Capítulo 24

A primera hora del martes por la mañana, Logan se encontraba en el despacho del inspector Insch, escuchando las quejas del gran hombre acerca de no contar con los recursos suficientes para procesar a Frank Garvie por asesinato. Seguían sin encontrar al que pudiera haber llevado a Jason Fettes para matarlo. No tenía ningún otro bien inmueble, ni en propiedad ni en alquiler, ni visitaba con regularidad a ningún pariente anciano para ocuparse de él, ni a ningún compañero del trabajo, y el hilo de los hostales y las pensiones estaba en un punto muerto. Lo único que tenían era el gran consolador negro que habían encontrado en el armario de Garvie. Ciertamente estaba lleno de ADN, pero ninguna de las muestras pertenecía a Jason Fettes.

Con el entrecejo fruncido, el inspector abrió otra bolsa tamaño familiar de gominolas en forma de niñitos.

—La fiscal no está contenta, precisamente —dijo, arrancándole la cabeza a un pequeñín de color rosa—. Dice que no vamos a conseguir una condena sin pruebas de convicción… —Un puñado de figuras diminutas desapareció en el interior de la boca de Insch, para ser tristemente masticadas—. Y encima hoy tengo la chorrada esa sobre el terrorismo. ¡Como si no tuviera bastantes cosas de que ocuparme!

Cogió de la bandeja de entrada un ejemplar del Scottish Sun de aquella mañana y lo desplegó sobre la mesa. «MACINTYRE DICE: “¡ME QUERELLARÉ!”». El titular figuraba encima de una foto del feo futbolista y de su abogado Sandy Moir-Farquharson, impecablemente vestido. «LA POLICÍA ATRAPA AL NIÑO ASESINO» estaba relegado a un pequeño recuadro lateral.

—Por si no teníamos bastante con una denuncia por acoso policial, ahora ese pequeño cabrón violador cree que puede demandarnos por calumnias y difamación. —Las salpicaduras de saliva brillaban bajo las luces del techo. El inspector apretó las mandíbulas, adquiriendo un delicado matiz violáceo colérico, y se volvió a mirar por encima del hombro de Logan hacia el gran póster enmarcado del Mikado. El hombre echaba humo—. ¿Qué me dice de su coartada del viernes por la noche?

—Mandé a Rickards a que la comprobara. Macintyre y su novia salieron del pub a las nueve, fueron al establecimiento de comida para llevar, donde cogieron unos tallarines chinos con pollo, ternera en salsa de judías negras…

—¡No le he preguntado por el menú, maldita sea!

—Disculpe, inspector. Se marcharon de ese sitio a las nueve y media.

Insch le dedicó una sonrisa lúgubre.

—Nikki Bruce sufrió la agresión entre las doce y las doce y cuarto de la noche… Esa media mierda tuvo tiempo más que suficiente para ir en coche hasta Dundee y verla salir del pub.

—Solo que su novia jura que estuvo toda la noche con ella, y no tenemos nada que demuestre lo contrario, así que…

La sonrisa del inspector se esfumó.

—¿Usted de qué lado está, exactamente, sargento?

Logan no respondió e Insch le miró con el ceño fruncido, dejando que el incómodo silencio se hiciera mayor, antes de coger el expediente del caso Fettes de encima del escritorio y lanzarlo por encima de la superficie de formica.

—Quiero que analice cosa por cosa todo lo que aprehendimos en el apartamento de Garvie. Encuéntreme una conexión. Algo.

Rickards le esperaba en el minúsculo centro de coordinación que entre ambos se habían improvisado, cuando apareció Logan trastabillándose con la enorme caja que había sacado del armario donde guardaban las pruebas. El agente le ayudó a depositarla sobre la mesa, mientras miraba de soslayo el contenido, con recelo. Estaba todo recubierto de una pátina de polvo blanco y negro para la obtención de huellas dactilares, y los objetos estaban sellados en bolsas de plástico individuales.

Logan señaló la caja abierta.

—El inspector Insch quiere que lo analicemos todo. Antes de que diga nada: ya lo sé. ¿Vale?

—Oh, Dios mío… —Rickards sacó un montón de DVD con títulos tales como Deutsche Mannliebe y Knechtschaftgummijungen, con un montón de hombres medio desnudos en la portada. Algunos de los cuales llevaban lederhosen—. No tendremos que ver todo esto, ¿no?

