres una zorra asquerosa! —dijo Jack.
—Soy sincera —replicó Polly—. Pero insisto en lo que he dicho. Te he visto magreando a R’li y tocándole esos maravillosos pechos cuando creías que nadie te miraba. Hace mucho tiempo que os conocéis. ¿Por qué no está preñada R’li? ¿O acaso no desea estarlo? Jack tragó saliva y dijo:
—¿Qué? Ya sabes que los humanos y los horstels no pueden tener hijos.
Polly rio en voz alta y durante un largo rato. Mar-Kuk, en la parte posterior de la cámara, empezó a removerse, intranquila. Al fin, Polly dejó de reír. Dijo:
—¿No te ha contado tu amor la verdad de esa historia que los gordos sacerdotes te han enseñado? Desde luego, vosotros podéis tener un hijo. Hay millares de híbridos vivos en este momento, la mayoría de ellos en Socinia.
—¿Es verdad eso, R’li? ¿Por qué no me lo dijiste?
—Hemos pasado poco tiempo juntos, Jack. Hemos hablado mucho, pero casi siempre acerca de nuestro mutuo amor. No podíamos cubrir todo aquello en lo que estás interesado. Además, no corrías peligro de dejarme embarazada. Las Wiyr pueden tener hijos sólo cuando lo desean. Mejor dicho, cuando los reguladores de la población les dicen que pueden tenerlos. Siempre hemos mantenido un control estricto de los nacimientos y defunciones. Los humanos no. Por eso nos habéis superado en número y os mostráis tan ávidos por apoderaros de nuestras tierras.
—Las brujas también hemos sabido cómo evitar la concepción por algún tiempo —dijo Polly—. Se cogen ciertas hierbas, se mezclan, se toman en determinados momentos…
R’li miró hacia la oscuridad, más allá de la fogata. La luna no había salido aún. Fuera había un espacio iluminado de unos veinte metros y luego un imponente montón de bloques.
—Creo que ya es hora de que te cuente la verdadera historia de los Wiyr, o los horstels, o los cadmos, o las sirenas y sátiros, o los comeperros o cualquiera de los muchos nombres que nos aplicáis. La historia que vuestro Estado y vuestra Iglesia os han ocultado. Aunque es posible que ellos mismos ignoren buena parte de ella.
»Jack, los Wiyr, como nosotros nos llamamos, es decir, el Pueblo, procede también de la Tierra.
Jack no respondió.
—Es cierto, Jack. Nuestros antepasados fueron traídos a este planeta hace unos cuatro mil años. Años darianos, que coinciden casi exactamente con los años terrestres. En aquella época, los Arra tenían una floreciente colonia en este planeta. Raptaban seres humanos de la Tierra y los utilizaban como esclavos o criados. No es que necesitaran esclavos para que les sirvieran, ya que sus máquinas podían hacerlo. Pero necesitaban a otros seres inteligentes aunque «inferiores» como elementos de prestigio y como una especie de animales domésticos.
»También trajeron sapientes de los planetas de otras estrellas. Ésos fueron los antepasados de los actuales hombres lobo y mandrágoras. Los dragones siempre han estado aquí. Eran un grupo primitivo demasiado grande y peligroso como para ser domesticado.
»Hace unos dos mil años otra cultura interestelar, los Egzwi, guerrearon con los Arra. Utilizaban un arma que hacía estallar o desintegraba toda superficie de hierro. Y creo que también algunos otros metales. Los Arra supervivientes abandonaron su colonia. Los Egzwi no llegaron a invadir el planeta. Y de las cuatro especies sapientes que quedaron atrás, sólo los seres humanos lograron evadirse del salvajismo. Nos aseguramos de eso. Cazamos y acosamos a los hombres lobo y las mandrágoras, como vosotros los llamáis, hasta que sólo sobrevivieron en zonas montañosas que nosotros no deseábamos.
—¿Qué prueba tienes de la veracidad de esa historia? —dijo Jack—. Si tú eres humana, ¿por qué tenéis los horstels la cola de caballo y los ojos color naranja y amarillo?
—Una teoría es la de que padecimos una mutación a causa de las radiaciones de la explosión del hierro y de otros metales. Otra, que los Arra nos mutaron deliberadamente. Sabemos que ellos nos criaban por ciertas cualidades físicas.
»Sin embargo, nosotros tenemos también nuestras tradiciones. Podrían ser insuficientes para probar lo que digo. Quizá pudimos llegar de otro planeta distinto. Pero hay otro factor. El lenguaje.
—El vuestro es completamente distinto.
—El lenguaje adulto, sí. Es el lenguaje de los Arra, que todos los esclavos tenían que aprender. Es un idioma codificado, mejor dicho, un idioma mnemónico. Se utilizan breves palabras codificadas que contienen el significado de frases enteras.
»Pero el lenguaje infantil desciende del lenguaje original que utilizábamos en la Tierra. Se permitió a los esclavos utilizarlo entre ellos, y se aferraron al mismo como un recuerdo de su condición libre de otros tiempos. Después de la catástrofe, llegó a ser una marca de distinción entre la clase gobernante de los Wiyr y los demás. Tú supones que todos los horstels utilizan el lenguaje adulto, pero no es cierto. Sólo lo hablan los aristócratas.
»Sin embargo, lo importante es que nuestro lenguaje infantil y la mayoría de los lenguajes utilizados por los terráqueos que fueron descargados de aquella última nave de los Arra… bueno, proceden de la misma raíz idiomática. Nuestros sabios los registraron antes de que el inglés alcanzara la supremacía, y luego se convirtiera en el único idioma de los descendientes de sus “tarrta,” o últimos en llegar. Inglés, alemán, islandés, español, portugués, búlgaro, albanés, irlandés, italiano, griego, y vuestro idioma litúrgico, el latín. Sólo el turco, el chino y el croata no parecen estar emparentados con el vuestro.
—Me resulta difícil de creer —dijo Jack.
