Dejaron al agente Rickards en la sala de estar, con la madre de Jason. Se había quedado sentada en el sofá, inmóvil y en silencio, como si no estuviera allí realmente. El señor Fettes tampoco lo llevaba mucho mejor: iba y venía por la cocina, disculpándose por el mal olor, mientras un pequeño terrier correteaba eufórico alrededor de sus piernas, ladrando y meneando la cola. Recogió el plato del perro de la esterilla del suelo, junto a la lavadora, y lo aclaró bajo el chorro de agua del grifo, mientras les decía a todos lo bueno que había sido el pequeño Jock por no haber salido de la cocina, cuando podía haberse cagado por toda la casa si hubiera querido. Solo allí durante más de dos días. En verdad era digno de mención, si se pensaba. Porque Jason no había estado allí para darle de comer, o sacarlo fuera. Y es que Jason estaba… Se le cayó al suelo el abrelatas, rebotando con estrépito. El señor Fettes se retorció sobre sí mismo y rompió a llorar.
La inspectora Steel la pasó el brazo alrededor del hombro, que temblaba por los sollozos del pobre hombre, y lo condujo hasta una silla junto a la mesa de la cocina.
—Eso es… ¿Por qué no me deja que le ponga yo la comida al pequeñín, eh? Usted quédese aquí sentado, y luego preparo un té para todos. —Lanzó una mirada en dirección a Logan, quien movió mudamente los labios con un: «voy a husmear por ahí».
La habitación de Jason era bastante fácil de encontrar: un dormitorio con una cama de matrimonio en el segundo piso, con una mesa de ordenador en un rincón y una estantería de Ikea llena de libros de ciencia ficción y de novelas fantásticas. No había pósters en las paredes, pero sí un montón de fotografías enmarcadas: Jason con amigos, Jason en la playa, Jason en América con una chica preciosa de pelo oscuro… No había ni una sola foto que no reprodujera su rostro. Posando para la posteridad. Logan se puso un par de guantes de látex y abrió sin hacer ruido la puerta del armario. La ropa tenía aspecto de haber sido cara en alguna ocasión, pero empezaba a estar raída por el uso.
No había gran cosa en los bolsillos: algunos recibos del Burger King, un puñado de notas ilegibles garabateadas en servilletas de papel, un poco de pelusa y tres condones estriados. Miró en las mesillas de noche: calcetines, calzoncillos, pañuelos, más calcetines, una pequeña llave plateada, una colección de revistas pornográficas baratas y unos cuantos DVD de Crocodildo Films. Logan los dejó en un montón encima de la mesa de ordenador y miró debajo de la cama: un pequeño equipo de pesas, un recipiente de plástico lleno de camisetas de manga corta y una caja de metal alargada. Cerrado con llave. La que había encontrado en una de las mesitas de noche la abrió perfectamente.
Logan echó una mirada en su interior. Soltó un suave silbido y volvió a cerrar la caja.
La mesa del ordenador era un revoltijo de CD y papeles sueltos. Había un par de cartas de Equity, el sindicato de actores, en que lamentaban informarle a Jason que su solicitud de ingreso no podía atenderse debido a que en esas «películas para adultos» no había participado de acuerdo con un contrato formal. También unas cuantas páginas arrancadas de la revista Stage con anuncios de pruebas señalados con un círculo rojo. Debajo de todo aquello, un tique de aparcamiento. Tras otorgarle una somera mirada, Logan estaba a punto de volver a dejarlo donde lo había encontrado cuando se fijó en el número de la matrícula. Era demasiado antigua para ser del Citroën aparcado en el camino de entrada, y sabía que en el garaje no había ningún otro coche. Llamó a Control y solicitó que abrieran un expediente de búsqueda de vehículo. Hubo una breve pausa en el otro extremo de la línea, amenizada con el cliqueteo de un teclado, y por fin:
—Ya está: petición de búsqueda para un Volvo familiar azul, número de matrícula…
—¿Qué?
—El número de la matrícula que nos ha dado corresponde a un Volvo familiar azul.
Logan exhaló un suspiro. Por supuesto que corresponde.
Encontró a la inspectora Steel fuera, junto a la puerta de atrás, fumando un pitillo y contemplando las nubes bajas. Su aliento no se distinguía del humo del cigarrillo, en el frío aire de la mañana. Tenía un aspecto envejecido y cansado.
