Los encargados de la funeraria sacaron a Christine Forrester en un ataúd de acero inoxidable. Se había presentado un equipo de la Oficina de Identificación, que había fotografiado el cadáver in situ, pero no se habían entretenido con florituras como era costumbre, sino que se habían limitado a dejar constancia del final de una vida. A falta de circunstancias sospechosas, la fiscal no había tenido necesidad de personarse, como tampoco el resto del circo ambulante, lo cual lo hacía todo aún más triste. Como si la muerte de Christine no valiera tanto como la de algún yonqui apuñalado en un callejón por lo que cuesta una hamburguesa.
Logan dejo al novio en manos de un mediador familiar y siguió a la furgoneta gris de la funeraria hasta jefatura. Ya se había pasado el turno de día en más de dos horas y media, pero aún tenía un montón de papeleo por hacer.
La sección del Departamento de Investigación Criminal estaba desierta y muda, solo se oía el aparato del fax hambriento de papel, el cual, con su ansioso y repetitivo pitido estropeaba el silencio. Logan se acomodó delante de su ordenador y comenzó a teclear.
—Oh, no, santo cielo, ¡otra vez tú aquí! —El Gran Gary levantó la vista de su ejemplar del Evening Express: «LLUVIA DE FLORES PARA MACINTYRE», mientras veía a Logan firmar la salida—. ¡Voy a empezar a cobrarte alquiler!
—Una de las víctimas de Macintyre se ha suicidado.
Al gran hombre se le demudó el semblante.
—No, mierda…
—Sí. Así que ya puedes dejar de abroncarme, ya he tenido bastante con el maldito Eric por hoy.
—Ya, bueno. —Sonrió Gary—, no te lo tomes como nada personal, su hija cogió ayer el coche de la familia y se comió un bolardo. Ella está bien, pero el coche está hecho polvo. Claro que —dijo Gary, inclinándose sobre el mostrador y susurrando con actitud teatral—, la culpa es suya por dejarle las llaves. Yo no me fiaría de ella ni para que me limpiase la nariz, no digamos para ir de compras llevándose el coche. Supongo que son cosas de críos, para ti… ¿Qué pasa? —Logan, tras girar sobre sus talones, había salido disparado por donde había venido, haciendo caso omiso de los gritos de Gary—: ¡Eh! ¡Tienes que volver a firmar la entrada!
Los vigilantes de las cámaras de seguridad callejeras estaban siguiendo las evoluciones de un grupo de adolescentes que deambulaban por Union Street, cantando, gritando y dando tumbos mientras pasaban por delante de las tiendas cerradas y de las cámaras, una tras otra. Logan se dirigió al inspector que estaba al frente del equipo.
—¿Podrían realizar una comprobación de números de matrícula, a partir de las grabaciones que tengan guardadas?
—¿De cuándo estamos hablando?
—Del domingo y el lunes pasados.
Se quedó pensando unos segundos.
—No veo por qué no, pero llevará su tiempo.
Logan frunció el entrecejo.
—¿No podríamos aligerarlo? Solo necesito la comprobación a partir de… —Hizo una estimación somera—, ¿digamos de las diez de la noche en adelante?
—¿Tiene el número de matrícula?
—Es un coche rojo de tres puertas, seguramente a nombre de la madre de Rob Macintyre.
—Sería más rápido entonces si pasara usted mismo las cintas por el multiplexor a velocidad rápida y vaya parando cada vez que vea un coche rojo. En cuanto acabemos con estos pájaros —dijo señalando a los adolescentes de la pantalla—, le echo una mano.
—Joder, debe de estar tomándome el pelo —exclamó Insch dejando la boca abierta, en la que se le veían pedacitos de gominolas a medio masticar entre los dientes, mientras el coro entonaba el canto de entrada del Mikado por segunda vez desde que Logan había entrado en la sacristía—. ¿Le cogió el coche a su madre?
—Oficialmente, el coche es de su tía. Nos ha costado localizar e identificar la matrícula, pero fue captado por las cámaras saliendo por la carretera hacia el sur el domingo y el lunes pasados. El equipo está ahora mismo revisando las grabaciones de las otras noches en que se produjo una violación… las que aún se conservan, en todo caso. La policía de Tayside está haciendo lo mismo.
—¿Y está seguro de que es él quien conduce?
Logan cogió una gominola verde y mordió la cabeza de la figurita con una sonrisa.
—Hay una toma perfecta saliendo por la autovía, y otra de entrada cuatro horas más tarde. Tiempo más que suficiente.
