Se habían congregado delante de la entrada principal, con pancartas en las que ponía cosas como: ¡TE QUEREMOS, ROB!, RECUPÉRATE PRONTO o ¡ABERDEEN CAMPEÓN! Los ramos de flores se amontonaban a uno y otro lado de las puertas del hospital, con algún que otro osito de peluche vestido con los colores del Aberdeen Football Club, para que no faltara de nada. La mitad de los presentes llevaba una camiseta del Aberdeen debajo de la chaqueta, y todos entonaban cánticos futboleros con lágrimas en los ojos.
—Santo cielo… —Logan estaba junto a uno de los agentes de uniforme estacionados en el hospital, contemplando aquella expresión pública de dolor—. ¿Llevan mucho así?
La agente asintió con la cabeza, con el semblante fruncido como el culo de una gallina.
—Sí, desde que la noticia ha salido en la prensa, esta mañana. Un gilipollas empieza dejando un sucio ramo de claveles comprado en una gasolinera, y de pronto se reproducen como setas. Ni que fuera la maldita Lady Di. —Señaló a cierta distancia, donde había un grupo de reporteros de televisión paseándose y bebiendo té o café en vasos de poliestireno—. Y solo faltaban esos cabrones.
Tuvo que pasar casi media hora para que todo se precipitara, cuando la madre de Rob Macintyre y su doliente futura nuera salieron del hospital lloriqueando con valentía a beneficio de los fans y las cámaras. El sol hacía rato que había desaparecido, pero había sido sustituido por el crudo resplandor blanco de los focos de la televisión. La madre de Macintyre avanzó arrastrando los pies y secándose las comisuras de los ojos con leves toquecitos.
—Quiero darles a todos las gracias por haber venido a desearle a mi hijo que se ponga bien —dijo, entregándose a un discurso en el que manifestó que su pequeño era el mejor hijo del mundo y que no se merecía una cosa como aquélla, para acabar pidiendo que si alguien conocía al culpable… Prácticamente lo mismo que había dicho en la rueda de prensa, solo que esta vez no se veía a Moir-Farquharson por ninguna parte.
—¿El mejor hijo del mundo? Una leche —susurró la agente, no fueran a oírla—. A ese violador de mierda le han dado su merecido. Al que haya sido deberían darle una medalla.
Entonces comenzaron las preguntas por parte de la prensa, la mayor parte de las cuales eran variantes sobre un mismo tema: «¿cómo se siente una madre con un hijo en coma?», como si ella, o su nuera, pudieran asegurar que era algo genial. Luego pasaron a preguntar por el estado de Macintyre y cómo influiría aquello en sus planes de boda. Ashley adoptó una pose resolutiva, con una mano sobre su pequeño vientre de embarazada.
—¡Nos casaremos, no ha cambiado nada! Robert se pondrá mejor… ¡su hijo necesita un padre y yo siempre estaré junto a él!
—Sí, ya —susurró la agente—, y junto a su contrato millonario en millones de euros por su libro. ¿A cuánto cree que irá, mitad y mitad con la madre? Vivirán las dos nadando en dinero.
—Bueno —dijo Logan—, el chico está en coma…
—Lo que merece.
Las preguntas seguían una tras otra. Hasta entonces había sido Sid Sinuoso el encargado de lidiar con los medios de comunicación, manipulando las cosas, dándoles la vuelta, mintiendo, pero sin él la madre de Macintyre se veía obligada a ocupar el centro del escenario, y lo hacía sorprendentemente bien además, recurriendo a Ashley tan solo para los momentos más emotivos.
La novia del futbolista estaba diciéndole a todo el mundo que su Robert sería incapaz de hacerle daño a una mosca, cuando un tipo cruzó la calle con tambaleante paso de borracho y gritando:
—¡Ese hijo de puta merece que lo maten!
Logan lo reconoció nada más abrió la boca: Brian no sé qué, el novio de Christine Forrester, la sexta víctima de Macintyre. La última antes de intentarlo con Jackie y recibir un rodillazo en las pelotas en el momento de su arresto.
