Sonó el teléfono en la sala de estar, y todos dieron un salto. Steel se sacó el cigarrillo de la boca y encendió el siguiente con la colilla, antes de tirarla a la moqueta, junto con las demás.
—Tienen que ser ellos. —Lo de cinco o diez minutos había resultado una quimera, a la unidad de intervención inmediata le había costado veinte minutos llegar hasta allí.
Tina asintió con la cabeza.
—¿Y qué harán ahora? Me refiero a esos hombres armados.
—Bueno. —Steel arrojó una larga columna de humo hacia el techo—, primero intentarán negociar. Luego intentarán negociar un poco más. Y si no da resultado, volverán a probar un poco con la primera negociación.
—¿No van a disparar contra mí?
—Solo si es necesario. Eso genera mucho papeleo.
Tina se mordió el labio inferior, sin dejar de darle duro a la erección de Rickards, al que mantenía a puntito, sin llegar a dejarla que decayera.
—¿Y si le mato?
—Pero no es eso lo que quiere en el fondo, de ninguna manera. De verdad, es una pésima idea.
Ring, ring. Ring, ring…
—A lo mejor debería coger.
—Usted. —Soltó el pene de Rickards el tiempo suficiente apenas para poder señalar con la mano a Logan—, conteste. Dígales que no pienso salir.
—Tendrá que salir tarde o temprano, Tina. No puede quedarse aquí dentro toda la vida.
—¡Conteste al maldito teléfono!
Retorció el cuchillo y Rickards emitió un gañido. El vacilante goteo de sangre que le bajaba por el cuello se convertía en un chorrito estable.
—¡Vale, vale! ¡Ya voy! —Logan se abalanzó hacia la sala de estar y descolgó el teléfono de la base. Era inalámbrico, así que se lo llevó consigo a la cocina, mientras escuchaba el discurso aprendido del negociador, que comenzaba diciendo que estaba allí para ayudar a que nadie resultara lastimado—. Sí, ya, espera un segundo, Jim —dijo Logan, interrumpiéndole antes de que fuera demasiado lejos en el asunto de la empatía—. Ella está aquí.
Sostuvo el teléfono en alto, ofreciéndoselo a Tina. Tendría que soltar el cuchillo, o bien dejar de juguetear con Rickards. Cualquiera de las dos cosas sería ya algo, en apreciación de Logan.
—¿Tengo cara de gilipollas? —preguntó ella—. Hable usted con él.
—Está bien. ¿Qué quiere que le diga?
—Yo qué coño sé.
—Bueno… ¿qué le parece si empezamos por ejemplo por lo que usted pide? ¿Cuáles son sus demandas? ¿Qué quiere a cambio de soltar a…
Logan se detuvo al ver un pequeño punto rojo de luz aflorar en el brazo de Tina con el que sostenía el cuchillo, y que luego fue dando saltitos hasta ubicarse en mitad de su frente. Otro punto se unió al primero, y luego un tercero, como minúsculas mariquitas de neón.
—¿Qué?
—Yo… —Logan se volvió hacia la inspectora, quien dejó escapar un suspiro, dio una profunda calada del cigarrillo y soltó una nube de humo que ocupó el aire entre los dos. Unas líneas rojas de sendas miras láser se hicieron visibles en forma de hilos relucientes.
—Hora de soltar el cuchillo.
Tina llevó los labios a la oreja de Rickards, susurró algo, abrió la boca y clavó los dientes en el cartílago. Echó la cabeza hacia atrás y hacia delante con gestos bruscos, hasta que se llevó un pedazo de oreja, de la que manó un borbotón de sangre. El agente aulló. Alguien gritó a través del teléfono que sostenía Logan en la mano. Tina escupió el trozo de oreja de Rickards, al tiempo que se la meneaba con furia.
Steel chilló:
—¡No! —y se abalanzó al frente.
Algo pasó silbando, y justo sobre el ojo izquierdo de Tina apareció un pequeño lunar. Perfectamente redondo. Oscuro.
En el mismo instante, la cabeza le estalló por la nuca.