Capítulo 19

Insch le pidió a Logan que se pusiera al volante del Range Rover, él estaba demasiado ocupado leyendo la propaganda de la contraportada de su nuevo DVD.

—¿Sabe? —dijo mientras Logan se abría paso a través del tráfico de un domingo a la hora de comer—, siempre he querido trabajar en el cine. Sí, claro, puede que no en este tipo de cine, pero sí en películas de verdad, con cámaras, luces, claquetas…

Logan no había oído nunca a aquel hombretón suspirar de aquella forma tan melancólica.

—¿No le parece un tipo un poco sospechoso? —preguntó, girando y uniéndose al tráfico de King Street—. Todo lo que hace está lleno de sexo anal y consoladores. Es un obseso.

—¿Y?

—Recuerde cómo murió Jason Fettes: hemorragia interna, rasgadura de esfínter, prolapso… —Se quedó encajonado entre un autobús y un cochambroso camión gris—. Y luego, cuando Steel y yo le enseñamos la foto de Fettes y le preguntamos si lo conocía, no preguntó que qué había hecho.

Insch frunció el entrecejo y se puso a rebuscar en la guantera, lo que provocó una avalancha de envoltorios de caramelo.

—Tampoco todo el mundo lo pregunta. —Se metió un caramelo de toffee en la boca—. Lleva demasiado tiempo frecuentando a la inspectora Steel. Se le ha podrido el cerebro.

En el apartamento de Frank Garvie no contestaron a la llamada, así que probaron con la dirección de su trabajo. El Parque Científico y Tecnológico de Aberdeen estaba ubicado en una pequeña zona verde, en medio de los árboles, en la zona de Bridge of Don. Los aparcamientos estaban prácticamente vacíos, a excepción de unos pocos vehículos y de una familia de ciervos que pacía en los márgenes de césped. Las oficinas donde trabajaba Garvie ocupaban un par de salas en un ala de Davidson House, un edificio en forma de estrella de mar situado en el extremo más alejado del Campus Uno. No tenía mucho aspecto de actor porno, con su calva incipiente, el rostro ligeramente mofletudo, impecablemente afeitado y vestido con camisa y corbata. Nada que hiciera sospechar el cuervo y la calavera tatuados en el trasero que Logan había visto zarandeándose en Desde el látex con amor. No iba con aquella oficina.

Todos los demás habían salido a comer, de modo que tenían toda la planta para ellos: un ramillete de cubículos decorados con plantas, Darth Vaders de plástico y tiras cómicas de Dilbert. Las persianas estaban bajadas para evitar el reflejo del sol en las pantallas de los ordenadores. Garvie esbozó una sonrisa nerviosa cuando el inspector se acomodó en una de las sillas de oficina y lanzó sin disimulo un vistazo a su alrededor.

—Así que ya no está en eso del porno, ¿eh?

—Ehm… no… Y preferiría que no se supiera, ¿de acuerdo? Éste es un buen trabajo.

—De informático.

—El sueldo es mucho mejor, hago horas extras fines de semana y… bueno, ya me entiende… —Insch se quedó sentado sin decir nada, mirándolo fijamente y dejando que el silencio se hiciera mayor. Garvie no tardó en sentirse lo bastante incómodo para empezar a hablar de nuevo—. Es que ya no podía, ¿vale? Tener una erección, me refiero. No se me levantaba. Intenten tirarse a dos mujeres delante de media docena de personas, más los cámaras y los técnicos de sonido, y con alguien dando continuamente instrucciones a voz en grito… No es fácil. —Se cruzó de brazos, mordiéndose el labio inferior, y continuó—: Y luego… Miren, es algo… —Una tos incómoda—. Ya habrán oído hablar de los actores que no son gays pero hacen escenas gays… Bueno, en mi caso era justo al revés.

—Y no lo sabe nadie…

Garvie agachó la cabeza, murmurando:

—Un par de amigos. Mis padres, no, ni los compañeros de trabajo. Por eso… preferiría que ustedes no… —Se encogió de hombros—. Ya me entienden.

—No se preocupe, caballero, somos la discreción personificada. ¿No es así, sargento?

Eso significaba que era el turno de Logan.

—¿Dónde estaba usted el lunes por la noche, de hace cuatro semanas?

—¿Cuatro semanas? Pues… —Consultó su calendario de Star Trek—. En casa, puede. Los lunes suelo quedar con mi grupo de juegos de rol, pero creo que ese día estaba en cama con algo.

