—Agente detective Rennie al habla. ¿Qué sucede?
—¿Dónde está?
—¿Eh? Abajo. A por té para todos, como de costumbre. ¿Quiere que…?
Logan colgó, dejándole con la palabra en la boca, y bajó al segundo piso.
El agente estaba recostado contra la pared, bostezando hasta desencajársele la mandíbula, mientras el agua del hervidor se acercaba al punto de ebullición. Levantó la vista al ver acercarse a Logan y adoptó una amplia sonrisa.
—¿Sabe qué? Nunca lo adivinaría… —dijo en un teatral susurro—. ¡La mujer de Beattie sale en una de esas fotos de tías buenas! Mire… —Rebuscó en los bolsillos y sacó un pequeño anuncio satinado y manoseado de una de las revistas masculinas más subidas de tono del mercado; lo sostuvo en alto para que Logan pudiera ver la foto—. En fin, siempre sospechamos que era un poco…
—Quiero hablar con usted, agente.
Logan pasó junto a él sin detenerse.
—¿Eh? Oh, sí… claro. —Rennie volvió a meterse a la mujer de Beattie en el bolsillo y salió tras él, siguiéndolo por el pasillo hasta la minúscula salita que Logan se había agenciado para la investigación de los allanamientos. Estaba convirtiéndose poco a poco en una especie de armario-almacén, atestado de expedientes y objetos varios—. ¿Qué puedo hacer por…?
—Lo sé todo.
Cerró la puerta de una patada. Desde el instante mismo en que descubriera lo de aquellos dos, lo de Jackie y el detective escaso de entendederas allí presente, había estado preguntándose cómo se sentiría cuando llegara por fin aquel momento. La respuesta era: increíblemente cabreado.
Rennie retrocedió hasta darse contra el pequeño escritorio y mandar una pila de formularios desparramados sobre las baldosas de moqueta.
—Eh, yo no sé a qué…
Logan lo agarró y lo empujó contra la pared.
—¡Yo confiaba en usted!
El agente abrió los ojos de par en par y se puso a decir de forma deslavazada.
—Oiga, no fue idea mía, nosotros…
—No me joda…
Apretó el puño derecho.
—¡Fue Insch! ¡Él nos obligó a hacerlo!
Logan se olvidó de respirar por un momento.
—¿Insch? ¿Qué coño tiene que ver Insch…?
—Teníamos que turnarnos…
—¿Turnarse?
No podía más: Logan iba a propinarle una buena.
—Pero… pero yo tenía ensayo el lunes y el miércoles, y Jackie estaba en aquella fiesta, y no pude llegar a casa de Macintyre a tiempo, y…
—¿Macintyre? —Logan lo soltó.
—A vigilar su casa. Yo no pude llegar hasta después de acabado el ensayo, y monté guardia delante de la casa toda la noche, pero él debía de haber salido antes, yo no quería dejar que escapara, ni que violaran a esa chica, ni…
—Oh, Dios santo.
Se dejó caer en una de las chirriantes sillas de la estancia, sintiéndose fatal. Habían estado haciendo turnos para vigilar al futbolista, sencillamente… ¡Y él había besado a la ayudante del fiscal! Logan se llevó las manos a la cara y soltó un gruñido: ¡había vuelto a quedar con Rachael aquella misma noche! Jackie iba a matarlo.
Rennie seguía hablando atropelladamente:
—Quería decírselo… pero Insch no quería meterle en eso… él… ¿Se encuentra bien?
Logan dijo:
—No.
Se dio de golpes en la cabeza con el escritorio.
El depósito estaba sorprendentemente vacío para la actuación de despedida de la doctora Isobel MacAlister. Solo estaban presentes Logan, el inspector Insch y Brian, el ayudante de pelo lacio y caído de la doctora. Gracias a Dios, no era una muerte en la que hubieran concurrido circunstancias sospechosas, de lo contrario habría estado allí también la fiscal, y con ella Rachael. Logan tenía pavor a hablar con ella… Un hombre de aspecto inquieto, con la cabeza rapada al cero y hecho un verdadero manojo de nervios salió dando un traspié del almacén.
