Capítulo 7

El estacionamiento estaba en sombra, una vez el sol de febrero oculto tras la mole negra y gris de la jefatura de policía. Oscuro y frío.

—Esto va a ser una pesadilla —se quejó Steel cuando Logan salió a decirle que se le había incoado procedimiento a Watt y que éste estaba preparado para el interrogatorio. Exhaló un suspiro, dejando escapar una nube de humo de tabaco—. Se lo digo en serio, Insch va a reventar por las junturas… Claro que —añadió irguiéndose y lanzando la colilla del cigarrillo debajo del BMW del jefe de policía— tampoco es que eso sea cosa nuestra, ahora mismo. —Sorbió por las narices, pensativa, y le ordenó a Logan que fuera a rescatar todo lo que tuvieran sobre Laura Shand: transcripciones de los interrogatorios, informes médicos, todo. Quería ponerse al corriente de todo lo referente a la víctima antes de interrogar a Watt.

Causa directa de que Logan acabara delante de la puerta del centro de coordinación del inspector Insch. Según el departamento de informes, el inspector había firmado la retirada del expediente, que necesitaba para montar la acusación de Rob Macintyre, y para intentar endosarle todo lo que pudiera. Logan respiró hondo y entró en la sala.

Era uno de los centros de coordinación más grandes de todo el edificio, aunque estaba prácticamente vacío. Apenas había un par de agentes administrativos empaquetando los restos de la Operación Golosina en archivadores de cartón marrón, despejando el lugar para una próxima gran investigación policial. Y allí, encaramado al borde de un escritorio que crujía, estaba el inspector Insch. Era un ser ciclópeo: un hombretón gordo de calva reluciente y manos como palas, con el traje tenso al límite como si fuera a reventar. Tenía el aspecto de una oruga sonrosada a punto de cambiar de piel, mientras se llevaba a la boca paletadas de uvas pasas recubiertas de chocolate.

Logan carraspeó y dijo:

—Disculpe, inspector, necesitaría que me prestara el expediente de Laura Shand.

Insch dejó de masticar y movió un par de torvos ojos en dirección a Logan.

—Ah, ¿sí? —Su voz era un gruñido grave y hueco—. ¿Por qué?

Oh, Dios mío, allá vamos…

—Ehm, pues… hemos arrestado a alguien que dice haberla agredido. —Logan añadió un «inspector» por si acaso.

Éste se apoyó en la mesa para bajarse de ella y frunció el entrecejo.

—No me venga con estupideces, fue Macintyre quien la agredió.

—Sí, bueno… —¡Piensa rápido!—. Ese tipo seguro que miente, es solo que tenemos que asegurarnos. Ya sabe, se trata de demostrar que no tiene nada que ver con el asunto… y no puede tener nada que ver, puesto que fue Macintyre… —Empiezas a perder el hilo—. Por eso, si pudiera prestarme el expediente, inspector, podría descartarle a ese… —¡no digas obeso!— obseso…

—¿De quién se trata?

Logan era capaz de percibir que su sonrisa comenzaba a flaquear por la comisura de los labios.

—Se llama Iain Watt, no es más que un simple exhibicionista. Seguro que es una falsa alarma… —Vio cómo los ojos del inspector Insch se contraían hasta formar dos pequeñas bolas negras como el carbón en medio de su colérico rostro de cochinillo.

—Mejor que lo sea. —Le entregó el expediente de todas formas.

No hubiera sabido explicarlo pero, Logan tuvo la sensación de que habría sido tentar demasiado la suerte preguntarle al inspector si sabía qué había decidido Asuntos Internos hacer con Jackie.

Las seis y treinta y ocho, y la sala de interrogatorios número cinco olía a miedo y a sudor frío. Iain Watt estaba sentado al otro lado de la mesa rayada, y cada vez que se movía se oía ruido de roce de su mono CSI blanco. No paraba de agitarse con inquietud mientras les hablaba a Logan y a la inspectora Steel del tiempo que llevaba en tratamiento, y de que el doctor Goulding opinaba que había mejorado de forma extraordinaria… evitando mirar la bolsa de plástico de recogida de pruebas que había encima de la mesa delante de él, y que contenía las bragas de Laura Shand: rosas con cerditos grises, y manchadas de sangre oscura y seca.

