Capítulo 51

A Logan se le quitaron las ganas de volver a ver otra opereta de Gilbert y Sullivan de por vida. No es que antes fuera precisamente un fan, para empezar, pero tener que aguantar sentado, una vez más, el ensayo general entero de la producción de Insch, eso ya era tortura. Después, cuando todo hubo acabado y el inspector les hubo practicado la vivisección en grupo ritual, las damas y los caballeros japoneses se despojaron de sus vestimentas y volvieron a embutirse en sus gruesas ropas de abrigo invernales. Insch llamó a su actriz estrella.

—Debs, ha estado usted maravillosa. Me ha encantado sobre todo Bellow of the blast, le sale mejor cada vez.

Ella se ruborizó ligeramente. Se notó que le había gustado el cumplido, mientras se deshacía el rígido moño en el que se había recogido su ondulada cabellera para representar su papel.

El inspector guardó silencio unos segundos, se bamboleó de un lado a otro, incómodo, y se aclaró la garganta.

—Necesitaría hacerle un par de preguntas…

Un grupo de mujeres de mediana edad pasaron parloteando, e Insch les sonrió y les dijo que habían estado todas fantásticas aquella noche, para acto seguido llevarse a su estrella a un rincón donde no pudieran oírles.

Logan permaneció donde estaba, observando cómo Insch echaba a Rickards de la mesa del apuntador para poder acomodar una de sus enormes nalgas encima de la misma mientras hablaba con la joven. Por obvio que fuera que Debbie Kerr estuviera involucrada en la muerte de Fettes, el inspector se negó de plano a ir más allá de un intercambio de impresiones en el lugar de los ensayos. Ahora que su mejor actriz era sospechosa, el gordo se sentía mucho más inclinado a considerar el caso como una «desafortunada aventura sexual que acabó mal». Ya se había acabado todo aquello de que si Jason Fettes había muerto entre horribles sufrimientos, o que si había que considerar aquello como una investigación criminal por asesinato. Hipócrita.

Rickards se acercó a Logan, con las manos en los bolsillos, mirando hacia atrás por encima del hombro mientras los actores desaparecían poco a poco por la puerta, en dirección al pub.

—Me gustaría haber llegado un par de meses antes. Me habría encantado subirme al escenario…

—Hmm, claro.

Logan no le escuchaba en realidad. Estaba atento para ver la reacción de Debbie Kerr a las preguntas de Insch. En ese momento negaba con la cabeza, los brazos cruzados y el ceño fruncido.

—Porque ahora mismo el texto ya me lo sé, estoy seguro de que no me costaría mucho aprender los gestos. —Insch levantaba las manos en actitud de pedir calma, con ademanes que parecían intentar apaciguar a la joven—. ¿Cree que el inspector me dejaría? Un poco tarde, ya lo sé, pero…

Un airado «¡no!», resonó en toda la sala, y los que aún quedaban en ella se quedaron paralizados e inmediatamente se volvieron hacia Insch y Debbie.

—Pero ¿qué pasa? ¿Solo por ser del ambiente me considera culpable? ¿Me está interrogando a causa de mi sexualidad?

La única persona que no contemplaba el espectáculo improvisado era Rickards, que miraba fijamente a Logan.

—Oh, cielos… oh… No habrá sido capaz, ¿verdad? —Se puso lívido—. Por favor, ¡dígame que no lo ha hecho!

Logan siseó para que callara.

El inspector dijo algo, pero su voz era demasiado baja para que ellos pudieran oírla desde donde estaban. La voz de Debbie, en cambio, sonaba alta y fuerte:

—¿Quiénes serán los próximos? ¿Piensa arrestar a todos los homosexuales? ¿A los judíos? ¿Por qué no encierra a todas las minorías étnicas, ya de paso? ¡Maldito intolerante cerdo ignorante gordo hijo de puta!

Dio media vuelta y se alejó echa una furia, con el inspector corriendo tras ella. Suplicante.

