Capítulo 53

Logan estaba sentado en una silla en el despacho de la inspectora, inquieto, distraído, preguntándose para qué exactamente habría quedado a las siete de aquella tarde con la ayudante del fiscal. Las novedades de Steel eran… variopintas. El inspector Insch podía ser un verdadero coñazo, pero nadie podía negar que metía a un montón de gente entre rejas.

—¿Dos semanas? —preguntó Logan mientras Steel se limpiaba un gota de salsa de tomate de la mejilla.

—Sip. Al comisario jefe no le parece que baste con un tirón de orejas esta vez. Quién sabe, lo mismo vuelve mejor persona. Pero yo apuesto a que vendrá hecho un capullo aún más malhumorado que de costumbre. Mientras tanto, ¿adivina a quién le han reasignado sus casos? —Levantó el dedo, por si Logan había perdido todo sentido de la ironía—. ¿Y adivina también quién me va a ayudar?

Logan soltó un gruñido y Steel resopló, metiéndose el último trozo de bocadillo en la boca y masticando mientras hablaba:

—No sé de qué se queja, yo ya tengo también todos los casos del Cenizo McPherson. —Rebuscó en la bandeja de entrada, recuperando un dossier sepia y arrojándoselo a Logan por encima de la mesa; luego siguió mirando por los cajones—. Lea. Quiero saber con qué he sido agraciada.

Logan abrió la carpeta y leyó un sumario de las asignaciones de Insch. Steel le iba interrumpiendo de vez en cuando y haciéndole preguntas, aunque la mayor parte del tiempo se limitaba a decir:

—No, de eso puede encargarse usted también. —Mientras abría un nuevo paquete de parches de nicotina.

Las únicas investigaciones en las que parecía interesada, ni que fuese remotamente, era en las de Jason Fettes y Rob Macintyre.

—Si somos capaces de imputarle a Macintyre las violaciones —dijo mientras se remangaba la camisa y dejaba ver una porción de piel pálida—, a lo mejor la prensa se olvida de que está en coma y el comisario deja de presionarme por no atrapar al ciudadano de elevado espíritu altruista que le diera semejante paliza a esa alimaña. —Se pegó otro parche dándose un manotazo y miró el paquete—. Mientras debería ir a sacarles algo a los de la oficina de identificación, alguna cosa de utilidad tenía que haber entre los arbustos donde lo encontramos, fibras, huellas dactilares, ADN, tableros de güija… no tengo manías. Mierda, ¿puede creer que tengo que esperar cuatro horas hasta el próximo?

—Jason Fettes. —Logan sostuvo en alto la denuncia—. Duff aún no ha vuelto en sí, pero yo ya he…

—¿Todavía no? —Steel se miró el reloj—. Joder, no está mal. Mejor póngase en contacto con los juzgados, que lo pasen al final de la sesión de mañana, si no, tendremos que soltarle antes de que se aguante de pie para interrogarle.

—Tengo también una pista en relación con Frank Garvie, es aquél que…

—Ex actor porno, alquilaba espacio protegido en servidores informáticos, se suicidó colgándose en su apartamento. Lo crea o no, siempre presto atención. Lo dejo en sus manos, yo ya estoy hasta los topes, no necesito más mierda. —Hizo un gesto con la mano señalando las notas—. Endósele a los demás todo lo que pueda, tiene todo un Departamento de Investigación Criminal donde elegir, pero Rennie puede sacarle de apuros. Y le irá bien apartarse de mi vista antes de que lo mate.

Logan recogió los casos de Insch y volvió a guardarlos en el dossier, conteniendo un suspiro.

—Sí, inspectora.

—Y no ponga esa cara. Hay dos inspectores de baja, tómeselo como una oportunidad para brillar, para destacar, para sobresalir de entre la multitud. Con tal de que no la cague…

Sus compañeros oficiales del Departamento de Investigación Criminal protestaron y se lamentaron, pero al final Logan consiguió traspasar todos los casos rechazados por Steel. Luego imprimió el correo electrónico de Rachael, con la esperanza de encontrar en él alguna pista acerca de la cita de las siete de aquella tarde. No encontró nada. Lo que sí había era una lista con los nombres de las personas que habían ingresado dinero con regularidad en la cuenta bancaria de Frank Garvie. Estaba dispuesto a apostar a que aquello no era más que la punta del iceberg, pues cualquiera con dos dedos de frente le pagaría a Garvie en metálico, para no dejar cabos sueltos que condujeran hasta ellos si pasaba algo.

Pero había gente que no tenía ese mínimo de sensatez, al parecer. Como por ejemplo Kevin Massie: cuarenta y cinco años, alto, con el pelo como una escobilla del baño y manos de pervertido sexual infantil. Que era el motivo por el que figuraba en el registro de delincuentes sexuales de la Policía Grampiana.