Insch sonrió.

—¿Y tiene nombre, ese «algo»?

Garvie se ruborizó.

—Habría sido inútil… sigo sin poder… —Se aclaró la garganta—. Soy impotente —concluyó con la vista clavada en una imagen del capitán Kirk peleándose con Spock en una especie de anfiteatro.

—Entiendo. ¿Y hay alguien que pueda confirmar que estaba en la cama, solo?

—No, a no ser que valga mi gato. ¿Qué se supone que puedo haber hecho?

—¿Conoce al señor Jason Fettes?

Garvie no se tomó siquiera tiempo para pensarlo.

—No.

—¿De verdad? —Logan sostuvo en alto uno de los DVD de Fettes—. Es curioso, porque él también aparecía en Desde el látex con amor. ¿Lo ve?

—Bueno. —Garvie no apartaba los ojos de Kirk y Spock—, cuando haces una película no siempre conoces a todos los que…

—Junto con él le hicieron una doble penetración a una chica llamada «Bruma». Él estaba debajo, digamos.

Silencio.

—Hubiera preferido no tener que hablar de todo eso.

Insch vio una bolsa abierta de caramelos Skittles encima del escritorio y se sirvió unos cuantos.

—Mala suerte.

—Él… —Respiró hondo—. Mire, de verdad me siento muy incómodo hablando aquí de esto. En fin, lo vi en el periódico…

—Pero no nos llamó para identificarle…

—Quería llamar… pero…

Silencio.

En las axilas de Garvie habían empezado a formarse círculos oscuros, y se desprendía de él un olor a curry rancio, como una niebla pestilente. Removiéndose en su asiento, levantaba la vista hacia las placas del techo, luego se miraba las manos, y una vez más al calendario de Star Trek. Lo que fuera con tal de evitar la mirada del inspector Insch o de Logan. Aunque lo hubiera intentado, no habría podido parecer más culpable.

—Pero… después… pensé que ya poco importaba… —Garvie se pasó la mano por la frente húmeda, y luego se la secó en los pantalones—. Trabajamos juntos un par de veces, eso es todo.

—¿Llegaron a verse alguna vez, fuera del trabajo, con más gente tal vez?

Un gesto de inquietud.

—Pues… no… bueno… ehm… —Tenía las mejillas rojas como la grana—. Con él… este… —Tragó saliva—. Nos vimos en alguna que otra… fiesta.

—¿Qué tipo de fiesta?

—BDSM… Fiestas BDSM.

Insch frunció el entrecejo.

—¿Qué demonios es…?

Logan le ahorró a Garvie las explicaciones:

Bondage, dominación y sadomasoquismo. Hasta donde sabemos, Fettes era un tipo bastante activo en ese ambiente.

Se hizo un silencio incómodo, hasta que Garvie carraspeó, se agitó un poco más en su asiento y dijo por fin:

—Cuando empecé a tener el… problema, yo… bueno… a veces ir allí me ayudaba. El… no es que… —Tiró la toalla—. Solíamos ir a fiestas en locales de Ellon, o de Cults. También a Westhill, alguna vez. En esos sitios suele haber el Cuarto Oscuro, que no es más que una simple habitación llena de asientos acolchados, tipo beanbags y cosas así. Con las ventanas cerradas, sin luces. Yo me ponía el traje entero de látex, rojo oscuro, a medida… de Kastley, lo mejor del mercado… Ahora ya no me viene… —Garvie hizo una pausa y respiró hondo—. Se trata de que todo sea anónimo, pero yo sabía que Jason… A veces él y yo… —Se encogió de hombros sin acabar la frase.

—Trata de decirnos que Jason era gay.

Garvie estuvo a punto de reírse.

—Las cosas no son así. Gay, «hetero»… es… no se trata de eso. No lo entenderían.

—De modo que usted y Jason se encontraban en fiestas bondage y practicaban el sexo. ¿Por qué nos ha dicho que no le conocía?

—¿A usted qué le parece? Yo nunca le hice daño, ¿de acuerdo?

Logan se inclinó por encima del escritorio y tocó a Garvie en el brazo con mano comprensiva.

—¿Ni siquiera si él se lo pedía? ¿Si quería que usted fuera su «amo»? ¿Es eso lo que pasó, Frank? ¿Le pidió él que le hiciera daño, y el juego se les fue de las manos?

