Capítulo 11

Las nueve menos cuarto de la mañana era una hora demasiado temprana para estar merodeando delante de un sex shop en Crown Street, a la espera de que abriera. Pero Logan no había tenido elección, así lo había querido la inspectora Steel, la cual estaba sentada en el asiento del pasajero, masticando fritos de bacon de una bolsa, con una lata de refresco Irn-Bru en el salpicadero, delante de ella. Una fina llovizna empañaba el parabrisas y oscurecía los inmuebles de granito, igualando su tonalidad gris con la del cielo. Logan disimuló un bostezo tapándose la boca con el revés de la mano y se arrellanó en su asiento, preguntándose si le estaría permitido dar una cabezadita. Steel le hincó el dedo en el hombro.

—Al loro —dijo, señalando al otro lado del parabrisas a un tipo bajito y calvo con gafas, completamente tapado para protegerse del frío, y que llevaba un gran manojo de llaves en la mano.

El establecimiento era discreto, apenas una ventana con el cristal esmerilado y las palabras «MOMENTOS ÍNTIMOS» grabadas en ella con pintura de polvo rosa. El hombrecillo calvo rebuscó entre las llaves, se puso de cuclillas y extrajo el cerrojo de la reja de persiana que protegía la entrada. Esperaron a que hubiera abierto la puerta principal antes de apearse del coche y salir a la fría llovizna.

En el interior, las paredes de Momentos Íntimos estaban cubiertas de cintas de vídeo, DVD y objetos y ropa de látex de formas varias. El señor Calvo estaba en proceso de desprenderse del abrigo.

—No abrimos hasta la diez —anunció, sin sonreír.

—¿Y tampoco se saluda a una apreciada cliente, Frank?

—¿Eh? —El tipo se quitó las gafas, empañadas por la lluvia, y se las limpió con una punta de la chaqueta de punto antes de volver a ponérselas—. ¡Inspectora Steel! ¡Qué agradable verla de nuevo! —Esta vez sí que sonrió, exhibiendo un buen número de dientes de blancura perfecta, como si acabara de sacarlos de un estuche. Lanzó una mirada fugaz hacia Logan, y de nuevo se volvió hacia Steel, bajando la voz como en un aparte—. Todavía no me ha llegado aquello. Dicen que sigue agotado.

Steel sacudió la cabeza.

—No he venido por eso, Frank. Necesito saber si has visto a este tipo por aquí.

Esperó a que Logan sacara una copia de la foto del retrato robot: gorra de béisbol, rostro redondeado, gafas, gran bigote, perilla.

El calvo cogió la foto y frunció el entrecejo.

—¿Qué ha hecho?

—No es asunto tuyo. ¿Lo reconoces? Se mueve en el ambiente BDSM.

Frank examinó la foto unos segundos más y se la devolvió.

—No, pero por aquí vienen algunos de ésos. ¿Quieres que pregunte?

—Por qué no. —Se volvió para marcharse, pero se paró en seco en el umbral y se dio media vuelta—. Y a ver si le pinchas un poco en el culo a tu proveedor, ¿eh? Estoy ahora mismo en mi pleno apogeo sexual, sería una tontería desperdiciarlo, ¿no?

Probaron en las demás sex shops autorizadas de Aberdeen, antes de volver precipitadamente a jefatura por una reunión que Steel había olvidado que tenía con el comisario al frente del Departamento de Investigación Criminal.

—Si alguien pregunta —dijo mientras se bajaba del coche de un salto—, nos hemos entretenido interrogando a un sospechoso, ¿entendido?

Y se perdió en el interior del edificio, quejándose de no haber tenido tiempo de fumar un cigarrillo.

Logan aparcó el coche.

En el centro de coordinación, las cosas seguían su curso normal. De vez en cuando recibían la llamada de algún memo alucinado que afirmaba haber visto un Volvo familiar azul; otros decían que sabían quién era el tipo del retrato robot, y algunos ofrecían identidades alternativas para Jason Fettes. Un par de ellos aseguró incluso que lo habían visto comprando en Boots aquella misma mañana. A pesar de no haberse movido de su cajón del congelador del depósito de cadáveres.

Logan se sentó un rato con la oficial de administración, una cuarentona de delgadez esquelética que revisaba las resmas de papel escupidas por la terminal del sistema de información policial del Ministerio del Interior, y que iba asignando a los agentes disponibles. Después fue a consultar los informes acerca del estado de las investigaciones. Luego, cuando ya no había nada que precisara de su atención, se bajó al archivo del sótano para ver cómo estaba Jackie. Pero no la encontró.

En el mostrador de recepción del Gran Gary, se quedó mirándole como si hubiera recibido un trauma incurable de pequeño.

—Está en el juzgado, pedazo de idiota. Hoy tienen la vista especial esa, por el caso Macintyre.

—Mierda. —Se le había olvidado por completo.

—Si te das prisa, aún puedes llegar para animar a tu amada. —Gary mojó un Kit Kat en su tazón de té, y luego sorbió el chocolate deshecho—. Eric dice que es la siguiente.