El inspector parecía confuso.
—Pero el vídeo que tiene él… ése en el que salen usted y Watson…
—Lo único que tuvo que hacer fue cambiar la hora del reloj antes de grabarlo. A las tres y media de la mañana yo estaba vigilando, pero Jackie se había dormido, mientras que en el vídeo salimos los dos despiertos. No he caído en la cuenta hasta que hemos encontrado la pista del coche.
El canto se había interrumpido, pero Insch tardó unos instantes en apercibirse de que el coro entero lo miraba. Se levantó y los miró a todos con expresión de enojo.
—¿Les he dicho acaso que paren? ¡Vamos, sigan! Bien —ordenó una vez habían reanudado el ensayo—, vamos a esperar a que Dundee se pronuncie. En cuanto digan algo, derechitos a la fiscal.
La policía de Tayside había prometido llamar a Logan en cuanto encontraran algo, así que se puso cómodo dispuesto a seguir el ensayo. Tuvo que reconocer que la troupe de Insch había mejorado, incluso Rennie, aunque la estrella seguía siendo Debbie, de quien todos decían que era fantástica. En cuanto aparecía en el escenario, brillaba con luz propia, transformándose de una mujer de cabello ondulado cercana a los cuarenta, a una vieja arpía amargada y retorcida, desengañada del amor. Qué era lo que hacía en medio de todos aquellos aficionados de Insch, era un misterio por descubrir.
La llamada de Dundee tardó casi una hora en producirse.
—¿Y bien? —dijo Insch mientras Logan le daba las gracias a la mujer al otro lado de la línea y colgaba.
Trató de no alterar la expresión, pero era imposible.
—Le tenemos.
Las bebidas no paraban. Después del ensayo, se fueron todos al Noose and Monkey. Insch estaba de tan buen humor, que invitó a una ronda a todo el reparto. Logan se encontró de pronto sentado junto a Rennie y sus fans, en tanto que Rickards ocupaba su puesto en el otro extremo de la mesa, totalmente entregado a su conversación con Debbie. La verdad era que Logan, más que escuchar la historia de Rennie acerca de «cómo conocí a Billy Connolly», observaba a Rickards, que no dejaba de reír y bromear con la única actriz decente con que contaba la producción. Logan sonrió al recordar aquella noche en el Illicit Still en que había visto lo que llevaba la joven en el bolso, preguntándose si la novela de Rankin que paseaba de un lado para otro era Negro y Azul o alguna otra. ¿Pudiera ser que ella y Rickards tuvieran muchas más cosas en común de las que nadie sabía? Eso explicaría desde luego las esposas forradas de piel.
El tipo que representaba el papel de Poo-Bah se acercó a Debbie y la cameló para que ésta hiciera un numerito, que consistió en la imitación del adorado director de la producción. Dejó la copa de vino sobre la mesa, infló las mejillas, se puso de pie con cierta dificultad y los arengó a todos con un remedo más que aceptable de los roncos graves del inspector, recriminándoles no saberse su maldito papel. Sin dejar de comer en ningún momento golosinas invisibles de una invisible bolsa. Todos se rieron con ganas, incluido Insch.
—Entonces —empezó Logan, atrayendo la atención de Insch una vez amainaron los aplausos—, ¿cuál es el plan con respecto a Macintyre?
—Detener a su madre y a la guarra de su novia. Acusarlas de obstrucción a la acción de la justicia, de proporcionar falsas coartadas… Presionarlas. Confiscar el coche, hacer que los de Identificación lo examinen con lupa. Ese hijo de puta estará en coma, ¡pero no por eso vamos a dejar de ir a por él! —El inspector se puso de pie, imponiendo su volumen ante Logan—. ¡Es hora de otra ronda!
Una cara somnolienta se asomó desde debajo de la colcha cuando entró Logan tambaleándose en el cuarto, encendió la luz y empezó a hacerse un lío con las piezas de ropa mientras intentaba quitárselas. Los calcetines fueron lo peor.
—No lo adivinarías nunca —dijo—. Vamos, inténtalo.
—Oh, por todos los santos. —Jackie hundió la cabeza debajo de una almohada y pidió con voz ahogada—: ¡Apaga esa maldita luz!
—Vamos, di algo, intenta adivinarlo… —Tiró el segundo calcetín apuntando al interruptor, pero no funcionó, por lo que tuvo que cerrarlo con la mano—. ¡Le hemos pillado!
—¡Es más de la una!