—¡No! ¿Saben una cosa? ¡Sabía que me harían esto! Yo no hice lo que ustedes insinúan.

—A veces pasan accidentes, Frank. Somos capaces de entenderlo.

—¡No fui yo! ¡No veo a Jason desde hace un mes!

—Hace cuatro semanas que murió.

Garvie echó la silla hacia atrás de un empujón y se puso de pie, tambaleándose.

—¡¡No fui yo!!

—Cálmese, Frank…

—¡No pueden cargarme con esto! ¡Yo no he hecho nada! —Se secó el sudor de la frente—. ¡No es justo!

—¿Qué no es justo? —Insch se volvió hacia él—. Voy a decirle lo que no es justo. Un joven muerto en el depósito mientras un enfermo hijo de puta sale limpio de un asesinato. ¡Eso no es justo!

Garvie retrocedía, temblando.

—Quiero un abogado.

—Apuesto a que sí. Sargento, acompañe al señor Garvie al coche, por favor. Vamos a dar un paseo.

Instalaron a Garvie en el asiento trasero del Range Rover de Insch y bloquearon las puertas con el seguro para niños. El inspector iba al volante, de regreso al centro de la ciudad, mientras Logan hacía compañía al exactor porno y se aseguraba de que no intentaba nada. El cielo se había oscurecido y el viento traía gotas de espuma blanca procedente de un mar del Norte del color del acero, al girar por el Paseo Marítimo.

Un puñado de valientes habían desafiado a los elementos y paseaban a sus perros por el camino de la playa, mientras los faldones del abrigo les batían contra las piernas. El campo de golf de Kings Links estaba casi desierto, así como la calzada, y solo se oía el ruido sordo al pisar los agujeros en el asfalto y algún que otro lamento ocasional de parte del «invitado». El hombre, replegado sobre sí mismo, iba aterrado y temblando, lanzando miradas fugaces a izquierda y derecha, mientras en la frente se le acumulaban las gotas de sudor. No estaba para charlas.

—¿Sabe? —probó Logan una vez más—. Las cosas tampoco tienen por qué ser tan difíciles, Frank. Lo único que necesita ahora mismo es hablar con nosotros.

Garvie había ido apartándose poco a poco de él hasta acabar pegado a la portezuela del otro extremo sin haber dicho una palabra. Logan suspiró y se volvió a mirar el paisaje por el lado del terraplén junto al paseo, mientras llegaban a la altura de la zona de prácticas del campo de golf. Entre ese punto y la calzada había un viejo minigolf medio abandonado: una ruinosa colección de cuatro anclas blancas oxidadas y algunos fragmentos de cemento, todo ello iluminado por un haz de dorada luz solar. Un chicuelo golpeaba una pelota de golf en la hierba irregular, completamente inconsciente del viento que ululaba y las nubes que amenazaban lluvia. Logan le envidió su suerte, en aquellos instantes le habría encantado volver a ser tan inocente y despreocupado como él y…

—¡Pare el coche!

Insch no necesitó que se lo dijeran dos veces y pisó el freno a fondo. El Range Rover se detuvo con un chirrido de neumáticos, y Logan accionó la manilla de la puerta. Que no se abrió.

—¡Maldito seguro para críos!

—¿Qué diablos le ha cogido…?

—¡Déjeme salir!

—¿Sargento? —Logan pulsó con el pulgar el botón para bajar la ventanilla, sacó el brazo por la abertura y abrió la puerta desde el exterior. Insch se desabrochó el cinturón de seguridad, al tiempo que gritaba—: ¿Qué ha pasado?

Pero Logan se había bajado ya del coche de un salto y bajaba por la pendiente del terraplén, corriendo todo lo que le permitían las piernas, en dirección a la gran ancla pintada de blanco que señalaba el límite norte del campo de minigolf, mientras gritaba volviendo la cara por encima del hombro:

—¡Es Morrison! ¡Pida refuerzos!