—¡Debs! ¡Tenía que preguntárselo! Ni siquiera ha sido idea mía. Solamente necesitábamos eliminarla de nuestra investigación, por favor…

—¡Y tú! —Se fue directa a Rickards y le propinó una sonora bofetada en la cara que casi le hace perder el equilibrio—. ¡Había confiado en ti! No creas que no voy a contarle a todo el mundo lo mierda que eres, ¡porque es lo que pienso hacer! ¡No vas a poder poner los pies en un encuentro nunca más!

—Pero… —Rickards.

—Debs, si nos calmáramos todos un poco… —Insch.

—¡Se pueden ir todos a la mierda!

Y se dio media vuelta otra vez. Mientras salía, el inspector iba detrás intentando convencerla de que no había pretendido insinuar nada.

Volvió al cabo de dos minutos, más desconcertado que enfadado.

—Ha dejado la obra… —Se volvió hacia los miembros que quedaban de la función—. Todo por… —carraspeó y lo intentó de nuevo—. Todo por un pequeño malentendido. No nos preocupemos, todo se arreglará.

Rickards se tapaba con la mano la mejilla, que empezaba a ponérsele roja.

—¡Se lo dirá a todos! Oh, Dios mío…

—¿Qué hay de lo de Fettes?

Insch se volvió hacia Logan.

—Ni siquiera estaba en Escocia el día en que pasó… Estaba en una conferencia sobre informática en Bristol. Con otra media docena de personas de su trabajo…

—Lo comprobaré mañana por la mañana. Aún podría ser que…

El inspector se llevó las manos a la cara.

—¿Por qué narices le habré hecho caso?

Dadas las circunstancias, Logan decidió saltarse la visita al pub. El estado de choque en que estaba Insch no duraría mucho tiempo, y cuando acabara comenzarían las recriminaciones y los gritos. Todos ellos dirigidos contra él.

Al abrir la puerta del apartamento, oyó en el vestíbulo el sonido de algún programa horroroso en la tele. Eso significaba que Jackie estaba en casa. Tras dejar escapar un suspiro, se desprendió de la ropa en el cuarto de baño y se metió en la ducha sin decir hola. Ella entró al cabo de cinco minutos y le habló en medio del zumbido del calefactor.

—¿Aún sigues enfurruñado?

—Yo no estoy enfurruñado —mintió bajo el chorro de agua caliente.

—Entonces ¿qué pasa? ¿Quieres el divorcio? ¿Estás intentando hacerme cabrear? ¿Los extraterrestres te han robado las pelotas? ¡Qué!

Él agachó la cabeza y cerró los ojos. Haciendo esfuerzos por mantener un tono de voz neutro.

—Solo he tenido un mal día, ¿vale?

—¡Llevas ignorándome toda la semana! ¡Te he dejado sabe Dios cuántos mensajes en tu maldito móvil!

Y entonces fue cuando Logan recordó dónde se lo había dejado: en las oficinas del Departamento de Investigación Criminal, cargando la batería.

—No funciona, desde ayer estoy utilizando un comunicador Airwave.

—Ésa no es la cuestión. Hace días que casi ni pisas el apartamento, lo evitas, ¡y no me digas que no, porque es verdad!

—Jackie, escucha…

—Es por lo de Macintyre, ¿no es cierto?

—Yo…

—Por si no había bastante con que ese mierda de violador agrediera a todas esas mujeres, ahora resulta que…

—¡Basta ya! —Logan asomó la cabeza por la cortina, haciendo que el agua goteara sobre el suelo del cuarto de baño—. ¿Vale? Basta. Déjalo correr, no tengo ganas de hablar del tema…

—Ah, ¿no? Muy bien, ¡pues yo sí! ¡No voy a seguir aguantando esos morros y esos silencios! ¡Ahora mismo coges y…!

—¡Lo has dejado en coma! —Durante unos segundos solo se oyó el zumbido monótono del calefactor de aire y el ruido de la ducha. Logan se sentó en el borde de la bañera, apoyando la espalda contra las frías baldosas—. Podrías haberle matado. Me has convertido en cómplice, ¡y estoy en la investigación del caso! ¿Qué esperas que haga?

