Capítulo 46

Música reggae. Logan odiaba el reggae, pero no por eso dejaba de sonar en el despertador, sacándolo de un sueño profundo. Rezongando, apretó con ahínco el botón de parada y optó por la retirada bajo el edredón. Se oyó un murmullo indefinido en la otra mitad de la cama, y Jackie se dio la vuelta arrebujándose en las sábanas y hundió la cabeza en el hueco del cuello de Logan. Todo muy cálido y confortable… No fue hasta que volvió a sonar la alarma del reloj cuando Logan se despertó lo suficiente como para recordar que no se hablaba con ella, y por qué.

El Range Rover del inspector Insch aparcó subiéndose al bordillo, con el motor traqueteando y resoplando en el frío aire de la mañana.

—¿Aquí?

Ma Stewart se asomó por la ventanilla, y luego volvió a mirar el papel que llevaba en la mano.

—¿No ha probado nunca uno de esos ambientadores Magic Tree? Hacen maravillas con el olor a perrito.

Lo cual era una forma educada por su parte de decir que el coche del inspector hedía.

—¿Es… esta… la… maldita… casa?

—Sí. Francamente, no hay por qué ponerse así. Solo era un decir. —Sorbió por las narices—. Ahora los hacen de un montón de olores diferentes, no solo de pino.

Sentado con Ma en el asiento de atrás, Logan se aguantaba las ganas de refunfuñar. Llevaban así todo el rato desde que la habían pasado a recoger a las ocho y media. Ella empezaba con su cháchara incongruente de siempre, Insch le soltaba un moco, ella se enfurruñaba unos minutos, y luego vuelta a empezar.

La dirección que les había proporcionado estaba en lo más profundo del oscuro Mastrick, en una larga fila de inmuebles de granito gris que parecían aún más tristes de lo normal bajo las nubes de un gris azulado. Murmurando ideas tétricas acerca de viejas insoportables, objetos contundentes y tumbas excavadas en el monte, el inspector llamó a Control y les dijo que la brigada antidroga podía cantar misa si quería, que él iba a entrar en esa casa.

—Me trae sin cuidado —le soltó a quien estuviera al otro lado de la línea—, estoy investigando un asesinato y el caso tiene prioridad. Finnie puede…

Alguien golpeó con los nudillos en la ventanilla del conductor. Era un hombre de mediana edad, las mejillas caídas, los labios gruesos y elásticos, el pelo lacio, vestido con una chaqueta de cuero y una expresión afligida en el rostro. Insch le colgó al agente de Control y bajó la ventanilla.

—No es que quiera hacerme el gracioso —empezó el tipo—, pero ¿a qué cree que está jugando?

—Derek MacDonald.

—¡Estamos en plena operación de vigilancia, pedazo de idiota! ¡Largo de aquí!

—Yo no me voy a ninguna parte sin Derek MacDonald.

—Muy bien. —El inspector Finnie se sacó un receptor-transmisor Airwave del bolsillo e la chaqueta—. Voy a llamar al superintendente en jefe.

—Como quiera —dijo Insch con una sonrisa desagradable—. Dígale que estoy buscando a un asesino, pero que usted lo tiene todo ocupado jugando a polis y yonquis. Estoy seguro de que lo va a impresionar.

—Oh, por el amor de Dios… —El hombre echó un vistazo al inmueble por encima del hombro—. ¿A quién ha dicho que busca?

—A Derek MacDonald.

—No, no podemos ayudarle. Y ahora, si no le importa ahuecar el ala antes de que alguien le vea, tengo una operación de vigilancia de la que…

—A mí me la trae floja su operación de vigilancia.

—Es usted un gilipollas.

—Estoy investigando un asesinato.

—Muy bien, adelante. Eche a tomar por saco seis semanas de trabajo. No sé si sabe usted lo que significa trabajar en equipo, Insch.

—Lo único que quiero es llevarme a Derek MacDonald.

—¡No… vive… aquí!

—Es altote —dijo Ma, asomándose por la ventanilla de atrás con una sonrisa de oreja a oreja—, pelo castaño, patillas, veintitantos, nariz torcida, ¿con unas gafitas redondas como Harry Potter?

