Capítulo 37

Le llevó casi una hora recoger toda la ropa sucia desperdigada y poner la lavadora. El apartamento estaba hecho una pocilga, como siempre que iban los dos hasta el cuello de trabajo y hacían demasiadas horas extras, así que Logan se pasó la mayor parte de la tarde refunfuñando por los rincones, mientras intentaba que su casa volviera a ser un lugar habitable. Estaba pasando el aspirador por la sala de estar cuando sonó el timbre de la puerta, en forma de largo e insistente zumbido que acabó por abrirse paso a través del ruido del aparato. Era el agente Rickards, que se quedó plantado en mitad de la puerta, con las manos en los bolsillos, temblando de frío. Logan le hizo pasar.

—A ver si lo adivino: la inspectora Steel se acaba de acordar de pronto de que…

—Disculpe, sargento, es el superintendente, que quiere que se presente usted ahora mismo en jefatura.

—¿Qué? ¡Pero si hace semanas que no tengo un día libre! ¿No puede…?

—Ha sido muy, pero que muy insistente.

A Logan no le gustó nada cómo había sonado eso.

El despacho del comisario jefe parecía sacado de una película de terror, con el inspector Insch, el superintendente al frente del Departamento de Investigación Criminal, el Gran Gary y el pelo-panocha cabrón de inspector Napier, todos ellos con cara de pocos amigos. El comisario jefe de policía estaba sentado detrás de su escritorio con una expresión amenazadora, mirando a Jackie, la cual permanecía en posición de firmes en medio de la habitación.

—… eso piensa, ¿no es así? —Sandy Moir-Farquharson dejó de hablar en el momento en que entró Logan, e inmediatamente sus magullados y maltrechos rasgos adoptaron una sonrisa engreída—. Vaya, vaya, vaya, pero si tenemos aquí al gran cómplice de la agente Watson…

Logan no le hizo caso, volviéndose hacia Insch.

—¿Inspector?

Pero fue el comisario quien respondió:

—¿En qué narices estaban pensando? ¿No se detuvieron a considerar las consecuencias? ¡La Policía Grampiana no necesita oficiales inconformistas que actúen por su cuenta para desprestigio del cuerpo!

No lo pillaba, iba a necesitar una pista más clara.

—Disculpe, señor comisario…

Sid Sinuoso se inclinó hacia delante en su silla, sosteniéndose el brazo roto con el sano.

—Usted y Watson han estado llevando a cabo una operación de vigilancia ilegal y no autorizada de la casa propiedad de Rob Macintyre, a pesar de que yo tengo una orden judicial en la que se les insta a permanecer alejados de mi cliente. —Esbozó una sonrisa de hiena, mostrando la dentadura postiza provisional que llenaba los huecos de sus dientes rotos—. Esto supone un acoso policial flagrante, y pensamos llevar nuestra demanda hasta el final.

Logan no se había engañado, por tanto: el futbolista les había guiñado el ojo, el muy cabrón. ¿Estaría aún a tiempo de negarlo? Al fin y al cabo solo era la palabra de Macintyre contra la de ellos.

—Yo no…

—Y no se moleste en negarlo.

El abogado sostuvo en alto una grabadora de mano y pulsó uno de los botones del brillante plástico plateado. Un sonido metálico crepitó en la atestada habitación, el de la voz de un hombre que hablaba para sí con marcado acento de Aberdeen mientras la imagen de la pequeña pantalla incorporada pasaba del primer plano de un lujoso reloj que señalaba las tres y cuarto de la madrugada hasta apuntar a un encuadre de la persona que sostenía la cámara. Rob Macintyre sonrió y saludó con la mano, y luego movió de nuevo la cámara digital, orientándola hacia una ventana a oscuras. El enfoque automático y el regulador de la luz tardaron unos instantes en ajustarse, hasta que al final la imagen mostró una calle oscura, con una fila de coches aparcados bajo los copos de nieve que caían. Tras un temblor, el zoom de la cámara hizo que éste encuadrara un Vauxhall tristemente familiar, y a sus ocupantes: Logan y Jackie, vigilando la casa del futbolista.

Sid Sinuoso tenía razón, no tenía sentido negarlo, así que Logan no lo intentó.

El comisario jefe dio un palmetazo sobre el escritorio, haciendo temblar todo lo que había en él.