—Cariño, yo diría que estás deseando creerlo. Demuestra nuestro origen común.
—No lo sé. No encuentro ninguna similitud entre el inglés, el horstel y el latín. Excepto lo que los sacerdotes dicen que hemos tomado prestado del latín.
—Yo no soy una erudita, tampoco. Pero conozco un poco la materia y puedo llevarte a hombres sabios de mi propio pueblo que la conocen a fondo. Además, en dos épocas distintas, sacerdotes de tu propia especie llegaron a reconocer las similitudes. Uno fue amenazado con la excomunión si no se callaba. El otro huyó a las viviendas cadmo.
—De acuerdo. No estoy furioso, como pareces creer. Sólo desconcertado.
—Nuestros sabios podrían darte centenares de ejemplos. Yo te daré unos cuantos. Por ejemplo, en inglés tenéis la palabra insultante «swine», que significa cerdo. Tú no has visto nunca el animal que era el cerdo original; ni yo tampoco. Pero era una bestia sucia y asquerosa. Nuestra palabra, con el mismo significado peyorativo, es «suth». En la época de la catástrofe, era «sus». Emparentada con el latín suinus y el alemán schwein. Los tres vocablos proceden de la misma palabra, o palabras emparentadas, de la lengua madre.
»Tomemos O’Reg, el Rey Ciego. «O» es una palabra tomada prestada a los Arra. Originalmente equivalía a una frase entera, cuyo significado tenía que ver con la falta de perspicacia o insensibilidad. Pero en lenguaje infantil significa ciego. «Reg», en cambio, era una palabra que los Wiyr trajeron con ellos de la Tierra. Está emparentada con el latín «rex», cuyo genitivo singular es «regís».
—No lo comprendo.
—«Thrruk» procede de la misma forma ancestral que vuestro dragón, que tomasteis prestado del francés, el cual lo tomó prestado del latín, que lo había tomado prestado del griego. Luego existe nuestro vocablo por madre: «metrra».
»Oh, podría citar muchísimos más ejemplos, a pesar de lo limitado de mis conocimientos. Vamos a ver, ¿qué significa “were” en werewolf?
—Nunca he pensado en ello.
—Significa hombre. Un werewolf es un hombre-lobo. Los «tarrta» llamaron así a esos animales porque su aspecto era medio-humano y medio-lobuno. Lo cierto es que «were» desciende del mismo antepasado común que el latín «vir», que significa hombre, y que en otro tiempo se pronunciaba «wir». Las dos palabras son primas de «wiyr», nuestro vocablo para «hombre», o «gente», o «pueblo».
—Me resulta difícil creerlo.
—Tampoco yo lo creía hasta que me explicaron el sistema de cambios de sonido que debieron producirse entre las diversas familias de lenguajes descendientes del original. No sólo unos cuantos, lo cual podría ser atribuido a coincidencia. No, por millares.
—Por ejemplo —dijo Polly—, su palabra para el órgano masculino y la nuestra para un ánsar macho, y también para la palabra soez para el órgano masculino, son notablemente parecidas, ¿no crees?
—No es una coincidencia —dijo R’li.
—Siempre creí que los sacerdotes habían dicho que era una palabra horstel, y que por eso no debíamos utilizarla.
R’li y Polly se echaron a reír. Jack se alegró de poder retroceder a la oscuridad para ocultar su rubor. Tropezó con Mar-Kuk; el dragón rugió; Jack se apartó rápidamente. El dragón siseó y se irguió todo lo que podía erguirse bajo aquel techo.
—«¡Sssss!». ¡Silencio! ¡Hay alguien ahí fuera!
Los tres pusieron flechas en sus arcos y miraron hacia fuera, tratando de beneficiarse del leve resplandor proyectado por la fogata.
—¿Qué crees que es? —inquirió R’li en voz baja.
—No puedo olerles, pero les oigo. Más de uno. Me gustaría estar fuera de este pequeño agujero.
Hubo un concierto de gritos, algunos aullidos, y cinco o seis cuerpos oscuros aparecieron delante de la abertura. A la luz de la fogata eran seres con cuerpos de forma humana cubiertos de largos pelos negros. Sin embargo, sus robustos brazos eran más largos que los de un ser humano, sus hombros eran mucho más anchos y sus pechos enormes.
Encima de un cuello achaparrado había un rostro cubierto de pelo blanco. Sus mandíbulas eran pesadas y salientes, y sus narices enormes y aparentemente cubiertas de cartílago o, quizá, cuerno. Las orejas formaban ángulo recto con las cabezas y eran casi cuadradas. Las cejas eran espesas y negras, contrastando con el pelo blanco de la cara. Los ojos eran muy grandes y anaranjados al reflejo de la luz, como los de un animal.
Empuñaban largas lanzas de madera con puntas endurecidas al fuego, y las lanzaron a la abertura. Los del interior dispararon sus arcos; las flechas retumbaron en tres pechos. Luego los seres desaparecieron.
—¡Mandrágoras! —dijo R’li.
Mar-Kuk dijo que ella tenía que salir. No podía soportar que la atraparan en el interior. Los otros no discutieron sino que salieron detrás de ella. Con un barrido de cola esparció los restos de la fogata. Con toda la rapidez con que podía mover su enorme cuerpo, pasó a través de la abertura. A medio camino, resopló mientras seis cuerpos oscuros caían encima de ella desde arriba. Dio un estirón y terminó de salir, con las mandrágoras pegadas a ella. Antes de levantarse, rodó sobre sí misma y aplastó a dos de los atacantes. Los otros se apartaron a tiempo pero volvieron a atacar inmediatamente. Se les unieron al menos otras diez mandrágoras salidas de entre las sombras de los bloques, donde habían estado ocultas.
Jack Cage y las mujeres dispararon siempre que tuvieron ocasión; pero Mar-Kuk giraba sobre sí misma y se movía de un lado a otro con tanta rapidez, que sólo pudieron efectuar tres tentativas buenas. En dos de ellas dieron en el blanco, aunque no mortalmente, ya que las mandrágoras huyeron a todo correr, aullando.