Finnie rodeó el Range Rover con paso resolutivo y se subió al asiento del acompañante.

—Vaya hasta el final de la calle y gire a la izquierda.

—¿Está sordo? Le he dicho que no pienso…

—Estoy intentando colaborar, ¿vale? ¿Quiere ir hasta el final de la puta calle y girar a la izquierda?

Girando a la izquierda, y luego otra vez a la izquierda, tomaron por una pequeña calle secundaria paralela a la que habían dejado.

—Pare ahí. —Finnie señaló un espacio contiguo a un roñoso Vauxhall de aspecto sospechosamente familiar—. Deme cinco minutos.

Se bajó del vehículo al frío de la mañana y cruzó la entrada de una verja de hierro forjado que daba al jardín de una casa con las puertas y las ventanas tapiadas, para desaparecer rodeando el edificio.

—¿No ha visto el periódico de esta mañana? —preguntó Insch cuando Finnie se hubo marchado, al tiempo que sacaba un ejemplar del Press and Journal de debajo del asiento. En la portada había un sonoro titular: «¡SU ABOGADO IMPIDIÓ LA PROTECCIÓN POLICIAL A MACINTYRE!», y una gran foto en primer plano del maltrecho rostro de Sid Sinuoso—. ¿Sabe? —dijo el inspector con una sonrisa de medio lado—, está empezando a caerme bien ese sucio cabroncete de Glasgow amigo suyo.

Logan le echó un vistazo al artículo mientras Insch empezaba un paquete de caramelos Refreshers. Colin Miller soltaba vitriolo puro sobre Sandy Moir-Farquharson, contradiciendo la mitad de las cosas que el abogado había contado a los demás periódicos. Lo dejaba en suma como un interesado y un capullo. No era de extrañar que Insch estuviera contento.

—Me lo voy a enmarcar. —El inspector cogió el periódico de manos de Logan y lo extendió sobre el salpicadero, alisándolo—. Y la foto es preciosa, además, ¿verdad? Se le ven todos los golpes.

—¡Pues a mí me parece una vergüenza y una calamidad! —opinó Ma, con los brazos cruzados y el semblante serio—. Ese pobre chico tenía toda una vida por delante y un bebé en camino. Quienquiera que le haya dado semejante paliza, debería sentirse avergonzado. ¿Qué ha pasado con el Servicio Nacional de Salud? Precisamente el otro día se lo decía a Denise…

Insch le dijo que cerrara la boca.

Ma seguía todavía enfurruñada cuando volvió Finnie, con un sobre marrón tamaño A4 en la mano. Sacó de él una foto brillante.

—¿Es éste?

Ma lo miró un segundo, entornando los ojos.

—Oh, sí, es él. Tiene un pelo adorable, ¿no le parece? Igual que el del novio de nuestro Norman. Estoy segura de que utiliza un champú con mucho cuerpo.

—Jimmy Duff. Un traficante local, de poca monta.

—Queremos que nos lo entreguen —dijo Insch sin apartar la vista de la foto. Y acto seguido abrió negociaciones con el inspector Finnie para conseguir la detención del tipo.

Logan fue el único en reparar en la expresión de Ma cuando esta descubrió que «Derek MacDonald» no era quien decía ser. Era todo menos bonita.

De vuelta en jefatura, los técnicos informáticos habían conseguido por fin reenviar los mensajes de la cuenta de Jason Fettes en Hotmail. Logan iba revisando todos los correos electrónicos, ignorando el spam y los correos basura diarios y centrándose en los mensajes de personas pertenecientes a la comunidad BDSM: ofertas de dinero a cambio de sexo y citas personales.

Por lo que parecía, Fettes contaba con cierto número de clientes habituales, ninguno de los cuales utilizaba su verdadero nombre. Las direcciones de correo tampoco servían de mucha ayuda, eran todas cosas como «perradomina69@yahoo.com», o «miss​latigo​guarra​@hotmail.co.uk». La práctica habitual parecía consistir en quedar primero con Fettes en el lugar de encuentro común en Aberdeen, y a partir de ahí los mensajes consistían en: «En mi casa: jueves a las seis. Tráete tu lubri». Ni nombres, ni direcciones. Ni servía por tanto de gran cosa.

