Capítulo 17

Las notas de un piano al ser torturado saludaron a Logan cuando cruzó la entrada principal del Arts Centre. De acuerdo con los carteles colgados fuera, en el gran pórtico de altas columnas, durante aquella semana debían celebrarse una serie de representaciones de obras de Samuel Beckett, pero encima del cartel que anunciaba Esperando a Godot había una franja pegada en la que se leía: SUSPENDIDO. Lo cual explicaba cómo era posible que Insch se hubiera apoderado del Arts Centre y hubiera convocado a todo el mundo para un ensayo general, a pesar de ser sábado por la noche. Lo habitual era que una producción no pusiera los pies en el escenario hasta un día o dos antes del estreno. A juzgar por cómo sonaba, el Mikado de Insch no estaba ni mucho menos preparado para eso.

Logan se coló por entre las puertas que llevaban al teatro: alfombra color burdeos, revestimientos de caoba, filas y filas de asientos vacíos delante de un escenario ocupado por algunas de las personas más zoquetas que Logan había visto jamás, la mayoría de ellas vestidas con sudadera y tejanos. Abajo, en la primera fila, estaba el inspector Insch dirigiendo a sus actores:

—Vamos, otra vez, desde «arrancaré la máscara de vuestro disfraz». Y por favor, por el amor de Dios, ¡no hay que perder el compás!

Logan se quedó unos minutos observando la escena, conteniendo la risa. El detective Rennie estaba en medio del grupo, sobreactuando y agitando los brazos al aire como un molino de viento desquiciado. Esta vez los alaridos del coro habían seguido casi el compás. Insch les ordenó que lo repitieran una vez más. Logan no tenía ningunas ganas de pasar por aquello por tercera vez, así que se acercó al inspector y le tocó el hombro.

—Disculpe que le interrumpa, inspector, pero han llamado de Control. Acababan de hablar por teléfono con la policía de Tayside…

Insch escuchó la poca información que podía transmitirle Logan, antes de volverse hacia las personas del escenario y decirles que tendrían que repetir aquel pasaje las veces que hicieran falta hasta que les saliera correctamente, o hasta que murieran en el intento. A él le tenía sin cuidado cuál de las dos cosas pasara. Dejándolos en las no muy cuidadosas manos del pianista, se llevó a Logan al pasillo.

—Vuelva a comisaría y averigüe si tienen alguna prueba pericial. Aún no hemos destruido las muestras de ADN de Macintyre. Como encontremos algo que concuerde con ellas, pringa. Mejor, pida que nos manden por correo electrónico todo lo que tengan. Yo acabo con éstos en cuestión de… —Se miró el reloj, y luego se volvió hacia la doble puerta batiente mientras una nueva serie de sonidos cacofónicos delataban otro intento fallido de aventurarse en el maravilloso mundo de las operetas de Gilbert y Sullivan—. Me parece que aún estaremos aquí para cuando usted vuelva.

Al escuchar el ruido procedente del escenario, Logan tuvo la impresión de que podía volver el año próximo y aquello seguiría sonando igual de horroroso.

La última hoja salió a trompicones por la bandeja de la impresora. Por lo que decía la policía de Tayside, no había rastros de pruebas periciales: ni pelo, ni restos de piel, ni semen, nada. Pero el modus operandi era un calco perfecto del de los casos anteriormente atribuidos a Rob Macintyre: una mujer sola en su camino de vuelta a casa por la noche toma un atajo por una calle oscura y es asaltada por detrás y obligada a punta de cuchillo a tirarse en el suelo, donde recibe cortes con arma blanca y es violada por parte de un hombre con acento de Aberdeen. Exactamente igual que las demás agresiones que habían intentado atribuir a Macintyre. Como en todos los demás casos Macintyre, no había nada que relacionara directamente al futbolista con el crimen.

Logan guardó las hojas impresas en un dossier color sepia y regresó al Arts Centre. Había tardado hora y media en hacer que le enviaran todo por correo electrónico desde Dundee, recuperarlo e imprimirlo, y para cuando volvió al teatro, Insch estaba entregado a uno de sus habituales discursos de motivación, de la misma hechura que los que pronunciaba en los centros de coordinación después de haberles dicho a todos que eran una mierda y que debería de darles vergüenza llamarse a sí mismos oficiales de policía.