—Lo siento, Laz —dijo, mientras él salía al frío exterior—. Es que ya no soporto más decirle a alguien que su hijo ha muerto. Valiente inspectora, ¿eh? —Suspiró, y luego aspiró profundamente del cigarrillo—. Ciento sesenta y siete. Ésas son las veces que he dado la noticia. Ahora mismo las estaba calculando. Ciento sesenta y siete personas. —Un nuevo suspiro—. Vaya un condenado trabajo el nuestro. Debemos estar locos…
—He encontrado algo en la habitación de Jason. El coche del que lo tiraron, parece que era el suyo.
—Mierda.
—Sip. También hay un ordenador. Le he dicho al señor Fettes que vamos a tener que llevárnoslo, junto con un par de cosas más para que las analicen en el laboratorio.
—El pobre diablo no tenía ni idea de que su hijito hacía películas porno. Da qué pensar, ¿eh?
—¿Quiere que se quede Rickards aquí con ellos?
—¿Qué? —Frunció el entrecejo, y finalmente se sustrajo al pensativo silencio en que se había sumido—. Mejor no. No le han instruido para eso, sabe Dios por dónde saldría. Pida que envíen a un mediador familiar. Nosotros nos volveremos a comisaría en cuanto llegue.
Regresaron a jefatura con el ordenador de Jason, la caja alargada de metal que habían encontrado debajo de su cama y la colección de revistas pornográficas, todo ello metido en el maletero del coche. Sentado en el asiento de atrás con la inspectora Steel, el señor Fettes los acompañó para la identificación formal del cadáver de su hijo. Una vez en la sala de observación del depósito, dijo al ver a Jason:
—Parece tan pequeño…
Y pidió que lo llevaran de vuelta a casa, con una voz que era apenas un susurro. Steel avisó a Alfa Seis Nueve para que lo acompañaran.
En el piso de arriba, el centro de coordinación estaba casi vacío, no había más que un par de agentes atendiendo los teléfonos mientras todos los demás habían ido a comer a la cafetería. Logan fue a presentar como prueba todo lo que habían requisado de la habitación de Jason, firmó en el registro y se lo llevó para poder examinarlo en una de las mesas junto a la ventana. Steel fue directa al material pornográfico y se puso a leer en voz alta citas escogidas de las carátulas de los DVD con su voz más teatral. Luego pasó a las revistas. No eran lo que se dice de un nivel elevado, pero sí muy explícitas. En todas ellas salía Jason Fettes.
—Santo cielo —exclamó Steel, sosteniendo en alto una gran foto a doble página de la víctima, en compañía de dos mujeres no identificadas y de un hombre con una máscara de látex—, tenía una colección entera de porno con su imagen. Una criatura onanista y narcisista, ¿no es eso? —Devolvió la revista al montón—. ¿Qué hay en la caja?
Logan la abrió y les mostró el contenido.
—¡No me jodas! —La inspectora metió la mano dentro y extrajo un traje de látex de cuerpo entero con unas mangas sueltas, piernas, guantes y botines, todo ello negro mate. Con un guante de látex puesto, hurgó con el dedo en un pequeño orificio en la entrepierna; había otro idéntico por la parte de atrás—. ¿Esto se compra en el Marks & Spencer?
Había en la caja también una especie de pasamontañas negro de látex con unos agujeros diminutos para la nariz y los ojos, así como una colección de bates, paletas, mordazas y unos objetos de color rosa de curiosas formas, la mayoría de los cuales funcionaban a pilas.
Logan examinó un extraño objeto en forma de seta.
—¿Qué demonios es esto?
—Un tapón anal —dijeron Steel y Rickards al unísono. A continuación el agente se puso rojo.
—Muy bien, Sherlock Holmes. —Sonrió la inspectora, dirigiéndole una miradita, y acto seguido sacó de la caja un pequeño estuche de plástico negro—. Ya que su especialidad son las desviaciones sexuales, ¿qué es esto? —Lo abrió con un clic, mostrando un amasijo de cables y almohadillas y un controlador.
—Es un aparato de electroestimulación. —Rickards pasó del rojo al escarlata.
—Ah, ¿sí? —La inspectora pareció sinceramente sorprendida.
—Sí, se… te lo pones y… te aplicas electricidad en… para aumentar el… ehm…
—¿En serio hace algo? —Sacó el controlador y le dio a los botones.
—Pues… bueno… depende…
—Por lo menos eso explica las señales de franjas que encontramos en el cuerpo de Jason. —Logan salió al rescate del agente.