De pronto los atacantes tuvieron suficiente, más que suficiente: renunciaron a su inútil pinchar con lanzas de madera o golpear con palos o morder con dientes, y huyeron. Mar-Kuk persiguió a un grupo por la avenida formada por los montones de bloques de piedra. Jack pudo oír por algún tiempo sus gritos y los resoplidos del dragón. Luego se apagaron en la distancia.
Establecieron turnos de guardia. Mar-Kuk no regresó hasta el amanecer. Parecía cansada, pero contenta y muy bien alimentada. Cuando continuaron su viaje, recogió una de las mandrágoras muertas diciendo que la guardaría para el desayuno del día siguiente.
Caminaron durante todo aquel día, con sólo varios breves descansos. A mediodía habían dejado las ruinas detrás de ellos, y ahora marchaban a lo largo del borde de la meseta. Cuando se hizo de noche habían descendido varias colinas y estaban a medio camino de la ladera de una pequeña montaña. R’li calculó que podrían llegar al fondo del Valle Argulh a media tarde del día siguiente.
—Es una extensión de al menos cien kilómetros de terreno abrupto y densamente arbolado, como visteis desde la meseta. Está infestado de peligros para el hombre. Incluso los unicornios son mayores y más agresivos. Pero con Mar-Kuk junto a nosotros, no creo que tengamos mucho que temer —dijo R’li.
A mediodía del tercer día, habían hecho casi la mitad del camino. Nada les había molestado, y ni siquiera habían tenido que cazar. Mar-Kuk había sorprendido a un unicornio en un pequeño barranco y lo había matado para carne. Encendieron una pequeña fogata a orillas de un arroyo ancho y poco profundo, y se sentaron a comer. Mar-Kuk se movió intranquila de un lado a otro durante unos minutos, y luego dijo que tenía que ausentarse por algún tiempo.
—¿Están en la vecindad algunas de tus hermanas? —inquirió R’li.
—Sí, y quiero hablar con ellas. He de decirles que hagan correr la voz de que nadie debe molestaros, si no quiere tener que vérselas conmigo.
—Confío en que su ausencia no será muy prolongada —dijo R’li—. Pero temo que lo sea. Los dragones hembra comadrean tanto como las hembras humanas.
Transcurrió una hora. Jack empezó a impacientarse. R’li estaba sentada tranquilamente, con los ojos fijos en un palo clavado en la arena delante de ella. Al parecer se había sumido en un trance. Esto irritaba a Jack, porque en tales ocasiones R’li se negaba a prestarle la menor atención, y más tarde no podía explicar a satisfacción de Jack lo que estaba pensando. Polly yacía sobre la hierba, con los brazos detrás de la cabeza, en una postura conscientemente provocativa. Durante los últimos días había estado mirando a Jack con una expresión que distaba mucho de ser ilegible. Y sus comentarios se habían hecho cada vez más atrevidos. R’li ignoraba las miradas y los comentarios. Jack, a pesar de que no simpatizaba con Polly, de que incluso la detestaba, se sentía culpable. Los rigores del viaje no le habían fatigado tanto como para que no sintiera una presión cada vez mayor. La falta de intimidad y la extraña aversión de R’li le habían impedido hacer algo al respecto.
En una ocasión, aprovechando unos breves instantes de soledad con la sirena, le preguntó por qué se mostraba tan fría.
—No es cierto, pero estoy bajo un tabú durante catorce días. Toda mujer del Wiyr observa castidad durante ese período, cuya fecha depende de la de su nacimiento. Es en honor de la Diosa en su aspecto de cazadora divina.
Jack había lanzado sus manos al aire. Había pasado toda su vida con los cadmos, y sin embargo no sabía nada de sus costumbres.
—¿Qué pasa conmigo? —había dicho—. ¿Se supone que debo sufrir durante esa sagrada observancia?
—Tienes a Polly.
Jack quedó pasmado.
—¿Quieres decir que no te importaría?
—No. Me importaría mucho. Pero nunca diré nada en ese sentido. Tengo prohibido hacerlo. Y lo comprendería… hasta cierto punto… al menos eso creo.
—No tocaría a esa mala zorra aunque fuera la última mujer viva. R’li sonrió.
—Exageras. Y subestimas tus deseos. Además, entonces sería tu obligación para propagarte.
Más tarde, decidió que R’li no podía obligarle realmente a practicar la castidad, pero había hecho evidente que le sabría muy mal que él no lo hiciera. Gracias a Dios, se dijo, no se sentía tentado. Pero le hubiera gustado que Polly no hiciera tan obvio que también ella experimentaba una fuerte necesidad. Jack tenía reacciones que no podía evitar.
Furiosamente, hurgó en el trasero de R’li con el dedo pulgar del pie y dijo:
—Vamos a continuar la marcha. Mar-Kuk nos localizará fácilmente.
R’li enarcó las cejas y dijo:
—¿Por qué tanta prisa?
Jack miró a Polly de soslayo y dijo:
—No puedo soportar esta espera, eso es todo. R’li miró también a Polly, que no había cambiado de postura.
—Muy bien —dijo.
Media hora más tarde, Jack deseó haber ejercido más control. Cuanta más distancia ponían entre Mar-Kuk y ellos, más aumentaba su vulnerabilidad. Pero era demasiado obstinado para admitir que se había equivocado. Un cuarto de hora después admitió para sí mismo que sería estúpido continuar. Se detuvo y dijo:
—Esperaremos a Mar-Kuk aquí. He cometido un error.
Las mujeres no hicieron ningún comentario. R’li clavó el palo en el blando suelo y se sentó con las piernas cruzadas para contemplar la punta. Polly volvió a tumbarse con las piernas abiertas y las manos debajo de la cabeza. Volvían a estar como estaban, excepto que ahora su protectora estaba más lejos. Jack empezó a pasear de un lado para otro.