En el juzgado número uno había un ajetreo muy superior al habitual. Las tribunas del público estaban atestadas de personas que habían ido a ver cómo Sandy Moir-Farquharson intentaba librar a Rob Macintyre de una acusación de violación. Aquel sitio le recordaba siempre a Logan un cine reconvertido: paredes color hueso, patio de butacas y anfiteatro, y en lugar de pantalla, una alta plataforma de madera rematada con unas columnas y un dosel, presidido todo ello por el escudo de armas real, que parecía mantener una estricta vigilancia sobre los procesos, aún cuando estuviera tapado con las tiras elásticas que presumiblemente izaban desde el suelo cuando la sala estaba vacía y no había nadie mirando. Delante del banquillo había un estrado, y a un lado, el secretario judicial y su ayudante, de cara a la plebe, mientras que al otro lado estaban las partes de la acusación y la defensa, con su atenta mirada puesta en el juez, ataviado con sus togas y galas de la alta judicatura.

En condiciones normales, la sesión debería haberse llevado a cabo en una pequeña sala adyacente, a puerta cerrada, pero la defensa había solicitado una vista abierta al público, y ante la sorpresa de todos, el juez McRitchie había accedido a ello. Según la rumorología, su decisión tenía que ver con su condición de seguidor de toda la vida de los Dons (el Aberdeen Football Club), y con la oportunidad de obtener un pase de temporada extra.

Sid Sinuoso estaba en pleno arrebato oratorio cuando Logan entró con sigilo por la puerta del fondo y encontró un asiento en el extremo de una fila, justo detrás de Rennie. El agente detective llevaba puesto su traje de asistencia a los juicios, y que más le daba aspecto de acusado que de testigo policial.

Logan se inclinó hacia el frente y susurró al oído de Rennie:

—¿Cómo va?

El agente se volvió y le dirigió una mirada afligida.

—Nada bien. Yo creía que Insch se merendaba a Sid Sinuoso cuando éste se ha puesto a dar la tabarra con que si la policía actúa con parcialidad, y el acoso policial y todo eso.

Logan señaló al banquillo de los acusados, desde donde Jackie miraba con semblante furioso a Sandy el Serpiente mientras éste gesticulaba y actuaba ante el tribunal.

—¿Y ella?

—Bueno… no ha pegado a nadie, de momento.

—Ya.

—De modo que como puede usted comprobar, señoría —dijo el abogado, haciendo una floritura con la mano—, cada vez que la Policía Grampiana le ha abierto una investigación a mi cliente, se ha visto obligada a retirar los cargos porque se ha demostrado que las malintencionadas alegaciones de esas mujeres carecían de fundamento. Por lo visto mi cliente es una constante molestia para el inspector Insch y los de su clase; un hombre inocente al que no hay manera de que puedan hacer pasar por culpable…

La parte de la acusación se puso de pie de inmediato.

—Señoría… ¡debo protestar!

Sandy no esperó siquiera a que el juez se pronunciara, y rápidamente ofreció una de sus empalagosas sonrisas y se disculpó.

—Solo quería mostrar que mientras todos llevamos nuestra cruz como podemos, la Policía Grampiana se dedica a afilar el hacha…

Logan escrutó la sala. No tardó mucho en identificar la oronda y colérica figura del inspector Insch, cuya cabeza parecía a punto de explotar. Iba a ser una pesadilla tratar con él después de aquello. Rachael Tulloch, la ayudante del fiscal que había quedado a cargo del caso mientras la fiscal titular había ido a broncearse a las Seychelles, no parecía mucho más contenta, sentada en una mesa en el centro, junto a la acusación, y escribiendo algo con furia mientras Moir-Farquharson desplegaba su espectáculo particular.

El abogado sostuvo en alto una bolsa de plástico para que todo el mundo pudiera ver su contenido.

—¿Podría usted identificarnos esto, agente Watson?

Jackie asintió con la cabeza.

—Es el cuchillo con el que me agredió Macintyre.

El abogado sonrió.

—Eso en todo caso debería decidirlo un jurado, agente. Usted dice que él la agredió con este cuchillo, pero su propio laboratorio no ha podido encontrar una sola huella dactilar de mi cliente en él. ¿Es esto correcto?

—Llevaba guantes.

—¿No debería entonces primero demostrar que este cuchillo pertenece siquiera a mi cliente, o que lo ha utilizado alguna vez?

—Él me agredió…

—Por favor, responda a mi pregunta, agente.

—Nosotros… no tenemos pruebas empíricas, pero…

—Ustedes no tienen pruebas. —Se volvió hacia el juez, con una sonrisa en el rostro—. No tienen pruebas, señoría. Mi cliente había salido a correr para entrenarse para el partido de mañana contra el Falkirk y se dirigió a esta mujer para pedirle una dirección. Ella fue quien le agredió a él.

—Eso es una sarta de…

—¡Agente! —El juez Ritchie agitó su martillo hacia ella—. ¡No voy a volver a avisarla!

Jackie cerró la boca y se tragó su rabia.

—Gracias, señoría. Usted agredió al señor Macintyre, ¿no es así, agente Watson? Aún después de haberlo inmovilizado, de haberle roto dos dientes y de tenerlo esposado en el suelo, ¡volvió a agredirle!