—Todo el mundo estaba… estaba… —Logan se derrumbó sobre la cama, al tiempo que trataba de recordar qué era lo que quería explicar—. Al final sí que… —Un pequeño eructo—. Aun así, no deberías de haberlo hecho. —Le costaba un poco articular las palabras—. Pero al final resulta que sí que ha sido él, así que a nadie le va a importar. —Se inclinó sobre ella y le dio unas palmadas en la pierna por encima del edredón—. De todos modos, no deberías haberlo hecho.
—Estás borracho. Acuéstate a dormir.
—No se lo he contado a nadie —aseguró siseando, y soltando luego una risita—. Soy un mal poli, vaya que sí.
De pronto dejó de tener gracia pero, estaba dormido antes de que el sentimiento de culpabilidad llegara a hacerse tangible.
—Pues sí, curioso, ¿eh? —anunció Insch, que bebió un sorbo de su delicada taza de porcelana, con una galleta de barquillo Tunnock’s en equilibrio encima de la rodilla.
La casa de Macintyre estaba sombría. La lluvia gélida golpeteaba en las ventanas mientras Ashley, su futura suegra, Logan e Insch tomaban el té de la mañana en la sala de estar.
La madre del futbolista sorbió por las narices y frunció el ceño al mirarle por encima de las gafas.
—Me ofenden sus acusaciones, inspector. Mi Robby estaba en casa.
—No, no lo estaba.
—¡Acabo de decirle que sí! ¡No tiene derecho a tratarme de mentirosa en mi propia casa! ¡Cómo se atreve!
Insch dejó que despotricara un poco, antes de cortarla en seco.
—Bien, pues si dice la verdad, ¿cómo explica entonces que aparezca en las grabaciones de las cámaras de seguridad conduciendo el coche de su hermana, en la carretera de Aberdeen a Dundee, cada una de las noches en que se produjo allí una violación?
El inspector tenía los ojos clavados en la señora mayor, pero Logan observaba con atención a Ashley, la cual iba vestida completamente de negro, con el colgante de rubí a juego con la pulsera y los pendientes, y el maquillaje perfecto. Tan pronto como Insch mencionó las violaciones, dio un respingo como si la hubiera abofeteado. Pero mantuvo la boca cerrada.
La madre de Macintyre dejó la taza en la mesita y clavó el dedo en el gordo inspector.
—Aquí el único que miente es usted.
—La policía de Tayside ha identificado a su hijo a través de las cámaras de circuito cerrado. Estuvo allí.
—Yo no hablo con mentirosos gordos y feos. Presentaré una demanda. —Se puso de pie y miró furiosa al inspector—. No puede usted hablarme así, ¡mi hijo está en coma!
—Vamos a dejar las cosas bien claras —dijo Insch, arrellanándose en el sofá con una sonrisa en los labios—. Usted me está diciendo que Robert Macintyre pasó aquí la noche, sin moverse de casa. Que no salió en ningún momento.
—¡Quiero que se vayan ahora mismo de mi casa!
—¿Es eso lo que nos está diciendo? ¿Que su hijo no cogió en ningún momento el coche de la hermana de usted para ir a Dundee a violar mujeres?
—Pero ¿a usted qué le pasa? Pues claro que eso es lo que digo, ¡mi Robby es un buen chico!
—¿Y usted, Ashley?
—¡Díselo, Ashley! ¡Dile que Robby estuvo aquí!
La novia de Macintyre miró a Insch a los ojos, pero Logan apreció que le temblaba la pierna izquierda.
—Robert estuvo aquí. Conmigo. Toda la noche.
—Muy bien. —El inspector se puso de pie con alguna dificultad—. Pues entonces quedan las dos arrestadas por conjurarse para obstaculizar la acción de la justicia. Seguiremos con esto en comisaría.
Los juramentos dieron comienzo cuando Insch sacó las esposas.
—Válgame Dios —exclamó el sargento Eric Mitchell haciendo una mueca, en el pasillo situado junto a las celdas para mujeres—, ¿es que no se va a callar nunca?
Logan se encogió de hombros.
—Vete a saber. —La madre de Macintyre no había cerrado la boca en todo el interrogatorio, sin dejar de acusarles a voz en grito de ser unos corruptos y unos incompetentes y de que la dejaran salir para ir a ver a su hijito—. ¿Crees que alterará a los rateros y atracadores?
—A mí sí que me está alterando.
Al volver a la sala de interrogatorio número dos, encontró a la novia de Rob Macintyre moviéndose intranquila sobre la silla de los sospechosos.