Se detuvo. Polly se incorporó, con los ojos muy abiertos y la cabeza ladeada. R’li salió de su trance. Alguien estaba corriendo a través de la maleza sin tratar de ocultar su presencia. ¿Mar-Kuk?
Un horstel macho salió corriendo del bosque y siguió a través del arroyo. Estaba a unos cincuenta metros de distancia y no les vio.
R’li dijo: «¡Mrrn!», mientras Jack reconocía al hermano de la sirena.
Restallaron varios disparos de armas de fuego. A medio camino a través del arroyo, Mrrn se tambaleó y cayó hacia adelante. Se levantó de nuevo, avanzó unos cuantos pasos y cayó boca abajo en el agua. Su cuerpo empezó a flotar empujado por la corriente.
R’li había gritado al ver caer a su hermano. Jack dijo:
—¡A los árboles!
Recogieron sus armas y sus bolsas y echaron a correr hacia los árboles más próximos. Antes de alcanzarlos, se detuvieron. Varios hombres, todos empuñando armas de fuego, habían surgido delante de ellos. En cabeza iba Chuckswilly, que sonrió y dijo:
—Tu hermano te estaba buscando, y nosotros le seguimos. Ahora seremos todos felices, ya que cada uno ha encontrado lo que estaba buscando. ¿Me equivoco? ¿No os alegra verme?
—Pensé que te había matado —dijo Jack.
—Me diste un buen golpe en la cabeza. Lo pasé muy mal a causa de ello los días siguientes, mientras estaba en la cárcel de Slashlark.
—¿En la cárcel?
—Sí. El gobierno había decidido que no era el momento apropiado para atacar a los horstels. La Reina estaba furiosa con las cadmo Cage. Ella me hizo arrestar y me presentó a juicio como testimonio de su buena voluntad hacia los Wiyr. Sin embargo, varios de mis amigos asaltaron la cárcel durante la tercera noche y me liberaron. Decidí que no tenía nada que hacer en Dyonisa, de modo que me dirigí hacia Socinia, mi país natal. Organicé esta patrulla, y poco después encontramos a Mrrn y a dos de sus amigos. Imaginé que os estaban buscando.
Jack rodeó con su brazo la cintura de R’li y la atrajo hacia él. La sirena estaba pálida y tenía el rostro contraído. ¡Pobrecilla! ¡Haber perdido a su padre y a su hermano en tan corto tiempo!
—¿Eres sociniano? —inquirió.
—Un agente para provocar la guerra entre los horstels y Dyonisa. Puede parecer que fracasé en vuestra granja, pero no es así. Todas las cadmo de las tres naciones están en pie, dispuestas a luchar. Otros socinianos provocarán más incidentes. Todo el continente estallará. Todas las naciones excepto la mía, desde luego. Estamos preparados para atacar cuando hombres y cadmos se hayan diezmado los unos a los otros.
»Ahora debemos resolver el problema que vosotros planteáis. O juráis ir a Socinia, convertiros en ciudadanos y luchar por ella, o moriréis ahora mismo.
Varios soldados penetraron en el arroyo y arrastraron a Mrrn hasta la orilla. Mrrn se sentó y tosió hasta que hubo expulsado el agua de su garganta y fosas nasales. Un lado de su cabeza sangraba a causa de una herida poco profunda. El proyectil no había hecho más que rozar su cráneo.
Chuckswilly repitió la oferta que había dirigido a Jack, R’li y Polly.
Mrrn escupió y dijo:
—Mi hermana y yo preferimos la muerte.
—No eres muy listo —dijo Chuckswilly—. Si lo fueras, habrías prometido unirte a nosotros con la idea de buscar más tarde una ocasión de escapar. Pero eres un horstel de la clase dirigente, y ellos no mienten, ¿no es cierto?
Se giró hacia R’li.
—Tú puedes hablar por ti misma. No necesitas negarte simplemente porque eres una Wiyr. Dos de mis hombres son descendientes de cadmos. Uno de ellos es híbrido. Yo también soy híbrido. Socinia es un ejemplo del hecho de que dos culturas pueden fundirse para constituir una armoniosa tercera.
—¿Por qué no nos dejas marchar? —respondió R’li—. Nos dirigimos al Valle de las Thrruk. Pensamos vivir en paz y criar a nuestros hijos allí. No podemos perjudicarte.
Chuckswilly enarcó sus cejas y se atusó el bigote. Hizo una mueca y dijo:
—¿Vivir allí en paz? No por mucho tiempo. Socinia se propone conquistar el valle también. Después de haberse apoderado de Dyonisa, Croatania y Farfrom.
R’li replicó burlonamente:
—Está demasiado bien defendido. Podríais perder cien mil hombres sin forzar el paso…
—¿Qué pasa con el espionaje horstel? ¿No habéis oído hablar de nuestros grandes cañones y potentes obuses? Hacen que la artillería de Dyonisa parezca de juguete. Y tenemos grandes globos, impulsados por motores, que pueden volar por encima del paso y bombardear el valle. O descender y descargar tropas tan poderosamente armadas que segarán a vuestros combatientes como un agricultor siega las malas hierbas.
R’li profirió una exclamación de asombro y se aferró a Jack. Chuckswilly dijo:
—Bueno, ¿qué decides? Tienes que saber que, si te niegas, te entregaré a mis hombres. Tienen muchas ganas de hembra; han pasado demasiado tiempo a campo abierto.
R’li pidió permiso para hablar con Jack a solas. Chuckswilly accedió, pero antes les ató de pies y manos.
—¿Qué haremos? —dijo R’li.
—Unirnos a ellos. Él mismo ha dicho que probablemente haríamos eso y más tarde trataríamos de escapar.
—No lo entiendes —dijo R’li—. Los que descendemos del Rey Ciego no mentimos ni siquiera para salvar nuestras vidas.
