Aberdeen Royal Infirmary. En una habitación individual, con las persianas tiradas para protegerla de los débiles rayos del sol invernal, Sandy Moir-Farquharson estaba furioso. La cara del abogado era un poema: el labio partido, la mejilla hinchada, un ojo morado, la nariz recubierta de plástico y esparadrapo y una compresa de material esterilizado en la frente. La sonda de un gota a gota con morfina aplicada al brazo izquierdo, mientras el derecho descansaba sobre las sábanas, envuelto en escayola desde el codo hasta la punta de los dedos.
—Ya me contadá dónde eztá la gacia, inzpectod. —Le faltaban dos dientes como mínimo.
Insch cerró los ojos durante un segundo, antes de decir:
—Es que acababa de acordarme de un chiste que me contaron la semana pasada, señor Moir-Farquharson. —Hizo un esfuerzo por mantener la compostura.
—Yo no le… —El abogado tosió, haciendo una mueca de dolor—. Aaagh… —Respiraba a inspiraciones breves y sibilantes.
A Logan casi le dio pena. Se habían reído en el coche a su costa durante todo el trayecto hasta el hospital: a costa por tanto de alguien a quien habían dado tal paliza que había requerido su ingreso hospitalario. Moir-Farquharson se hundió en el lecho. Una fina pátina de sudor relucía en su frente.
—No quiero ni verle.
—¿Cómo dice, señor?
—Que se vaya. Que venga otro.
El inspector Insch sacudió la cabeza con tristeza.
—Lo siento, señor Farquharson, pero esto no es una agencia matrimonial. Díganos, ¿cómo ha sido el accidente?
—¡Ha sido una agresión!
—Oh, ¿de verdad? —Insch sacó un inmaculado bloc de notas negro y pasó algunas hojas—. Ah, sí, le ruego me disculpe. La agresión se produjo anoche al salir de su despacho. ¿Tiene idea de quién puede tener alguna razón para odiarle? ¿Algún enemigo? ¿Alguien que pueda sentirse perjudicado por usted, o molesto con usted? Vecinos, conocidos, transeúntes, miembros del público en general… Personas que pudieran sentirse escandalizadas por el hecho de que usted haya dejado impunes a pederastas, atracadores, ladrones y violadores…
Recibió una mirada de enojo.
—¿Cómo se atreve a venir aquí a…?
Logan intervino antes de que la situación empeorara aún más.
—Puedo garantizarle que nos tomamos este tipo de agresiones con toda la seriedad que merecen, señor Moir-Farquharson.
El abogado volvió su furibundo ojo sano hacia Logan.
—¡A usted tampoco le quiero aquí! ¡Los dos se toman esto a pitorreo!
—Bien, puede usted interponer una queja formal si lo desea…
—No se preocupe, ¡lo haré! Voy a…
—… pero usted sabe muy bien que el inspector Insch y yo haremos todo lo posible por encontrar a los responsables. —Se hizo el silencio, roto únicamente por los gritos de alguien que llamaba a la enfermera desde el otro extremo del pasillo—. Y ahora, ¿sería tan amable de relatarnos los acontecimientos previos, hasta el momento de la agresión?
—¿Y bien? —dijo Insch mientras regresaban a jefatura—. ¿Qué opina?
—Si le quitaron la cartera, el reloj y el maletín… podría tratarse de un simple atraco. —Logan frunció el entrecejo—. Pero entonces se pasaron un poco, ¿no? Parece más bien cosa de alguien con ganas de ajustarle las cuentas. Es decir, no creo que le falten enemigos.
—Puede dar gracias de seguir con vida. Si esa señora de la limpieza no llega a salir en ese momento, el mundo sería ahora un lugar más feliz… ¿Qué pasa? No me ponga esa cara, solo era una broma.
—¿Pruebas?
Insch rebuscó en los bolsillos, hasta que encontró una bolsa de uvas pasas recubiertas de chocolate.
—Demasiada lluvia, anoche. Un par de manchas de sangre debajo del coche, pero de fibras ni rastro. Están analizando las huellas dactilares en la puerta del lado del conductor.
El tráfico se hacía más intenso a medida que se acercaban al centro de la ciudad, hasta convertirse en una lenta caravana.
—Habría que empezar por las víctimas, los testigos y la gente en general que se haya sentido humillada en el tribunal.
—Sí —convino Insch, mientras intentaba sacar algo de la bolsa, hasta que consiguió reunir un montoncito de granitos oscuros en la mano, que se metió en la boca; masculló mientras masticaba—: Puede empezar por Watson, en ese caso. Le guarda rencor como nadie.
