Capítulo 55

La inspectora Steel jugueteaba con un paquete de tabaco entre las manos mientras el equipo de la Oficina de Identificación se metía por todos los rincones del pequeño coche rojo. No dejaba de mirar una y otra vez hacia la ambulancia, y a la mujer sentada en la puerta trasera de ésta con expresión de enfado y la mirada perdida en la llovizna. De su nariz torcida seguía goteando sangre fresca y empezaban a ponérsele los ojos morados.

—La virgen, Laz, ¿no podía conformarse con pedirle que le acompañara tranquilamente? Ya me dirá cómo vamos a quedar: «Policía apalea a gachí preñada». Es usted un relaciones públicas nefasto. Había… —Frunció el entrecejo—. ¿Qué le ha pasado a su chaqueta?

Logan se miró hacia abajo, sin ver nada, y levantó los brazos hacia atrás. En las mangas tenía unas manchas parduscas y azuladas que se le descolorían por momentos, allí donde le había caído lejía.

—La muy cabrona… —Ahora tendría que comprarse un traje nuevo—. Un poco más y nos castra a Rickards.

—Ah, ¿sí? —Steel se encogió de hombros, enseñando los colmillos—. Le hubiera hecho un favor. Así seguro que no se reproduce. —Cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra, y volvió a sacar el paquete de tabaco—. Qué mierda, ¿por qué tardan tanto? —dijo señalando a los miembros del equipo de Identificación, con sus blancos monos. Algunos de ellos inspeccionaban el interior, mientras otros revolvían en el maletero, del que sacaban todo tipo de cachivaches, que fotografiaban e introducían en bolsas de cierre hermético etiquetadas—. Tiene que haber algo… Joder, ¿se imagina que todo esto resultara una gran cagada?

Uno de los técnicos de identificación extrajo la rueda de recambio del maletero soltando un gruñido. Una pausa, y luego:

—¡Cielo santo!

—¿Qué pasa? —Steel se acercó con paso vacilante a la cinta policial azul y blanca y se puso de puntillas, tratando de ver por encima del grupo de monos blancos que acababa de formarse—. ¿Qué han encontrado? ¡Si es dinero yo lo vi la primera! —El cámara se había puesto a grabar, el fotógrafo a hacer fotos y todos los demás a hurgar. Steel tomó aire y gritó—: ¿Qué coño está pasando?

Se hizo un repentino silencio, y el jefe de los técnicos se dio la vuelta con una bolsa de deportes del Aberdeen Football Club en la mano, de las que pueden comprarse en cualquier establecimiento deportivo de la ciudad. Metió la mano en ella y sacó un cuchillo.

—¡Está llena de objetos de joyería y no sé cuántas mierdas más!

—Oh, gracias por tanta mierda. —La inspectora Steel cerró los ojos, dejó escapar un suspiro, se volvió hacia Logan y sonrió—. ¿Lo ve? Siempre le digo a la gente que es usted algo más que una cara fea.

El aparcamiento trasero estaba repleto cuando regresaron a jefatura. Las furgonetas y los coches patrulla estaban aparcados en doble fila junto a las puertas de atrás, mientras media docena de hombres que no dejaban de forcejear y maldecir eran conducidos por la fuerza a la zona de detención. Dos agentes de refuerzo descargaban lo que parecían ladrillos envueltos en plástico negro y cinta de embalar marrón, que apilaban en un carrito con ruedas. Y en medio de todo, dirigiendo las operaciones como si fuera una versión más alta y fea de Napoleón, estaba el inspector Finnie. Levantó en alto una mano imperiosa en el momento en que Logan y Steel sacaban a Ashley del asiento trasero de su vehículo del departamento.

—Vaya, vaya, vaya, pero si es el sargento McRae. —Finnie cogió uno de los bloques del carrito y lo agitó en dirección hacia ellos—. ¡Medio millón de libras en heroína pura! Puede dar las gracias a su estrella de que todo esto estuviera todavía allí cuando hemos hecho la redada. Después de la cagada que han hecho usted y ese gordo de Insch esta mañana, habrían podido llevárselo todo, ¡y ya no la hubiéramos visto hasta que la hubieran vendido en la calle! Usted no es un oficial de policía, es una desgracia con patas.

Y se marchó dándole un empujón a Logan con el hombro al pasar.