Estuvo a punto de caerse de bruces al saltar por encima de una mata de aulaga y resbalarse sobre la hierba al aterrizar al otro lado del arbusto, pero consiguió mantener el equilibrio haciendo molinetes con los brazos. El niño le daba la espalda a Logan y no se había dado cuenta de la presencia de éste. Inclinado sobre su putter, trataba de acertar la pelota en un tramo de tubería vieja de poco más de medio metro. Levantó la vista en el último momento, justo cuando Logan se abalanzaba sobre él, y ambos caían contra el suelo. El chico gritó, y Logan le aplastó la cara contra la hierba húmeda, mientras se sacaba las esposas. Con respiración entrecortada, dijo:

—Sean Morrison… quedas arrestado… por el asesinato de Jerry Cochrane… —Se oían gritos de fondo—… y por el intento de asesinato de la agente de policía Jess Nairn. ¡Estate quieto! No tienes que decir nada, pero puede actuar en tu contra en el momento de tu defensa si al interrogarte no mencionas algo… —Las coléricas voces se acercaban cada vez más. Sean se debatía bajo su cuerpo, y Logan le puso la rodilla en la zona lumbar de la espalda. Tratando de no disfrutar demasiado del gañido de dolor. Así aprendería a no ir por ahí pegando patadas en la cabeza a los policías—… que luego sea de tu interés en el juicio…

—¡Suéltele!

—Todo lo que digas podrá ser utilizado como prueba. —Logan se sacó la placa de policía y la enarboló ante el tipo enfurecido que había cruzado corriendo el minigolf, seguido de cerca por una mujer—. Policía… No se acerquen, todo está bajo…

Un puño entró en contacto con su pómulo, haciéndole girar la cara. Logan cayó sobre la hierba, y aunque trató de levantarse de inmediato, el hombre saltó sobre él. Un nuevo puñetazo le alcanzó en el lado de la cabeza, y el mundo entero le rugió en los oídos, junto con las voces de una mujer que gritaba algo.

Logan agarró al tipo por la ingle y trató de apretar fuera lo que fuera lo que hubiera pillado. De apretar y de retorcer. Al tipo se le puso la cara amoratada, mientras le caía un hilo de saliva del labio y Logan se lo quitaba de encima de un empujón. Acto seguido consiguió por fin ponerse de pie y darle una patada en el trasero que lo mandó de bruces al suelo. Logan se tambaleó, recuperó el aliento y se sentó dejándose caer a peso sobre la rueda de la cureña del falso cañón situado entre el segundo y el tercer hoyo.

—¿Qué parte…? —jadeó con la boca llena del sabor a cobre de la sangre fresca—, ¿qué parte de «policía, no se acerquen» es la que no ha entendido?

—¡Cerdo mamarracho! —La mujer le escupió.

Logan recogió la placa de policía tirada sobre la hierba a los pies de Sean Morrison y se la plantó en las narices.

—¡Policía!

Se inclinó hacia delante, con las manos apoyadas en las rodillas, conteniendo las ganas de vomitar. La mujer mientras acudió a atender al niño y, entre lágrimas, lo incorporó hasta colocarlo de rodillas, lo cubrió de besos en la frente y en las mejillas, y luego se levantó, se fue directa hasta Logan y le propinó un gancho de derecha. Mejor que el del hombre.

—¡Cerdo asqueroso! ¡Cerdo, cerdo, cerdo!

Soltó otro puñetazo, pero éste no pilló desprevenido a Logan. La agarró del brazo y le hizo perder el equilibrio. La mujer fue a dar contra la rampa de metal entre las ruedas del cañón, tropezándose y yendo a caer cuan larga era con las piernas separadas a lado y lado del hoyo tres, entre gruñidos.

—Pero ¿qué demonios les pasa a ustedes? —Logan se incorporó a duras penas—. ¡Soy policía! ¡Este crío es sospechoso de asesinato! Au…

Le dolía el interior de la boca: se había dado un buen mordisco en la mejilla. Escupió un salivazo de sangre al suelo, mientras el Range Rover de Insch frenaba haciendo rechinar las ruedas junto a la caseta abandonada de la entrada, donde alquilaban los palos de minigolf mientras estaba abierta la temporada. El inspector se apeó del vehículo y cerró el seguro con la llave a distancia, dejando a Garvie esposado en el asiento de atrás. Cruzó pesadamente el campo de minigolf con sorprendente rapidez.

—¿Lo tiene?

Logan asintió con la cabeza.

—Ahí está.

Hizo una mueca de dolor y se exploró el interior de la boca con el dedo. Se le movía un diente.

Insch izó al chico hasta ponerlo de pie. El pequeño asesino de ocho años de edad gemía y lloriqueaba, con la cara llena de mocos y de lágrimas. Logan se sacó el dedo de la boca, petrificado:

—Mierda.

No era Sean Morrison.