El inspector Insch no era el tipo de persona al que uno desea pillar de malas. Lo cual era una desgracia, por cuanto no parecía que hubiera forma de pillarlo ya nunca de buenas. Logan respiró hondo antes de llamar con los nudillos a la puerta del inspector, después de haber pasado veinte angustiosos minutos en la cafetería intentando pensar en cómo mantenerlo ocupado sin tener que trabajar directamente con él.
Una voz profunda retumbó al otro lado de la puerta.
—Adelante. —La calidez de una sierra de cinta de carnicero.
El despacho de Insch era más grande que el de Steel y estaba mucho más ordenado, con pósters de funciones de teatro enmarcados y colgados de las paredes: producciones locales de musicales como Kiss me, Kate, o Chicago, y unas cuantas revistas musicales navideñas. En algunas de las cuales aparecía el inspector vestido con diversos atuendos ridículos. El lugar de honor lo ocupaba El Mikado en un gran marco de caoba, colgado de la pared situada enfrente del escritorio de Insch.
El gran hombre levantó la vista hacia Logan y dijo:
—Ah, es usted. —Y siguió aporreando el teclado del ordenador con sus gruesos y enojados dedos.
—A la inspectora Steel le parecía oportuno que viniera y…
—¿Cómo se les habrá ocurrido mandarme que trabaje para ella?
Logan se dejó caer en una de las sillas para las visitas del inspector y se preparó para oír una larga retahíla de quejas, pero Insch se limitó a hacer rechinar los dientes durante un minuto y a seguir castigando el teclado de su ordenador.
Al ver que la cosa se había quedado ahí, Logan sostuvo en alto un par de dossieres manila.
—Le he traído los expedientes del caso de los allanamientos, por si…
—Eso me tiene sin cuidado. —El inspector pinchó con fuerza la tecla return y echó la silla hacia atrás, observando a Logan por encima de las yemas unidas de los dedos de ambas manos—. Hábleme acerca del hombre muerto.
—¿Cuál de ellos: el vagabundo, el viejo al que acuchillaron el jueves o la estrella porno al que dieron por culo hasta matarlo?
—El último. E intente no olvidar que la víctima era un ser humano, sargento.
De pronto Logan se sintió terriblemente avergonzado.
—Lo siento, inspector.
Todo por culpa de la influencia de la inspectora Steel. Estaba claro que llevaba demasiado tiempo trabajando con ella. Le contó a Insch todo lo que sabía acerca de Jason Fettes, desde su carrera porno provinciana, hasta su traje bondage de látex. Manteniéndose en un tono profesional y objetivo.
Insch escuchaba en silencio, metiéndose pastillas de frutas en la boca y tomando notas ocasionales en pequeños pósit amarillos.
—¿Qué han averiguado acerca de esa página web, Bondageopolis? —preguntó cuando Logan hubo concluido—. ¿Han indagado a través del ISP de Fettes?
—Se trata de una empresa local. Han volcado los correos electrónicos de Fettes, y no hay nada en ellos que haga suponer que estuvieran relacionados con su muerte. Pero por la lista de favoritos de su ordenador, pensamos que tenía al menos una cuenta en Hotmail y puede que un par también en Yahoo.
—¿Y?
—Son todas anónimas. Para abrirlas no hay que dar tus datos reales. Podrías registrarte como Osama Bin Laden, nadie se molestaría en investigarte. Y Fettes era cuidadoso, parece que limpiaba su caché con bastante regularidad y no tenía activada la opción del navegador que permite recordar los nombres de usuario o las contraseñas.
—Así que no se puede uno conectar como si fuera él.
—No. He pedido al departamento de informática que revisen sus correos electrónicos para ver si pudiera haberse reenviado algo a sí mismo desde alguna de sus cuentas anónimas. Han encontrado un par de cosas que podrían ser útiles, pero se tarda una eternidad en arreglar cualquier cosa con la gente de email libre. No solo tenemos que contar con la ley de protección de datos, sino que todo tiene que pasar por sus oficinas centrales en Estados Unidos. Es una pesadilla.
Insch se inclinó al frente, descansando sus enormes codos encima de la mesa y observando atentamente su colección de pósit.
—Está bien, deme esos expedientes… informes de seguimiento, interrogatorios, informe de la autopsia, todo. Hasta los resultados del sistema informatizado del Ministerio del Interior. Esta misma tarde los revisaremos.
