Estaba examinando el informe pericial preliminar sobre la ropa de Rob Macintyre, rogando porque no hubieran encontrado nada, cuando la acorraló la agente del día anterior.
—¡Con usted quería ajustar cuentas! —dijo, señalando la colección de DVD aprehendidos que esperaba todavía en el rincón de la oficina del Departamento de Investigación Criminal—. La peli esa de las narices que me llevé… la pongo pensando que era una cosa inofensiva de la Disney, para verla con mi sobrina de seis años, y ¿qué cree que resultó? ¡Porno bondage amateur! ¿Qué podía decirle a su madre cuando pasó a recogerla?
—No es culpa mía, usted ya sabía que Ma Stewart comerciaba con películas porno cuando se llevó el DVD.
—Con una pareja en la cama, aún podría haber salido airosa, ¡pero es que esto es lo más sucio que me echado a la cara! —Como para demostrarlo, se fue directa a la caja de películas pirateadas, rebuscó, sacó el DVD motivo del escándalo y se lo entregó—. Adelante, juzgue usted mismo.
Dejando escapar un suspiro, Logan se levantó a regañadientes de la mesa e introdujo el disco en el reproductor de DVD situado junto a la nevera y que estaba conectado a una pantalla de televisión de doce pulgadas. El monitor zumbó y chisporroteó hasta que apareció una imagen en baja definición en la que se veía un tipo atado encima de una mesa, boca abajo, con las piernas abiertas, mientras alguien le atizaba con saña en los muslos, el culo y la espalda con lo que parecía una pala de ping-pong de cuero.
—Mire, si uno se lleva material incautado de una caja con pruebas periciales, luego no puede venir quejándose de…
Logan no acabó la frase. Se había quedado inmóvil, con la cabeza ladeada, observando a las personas que salían en la pantalla. En el extremo de la mesa de azotes había un espejo de cuerpo entero con los cantos dorados, en el que se reflejaba toda la escena, vista desde el ángulo opuesto. El hombre atado a la mesa era rubio y llevaba una mordaza. Se parecía un montón a Jason Fettes.
—¿Lo ve? ¡Ahora intente explicárselo a una niña de seis años! Ya se lo he dicho, es lo más…
—Vaya a buscar a Insch. ¡Tráigale aquí ahora mismo! —Logan se dejó caer en la silla, mientras contemplaba la última peli guarra protagonizada por Jason Fettes antes de morir—. ¡Muévase!
La imagen parpadeó, hasta inmovilizarse por completo: Fettes boca abajo y la persona con el traje bondage negro y el arnés consolador completamente visible en el espejo. Logan golpeteó en la pantalla.
—¿Ve? Garvie era más corpulento, con sobrepeso, vientre abultado. Fíjese en la forma de los muslos y en la parte superior del torso… Sí, el pecho es muy plano, pero estoy casi seguro de que es una mujer.
Insch carraspeó.
—Pero esos trajes distorsionan…
—Precisamente el traje de Garvie era rojo oscuro, y éste es negro. Él no tenía ningún otro.
El inspector observaba fijamente la pantalla.
—Sabe lo que esto significa, ¿verdad?
Logan asintió con la cabeza.
—Que llevamos a un hombre inocente al suicidio.
—El comisario jefe va a pedir mis pelotas por esto.
La calle estaba oscura y silenciosa, solo les acompañaba el ruido del limpiaparabrisas cuando Logan estacionó delante del domicilio de Ma Stewart. Las luces estaban todas apagadas.
—Maldita sea. —El inspector Insch cerró el teléfono móvil y se lo guardó en el bolsillo—. Falto un día al jodido ensayo, y se va todo al garete como por arte de magia.
Logan sabía que era mejor no hacer preguntas. Cogió el expediente del caso del asiento de atrás y se bajó del coche. Hacía frío, caía esa llovizna fina y penetrante típica de Aberdeen que tan bien deshacía los últimos restos de nieve, dejando la ciudad gris y lúgubre. Insch estaba de un humor de perros desde que Logan le había enseñado la grabación. Nunca le había gustado que le demostraran que había cometido un error.