—Empieza la fiesta…
El hombre no solo iba bebido, sino que estaba francamente borracho: las lágrimas le caían por las mejillas y pronunciaba mal las palabras al gritar pestes de Macintyre, que era un cabrón que no merecía otra cosa que la muerte por todo lo que había hecho, que había arruinado la vida de Christine, que había acabado con ella. Las cámaras se volvieron hacia él de inmediato, haciéndose eco de su dolor para difundirlo en el siguiente boletín de noticias.
Logan se abrió paso a empujones entre la nube de periodistas y agarró al hombre por el brazo.
—Vamos, Brian, usted no pretendía nada de esto. Acompáñeme, y vamos los dos a…
Pero Brian era más fuerte de lo que parecía. Se soltó y lanzó una sarta de exabruptos soeces contra la familia de Macintyre. Logan le hizo un gesto a la agente y le dijo que se llevara a Brian adentro. Pero él no estaba por la labor, sino que, arremetiendo contra Ashley, se puso a gritar:
—¡Tú le diste las coartadas! ¡Zorra mentirosa! ¡Podrían habérselo impedido a tiempo! —Intentó darle un puñetazo, pero erró—. ¡Por culpa tuya!
—Vamos, caballero.
La agente lo agarró por la muñeca y se la retorció detrás de la espalda antes de que el hombre pudiera hacerle daño a nadie de verdad. Le condujo así a la fuerza, con las cámaras apelotonándose tras ellos.
Una vez los focos se habían desentendido de los allegados de Macintyre, Logan les sugirió que tal vez fuera mejor para todos si aprovechaban para irse a casa.
—Antes de que pase algo más.
La madre de Macintyre, con semblante furioso, siguió con la mirada a Brian mientras éste se debatía al ser obligado a cruzar la puerta del hospital.
—¡Quiero presentar una denuncia! ¡No tiene derecho a hablarnos de ese modo cuando mi hijo está en coma!
—¿Por qué no hablamos de eso mañana, cuando todo se haya calmado un poco? —dijo Logan mientras las escoltaba a través de la muchedumbre de admiradores, atravesaba con ellas la calle y las conducía hasta las filas de coches aparcados.
La madre de Macintyre sacó un llavero electrónico y lo apuntó hacia un Audi plateado, uno de los vehículos de la colección de coches de lujo del futbolista; las luces de emergencia parpadearon al desbloquearse las puertas. Era evidente que el pequeño utilitario de tres puertas rojo ya no era suficiente para ella.
—Bonito coche, ¿es nuevo? —Ella no le hizo caso y se subió al volante; Logan se apoyó en el marco de la puerta, que sujetó para evitar que ella la cerrara—. ¿Cómo es que no ha venido su abogado, el señor Moir-Farquharson?
Ella lo fulminó con la mirada.
—De no haber sido por él, mi hijo estaría bien ahora mismo. He leído el periódico, por su culpa le suprimieron la vigilancia policial a Rob. —Su semblante era feo y adusto—. ¡No va a ver ni un solo penique más!
Se ajustó el cinturón de seguridad mientras Ashley se acomodaba en el asiento del acompañante, con aspecto de haberle afectado el arranque de Brian. Logan dejó ir la puerta, que se cerró de golpe.
La señora Macintyre hizo bajar la ventanilla del conductor y lo miró con expresión airada.
—Han dejado a mi hijo medio muerto de una paliza. Debería estar usted buscando al culpable, para apresarlo, ¡y no andar por ahí preguntando por coches nuevos y abogados! ¿Y ustedes se consideran policías? ¡Debería darles vergüenza!
Y el coche partió, mientras Logan se quedaba solo pensando que sí, que seguramente debería darles.
—Bueno, ha sido una estupidez. —Logan estaba apoyado con la espalda contra la pared, observando a Brian mientras éste lloraba en silencio—. Escuche —dijo—, ahora quieren presentar una denuncia. Yo intentaré hablar con ellas para disuadirlas, pero aunque llegaran a presentar una demanda, la cosa no pasaría de un apercibimiento. Así que tampoco es el fin del mundo, ¿no le parece? —El novio de Christine no respondió, sino que se limitó a llorar con más afán. El tipo estaba hundido. Logan exhaló un suspiro—. Venga, le acompaño a casa.