Los ordenó por fecha y se fue con todo el paquete a ver al inspector Insch.

—No, yo no… no… Escuche, solo porque usted crea que es… sí… pues detenga a ese cabrón, ¿vale? ¡Porque si no lo hace usted, lo haré yo! —El inspector colgó dando un golpe a la base del teléfono, al que se quedó mirando con expresión ceñuda; luego se puso a rebuscar en los cajones de su escritorio, de los que extrajo un paquete de polvos azucarados Sherbet Fountain—. Le ofrecería uno —indicó mientras rasgaba el papel amarillo y naranja—, pero ya sabe lo que pasa.

Logan dejó caer la montaña de correos electrónicos encima del escritorio del inspector, mientras contemplaba con hipnótica fascinación cómo Insch chupaba la punta de la tira de regaliz, la hundía en los polvos blancos y volvía a metérsela en la boca. Siguió repitiendo el proceso una y otra vez: hundir, chupar, hundir, chupar…

—Sí, ya —dijo por fin, sustrayéndose a aquella visión repetitiva—, los correos de Fettes, como le decía. He estado revisándolos. No hay ninguno de la noche en que murió, pero he separado las citas BDSM que tuvo durante las dos semanas previas a que lo abandonaran en urgencias.

—¿Nombres? —preguntó el inspector, con el labio superior lleno de polvo blanco como si fuera cocaína.

—Ninguno que no sea un nick, todos son «Ama Látigo», o «Jenny Castigo», cosas así.

Insch asintió con la cabeza y volvió a su mojar y chupar.

—Pues no es que vaya a servirnos de mucho.

—Podemos descartar a todos los que son pasivos, sumisos o masoquistas —indicó Logan, mientras hojeaba el expediente—. Ésos se dejarían atar ellos a la mesa, en lugar de atar a Fettes. Así que tiene que ser un activo, un amo o uno que haga ambos roles, un switch.

El inspector lo miró, arqueando la ceja, con la tira de regaliz saliéndole de la boca como si fuera un termómetro.

—Está usted muy… familiarizado con toda esta movida bondage, ¿no?

—Lo cierto es que toda esta gente son probablemente de la zona. Y si están activos en la comunidad de Aberdeen, podríamos identificarlos a partir de sus nombres en el ambiente bondage. ¡Qué diablos! ¡Es posible que Rickards los conozca, incluso!

Insch se metió la punta del tubo de polvos azucarados en la boca y le dio unos golpecitos para que le cayera dentro hasta el último miligramo.

—Bueno, ¡pues vaya a buscarle!

—Sí, inspector.

Según Control, Rickards había salido de ronda con el inspector McPherson, así que Insch tendría que esperar. Entretanto, Logan tenía algo de papeleo atrasado. El DVD de Fettes estaba causando un problema tras otro, al fin y al cabo Garvie había muerto debido a las conclusiones precipitadas que ellos habían sacado y que ahora esta grabación desmentía, y por si Logan no se sentía ya bastante culpable, el comisario jefe estaba que se subía por las paredes. Insch estaba decidido a seguir metiendo a Garvie en el ajo: la persona con atuendo bondage puede que fuera una mujer, pero todavía estaba el conductor con acento irlandés, y en cuya descripción Garvie encajaba a la perfección… Pero Logan empezaba a tener serias dudas con respecto a todo ello.

Bajaba la escalera para ir a ver de nuevo las secuencias grabadas por las cámaras del hospital, cuando se oyeron gritos y juramentos lejanos procedentes de abajo, de la sala de detención. Luego un fuerte estrépito, un ruido seco y una serie de golpetazos. Más juramentos. Fuera lo que fuera, Logan no quería tener nada que ver con ello. Apenas llegó a la planta baja, vio pasar media docena de agentes en dirección al altercado. De nuevo un sonoro estrépito, y se redoblaron los gritos.

Logan se alejó.