Ése era un temor que Logan ya había considerado.
En jefatura el turno de día tocaba a su fin. Las cinco menos cinco. Hora de ir a por una última taza de té antes de firmar en la hoja de salida. Logan estaba sentado en lo que llamaban irónicamente la «sala de revisiones», apenas más grande que un armario, con un archivador, un módulo lleno de discos duros extraíbles de las cámaras de vigilancia de las furgonetas policiales y una consola múltiplex encajada en medio de todo aquello. Hubo un tiempo en que aquel dispositivo múltiplex había sido un equipo de tecnología punta, pero ahora era como un aparato de tortura movido por una máquina de vapor. Con algo más que náuseas, Logan extrajo la cinta del circuito cerrado de televisión que había puesta e introdujo la siguiente. Los encargados del manejo de las cámaras tenían algo que decir en cuanto a su orientación. La imagen se mueve porque alguien la mueve. Pero con cintas una vez grabadas debía someterse impotente al capricho mareante de los operadores, que pasaban de las panorámicas generales al zoom y viceversa como si estuvieran jugando a un videojuego. Claro que tampoco ayudaba mucho el hecho de que hiciera un calor sofocante allí dentro. El viejo ventilador del piso descansaba sin vida en la moqueta, sin esperanzas de resurrección. Ni tan siquiera con una patada había reaccionado. Por lo que Logan había dejado la puerta entreabierta para que entrara un poco el aire en aquel cuchitril.
Hizo girar el gran mando circular del múltiplex para que la cinta avanzara a velocidad rápida. Se trataba de buscar a alguien que huyera de Golden Square, donde estaba ubicado el despacho de Sid Sinuoso, en torno a la hora en que se había producido la agresión al abogado. El centro de Aberdeen era como una reserva salvaje de cámaras de circuito cerrado de televisión, y Logan tenía las cintas de todas ellas grabadas la noche anterior amontonadas en el suelo, allí junto a él.
Insertar cinta; dejar que zumbara mientras pasaba a velocidad rápida, hasta que la indicación de la hora señalara las nueve de la noche; ver pasar a la gente a un fotograma por segundo; buscar a alguien con aspecto sospechoso; sentirse culpable por no haber confiado en Jackie; sentirse más culpable todavía por no decirle a Rachael que todo aquello había sido una gran equivocación; seguir mirando hasta que la indicación horaria señalara las nueve y media; extraer la cinta y repetir el proceso con otra.
El único momento destacado se produjo cuando estaba revisando la cinta de Union Terrace. La cámara estaba inclinada, por lo que el ángulo de visión era bastante curioso, y la imagen estaba además parcialmente obstruida por el grueso trasero de una paloma que se había parado en el alféizar de una ventana. Más allá de sus grises plumas se veía el pequeño callejón que iba de Union Terrace a Diamond Street. Las nueve y media: los faros de los coches que pasaban se reflejaban en el asfalto reluciente por la lluvia. La gente entraba en el plano en su deambular, se veían borrachos, más coches, un autobús, más gente… Logan escrutaba cada uno de los rostros, para ver si alguno se correspondía con los integrantes de la lista de «quién odia a Sid Sinuoso» que había elaborado previamente con el inspector Insch. Entonces fue cuando por fin pasó algo.
Aparecieron dos chicas jóvenes, dando tumbos en dirección a Union Street y abrazadas la una a la otra tanto por camaradería como por no perder el equilibrio, sin que les importara la lluvia. La de la izquierda llevaba lo que casi podía considerarse una falda (a pesar de que debía de estar helando) y su compañera un exiguo top y unos pantalones que parecía que los hubieran pintado. Debían de haber necesitado un montón de pintura, eso sí, porque la joven era gigantesca. Detectaron la presencia de la cámara, se rieron y entonces la chica grandullona se levantó la camiseta y soltó una risita.
—Oh, cielo santo…
Logan no sabía si reír o llorar, era como ver a alguien haciendo juegos malabares con un par de sandías. Surgió entonces una silueta de Diamond Place, con las manos en los bolsillos, miró dos veces, por pura incredulidad, y pasó de largo cojeando, evitando volver a mirar los pechos desnudos de la joven. Ésta se apresuró a tapárselos, y ella y su amiga se echaron a reír a carcajadas, antes de continuar su camino y desaparecer del plano. Logan extrajo la cinta, anotó EXHIBICIONISTA en un pósit y lo pegó en la etiqueta. Con un poco de suerte la incluirían en la cinta de «tomas falsas» para Navidad, junto con todos los demás idiotas a los que les parece divertido enseñar las tetas, el pene o el culo delante de las cámaras de vigilancia.