—Bah —dijo Steel—, no le haga caso. El muy gilipollas, debe llevar años sin echar un polvo.

La fiscal estaba a un paso de ponerse a dar saltos y cabriolas. Las joyas encontradas en la bolsa de deporte se correspondían a la perfección con las de las víctimas, tanto las de Aberdeen como las de Dundee. Si es que alguna vez despertaba del coma, Macintyre iba a ir a la prisión por una temporada larga, muy larga. Steel dejó que Logan telefoneara a la policía de Tayside para darles la buena noticia, aunque recibió poco más que un «¡ya era hora!», de parte del mamón cara culo de superintendente Cameron.

—¿Y bien? —preguntó Steel cuando Logan colgó—. Rebosante de gratitud, ¿no?

—No. —Se miró el reloj: las seis y treinta y uno—. ¿Qué hay de Jimmy Duff?

La inspectora se arrellanó en su asiento y se quedó mirándole.

—Santo cielo, ¿es que no puede disfrutar del momento por una vez? ¡Acabamos de atrapar al Violador de Ciudad Granito! Es hora del confeti, las serpentinas, los helados… —Sacudió la cabeza en señal de negación—. Estos niñatos de hoy… Está bien, adelante, vaya a jugar con Duff, pero le quiero aquí como el primero a las siete en punto: toca rueda de prensa. Y luego usted, Látigo y yo vamos a salir a beber. Pero a beber.

Ella tenía razón, por supuesto, debería de estar celebrándolo, pero la verdad era que no estaba de humor. La salida de tono de Finnie había conseguido aguarle la fiesta. Porque por mucho que no pudiera soportar a aquel engreído insultante, había que reconocer que tenía su parte de razón, y es que ellos habían puesto en peligro una operación antidroga en marcha solo para que Insch pudiera echarle el guante a un yonqui que no era seguro que estuviera relacionado con una muerte accidental. Porque de momento no podía decirse que Jason Fettes hubiera sido asesinado: se había metido en el mundo del sexo duro, la cosa había ido demasiado lejos y había muerto. Ahí se acababa la historia. Fuera o no fuera un accidente, el caso aún necesitaba un lavado de cara, lo cual le daba a Logan algo con lo que mantenerse ocupado que no fuera darle vueltas a cómo la había cagado, a lo cerca que había estado de arruinar la redada antidroga de Finnie, al hecho de haber creído que Insch estaba ciego con esa manía suya de imputárselo todo a Rob Macintyre; pero sobre todo a cómo había dudado de Jackie. No es que estuviera obsesionada, sino que tenía razón.

Llamó por teléfono abajo, a las celdas, para ver si Jimmy Duff ya había bajado de las nubes.

El vigilante de la zona de detención pidió:

—Espere, voy a mirar. —Desapareció. Regresó al cabo de un par de minutos—. No, el intrépido aún sigue donde millones de capullos como él han estado antes. Se lo llevan a los juzgados a las… —Una nueva pausa y ruido de papeles—, sí, a las tres y media de la tarde. Hay tiempo de sobra. ¿Quiere que busque a alguien para que lo interrogue esta noche?

Logan lo pensó unos segundos.

—No, ya me encargaré yo mañana.

Al fin y al cabo tampoco podía decirse que hubiera prisa. Jason Fettes no iba a estar menos muerto.

La rueda de prensa fue sorprendentemente bien. Todos los periodistas de la prensa y la televisión parecían haber tenido la prudencia de olvidar que hasta el día anterior mismo habían estado llenando de porquería las portadas y los resúmenes de noticias con titulares tales como: «¡VERGONZOSA CAMPAÑA DE LA POLICÍA GRAMPIANA CONTRA EL BUENO DE ROBBY MACINTYRE!». De pronto el futbolista se había convertido en un monstruo, y no estaba mal que se encontrara en coma y que no pudiera hacerle daño a nadie más.

Después se fueron todos al pub, Logan, Steel y Rickards, e incluso se sumó Rennie, cerrando la marcha. Cualquier cosa por una bebida gratis.

—Bueno —dijo Steel mientras veía a Rickards escabulléndose en dirección a la barra para buscar otra ronda—, ¿y dónde tenemos a Watson? Yo pensaba que se moriría de ganas de celebrarlo con una cerveza, o con las que fueran.