—Si has mejorado de forma tan fantástica y extraordinaria, ¿cómo es que tenías esto en un cajón de la cocina? —le preguntó Steel, tocando la bolsa de plástico con la punta del dedo.

—Yo… —Watt agachó la cabeza hasta dejarla colgando—, la veía a veces paseando… por Seaton Park… Yo… —Se aclaró la garganta—. ¿Podría beber un poco de agua?

—No. Háblanos primero de ella.

Silencio.

Y luego:

—Estuve mucho tiempo pensando en ello…

Un nuevo silencio.

—Apuesto a que sí, antes de hacerlo.

—¡No! El doctor Goulding me ha explicado muchas veces que tengo que establecer contacto con las mujeres, que tengo que intentar crear una relación positiva. Cambiar mi manera de pensar en ellas. No solo como… bueno, ya me entienden… —Respiró hondo, con un estremecimiento—. Yo solo quería decirle hola. Nada más. Solo «hola», y puede que también «bonito día, ¿verdad?». A lo mejor ella me devolvía el saludo, y eso ya sería estupendo, y luego podríamos mantener una conversación y todo iría bien y… —Los ojos de Watt recorrieron el tejido salpicado de sangre. Se mojó los labios—. Me pasé semanas pensando en eso. Practicaba delante del espejo. Todo salía a la perfección…

Una nueva pausa, rota únicamente por el chirrido metálico de las cintas girando en el equipo de grabación, de audio y de vídeo, que inmortalizaba aquel momento para la posteridad. Logan se inclinó hacia delante en su asiento.

—Pero las cosas no salieron de acuerdo con lo planeado, ¿verdad, Iain?

Watt negó con la cabeza.

—Le dije: «hola, bonito día, ¿verdad?», y ella no dijo nada. Siguió caminando. Como si yo no estuviera…

Steel exhaló un suspiro.

—Y entonces la agrediste.

—¡No! No, pensé que a lo mejor no me había entendido. Que igual llevaba la bragueta bajada, por accidente, ¿saben? ¿Entienden? Por accidente… —Miraba a Steel y a Logan alternativamente, buscando su comprensión—. Pero, pero no… Era que yo no le gustaba. No quería hablar conmigo. Alargué la mano, como me había dicho el doctor Goulding…

Steel insistió:

—Y fue entonces cuando te abalanzaste sobre ella.

—No. Me fui a casa y me comí unas judías estofadas. Más tarde lo leí en el periódico. Hablaban de ese tipo que acosaba mujeres con un cuchillo y que… y que quería sexo con ellas. Sexo… Y yo pensé… yo… salí a esperarla… Ni siquiera me dijo hola…

—Mierda. ¿No podría ser que se lo haya inventado todo?

La inspectora Steel estaba fumando, de pie junto a la ventana de su oficina. Fuera, el sol se ponía ya, bañando los chapiteles de granito del Marischal College con una esplendorosa luz dorada, mientras las azuladas sombras se cernían alrededor de los contornos de las esquinas, dispuestas a engullirlo todo.

—He llamado a Laura Shand —explicó Logan desde el otro lado de la mesa—. Ha aceptado venir y realizar una identificación formal. —Intentó adoptar un tono despreocupado—. ¿Piensa decírselo al inspector Insch?

—¿El qué? ¿Que le hemos jodido el caso? —Steel suspiró, y luego examinó la punta encendida de su cigarrillo—. Seguramente tendría que traspasarle todo lo que tenemos. Y luego vuelta a empezar… —Dio una calada profunda y prolongada—. A tomar por saco. —Cogió el móvil y tecleó en los botones, antes de llevárselo a la oreja—. ¿Insch…? Sí, soy yo, Steel… ¿Eh? Ah, sí, le dije que fuera a buscar el expediente… ¿Eh…? No. Tenemos a Watt. Macintyre no violó a Laura… ¿Sí? ¿Insch? —Frunció los labios y le dio un beso al teléfono, antes de apagar el aparato y volver a guardárselo en el bolsillo—. Ha colgado.

