Nada más sonar la alarma del despertador, Logan se levantó y salió de casa. Se habían pasado la noche dándose la espalda, Jackie oliendo al whisky que se había servido con generosidad después de la ducha y Logan mirando los números luminosos del reloj, esperando a que pasara la noche.
Llegó media hora antes del inicio de su turno y se sentó en la oficina del Departamento de Investigación Criminal, con un gran vaso de café de papel de la cafetería y dos bollos de mantequilla, con la esperanza de que la cafeína surtiera pronto efecto y le restituyera un poco la paz con el mundo. Aunque sabía que era mucho esperar.
—Bien —dijo Steel una vez concluida la sesión de trabajo matutina y después de que todos ofrecieran la mejor de sus interpretaciones de «No abrimos las puertas a Mister Fracaso»—, ¿qué tiene ahora mismo?
Logan no necesitó pensar mucho.
—No gran cosa, lo más importante está ya en manos de la fiscal. Poner en orden un par de cosas… —terminó con un gran bostezo.
—Bueno, pues puede tomarse un par de días libres, tiene un aspecto ruinoso, y el superintendente no para de darme la tabarra sobre el montante de las horas extras. ¡Como si a mí tuviera que importarme! —Lo cual era más bien de justicia, se había pasado la mayor parte de sus tres días libres en el trabajo, así que por lo que a Logan respectaba, no estaba mal que le dieran un poco de tiempo libre a cambio. Steel sacó un paquete de tabaco y se llevó un cigarrillo a la boca, el cual se movía arriba y abajo mientras hablaba—. Cuando vuelva les echaremos un vistazo a unos correos amenazantes que han recibido los padres de Sean Morrison.
—¿Amenazantes?
—Sí, bueno, nada del otro mundo: «su hijo es un asesino de mierda» y ese tipo de cosas. Algún gilipollas que se desahoga así. Mientras, acabe alguna cosilla que tenga pendiente y ahueque el ala.
Había una caja de DVD en un rincón de la oficina del Departamento, aprehendida del establecimiento de Ma Stewart, registradas como prueba y luego liberadas para que la gente pudiera coger prestadas un par de películas para pasar la velada. No era de extrañar que hubieran desaparecido primero todas las de porno duro. Logan revisó las que quedaban, buscando cualquier cosa que pudiera llenar el penoso silencio que impregnaba el apartamento, incapaz como se sentía de afrontar otra noche más de Mikado.
Se acercó una agente con toda tranquilidad, con un puñado de éxitos de Hollywood, la mayoría de los cuales ni siquiera se habían estrenado en el cine, y los devolvió a la caja, diciendo:
—Esta última de Tom Cruise está bien, pero hay un par de copias de las otras que están chungas.
—¿Mmm? —dijo Logan, que no había prestado atención.
—Sí. ¿Puedo llevarme ésta? —preguntó la agente sosteniendo la funda de una película de animación con un pingüino en la carátula—. Hoy viene mi sobrina a pasar la noche.
—Pero devuélvala antes de la hora de comer, mañana por la tarde se llevan el lote entero al almacén central.
—Descuide.
A las nueve lo tenía ya todo arreglado para irse a casa. Esperaba que Jackie no estuviera. Cogió unos cuantos DVD de encima del montón, se los metió en el interior de su grueso abrigo y salió por la puerta.
El apartamento estaba reluciente. Era extraño: habían pasado el aspirador por las alfombras, habían limpiado el polvo de las superficies… Logan tuvo la ligera sospecha de que hasta al baño le habían dado un buen repaso. Y de la cocina salían efluvios de algo haciéndose en el horno. Tuvo un repentino y espantoso presentimiento, pero cuando se aventuró a asomar la nariz por la puerta de la cocina, no era su madre la que estaba allí con un delantal a rayas azules y blancas, sino Jackie. Una visión ligeramente más inquietante aún, en todo caso.
—¿Te diste algún golpe en la cabeza, en tus correrías de anoche?
Jackie ni se molestó en volverse hacia él.
—No seas memo, he pasado la noche aquí, ¿ya te has olvidado? Anda, ve a cambiarte mientras pongo agua a hervir para el té.
