Llegaron a tiempo a comisaría por un pelo. La sala estaba ya repleta: cámaras de televisión, periodistas marcando su territorio entre las filas de sillas plegables. Todos los ojos estaban puestos en la tarima elevada de la parte delantera y en la mesa que había encima de ella.
—¡Creía que no iba a llegar nunca! —Logan se volvió, para encontrarse de cara con la inspectora Steel, que no paraba de juguetear con un paquete de cigarrillos, al que daba vueltas y más vueltas entre las manos, como si fuera un rosario de cuentas de nicotina—. ¿Ha sacado algo en claro de esas llamadas?
—Nada.
—Mierda. —El paquete de tabaco sufrió algunos giros más.
—¿Algún problema?
Steel se encogió de hombros, miró hacia atrás y luego nuevamente hacia la multitud de periodistas.
—Solo que por una vez no nos vendría mal una resolución rápida del caso. De momento hemos corrido un tupido velo en torno a la causa de la muerte, pero ya sabe cómo son las cosas aquí, tarde o temprano siempre aparece alguien diciendo alguna estupidez. —Hizo una pausa y lanzó una furtiva mirada a Logan—. Pero usted ya sabe sobre qué le hablo, como es natural.
—¿Y ahora a qué viene esto?
—A nada, a nada. —Se retiró con una sonrisa burlona—. Además ¿a quién le importa lo que diga el Daily Mail? Mierda, ya está ahí el ayudante del jefe…
Logan se quedó mirándola mientras se separaba de él, preguntándose de qué demonios estaría hablando.
La conferencia de prensa dio puntual inicio a las doce, y mientras el ayudante del jefe de policía abría el acto con el consabido «gracias a todos los presentes por su asistencia». Logan dejó vagar su atención por la sala. Su presencia no sería necesaria hasta que diera comienzo el turno de preguntas, y probablemente ni siquiera entonces. Así que se dedicó a escudriñar entre la horda de periodistas, para ver si reconocía a alguien. Colin Miller estaba sentado en la tercera fila, con cara de pedo avinagrado, susurrando al micrófono de una pequeña grabadora digital. Preparándose seguramente para darle otro buen vapuleo a la Policía Grampiana en la edición del Press and Journal del día siguiente. Había un par de periodistas más a los que Logan conocía de conferencias de prensa previas, y otros a los que reconocía de la televisión, pero sus ojos no dejaban de volver una y otra vez a Miller, a su semblante hosco y a sus negros guantes de piel. No representaba precisamente el papel del futuro padre feliz. El reportero levantó la mirada de su dictáfono y vio a Logan que le observaba. Frunció el ceño de inmediato. Estaba claro que seguía culpando a Logan de la pérdida de sus dedos, como si hubiera sido él quien hubiera manejado aquellas tijeras de trinchar el pollo…
El momento quedó atrás cuando el ayudante del jefe de policía abrió la rueda de preguntas.
Tan pronto como hubieron terminado, Logan se apresuró a bajar al centro de coordinación. Steel era la segunda persona que le hacía comentarios crípticos referentes al Daily Mail, y quería saber por qué. El ejemplar que le había arrojado Eric seguía estando donde lo había dejado, así que Logan lo hojeó rápidamente en busca de algún titular que dijera algo así como: «¡El sargento Logan McRae la caga de nuevo!». Pero no encontró nada parecido. Lo que sí encontró fue un artículo que ocupaba las páginas centrales y titulado: «¡Acoso policial a un delantero del Aberdeen!», con una gran foto del feo rostro de Rob Macintyre y una reseña acerca de su meteórico ascenso a la fama. Se apuntaba a que la investigación policial formaba parte de «una campaña lanzada para cercenar las opciones del Aberdeen Football Club de ganar la Premier League escocesa».
«Macintyre (21 años)», decía el artículo, «era un objetivo evidente para mujeres desesperadas: joven, triunfador, sano, ¡y en pleno ascenso a lo más alto!». Pero no era por eso por lo que la inspectora Steel y el sargento Eric Mitchell le habían dejado caer indirectas.