—Les presento al doctor Milne —empezó Isobel, con un tono de desaprobación más notorio de lo habitual—. Será mi sustituto mientras dure mi baja por maternidad.
El hombre saludó levantando una mano temblorosa y dijo:
—Hola. Llámenme Graeme, estoy seguro de que vamos a ser…
Isobel le cortó en seco.
—¿Empezamos?
El cuerpo de Garvie, enfundado todavía en el traje de látex, ocupaba casi por completo la superficie de acero inoxidable de la mesa de disección. En condiciones normales, debería de haber estado desnudo, y la ropa en manos de la Oficina de Identificación para su análisis, pero Isobel había insistido en descascarillar ella misma los restos mortales de Garvie, arguyendo que el traje fetiche estaba tan tenso y apretado, que era necesario analizarlo junto con el cadáver. Pero Logan tenía la sensación de que lo que quería era alargar la cosa todo lo posible. Disfrutar al máximo de su última autopsia. Que no decayera la fiesta.
Primero lo despojó de la máscara. El látex rechinó cuando Isobel lo enrolló hacia arriba, revelando el cetrino rostro de Garvie. Tenía las mandíbulas entreabiertas, y algo rojo y brillante dentro de la boca, apenas visible entre los labios pálidos.
—Una mordaza de bola —dijo Isobel, que le pidió a su ayudante que sacara una fotografía de aquel objeto in situ, antes de extraerlo.
Luego le tocó el turno a la cuerda alrededor del cuello, que fue guardada en una bolsa de plástico, fotografiada y registrada. A continuación Isobel pasó un escalpelo a lo largo de las costuras, haciendo que el látex se contrajera de repente y recuperara su tamaño original. La cerosa piel de Garvie se esparció sobre la fría mesa de metal.
Cuatro horas y media más tarde habían terminado, y todo lo que Isobel había sacado del interior del exactor porno volvía a estar metido en su sitio, a excepción del cerebro, que ahora flotaba boca abajo en un cubo blanco de plástico lleno de formol, y la sonda rectal bipolar de dieciséis centímetros que le había extraído del recto y que constituía el otro extremo del electroestimulador al que lo habían encontrado conectado.
—Bien —sentenció la doctora, mientras su ayudante y el forense nuevo levantaban a peso el cadáver profanado de Garvie y lo depositaban en una camilla—, yo diría casi con toda seguridad que se trata de un suicidio. La zona inguinal del traje estaba repleta de fluido seminal: los electrodos aplicados al pene y al perineo deben haberle succionado la próstata. Eso, la cuerda alrededor del cuello y la mordaza hacen pensar en una asfixia por autoerotismo llevada hasta su conclusión más lógica. Las magulladuras del cuello indican que probablemente ya lo había intentado antes… —Se volvió a mirar a su adorada morgue, mientras el agua borboteaba en la mesa de disección llevándose los últimos restos de Frank Garvie—. Voy a… —Se le quebró ligeramente la voz—. Voy a echar de menos este sitio. —Los ojos le brillaron, y se los enjugó con el reverso de la muñeca—. Discúlpenme.
Logan e Insch se quedaron mirando cómo se marchaba.
—Bueno —dijo el inspector dando una palmada, mientras la puerta del depósito se cerraba tras la forense—. Hora de comer.
—Un poco tarde para comer, ¿no? —replicó el camarero mientras dejaba dos platos de musaka calentada al microondas encima de su mesa—. No quedan patatas. —Al ver la expresión de Insch, añadió—: ¡No es culpa mía! Ya estamos lavando las freidoras para la próxima comida. ¡Yo ya no tendría que estar sirviendo mesas!
—Bueno —dijo Logan cuando el camarero regresó a sus freidoras sucias y mientras Insch se pasaba de la raya con la sal y la pimienta—, ¿cómo va el caso de Rob Macintyre?
El hombretón se quedó un momento inmóvil, y luego se puso a comer.