La vivienda estaba inmaculada, no se veía ni una mota de polvo en aquella casa adosada de dos habitaciones en Northfield. De acuerdo con los asistentes sociales que le atendían, Kevin Massie se había portado bien desde que lo habían soltado de la prisión de Peterhead, tres años y medio atrás. Había asistido a todos los cursos del programa de reeducación, visitaba al psiquiatra, no se veía con gente dudosa y seguía la orden de supervisión al pie de la letra. Estaba todo lo rehabilitado que se podía estar después de haber abusado de su sobrino de siete años.

Logan mandó a Rickards a preparar el té mientras él, Kevin Massie y la asistenta social se sentaban en la sala de estar y se oía el sonido metálico de la estufa de gas. Kevin sonreía en el sofá, con las rodillas muy juntas y retorciéndose sus pequeñas y sudorosas manos:

—Bueno —dijo rompiendo el silencio y haciendo un gesto hacia la mujer de cabello gris que tenía sentada enfrente—, Laura me ha dicho que querían hablar conmigo, ¿no? —Logan no se inmutó ni para asentir con la cabeza. Kevin se aclaró la garganta, miró la imagen impresa y enmarcada sobre la chimenea y bajó de nuevo los ojos hacia sus manos. Tosió—. Yo… sí, bueno, voy bien, me han dado trabajo en una empresa contable de Dyce, está bien… —Un nuevo silencio—. Ehm… ¿usted cree que tenemos opciones este fin de semana? Solo es contra el Dundee, pero sin Rob Macintyre no sé si…

—Frank Garvie.

Kevin se humedeció los labios y se retorció las manos con más intensidad, hasta que se le pusieron blancos los nudillos.

—Le decía a Laura que los nuestros tendrán que arremangarse si queremos llegar a la final…

—Le alquiló usted espacio codificado en su servidor.

—Ehm… podemos… —Miró a su asistenta social y esbozó una sonrisa forzada—. Nos gusta mucho el fútbol, ¿verdad?

Ella no hizo el menor gesto.

—Garvie estaba en posesión de artículos robados, lo cual lo convertía en un delincuente, y usted había entrado en relación con él. Eso va en contra de su orden de supervisión.

—Pues, ehm… —Kevin se puso de pie de un salto al ver entrar a Rickards con cuatro tazas de té—. ¡Las galletas! Estoy seguro de que tengo galletas en alguna parte.

La asistenta social exhaló un suspiró y se tapó la cara con las manos.

—Cielo santo, Kevin, ¡ya hemos hablado otras veces de esto! No te está permitido relacionarte con personas que infringen la ley, si no quieres que vuelvan a encerrarte. ¿Es que quieres volver a Peterhead?

Batió las manos como dos alitas.

—Lo siento —dijo mirando a la alfombra—. Yo no pretendía… no ha sido… Yo no quería hacer nada malo, ¡de verdad! Sólo quería… —Se enjugó el rostro sin terminar la frase—. Hace calor, ¿verdad? Voy a bajar la calefacción.

—¡Kevin!

Este dio un respingo, se agarró sus sonrosados y relucientes dedos apretándoselos con fuerza, y los condujo al segundo dormitorio de la vivienda, que había sido reconvertido en un pequeño estudio, con un escritorio desmontable barato contra la pared bajo la ventana, las paredes empapeladas de rosa con una franja plateada adornada con pequeñas rosas rojas. Encima del escritorio había un ordenador portátil, colocado en el centro mismo y perfectamente alineado con los bordes de la mesa.

—Yo… yo no quería tocar a nadie. —Se estremeció—. Quiero ser mejor, no quiero…

La asistenta social adoptó una sonrisa profesional: experta, comprensiva y quebradiza.

—Está bien, Kevin. Puedes enseñárnoslo y ya está, si no tienes ganas de hablar.

Así lo hizo Kevin. Inicializó el ordenador y abrió una carpeta del escritorio. Hizo doble clic sobre un archivo y apareció un galimatías indescifrable. Sacó un lápiz de memoria de un cajón, una memoria USB de un rojo brillante no mayor que el dedo meñique de Logan, y la enchufó en uno de los laterales del portátil, antes de abrir el programa de descodificación.

Era un archivo de vídeo, en el que aparecía un niño rubio, de no más de ocho años, de pie de espaldas a la cámara, en ropa interior. La asistenta social suspiró de nuevo.

—Kevin…

—Lo siento, lo siento… ¡Pero no he tocado a nadie! No, no lo he hecho… Es que necesitaba…

Una mano se posaba encima del hombro del niño, que se volvía hacia la cámara, con los ojos llenos de lágrimas. Logan exclamó:

—Oh, mierda.

Era Sean Morrison.