—¡Maldita sea, no te pido que cometas una traición! Sólo que sigas el juego. De acuerdo, no mientas. Evita una respuesta directa. Dile a Chuckswilly que harás lo que yo haga. Ya sabes cuáles son mis intenciones.
—Eso sería una falsedad. Una mentira indirecta.
—¿Acaso quieres morir por nada?
—No creo que sea por nada —se envaró R’li—. Pero te amo. Tú has renunciado a muchas cosas por mí. De acuerdo, haré lo que tú digas. Jack llamó a Chuckswilly.
—Me uno a vosotros. Y R’li hará lo que yo haga. Chuckswilly sonrió y dijo:
—No sólo es hermosa, sino también ambigua. Muy bien. Desataré vuestros pies; de momento, vuestras manos seguirán atadas.
Como era de esperar, Polly había jurado ya vivir y morir por Socinia. Chuckswilly le dijo que sabía más cosas acerca de ella que lo que ella pensaba. Se unía a ellos a la fuerza, pero él esperaba que sería fiel a su juramento. ¿Por qué no? A ella le gustaban los vencedores, y Socinia triunfaría. Una vez llegara a Socinia, lo vería claramente.
Polly podría incluso practicar su religión abiertamente, dado que en Socinia había tolerancia religiosa. Sin embargo, los sacrificios humanos estaban prohibidos. Si Polly sabía lo que era bueno para ella, y Chuckswilly esperaba que lo supiera, no tomaría parte en ritos ilegales. Algunos lo habían hecho, y ahora estaban en las minas condenados a trabajos forzados a perpetuidad.
La única respuesta de Polly fue pedir un cigarrillo.
Jack se había recuperado lo suficiente como para observar que los soldados estaban armados con fusiles de un tipo que nunca había visto. Estaban hechos de algún material «plástico» que era tan fuerte como el escaso hierro. Los proyectiles y las cargas iban encerradas en un paquete y se insertaban en la culata a través de una abertura. Interrogó a Chuckswilly sobre aquellas armas.
—Un soldado sociniano tiene la potencia de fuego de diez dyonisanos y muchísima más exactitud. Esos objetos redondos que ves colgar de los cintos son bombas tres veces más potentes que una bomba dyonisana equivalente. Además, podemos hacerlas estallar a una distancia respetable con nuestros rifles.
»Si vuestro dragón se deja ver, no tendrá ninguna posibilidad.
Jack se sobresaltó al oír aquellas palabras. Pero una breve meditación le hizo caer en la cuenta de que Chuckswilly había visto las huellas de Mar-Kuk confundidas con las de las mujeres y las de él mismo.
El sociniano se acercó al hermano de R’li.
—Voy a darte otra oportunidad. Tu muerte será inútil. La cultura de tu pueblo, de cualquier pueblo que no sea Socinia, está condenada. Nos proponemos aplastar las viviendas cadmo y hacer que los horstels abandonen su anterior sistema de vida. Se adaptaba admirablemente a una sociedad agrícola muy estable, pero impedía el progreso tecnológico. Se ha convertido en una cosa del pasado.
Chuckswilly se giró hacia Jack y R’li:
—Haced que se dé cuenta de eso. Nadie parará a Socinia. Tenemos que progresar científica y tecnológicamente lo más que se pueda en el menor tiempo posible. Los Arra han estado aquí dos veces, y ellos, o alguien como ellos, volverán a presentarse. Cuando lo hagan, se encontrarán con hombres capaces de darles una adecuada respuesta, y quizás incluso derrotarles. Los hombres no deben volver a convertirse en esclavos. Los Arra tienen naves espaciales. Nosotros las tendremos también, algún día. Cuando las tengamos, iremos a luchar contra los Arra.
Jack se excitó al oír estas palabras. Lo que Chuckswilly decía tenía sentido. Muchas veces se había preguntado qué sucedería si los Arra regresaran. En cierta ocasión había interrogado al Padre Patrick acerca de ello. El sacerdote había contestado que Dios les protegería. Si el género humano volvía a ser reducido a la esclavitud, el hombre podría beneficiarse. Sería para él una lección de humildad. Jack no lo había dicho, pero la respuesta del padre le pareció completamente insatisfactoria.
—No me causará el menor placer matarte, Mrrn —dijo Chuckswilly—. De hecho, me pondrá enfermo. Pero tenemos que ser despiadados. Es posible que no haya bastante tiempo. Las naves de los Arra podrían aparecer en el cielo hoy mismo, y sería demasiado tarde para nosotros.
—Prefiero morir a vivir como vives tú. Soy un Wiyr, hijo del Rey Ciego, y ahora el propio Rey Ciego. ¡No!
Chuckswilly sacó de una funda colgada a su cinto un arma de fuego de cañón corto. La apuntó a la frente de Mrrn. Su dedo se tensó, y una pieza del arma se alzó detrás del cañón. Luego cayó, y el hocico escupió fuego y ruido. Mrrn se desplomó de espaldas, con un gran agujero encima mismo de su ojo derecho.
R’li gritó y empezó a sollozar.
Chuckswilly le dijo a Jack:
—Podía haberte obligado a demostrar tu lealtad pidiéndote que lo ejecutarás tú. Pero no soy inhumano. Eso habría sido demasiado.
Jack no contestó. Nunca podría haber matado al hermano de R’li ni a nadie en circunstancias semejantes.
R’li habló entre sollozos:
—Chuckswilly, ¿puedo proporcionarle a mi hermano los ritos del enterramiento? Es el Rey Ciego; no debería ser dejado a la intemperie para que se pudra como una bestia.
—Eso representa cortarle la cabeza y quemarla, ¿no es cierto? No, no quiero humo. Le enterraré, pero no podrás celebrar el rito completo. Nos llevaría demasiado tiempo.
