El «equipo» de la Oficina de Investigación tardó veinte minutos en personarse: una mujer sola con un mono CSI blanco y un maletín de recogida de muestras haciendo esfuerzos por no bostezar.
—¿Nadie más? —preguntó Logan mientras ella echaba un vistazo en torno al apartamento, ahora silencioso.
Se encogió de hombros.
—Es la fiesta de jubilación de Iain. Soy la única que está de guardia.
Se detuvo en la puerta de la sala de estar y contempló largamente el cadáver. Estaba vestido de pies a cabeza con látex rojo oscuro. El material, reluciente y pulido, estaba tan tirante que parecía a punto de romperse. Una máscara con la cremallera cerrada le ensombrecía el rostro. De la entrepierna y el trasero le colgaban unos finos cables negros hasta un pequeño maletín en el suelo. El cuerpo no pendía del techo con todo su peso, sino que colgaba flojo con las piernas inclinadas y los dedos de los pies apoyados en el suelo. Tensada por el propio peso del cuerpo, una cuerda de seda blanca iba desde el gancho del techo hasta el nudo corredizo en la nuca de Garvie. La cuerda estaba hundida tan profundamente alrededor del látex brillante del cuello, que casi no se veía.
—¿Han declarado la defunción? —preguntó la mujer mientras examinaba la moqueta en busca de huellas de pisadas.
—Le pedí al personal de la ambulancia que lo hiciera.
Pero Logan lo había comprobado él primero. Garvie no solo estaba muerto, sino que estaba ya frío; llevaba muerto varias horas. El ruido ensordecedor procedía de un DVD de la serie Buffy Cazavampiros, cuarta temporada. Debía de haber puesto el DVD entero, y cuando los episodios se habían terminado y Garvie ya había muerto, había saltado al menú principal, cuya música se repetía una y otra vez.
La técnica de Identificación asintió con la cabeza.
—Bueno, está bien, puede ir a esperar fuera, y ya le llamaré cuando pueda volver a entrar, necesitaré…
—Zapatos y traje, ya sé…
—Sí, bien, pero lárguese ya, tengo que hacer el trabajo de tres personas.
Tres horas más tarde, Logan estaba sentado en el asiento de atrás del Alfa Trece, comiéndose un sándwich del supermercado abierto las veinticuatro horas que había subiendo la carretera, cuando apareció por fin la forense.
—Mírela —dijo la agente de policía mientras el familiar Mercedes plateado de Isobel aparcaba detrás del coche patrulla—, ya ha llegado la Bruja Mala del Oeste.
Del asiento del conductor del Mercedes se apeó Colin Miller, que se apresuró a rodear el vehículo hasta el lado del pasajero y ayudar a Isobel a bajarse, en medio de la fina llovizna. La mimó hasta que ella le apartó las manos, mirándolo con enojo. Para disculparse acto seguido.
Isobel permaneció unos segundos parada, respirando con dificultad, con una mano en la zona lumbar y la otra protegiéndose su vientre prominente. A continuación se dirigió andando como un pato a los apartamentos.
Logan metió lo que le quedaba de sándwich en la bolsa del súper y salió a su encuentro, pero dudó a mitad de camino, se volvió hacia el Mercedes y abrió la puerta del acompañante.
—Tienes mala cara.
Miller quiso hacerle un corte de mangas a Logan, levantando el dedo corazón, pero el efecto fue lamentable por culpa de las prótesis que llevaba bajo el guante, pues parecía que intentara hacer sombras chinescas deformes. Se dio por vencido.
—¿Es el mismo Garvie al que detuvisteis por la muerte del tal Fettes?
—Ya sabes que no puedo decirte nada…
—Yo creía que volvíamos a ser amigos. ¿O qué es lo que pasa? ¿Que cuando me necesitas para desenterrar mierda de tus compañeros polizontes, entonces sí, pero no piensas contarme nada de tus suicidas?
—Touché. Frank Garvie. Había trabajado haciendo películas para adultos con Jason Fettes.
El periodista miraba por encima del hombro de Logan, hacia el bloque de apartamentos.
—¿Él sabía que…?
—No puedes publicar nada sobre esto, ¿entendido? Estamos…
—¿Sargento McRae? —Era la agente del coche patrulla Alfa Trece, tendiéndole un emisor receptor Airwave—. Control.
Logan se volvió hacia Miller.
—Oye, ¡no publiques nada sin que yo lo haya visto primero!
—Sí, vale, vale, pero no hay nada de malo en que eche un vistazo, ¿no?
—¿Sargento McRae? —insistió la agente.
—Sí, está bien, ¡ya le he oído! Y tú… —Miró al periodista, pensando en echarle un sermón acerca de lo que es la responsabilidad social y el derecho de la víctima a la intimidad—. Procura que no me despidan de ésta.