Logan le dio unas palmaditas en el hombro.

—Tendremos no: tendrá. Yo tengo que ir a la Oficina de Información, a recabar datos sobre los servidores.

—¡Denos una oportunidad! —dijo el tipo de mediana edad con una camiseta de Skate or Die, sentado detrás de un escritorio repleto de ordenadores portátiles, ratones y pósit con anotaciones garabateadas—. Llevamos investigando todo este material desde la redada en el burdel. Es imposible que podamos empezar a mirar lo suyo antes de una semana por lo menos.

A Logan no le gustó cómo había sonado aquello.

—¿Y los de Dundee? Se supone que ellos eran los expertos con los ordenadores…

El otro se encogió de hombros.

—Un auténtico fraude, ya ve… TEEC mínimo de cuatro semanas.

—¿TEEC?

—Tiempo Estimado de Espera Cascándosela.

Cogió un boli viejo de encima de su pocilga de escritorio y se metió la punta en la boca, succionando distraídamente. Un cigarrillo placebo.

—Insch se va a poner hecho una furia si no hacemos lo que ha pedido.

Skate of Die maldijo.

—Fantástico. Finnie por una oreja e Insch por la otra. Vaya una semana más puta…

—¿Y no podría echarle una ojeada rápida?

—¡No! Ya tengo a Finnie encima tal como están las cosas. —Se sacó el bolígrafo de la boca y, en un gesto automático, tiró la inexistente ceniza al suelo—. Bueno, a lo mejor… Mire, veré qué puedo hacer, ¿vale? Pero no puedo prometérselo.

Eso era mejor que nada.

Eran las nueve de la mañana, y Logan decidió que ya era hora de que Rickards se tomara un descanso. Se llevó al agente a la cafetería y le invitó a una taza de té y a un bollo con jamón. Ambas cosas desaparecieron en tiempo récord.

—¿Le faltan muchos? —preguntó Logan, mientras Rickards se limpiaba las manos de grasa con una servilleta de papel.

—Seis. —Se quitó las gafas y se frotó los ojos—. A velocidad rápida, el porno duro gay alemán es aún menos divertido de lo que parece…

—¿Otra vez hablando de su vida personal? —Era el detective Rennie, con un cruasán y una taza de café. Se sentó sonriendo de medio lado—. En serio, he estado a un paso de…

—¡Yo no soy gay! —Rickards se puso en pie de un salto—. ¡Mierda! ¿Qué problema tenéis conmigo, capullos? ¿Sabes una cosa? ¡Que yo follo más en un mes que tú en un año! —Se inclinó sobre la mesa para clavarle el dedo a Rennie en el hombro, mientras se hacía el silencio en toda la cafetería—. ¡Con mujeres! Rollo BDSM, ¿vale? ¡Que tú seas incapaz de entender algo, no significa que sea de gays! —Y salió dando pisotones.

Rennie se había quedado boquiabierto e inmóvil, hasta que poco a poco fueron reiniciándose las conversaciones.

—Solo estaba bromeando.

—Sí, bueno… Está un poco sensible.

—Ah, ¿sí? —Rennie arrancó un pedazo de cruasán y lo engulló junto con un trago de café—. No pretendía insinuarle nada en serio, era por seguir la guasa. —Se quedó mirando la puerta vacía—. ¿De verdad que le va el rollo ese del cuero y los azotes? —Sonrió—. Seguro que ahora mismo está llamando por teléfono a sus amigos de la mafia bondage. Cuando me despierte mañana me encontraré la cabeza de un caballo con una máscara sado encima de la colcha.

—¿No le parece que ha reaccionado de manera un poco exagerada, antes? —le preguntó Logan una vez de vuelta en su cutre centro de operaciones, mientras dejaba una nueva taza de té delante de Rickards, enfurruñado y con el labio inferior saliente.

El agente le miró con el ceño fruncido.

—¿Se lo ha dicho usted a todos? Había confiado en usted y ahora…

—¡Pues claro que no les he dicho nada! Rennie solo quería tocarle las narices. No lo sabía nadie. Es decir, hasta que usted lo ha proclamado en la cafetería a los cuatro vientos…

Rickards abrió la boca para replicar algo, pero se quedó paralizado con una expresión de horror al comprender lo sucedido.