—¿Hmm? —Steel volvió a guardar el mando en su funda y cerró la caja.
—Bueno, está claro que estaba metido hasta el fondo en el ambiente bondage. Liga con alguien, se van a casa, el otro lo ata, pero se pasa de la raya… Al tipo le entra pánico y lo deja delante de la puerta de Urgencias. Un accidente.
—¿Un accidente? ¿Lo mataron dándole por el culo por accidente?
—Bueno, es lo que pasa con esta historia del bondage —dijo Logan señalando el ajuar de Jason—: Empiezan atándose para darse unos leves azotes, de ahí pasan a los látigos, las cadenas, las pinzas en los pezones, los tapones anales… —Puede que fueran imaginaciones suyas, pero habría jurado que Rickards le dirigía una mirada ceñuda—. Una cosa está clara: si te has propuesto matar a alguien, hay mejores maneras de hacerlo. Si ya has tenido a tu víctima atada y amordazada, ¿por qué no la estrangulas, sencillamente? O le pones una bolsa de plástico en la cabeza. ¿Y por qué tanta prisa luego en llevarla a un hospital?
Steel fruncía el entrecejo, tratando evidentemente de proponer una versión alternativa.
—Oh, mierda —dijo al fin—, ahora que teníamos un asesinato morboso. —Y salió de estampida para ir a contárselo al ayudante del jefe de policía.
El agente Rickards esperó a que se hubiera ido antes de hablar.
—¿Sabe una cosa? Solo porque Jason fuera diferente, no quiere decir que fuera un pervertido.
Logan se quedó mirándolo.
—Oh, Dios santo… Usted es del ambiente, ¿a que sí? ¡También le va el rollo bondage!
—Yo…
El rostro del avergonzado agente adquirió una tonalidad de remolacha, antes de salir disparado y dejar a Logan empaquetando la colección de Jason Fettes con una media sonrisa en los labios.
—¡Pónganse cómodos, amigos! —La inspectora Steel estaba de pie en el frente de la sala, mientras la flor y nata de Aberdeen se acomodaba en sus asientos—. Ya tenemos identificada a nuestra víctima. —Le hizo un gesto de asentimiento a Logan, y éste pulsó el botón. Un sonriente rostro ocupó por entero la pantalla situada por detrás de la inspectora, una foto tomada en una playa de algún sitio bastante más cálido que el condenado nordeste de Escocia—. Jason Fettes, alias Phal O’Longo. —Hubo risas, y la inspectora esperó a que callaran antes de continuar—. Hacía pelis guarras para Crocodildo Films, que es gracias a lo cual nuestro querido agente Rickards ha sido capaz de identificarle. —Rickards recibió de inmediato una andanada de silbidos de admiración y comentarios subidos de tono. El agente parecía morirse de vergüenza. Se puso aún más rojo cuando Steel comenzó a hablar del equipo bondage de Jason Fettes—. Bien —dijo la inspectora, mientras Logan hizo aparecer en la pantalla una imagen del mono de látex, desplegado sobre el suelo del centro de coordinación—, tendríamos que empezar por preguntar en los sex shops y en los sitios frecuentados por los practicantes de bondage. Como Ellon. Y Westhill. —Mientras la inspectora hablaba, Logan no le quitaba ojo de encima a Rickards, quien pareció que estaba a punto de pronunciar algo, pero se lo pensó dos veces—. Por ahora la teoría es que se trata de un juego erótico que acabó mal. Lo más probable por tanto es que Fettes fuera a casa de esa persona por su propia voluntad. En casa de la víctima no hay rastro de sangre, por lo que debieron ir al nidito bondage del señor Bigotes. —Cambió la imagen de la pantalla, y apareció el retrato robot—. Estamos casi seguros de que la víctima estableció contacto con él a través de esta página web… —Steel hizo una pausa a la espera de que Logan cambiara la imagen: apareció una página web en rosa y negro denominada «BONDAGEOPOLIS»—. Fettes tenía un anuncio colgado ahí, los del departamento de tecnologías han encontrado una copia en su disco duro… —Hizo una nueva pausa y sacó una hoja impresa del expediente, que leyó en voz alta—: «Estrella del porno en vivo y auténtica busca switch para acción sin límites».
Fue el detective Rennie quien alzó la mano enseguida.
—¿Qué es un switch?
—Bueno —dijo Steel—, preguntémosle mejor a nuestro sexperto colegiado.