La llamada de Control era de un inspector jefe que hablaba con un acento de Aberdeen entrecortado, exigiendo novedades sobre el suicidio de Garvie y preguntando cuánto tiempo iba a seguir Alfa Trece ocupado con aquello, porque al fin y al cabo había toda una ciudad que patrullar, aunque fueran las tres menos cuarto de una desapacible madrugada de viernes. Logan le transmitió lo que sabían y se apresuró a entrar en el edificio de apartamentos detrás de Isobel, a la que alcanzó antes del primer descansillo. Se había apoyado en la pared a medio tramo de escalera, respirando con dificultad.
—¿Estás bien?
Isobel hizo una mueca, mientras se pasaba la mano sobre la parte superior de su abultado vientre.
—Tengo acidez, los tobillos hinchados, un pie oprimiéndome la vejiga, por culpa del renacuajo este al que le da por ponerse a hacer gimnasia a las dos de la madrugada. Estoy todo el día de mal humor y me siento del tamaño de un castillo inflable. Francamente, no quiero ni pensar lo que me espera.
—¿Por qué no te marchas a casa? Después de todo, no es más que un suicidio, nosotros podemos…
—¿En serio piensas que voy a perderme el último escenario del crimen que voy a ver en seis meses? Ni lo sueñes.
Una vez arriba, la ayudó a enfundarse el mono blanco más grande que encontraron, cuya cremallera a duras penas pudo superar la prominencia de su vientre.
—Ehm, Isobel… —Le dio un par de guantes de látex—. Cuando salías conmigo… —Flagrante estupidez.
—¿Qué?
—Nada.
Ella lo miró frunciendo el ceño.
—¡Qué!
Él respiró hondo, la miró a los ojos y dijo:
—Mientras saliste conmigo, ¿viste a algún otro hombre alguna vez? —Se quedó observando atentamente la reacción por parte de ella, sin esperar que fuera aquélla: empezó a temblarle el labio inferior, los ojos se le llenaron de lágrimas y se puso a llorar—. Oye, lo siento, no pretendía insinuar nada, no era… —Ella le propinó una palmada en el pecho con todas sus fuerzas—. ¡Ay!
—¿Cómo puedes preguntarme eso? —dijo avanzando hacia él, mientras Logan retrocedía—. ¿Cómo diablos… —Le pegó de nuevo— puedes… —Y otra vez— preguntarme… —Otra más de propina— eso?
—¡Lo siento! —Se dio con la espalda contra la pared—. Es que… —Estuvo a un paso de contarle lo de Jackie con Rennie, pero no le salieron las palabras. Logan cerró los ojos y bajó la cabeza, dejándola colgando—. Lo siento.
Ella debió de percibir algo en su voz, porque le posó la mano con suavidad en el brazo y le dijo que no se preocupara, que algún día él y la agente Watson tendrían también un niño. A él le entraron ganas de reír, pero tuvo la sensación de que le habría salido una risa entrecortada y fea, así que optó por dejarlo y abrir la puerta del apartamento de Garvie.
La técnica de Identificación estaba en mitad del recibidor, manipulando un ordenador portátil, cuyos cables se perdían en la sala de estar. Al verlos traspasar el umbral, les hizo un gesto para que no siguieran.
—Denme un minuto, que acabo de hacer la última revisión general… —Unos segundos de pausa, y al cabo un pitido electrónico—. Vale, ya pueden entrar. He obtenido fibras, huellas, fluidos corporales, fotos e imágenes en vídeo. No hay señales de que hayan forzado la entrada, están todas las ventanas cerradas, las cortinas corridas. He obtenido algunas huellas interesantes en el traje ese raro… —Bostezó sin molestarse en taparse la boca, ofreciendo un amplio muestrario de buenos empastes escoceses a la antigua—. Pfff… ¿Qué hora es?
Logan se lo dijo, y ella soltó una maldición, se pasó la mano por la cara y acto seguido empezó a recoger el equipo fotográfico esférico, guardando dentro de una funda el trípode con su objetivo en forma de pecera, sin dejar de quejarse entre dientes por tener que estar allí a aquellas horas cuando todos los demás debían de estar emborrachándose.
Isobel dio una vuelta en torno al cadáver, examinándolo, tocando la musculatura con la punta de los dedos a través del traje lleno de polvos para huellas dactilares. Se detuvo, olisqueó y tocó con el dedo el látex que sobresalía de la cuerda de seda. Frunció el ceño.
—¿Algo raro? —preguntó Logan.