Fuera lo que fuera de lo que se tratara, no iba a soltarlo sin pelear. Y Logan no estaba preparado para tanto en aquellos momentos.
—He traído algunas pelis de la redada de ayer.
Jackie miró por la ventana de la cocina, al ver las gruesas gotas de lluvia que se juntaban y resbalaban por el cristal.
—Perfecto, de todos modos es una mierda de día. Podemos ver algo de lo que has traído, comer, bebernos un par de botellas de vino, merendar algo con el té, holgazanear a gusto toda la tarde. ¿Qué te parece?
Le parecía que guardaba un misterioso parecido con la manera de ser de la Jackie anterior a su obsesión por Rob Macintyre.
—Pues… bien. Estaría muy bien. —Señaló con el pulgar, en dirección a la puerta del apartamento—. Las tengo en el abrigo, en el bolsillo grande de la espalda.
Fue al dormitorio y se cambió la ropa de ir al trabajo mojada por unos tejanos y una camisa informal, mientras se preguntaba cuánto duraría aquella tregua de normalidad, cuánto tiempo pasaría antes de que ella empezara a…
—Pero ¿esto qué es? —Se oyó en el recibidor la voz entre sorprendida y divertida de Jackie, antes de que apareciera ésta con unos DVD en la mano.
—Ya te lo he dicho, son de la redada de ayer en el local de Ma Stewart…
—¿Pretendes hacerme algún tipo de insinuación con esto? —preguntó ella sosteniendo en alto el primero de los DVD, en cuya carátula se leía: Crocodildo Dundee—. ¿Te parece a lo mejor que a nuestra relación le vendría bien algo de picante a base de un poco de porno?
—¿Qué? No, yo… —Fue hacia Jackie para quitarle el DVD, pero ella retrocedió hasta el recibidor, riéndose.
—¡Vaya un pervertido que estás hecho, McRae!
—No es lo que… Resulta que el tipo que la hizo, el que hizo la película, quiero decir, nos regaló una copia a Rickards y a mí como agradecimiento por haberle devuelto unas cosas que le habían robado. ¡Le dio una también a Insch!
—«Siga los pasos de Michelle “Crocodildo” Dundee mientras ella, y usted, se pone al día de la vida moderna en la gran ciudad» —leyó imitando con gran exageración el acento australiano—. «Una chica sin tabúes en busca de aventuras en las zonas más bajas de las antípodas».
—¡Ya ni me acordaba! Oye, yo no se la pedí, ¿eh? No es…
—Oh-oh, esto vamos a verlo tú y yo, ¡vaya que sí!
—Jackie…
Pero había salido ya disparada hacia la sala de estar para correr las cortinas y encender el reproductor de DVD.
—¡Vamos, ven aquí! Y pon en marcha la calefacción, no sea que nos emocionemos y acabemos con poca ropa…
Logan pasaba una vergüenza como pocas veces en toda su vida. Jackie no paraba de desternillarse de risa mientras aquellos actores realizaban una imitación bastante aceptable de la película original. Él solo había visto aquello a cámara rápida, cuando buscaban sospechosos que se parecieran al retrato robot de Frank Garvie, pero para ser sinceros podría haber estado mucho peor. Los chistes hacían gracia, había un argumento, y sexo suficiente como para mantener a Jackie en un perpetuo ataque de risa mientras unas personas del nordeste de Escocia fingían ser naturales de las antípodas. Lo que era difícil de llevar era tener que aguantar allí sentado con ella, viendo aquello y procurando no parecer que se excitaba demasiado viendo a otra gente practicando maniobras sexuales casi ininterrumpidas.
La heroína estaba en un callejón oscuro, cuando de pronto surgía de entre las sombras una mujer escasamente vestida y con una enorme mata de pelo, y le decía:
—¡Dame todo el dinero que lleves! —blandiendo un pene de goma de veinte centímetros, cuya punta retorcía para ponerlo en modo vibrador.
—Eso no es un consolador —decía Michelle Dundee, mientras se extraía un gigantesco aparato de más de cuarenta centímetros de una cartuchera que llevaba a la espalda—. ¡Esto es un consolador!