—¡Sande…! —se contuvo—. Lo inmovilicé, sí, ¡pero eso fue todo!

—Le dio patadas en las costillas, ¡las fotos lo demuestran!

Sid Sinuoso sostuvo en alto las fotos de veinticinco por veinte, en brillo, a modo de prueba.

—Se cayó. Pregúntele al detective Rennie.

—Ya la han apercibido antes por excederse en el empleo de la fuerza, ¿verdad, agente? —Y así continuó durante los cinco minutos siguientes, socavando la credibilidad de Jackie como testigo, presentándola como poco más que una matona con una placa policial. Para cuando acabó, ella parecía a punto de estrangularlo—. Señoría. —Realizó una lenta pirueta y señaló al futbolista, que estaba sentadito como un buen chico, con toda formalidad, agarrado de la mano de su madre—, Robert Macintyre es un miembro destacado de nuestra comunidad, un héroe para muchos, un modelo a imitar para niños de todas partes, un hombre que trabaja sin descanso para las asociaciones benéficas de la localidad. Todos hemos oído a la agente Watson reconocer que no existe ninguna prueba contra mi cliente. He mostrado cómo las declaraciones identificativas obtenidas de esas supuestas «víctimas» son defectuosas, por dejarlo ahí. No olvidemos que la Policía Grampiana se mostró inflexible a la hora de acusar a Robert Macintyre de haber agredido a Laura Shand, y que ahora se ha descubierto que hay otra persona que ha confesado haber cometido el crimen. Lo más importante de todo: mi cliente tiene una coartada para todas y cada una de las noches en que supuestamente se cometieron esas violaciones. Señoría, teniendo en cuenta todos estos hechos, no puedo sino preguntar por qué este frívolo y malintencionado proceso debe continuar. Por supuesto es competencia de la oficina del fiscal decidir la interrupción del proceso antes de continuar malgastando el dinero de los contribuyentes.

El juez frunció los labios, reflexionó unos segundos y le preguntó a la ayudante del fiscal si tenía algo que añadir a lo dicho. Rachael Tulloch no tenía un aspecto muy risueño cuando se puso en pie para decir que tendría que consultar con sus superiores. Se había recogido su largo y rizado cabello no del todo pelirrojo en forma de estricta coleta, y estaba empezando a enmarañársele junto con el caso.

Se oyó un suspiro de exasperación, y el juez suspendió la sesión para un descanso de media hora.

Jackie se bajó del estrado, sin dejar ni un momento de mirar a Sid Sinuoso con ojos furibundos. El abogado se limitó a darle la espalda y estrechar la mano de su radiante cliente.

—¿Es que alguien puede creerse que haya tanta mierda junta? —preguntó Jackie en voz alta al sentarse de nuevo en el banquillo de la acusación—. ¿De dónde narices se ha sacado Macintyre esa coartada?

—De su condenada novia —dijo la ayudante del fiscal con un gruñido—. Ahora jura como una posesa que él estuvo con ella todas esas noches. ¿Por qué estas cosas siempre tienen que pasar cuando no está la fiscal?

Jackie se quedó mirando fijamente al futbolista, con su costoso traje y sus orejas de soplillo.

—Va a salir tan fresco, ¿eh? —No era una pregunta.

La ayudante del fiscal frunció el entrecejo y sacó el móvil.

—No si yo puedo hacer algo.

Logan se dejó caer en la silla de las visitas, al otro lado del escritorio de la inspectora Steel, mientras ésta aporreaba el teclado de su ordenador.

—Oh, alegre esa cara, por el amor de Dios —le dijo—. Tampoco es el fin del mundo, ¿no?

Él se encogió de hombros y se volvió para mirar de nuevo por la ventana, hacia la imponente masa gris de granito del Marischal College. La bruma y la llovizna habían dado paso a una lluvia intensa, que caía sobre los chapiteles dentados y contra el negro asfalto de las calzadas y el cemento de las aceras. Empapando a justos e impíos por igual.

—¿Sabe una cosa? —Steel dejó de teclear por un momento—. Yo me acuerdo de cuando Macintyre era adolescente, un mequetrefe que no dejaba de meterse en líos. Podías estar seguro de que su mamá saldría mintiendo para defenderlo. —Y entonces adoptó un fuerte acento de Aberdeen—: «Oh, no, mi hijo no puede haber quemado el cobertizo de su marido, es imposible, ¡ha estado conmigo toda la noche!».

—De prenderle fuego a algo a violar va un gran trecho; y esta vez es su novia, no su madre.

—Sí, bueno, pero por algo se empieza, ¿no? —La inspectora acabó de teclear haciendo una floritura con el brazo—. Bueno, nos han recortado el presupuesto de personal, pero sigo pensando que aún podemos conseguirlo si nos centramos en la comunidad bondage y en los comerciantes de porno. —Sonrió y levantó los pies, descansándolos encima de la mesa y esparciendo una pequeña pila de informes—. Se lo digo yo, Laz, esta vez de verdad que tengo un buen presentimiento. Vamos a lograr resultados rápidos. Lo siento aquí dentro.