—Ya pueden ir a lavarse un poco, nos vemos en el pub. —Esbozó una sonrisa forzada—. ¡Han hecho un buen trabajo, chicos!

Insch se quedó mirándolos mientras abandonaban en masa el escenario, charlando con excitación, y acto seguido se desplomó en uno de los asientos del patio de butacas, apoyando la cabeza en las manos y mascullando obscenidades en voz baja.

Logan le dio un par de minutos, y luego:

—He traído los informes que me había pedido, inspector.

El inspector levantó la vista, luciendo una artística mueca de dolor.

—No es usted muy aficionado al teatro, ¿verdad, sargento?

—No mucho, señor.

Insch asintió con aire pensativo.

—En noches como ésta, no le culpo. —Suspiró—. Bueno, vamos a ver qué trae.

Esparcieron las hojas impresas provenientes de la policía de Tayside sobre la tapa del piano de cola situado en el foso de la orquesta: análisis de sangre, informes médicos, fotos de la víctima, de antes y después, y un retrato robot borroso del agresor. Podía ser cualquiera.

—Nikki Bruce, veintitrés años, volvía a casa por la noche después de salir con unos amigos. Había querido subirse a un taxi a las puertas de la sala de fiestas, pero el taxista la había visto bebida y no había aceptado llevarla. Iba andando sola por Broughty Ferry Road, cuando el agresor la atacó.

El inspector observaba las fotos con el entrecejo fruncido. Antes, Nikki era una joven de aspecto atractivo, ojos chispeantes y sonrisa pícara. La foto de «después» era por completo diferente: un ojo cerrado por la hinchazón, el otro enrojecido por un derrame, la nariz aplastada y doblada, la boca torcida e inflamada, el labio partido, tres o cuatro dientes rotos, la cara entera cubierta de vendas, gasas y magulladuras. Costaba creer que se tratara de la misma persona.

—¿Y dónde estaba Macintyre cuando sucedió? —preguntó Insch.

—Yo creía que ya no era sospechoso.

Un sonido perturbador similar a un gruñido resonó en lo más profundo de la garganta del inspector.

—Los cojones, no lo es. —Sacó el teléfono móvil y llamó a la fiscal para pedirle una orden judicial que le permitiera llevar a Macintyre a comisaría para un interrogatorio. Sonaba como si no estuviera consiguiendo gran cosa—. No… no… él… ¡pues claro que es él! Es su modus operandi, ese… no, aún no… pero… —Puso su gran manaza encima del montón de papeles y estrujó el primero haciendo una pelota—. Sí, entiendo… no… por supuesto. Gracias por las molestias. —Insch colgó, se guardó con cuidado el móvil en el bolsillo y arrojó los papeles al escenario—. ¡Mierda!

La blancura de las hojas de papel refulgió bajo los brillantes focos, antes de caer sobre el suelo pintado de gris. Algunas fueron a parar revoloteando hasta el foso de la orquesta. Logan aguantó la respiración, esperando a que el inspector la tomara con él.

Pero en lugar de eso, Insch torció el gesto, se hincó dos dedos en el costado de su palpitante cuello e inhaló y expulsó el aire con un silbido a través de la nariz. Los temblores se mitigaron y la respiración de Insch recuperó la normalidad, mientras su rostro perdía poco a poco su tonalidad morada.

—Ehm… —Logan sabía que muy probablemente iba a lamentar hacer aquella pregunta—: ¿Se encuentra usted bien, inspector?

—La fiscal —dijo Insch con una voz misteriosamente inalterable— considera que sin pruebas que relacionen directamente a Macintyre con la violación, no podemos retenerlo para interrogarlo sin que parezca que lo sometemos a un acoso policial. Si queremos hablar con él, tendremos que hacerle una visita y preguntárselo con amabilidad. —Su simulacro de calma flaqueó un poco hacia el final—. Pero ahora mismo lo que necesito es un trago.