—Oh, mierda. —Se cubrió la cabeza con las manos.

—Felicidades. —Logan le dio unas palmadas en la espalda—. Acaba de salir del armario del bondage.

Era casi la hora de comer cuando llegaron hasta el final de alijo porno de Frank Garvie, y para entonces Rickards estaba ya empezando a asumir su salida del armario. Los DVD eran lo que parecía, y en los vídeos caseros aparecía Garvie con su traje de una pieza de látex rojo oscuro, a veces con amigos, pero en la mayoría de ocasiones solo. Lo único que no había revisado Rickards eran las dos latas de películas de diecisiete milímetros. Logan abrió La venganza del mayordomo y examinó la caja. De acuerdo con los especialistas en audiovisuales de la Oficina de Información, era probablemente de época victoriana, y en la comisaría no tenían nada con que poder reproducir un material de filmación tan antiguo. Tampoco es que importara mucho, cualquier cosa ilegal que pudiera haber allí, hacía bastante tiempo que había superado la fecha de caducidad. No había nada que relacionara a Frank Garvie con el cadáver de Jason Fettes.

Rickards cogió una de las viejas latas de películas.

—Ehm… sargento —dijo, mientras le daba la vuelta y leía el título: Alegres travesuras—. Creo que son robadas… —La dejó encima de la mesa y fue a rebuscar en un montón de papeles de oficina apilados en el suelo junto al radiador. Cogió un puñado de formularios, que hojeó mientras murmuraba para sí—. Aquí está: tres latas de películas eróticas antiguas, de época victoriana, robadas de ClarkRig Training Systems. Sabía que me sonaban. —Sonrió, orgulloso de sí mismo—. Ya le dije que estuve leyendo los informes de las denuncias.

Logan comprobó la lista de material robado. Rickards tenía razón: Zander Clark, principal productor porno de Aberdeen, había denunciado la desaparición de las películas entre una multitud de otros juguetes y artículos antiguos relacionados con la industria sexual, además de varios ordenadores, teléfonos móviles y cámaras de vídeo digitales por añadidura. En el rostro de Logan se dibujó lentamente una sonrisa.

Marcó el número del inspector Insch, pero la llamada saltó directamente al buzón de voz, así que probó con Steel. De nuevo el buzón de voz. Otro intento más: el centro de control, donde una mujer con un acento de Banff casi impenetrable le anunció que ambos inspectores estaban en la inspección de situaciones de alarma antiterrorista y que no saldrían hasta después de las seis. Logan colgó y se dio golpecitos con el móvil en la barbilla.

—Me parece —dijo al fin— que usted y yo vamos a tener que ir a hacerle una visita al señor Frank Garvie. A ver si es capaz de explicarnos por qué tenía material pornográfico victoriano robado escondido en un cajón de ropa.

Pero primero tenían que dar un pequeño rodeo para contrastar cierta teoría.

Zander con Z estaba en la sala de montaje, con una gran taza termo de café descansando junto a un plato de stovies, dentro del cual los oscuros discos de remolacha en vinagre teñían de morado la patata. En la pantalla, unas personas con casco de obrero se movían de un lado para otro, mientras el director manejaba la consola. Ni siquiera miró a Logan y Rickards cuando éstos entraron.

—Estoy con ustedes en un minuto… Es una escena importante…

—¿Cuándo salen las vikingas desnudas?

El fornido hombretón pulsó un botón, y las personas quedaron inmovilizadas en la pantalla.

—No salen —dijo, rebobinando y pulsando el play, observando intensamente el producto acabado—. ¡Perfecto! —Se recompensó a sí mismo con una gran cucharada de stovies, que masticó mientras hablaba—. Esto es ¡La seguridad es lo primero! Guía para el manejo de containers. La mayor parte de la gente no se preocupa por el argumento ni por los elementos narrativos cuando realiza este tipo de películas. «No haga esto», «no haga lo otro»… Mis películas sobre cuestiones de seguridad tienen tema, contenido y subtexto. Por eso ganan premios.

—Sin duda… —Logan le cogió a Rickards de las manos una de las latas de películas antiguas—. Nos preguntábamos si reconocería usted esto.