El inspector asintió con la cabeza, y Logan pulsó el timbre de Ma. Sonó un riiing metálico en el interior. Esperaron unos segundos, pero no hubo respuesta, de modo que Logan volvió a intentarlo. Rrriiinnnggg. Aguantó el dedo en el timbre hasta que se encendió una luz en el recibidor. Pero seguía sin venir nadie a abrir la puerta.
—¡Señora Stewart! —Insch aporreó la puerta con la palma de la mano, haciéndola retumbar y temblar—. ¡Sabemos que está en casa!
¡Bum, bum, bum!
Se encendió una luz en la puerta de al lado. Las cortinas se movieron mientras Insch repetía los golpes. ¡Bum, bum, bum!
—¡Abran a la policía!
—¡Eh! ¡Déjenlo ya!
Era un hombre de sesenta y tantos largos, de aspecto airado, con bastón incluido.
—Es la policía, señora Stewart. ¡Abra la puerta!
¡Bum, bum, bum!
—¿Quieren dejarla en paz?
Logan probó la opción del poli bueno.
—Por favor, vuelva a entrar en casa, caballero.
—¡No me diga qué es lo que tengo que hacer! ¡Yo le pago a usted el salario!
¡Bum, bum, bum!
—¡Vamos, señora Stewart!
—¡Lárguense de una vez! ¡No ha hecho nada malo!
—¡Sabemos que está ahí!
¡Bum, bum, bum!
Logan tocó al inspector en el hombro.
—No creo que sirva de nada, inspector.
—¿Acaso le he pedido su opinión? —¡Bum, bum, bum!—. ¡Abra ya!
Para cuando Ma Stewart apareció en la puerta, despeinada, media calle se había asomado a mirar: viejos calzonazos con sus mujercitas, en bata y pantalones de pana, que les decían a Logan y a Insch que debería darles vergüenza acosar de aquella manera a una señora mayor. Ma permanecía en el último escalón, parpadeando como si tuviera dificultades para verles bien. Tenía muy mal aspecto, con unas ojeras muy marcadas y pliegues de grasa que le deformaban las facciones. Era simplemente que no era la misma sin el maquillaje y su sempiterna sonrisa beatífica. Era una vieja.
—Mmmpf… —dijo, retocándose la cara con su mano gordezuela—. Té. Prepararé un poco de té… —Reprimió un bostezo—. Y tarta. A todo el mundo le gusta un poco de tarta… —Se congregaron en la cocina—. Té, té, té, té…
Ma iba trastabillándose mientras abría y cerraba los armarios. Logan la acomodó en una de las sillas de la cocina y le dijo que no se preocupara, que él se encargaría del té.
—¿Sabe usted por qué estamos aquí? —preguntó Insch, mientras Logan buscaba una bolsita de té—. Uno de los DVD de los que nos incautamos en su establecimiento ha resultado ser una especie de grabación casera. —Hizo una pausa, para dar pie a que ella se apresurara a llenar el silencio. Pero la mujer se limitó a bostezar—. En ella se ve a una persona a la que atan a una mesa y la asesinan. Es una película snuff.
Lo cual no era rigurosamente exacto, ya que Jason Fettes no llegaba a morir delante de la cámara, sino que, de acuerdo con la fecha y la hora que aparecían en la esquina inferior derecha de la imagen, moría al cabo de menos de una hora.
—La tarta…
Se puso de pie tambaleándose y se agachó delante de uno de los armarios de la cocina, peleándose primero con la puerta y luego con una colección de Tupperware, que examinó uno por uno, para ir apilándolos en el suelo a medida que los rechazaba, como si fuera un juego de construcción.
—Señora Stewart, esa grabación…
—No vamos a dejar que nuestros chicos de la poli se mueran de hambre, ¿no?
Insch descargó un manotazo sobre la encimera, que sonó como un disparo.
—¿De dónde sacó esa grabación?
Empezaba a ponerse rojo.
—¿Sabe? —dijo mientras cogía la mano del inspector entre las suyas—. A mi Jamesy, que en gloria esté, le dio un derrame cuando tenía su edad, más o menos. Cayó fulminado. Muerto. Así, tal cual. Debería intentar tranquilizarse un poquito.
Entonces fue cuando al inspector Insch perdió los estribos.
—Creo que ya se le ha pasado —anunció Logan, volviendo con paso desganado a la sala de estar.