—Puede… —Desprendió la capucha, dejando expuesto el cuello de Garvie, mientras con sus guates de látex recorría el látex oscuro del fallecido; luego hundió los dedos en la piel cerosa—. Con lo frío que está… habría esperado que estuviera más rígido.
—Bueno, daba contracciones cuando entramos…
Ella puso una expresión horrorizada.
—Entonces ¿por qué no cortasteis la cuerda y lo descolgasteis?
—Ya estaba muerto, lo comprobé.
—No digas ridiculeces. Los muertos no tienen contracciones.
Logan señaló el pequeño transformador que había sobre la alfombra persa, desde el que salían dos cables que llegaban hasta una especie de ojal ubicado en la entrepierna del traje; un tercer cable desaparecía en un orificio similar a la altura del trasero.
—¿Quieres verlo? —Isobel asintió, así que Logan cogió el enchufe y lo introdujo en la toma de corriente de donde lo había desenchufado antes. El cuerpo comenzó de inmediato a dar contracciones—. Es un electro-estimulador —explicó, mientras el cadáver de Frank Garvie representaba una danza fúnebre para ellos—. Está pensado para aumentar el nivel de orgasmo.
—Apágalo.
La jefatura de policía estaba casi desierta, el silencio apenas roto por el runrún de una enceradora procedente de algún pasillo, mientras Logan se preparaba una taza de café con el pequeño hervidor, acondicionado en un rincón de las oficinas del Departamento de Investigación Criminal. La leche del frigorífico parecía una bomba a punto de explotar, con el cartón plastificado hinchado y la fecha de caducidad más que pasada. Lo tenía negro.
Había tardado dos horas en cumplimentar todo el papeleo generado por la visita al inmueble y el descubrimiento del cadáver de Garvie. Se recostó contra el respaldo de su asiento y se quedó mirando la pantalla del ordenador, haciendo pasar una tras otra las transcripciones de los interrogatorios que habían realizado puerta por puerta mientras el equipo de la Oficina de Identificación, compuesto por una única técnica, inspeccionaba el apartamento. No las leía en realidad, simplemente dejaba pasar el tiempo, evitando la vuelta a casa y el inevitable enfrentamiento con Jackie. Las acusaciones, las mentiras, los gritos… La traición. Lo peor, lo peor con mucho de todo, era que, a pesar de toda la rabia y el resentimiento y el deseo de darle a Rennie un puñetazo en los morros, la seguía queriendo.
Lo cual no significaba que no hubieran terminado.
Quizá por eso volvía a leer ahora las declaraciones de los testigos, para distraerse con otras mentiras diferentes. No, ellos no le habían hecho nada al tipo que vivía en aquel apartamento. «¿Grafitos, señor policía? ¿Yo? ¿Orinarme por la rendija del buzón de un vecino? ¡Jamás!».
Una figura familiar entró pesadamente en la oficina del Departamento de Investigación Criminal, con un gran tazón humeante en las manos. El Gran Gary se quedó parado al ver a Logan.
—Ehm…
—No te molestes —le dijo Logan—, si vienes a robar leche, no queda.
—Mierda. —El Gran Gary miró dentro de su tazón—. Da igual, tampoco venía a robar nada…
—Mientes de pena.
Gary se encogió de hombros.
—Por eso nunca he pedido ingresar en la Criminal: demasiado honrado. ¿Qué haces aquí todavía?
—Comprobando que está todo en orden antes de que venga Insch.
—Ah, ya… No olvides recordarle que tiene hasta mediodía si quiere participar en el regalo de despedida para la Dama de Hielo. —Una mirada de tristeza se dibujó en las orondas facciones de Gary—. La cosa está difícil, a este paso vamos a tener que sustraer algo de objetos perdidos y hacerle una tarjeta a mano.
Logan se ruborizó y se sacó la cartera.
—Yo también quiero entrar, apúntame… —¿Cinco? ¿Diez? Habían estado acostándose durante seis meses y ella al menos no le había puesto los cuernos. Sacó un billete de veinte con una esquina doblada y se lo dio.
Gary cogió el billete soltando un silbido de admiración, y lo levantó para contrastarlo con la luz.
—Joder, ¡y además es legal! Pásate por el mostrador de abajo cuando tengas un segundo y firmas la tarjeta. —Se volvió con gesto torpe y se fue hacia la puerta, desde donde le dijo a Logan—: Y tómate algún día libre de una maldita vez, estás arruinando la nómina de las horas extras.
—Eh, Bello Durmiente. —Olor a café, bacon y tabaco rancio—. No se le paga para dormir en el trabajo. —Logan abrió un ojo y vio a la inspectora Steel inclinada sobre él. Entre gruñidos, sacó las piernas fuera del colchón recubierto de plástico azul y buscó con gesto desabrido los zapatos con los pies sobre el frío suelo marrón—. Joder —exclamó Steel—, tiene un aspecto que da pena.