Jackie no se aguantaba en el sofá, de pura risa.
—¡Oh, sí, ya lo creo! —gritó con un acento australiano mejor que el de ninguno de los actores—. ¡Yo no sé tú, amigo, pero yo estoy más cachonda que una cangurita australiana! ¡Vamos, enséñame el bumerán! —Y se le tiró encima.
—Yo no…
—Uuh, qué excitadito lo tienes… ¡guay! —le rebuscaba por dentro de los pantalones.
En ese momento apareció Jason Fettes en la pantalla, haciendo su debut porno, sin saber que apenas un par de años más tarde estaría tumbado boca abajo encima de una plancha del depósito de cadáveres, con un fotógrafo de la policía haciendo fotos de su cuerpo frío. Aquel pensamiento no favoreció mucho el ardor de Logan.
—¡Oh, no, maldición! —Jackie puso cara de contrariedad—. ¡Lo estamos perdiendo! Rápido… ¡el boca a boca!
A Logan de pronto le pareció muy fácil olvidar el recuerdo de Jason Fettes y sus tripas herniadas.
La felicidad postcoital duró dos horas enteras. Estuvieron ganduleando en la cama, riendo y bromeando, disfrutando de su compañía mutua por primera vez en lo que parecían años. Sin hacer caso del teléfono, dejando que el contestador automático se ocupara de las llamadas.
Hasta que a algún cretino obstinado le dio por no parar de llamar una y otra vez, colgando y llamando de nuevo una vez tras otra. Finalmente Logan se fue refunfuñando a la sala de estar, desnudo por completo, y contestó.
—¿Qué pasa?
La inspectora Steel.
—Eso no ha sonado muy amistoso.
—Estábamos… ocupados.
—Ya, bueno, déjenlo cinco minutos. Ponga la tele: ITV News.
Logan suspiró, cogió el mando y encendió el televisor. Estaban dando las noticias del mediodía, algo relacionado con la última cagada en la lucha contra el terrorismo.
—¿Qué pasa? Están hablando de… —La imagen cambió y apareció una foto policial de la fea cara de Rob Macintyre.
Logan subió el volumen.
—… desaparecido de su casa a última hora de la noche de ayer. El jugador, de veintiún años de edad, había firmado esta misma semana un contrato millonario para una autobiografía en tres volúmenes…
—A lo mejor está borracho en cualquier parte.
Al rostro de Macintyre sucedió el cariacontecido de su novia en una rueda de prensa, con un top de generoso escote y el pelo perfecto de peluquería. Entre lamentos y sollozos, anunciaba al mundo entero que su prometido no había vuelto a casa la noche anterior. Que también había faltado al entrenamiento de la mañana. Que estaban muy preocupados por lo que pudiera haberle pasado.
Se le acercó alguien de la oficina de prensa, para hacer un llamamiento ante las cámaras. Logan quitó la voz al televisor. Oh, mierda. Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda…
—¿Sigue ahí?
—Ehm… sí, sí.
Lanzó una mirada fugaz hacia el dormitorio, donde Jackie se había puesto a cantar.
—Muy bien, pues ponga el culo en movimiento, tiene que volver a comisaría… Sid Sinuoso se está despachando a su antojo, tenemos a la prensa entera encima y el comisario jefe está al borde de un ataque de nervios.
—Yo… dijo que podía tomarme el día libre y…
—¡Obedezca, sargento!
Logan colgó, maldiciendo.
—¿Jackie? —La encontró en la cocina, bebiendo zumo de naranja directamente del envase—. Macintyre ha desaparecido.
—Ah, ¿sí? —Se encogió de hombros, se secó la boca con el dorso de la mano y volvió a guardar el zumo en la nevera—. ¿Qué prefieres: tailandés o italiano?
—Jackie, ¿qué pasó anoche?
—Anoche no pasó nada. Yo estaba aquí contigo, ¿no te acuerdas?
—Jackie…
—A mí casi me apetecerían unos fideos. Si tienes que salir, tráete, ¿vale?
—Pero…
—La cena es a las siete. —Le dio un beso en la punta de la nariz—. No llegues tarde.