—No existe tal caso, ¿ya no se acuerda? —Logan se quedó inmóvil a su vez, mirándole y sin pronunciar palabra. Como para darle a probar de su propia medicina—. ¡Qué! —Insch se metió otra porción de comida en la boca, sin dejar de masticar. Y otra más. Hasta que al final saltó—: ¿Quién narices se lo ha dicho? Ha sido Watson, ¿a que sí? Ya sabía yo que no tenía que haberle…
—Ha sido Rennie. No le di otra opción. —Lo cual era casi la verdad—. ¿Por qué no me ha dicho que vigilaban a Macintyre?
—No tenía ninguna necesidad de saberlo. Ni tampoco nadie más, así que si se va de la lengua, me encargaré personalmente de hacer que sus testículos cuelguen de la pared de mi despacho. ¿Ha quedado claro?
—Como el cristal.
Insch asintió con la cabeza e hizo desaparecer la última porción de musaka.
—Hemos apostado un coche delante de la casa de Macintyre, y Rennie y Watson vigilan por turnos. No es la solución perfecta, pero no me queda otra.
—Pero —dijo Logan mientras el inspector rebañaba el plato con su dedo gordezuelo, recogiendo la salsa y la grasa y chupándose el dedo—, no puede así, sin más…
—¡Hice una promesa! ¡Esas mujeres merecen que se les haga justicia! ¡Robert Macintyre las violó, y pienso meterlo entre rejas aunque me vaya la vida en ello!
El jefe del Departamento de Investigación Criminal les esperaba en el centro de coordinación del caso Fettes, recostado contra la pared, con los brazos cruzados y una sonrisa en el rostro, y con muy poco pelo en la cabeza.
—Inspector —pronunció cuando Insch se quedó paralizado en la puerta de la sala, casi vacía. El grupo de agentes de uniforme y de miembros de la Criminal se habían ido, y únicamente quedaban el esquelético oficial administrativo y una pila de archivadores.
—¿Dónde están todos mis…?
—Tengo buenas noticias para usted. —El superintendente cogió un haz de papeles de una carpeta que había encima de una mesa—. Garvie era su principal sospechoso y ahora se ha suicidado, ¿no es así?
—Sí… —La voz de Insch sonó cautelosa, como si no estuviera muy convencido de adónde iba a ir a parar todo aquello.
—Y usted está seguro de que era el único involucrado en… —consultó los papeles que tenía en las manos— la muerte de Jason Fettes.
—Así es. Estamos recogiendo las pruebas que lo corroboren y…
—Excelente. Siendo así, vamos a quitarle prioridad a este caso. Hemos reasignado a sus hombres a otros casos activos. Termine con el papeleo y lo consideraremos caso cerrado.
El inspector abrió la boca para decir algo, pero el superintendente levantó la mano.
—No, no me dé las gracias todavía. —Buscó en un bolsillo interior, extrajo un informe criminal y se lo entregó—. Tan pronto como ha llegado a mis manos, he sabido que apreciaría que se lo pasase a usted. —Insch desdobló el documento y, a medida que sus ojos recorrían el escrito en detalle, en su rostro iba dibujándose una amplia sonrisa—. Ya lo suponía. —El superintendente le guiñó el ojo—. Trate de no sacarlo demasiado de quicio, ¿de acuerdo? Si recibo más de tres quejas acerca de su comportamiento, se lo pasaré a otro. ¿Entendido?
—Sí, señor, gracias, señor.
—Muy bien. Siga con lo suyo, inspector.
El superintendente recogió su carpeta, les hizo un gesto de despedida con desenvoltura y se marchó.
Logan esperó a que el inspector se lo explicara, pero el gran obeso estaba demasiado ocupado bailoteando y dando saltitos de alegría. Lo cual no era un espectáculo muy atractivo.
—¿A que no lo adivina? —dijo por fin, con la cara roja y sudorosa—. Sid Sinuoso está en el hospital. Alguien lo ha molido a palos. —Alzó los brazos al cielo y se puso a gritar—: ¡Yaba daba duuu…!
Jackie no tenía un lío con otro y a Sandy Moir-Farquharson le habían dado una buena paliza. Logan sonrió. A lo mejor el inspector tenía razón. Puede que no fuera tan mal día, después de todo.