—Oh… —Logan intuyó la que se avecinaba, y no quería estar por en medio cuando la cosa se pusiera fea—. Ehm, inspectora, si no me necesita, creo que sería mejor que… —Se oyó un portazo en algún punto al final del pasillo, al otro lado de la puerta del despacho de Steel, como si alguien hubiera cerrado una puerta de golpe—. Verá. —Se puso de pie y se dirigió paso a paso a la salida—, tendría que ir a prepararle el catálogo de sospechosos a Laura Shand, para la identificación… —Demasiado tarde.

La puerta se abrió de golpe, mostrando en el umbral al inspector Insch, que parecía muy, pero que muy enfadado, con la cara hinchada y roja. Señaló a la inspectora Steel con su dedo de obeso.

—¡Qué demonios cree que está haciendo!

Ella suspiró, dio una última calada del cigarrillo y lo arrojó por la ventana.

—Mi trabajo, ¿vale? A mí no me gusta más que…

—Usted no tenía derecho a ir interrogando a…

—Watt ha confesado. Su historia encaja con la de Laura Shand…

—¡Está mintiendo! —Unas minúsculas salpicaduras de saliva volaron en medio de la luz del atardecer.

—Oh, vamos, no se comporte como una jodida criatura. —Steel se dejó caer en su raída butaca de oficina—. Y cierre esa maldita puerta, ¿quiere que toda la comisaría le oiga comportándose como un gilipollas?

Le costó un esfuerzo manifiesto, pero el inspector Insch, todavía rojo y temblando de rabia, entró en el pequeño despacho y cerró la puerta tras él; atrapando dentro a Logan.

—¿Se le ha ocurrido por casualidad pensar —dijo Insch, apretando con fuerza los dientes— que su exhibicionista haya confesado ese delito para llamar la atención? Sabe lo que es un exhibicionista, supongo.

—Y entonces ¿cómo es que todo encaja? ¿Eh? —Steel se había inclinado hacia delante y blandía el expediente de Laura Shand ante él—. No es que encaje una cosa o dos, ¡sino todo! ¡Y hemos encontrado las bragas ensangrentadas de la chica en el cajón de la cocina!

—Oh, ¿de verdad? Bueno, eso sin duda le viene al pelo, ¿no? Usted consigue un arresto y mi caso entero se va a tomar por saco. Arroje dudas sobre la violación de Laura Shand y…

—¡Joder, no lo hemos hecho a propósito! Yo únicamente lancé el anzuelo… por intentar el viejo truco de «sabemos que has sido un niño travieso», y resulta que mordió. Habría podido ser cualquier otra cosa, exhibicionismo, robo de radios…

—¡El modus operandi de Shand es idéntico al de las demás violaciones!

Steel elevó los brazos al aire.

—Leyó el caso en el periódico: hombre más cuchillo más mujer igual a sexo. —Y añadió marcando cada una de las palabras—: ¡Tenía… las… bragas… de… ella… en… un… cajón… de… la… cocina! ¡Él la violó!

—Él… —Insch frunció el ceño—. Puede que lo presenciara. Vio a Macintyre violarla, y se llevó las bragas. Para acordarse luego a solas…

—Déjelo ya. —Steel suspiró y se pasó la mano por su arrugada cara, con gesto cansado, deformándose la expresión—. Por el amor de Dios: puede que Macintyre violara a las otras, pero no a Laura.

—Pero…

—¡No! Métaselo en la cabezota: ¡a ella no!

Insch elevó su figura imponente por encima del escritorio, y dijo con voz grave y amenazadora:

—¿Con quién diablos cree que está hablando?

—¡Con usted! —Steel echó la silla hacia atrás de un empujón y se puso de pie, inclinándose hacia delante hasta que su nariz quedó a escasos centímetros de la de Insch—. ¡Lleva meses comportándose como un verdadero capullo! Sea lo que sea lo que le corroe el culo por dentro, ¡no es culpa mía! ¡Así que deje de pagarlo con todos nosotros! Watt violó a Laura Shand. ¡Punto!

El rostro de Insch adquirió una tonalidad violácea por un momento, y luego giró sobre sus tobillos y salió de estampida, dando un portazo tan fuerte que a Logan le vibraron los empastes.