Ella le observaba a través de la nube de vapor.

—¿No se te ha ocurrido pensar que a lo mejor no fui yo?

—Oh, vamos. Tú le odiabas. Vuelves una noche a casa, metes toda la ropa que llevas puesta en la lavadora, me pides que mienta y que diga que estuviste aquí toda la noche, y a la mañana siguiente resulta que le han pegado tal paliza que no saben si volverá a despertar algún día. Mírate los nudillos, por el amor de dios, aún están amoratados.

Jackie levantó las manos y las volvió para que Logan pudiera ver las manchas oscuras en los nudillos.

—Me peleé con un tipo, ¿vale? Estaba en un pub, y un gilipollas empezó a decir que por qué la policía no dejaba de una vez en paz a Macintyre, que era un héroe, y que todos nosotros no éramos más que unos ineptos y unos corruptos, y que esas mujeres se lo habían buscado. Acabó tirando algo, eso era pasarse de la raya. Creo que le rompí la mandíbula… —Flexionó las manos e hizo una mueca—. No es que me sienta orgullosa, pero no quiero que me descubran. Me suspenderían, o peor aún, ¡y fue él quien empezó! No quiero que me echen del cuerpo por un gilipollas retrasado que buscaba que le atizaran.

Logan la observaba, tratando de dilucidar si decía o no la verdad, buscando algún gesto revelador, pero no distinguió nada. Si mentía, lo hacía muy bien.

—¿No le pusiste la mano encima a Macintyre, entonces?

—Bueno, le pegué una patada en las costillas cuando le detuve, y un rodillazo en las pelotas, pero yo no lo he dejado en coma, ¿de acuerdo? ¿Cómo has podido pensar que yo había hecho algo así? ¡Soy policía!

—Yo… —Logan se llevó las manos a la cabeza—. Ha sido una mierda de semana.

Ella asintió con la cabeza, se quitó los zapatos y se metió con él en la bañera, completamente vestida. La camisa se le transparentó por la acción del agua, revelando un sujetador gris espantoso.

—Bueno —dijo ella haciendo que él se incorporara y atrayéndolo hacia sí—, si de verdad crees que soy tan sucia, ¿por qué no me lavas un poco?

Y él la besó, la desnudó y le dio jabón.

Eran las siete de la mañana del viernes y no había señales de Insch en la sesión de trabajo matutina, por lo que Logan asignó las tareas, y lo hizo a toda prisa, con la esperanza de acabar y estar fuera antes de que llegara el inspector. Además lo logró. No daba crédito a su suerte.

Era demasiado temprano para ir a intentar echar por tierra la coartada de Deborah Kerr, ya que la empresa informática para la que trabajaba no abría hasta las nueve, según su página web, así que solo le quedaban la madre y la novia de Rob Macintyre.

Logan optó por el mal menor.

Abajo, en el ala de detenciones, reinaba un extraño silencio, apenas roto por el apagado ruido como de una sierra de cinta producido por alguien que roncaba en las celdas de la sección masculina y que reverberaba a lo largo del breve tramo de escalera de cemento que descendía a la sección femenina. Ashley tenía muy mal aspecto, con el pelo ladeado, grandes ojeras que rodeaban unos ojos enrojecidos, la cara macilenta, la nariz encarnada. Estaba claro que había pasado una noche muy mala, que la había dedicado en gran parte a hacer examen de conciencia y a llorar. Había sufrido, que era exactamente lo que Logan esperaba. La encontró sentada, tiesa como un palo, encima del colchón de plástico azul, y no lo miró cuando él entró en la celda, donde lo saludó un olor acre.

—Bueno —dijo sentándose a su lado—, ¿ha reflexionado un poco sobre lo que vio ayer?

Ella seguía sin mirarle.