Dejó los vídeos en la sala de control del circuito cerrado de televisión y se marchó a casa.
Las ocho. Logan se incorporó de golpe, quedándose sentado muy tieso, pestañeando, mientras intentaba recordar dónde estaba… En el salón de su casa, sentado en el sofá, con la tele encendida, donde hacían un programa espantoso, y los estridentes pitidos del móvil competían con la famosa de cara granulosa que cantaba en la pantalla. Cogió el mando y la eliminó de su triste existencia, antes de contestar al teléfono.
—¿Diga?
Intentó disimular que acababa de despertarse.
—¿Logan? Soy Rachael.
Oh, mierda, mierda, mierda, mierda.
—Rachael… hola. Yo…
—¿No habíamos quedado?
Logan se miró el reloj: las ocho. Tenía que haber estado en el cine hacía media hora. Lo cual probablemente significaba que la chica estaba furiosa.
—Lo siento de verdad. —¿Por qué narices no la había llamado para anular la cita?—. He tenido que atender un caso de agresión, no he podido volver a… —Suspiró—. Me he dormido.
—Entiendo.
—Escucha, de verdad que lo lamento, he tenido que atender ese caso toda la noche, solo he dormido dos horas, y luego ha sido todo el día un no parar. Sid Sinuoso ha sufrido una agresión… —Se arrellanó de nuevo entre los cojines del sofá, pasándose la mano por la cara y tratando de imaginar cómo diablos iba a explicarle que todo aquello no había sido más que un gran error.
—Lo creas o no, puedo entenderlo. Si supieras la cantidad de tíos a los que yo he dejado esperando, o sentados en un restaurante, solos… —Una tos incómoda—. Bueno, tampoco a centenares, ni mucho menos. Puede que uno o dos. Quiero decir que no soy ninguna… ehm… —Silencio. Era evidente que esperaba a que él moviera ficha.
—Lo siento, de verdad —dijo él, intentando ganar tiempo—. Oye, tendríamos que…
—Vaya, no cuelgues, acaba de entrar una llamada. —Lo puso a él en espera.
—… hablar.
Logan maldijo, se levantó del sofá y fue hasta la ventana, desde donde contempló la oscura noche. Una fina capa de polvo blanco recubría el alféizar, mientras los diminutos copos de nieve revoloteaban en torno a los círculos de luz de las farolas. De algún lugar de la calle llegaba el sonido de una canción, amortiguado por la doble capa de vidrio. No tenía más que reconocerlo: había cometido una equivocación. Había creído que Jackie tenía un lío y… No, Rachael se lo tomaría como que había salido con ella por despecho. Aunque fuera verdad, no le gustaría oírlo. Tenía que…
—Lo siento, tengo que marcharme. Una muerte en circunstancias sospechosas en Tillydrone. Te llamo más tarde, ¿vale?
—Rachael, espera…
Pero ya había colgado.
La calle estaba tranquila. Junto a la acera, una fila de coches caros aparcados; entre las cortinas corridas, resquicios de luz que iluminaban parcialmente los jardines blanqueados por la nieve, mientras los copos caían flotando suavemente de un cielo negro anaranjado y se fundían al contacto con el asfalto húmedo, mientras que se adherían sin deshacerse en las ramas esqueléticas de los árboles y en el metal frío de los coches estacionados. Solo había un coche en el que la nieve no quedaba adherida: un anónimo Vauxhall plateado aparcado en la acera de enfrente del domicilio de Rob Macintyre, dos casas más abajo.
Logan se subió al asiento del acompañante.
Jackie ni siquiera se volvió a mirarlo.
—Me preguntaba cuánto tiempo ibas a tardar en aparecer por aquí.
Iba otra vez vestida con su atuendo de caco, y entre las manos sostenía la taza de plástico que servía de tapadera de un termo a cuadros escoceses.
—¿Por qué no me habías dicho que estabais vigilando a Macintyre?
—Insch no quería que se lo soplases a Steel.
—Claro, porque eso es lo que habría hecho, sin duda.
—No es cosa mía. —Ella se encogió de hombros.
Él se quedó mirando por la ventana.
—Podrías habérmelo dicho. —No hubo respuesta—. Ya sabes lo que pasará cuando se sepa que habéis estado realizando una vigilancia no autorizada…
—¡Precisamente tú no eres quién para hablar de operaciones de vigilancia no autorizadas!
