Capítulo 57

Dejó escapar un suspiro y cerró la puerta del armario. Insch se habría puesto como loco de contento por haber cogido por fin a alguien, pero por lo que hacía a Logan, le parecía que aquello no iba a acabar bien para nadie. Tina no había matado a Jason a propósito. No era más que un caso de perversión sexual que había terminado de una forma trágica, pero aun así se le imputarían cargos, el juicio aparecería publicado en todos los periódicos, su vida iba a quedar arruinada. Y no por todo eso Jason Fettes dejaría de estar muerto.

Fue hacia la escalera, intentando no oír los ruidos de la batalla de Trafalgar procedentes del cuarto de baño. Oyó las quejas de Rickards en la cocina, diciendo que lo habían excluido del ambiente de Aberdeen. Tina le decía que siempre podía probar en el de Ellon.

La mujer levantó la mirada, vio a Logan de pie en la puerta, sonrió y le preguntó si le apetecía una galleta de chocolate. Él le preguntó dónde estaba la noche en que murió Jason Fettes.

La tetera eléctrica hizo clic y cesó el ruido, mientras ella se quedaba mirando a Logan, empalideciendo por momentos. Y entonces, de repente, todo se precipitó por el lado erróneo. Ella abrió de golpe el cajón de los cubiertos, cogió un gran cuchillo de sierra de cortar el pan y agarró a Rickards por el cuello. Éste no tuvo apenas tiempo de decir:

—¿Qué diab…? —antes de que ella se pusiera detrás de él.

Ahora lo tenía sujeto por la espalda, utilizándolo como escudo entre ella y Logan. Lo agarró del pelo y tiró de su cabeza hacia atrás, apretándole la hoja del cuchillo contra el cuello.

Él gritó:

—¡Argh! ¡Tina, por Dios!

—¡Tranquila! —Logan levantó las manos, sin moverse de donde estaba—. Todo esto es innecesario. Lo de Fettes fue un accidente. No queremos…

—Yo quiero… que se marche. Por favor —pidió ella mientras Rickards miraba a Logan con ojos aterrorizados.

—No pasa nada, no se ha metido en ningún problema grave…

A ella casi le dio risa.

—¿En ningún problema grave? ¡He matado a un hombre!

—Sargento, yo…

Rickards emitió un ruido ahogado y dejó de hablar. Un delgado hilo de sangre le bajó por el cuello y empezó a empaparle la camiseta negra.

—Siempre había tenido ese tipo de fantasías, ¡continuamente! ¿Lo entiende? He visto la película con la muerte de Jason una y otra vez, hasta aprenderme las palabras de memoria. Y todos los sonidos, y los gritos. Una vez, y otra, y otra, y otra…

—Vamos, Tina, suelte a… —Logan tuvo que estrujarse el cerebro para recordar el nombre de pila de Rickards— John. Deje que se vaya. Usted no quiere hacerle ningún daño.

—¿No? —soltó el pelo de Rickards y le pasó la mano por toda la parte delantera del chaleco, más abajo del cinturón, hasta que le apretó por encima de los pantalones—. Pero si es lo que quiere, que le haga daño, ¿verdad, John? —Intensificó el apretón y el agente emitió un gemido y cerró los ojos—. Sí, sí que quiere…

—Tina, usted es una pasiva, ¿no lo recuerda? Usted solo hizo lo que Fettes le pidió… No es culpa suya.

Se oyó la voz de Steel amortiguada, procedente del piso de arriba.

—¡Eh! ¡Se ha atrancado el pestillo! ¿No me oyen? —Junto con el traqueteo de la puerta.

Tina miró a Logan a los ojos.

—Se equivoca, la culpa sí que es mía. —A Rickards se le saltaban las lágrimas—. Soy una asesina en serie.

—Oh, vamos, usted no es ninguna asesina en serie, ¿vale? Fettes estaba metido en el negocio del sexo duro y fue demasiado lejos. Fue un accidente, eso es todo. Punto final.

—¿Me oyen o no? —El traqueteo de la puerta se hizo más audible—. ¿Dónde narices se han metido?

—¡Soy una asesina en serie! ¡Le digo que lo soy! Conseguí los libros a través de internet… los leí. ¡Soy yo! Intenté repetirlo, con el otro, el cabrón que entró a robarme, ¡pero no se murió!

—¡Usted no es ninguna asesina en serie!

Steel había acabado por perder la paciencia. Aporreaba la puerta gritando:

—¡¿Qué coño está pasando ahí?!