Un inquietante silencio se apoderó de la jefatura de policía, tras la tormentosa salida de Insch. Logan no oyó apenas ni un susurro cuando abandonó el despacho de la inspectora Steel y se volvió a su pequeño cubículo en el Departamento de Investigación Criminal. Tardó casi veinte minutos en revisar el correo electrónico y prepararle a Laura Shand un catálogo de sospechosos para cuando ésta viniera a realizar el reconocimiento de Iain Watt, cuya fotografía en primer plano había camuflado entre otros once rostros procedentes de la base de datos de la Oficina Escocesa de Historiales Criminales. Era un formalismo más que otra cosa: con la confesión de Watt y las pruebas periciales, tenía el billete garantizado para el primer autobús con destino a la prisión de Peterhead, tanto si Laura lo identificaba como si no.

Hasta que Logan no pudo aguantar más. Llamó a recepción y le preguntó al Gran Gary dónde estaba Jackie.

—Ni idea —fue la respuesta—. Se la han llevado a Asuntos Internos nada más llegar, pero no pueden haberla despedido ni suspendido, porque entonces tendrían que haberme llamado a mí como representante corporativo suyo. —Se oyó un apagado sorbido, como si Gary estuviera tomándose una taza de té—. Lo más seguro es que solo le hayan picado un poco la cresta.

—Claro… gracias, Gary.

Logan colgó y marcó el móvil de Jackie, que sonó una y otra vez, hasta que un pitido dio paso al buzón de voz. No tenía sentido preguntar directamente a Asuntos Internos, puesto que no iban a decirle nada, así que salió a recorrer los pasillos para preguntar si alguien había visto a la agente Watson.

La encontró en los archivos del sótano, donde iban a morir los viejos expedientes olvidados, clasificando antiguas investigaciones no resueltas y maldiciendo entre dientes: un monólogo violento e inacabable acerca de lo que sucedería si alguna vez le ponía la mano encima al cabrón aquel del Daily Mail. Dejó caer una polvorienta caja sobre el suelo de cemento y le arrancó la tapa, antes de quedarse mirando el contenido con unos ojos que echaban chispas.

Logan cerró la puerta tras él y entró en el sótano.

—Hola. —Ella levantó la vista y, ante la furia de aquellos ojos, él no pudo evitar retroceder un par de pasos, con las manos en alto en un gesto de rendición—. Para el carro… Sea lo que sea, ¡lo siento!

Jackie volvió su ceñudo semblante hacia la caja abierta.

—¡No te creerías la de mierda que hay aquí! —Izó un viejo legajo de expedientes sujetos con una goma elástica tan vieja que estaba empezando a rajarse, formando pequeños fragmentos quebradizos—. La mitad de cosas que hay aquí ni siquiera cuadran con el puto inventario. Maldito atajo de holgazanes…

—¿Estás bien?

Ella se encogió de hombros y se puso a escribir en una gran libreta, para hacer una lista del contenido de la caja.

—Dime tú, no es tan difícil seguirle la pista a lo que hay dentro de una caja, ¿verdad?

—¿Jackie?

—Ya ves, ¡aquí hay cosas que se remontan a treinta o cuarenta años atrás! ¿Por qué no lo hicieron como había que hacerlo desde buen principio? —Volvió a arrojar la pila de expedientes dentro de la caja y la goma vitrificada saltó en mil pedazos—. ¡Vaya mierda!

—Jackie. Ya está bien.

—¿Por qué no llaman a todos esos capullos prehistóricos jubilados y los obligan a que inventaríen sus malditos expedientes? —Sacó otro legajo de dossieres y volvió a anotar en la libreta—. ¡Que los hubieran resuelto cuando tocaba! ¿A quién le importa ya que hace veinte años le pegaran una paliza a un tipejo tonto del culo? ¿O es que justo ahora vamos a atrapar al que se la dio?

En las comisuras de sus párpados brillaban lágrimas de ira.

—¡Jackie!

—¡Me han tratado como si fuera una mocosa! ¿Vale? ¡Como si lo hubiera hecho a posta! ¡Como si fuera una bobalicona incapaz de mantener la boca cerrada!

—Ven.

Logan la ayudó a incorporarse y la sostuvo entre sus brazos.