—¡Y ya ves lo que pasó!
Jackie se volvió para mirarlo por primera vez desde que él se había subido al coche.
—He hablado con Rennie. Así que no me hables de confianza… ¡porque tú eres el primero que no confía en mí!
Logan pidió por Dios que la oscuridad que reinaba en el interior del vehículo le impidiera ver cómo se ruborizaba.
—No digas ridiculeces…
—Puede que Rennie sea más corto que un zapato, pero yo no, ¿vale? ¡Sé muy bien por qué fuiste a verle! —Se volvió en su asiento y le propinó un manotazo en el hombro, con expresión ceñuda y enojada—. ¿Cómo has podido pensar que te la pegaba con otro? ¡Y con Rennie! —Volvió a pegarle—. ¿Estás mal de la cabeza?
—Yo…
—¡Cállate! No confías en mí y…
—¿Qué querías que pensara? —No lo había dicho gritando, pero casi—. Nunca estabas en casa, siempre salías como a escondidas para verte con alguien, te oí hablando por teléfono, hablando con él, y diciéndole que yo no sospechaba nada, como si yo fuera un gilipollas a quien…
—¡Macintyre! Era Macintyre quien no sospechaba que le vigilábamos. ¡Por el amor de Dios! Ocho meses llevamos viviendo juntos, ¿no podías haberme preguntado?
Se hizo el silencio en el coche.
—Podrías habérmelo dicho.
—Sí, bueno, pero no lo hice, ¿vale?
Se volvió a mirar enfurruñada al otro lado, hacia la casa de Macintyre, mientras Logan permanecía inmóvil a su lado, deseando no haber venido.
Un codazo en las costillas que lo devolvió dando un aspaviento al mundo de los vivos.
—¿Mmm? —Logan parpadeó con ojos de cansancio a la tenue luz de las farolas.
—Estabas roncando —le dijo Jackie, siempre con el ceño fruncido.
—Estoy despierto. —Logan se incorporó en el asiento y se estiró cuanto pudo en el exiguo habitáculo del vehículo. Finalizó con un estremecimiento—. Hace frío…
—Sí, bueno, podías haberte puesto algo de más abrigo, ¿no?
Logan prefirió morderse la lengua y mirar la hora en el reloj del salpicadero. Poco más de la una de la madrugada.
—A la Serpiente Sandy le han dado una paliza que casi lo matan —dijo, en busca de terreno neutral.
—Eso he oído.
Silencio.
—Oye, si prefieres que no me quede, no tienes más que decírmelo, ¿vale? Ya estoy harto de que me gruñan.
Abrió la puerta del coche y se apeó, en medio de la noche gélida. Por un instante pareció como si Jackie fuera a decir algo, pero pasó el momento y ella siguió vigilando la casa de Macintyre.
—Muy bien.
Logan cerró la portezuela, se subió el cuello de la chaqueta y… Había un tipo parado en las sombras, un poco más arriba de la calle, tres o cuatro coches detrás del de Jackie. Bajo, de complexión robusta. Miraba hacia la acera de enfrente, a la casa del futbolista.
No se dio cuenta de que lo observaban.
Logan golpeó suavemente con los nudillos en el cristal de la ventana del acompañante del coche de Jackie. Nada. Repitió la llamada. Se abrió la puerta del conductor y Jackie asomó la cabeza.
—Maldita sea, ¿qué pasa ahora?
El tipo oculto entre las sombras levantó la cabeza y miró hacia ellos con los ojos muy abiertos. De pronto echó a correr, a toda la velocidad que le permitían sus cortas piernas. Maldiciendo, Logan salió tras él y, al correr, las suelas de los zapatos le resbalaban sobre el enlosado de la acera. A su espalda oyó que Jackie había arrancado el coche para dar un giro de ciento ochenta grados y orientar el coche en el sentido deseado.
El merodeador se alejaba a toda prisa, al parecer su calzado era más idóneo para aquella resbaladiza acera que el de Logan. Dobló la esquina y se lanzó en dirección a Great Western Road. Era el camino hacia el centro de la ciudad. Sin embargo cuando Logan salió a la avenida, ya no había señal de él.
El coche patrulla conducido por Jackie se detuvo dando un frenazo en la intersección, con las dos ventanas bajadas para poder gritar:
—¿Por dónde ha ido?
Logan señaló de forma imprecisa hacia las luces del tráfico, y el coche policial salió disparado.