—La mierda… —La inspectora Steel se acercó dando tumbos hasta la mesa que Logan ocupaba en la cafetería, aguantándose una compresa de hielo contra la parte lateral de la cabeza, y se dejó caer a plomo en la silla de enfrente—. No haga preguntas y vaya a por café para los dos. Tres sobres de azúcar. Y un donut o lo que sea. —Logan abrió la boca para decir algo, pero Steel le cortó—: He dicho que no haga preguntas.

Él se encogió de hombros y fue hacia el mostrador.

—No tenían donuts, así que le he traído un KitKat.

A la inspectora no pareció que le importara ni poco ni mucho, sino que se limitó a sorber ruidosamente del café, y a masticar gesticulando.

—Ese jodido McPherson es un imán para atraer las desgracias —dijo por fin—. ¿Sabe cuántos días ha faltado por enfermedad en los últimos cuatro años? —Logan no lo sabía y así lo dijo. Steel frunció el entrecejo—. Yo tampoco, pero apuesto a que un montón. Seguramente está más tiempo de baja que trabajando.

—¿Qué ha pasado?

—¿Que parte de «no haga preguntas» es la que no entiende? ¿Y cómo es que está aquí? ¿No le dije que se tomara un par de días libres?

—Ha habido novedades en torno al asesinato de Jason Fettes.

Se levantó y agrupó los envases vacíos en una estropeada bandeja de plástico.

—Ah, ¿sí? —Se zampó la última barrita de chocolate y arrugó el papel de plata haciendo una bolita con él—. Yo creía que Insch, el Portento Gordo, ya lo había resuelto.

—Sí, bueno… digamos que lo hemos «desresuelto».

La inspectora señaló la silla que Logan acababa de dejar vacante.

—Siéntese. Eso quiero oírlo.

—No hay mucho que contar. Encontramos una película en la que salía Fettes atado a una mesa, mientras lo azotaban con un látigo y lo sodomizaban con el puño. Un poco más y se muere desangrado delante mismo de la cámara.

Steel agarró el café y se levantó de la mesa.

—Venga, vamos, enséñemelo.

—Pero…

—Fettes es mi caso, ¿recuerda? El inspector Manteca solo estaba colaborando. Así que andando, a ver la tele.

Steel vio la película de cabo a rabo en silencio.

—Póngala otra vez.

Logan volvió a pasar el DVD desde el inicio. Alguien llamó a la puerta mientras la mujer misteriosa dejaba caer unas gotas de cera caliente de una vela en la espalda de Jason Fettes. El agente Rickards asomó la cabeza y dijo:

—El sargento Mitchell me ha dicho que quería usted verme, sargento.

—Tengo una lista de seudónimos que me gustaría que viera y… —no acabó la frase, al darse cuenta de algo raro en la cara de Rickards; es decir, de algo más raro de lo habitual. Tenía la mejilla izquierda hinchada—. ¿Qué le ha pasado?

—El inspector McPherson. —Como si eso lo explicara todo.

Steel dijo sin apartar los ojos de la pantalla:

—¿Cuál ha sido el resultado?

—Un brazo roto, dos fisuras en las costillas y conmoción cerebral, inspectora. Lo retendrán aquí esta noche.

—Fantástico. Por supuesto ya saben a quién le van a reasignar sus casos, ¿verdad? Como de costumbre.

Logan esperó en silencio a ver si alguno de los dos explicaba más detalles, pero no fue así, de modo que sacó la lista que había hecho con los contactos BDSM de Jason Fettes y se la entregó al agente.

—Necesito los nombres reales y las direcciones de todos.

Rickards palideció.

—Ah, sí… ehm, sargento, pero no… no puedo… Quiero decir que no sería ético por mi parte… Estas personas…

—Acérquese —pidió Logan, señalando a la pantalla, donde la cera caliente había dado paso a la paleta de ping-pong de cuero—. ¿Ve esto? Es nuestra víctima, el tipo al que le pusieron el culo del revés. ¿Qué le parece más importante? ¿Que sus amigos de la comunidad bondage permanezcan en el anonimato, o que nosotros atrapemos a quien le asesinó?