Logan se encogió de hombros. Todavía se sentía un poco culpable ante ella.

—Hoy libraba. Le he dejado un mensaje.

Dondequiera que estuviera, no llevaba el móvil conectado, pero Insch sí. Suspendido o no, venía en camino para unirse a la fiesta.

—Por supuesto —añadió Steel mientras se servía otro gran vaso de whisky después de que Rickards volviera de la barra—, ahora hasta el más gilipollas dice que él siempre supo que Macintyre era culpable. Pero ellos no lo han atrapado, ¿a que no? No, señores: ¡han sido Látigo y Lazarus!

Levantó el vaso, propuso un brindis por ambos, lo cual le provocó a Rickards un ataque de intenso sonrojo, y se bebió el vaso de un trago, tras lo cual le dio su cartera a Rennie y lo envió a la barra.

La inspectora estaba a mitad de un chiste verde a propósito de dos enfermeras y cierta remesa de pepinos, cuando alguien le dio unos golpecitos a Logan en el hombro y le preguntó si el asiento contiguo estaba ocupado. Él llegó a pronunciar:

—No, por favor, siéntese, estamos… —antes de darse cuenta de quién era: Rachael Tulloch, todavía con el mismo traje con el que iba a trabajar. No había tenido tiempo de llamarla.

—He supuesto que te encontraría aquí —explicó sentándose a su lado, y dirigiéndose luego a toda la mesa—: De parte de la fiscal: buen trabajo, chicos, la siguiente ronda va por mi cuenta.

Lo cual mereció una ovación.

La inspectora retomó el hilo de su chiste, mientras seguía llegando gente de la jefatura de policía que había acabado el servicio, agentes, sargentos, inspectores. Todos le decían a Steel que siempre habían confiado en que ella iba a llegar hasta el fondo del asunto. Rachael le puso la pierna a Logan encima del muslo cuando estaba segura de que no había nadie mirando. Él trató de no inmutarse, y ella le sonrió.

—Me había imaginado que no ibas a poder salir hoy tan pronto de aquí, con todo el lío de Macintyre y demás.

—Yo… sí, sobre eso, tendríamos que…

—Lo dejamos para mañana. Lo pasaremos bien, tengo el fin de semana libre, si no pasa nada grave. —Le dio un apretón en el muslo.

Oh, Dios mío.

—Tendríamos que… yo… —¡Díselo!—. Estoy viviendo con otra persona.

Rachael seguía sonriéndole.

—Ya lo sé.

Logan no supo qué decir a eso, así que se bebió la mitad de la jarra de cerveza de un trago y indicó que tenía que ir al lavabo, levantándose antes de que ella tuviera tiempo de añadir nada más. Rodeó la barra, cruzó una puerta, subió unas escaleras… Se detuvo en el descansillo y apoyó la espalda contra la pared con los ojos cerrados. Mierda. ¿Qué iba a hacer ahora? Había hecho lo más difícil, explicarle que vivía con Jackie, ¡y no había servido de nada! Mierda, mierda, joder, mierda. No podía decir que no le gustara Rachael, ¡la había besado, por el amor de Dios! Y había sido bonito. Y seguramente era mucho menos inestable que Jackie, con quien no era precisamente fácil convivir. Y… y no sabía qué hacer.

—Mierda.

El mero hecho de que en aquellos momentos estuviera debatiéndose de aquel modo, probablemente decía mucho.

Mientras volvía a bajar hacia el bar, Logan vio desde la escalera al inspector Insch, imponiendo su inmensa mole sobre la pequeña mesa alrededor de la cual estaban sentados Steel y los demás, repartiendo palmadas en la espalda y diciéndole a todo el mundo que él siempre había sabido que había sido el maldito Robert Macintyre. La única persona que faltaba era… Hablando del rey de Roma: en aquellos momentos entraba Jackie Watson, con el pelo aplastado por la lluvia y la chaqueta goteando sobre la moqueta amarilla y azul.

Logan se quedó petrificado, sin alcanzar a oírla, observando cómo Jackie sonreía, se detenía un momento y luego le daba un abrazo al inspector Insch. El hombretón se quedó unos instantes desconcertado, y enseguida dijo en alto:

—¡Bebida!

Mientras todo esto tenía lugar, Rachael simplemente sonreía.

Oh, Dios mío… Logan respiró hondo y se unió al grupo.