La mano obligó al niño a girarse hasta ponerse de lado, y entonces el hombre avanzaba hasta hacerse visible, desnudo de cintura para abajo. Tenía una cicatriz arrugada que le bajaba por el muslo hasta la rodilla, entre pelos grises. De los diminutos altavoces del portátil salían murmullos y palabras apaciguadoras.

—Shhh, shhh, buen chico…

Sean miraba fijamente a la cámara, aterrorizado, y entonces… Logan se volvió de espaldas. Había tenido suficiente.

Le costó un gran esfuerzo no hundirle el puño a Kevin Massie hasta el cuello, mientras éste no paraba de farfullar diciendo que no había tocado a nadie, que solo había visto el vídeo y que era culpa de su tío que él fuera así, y que no quería volver a la cárcel.

—Buen chico, buen chico… —Logan le dijo a Rickards que apagara el ordenador—. Buen chico… Oh, Craig…

Clic. Silencio.

A media tarde, la lluvia caía de un cielo gris plomizo y tamborileaba sobre el techo del vehículo. El asfalto estaba reluciente y reflejaba las luces giratorias blancas y azules de Alfa Dos Siete, mientras Logan se apeaba del coche del departamento, en pleno chaparrón. Hamilton Place estaba tranquila, no había señal del monovolumen de los Whyte.

—¿Trae la orden judicial? —preguntó.

Rennie asintió con la cabeza, se sacó el papel del bolsillo de la chaqueta y se lo entregó a Logan. Éste comprobó que todo estuviera en orden, con todas las firmas donde procedía, antes de dirigirse con paso decidido hasta la puerta principal y aporrearla como lo hubiera hecho el inspector Insch. No hubo respuesta.

—¿Es posible que no haya nadie?

Logan probó de nuevo, esperó unos segundos y optó por dar un rodeo a la casa para mirar en la parte de atrás, con Rennie y Rickards al trote tras él. En el cobertizo del fondo del jardín sonaba una pequeña radio. (I can’t get no) satisfaction, de los Rolling Stones, se mezclaba con el ruido de la lluvia. Alguien la cantaba al mismo tiempo, desafinando ligeramente. El señor Whyte padre, con un cigarrillo liado a mano colgando de la comisura de los labios, pasaba repetidamente un cincel por una piedra de afilar, parándose de vez en cuando para comprobar el filo. Levantó la vista y sonrió al ver a Logan en la entrada del cobertizo.

—¿Cómo está, sargento McRae? ¿Puedo ayudarle en algo?

—Quiero que me enseñe la pierna.

El viejo arqueó una ceja y apagó el cigarrillo en un platillo de loza.

—¿En la primera cita? ¿Qué clase de…?

—No es ninguna broma. —Logan sostuvo en alto la orden judicial—. Queda detenido por abuso infantil.

—Tiene que tratarse de un error. Yo jamás tocaría a un niño. Es algo asqueroso…

—¿Se acuerda de Sean Morrison, señor Whyte? ¿De lo mucho que se parecía a Craig, su hijo pequeño? ¿El que se suicidó por lo que usted le hizo?

Whyte se quedó mirando el cincel que tenía en la mano, y luego miró de nuevo a Logan.

—No pienso seguir escuchando. —Apretó el mango—. Quiero que se vaya de mi casa.

—¿Cómo lo abordó, haciendo el papel de su abuelo? Es más o menos de su misma edad. Él estaba preocupado por su abuelo, y usted se aprovechó…

—Si no se marcha de aquí, no soy responsable de mis acciones. —Dio unos pasos al frente, moviendo el cincel adelante y atrás como la cabeza de una serpiente—. Salga de mi jardín. Vamos.

—¡Y fue tan estúpido como para grabarlo en vídeo!

—¡Mentira! —El rostro de Whyte se ensombreció—. ¡No tiene derecho a estar aquí!

—Lo hemos descubierto esta misma mañana. Abusó de un niño de ocho años y lo grabó todo en vídeo. Imbécil. Su vieja lesión haciendo deporte. —Logan le señaló la pierna—. Primero compararemos su cicatriz con la de la película, y luego lo encerraré para que no pueda volver a…

—¡Yo no he hecho nada malo! —Las palabras salieron mezcladas con una pequeña lluvia de salivazos color marrón—. ¡Váyase de aquí ahora mismo!

Dio otro paso al frente, y la débil luz del sol se reflejó en el filo del cincel recién afilado.

Logan sacó un spray de gas pimienta y lo apuntó a la altura del rostro de Whyte.

—Suelte esa arma y salga al jardín.

Los ojos de Whyte miraron fugazmente por detrás de Logan, donde esperaban Rennie y Rickards. No tenía escapatoria. Miró el bote que sostenía Logan en la mano, y soltó el cincel, que cayó de punta y se clavó en la hierba mojada.

—Quiero ver a un abogado, yo…

Logan le lanzó una rociada a los ojos. Los gritos del viejo superaron a los de Sean Morrison.