Casi inmediatamente, los soldados empezaron a disparar sus armas. Tres dragones habían logrado acercarse sin ser vistos. Rugiendo, embistieron desde los árboles. La patrulla disparó a quemarropa, y uno de los monstruos se desplomó de inmediato, con el vientre abierto. Los otros dos, aunque heridos, siguieron avanzando. Sólo Jack vio a Mar-Kuk aparecer desde los árboles al borde del arroyo en el lado contrario. Las explosiones de los fusiles, los gritos de los hombres y los rugidos de los dragones evitaron que alguien oyera el chapoteo de los enormes pies. De modo que cayó sobre ellos por detrás y aplastó a cuatro de los soldados con un latigazo de su cola. Chuckswilly disparó su pistola contra Mar-Kuk y la alcanzó tres veces. Jack se lanzó contra él y lo derribó al suelo. La cola del dragón barrió el espacio que habían estado ocupando. Al tratar de poner a Chuckswilly fuera de combate, Jack se había salvado también a sí mismo.
Ahora estaba indefenso, con las manos atadas detrás de la espalda, y no pudo impedir que el hombre volviera a incorporarse. Chuckswilly disparó una vez más, alcanzando a Mar-Kuk en el brazo derecho. El gatillo de su arma chasqueó, y se giró para echar a correr a través del arroyo. Jack extendió sus piernas y le hizo tropezar. Entonces Mar-Kuk agarró a Chuckswilly y lo levantó para estrellarlo contra un árbol.
Bruscamente, se derrumbó. Su cuerpo hizo retemblar el suelo y su cabeza marró a Jack por muy pocos centímetros.
Sólo R’li y Polly quedaban en pie, y R’li tenía las manos atadas.
—¡Polly! —gritó Jack—. ¡Desátame!
Luchó por ponerse en pie y miró a su alrededor. Todos los soldados estaban muertos o demasiado malheridos para moverse. Chuckswilly estaba inconsciente. Tres de los dragones habían muerto. Mar-Kuk todavía respiraba; tenía los ojos abiertos y miraba a Jack. Brotaba sangre de su vientre, brazo, cabeza, y de la blanda parte inferior del extremo de su cola.
Polly había recogido su arco y había puesto una flecha en él. Se irguió, indecisa.
Durante unos segundos permaneció rígida, pensando. Luego se alzó de hombros y depositó el arco y la flecha en el suelo. Al cabo de tres minutos había recogido las armas de fuego y la munición y las había amontonado debajo de un árbol. A continuación le quitó el cinto y la funda a un cadáver y los colocó en su propia cintura. Examinó un arma corta, averiguó cómo cargarla y descargarla, disparó una vez al aire, y colocó el arma en la funda.
Chuckswilly había recobrado el conocimiento. Gruñendo, se sentó con la espalda apoyada contra el costado de Mar-Kuk mientras contemplaba a Polly. Dijo:
—La suerte de la guerra, ¿eh? ¿Y ahora, qué?
—Déjanos seguir nuestro camino —dijo Jack—. Ahora no podemos perjudicarte. Vosotros dos haced lo que os plazca.
La respuesta de Polly quedó ahogada por la súplica del dragón:
—¡Mi pulgar! ¡Dadme mi pulgar! ¡Me muero!
—Se lo prometí, Polly —dijo Jack.
Polly vaciló, luego se alzó de hombros y dijo:
—¿Por qué no? No es la primera vez que los dragones han trabajado con nosotras, las brujas. No tengo nada que perder.
Abrió la bolsa de cuero y sacó el pulgar. Mar-Kuk abrió la mano para recibirlo, lo apretó contra su pecho y murió al cabo de unos instantes.
Entretanto, Chuckswilly había logrado ponerse en pie.
—Dejemos que se marchen, Polly. No pueden perjudicar a Socinia. Lamentarán no haber aceptado mi ofrecimiento cuando invadamos su escondrijo. Pero pueden gozar de alguna felicidad antes de que lo hagamos. Ellos son los últimos de la lista.
—Tu palabra es ley para mí —dijo Polly.
Deshizo los nudos de las cuerdas que ataban las manos de los cautivos. Retrocedió, sin perderlos de vista, se inclinó a recoger la cantimplora de un soldado muerto, y bebió. Las aguas del arroyo estaban todavía sonrosadas con la sangre de un dragón cuya embestida le había llevado hasta la orilla del arroyo antes de desplomarse.
Jack flexionó sus manos para restablecer la circulación de la sangre. Dijo:
—Espero que no vais a soltarnos sin armas…
—No —dijo Polly—. No soy tan vengativa como pareces creer. Necesitáis armas para regresar a la cadmo, como las necesitabais para llegar aquí.
Jack dijo que no comprendía lo que quería decir. Polly señaló a R’li con el pulgar.
—No conoces el Wiyr muy bien, ¿verdad? Ella tiene que regresar al hogar. Su padre, su hermano y su tío han muerto. Eso significa que ahora es ella el jefe de su vivienda cadmo. Lo será hasta que muera o engendre un hijo. Es su deber.
Jack se volvió hacia R’li.
—Di que no es cierto.
R’li trató de hablar, no lo consiguió, y asintió con la cabeza.
—¡Maldita sea, R’li! ¡No hay nada por lo que debamos regresar! ¡Y si lo hubiera, tú no podrías ir! ¡Abandoné mis obligaciones cuando abandoné a mi gente por ti! ¡Tú tienes que hacer lo mismo por mí!
—Mientras mi padre… mi tío… mi hermano… estaban vivos, yo podía hacer lo que quería. Incluso podía casarme contigo, aunque mi padre discutió mucho tiempo conmigo acerca de eso y dijo que no podría quedarme en nuestra vivienda cadmo si lo hacía. Provocaría demasiados problemas con tus «tarrta». Tenía que marcharme contigo a las Thrruk.
»Podía haberlo hecho aún mientras Mrrn estaba vivo. Pero ahora…
Estalló en sollozos, y transcurrió largo rato hasta que se hubo dominado lo suficiente como para hablar de un modo coherente.