—Sí, inspector.
Con tal de mantenerlo a distancia.
Hacia el final del día habían planificado la investigación entera sin que el inspector Insch le hubiera levantado la voz a Logan ni una sola vez. Lo cual era un verdadero mérito, en aquellos días.
—Mañana por la mañana —ordenó Insch, mirándose el reloj con el ceño fruncido— quiero que reúna a todo el equipo para hacer una sesión de trabajo y volver a empezar desde el principio. ¿Dónde demonios se ha metido ese idiota de Rennie?
—No tengo ni idea, inspector.
—Bueno, pues si le ve, dígale que lo quiero en el Arts Centre a la seis y media como muy tarde, si no quiere que me ponga sus pelotas de llavero para las llaves del coche. —Dicho lo cual se marchó.
Logan dejó escapar un suspiro de alivio. Insch se había vuelto mucho más adicto al trabajo de lo que era antes. Por lo menos ya era la hora de irse a casa. La inspectora Steel lo encontró firmando la salida en el registro.
—Hoy nos vamos prontito, ¿eh? —exclamó, sorbiendo por las narices de forma imperiosa.
—Mi turno ha terminado hace veinte minutos, así que no es tan pronto.
—Bueno, bueno, estamos de mal humor, ¿no? ¿Cómo le ha ido con el gordo Insch? ¿Le ha tocado el culo y lo ha perseguido alrededor de la mesa?
—Quiere quedarse con el caso de Jason Fettes.
Steel pareció sorprendida.
—¿Bondage, sex shops y sórdidas salas de chat por internet? No parece que vaya mucho con él. De todas formas, qué demonio, que se quede con él, una cosa menos de que preocuparme. ¿Le ha ofrecido los allanamientos en el mismo lote?
—No le han interesado.
Ella suspiró.
—A mí tampoco me interesan. ¿No los querrá usted, por casualidad?
—No, la verdad, yo…
—Pues mire, no es tan mala idea, le valdrá de excusa para escaquearse del capullo del inspector Bola de Sebo de vez en cuando.
—Pero…
—Nada, nada, está decidido. Y quédese con esa insignificancia de Rickards, el guarrete. No tiene más que pasarme un informe de seguimiento cada quince días y en paz. No se preocupe, tampoco espero realmente que resuelva el caso.
No es que eso le sirviera a Logan para sentirse mejor.
La llovizna bajaba del cielo en forma de perezosas oleadas que hacían relucir las luces de las farolas como luciérnagas dispuestas a todo lo largo de Union Street. Con el cuello del abrigo levantado, Logan apretó el paso camino de vuelta a casa, antes de que la humedad le llegara a la piel del cuerpo. El apartamento estaba sumido en un inquietante silencio cuando entró. Eran las siete menos cuarto y todavía no había señales de Jackie, lo cual significaba probablemente que había ido directa al pub al salir del trabajo. Estaba convirtiéndose casi en una costumbre, desde que el juicio por violación contra Macintyre se había ido al traste. Logan intentó llamarla, pero el móvil le pasaba directamente al buzón de voz. Así que, o bien se las apañaba él solo, o bien hacía frente a otra noche más en el pub. Miró en los armarios de la cocina, luego en la nevera, y optó por una incursión al establecimiento más cercano de comida china para llevar.
Estaba cerrando la puerta de casa, cuando sonó el teléfono fijo del apartamento. Soltó una maldición y volvió sobre sus pasos, justo a tiempo de interrumpir el contestador automático cuando iba por la mitad.
—¿Diga?
—¿Quién es? —preguntó la voz familiar del Gran Gary.
—¿A ti qué te parece? Eres tú el que llama, ¿recuerdas?
—Sí, pero podrías haber sido el bombón de Watson. De lejos se te confunde con ella.
—Muy gracioso. ¿Qué quieres, Gary?
—Al inspector Insch, pero no hay manera de dar con él, tiene el móvil desconectado. Así que tú eres el siguiente en el escalafón.
—No lo soy.
—Sí que lo eres. Le he preguntado a Steel y me ha dicho que ahora trabajas para él.
Condenada Steel. Logan suspiró.
—¿Qué ha pasado?
—Acabamos de recibir una llamada de la policía de Tayside. Se ha producido una violación en su jurisdicción que es un calco de las del caso Macintyre.