Capítulo 59

Era la noche del estreno y la troupe de alegres juglares del inspector Insch se aplicaba con entusiasta empeño en perpetrar la opereta de Gilbert y Sullivan en presencia de una multitud compuesta por familiares y amigos. Logan, que había ido solo, ocupaba su localidad en la oscuridad del Arts Centre, rodeado de desconocidos. Melancólico y pensativo. Metió la mano en el bolsillo y sacó el objeto que había encontrado en el cajón de la mesilla de noche de Jackie, y lo hizo girar entre los dedos por enésima vez aquella noche. Brillaba aun en la penumbra. Lo había encontrado por azar, buscando las llaves de repuesto del apartamento a las que Jackie recurría siempre porque no hacía más que perder las suyas…

El estrépito procedente del escenario aumentó en forma de crescendo, devolviéndole a la realidad. Tras el ardo esfuerzo, conseguían abrirse paso hasta el gran final. Dos salidas para saludar, un bis, una breve alocución por parte del inspector Insch en la que destacaba el gran trabajo realizado por todos, flores para los papeles femeninos principales, ronda de aplausos, y todos al bar.

El pequeño espacio estaba atestado. Los actores acudían en tropel procedentes de los vestuarios, con una sonrisa de orgullo de oreja a oreja al recibir las felicitaciones de sus allegados, que ponderaban lo maravillosos que habían estado. Hasta a los más ineptos.

Logan se abrió paso a empujones hasta conseguir llegar a un pequeño hueco, con una botella de Newcastle Brown en la mano, y con la esperanza de que nadie le propusiera ir a cenar a un restaurante hindú a la salida. La verdad era que no estaba de humor, en absoluto.

Al sentir que alguien le daba una palmada en la espalda, se volvió para encontrarse con un sonriente Rennie, con la cara limpia y reluciente y con restos de maquillaje disimulados en el nacimiento del pelo.

—Bueno, qué, ¿hemos estado sublimes o no?

Logan mintió y le dijo que había disfrutado mucho.

—¿No te parece increíble que pudiéramos recuperar a Debs? Insch tuvo que arrastrarse un poco, pero al final…

—¿Sabe algo de Rickards?

—Nada. Me he acercado esta tarde al hospital, pero la enfermera me ha dicho que no se permitían visitas. Oh, gracias… —Aceptó la botella de cerveza que le ofrecía una de las tres pequeñas camareras de la escuela… Logan no recordaba cuál, y dio un buen trago—. La verdad, no le culpo, pobre capullo. Una crisis nerviosa, he oído decir. —A Logan no le sorprendió. Si cerraba los ojos, aún podía ver a cámara lenta el occipucio de Tina desparramándose contra la ventana de la cocina, y las gotas rojas y los grumos grises mientras caía sin vida al suelo, sin soltar a Rickards, que quedó cubierto de sangre, cerebro y fragmentos de hueso, y que gritaba, gritaba, gritaba… Había sido su amiga. No era de extrañar que no hubiera podido soportarlo—. Entre usted y yo —dijo Rennie, hablando en un susurro e inclinándose para hacer oír en medio del barullo—, yo creo que esto no lo va a superar. Una mujer muerta agarrándote la verga no puede ser nada bueno. Mentalmente, me refiero. A mí me parece que… —Se interrumpió y se quedó mirando entre la multitud; el inspector Insch estrechaba manos con entusiasmo postizo mientras se dirigía hacia ellos, aceptando cumplidos a izquierda, a derecha y de frente—. Diga lo que quiera menos mencionar a Finnie, ¿de acuerdo? Lo tiene metido en la mollera y… ¡Inspector! ¡Mire a quién me he encontrado!

Insch parecía un pingüino obeso disecado y con exceso de relleno, con el esmoquin y la pajarita.

—¿Puede creer lo de Finnie, el muy hijo de puta? —preguntó, y dio un trago de Guinness—. ¿Pero en qué coño estarían pensando, nombrar a un gilipollas como él inspector jefe?

Rennie soltó un gruñido e hizo rodar los ojos aprovechando que Insch no le miraba a él.

Logan no le hizo caso.

—Bueno, la verdad es que aprehendió un alijo de cocaína por valor de medio millón de libras, supongo que eso ha contado para que…

Al inspector se le ensombreció el semblante.

—Cuatrocientas mil, no medio millón. —Lanzó una mirada hacia la multitud—. ¿Dónde está Watson?

—Tenía el último turno de la tarde.

Y Logan cambió de tema, reconduciendo la conversación hacia el Mikado y dejando que se explayaran en el extraordinario espectáculo que acababan de ofrecer. Sin tener que hablar de Jackie, ni pensar en el objeto que llevaba en el bolsillo. Hasta que Insch tuvo que dejarlos para recibir las felicitaciones de otra persona, a Rennie se lo llevaron para una fotografía y Logan se quedó solo de nuevo. Apuró su cerveza y salió a la fría noche. Se quedó unos minutos en lo alto de los escalones del Arts Centre, contemplando la larga cola de luces parpadeantes de King Street, que parecían arder a fuego lento.

Se sacó el pequeño objeto del bolsillo una vez más, el que había encontrado en un cajón de la mesilla de noche de Jackie. Lo sostuvo en alto para observar su destello al resplandor de las lámparas de vapor de sodio de la ciudad. Era una dilatación de oreja en forma de gran rubí, exactamente igual al que le robaron a Rob Macintyre cuando lo dejaron en coma de una paliza.

Rojo, del color de la camiseta del Aberdeen Football Club.

Del color de la sangre.