Para cuando el coche se detuvo delante de su puerta, los sollozos de Brian se habían apaciguado hasta convertirse en un quedo gimoteo, suave y casi silencioso. La casa estaba sumida en la oscuridad, con las cortinas descorridas y las luces apagadas, como si alguien le hubiera succionado toda la vida de su interior. Logan se quedó esperando, pero Brian no hacía ademán de moverse del asiento del acompañante.
—Christine estará esperándole.
No hubo respuesta. Logan se apeó del coche. La verdad era que no le hacía ninguna gracia aquella perspectiva. Ya tenía bastante ración sin necesidad de tener que pasarse la velada cuidando del novio borracho y llorón de nadie.
Brian seguía allí sentado, sin mirar a la casa siquiera. La puerta principal estaba abierta. Seguramente había olvidado cerrarla cuando había salido dando tumbos para ir a pegar gritos a la familia de Macintyre; debía de estar demasiado ebrio como para reparar en eso. No era una cosa preocupante, y en cambio Logan sintió una cosa fría que se le movía en las entrañas.
—¿Está usted…? —Se quedó mirando la casa de aspecto funesto—. ¿Por qué no espera aquí un minuto mientras yo voy a…?
—Está en la bañera.
Y a aquella cosa fría dentro de Logan le salieron garras.
El personal sanitario de la ambulancia declaró muerta a Christine Forrester a las seis y diecinueve minutos. Estaba dentro de la bañera; el agua debía de haber estado caliente al llenarla, pero ahora estaba fría y de un color rosado oscuro. No se trataba de un intento de llamar la atención para pedir ayuda: Christine había realizado un trabajo a conciencia. Dos largas cicatrices con los bordes lívidos se prolongaban desde el pliegue del codo hasta la muñeca de ambos brazos, con varios cortes transversales que le abrían las venas todavía más. Y por si no era suficiente, había dos paquetes vacíos en el suelo del cuarto de baño: uno de analgésicos muy potentes y el otro de pastillas para dormir.
Habría sido bonito poder decir que la muerte le había conferido un aspecto de serenidad, pero no era así. Sus ojos sin vida, antaño hermosos, miraban fijamente al techo, y tenía la boca abierta como si estuviera a punto de decir algo. Como por ejemplo reprocharle a Logan que no hubiera detenido antes a Macintyre y evitar así que la violara. Hasta la cicatriz que le cruzaba la cara parecía destacar más que cuando estaba viva. Una estela de dolor que se abría paso a través de la piel herida.
—¿Quiere que la saquemos de la bañera? —preguntó uno de los sanitarios, mientras se quitaba los guantes de látex.
—No… gracias, mejor déjenla como está.
Tendría que llamar a Insch, y seguramente también a la fiscal, aunque fuera evidente que se trataba de un suicidio. Christine había dejado una nota, en la que pedía perdón por no haber sido más fuerte. Por no haber sido capaz de soportarlo. Por haberles fallado a todos. Como si hubiera sido culpa suya.
Logan era incapaz de volver a mirarla. Cerró la puerta del cuarto de baño y acompañó fuera al personal sanitario de la ambulancia.
Logan tuvo que hacer tres intentos para que el inspector contestara al móvil y le espetara en la oreja un airado:
—¿Y ahora qué quiere?
—Ha muerto Christine Forrester. Se ha tragado un montón de pastillas y se ha abierto las venas.
Silencio. Seguido de maldiciones, que enseguida se oyeron apagadas, como si Insch hubiera tapado el teléfono con la mano. Pero Logan pudo oír todavía los gritos del inspector diciendo que repitieran el final una vez más, a ver si eran capaces de no volver a cagarla. Después de un ruido confuso, como de interferencias, y de lo que parecía una robusta puerta cerrándose de golpe:
—¿Cuándo ha sido?
—Hace unas tres o cuatro horas. La ha encontrado su novio al llegar a casa, en la bañera. Se ha bebido todo el whisky que ha encontrado por los armarios y luego se ha ido directo al hospital, buscando venganza. Yo creo que si llega a entrar en la habitación de Macintyre, lo mata.
—Mierda…
—¿Quiere que llame a la fiscal y le informe?
Insch reflexionó unos instantes.
—No, ya la llamo yo… ¿Por qué narices tenía que cometer ahora esa estupidez?
Pero los dos conocían la respuesta: porque ellos habían dejado que Rob Macintyre saliera indemne.