Tina lo miraba fijamente, moviendo con suavidad la cabeza de un lado a otro. Diciéndole con ello que cerrara la boca.

Logan gritó volviendo la cabeza hacia atrás:

—¡La señora Peterson ha tomado Rickards de rehén! ¡Le tiene puesto un cuchillo en el cuello!

Tina abrió los ojos desmesuradamente.

—¡Hijo de puta! —Apretó con más fuerza en la entrepierna del agente, el cual gimió. Y luego gruñó.

—¿Qué? ¡Mierda…!

El traqueteo se convirtió en un estruendo. Por el ruido, sonaba como si Steel estuviera intentando derribar la puerta a patadas. Hasta que de pronto todo quedó en silencio, seguido por un monólogo quedo.

—Usted no es ninguna asesina en serie, Tina. Fue un accidente. Sí, es cierto, usted fantaseó con ello, ¡pero de ahí a retener a un agente de policía a punta de cuchillo va un gran trecho! ¿Sabe lo que está haciendo ahora la inspectora? —dijo señalando hacia lo alto de las escaleras, hacia donde Steel estaba todavía hablando sola—. Está llamando a una unidad de intervención rápida. Vendrán armados.

Tina soltó la entrepierna de Rickards y fue palpándole el cinturón hasta encontrar las esposas en el interior de una funda de pistola de cuero. Las sacó, sin apartarle el cuchillo del cuello.

—Los puños a la espalda. Juntitos.

El agente obedeció. Se oyó un clic metálico, seguido de otro. Ella volvió a pasarle la mano por delante hasta encontrar la hebilla del cinturón, del que tiró.

Rickards dijo:

—¡No, por favor!

Pero ella siseó haciéndole callar y le soltó el cinturón. Luego le desabrochó la parte superior de los pantalones.

—Vamos, Tina, ya vienen en camino. Aún no es tarde para que suelte a John, antes de que todo esto se nos escape de las manos.

Ella posó los labios en la oreja del agente mientras le bajaba la cremallera, y se le caían los pantalones sobre los tobillos.

—Ellos no lo entienden, ¿verdad? —Le cogió con la mano la goma de los calzoncillos y se los bajó todo lo que daba su brazo estirado. La erección de Rickards quedó a la vista, y ella sonrió—. Pero nosotros sí.

—Por favor… —Se le saltaban las lágrimas por las comisuras de los ojos.

—Shhh. —Se la agarró y empezó a acariciarle—, tienes que estarte calladito mientras yo no diga otra cosa.

—Pero… ¡aaargh!

Ella le había clavado las uñas en el pene, y luego siguió acariciándoselo.

—Oh, santo cielo. —Logan realmente no tenía ningunas ganas de ver aquello.

Un ruidoso golpetazo procedente del piso de arriba, seguido de un silencio, y luego Steel bajando la escalera, cojeando.

—¿Qué narices es lo que…? —Se paró en seco al ver a Rickards con los pantalones bajados, estremeciéndose, los calzoncillos hasta medio muslo y el pene en la mano de Tina. En la que no sostenía el cuchillo—. Hay cosas que no se ven todos los días. —Nadie se rió—. La unidad armada viene de camino, estará aquí en cinco minutos, diez a lo sumo —dijo Steel, sacándose del bolsillo un paquete de tabaco por estrenar y rasgando el celofán con los dientes; y añadió—: ¿Le da igual? —Sacó un cigarrillo del paquete y se lo metió en la boca.

—¡Preferiría que no fumara en mi casa!

—Ah, ¿sí? —La inspectora se encogió de hombros y sacó un encendedor barato de gasolina; le tembló la mano al encenderlo y aspirar la primera bocanada de humo—. Bueno, yo preferiría que usted no masturbara a mis agentes poniéndoles un cuchillo del pan en el cuello. Así que estamos en paz.

Se miraron a los ojos la una a la otra, mientras el silencio se prolongaba, hasta que Tina dijo:

—Yo… lo sentí tanto cuando supe que Jason había muerto… Era… especial. Yo nunca había sido activa, antes… —Se estremeció—. Sentí sus gritos aquí dentro, mientras se retorcía y mientras se desangraba en mi brazo. Era una sensación tan cálida…

Rickards gimió de nuevo, y ella aceleró las caricias. Luego siguió más despacio, y continuó aguantándolo mientras la sangre de la garganta le empapaba de rojo oscuro la camiseta, volviendo la tela negra reluciente.

—Hasta después no me di cuenta de lo especial que era. —Sonrió—. El poder de la vida sobre la muerte.