—¿Qué hora es? —Bostezó y se desperezó.
El relleno de su cerebro parecía más caliente y áspero de lo normal, como si alguien le hubiera enguijarrado las paredes interiores del cráneo con gravilla caliente mientras él estaba dormido.
—Tenga. —Steel le ofreció una taza de café con leche—. Creo que yo no lo necesito tanto como usted. —Logan dudó unos segundos, antes de aceptarla. Dio un trago largo y la dejó en el suelo para poder ponerse la chaqueta, cosa que le costó cierto esfuerzo. Tuvo que mirar dos veces el reloj para poder ver la hora que señalaban sus borrosas manecillas. Las ocho y diecisiete minutos. Había conseguido dormir dos horas enteras. Steel se sentó a su lado en el camastro de la celda y se acabó el bocadillo de bacon mientras Logan se ponía los zapatos—. A ver si se dejan atar los cordones. —Se chupó la salsa de tomate de los dedos—. Déjeme que adivine: ¿tormenta en el paraíso?
—¿Ha llegado Insch?
—No. El inspector detective Obeso Cascarrabias está en un atasco en la carretera de Oldmeldrum. Un idiota, que ha querido adelantar un tractor y se ha empotrado contra un camión. Así que estará de un humor de perros cuando por fin logre llegar. Como siempre, ¿no? —Sonrió, lo miró de arriba abajo y le dio una suaves palmaditas en el hombro—. Váyase a casa.
—No puedo —dijo al tiempo que se incorporaba—. Tengo que entregarle la documentación del caso de Frank Garvie, y la autopsia es a las diez. —Y a Jackie le tocaba librar, así que no quería volver al apartamento.
—Sí, bueno… Dese una ducha entonces. Huele como un plato indio trasnochado.
Tenía aún el pelo mojado cuando llegó Insch, con un tono rubicundo en el rostro tres veces más intenso de lo habitual. Aulló:
—¡McRae! ¡A mi despacho! —A medida que avanzaba dando fuertes pisotones, los agentes se escabullían a su paso.
El despacho se llenó de murmullos amenazadores a medida que hojeaba la documentación que Logan le había dejado encima del escritorio la noche anterior. El obeso cogió la última hoja del expediente, la nota de suicidio de Garvie, envuelta en una bolsa de plástico transparente de recogida de pruebas.
—«Lo siento». ¿No hay más?
Logan reprimió un bostezo.
—Hay un poema en el reverso.
—Lo imaginaba. —Insch le dio la vuelta a la bolsa y lo leyó, moviendo los labios mientras lo hacía—. La verdad es que es bastante bueno —concluyó, mientras volvía a darle la vuelta—. «Lo siento»… Bueno, habría sido mejor que no hubiera suprimido la parte: «por haber matado a Jason Fettes», pero supongo que bastará. —Insch guardó la nota en el expediente, de donde la había sacado—. ¿Qué hay de esos códigos?
Logan sostuvo en alto una pequeña bolsa de plástico, el fondo de la cual estaba cubierto de pedacitos de plástico roto y fragmentos de metal retorcido.
—Encontramos esto en la cocina del apartamento.
El inspector le arrancó la bolsa de las manos y escudriñó el contenido arrugando el entrecejo.
—¿Se puede…?
—Identificación dice que lo machacaron repetidas veces con un martillo. Lo que hubiera ahí se ha perdido.
—Hmm. —Insch lo dejó caer sobre su escritorio y se quedó mirando pensativo el gran póster de Mikado—. ¿Tenemos respuesta de los informáticos, a propósito de las direcciones de correo electrónico de Fettes?
—Aún no.
—¡Oh, por todos los diablos! ¡Hace días que tiene las direcciones de Fettes en Hotmail!
—He estado persiguiéndoles —mintió Logan—, y pensaba ir de nuevo a verles después de hablar con usted.
—Bueno, pues dígales que espabilen. Porque Garvie esté muerto, no vamos a dejar de llevar esta investigación hasta el final y como es debido. No quiero que lo pasen al final de la pila. ¿Entendido?
—Sí, inspector.
—¿Y la autopsia?
—A las diez.
Insch se miró el reloj.
—¿Qué hace aquí entonces perdiendo el tiempo? ¡Haga que esos vagos imbéciles de informáticos se pongan a trabajar! Y dígale a Rennie que quiero verle.
Logan hizo un gesto de asentimiento, mientras notaba como si algo hubiera prendido en su cabeza. Que estuviera evitando encontrarse con Jackie, no significaba que no fuera a tener «unas palabras» con el capullo del detective Simon Rennie.