La estancia tenía un aspecto arreglado, las paredes empapeladas con relieves aterciopelados, los anaqueles atestados de perritos de porcelana, platos y fotos con nietos sonrientes. Exactamente como en el local de apuestas. Sobre la chimenea, ocupando un lugar de honor, había una colección de acuarelas enmarcadas con paisajes de las montañas de Benachie. Lo único que parecía fuera de lugar en la casa de una señora mayor era el inspector Insch, quien, sentado en el sofá cama, se había dado a la práctica de su técnica respiratoria con los ojos cerrados y dos dedos apretados en la parte lateral del cuello. Logan cerró la puerta sin hacer ruido y se dejó caer en una de las butacas, con el propósito de mantener la boca cerrada hasta que el gordo terminara. Empezaba a preguntarse cuánto tardaría el inspector en reventar por dentro. Aquello no podía ser saludable para un hombre de su tamaño.
—Quizá sacaríamos algo más apelando a su sentido del decoro —dijo Logan cuando Insch hubo recuperado su color de ser humano normal—. Podríamos…
—¿Decoro? Supongo que está de broma, ¡esa mujer vende material pornográfico a escolares!
—Sí, pero ella no lo considera nada malo. Si ella no lo hiciera, ¿quién les enseñaría las cosas del sexo? —Levantó la mano antes de que Insch pudiera ir más allá de abrir la boca—. Ya, ya lo sé, pero para ella sí que tiene lógica. Yo creo que si le enseñamos el vídeo y algunas fotos de la autopsia, conseguiremos despertarle el sentido cívico. —El inspector resopló, pero Logan no le hizo caso—. Contribuye organizando ventas benéficas para los ancianos, y también recauda dinero para los boy-scouts de la zona. Ella se considera a sí misma un baluarte de la comunidad.
—¡Pues a mí me parece más bien una bruja de una película de terror! —Empezaba a ponerse rojo otra vez.
—Ehm… —seguramente se arrepentiría de lo que iba a decir—, ¿se encuentra bien, inspector? Parece un poco… —No era posible encontrarle un final feliz a la frase.
Insch lo miró con ojos furibundos.
—Setenta kilos, ¿vale? ¿Satisfecho? Eso es lo que me han dicho que tengo que perder.
—Oh.
—¿Cómo narices quieren que pierda uno la mitad de lo que pesa? Eso no es precisamente fijarse objetivos realistas, ¿verdad? Malditas campañas de salud laboral… Si me cruzo alguna vez con la lumbrera que…
—He hecho un poco de té.
Ma Stewart entró resueltamente en la sala de estar, con un aspecto mucho más acorde con el de su estado normal. Se había puesto una blusa y una falda de flores y una rebeca de tonalidad pastel por encima, y se había colocado su habitual sonrisa enmarcada en un exceso de maquillaje. Nadie diría que se había pasado un cuarto de hora llorando a lágrima viva por los gritos con que la había abroncado Insch. Obsequió incluso a éste con la porción más grande de tarta. Y, setenta kilos al margen, el inspector se la comió.
Logan esperó a que Insch tuviera la boca ocupada para decir:
—Ma, he traído una película que quiero que vea. —Sacó la funda de DVD con pingüinos de dibujos animados en la carátula—. La encontramos en su local.
Ella aplaudió.
—¡Voy a por el jerez!
Vio en silencio la película, según ésta se desarrollaba, imperturbable ante los gritos de Jason Fettes, que se debatía por soltarse de sus ataduras de cuero.
—No es muy buena —dijo por fin—. Quiero decir que los efectos especiales no están mal, pero ¿a quién le gusta tanto lloriqueo? No es que sea muy sexy.
—El sufrimiento es real. —Logan abrió el expediente del caso y sacó las fotografías en brillo de la autopsia de Jason Fettes—. Jason tenía veintiún años. —Dejó una foto encima de la mesita del salón—. Quería ser actor. Estaba escribiendo un guión. Murió entre padecimientos horribles. Su madre y su padre se enteraron de que había muerto cuando volvieron de vacaciones. —A cada frase iba dejando una fotografía, hasta que la mesita quedó cubierta de imágenes de un technicolor que revolvía las tripas.