Se quedó mirando al agente Rickards, hasta que éste acertó a explicar:
—Es un término empleado en la comunidad BDSM: es alguien que alterna los roles de dominante y de sumiso. Que tanto encima como debajo.
Se sonrojó furiosamente mientras los demás le sacaban punta al tema de «encima y debajo».
—Está bien. —La inspectora obsequió al avergonzado agente con un guiño—. Ya es suficiente… —La mano de Rennie se había levantado de nuevo—. ¿Qué pasa ahora?
—¿BDSM?
—Bondage, Dominación y Sado-Masoquismo. Pongan atención, por el amor de Dios. Vayan luego a ver al agente Rickards si quieren una demostración.
Más risas. Poco a poco fue recuperándose una cierta sensación de orden, pero el resto de la sesión de trabajo estuvo marcada por risitas y cuchicheos. Ahora que el caso había pasado a ser una «muerte accidental» más que un asesinato propiamente dicho, ya no parecía tan… serio. Cuando Steel dio por terminada la reunión, Rickards fue el primero en salir por la puerta.
—Debería tratarle con más delicadeza —dijo Logan mientras los últimos rezagados abandonaban la sala—, me da la impresión de que para él no resulta tan divertido.
—¡Oh, por el amor de Dios! —Hizo rodar los ojos y sacó un paquete de tabaco, que agitó antes de mirar en su interior—. ¿Qué pasa últimamente en este sitio que la gente se ha vuelto tan susceptible? Está bien, está bien, hablaré con él. ¿Puedo al menos echar un pitillo primero?
Mientras la inspectora estaba fuera sacrificando un pulmón a los dioses de la nicotina, Logan fue a buscar a Jackie, a la cual encontró en el mismo lugar del día anterior: en el archivo del sótano, cubierta de polvo.
—¿Cómo va?
Ella levantó la vista y se encogió de hombros.
—Otro día, la misma mierda. ¿Y tú?
—Yo he tenido que comunicarle a unos padres que han matado a su hijo.
—Una mierda entonces, también. —Anotó algo en la libreta y volvió a dejar unos expedientes en la estantería—. ¿Te has enterado de lo de Macintyre? Sid Sinuoso ha conseguido que le concedan una vista preliminar, diciendo que tiene «nuevas pruebas». Tenemos que asistir mañana.
—¿Mañana?
—Mañana. —Jackie dejó caer otra caja en el suelo de cemento con gran estrépito—. Hay que joderse, ¿eh? Son cosas que pasan si eres famoso. —Arrancó la tapa y la tiró a sus pies—. Te lo digo en serio, como ese cabronazo de abogado obtenga la absolución de Macintyre, le voy a hacer la vida imposible. O mejor a los dos, a él y Macintyre.
Logan la creía muy capaz.
—¿Quieres que salgamos a cenar fuera esta noche? ¿No te apetecería probar ese bar de tapas de Union Street? Si nos ponemos un poco «piripis», vamos a casa a darnos un revolconcito.
—¿«Piripis»? ¿Qué coño es eso, Los cinco se desmadran en Aberdeen? Yo no me pongo «piripi»: yo me emborracho, me pongo ciega, como una cuba. Acabo trompa, si me apuras. —Le sonrió—. En cuanto a lo otro, por mí perfecto.
Solo que Logan no llegó tan lejos.
Las siete y media, y la lluvia caía con persistencia. Las gotas, gélidas como clavos de hielo, rebotaban en el suelo irregular del aparcamiento y formaban una bruma que se arremolinó delante los faros del vehículo conducido por Logan mientras éste estacionaba y detenía el motor. El sol se había puesto hacía rato, dando paso a una noche fría y lúgubre. Brimmond Hill era una oscura mole que se cernía sobre ellos, amenazadora. Únicamente las parpadeantes luces rojas de la emisora de lo alto de la colina proporcionaban una referencia de dónde estaba la cima. Aun así se perdían en medio del aguacero la mayor parte del tiempo. Alfa Dos Cero estaba aparcado en el extremo más alejado del estacionamiento, y sus luces azules y blancas giraban con pereza, borrosas en medio de la lluvia.
La inspectora Steel permanecía sentada en el asiento del acompañante, escuchando el tamborileo de la lluvia en el techo del coche.