Era por una cita resaltada al margen en grandes letras blancas sobre fondo rojo: «J****, PUES CLARO QUE ES CULPABLE, ¡ESE C****N ME AGREDIÓ!». Palabras atribuidas a la agente Jackie Watson (28 años), junto con un par de frases escogidas más distribuidas en el cuerpo del artículo, cosas como «a los hijos de p*** como él tendrían que encerrarlos de por vida». Logan rezongó. Ahora entendía por qué Eric había dicho que más valía que Jackie llamara diciendo que estaba enferma, iba a llevarse una buena bronca cuando entrara en servicio. Miró el reloj de la pared. Lo cual sería al cabo de unos quince minutos.
—¡Mierda!
Llamó a casa, rogando a Dios porque Jackie no hubiera salido aún hacia el trabajo. No había salido.
Descolgó el teléfono con un airado:
—¡Qué!
Demasiado tarde.
—¿Ya has visto el periódico, entonces?
—¡Lo que he visto es la sala de estar! ¡Parece que haya habido un bombardeo!
—Ay, Dios… Oye, ¿recuerdas si has hablado con algún periodista?
—¿Qué? Tengo que acabar de vestirme…
—Del Daily Mail de hoy: «Joder, pues claro que es culpable, ¡ese cabrón me agredió!». ¿Te suena?
Hubo unos segundos de silencio al otro lado de la línea, seguido por juramentos e imprecaciones.
—¡El muy capullo no me dijo que fuera periodista!
—¿Quién?
—El baboso del pub de anoche, ¿no te acuerdas? El que te dije que me trajo una bebida y que no paraba de repetir: «oh, yo a ti te he visto en la tele», y «las mujeres policías realizáis una labor formidable», y «¿no me darías tu teléfono?». ¡Hijo de puta!
—Ya sabes lo que va a pasar ahora, ¿no?
—Derechita al conde Drácula.
—Eric dice que sería mejor que llamaras diciendo que estás enferma.
Jackie se rió. Una risa breve y hueca.
—Vaya si me va a servir una mierda retrasarlo…
—No, supongo que no.
—Bueno, ¿qué tenemos?
La inspectora Steel asomó su amenazadora figura por encima del hombro de Logan, espiando el informe que tenía este entre las manos. Su aliento apestaba a humo de tabaco rancio y a pastillas de menta extra fuertes.
Logan suspiró y se puso a enumerar contando con los dedos.
—Han llamado sesenta personas asegurando saber quién es la víctima, pero no concuerda ninguno de ellos. Tenemos a siete equipos de dos personas comprobando todas las llamadas. En cuanto al sospechoso, hay cinco tipos de la lista de agresores sexuales fichados que se parecen al retrato robot: dos violadores, un pederasta, un exhibicionista y un tipo que intentó abusar de un sacerdote.
—¿En serio? —Sonrió Steel—. Será para compensar por todos los monaguillos, para variar.
—Pero no creo que ninguno de ellos encaje en el perfil: los exhibicionistas son perros ladradores; en cuanto al pederasta, la víctima era demasiado mayor para suscitar su interés; los dos violadores solo tienen antecedentes por ataques a mujeres, y el abusador de curas acaba de salir de Peterhead y está bajo orden de vigilancia. Según los supervisores, estaba en su residencia cuando nuestro hombre estaba abandonando a su víctima a las puertas de Urgencias.
Steel permaneció unos segundos pensativa mirando al vacío, hasta que dijo:
—Sea como sea, mejor interrogarlos a todos. Incluido el tocador de curas. Aunque solo sea para que parezca que hacemos algo. —Bajó el tono de voz hasta hacerlo un susurro—. ¿Sabe algo de Watson?
—No.
Tan pronto como Jackie había firmado en la hoja de entrada, la habían conducido a Asuntos Internos.
—Qué pena que no pueda contar ya con aquel periodista de Glasgow amigo suyo para echarle una mano. —Pues los días en que Colin Miller le hacía favores a Logan habían pasado—. Bueno, ¿quiere que vaya a por esos tipos y me los traiga aquí para interrogarlos? —Tras una nueva pausa para pensar por parte de Steel—: No. Mejor vamos a verlos. Si desaparezco de aquí esta mañana, no podrán hacerme la revisión médica para el estúpido programa ese del «en forma con nosotros». —Dio una pirueta al paquete de tabaco que tenía en la mano—. A ver si dándoles largas acaban olvidándose de mí.
La inspectora tardó quince minutos en hartarse del primero de los violadores, y apenas siete antes de inclinarse en casa del segundo hacia Logan y susurrarle al oído:
—¿No podríamos molerlo a palos, como por accidente?