Un coche patrulla pasó con un rugido de motor por Broad Street mientras Logan seguía el voluminoso corpachón del inspector, que bajaba por un empinado tramo de escaleras en dirección al Illicit Still, un local ubicado en un sótano. Habían tenido que pasar por delante de jefatura para llegar hasta allí, con Insch siempre envuelto en un ominoso silencio, mientras Logan trataba de desarrugar los informes y devolverles una apariencia de orden. El pub estaba a una distancia de jefatura semejante a la del Archibald Simpson, pero no estaba lleno de policías fuera de servicio. Motivo por el cual lo había elegido Insch para aquel encuentro post-ensayo. El interior del local parecía diseñado por alguien verdaderamente obsesionado por las barandillas. Las había por todas partes, compartimentando el espacio en pequeños cubículos llenos de estudiantes y gente con peinados a la moda.

Logan siguió a Insch hasta la barra.

—¿Qué piensa hacer entonces con Macintyre? —preguntó mientras el inspector pedía bebida para ambos y enviaba al camarero en busca de patatas fritas y cacahuetes.

—Iremos a hacerle una visita. Sonreiremos con toda educación. Haremos nuestras preguntas. Intentaremos imaginar alguna manera de atrapar a ese feo cabrón. Miraremos a ver si conseguimos que el ayudante del jefe dé su autorización para una discreta operación de vigilancia. Macintyre tendrá que salir, más tarde o más temprano…

No sabía por qué, pero Logan dudó que les dieran permiso para eso: si la fiscal seguía mostrándose tan remisa en todo aquel asunto, el ayudante del jefe de policía no iba a tocarlo con la punta de un palo llena de mierda.

La troupe del Mikado estaba en un pequeño y acogedor reservado al que se subía por una escalerita de piedra que salía del bar principal, y que estaba adornado con no tantas barandillas superfluas. Rennie le hacía la corte a un trío de mujeres. Las tres reían a carcajadas, echando la cabeza hacia atrás, cuando él llegaba al punto culminante de algún chiste particularmente subido de tono. Con una sonrisa de idiota, alzó la vista y se encontró con Logan:

—¡Eh, venga, que le presento a Sophie, Anna y Liz! Son mis chicas malas. Vamos, échate para allá, Liz, deja que nuestro amigo aparque el trasero. —Rennie hizo las presentaciones, exagerando las credenciales de Logan como «héroe policía» ante sus compañeras de farándula—. ¿Has llegado a ver algo del ensayo?

Logan se volvió para asegurarse de que el inspector estuviera fuera de alcance.

—Solo he podido pillar el final del discurso de motivación. —Una pequeña mentira piadosa.

—Ah, sí. —Asintió Rennie con aire experto—, hoy ha sido algo grande. No somos peores porque no lo intentamos.

Anna, o Liz (Logan no estaba seguro de cuál de las dos), le propinó al agente una palmada en el hombro.

—¡Será burro…! Debs al menos ha estado brillante.

Señaló hacia una mujer de semblante serio sentada en un extremo del grupo, en plena conversación con el inspector Insch. A Logan le costó unos segundos reconocerla: el pelo oscuro y ondulado, las mejillas sonrosadas, no se parecía en nada a la bruja con cara de arpía que había actuado sobre el escenario.

Una de las otras dos hizo rodar los ojos.

—Debs siempre está brillante. Pero Erick en cambio…

—Oh, Dios, no me hagas hablar de Erick…

Todas las conversaciones parecían girar en torno a las diversas producciones en las que habían participado y a quién se acostaba con quién. Logan no tenía ni idea acerca de quién hablaban.

Pudo por fin escapar al cabo de una hora y tres cervezas. Cada vez que había intentado escabullirse, había aparecido Rennie tambaleándose y volviendo de la barra con otra ronda. Al final había tenido que inventarse una cita con Jackie para poder huir. No es que fueran mala gente, ni mucho menos, era solo que no tenía nada en común con ninguno de ellos. Bueno, a excepción de Insch y de Rennie, a los cuales ya veía bastante durante las horas de trabajo.