—Bueno… yo… es que… —El ruido de los azotes se hacía más audible, mezclado con los gruñidos ahogados de Fettes, atado y amordazado, momento en que salió a relucir el arnés consolador—. Mire —dijo Rickards, poniéndose rojo—, seguramente podemos eliminar la mitad de los nombres de la lista, los de todos aquellos que no practican la penetración… —Sacó un bolígrafo y comenzó a tachar nombres—. A veces puede haber un activo que cambie su modusoperandi para acomodarse a la nueva fantasía de un pasivo, pero lo normal es que a uno le guste lo que le gusta. —Miró a la pantalla hasta que la cosa se puso seria de verdad, y su rubor adquirió tonalidades purpúreas—. Ehm… eso del puño no es nada habitual… —Tachó más nombres, hasta que al final solo quedaron tres—: Mojado, Sucio Sexy y Ama Gordita.

Insch estaba en su despacho, haciendo rechinar los dientes mientras Logan le ofrecía la lista con la selección final. El hecho de que la inspectora Steel estuviera repantigada en una de las sillas del despacho del inspector, toqueteándose la tira del sujetador, supervisando, seguramente no facilitaba las cosas. Logan sabía que de una forma u otra acabaría siendo culpa suya.

—Podemos descartar a Mojado —dijo mientras Insch examinaba la lista con el ceño fruncido—, he visto ese DVD una docena de veces y definitivamente es una mujer la que lleva el traje de látex. Rickards dice que a los otros dos les va el rollo que le hacen a Fettes, aunque no cree que pudiera habérseles ido la mano de esa manera, tienen experiencia.

—Tráiganlos aquí de todos modos. A Mojado también. Si los presionamos, puede que… —El inspector soltó un gruñido y se volvió hacia la inspectora Steel—. ¡Qué!

Ella se encogió de hombros.

—No, nada. Solo pensaba que a lo mejor tenía usted más suerte si aplicaba al asunto un poco más de suavidad, delicadeza.

Insch frunció el entrecejo.

—Gracias por su valiosa aportación, inspectora, pero no tengo intención de andarme con chiquitas con un atajo de sádicos vestidos de látex…

—Bueno, solo era un decir, ¿vale? He conocido a algunas personas de ese ambiente y se le van a cerrar en banda como las piernas de una virgen si las aborda de una manera tan ruda y directa. No son criaturitas de quince años que se dejen intimidar así como así: son economistas, abogados, analistas financieros del carajo…

Logan no podía por menos que estar de acuerdo con ella.

—El BDSM es cosa de la clase media.

—Oh, por el amor de… Vale, está bien, tráiganlos aquí e invítenles a té con galletas.

—Mientras —dijo Steel, dándose por vencida con respecto al sujetador—, debería presentar una solicitud de búsqueda para Jimmy Duff. Cuidadito con él, es un don nadie, pero de lo más escurridizo.

A Insch se le veía pasar por momentos del rosa al rojo intenso.

—Sí, inspectora, ¿algo más, inspectora?

—Pues sí: necesitaré tomarle prestado un ratito a Laz, aquí presente.

—Pero tenemos que…

—Manténgame informada acerca de sus progresos, ¿de acuerdo? Procure sacar buena nota, no como la última vez.

Estaba fuera del despacho antes de que el gordo se pusiera a maldecir, y Logan se apresuró a seguirla, no quería verse en medio del fuego cruzado.

—¿Dónde vamos? —preguntó mirando por encima del hombro hacia la puerta del despacho de Insch, esperando a medias que el inspector surgiera de estampida y se precipitara por el pasillo como un Godzilla enfurecido y rubicundo.

—A casa de Sean Morrison: correos con insultos, amenazas, ¿recuerda?

—Pero Jason Fettes…

—Usted y yo sabemos que Insch no tiene nada que hacer hasta que atrapen a Jimmy Duff. Así que, ¿para qué vamos a quedarnos a ver cómo la caga con los interrogatorios a esos del BDSM? —Le dio una palmada a Logan en la espalda—. Vamos, pienso en lo bien que se lo va a pasar sin esa fea cara de obeso siempre encima de usted.

Pero en lo único que pensaba Logan era en la que le esperaba cuando volviera con Insch.