Zander abrió los ojos de par en par.

¡La venganza del mayordomo! ¡Han cogido al cabrón que me las robó! —Alargó el brazo y arrebató la otra de las manos del agente—. ¡Y Alegres travesuras! —Se quedó callado, con expresión ligeramente atónita—. ¿Qué ha pasado con La gatita Katy y todo el resto del material?

—¿La gatita…?

—… Katy. Es una mujer que sale disfrazada de gatita, lamiéndose ella misma. Una de esas típicas actuaciones circenses de la época victoriana. Pornografía contorsionista decimonónica. Una pieza de coleccionista muy, muy rara. —Sostenía las películas contra el pecho, acunándolas—. Lo tienen guardado, ¿no? El resto del material robado…

—Tenemos varias líneas de investigación abiertas, en estos momentos. —Lo cual por lo general solía significar: «no tenemos ni una puta pista»; por lo que era bastante agradable poder utilizar la expresión con propiedad por una vez—. Tendremos que retenerlas durante un tiempo, por si se necesitan como prueba. —A Zander se le oscureció el rostro—. Pero las recuperará.

El director asintió.

—Al menos las han encontrado… Ah, una cosa —y salió disparado a la recepción, volviendo con un par de DVD—. Me sentía un poco mal por no haberle obsequiado con una copia la última vez. Aquí tiene, es lo mejor que he hecho. —Le regaló a Rickards la suya también: Crocodildo Dundee.

Logan le dio la vuelta al cajetín que tenía entre las manos, y allí, en la cubierta, en una pose exageradamente teatral detrás de las largas y bronceadas piernas de la protagonista, estaba Jason Fettes vestido de gángster. El cual era el verdadero motivo de la visita.

—Nunca nos ha preguntado qué le había pasado.

—¿A quién? —La sonrisa de Zander se rebajó unos milímetros.

—A Jason Fettes, alias Phal O’Longo. En ningún momento nos preguntó qué le había pasado.

—Ah, ¿no?

—Porque ya lo sabía, ¿no es así?

Logan se guardó el DVD en el bolsillo del abrigo y se recostó en la mesa de mezclas, con los brazos cruzados y aplicando la técnica del silencio patentada del inspector Insch.

—Yo… bueno… depende de lo que quiera decir con que lo sabía… —Se aclaró la garganta—. Mire, lo que yo sabía era que Jason estaba metido en otras cosas. ¡Nada más! Yo no sabía que estuviera muerto, ni que le hubiera pasado nada. Me vuelvo un poco obsesivo cuando estoy trabajando en una película.

—¿En cosas diferentes del ambiente BDSM?

Las mejillas de Zander se ruborizaron de pronto.

—Él… ofrecía servicios… sexuales.

—¿Y eso en los últimos tiempos?

Un asentimiento, con una risita.

—Estaba tan desesperado por irse a Hollywood para intentar convertirse en un actor de verdad… Y estaba trabajando sobre un guión. Le sorprendería la de gente que quiere acostarse con un actor porno auténtico, incluso aquí en Aberdeen. —Se siguió un silencio incómodo—. Recibíamos correos electrónicos a través de la página web de Crocodildo.

Logan guardaba silencio mientras observaba cómo Zander Clark, productor de cine porno, empezaba a sudar.

—No piense que yo era su… chulo, porque no es así. ¡Nunca me metí en nada de eso! Siempre lo consideramos como correos de fans, y se los reenviamos. ¡Tiene que creerme!

—¿Guardó las copias?

—¡No! No guardé nada, lo borré todo. Todo aquello no tenía nada que ver conmigo, ni con la empresa. Si Jason quería ganarse un poco de dinero acostándose con cuarentonas o con cincuentonas ilusas, era su problema… —Se puso a rascarse en el lateral del dedo gordo con la uña del índice—. Le hablo en serio, no sé nada más.

—Quiero la dirección de correo electrónico a la que reenviaba los correos.

—Claro, por supuesto, no hay ningún problema, encantado de colaborar con la policía, como siempre. —Su intento de afabilidad jovial se pasó de la raya unos tres pueblos.

—Ya lo ve —dijo Logan mientras aquel gordinflón se iba corriendo a buscar lo que le habían pedido—, también Miss Marple acierta algunas veces.