—Esto está clavado al suelo… —indicó, mientras Logan entraba procedente de la cafetería, con tres grandes vasos de papel encerado con café—. ¿Sabía que esta silla está clavada al suelo?
—Es por los yonquis y por los asesinos —explicó Insch, mientras cogía el café con leche con ración extra de canela, nuez moscada, chocolate y vainilla sin dar ni las gracias—. Para que no se hagan daño.
—Oh… —Se quedó mirando el café que le dejó Logan delante—. Yo…
El inspector guardó silencio para darle ocasión a que pronunciara el resto de la frase, pero ya no dijo nada más.
—Vamos a ver, Ashley —habló el inspector por fin—, sabemos que nos has mentido acerca del paradero de Macintyre. Tenemos pruebas. Al darle una coartada, significa por tanto que con ello estás obstaculizando la acción de la justicia. Pueden caerte siete u ocho años por eso. Eres una chica muy guapa —dijo bebiendo un sorbo de café—, seguro que no tendrás problemas en la cárcel. Te buscas una lesbiana fortachona que te haga su zorrita, y no tendrás que preocuparte de que te apuñalen en las duchas. Los años te pasarán volando. —Todo ello dicho con voz tranquila y objetiva.
—Yo… yo no… Robert es un buen chico. Él no ha hecho nada malo. —Se enjugó las lágrimas con el revés de la muñeca, corriéndose el rímel—. Yo… no quiero seguir hablando con ustedes. Quiero irme a mi casa. —Se vino abajo por completo al pronunciar la última palabra.
Insch alargó el brazo y le cogió la mano, pero ella la retiró de golpe como si se hubiera escaldado y la escondió debajo de la mesa, dejando que las lágrimas cayeran sin restricciones sobre la superficie de formica. El inspector asintió con tristeza.
—Está bien, Ashley, comprendo. Es duro. Pero si habla con nosotros y nos dice dónde está el coche, a lo mejor podemos hacer algo con respecto a su sentencia. Ya hemos enviado brigadas de inspección por toda la ciudad, tarde o temprano lo encontraremos, pero si nos ayuda, nosotros podemos ayudarla.
Pero lo único que quería Ashley era llorar.
El dúo dinámico formado por Rennie y Rickards estaba en plena efervescencia, bromeando y riéndose a propósito del ensayo de la pasada noche, cuando Logan volvió al centro de operaciones.
—Naturalmente —decía Rennie, mientras observaba su imagen reflejada en la pantalla apagada de un ordenador—, Liz no paró de ir detrás de mí.
Rickards sonrió de medio lado.
—Será en tus sueños. ¡Está casada!
—Ésas son las mejores. Por cierto, tú hiciste muy buenas migas con Debs.
El agente se encogió de hombros, pero Rennie le dio un manotazo en la espalda y le llamó bomboncito de clavos revestido de cuero. Rickards se ruborizó.
—Es una chica con mucho talento.
—Debe de ser la única de toda la troupe. No le rompas el corazón, por el amor de Dios, que si se cabrea y se larga nos jode vivos.
Logan terció, eligiendo cuidadosamente las palabras:
—Hablando de Debs, creo que es fan de Rankin.
Rickards se quedó petrificado, que era todo lo que Logan necesitaba para saber que estaba en lo cierto: ella también formaba parte de la comunidad BDSM.
—Le vi el libro en el bolso.
—Oh. —El agente se removió incómodo en su asiento—. No hay problema, ¿no?
—Por mi parte ninguno.
—Bueno.
Supuso que no era tan sorprendente que la estrella de la troupe de Insch estuviera metida en el ambiente bondage, al fin y al cabo aquella tal Tina del Café Ici no había dejado de darle la tabarra acerca de que actuar era como ponerse una segunda piel, ser algo y alguien que no eras; como cuando uno lleva un traje de látex de cuerpo entero. Lo cual probablemente explicara por qué Rickards se sentía atraído por ella. Logan se preguntó si, siendo así, sería activa o pasiva. Considerando al agente, era más fácil imaginarlo como el que recibía los azotes, más que como el que los daba. Pero nunca se sabe.
Frunció el entrecejo, al tiempo que le parecía sentir los engranajes de su cerebro funcionando.
—Mierda. —La cosa era de lo más obvio, cuando la pensabas.
—¿Ocurre algo, sargento?
Logan cogió el DVD de la última actuación de Jason Fettes y salió a toda prisa de la sala. Tenía que comprobar un par de cosas, pero le invadió la inquietante sensación de que sabía qué era lo que acababa de descubrir.
Y al inspector Insch no le haría ninguna gracia.