—Tengo que hacerlo. Es la costumbre. No puedo olvidarles… es mi propia cadmo. Chuckswilly dijo:
—Empiezas a descubrirlo ahora, Jack Cage. Ellos viven de acuerdo con la tradición y la costumbre, y no se desvían. Están hundidos en el barro de los siglos, encerrados en la forma pétrea de su sociedad. Los socinianos pretendemos destruir esa forma.
Jack dijo, alzando la voz:
—Me siento enfermo. ¿Sabes a cuantas cosas he renunciado por ti, R’li?
Ella asintió de nuevo, pero sus facciones se endurecieron con una expresión que Jack conocía muy bien. La R’li de voz suave y de suaves curvas podía a veces convertirse en granito.
—¡Tienes que venir conmigo! —gritó Jack—. ¡Soy tu marido, tienes que obedecerme!
Polly se echó a reír y dijo:
—Tu esposa es una horstel y la hija del Rey Ciego.
—Es posible que no tengamos que permanecer allí para siempre —dijo R’li en tono suplicante—. Si pudiéramos conseguir que el hijo de un O’Reg de otra vivienda cadmo aceptara el trono, yo podría retirarme honrosamente.
—¡Vaya una perspectiva! ¡Sabes que todo el infierno puede desencadenarse en cualquier momento! ¡Dudo mucho que cualquier horstel se aventure a alejarse de su propio cadmo en esta época! ¿Crees que lo abandonaría cuando pueden ser necesarios todos los hombres capaces de combatir?
—Entonces, debo ir yo allí.
Chuckswilly dijo:
—¿Quieres que la obliguemos a venir con nosotros? Dentro de poco tiempo, no habrá ningún lugar al cual ella pueda regresar.
—¡No, yo no obligo a ninguna mujer! —dijo Jack. Se interrumpió, asaltado por una terrible idea. ¿Permitiría realmente Chuckswilly que R’li o él mismo regresaran a Dyonisa? Chuckswilly no podía correr el riesgo de que R’li informara al gobierno de Dyonisa de la amenaza de Socinia. Se preguntó qué haría, y en medio de su indecisión supo que todavía amaba a R’li. Ni siquiera su negativa a ir con él había cambiado eso. De otro modo, ¿por qué había de importarle si la mataban o no?
No obstante, él era el hombre en esta sociedad conyugal, y R’li tenía que ir a donde fuera él.
Como si leyera su pensamiento, Chuckswilly dijo:
—Si estás pensando que tendré que matar a R’li para evitar que hable, olvídalo. No tendrá la oportunidad de hablar. Aunque los humanos llegaran a escucharla, no creerían a una sirena.
Había poco que decir después de eso, pero mucho que hacer. Chuckswilly les mostró a todos ellos cómo extender las pequeñas palas plegables que los soldados portaban, y cómo cerrarlas. Con ellas, cavaron dos tumbas, una grande y otra pequeña. Los dos hombres y Polly arrastraron los cadáveres hasta la tumba poco profunda, los introdujeron en ella y los cubrieron con tierra. Tardaron un buen rato en reunir suficientes piedras para amontonarlas sobre la tierra a fin de mantener alejados a los animales. Los dragones fueron dejados donde habían caído, excepto el que había caído en el arroyo, que fue arrastrado fuera del agua.
R’li insistió en cavar ella sola la tumba de su hermano. Antes de colocar el cadáver en ella, cercenó la cabeza. El cadáver fue cubierto con tierra y piedras. Luego, a pesar de las protestas de Chuckswilly, la sirena encendió una fogata y quemó la cabeza. Mientras las llamas devoraban la carne, ella rezó en lenguaje infantil y cantó en lenguaje adulto. Más tarde, partió en trozos con una piedra el cráneo semicarbonizado y los tiró al arroyo.
El sol había pasado el cénit. A cada minuto que transcurría el nerviosismo de Chuckswilly era más evidente. Miraba al humo ascendente, y sus pensamientos eran obvios para Jack y Polly. ¿Qué enemigos correrían hacia ellos a la vista de la columna que se erguía para todo el que quisiera verla?
Finalmente dijo:
—No podemos esperar aquí más tiempo.
Entregó a Jack y a Polly un rifle, un revólver, proyectiles, y les mostró cómo funcionaban las armas. Las sobrantes fueron envueltas en cuero y enterradas debajo de un árbol.
Jack dirigió a R’li una última mirada. Estaba de pie junto al arroyo, contemplando los trozos de hueso que flotaban en la superficie o eran impulsados al fondo por la corriente. Por un instante, Jack pensó en hacer una última súplica. Pero conocía lo suficiente a R’li como para abandonar la idea.
—Adiós, R’li —dijo en voz baja. Y se alejó siguiendo a los otros.
Aquella noche, después de haber establecido el campamento y comido, Chuckswilly dijo:
—Probablemente has accedido a unirte a mí con el propósito de observar nuestros secretos. Luego tratarás de regresar a Dyonisa con tu información. No te serviría de nada. Darían tan poco crédito a un hereje amante de una sirena como a un horstel. Serías condenado a morir en la hoguera después de un juicio muy breve.
»Pero no me preocupa tu espionaje. Cuando hayas estado en Socinia, te darás cuenta de lo inútil que sería la resistencia de humanos y horstels incluso si se aliaran contra nosotros en vez de matarse entre ellos. Piensa en el posible retorno de los Arra y en que Socinia es la única esperanza de este mundo para combatirlos. Te convertirás en un sociniano, aunque sólo sea para salvar a tu propio pueblo.
Jack oyó sus palabras, pero no reflexionó sobre ellas. Estaba pensando en R’li y preguntándose si se encontraba a salvo. Experimentaba un intenso dolor por ella; unas lágrimas surcaron sus mejillas.