Lo más cerca que había estado de poder llevar una conversación digna de tal nombre había sido con la «brillante» Debs, a propósito de Nueva Zelanda y de las películas de El señor de los anillos, y aun así todo había versado en torno a actores, decorados naturales y guiones de cine. Mucho más interesante había sido meter las narices en el contenido de su bolso, algo fuera de programa de lo que Logan había podido disfrutar cuando ella se había puesto a rebuscar en él a ver si encontraba un pañuelo después de haberse derramado una copa de vino por encima: polvera, lápiz de labios, teléfono móvil, una novela de Ian Rankin, tampones, pastillas de menta y lo que parecían unas esposas forradas de piel. Todo estrictamente imprescindible.

Medianoche. El sonido metálico de la puerta principal, y un fuerte golpe al cerrarse. Una risita sin venir a cuento, y Jackie irrumpiendo en la habitación. Logan refunfuñó al encenderse la luz del techo, que lo arrancó de su estado somnoliento e hizo que se tapara los ojos con los dedos. Se cubrió enseguida la cabeza con la colcha y oyó cómo Jackie se tropezaba con los muebles. Un clic, y la habitación se sumió de nuevo en las sombras. Un cuerpo frío se metió en la cama reptando junto a él y unas frías manos buscaron el calor de su pecho.

—¡Aaah…! ¡Fuera, bruja! —Pero Jackie soltó otra risita y se arrimó más a él. Logan boqueó—. ¡Hueles a taberna!

—Sssí… He esdado… ¡bebieddo! —Resopló y le metió a Logan su fría nariz en el cuello—. He sssido una shica muy… muy… mala. Deberíasss begadme una… paliza…

—Tienes los pies helados.

—Oooh… me enganda cuando de pones en plan… hombre…

Y se encaramó encima de él.

Las siete y cuarto, y la sesión de trabajo matutina del inspector Insch estaba en pleno rendimiento. El inspector repartía a voz en grito sus instrucciones con una nalga apoyada en el borde de la mesa situada en la parte delantera de la sala, sin dejar de echarse a la boca pasas envueltas en chocolate, entre frase y frase. Era una máquina de comer, grande y sonrosada. Aquella investigación llevaba demasiado tiempo estancada. Había que introducir algunos cambios. Aunque para ello tuviera que darle a todos y cada uno una patada en el culo.

Tampoco es que hubiera muchos culos a los que propinar patadas. Cuando el caso había sido rebajado de categoría y había dejado de ser considerado un asesinato para pasar a ser una práctica de perversión sexual que había acabado mal, el equipo de investigación se había reducido en dos terceras partes, y lo habían alojado en uno de los centros de coordinación más pequeños. Ahora ya solo quedaban Insch, Logan, Rennie y un puñado de agentes de uniforme. Logan además estaba a tiempo parcial.

—¿Adónde cree que va tan deprisa? —le preguntó Insch, mientras Logan intentaba escabullirse, finalizada la reunión.

—A encargarme de los allanamientos. Como usted rechazó el caso, he cargado yo con él.

Insch movió la cabeza de un lado a otro.

—No, hoy no… Hoy tiene que hacer los deberes.

Le entregó una bolsa de plástico.

—¿Qué es esto? —preguntó Logan, mientras echaba un vistazo a la narcisista colección de porno de Jason Fettes.

—Esto es lo que Steel debería haber hecho antes que nada, revise todo este material para ver si encuentra a alguien que encaje con la descripción del tipo que abandonó a Fettes a la puerta del hospital. Puede que trabajaran juntos.

Ahora que lo mencionaba Insch, sonaba de lo más obvio. Eso suponía que Logan iba a tener que pasarse el día entero viendo a un tipo que ya estaba muerto practicando el sexo, lo cual no sonaba precisamente muy halagüeño. Sobre todo después de haber asistido a su autopsia.

—Muy bien, inspector.

—Pero no se lo tome con mucha relajación, a las diez tenemos que ir a ver a Macintyre, y quiero que venga por si necesito a alguien que me impida estrangular a esa sanguijuela futbolera. —Logan estaba a punto de quejarse alegando que era muy probable que en dos horas y media no tuviera tiempo de ver seis DVD y hojear ocho revistas pornográficas pero, Insch lo cortó levantando su dedo de obeso—: Si está pensando en quejarse, no lo haga. Aquí no hay nadie para impedirme que le estrangule a usted.