—Yo no… —La mujer se pasó la lengua seca por sus labios rojos—. ¿Podrían traerme un vaso de agua, por favor? —pidió, cerrando los ojos para no tener que ver aquellas fotos.
—¿Cómo obtuvo la película?
—Estoy un poco mareada…
—Ha muerto un hombre en plena juventud, Ma. Fue a los boy-scouts cuando era pequeño. Igual que sus nietos.
—Yo no… Oh, Dios mío…
Se levantó del asiento con esfuerzo y salió corriendo en dirección a la cocina. Oyeron sus arcadas desde el salón. Logan recogió las fotografías y volvió a guardarlas en la carpeta.
No tardó mucho en estar de nuevo sentada en su silla, con muy mal aspecto y aferrada a un vaso de agua.
—Bien —continuó Insch—, ¿querrá decirnos ahora cómo consiguió la película?
Ma tuvo un estremecimiento.
—Yo no sabía que era eso, creía que no era más que… bueno, ya sabe, un poco de gente revuelta… Si llego a saber que…
—Bueno, pero ¿quién se la proporcionó?
—La mayoría de las cosas me las trae el tipo ese de Dundee. Se pasa por el local una vez al mes con DVD y… —Guardó silencio de golpe, como si se hubiera dado cuenta de que estaba a punto de decir algo que no debía, y optó por aclararse la garganta—. Además, tampoco estaba muy bien la última vez, el pobre tiene ciática y el viaje desde Dundee es largo si no tienes bien la espalda. A mi Jamesy, que en gloria esté, le pasaba lo mismo. Cuando fuimos de vacaciones a Prestwick, resulta que…
—Ma-Logan se inclinó sobre la mesa y le cogió una de sus frías y regordetas manos—, la película. Es importante.
Ella respiró hondo, se quedó mirando la mano que sostenía Logan entre las suyas y dijo:
—A veces la gente está un poco apurada, y a lo mejor han tenido mala suerte con las carreras. Nos dan cosas para que se las cuidemos… o para que se las vendamos por ellos. —La descripción más elegante de cómo apropiarse de bienes ajenos por falta de pago que Logan había oído jamás—. La… —Señaló al televisor y se estremeció—. Esa película estaba dentro de un reproductor de DVD que nos entregó una de esas personas.
Insch se echó hacia delante en el asiento.
—¿Quién?
—No lo sé, tendría que buscarlo. —Se levantó y fue a hurgar en un viejo aparador, del que sacó una raída libreta de ejercicios de color azul, cuyas páginas pasaba mientras hablaba para sí—. Derek MacDonald.
Apuntó los datos en un papel de notas rosa con rosas dibujadas en los márgenes y se lo entregó a Insch. Éste lo cogió con un gruñido y se lo pasó a su vez a Logan.
—¿Le suena el nombre?
—¿Derek MacDonald? —Logan se encogió de hombros—. Cualquiera sabe, debe de haber cientos con ese nombre por ahí. Eso suponiendo que no sea un nombre falso. La dirección me dice algo, no obstante…
—Llame a Control.
Y así lo hizo Logan, tras salirse al pasillo y cerrar la puerta del salón. Control le dio datos de media docena de Derek MacDonald con antecedentes en la zona nordeste. Solo tres de ellos vivían en Aberdeen: uno con una condena por conducir ebrio, otro con un par de atracos en su haber y el tercero con causas por apropiación indebida, más concretamente por robar coches en Tillydrone. Ninguno de ellos vivía en la dirección que les había facilitado Ma. Pero según Control, el edificio estaba bajo vigilancia por parte de la brigada antidroga, como parte de una operación en curso para detener a varios tipos de Newcastle que intentaban introducirse en el mercado de Aberdeen con pretensiones de éxito. Lo cual significaba que Insch tendría que parlamentar primero con el jefe superintendente al mando del Departamento de Investigación Criminal, antes de entrar a saco en ese territorio.
—La dirección está bajo vigilancia —dijo Logan, volviendo al salón—. Inspector Finnie. Pero no hay ningún Derek MacDonald.
Ma hizo chasquear la lengua y cruzó los brazos bajo su enorme y pálido busto.
—Créanme, sí que lo hay. Andamos con mucho cuidado sobre ese tipo de cosas. Cuando alguien te debe dinero, siempre es conveniente saber dónde vive.