—¿Cómo han podido ser tan estúpidos? ¡Sabían que teníamos orden de mantenernos alejados de Macintyre!

Logan lanzó una mirada furtiva a Jackie, con expresión ceñuda de pie a su lado. Era evidente que no le había dicho a nadie que aquello había sido idea de Insch, pues de lo contrario el gordo estaría ahora mismo allí con ellos recibiendo el rapapolvo. Viendo la cara de satisfacción y de justa indignación del inspector Napier, Logan tuvo una idea más que aproximada de lo que les esperaba: falta grave en su conducta profesional, suspensión y degradación. Eso con un poco de suerte. Y todo porque ese gordo capullo de Insch estaba obsesionado con endilgarle todas las acusaciones posibles al maldito Rob Macintyre.

Logan respiró hondo y preguntó qué día se había hecho la grabación.

—¿Qué? —El comisario pareció quedarse estupefacto—. ¿Estuvieron allí más veces?

—¡Ahí lo tiene! —Sid Sinuoso cerró de golpe la pantalla de la cámara—. Ya le he dicho que llevaban a cabo una operación de vigilancia ilegal. Vamos a…

—¿Ha sido esta noche o la anterior? —insistió Logan.

—Esta misma noche.

Logan asintió con la cabeza.

—Sí, estuvimos vigilando la casa de Rob Macintyre.

El inspector Napier se puso de pie. Parecía una mantis religiosa con uniforme negro.

—Sargento McRae, queda usted suspendido inmediatamente, a la espera de la investigación formal por parte de Asuntos Internos. Ha mostrado usted una falta de criterio tal…

—Estábamos protegiéndolo. A Macintyre, quiero decir.

Napier fue a decir algo, pero el comisario le cortó en seco.

—¿Que ustedes qué?

—Después de la agresión sufrida por el señor Moir-Farquharson, hice una lista de sus posibles enemigos. —Lo cual era cierto: era todo lo demás lo que era una mentira descarada—. Los primeros de la lista eran las supuestas victimas del señor Macintyre, que podían buscar venganza contra cualquiera de los dos. Como sabía que la Policía Grampiana había recibido la advertencia formal de que no se acercara directamente al señor Macintyre, convencí a la agente Watson para que me secundara en una operación de vigilancia no autorizada de su casa, por si alguien lo tenía como objetivo de una inminente agresión.

Aquello sonaba a declaración preparada para un tribunal. Logan se sintió bastante satisfecho de sí mismo.

Hubo un momento de silencio, hasta que Moir-Farquharson dijo:

—No esperará en serio que creamos…

—Es así como detuvimos a Russell McGillivray. Si no hubiéramos estado nosotros allí, vigilando la casa, habría agredido a Macintyre. Y quizás esta vez hubiera llegado hasta el final. Estaríamos ahora enfrentándonos a un asesinato.

La congestión producida por la ira iba retirándose del rostro del jefe de policía, ocupando su lugar un alegre tono sonrosado y una amplia sonrisa.

—Pero volvieron anoche…

—Porque no podíamos estar seguros de que McGillivray hubiera actuado solo.

El jefe de policía miró a Logan, luego Jackie, al abogado, y de nuevo al primero.

—Entiendo. De modo que tan solo estaban vigilando la casa de Macintyre…

—Por su seguridad. Sí, señor comisario.

—Y en horas sacadas de su propio tiempo. —Asintió con la cabeza, sonrió y dijo—: En tal caso debo pedirle disculpas, sargento. Y felicitarle por su trabajo.

Moir-Farquharson se puso de pie, tambaleándose y haciendo muecas.

—Pero…

—Les haré una carta de recomendación a usted y a la agente Watson.

—Pero…

—Bien, y ahora que ya está todo explicado, podemos volver al trabajo. Si me disculpan todos ustedes, tengo otros asuntos de que ocuparme.

Descolgó el teléfono y se puso a marcar un número. La reunión había concluido.

Una vez en el pasillo, el abogado se volvió hacia Logan mientras se cerraba la puerta del comisario tras ellos.

—Pero… —Se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo—. Dadas las circunstancias, considero que ya no es conveniente que sigan vigilando la casa de mi cliente.

—¿Recuerda lo que me dijo cuando le enseñé la foto de Russell McGillivray?

El abogado frunció el ceño.

—Dije que era un… cabrón desagradecido.

—Creo que no hará falta que le acompañe hasta la puerta.