El exhibicionista no está para mucho después de que, nada más hacerles entrar en casa, la inspectora Steel le gritara:
—¡Vamos, hombre! ¿Por qué no nos la enseñas?
Iain Watt era seguramente más alto de lo que parecía, encorvado y retraído como estaba, con su chaqueta de punto, el pelo castaño que le clareaba, sobrepeso, treinta y tantos. Aquel prototipo de don Nadie vivía en una gran casa vacía en Don Street, que daba a la vía principal de acceso de los estudiantes que iban de sus residencias estudiantiles a la Universidad de Aberdeen. Mientras Steel miraba por la ventana de la sala de estar, pasó un pequeño grupo de chicas jóvenes, riendo y bromeando, todas ellas con el pelo largo y prometedoras curvas por explorar. Logan habría jurado que la oyó gruñir.
—Bueno, dinos a ver, ¿cómo te lo montas? —preguntó la inspectora, una vez las estudiantes hubieron desaparecido al doblar la esquina—. Cuando ves que vienen, ¿tú sales por la puerta y les ofreces una visión en exclusiva de tu «miembro erecto»? ¿Es eso?
—Yo… —Watt esquivó sus ojos y se quedó con la mirada fija en la inmaculada alfombra de piel de carnero que ocupaba el centro de la estancia—. Estoy en tratamiento… me dan pastillas.
—Ah, ¿sí? Ya no se te levanta, ¿eh? —Corrió las cortinas, sumiendo a la habitación en la penumbra; tan solo una raya de luz cruzaba la incipiente calvicie en la coronilla de Watt—. Si vuelvo a oír un solo rumor acerca de que haya alguien enseñando la pilila por aquí, no vas a necesitar más pastillas. Yo misma te la arreglaré con la punta de la bota, ¿entendido?
El tipo se puso rojo, con la cabeza siempre gacha.
—Yo no… no siento la necesidad. Estoy en tratamiento.
—Sí, ya nos lo has dicho. —Guardó silencio unos segundos—. ¿Y por qué lo hacías?
Logan veía cómo en la frente de Watt se le formaban unas gotas de sudor. El silencio se prolongaba y las gotas se unían unas con otras, hasta caerle rodando mejilla abajo.
—Yo… —Se aclaró la garganta—. No sé de qué me habla.
—Ya lo sabemos. —La voz de la inspectora sonaba suave, casi afligida.
—Yo… —Lanzó una mirada hacia la puerta, y de nuevo hacia la piel de carnero—. Pues… ehm…
—Vamos, no me obligues a hacerlo por las malas.
Se tapó la cara con las manos y se puso a llorar.
—¡Yo no quería!
Logan miró a Steel con expresión interrogativa, pero ella se limitó a encogerse de hombros. Fuera lo que fuera lo que parecía querer confesar aquel hombre, a ella le venía de nuevo.
—¿Por qué no nos lo cuentas todo, Iain? —preguntó Logan—. Te sentirás mejor si lo sacas fuera.
Con gestos lentos, Watt se puso de pie, mientras se mordía el labio inferior y las lágrimas y los mocos le caían por la cara, mezclándosele con el sudor. Un estremecimiento le sacudió los hombros mientras se dirigía hacia la cocina, lloriqueando.
—Yo no quería, yo no quería… —repetía una y otra vez.
Logan empezó a preocuparse seriamente acerca de lo que Watt pudiera haber hecho.
Siempre encorvado, el tipo fue a abrir un cajón de la cocina, pero Logan se le adelantó y lo agarró por la muñeca. No fuera que el cajón estuviera lleno de cuchillos.
—¿Sabes qué? —le dijo, tratando de mantener un tono de voz bajo y sosegado—. ¿Por qué no dejas que lo busque yo? Tú quédate aquí quieto… Bien.
Logan se sacó un par de guantes de látex del bolsillo de la chaqueta y se los puso, y a continuación abrió el cajón. Dentro había una linterna, un paquete de pilas AAA y un par de bragas empapadas de sangre. Como las que podía llevar puestas Laura Shand cuando Rob Macintyre supuestamente la violó. Como las que supuestamente se había quedado Rob Macintyre como trofeo.
La inspectora Steel pronunció las palabras que ambos estaban pensando:
—No, mierda.