Durante cinco días avanzaron por el sendero del bosque. En dos ocasiones tuvieron que utilizar las armas de fuego, la primera para rechazar a una manada de mandrágoras, la segunda para desalentar a unos dragones. Luego llegaron al pie de una gran montaña. Tardaron dos días en escalarla y descender por la otra vertiente, un día para cruzar un pequeño valle, tres días en escalar otra montaña. El paso cerca de la cumbre tenía unos cinco kilómetros de longitud. Al final del mismo se encontraba una antigua carretera de los Arra.
Una guarnición sociniana estaba estacionada allí en un pequeño fuerte. Chuckswilly se identificó y contó su historia. Los tres fueron montados en un carromato movido a vapor que avanzó por la carretera. El cuentavelocidades de una esfera señalaba que estaban viajando a cincuenta kilómetros por hora. Al principio, Jack sentía cierta aprensión, pero no tardó en experimentar una extraña excitación. Vio un globo gigante encima de ellos, y gritó de asombro.
En los campos se veían muchas viviendas cadmo proyectando sus cuernos de marfil desde los prados. Chuckswilly le dijo a Jack que la mayoría estaban abandonadas, que ahora todo el mundo vivía sobre el suelo.
—Tuvimos una guerra —dijo— entre los humanos y los híbridos hombrstels contra los horstels que se negaban a renunciar a su sistema de vida.
Tuvieron que aminorar la velocidad, ya que el tráfico de «vehículos a vapor» empezaba a ser muy intenso. El viaje terminó en otro fuerte. Aquí, Jack empezó su adiestramiento como soldado. Pidió y consiguió servir en los grandes carros blindados a vapor llamados «osos». Llevaban un cañón y varias armas de fuego de tiro rápido y gran calibre llamadas «manubrios». El operador hacía girar una manivela que a su vez hacía girar un racimo de diez tubos. A medida que cada uno de los tubos pasaba por un punto determinado, un cartucho se introducía en él desde un disco y el proyectil era disparado en la siguiente posición. Podía disparar diez proyectiles por segundo.
Había otras muchas maravillas, pero Jack no consiguió verlas todas. Le permitían abandonar el puesto de adiestramiento sólo un día cada dos semanas. Se enteró de que la mayor parte del progreso tecnológico se había alcanzado debido a que los socinianos habían tenido la suerte de encontrar una biblioteca de los Arra enterrada.
Llegó el invierno. Jack practicó ejercicios y maniobras sobre el hielo y a través de la nieve. Apuntó la primavera. Su batallón recibió la orden de ponerse en marcha. Viajaron por la misma carretera por la que él había llegado. Cruzaba el paso y se adentraba en el Valle Argulh. Aquí, la antigua carretera Arra, enterrada bajo el suelo del bosque, había sido descubierta y se habían construido fuertes a lo largo de ella. Los dragones, las mandrágoras y los hombres lobo habían sido eliminados o expulsados hacia los extremos remotos del valle.
En la frontera donde terminaba Dyonisa y empezaba el suelo sagrado de los Wiyr, había acampado un ejército.
Por primera vez desde que empezó su adiestramiento, Jack vio a Chuckswilly. Llevaba el emblema de la alondra cuchillo de coronel-general y los colores del Estado Mayor.
Jack saludó. Chuckswilly sonrió y le dijo que podía ponerse en su lugar descanso.
—Has ascendido a cabo, ¿eh? Felicidades. No es que no lo supiera. No te pierdo de vista. Ahora, dime la verdad: ¿estás pensando en desertar a Dyonisa?
—No, señor.
—¿Y por qué no?
—Hay muchos motivos, señor. Usted conoce la mayoría de ellos. Pero es posible que desconozca uno. Encontré a un hombre que había estado espiando en Slashlark. Dijo que mi madre, mis hermanos y mis hermanas habían sido enviados a las minas. Mi padre abandonó la vivienda cadmo para regresar con su propia gente. Fue juzgado, condenado a la hoguera… y no fue ajusticiado porque les obligó a que le mataran: liquidó a dos de sus carceleros antes de morir.
Chuckswilly permaneció silencioso durante unos segundos.
—Lo siento de veras —dijo finalmente—. No quiero infundirte falsas esperanzas, pero he dado órdenes para que localicen a tu familia. Mañana, cuando ataquemos desde aquí, otros varios lugares serán invadidos. Las minas están cerca de uno de ellos. Me ocuparé de que cuiden de tu familia.
—Gracias, señor —dijo Jack, con la voz empañada por la emoción.
—Me fuiste simpático cuando te conocí, aunque tú no lo sospecharas. ¿Te gustaría ser mi ayudante? Si te desenvuelves bien, ascenderás a sargento. Y no tendrás que disparar contra tus camaradas dyonisanos a menos que nos encontremos en pleno fregado.
—Gracias, señor. Me gusta eso. Sin embargo, hay algunos dyonisanos a los que no me importaría ver por el punto de mira de mi fusil.
—Lo sé, pero no puedo permitir encarnizamientos. Confiamos en que los dyonisanos que queden vivos sean socinianos potenciales.
Jack dijo:
—Ha ascendido usted mucho desde la última vez que le vi, señor. Entonces no era más que capitán, ¿no es cierto?
Chuckswilly sonrió extrañamente y se ruborizó un poco.
—Es obvio que no has oído hablar de mi boda. Tomé a aquella hermosa bruja —tal vez debería decir zorra— por esposa. Polly es muy ambiciosa y agresiva, como ya sabes. Ella consiguió, por medios que prefiero ignorar, que el mariscal de nuestros ejércitos se fijara en mí. El viejo Ananías Croatan siempre se ha distinguido por su afición, entre otras cosas, a las mujeres jóvenes y bellas. Ascendí con bastante rapidez pero sin sorpresa por mi parte. Tengo la impresión de que soy muy capaz.
Jack sintió que su rostro enrojecía. Chuckswilly se echó a reír y le dio una palmada en el hombro.
—¡No te ruborices, muchacho! Sabía lo que me hacía cuando me casé con ella.