—Gilipollas de los cojones. Nos vamos a poner empapados… —Se sacó del bolsillo un paquete de tabaco estrujado, le ofreció un cigarrillo a Logan, sin recordar que ya no fumaba, y se encendió uno ella. Señaló con el encendedor hacia la carcasa calcinada entre los dos coches—. ¿Seguro que es el suyo?
Logan asintió, tosió y bajó la ventanilla de su lado para que saliera el humo. Entró el susurro y el chapoteo de la lluvia al caer sobre las aulagas, el brezo y los charcos de los agujeros en el asfalto.
—Los muy idiotas lo encuentran el martes y no son capaces de atar cabos simplemente porque no es azul. —Lo cual era bastante irrefutable, puesto que los restos calcinados eran de un color gris pardusco jaspeado de negro—. Hasta esta tarde no han comprobado el número de bastidor para mandarle una multa al propietario por abandono de vehículo. Entonces sí que alguien ha reconocido el nombre de Fettes.
Steel soltó un juramento.
—¡Podíamos haberlo identificado dos días antes!
Logan se limitó a encogerse de hombros.
Alguien se bajó del coche patrulla, subiéndose el cuello y corriendo hacia ellos, mientras la lluvia repiqueteaba sobre su gorra de plato y una sucia y abollada furgoneta Transit blanca entraba dando tumbos en el aparcamiento. El agente se inclinó y metió la cabeza por la ventanilla abierta del lado de Logan.
—¿Quiere que acordonemos la zona antes de que empiecen los de la Oficina de Identificación? —preguntó, goteando.
Steel lo miró con los ojos entornados a través del humo de su cigarrillo.
—Ya para qué, ¿no le parece? ¡Estará todo borrado con tanta lluvia! ¿Por qué demonios no avisaron nada más encontrarlo?
El agente se encogió de hombros.
—A mí no me mire, yo estaba enfermo.
—Está bien, sí, adelante. Acordonen lo que les venga en gana. —Lo miró con el ceño fruncido mientras se alejaba—. Vaya un carajo para lo que nos va a servir, esa cosa parece un ladrillo carbonizado. ¿Le parece que puede haber muchas pruebas periciales que aguanten eso? —Señaló en un amplio gesto hacia la lluvia torrencial.
—No, la verdad es que no. Pero ahora al menos sabemos que quien lo hizo es de aquí.
Steel casi se atraganta con el humo.
—Vamos, Miss Marple, asómbreme.
—Encontraron el Volvo el martes por la noche, ¿no? Eso significa que lo abandonaron aquí y lo quemaron el lunes por la noche o el martes a primera hora de la mañana. Quien lo hizo volvió a casa andando.
A regañadientes, Steel tuvo que reconocer que era razonable. Brimmond Hill no es que estuviera dejado de la mano de Dios, pero casi. Quienquiera que fuera que hubiera calado fuego al coche con el que había llegado hasta allí, debía afrontar luego una larga y paciente caminata hasta la ciudad.
—¿Kingswells? —Estaba al otro lado de la colina.
—Puede, pero te puedes partir una pierna en medio de la oscuridad si no sabes por dónde vas.
—Sí, bueno —dijo la inspectora, mientras tres técnicos de Identificación se apeaban maldiciendo de la sucia furgoneta blanca y se peleaban con la tienda de plástico azul para acotar el «escenario del crimen» alrededor de los restos calcinados—, pero tampoco hay por qué ponerse así, tan pagado de sí mismo, no creo que con eso hayamos atrapado al tipo, ¿no cree? —Bajó la ventanilla de su lado y lanzó de un capirotazo la reducida colilla de cigarro en medio de la lluvia—. Estoy empezando a preguntarme si este caso no es todo él una pérdida de tiempo. Porque no se trata de que a Fettes lo mataran a palos, ¿no? Le iban las cosas raras en materia sexual, y esta vez la cosa se torció. Y acabó muerto. —Cerró los ojos, se pellizcó el puente de la nariz y suspiró—. El otro pobre diablo que participaba en el jueguecito no lo hizo a propósito, ¿no? ¿Se imagina tener que pasarse el resto de su vida con eso en la conciencia?
Se hizo el silencio mientras contemplaban cómo los miembros del equipo de Identificación acababan calados mientras intentaban proteger unos restos de pruebas que probablemente ya no existían.
—Todo esto no es más que una maldita pérdida de tiempo —dijo Steel al fin—. Vamos, larguémonos de aquí. Si encuentran algo, ya nos llamarán.
No lo hicieron.