—Cuando conocí a Robert, era el tío más guay que había visto en mi vida. Veinte años y nadando en dinero. La casa, los coches, la ropa, las vacaciones en el extranjero… —Sorbió por la nariz—. Claro que tenía a su madre encima todo el tiempo, ella no lo perdía de vista. Es una mujer muy fuerte. Emocionalmente, ¿sabe? Su marido murió cuando Robert y yo llevábamos unos seis meses saliendo, y no la vi llorar ni una vez. Un corazón de piedra. Y yo a ella le gusté. Decía que yo no era como todas esas fulanas que van detrás del dinero y que habían intentado arrebatárselo antes de que llegara yo. Ella las odiaba, pero conmigo siempre se portó bien. Y él también.

—Pero él cambió, ¿no es eso? Algo pasó.

—Queríamos formar una familia. Queríamos tener hijos, dos niños y una niña. —Levantó la vista de la pared a la estrecha ventana que discurría justo por debajo del techo; fuera todavía estaba oscuro, el cristal esmerilado era de un gris blancuzco. Ella dejó escapar un suspiro y se llevó la mano a su vientre de embarazada—. No creo que eso sea ya posible.

—Ashley, ya no tiene que seguir mintiendo por él. Ya no puede hacerle ningún daño.

Ella se volvió hacia él, con el ceño fruncido.

—Él nunca me hizo daño. Le habría roto la nariz si llega a intentarlo. ¡Y su madre le habría arrancado las pelotas!

Logan la cogió de la mano y la miró directamente a los ojos enrojecidos. Lo intentó una vez más:

—Piense en lo que vio ayer. Todas esas mujeres. Usted…

—Oh, he estado pensando mucho, ya lo creo. —Sonrió. Fue como ver abrirse una herida—. Tengo que presentarme ante el juez esta tarde a las cuatro por esta mierda de obstrucción a la acción de la justicia que quieren endosarme. Voy a decirle que Robert era un perfecto caballero y que ustedes son todos unos cabrones. Luego voy a hablar con ese abogado que liberó a Robert y les vamos a poner una demanda por cada penique que se hayan llevado, atajo de hijos de perra.

Logan le soltó la mano y se puso de pie.

—Hágalo. La mantendrá ocupada mientras está en la cárcel.

Ella se rió con ganas.

—Estoy embarazada, pedazo de imbécil. A las embarazadas no las encarcelan. No tienen nada, ni pruebas, ni testigos, nada. ¡Porque mi Robert es inocente!

La señora Macintyre lo llevaba bastante mejor que la novia de su hijo. Habían instalado a la mujer en una celda del piso de arriba, al final del pasillo, en una de las dos que podían quedar separadas del resto de la zona de detención por medio de una fila de barras negras de metal. Estaba tumbada boca arriba, completamente vestida, mirando el anuncio de la organización Crimestoppers pintado en el techo.

—Una pena —dijo Logan, recostando la espalda contra la pared—, yo la hacía más dura.

La madre de Macintyre no se molestó en incorporarse.

—¿Y ahora qué quiere?

—Ashley: una noche entre rejas y se pone a contar todo tipo de cosas interesantes sobre nuestro pequeño Robby Macintyre.

—¿Su madre no le lavó nunca la boca con jabón por decir mentiras? —Entornó los ojos y lo miró con el ceño fruncido—. Nuestra Ashley es una buena chica. Ella no puede haberle dicho nada, puesto que no hay nada que decir.

—Esté en coma o no, vamos a seguir con el proceso contra él. Todo el mundo va a saber lo que ha hecho su hijo. Con lo que nos ha contado ella, hay más que suficiente para…

—¡No pienso seguir tolerando más mentiras!

—… asegurarnos de que si algún día despierta, vaya directo a la cárcel por treinta años…

—¡Son todos una inmundicia!

La madre de Macintyre, tras agitarse, se puso de pie y cruzó el suelo de terrazo verde oscuro hasta colocarse delante de él.

—… con todos los demás pervertidos, violadores y pederastas que…

Ella le escupió en la cara.