… y abrió los ojos, parpadeando, en la oscuridad. El sueño quedó interrumpido de forma abrupta. Logan gesticuló y se asomó con ojos somnolientos por el borde del edredón. Según el reloj de la radio eran las cuatro y diecinueve. No era de extrañar que hiciera tanto frío, la calefacción estaba apagada desde las once y media.
Alargó la mano y palpó por todo el colchón, buscando a Jackie, sin encontrar nada más que una gélida extensión de sábanas. Aún no había vuelto. Las cosas seguían igual, pues, no había forma de que ella… Se oyó un ruido procedente del recibidor, seguramente una repetición del que le había despertado: alguien que manipulaba la puerta del apartamento. Maldiciendo en silencio, se levantó tiritando de la cama, cogió los pantalones que había dejado en la silla del rincón y se los puso, y también una sudadera que reconoció al tacto. Caminó con los pies descalzos, sin hacer ruido, hasta el recibidor, justo en el momento en que se abría la puerta de la escalera y entraba una figura familiar. Jackie, con su atuendo negro de caco.
Cerró la puerta con un ruido metálico y se despojó temblando del abrigo y los guantes, mientras se encaminaba a la cocina.
—¿Jackie?
Ella se quedó inmóvil un instante, sin volverse hacia él, y luego continuó hasta la lavadora, donde comenzó a desvestirse y a meterlo todo en la máquina: gorro, bufanda, chaqueta, guantes, camisa, zapatillas, pantalones, ropa interior… Añadió un par de medidas de detergente y accionó el mando de puesta en marcha. El siseo del agua entrando a chorro llenó la cocina. Abrazándose su pálido cuerpo y sin dejar de temblar, se fue derecha al cuarto de baño sin decir palabra. Tenía los nudillos rojos e hinchados.
—¿Jackie? ¿Qué ha pasado?
Clic: se conectó el termo eléctrico; otro clic, y el calefactor llenó el cuarto con un ronroneo hueco y profundo y con un ligero olor a polvo quemado. Se encendieron las luces, y la pálida piel de Jackie brilló con una fluorescencia blanca mientras se metía en la bañera y su carne de gallina desaparecía tras la cortina de ducha de plástico azul. Las volutas de vapor se desperdigaron por el frío cuarto.
Logan cerró la puerta.
—Jackie, ¿qué demonios ha pasado?
—Nada. —La voz sonaba amortiguada por el agua, la cortina y el ruido del calefactor, pero él era capaz de apreciar un temblor en ella—. No ha pasado nada. Y si alguien pregunta, he pasado aquí la noche.
Oh, mierda…
—¿Jackie?
—Toda la noche, ¿vale? Hemos pasado la noche aquí en casa. Tú y yo.
—Jackie, ¿qué ha pasado?
—No ha pasado nada. Y yo he estado aquí toda la noche, ¿recuerdas?
—¿Jackie?
No hubo respuesta. Él se quedó esperando, pero ella no iba a decir ya nada más. Por lo que a la agente de policía Jackie Watson respectaba, el tema estaba zanjado.